Pierre Buyoya

  Nacido en una familia modesta de la comunidad tutsi, completó los estudios primarios y empezó los secundarios en colegios de su Rutovu natal. En 1967 se desplazó a Bélgica, la antigua metrópoli colonial, donde completó su formación escolar e inició estudios universitarios, hasta obtener en 1975 una titulación en Ciencias Sociales y Militares. Luego de una estancia de seis meses en la Escuela Preparatoria de Blindados de Arlon, en 1976 regresó a su país para integrarse en el Ejército burundés como comandante de escuadrón.

Entre mediados de aquel año y comienzos de 1977 recibió en Saumur, Francia, clases de capacitación en la Escuela del Estado Mayor del Arma de Caballería del Ejército Francés, y entre 1980 y 1982 enriqueció su historial con un curso en la Escuela de Guerra de Hamburgo, Alemania Occidental. Entre ambos desplazamientos fue comandante del batallón blindado de Gitega y desde septiembre de 1984 sirvió como oficial jefe de operaciones en el Estado Mayor del Ejército. En 1986 se instruyó en la Real Academia Militar Belga de Bruselas para ascender al rango de mayor.

Popular entre la milicia y acreditado como un oficial íntegro, a instancias del dictador Jean-Baptiste Bagaza, aupado al poder en el golpe de Estado militar de 1976, Buyoya fue elegido miembro del Comité Central de la Unión para el Progreso Nacional (UPRONA), el partido que desde la independencia en 1962 había salvaguardado la hegemonía multisecular de los tutsis, no obstante su absoluta inferioridad numérica ante la mayoría hutu, y que desde la proclamación de la República en 1966 por el coronel golpista Michel Micombero funcionaba como la única formación política legal.

En 1987, si bien no ocupaba cargo alguno en el Gobierno, el mayor Buyoya estaba identificado como uno de los hombres fuertes del régimen. El 3 de septiembre de ese año Bagaza se encontraba en Quebec asistiendo a la cumbre de la Francofonía cuando su subalterno, dejado al frente del aparato de seguridad, se apropió de todo el poder como presidente de un Comité Nacional para la Salvación Nacional (CMSN). El 9 de septiembre esta junta le nombró presidente de la República y jefe de Gobierno, en el que se reservó además la cartera de Defensa.

El golpe de Buyoya, convertido en el tercer mandatario militar consecutivo desde la abolición de la monarquía dos décadas atrás, apuntaba a la prolongación del casi monopolio tutsi en la dirección política y económica de país. Buyoya acusó de corrupción y de violar los Derechos Humanos a Bagaza, pero su remoción la habría precipitado el conflicto del dictador con la influyente Iglesia católica, el cual estaba decidido a solventar un sector de la UPRONA. No en vano, lo primero que hizo Buyoya fue restablecer la cordialidad con la jerarquía episcopal.

En agosto de 1988 Buyoya se vio envuelto en uno de los estallidos de violencia que periódicamente han sacudido el país desde la independencia entre elementos de las poblaciones tutsi (el 14 % de la población) y hutu (el 85%). El asesinato de algunos de los primeros a manos de los segundos desencadenó la terrible represalia del Ejército, cuyos cuadros estaban prácticamente copados por tutsis, provocando alrededor de 25.000 muertos.

La responsabilidad de Buyoya en estos hechos es incierta. Existen dudas sobre si el Ejército actuó por cuenta de los generales tutsis de la línea dura o si obedeció las órdenes de Buyoya. Lo cierto es que éste ya entonces había puesto en marcha una política de democratización, reconciliación nacional, reintegración de los refugiados y apertura de los puestos de responsabilidad a los hutus. En esa línea, el 19 de octubre de ese año nombró un primer ministro, el hutu de la UPRONA Adrien Sibomana.

Aprobadas en sendos referendos una Carta de Unidad Nacional, el 6 de febrero de 1991, y una Constitución que instauró el pluripartidismo, el 9 de marzo de 1992, el 1 de junio de 1993 tuvieron lugar elecciones libres. En las presidenciales, Buyoya, por la UPRONA, cayó derrotado con el 32,3% de los votos ante Melchior Ndadaye, el candidato del prohutu Frente para la Democracia en Burundi (FRODEBU), que recibió el 64,7%.

La victoria del FRODEBU, inevitable en un proceso de verdadera competición dado el aplastante desequilibrio étnico, se completó en las legislativas del 30 de junio al obtener 65 de los 81 escaños de la Asamblea Nacional con el 72,5% de los votos. La UPRONA sólo consiguió 16 parlamentarios y el 21,8% de los sufragios. Buyoya -cosa, a la postre, harto infrecuente en la región- aceptó sin rechistar su derrota y transfirió la presidencia a Ndadaye el 10 de julio, poniendo brillante colofón a la transición democrática.

Buyoya se retiró del primer plano político, aunque siguió de cerca los acontecimientos como dirigente de la UPRONA. Ndadaye era el primer presidente democráticamente elegido en la historia del país, pero los radicales tutsis nunca aceptaron ser gobernados por un hutu. El 21 de octubre de 1993 el flamante mandatario y buena parte de las máximas autoridades políticas del país cayeron asesinados en un golpe militar que, si bien fracasó en cuanto a que no dio lugar a la captura del poder por la clásica junta castrense (el autoproclamado Comité para la Salvación Nacional, que tampoco consiguió convertir en presidente al diputado François Ngeze, uno de los escasos dirigentes hutus de la UPRONA), sí realizó su propósito de malograr el predominio político recién conquistado por los hutus del FRODEBU.

Más aún, el asesinato de Ndadaye fue el preámbulo de una dramática espiral de matanzas interétnicas, con un inmediato exterminio masivo de hutus, víctimas por decenas de miles, pero también de muchos tutsis, éstos a manos de elementos del FRODEBU, seguida de crisis institucionales, magnicidios y, finalmente, la guerra civil.

En julio de 1996, con el país exponiéndose a una catástrofe como el genocidio de Rwanda en 1994, la enésima matanza, esta vez de tutsis, echó por tierra el último de los precarios gobiernos de coalición, el presidido por el upronista tutsi Antoine Nduwayo. El 25 de julio el Ejército, que aparecía sembrado de diferencias sobre qué tratamiento conferir a la explosiva situación, tomó el mando del país, derrocó al presidente Sylvestre Ntibantunganya, hutu y líder del FRODEBU, y nombró en su lugar, con carácter interino, a Buyoya.

El ex militar, del que se presumían moderación y dotes conciliadoras, reapareció así como la figura escogida por la élite dirigente para poner coto a la gravísima crisis nacional. El 31 de julio nombró primer ministro a Pascal Firmin Ndimira, upronista hutu y ex ministro con Nduwayo, como pretendido primer paso del apaciguamiento de tensiones.

Pero el margen de maniobra con que contaba Buyoya era exiguo. Por un lado, se sucedían los embates de los extremistas de los dos campos: por el hutu, el Consejo Nacional para la Defensa de la Democracia (CNDD) y el reorganizado Partido por la Liberación del Pueblo Hutu (Palipehutu, veterana insurgencia de los años setenta), que se constituyeron como auténticas guerrillas; por el tutsi, una serie de milicias armadas y elementos supuestamente incontrolados del Ejército, institución casi monoétnica y desde luego más cerradamente tutsi que el propio partido UPRONA.

Por otro lado, los países de la región, reunidos en la ciudad tanzana de Arusha, castigaron la última intromisión militar en Burundi con un régimen de sanciones, cuyo levantamiento condicionaron a la restauración de los partidos políticos, la reapertura de la Asamblea Nacional y el inicio de negociaciones con el CNDD.

El 12 de septiembre Buyoya satisfizo las dos primeras exigencias y el 16 de abril de 1997 los presidentes regionales permitieron la venta a Burundi de alimentos y medicinas en una cumbre a la que el propio Buyoya asistió como observador. El mandatario burundés se embarcó en una frenética actividad diplomática para lograr la anulación de todas las sanciones y expresó su voluntad de asentar su gobierno sobre bases constitucionales y de hacer la paz con el CNDD, a la que de momento siguió combatiendo.

La llegada al poder a Zaire, a partir de entonces República Democrática del Congo, por la vía insurreccional de Laurent Kabila acercó a Buyoya a los liderazgos de los vecinos Rwanda y Uganda, países que oficialmente se atenían al boicot de Arusha pero que veían en el poder de Bujumbura un cooperante en la lucha contra sus propias rebeliones internas. Así, el 28 de mayo de 1997, un día antes de asistir a la jura presidencial de Kabila en Kinshasa, Buyoya fue recibido en Kigali por las autoridades instaladas en 1994 tras triunfar el contragolpe del Frente Patriótico Rwandés (FPR), la guerrilla tutsi que se alió con los hutus moderados para expulsar a los hutus radicales responsables del histórico genocidio.

Como Uganda y Rwanda, Burundi, aunque nunca abiertamente y en bastante menor medida, fue instrumental en la victoria militar de Kabila, del que Buyoya y los autócratas de aquellos dos países, Yoweri Museveni y Paul Kagame, esperaban que eliminara las bases de retaguardia de sus respectivas oposiciones armadas en la región congoleña oriental de Kivu. Cuando el nuevo dirigente congoleño frustró estas expectativas, Rwanda y Uganda se volvieron en su contra y le urdieron, en agosto de 1998, una rebelión interna apoyada sin disimulos por cuerpos militares expedicionarios.

Amparándose en el pandemónium creado por los combates cruzados entre las múltiples tropas regulares e irregulares que escogieron el terreno congoleño para tomar ventaja frente el adversario, Buyoya envió unos centenares de soldados al Congo para perseguir a las unidades del CNDD, que habían incrementado sus acciones ofensivas y penetrado hasta las mismas puertas de Bujumbura, como en el sangriento ataque al aeropuerto de la ciudad en enero de 1998.

En 1998, mientras ordenaba al Ejército repeler estas agresiones, Buyoya dio un paso político decisivo que facilitó las negociaciones de paz. El 6 de junio rubricó una nueva Constitución, que venía a ser una mixtura de la Carta Magna de 1992 y sus decretos presidenciales desde 1996, y que sobre el papel establecía un reequilibrio del poder entre hutus y tutsis. El 11 de junio Buyoya juró como presidente constitucional y al día siguiente formó un gobierno de coalición de 22 miembros, 12 del FRODEBU y 10 de la UPRONA, cuya jefatura asumió en persona. A falta de un primer ministro, nombró dos vicepresidentes, un primero de carácter político, Fréderic Bavuginyumvira, del FRODEBU, y un segundo para los asuntos económicos, Mathias Sinameriye, ex gobernador del Banco de Burundi sin filiación partidista.

Buyoya, que el 6 de marzo ya se había apuntado un éxito al ser recibió por el presidente francés Jacques Chirac en el Palacio del Elíseo, saludó la firma en Arusha el 21 de junio de un acuerdo multipartito de alto el fuego como un avance fundamental para acabar con el "virus de la división étnica" entre tutsis y hutus, y con una violencia viciosa alimentada por las mutuas desconfianzas de hegemonía, los afanes de venganza y la avidez depredatoria de ciertos dirigentes políticos, según opiniones expresadas en su libro autoexculpatorio Misión Posible, de reciente aparición.

El alto el fuego de Arusha, que debió entrar en vigor el 20 de julio, no funcionó en absoluto, si bien las negociaciones, mediadas con talento por el ex presidente tanzano Julius Nyerere, a cuyo fallecimiento en octubre de 1999 fue relevado por el sudafricano Nelson Mandela, igualmente tesonero, prosiguieron con una agenda global que incluía las cuestiones de la democracia, la seguridad, el retorno de los refugiados y la equiparación de derechos sociales y económicos.

Del 23 al 25 de septiembre de 1998 Buyoya estuvo en Estados Unidos y pidió al presidente Bill Clinton el levantamiento de las sanciones de este país para facilitar el buen desenlace de las conversaciones de Arusha. El propio embargo africano quedó suprimido el 23 de enero de 1999 tras constatar sus patrocinadores que el presidente burundés se había comprometido sinceramente con la salida negociada, a pesar de que efectivos del Ejército seguían perpetrando con total impunidad masacres de civiles hutus.

Haciendo caso omiso a las presiones de los sectores duros de la UPRONA, cuyo jefe más conspicuo era Charles Mukassi, en agosto de 2000 Buyoya, secundado por Bagaza (quien se encontraba en Uganda desde 1998, a modo de autoexilio después de que Buyoya le pusiera bajo arresto domiciliario en relación con una conspiración golpista) y Ntibantunganya, los damnificados de sus dos tomas ilegales del poder, impulsó personalmente las negociaciones de Arusha para un acuerdo de paz definitivo que se firmó el día 28, con Clinton y Mandela asistiendo de testigos.

Los signatarios del llamado Acuerdo de Paz y Reconciliación para Burundi fueron el Gobierno, la Asamblea Nacional, el denominado G-7 o alianza de siete partidos prohutus, entre ellos el FRODEBU, el CNDD, el Palipehutu, el Frente de Liberación Nacional (FROLINA) y la Alianza del Pueblo Burundés (RPB), y seis de los integrantes del bloque protutsi, el G-10, a saber, la UPRONA, el Partido para la Reconstrucción Nacional (PARENA), el Partido para la Reconciliación del Pueblo (PRP), el Movimiento Socialista Panafricano-Inkinzo (MSP-Inkinzo), el Abasa y el AV-Ntwari. El esperanzador documento de Arusha, que debía finalizar el ominoso período iniciado en 1993, nació cojo al descolgarse de él cuatro partidos tutsis, si bien posteriormente accedieron a estampar su firma como las otras 15 delegaciones.

Los partidos tutsis reacios exigían que las dos guerrillas hutus, las Fuerzas para la Defensa para la Democracia (FDD) y las Fuerzas Nacionales para la Liberación (FNL), que eran los respectivos brazos armados del CNDD y el Palipehutu, callaran sus armas previamente a la puesta en práctica del calendario de transición democrática, cuya culminación se preveía en 2003 con la celebración de elecciones generales.

Efectivamente, los ataques de las FDD y las FNL no se detuvieron, lo que suponía una flagrante violación de lo firmado por sus fachadas civiles en Arusha, y al comenzar 2001 los progresos hechos se ceñían a las primeras entrevistas cara a cara entre Buyoya y líderes guerrilleros. El 24 de febrero los rebeldes lanzaron una ofensiva masiva contra Bujumbura y durante unas semanas tuvieron bajo su control algunos distritos de la capital. Buyoya no se limitó a repeler a los agresores y declaró en suspenso el proceso de Arusha.

Paralelamente a la persistencia de la subversión hutu, proliferó el descontento en los sectores radicales tutsis de la política y las Fuerzas Armadas. De esta hostilidad, teñida de temor, a la determinación negociadora de Buyoya, que podría desembocar en un proceso democrático y en la elección de un presidente hutu potencialmente sectario, emanaron a todas luces las intentonas golpistas del 18 de abril y el 22 de julio de 2001, que fueron desbaratadas por tropas leales no sin derramamientos de sangre.

Buyoya superó los obstáculos y confirió un nuevo ímpetu al proceso de Arusha. Así, el 23 de julio de 2001 las 19 partes signatarias, varias a regañadientes y sin ninguna fe en las bondades del proceso, aprobaron investir a Buyoya presidente constitucional de la República y a Domitien Ndayizeye, un hutu moderado que fungía de secretario general del FRODEBU, vicepresidente.

El 1 de noviembre siguiente arrancó el período de transición, de 36 meses de duración, con las tomas de posesión de Buyoya, Ndayizeye y el nuevo Gobierno de coalición de 26 miembros, del que se automarginaron el CNDD-FDD y el Palipehutu-FNL. El pacto estipulaba que transcurrida la mitad del período, a los 18 meses, Buyoya debía ceder su puesto a un hutu, el cual sería el encargado de conducir la fase decisiva de la transición con la celebración de elecciones legislativas en 2003 y presidenciales en 2004. Simultáneamente, retornaron del exilio tanzano Jean Minani y otros líderes del FRODEBU bajo la protección de 700 soldados sudafricanos. El 10 de enero de 2002 Minani fue elegido presidente de la nueva Asamblea Nacional de Transición y el 4 de febrero se constituyó el Senado, a cuyo frente fue puesto Libère Barayunyeretse, de la UPRONA.

En el tiempo que le quedaba de presidencia, Buyoya se afanó en alcanzar un alto el fuego con las guerrillas hutus, ya que con la prosecución de los espasmos bélicos la transición política difícilmente podía tener credibilidad. El 7 de octubre de 2002 el presidente y sus delegados, asistido por los mediadores de Tanzania, Sudáfrica, Uganda y Gabón, consiguieron que firmaran el cese de hostilidades dos facciones minoritarias de las FDD y las FNL, las comandadas por Jean-Bosco Ndayikengurukiye y Alain Mugabarabona, respectivamente, los cuales firmaron un memorándum de entendimiento con Buyoya en Pretoria el 25 de enero de 2003 y se instalaron en Bujumbura el 13 de febrero para tomar parte en la implementación de los compromisos de desarme y desmovilización de los combatientes, cuya supervisión fue encomendada a una Misión Africana en Burundi (AMIB), integrada por 2.870 soldados de Sudáfrica, Mozambique y Etiopía, y con mandato de la Unión Africana.

A continuación fue el sector mayoritario y oficial de las FDD, a las órdenes de Pierre Nkurunziza, el que se avino a detener la guerra. El 2 de diciembre de 2002, Buyoya y Nkurunziza firmaron en Arusha, con el ugandés Museveni (líder regional para la denominada Iniciativa de Paz de Burundi) y el vicepresidente sudafricano Jacob Zuma en calidad de testigos, el acuerdo específico de alto el fuego, cuya entrada en vigor se fijó para el 30 de diciembre. Fuera de este marco quedó únicamente el grupo mayoritario de las FNL, liderado por Agathon Rwasa, que se negó a cualquier compromiso con el Gobierno.

Ahora bien, las FDD, la organización guerrillera más poderosa con sus 10.000 efectivos, condicionaron el abandono de la subversión armada y su desenvolvimiento exclusivamente en el frente partidista civil a una profunda transformación del Ejército y demás órganos de la defensa y la seguridad, que reflejara el equilibrio de cuotas de representación étnica ya implantado en las instituciones políticas del Estado.

Ante la prosecución de los combates, el 27 de enero Buyoya volvió a reunirse con Nkurunziza en Pretoria para firmar un memorándum de aplicación del alto el fuego, pero éste y otro intento suscrito en Dar es Salam el 2 de marzo no fructificaron antes de la transferencia del mando, el 30 de abril, al nuevo presidente hutu, el hasta entonces vicepresidente Ndayizeye.

En resumidas cuentas, Buyoya no pudo ver realizada su ambición, perseguida contra viento y marea en los siete años que gobernó -con menos autoridad de la presumible, considerando su salto al poder por la vía golpista-, de traer la paz y la reconciliación nacionales a este país exangüe, donde una década de matanzas interétnicas y guerra civil ha dejado entre 250.000 y 300.000 muertos y un millón largo de desplazados y refugiados, sobre una población total de menos de siete millones de burundeses.

(Cobertura informativa hasta 1/7/2003)