Muhammadu Buhari

En Nigeria, país tristemente en el candelero por las atrocidades de la organización yihadista Boko Haram, el curso democrático ha registrado un avance histórico con la elección presidencial de Muhammadu Buhari el 28 de marzo de 2015. Así, se trata de la primera vez en la turbulenta historia de la nación más populosa de África y el gigante económico del continente negro que un aspirante de la oposición, concretamente del partido All Progressives Congress (APC), bate al oficialismo de turno, el cual, en una muestra de fair play que contrasta con los abusos y los fraudes de anteriores comicios, asume su derrota sin rechistar y se dispone a transferir el mando el 29 de mayo. Buhari es un general retirado de 72 años que como dictador militar de la República Federal de Nigeria entre 1983, cuando derrocó al presidente democráticamente elegido, Shehu Shagari, y 1985, cuando a su vez sucumbió al golpe de Estado de su colega de uniforme Ibrahim Babangida, se distinguió por su celo anticorrupción, su obsesión con la disciplina social, su nacionalismo económico de corte conservador y su desprecio por las libertades fundamentales.

Hoy, tras tres fracasos electorales consecutivos, en 2003 ante el también ex gobernante militar Olusegun Obasanjo, en 2007 ante Umaru Yar'Adua y en 2011 ante el ahora batido Goodluck Jonathan, todos del mismo partido, el PDP, Buhari gana en buena medida porque ha aprendido de sus errores. Estos fueron no aglutinar tras su persona un gran frente opositor de múltiple espectro y no disipar, mediante un discurso que incidiera en la tolerancia religiosa y la garantía escrupulosa de la libertad de cultos, los recelos que su condición de musulmán norteño convencido de la bondad de la Sharía —vigente para los fieles de Alá en esa mitad geográfica del país— suscitaba en el sur de mayoría cristiana. Esta vez, las mayorías cosechadas por el opositor en varios estados de las regiones sureñas han quebrado la polarización político-geográfica de Nigeria, tan marcada en las elecciones de 2011.

Ahora bien, el triunfo de Buhari es también la consecuencia lógica del balance mediocre de los gobiernos del PDP a la hora de enfrentar algunos de los problemas crónicos de Nigeria. Este país del grupo de los emergentes presenta un crecimiento del PIB robusto y sostenido, paralelo al veloz aumento de la población, y una economía diversificada con fuertes aportaciones de los sectores petrolero, manufacturero y financiero. Sin embargo, Nigeria no termina de pegar el salto desde su bajo nivel de desarrollo humano, ni de atajar la corrupción generalizada, ni de dotarse de un marco jurídico eficaz. Tampoco consigue zafarse de los ciclos de violencia sectaria, desde hace un sexenio practicada por Boko Haram. Los yihadistas, con su enloquecida espiral de masacres, atentados indiscriminados y secuestros de escolares en masa, han arrastrado a Nigeria a su peor crisis de seguridad desde la guerra de Biafra hace más de cuatro décadas.

El nuevo presidente nigeriano, quien se presenta a sí mismo como un "demócrata converso", ofrece respuestas para todas estas lacras explotando su imagen de hombre estricto pero austero, íntegro e incorruptible. Dejando atrás años de tibieza en torno a esta cuestión, Buhari, el antiguo hombre de armas violador de los Derechos Humanos, promete liquidar a la sangrienta insurgencia integrista sin concesiones de diálogo. La capacidad de combate de Boko Haram en el estado septentrional de Borno disminuyó mucho en febrero y marzo gracias a la ofensiva regional conjunta de los ejércitos de Nigeria, Chad, Níger y Camerún, pero también porque sus milicianos, aunque emplean un discurso religioso subrayado con la adhesión al Estado Islámico, no son más que un "fraude", "disfrazados de musulmanes", y "meros terroristas", zanja Buhari.

(Nota de edición: esta biografía fue publicada el 19/5/2015. Muhammadu Buhari inauguró su primer ejercicio como presidente de la República de Nigeria el 29/5/2015. En las elecciones del 23-24/2/2019 Buhari, con el 53,9% de los votos, ganó un segundo y definitivo mandato de cuatro años; este arrancó el 29/5/2019 y concluyó el 29/5/2023, fecha en que Buhari fue sucedido en la jefatura del Estado por Bola Tinubu).

1. Eslabón en la saga de las dictaduras militares en Nigeria
2. Tentativas de regreso al poder por la vía democrática civil
3. Victoria electoral sobre Jonathan en 2015 con la promesa de acabar con la violencia de Boko Haram

1. Eslabón en la saga de las dictaduras militares en Nigeria

Hijo de una familia musulmana compuesta de más de 20 hermanos y huérfano del padre desde los tres años, Muhammadu Buhari nació en 1942 en Daura, población del extremo norte del país asomada a la frontera de Níger y una de las capitales tradicionales de los pueblos hausa-fulani, hoy perteneciente al estado de Katsina. El muchacho estudió la secundaria en la ciudad de Katsina y luego se enroló en el Royal Military Forces Training College (RMFTC) de Kaduna en 1961.

Al año siguiente fue enviado a la Mons Officer Cadet School de Aldershot, en el Reino Unido, la metrópoli colonial hasta la independencia nacional en 1960, y a principios de 1963 estuvo de vuelta con el rango de subteniente. Su primer destino como suboficial del Ejército de Nigeria fue en el 2º Batallón de Infantería con guarnición en Abeokuta, en el sur del país, donde recibió un mando de jefe de pelotón. Durante unos meses sirvió como casco azul del contingente nigeriano asignado a la Misión de las Naciones Unidas en Congo (ONUC) y luego siguió sendos cursos para comandantes de pelotón en Kaduna y para oficiales de transporte mecanizado en Borden, Reino Unido.

En julio de 1966, siendo el comandante de Transportes del 2º Batallón de Infantería, Buhari tomó parte en la revuelta golpista de soldados, en su mayoría hausas o fulanis musulmanes de la Región del Norte, que acabó con la vida del general Johnson Aguiyi-Ironsi, el jefe del Gobierno castrense instalado en enero a raíz del caos político y militar que había liquidado la turbulenta I República Nigeriana, y que deparó sangrientas represalias contra la oficialidad de etnia igbo y fe cristiana, acusada por los norteños del asesinato de los más destacados dirigentes hausas en el levantamiento anterior.

Bajo el mando supremo del general Yakubu Gowon, nuevo jefe del Gobierno Militar, la carrera de armas de Buhari siguió sumando galones y servicios en el escalafón. En 1967 fue ascendido a mayor de brigada, asignado primero a la I División de Infantería y luego a la 3ª Brigada de Infantería, y en 1968 comandó en funciones el 4º Sector de la I División. Aunque en estos años el país estuvo desgarrado por la guerra civil que enfrentó a los secesionistas igbos de la Región Oriental, autoproclamada independiente con el nombre de República de Biafra, y al Ejército de la República Federal de Nigeria, en la biografía oficial de Buhari no se dice que el oficial veinteañero tomara parte en acciones bélicas.

A partir de 1970, el año de la rendición de los biafreños y del restablecimiento del orden federal en Nigeria, Buhari fue sucesivamente comandante de la 31ª Brigada de la I División de Infantería, comandante adjunto de dicha división, coronel agregado al Estado Mayor de la III División y director en funciones del Cuerpo de Transportes y Suministros del Ejército. Entre medio, en 1973, asistió en India a un cursillo para oficiales de Estado Mayor.

Ascendido a teniente-coronel, Buhari figuró en la camarilla de altos oficiales que en julio de 1975 derrocó a Gowon en un cuartelazo justificado, según ellos, por los altos grados de corrupción e incuria de su Gobierno. El nuevo titular de la máxima poltrona, el general Murtala Ramat Mohammed, a cuyas ordenes Buhari ya había actuado cuando la sublevación contra Aguiyi-Ironsi de nueve años atrás, repartió entre sus colaboradores los principales cargos estatales y a Buhari le tocó el de gobernador militar del estado Nororiental.

En marzo de 1976 esta entidad federada fue troceada en tres estados y de uno de ellos, Borno, en el extremo nororiental del país, Buhari siguió siendo gobernador militar. Sin embargo, antes de terminar el mes, el general Olusegun Obasanjo, jefe del Estado Mayor del Ejército y del Gobierno Militar desde el asesinato de Mohammed en un golpe de Estado fallido en febrero anterior, optó por conferirle un puesto de mayor relieve, de rango ministerial, el de comisionado federal para Petróleo y Recursos Naturales, el cual llevó pareja la presidencia de la nueva Nigerian National Petroleum Corporation (NNPC), empresa estatal de hidrocarburos creada en 1977.

En el tiempo que Buhari estuvo al frente de la producción petrolera de Nigeria, la NNPC sufrió un desfalco masivo en su tesorería, acto de corrupción, cuantificado en 2.800 millones de nairas, que posteriores gobiernos achacaron directamente a los chanchullos del militar metido a patrono del Estado. Sin embargo, Buhari gozó en todo momento de la confianza de Obasanjo, de cuyo Consejo Militar Supremo era miembro con el grado de coronel, a la vez que llevaba la Secretaría del Cuartel General del Ejército.

En 1980, una vez inaugurada la llamada II República Nigeriana por la presidencia civil de Shehu Shagari, elegido en las elecciones convocadas por Obasanjo el año anterior, Buhari retomó sus cometidos propiamente militares. Un curso superior de capacitación en Estudios Estratégicos impartido por el US Army War College (USAWC) de Carlisle, Pensilvania, le facultó para tomar con los galones de general los mandos de la IV División de Infantería y la II División de Infantería Mecanizada.

En octubre de 1981 el mílite, cuya posición en el organigrama castrense era la de General Officer Commanding (GOC), asumió la jefatura de la III División Armada, con cuartel en Jos. En mayo de 1983, desobedeciendo las órdenes del presidente Shagari, Buhari movilizó a sus hombres para lanzarlos a la persecución, hasta cruzar la frontera del país vecino, de las tropas chadianas que se habían internado en el estado de Borno al calor de una disputa fronteriza por la posesión de yacimientos de petróleo en torno al lago Chad.

La respuesta de Shagari a las agresiones chadianas, considerada blanda por los generales, puso la antesala al golpe de Estado del 31 de diciembre de 1983, en el que Buhari jugó un papel prominente —si es que no fue el cerebro de la conjura— bastante obvio, por más que luego, y hasta el día de hoy, el estadista se haya empeñado en rebajarlo al máximo. Los oficiales sediciosos que derrocaron a Shagari, quien en agosto anterior había ganado la reelección en las urnas por cuatro años más, acabaron de un plumazo con la experiencia de la democracia pluripartidista aduciendo los pretextos habituales de que se trataba de un régimen corrupto, negligente y contrario a los intereses del pueblo.

Desde el primer día del golpe, que fue acogido con muestras de apoyo popular, Buhari se presentó a la opinión pública como el nuevo hombre fuerte de Nigeria en calidad de jefe del Gobierno Federal Militar, cuyas primeras medidas fueron suspender la Constitución de 1979, disolver la Asamblea Nacional y proscribir los partidos. El número dos del régimen de los uniformados, cuyo órgano rector era el Consejo Militar Supremo (CMS), era otro veterano en estas lides, el general Tunde Idiagbon, nombrado jefe del Estado Mayor General. Un tercer alto oficial involucrado en el movimiento faccioso, el brigadier Ibrahim Bako, murió en un tiroteo cuando al frente de un pelotón de soldados se disponía a arrestar a Shagari.

Luciendo un físico esbelto y enjuto, y unas gafas que mitigaban la intimidación en el trato cercano, el general, de 41 años, anunció un programa radical de reformas que buscaba reordenar el Estado nigeriano con mano de hierro. Junto con las campañas de "guerra" a la corrupción, el mercadeo negro y la indisciplina social, el Gobierno de facto, con mayoría de ministros civiles desde marzo de 1984, lanzó un plan económico de ajuste y austeridad que se cebó en el hipertrofiado e ineficiente sector público. En realidad, Buhari no hizo sino acentuar el programa de estabilidad iniciado por Shagari en reacción al deterioro de la coyuntura petrolera por la caída de los precios internacionales del barril.

Aunque sus metas eran racionalizar el presupuesto federal y enderezar las cuentas del Estado, el autócrata, revelado como un nacionalista conservador, rehusó aceptar la asistencia financiera del FMI porque estaba condicionada a una fuerte devaluación de la moneda nacional. En vez de eso, Buhari apostó por restringir las importaciones directamente en aduana para estimular el consumo de productos nacionales, pero las drásticas barreras impuestas a la compra de bienes extranjeros en bruto terminó causando enormes perjuicios a las industrias locales de procesamiento.

Siempre con las explicaciones de que había que regenerar el país y castigar a los culpables de sus lacras, el dictador desencadenó una auténtica cacería de políticos, funcionarios y empresarios identificados con la defenestrada II República. Cientos de ellos acabaron en prisión. Ahora bien, su celo ético, rayano en el puritanismo, y su intolerancia con toda crítica no tardaron alcanzar también a los periodistas, los estudiantes, los artistas y cualquier otro colectivo donde afloraran posturas disidentes.

A lo largo de 1984, Buhari emitió un torrente de decretos que daban a los soldados plenos poderes para detener y encarcelar sin cargos a los sospechosos de amenazar la seguridad del Estado y que sancionaban con juicios militares sumarísimos y penas draconianas a quienes diseminaran informaciones sobre el Gobierno que fueran "falsas" o "irrespetuosas". El tráfico y el consumo de drogas fue penado directamente con la muerte por fusilamiento. Y eran frecuentas las formas de humillación públicas de funcionarios y ciudadanos particulares pillados en faltas muchas veces nimias, pero que a los ojos de Buhari eran muestras de una laxitud moral completamente punible.

Esta avalancha represiva, que tanto podía evocar la intolerancia social de los islamistas integristas como el totalitarismo político de tiempos de la Revolución Cultural en China, ganó ímpetu mientras los frutos del ajuste económico no se advertían por ningún lado. Además, Buhari provocó un caos regional al reabrir las fronteras con Camerún, Chad, Níger y Benín, es decir, todos su vecinos, para facilitar la expulsión de cientos de miles de trabajadores extranjeros que vivían en Nigeria en situación de ilegalidad.


2. Tentativas de regreso al poder por la vía democrática civil

Como tantas veces antes y después en la convulsa historia del África subsahariana, el dictador nigeriano, incapaz de hallar otra solución a los problemas del país que no pasara por la amenaza y la represalia, selló su destino a golpe de exceso personal. La previsible remoción desde dentro de la institución armada vino el 27 de agosto de 1985 de la mano del general Ibrahim Babangida, uno de los cabecillas del golpe de 1983, miembro del CMS y jefe del Estado Mayor del Ejército, quien disentía de Buhari en varias cuestiones fundamentales, como la manera de enderezar la economía, objetivo que según Babangida pasaba por suscribir con el FMI un programa de ajuste estructural.

El sexto golpe de Estado desde la independencia fue incruento y desplazó sin resistencias a Buhari del poder, el cual pasó a un Consejo de Gobierno de las Fuerzas Armadas con Babangida de presidente. El dirigente depuesto permaneció confinado en una instalación de seguridad en Benín City hasta 1988, cuando Babangida le devolvió la libertad.

En los años que siguieron, Buhari, dado de baja en el Ejército, fue un observador pasivo de la accidentada política nacional, que conoció el fracaso del cronograma diseñado por Babangida para devolver el Ejecutivo a un presidente civil electo en 1992 (la neonata III República Nigeriana), a causa de ello, la renuncia del dictador y, como colofón, el regreso al régimen militar puro y duro en noviembre de 1993, fecha del golpe de Estado del general Sani Abacha.

En 1995 Abacha, probablemente el dictador más represivo y corrupto que había conocido Nigeria, recuperó a Buhari para el primer plano de la actualidad desde el puesto de presidente del Petroleum Trust Fund (PTF), creado por los militares para financiar proyectos de desarrollo con el dinero que generaban las alzas de la factura petrolera. El antiguo mandamás del NNPC dirigió este organismo financiero hasta la muerte de Abacha por causas naturales en junio de 1998. El nuevo general al mando, Abdulsalam Abubakar, partidario de una rápida transición al Gobierno constitucional civil, prescindió de los servicios institucionales de Buhari, pese a que su gestión venía recibiendo elogios por su transparencia.

Buhari seguía contando con un nutrido grupo de seguidores y empezó a preparar su entrada en la política democrática de partidos. Sin embargo, su plataforma no estuvo madura para medirse en las elecciones generales de febrero de 1999, que fueron ganadas por su antiguo superior uniformado, el general Obasanjo, y el People's Democratic Party (PDP). Una vez instalado en la Presidencia, Obasanjo, con arreglo a la nueva Constitución, se sometió al criterio asesor del Consejo de Estado, institución del Ejecutivo de la que formaban parte todos los anteriores jefes del Estado, es decir Buhari, Gowon, Shagari, Babangida y Abubakar.

El verdadero reto se planteó en las elecciones presidenciales del 19 de abril de 2003. La candidatura del ex general fue proclamada el 8 de enero, luego de retirarse en bloque otros cinco precandidatos, por el All Nigeria People's Party (ANPP), formación abiertamente conservadora animada por Edwin Ume-Ezeoke, promusulmana y pujante en los estados norteños, que en las elecciones de 1999, con Olu Falae de aspirante, había participado bajo el nombre de All People's Party (APP). Irónicamente, en tiempos de la II República había existido una colectividad del mismo nombre, ANPP, que acabó siendo prohibida por Buhari. Sin embargo, aquel partido no guardaba ninguna relación con el de ahora.

La primera tentativa presidencial de Buhari, preclaro defensor de la Sharía vigente en una docena de estados del norte y favorable a su eventual extensión a todo el país, pero a la vez garante, aseguraba, de un Gobierno Federal "libre de discriminaciones por sexo, religión, tribu o cualquier otra consideración", terminó, como era de esperar, en fiasco.

Obasanjo fue reelegido con el 61,9% de los votos y su adversario derechista, aunque opacó hasta la irrelevancia a los otros 18 competidores por el puesto, recibió el 32,2%, en términos absolutos, 12 millones de papeletas menos. El perdedor, que ya estaba soliviantado por la recrecida mayoría absoluta del PDP en los comicios a la Asamblea Nacional del 12 de abril, trufados también de irregularidades, no aceptó sin más los resultados publicados por la Comisión Electoral Nacional Independiente (INEC) y denunció una plétora de casos de fraude —típicamente, el cómputo de más votos que electores en multitud de mesas— que en parte fueron documentados por los monitores internacionales, incluidos los de la Unión Europea.

Los tribunales ignoraron la petición de Buhari de que se suspendiera la inauguración del segundo mandato de Obasanjo en tanto no hubiera respuesta para las alegaciones de fraude. Sin embargo, el derrotado no materializó su amenaza de convocar una "acción de masas" contra el oficialismo.

El 18 de diciembre de 2006 Buhari volvió a ser nominado por el ANPP, teniendo como contrincante del PDP a Umaru Yar'Adua, musulmán y paisano de Katsina, donde como gobernador había implantado una versión especialmente rigurosa de la Sharía, luego un adversario particularmente difícil, por más que la personalidad de Yar'Adua, hombre contenido, humilde y un tanto gris, contrastaba vivamente con el dinamismo y el carisma del ex general.

Las elecciones generales del 21 de abril de 2007 se desarrollaron como un calco, pero a peor, de las de 2003. Ensombrecidas por una votación precedente en unos días, en este caso las elecciones a asambleas y gobernadores estatales, Buhari amagó con boicotear el proceso, diagnosticó fraude a gran escala incluso antes de abrirse las urnas y puso en solfa la imparcialidad del INEC. Los cifras oficiales fueron casi un 70% de los sufragios para Yar'Adua y tan solo el 18,7% para Buhari. Tan pronto como el INEC dio cuenta de estos resultados, considerados inverosímiles por la oposición, miles de encolerizados simpatizantes de Buhari se echaron a las calles de Kano, la principal ciudad del norte, produciéndose disturbios y choques con la Policía.

Lo cierto fue que los equipos de observadores internacionales emitieron veredictos negativos con mayor o menor contundencia. La misión de la UE descalificó el conjunto del proceso electoral por "no creíble", dada la abrumadora casuística de falsificaciones, robos de urnas, violencia e intimidación. Los mismos episodios de caos y manipulación presidieron las elecciones parlamentarias y estatales, donde el PDP se apuntó unos triunfos sospechosamente espectaculares, aunque el fraude resultaba difícil de cuantificar. Lejos de reparar las grietas abiertas en la legitimidad democrática del régimen del PDP por las elecciones de 2003, la edición de 2007 las agravó.

Buhari y el segundo candidato opositor más votado, el vicepresidente saliente de la República, Atiku Abubakar, por el Action Congress (AC), demandaron estérilmente a los tribunales de justicia que invalidaran la elección presidencial. Tras la inauguración de Yar'Adua el 29 de mayo, Buhari, mientras aguardaba la previsible respuesta de la justicia a su impugnación poselectoral, encajó como un agravio añadido la decisión de su propio partido, el ANPP —en franco retroceso en la Cámara de Representantes de la Asamblea, donde había caído de los 96 a los 63 escaños—, de aceptar la oferta conciliadora del presidente de sentarse con ministros en el Ejecutivo del PDP, para dar lugar a un Gobierno de unidad nacional.

La estrategia contemporizadora del ANPP, que lesionaba su liderazgo opositor, empujó a Buhari a desligarse de la formación y a poner en marcha un grupo enteramente a su servicio, el Congress for Progressive Change (CPC), nueva plataforma partidista que, sobre la base de una estructura preexistente, The Buhari Organization (TBO), obtuvo el registro en la INEC en diciembre de 2009. Buhari se dio de baja formalmente en el ANPP y arrancó su militancia en el CPC en marzo de 2010, menos de dos meses antes del fallecimiento por enfermedad, el 5 de mayo, de Yar'Adua, lo que situó en la jefatura del Estado en funciones al vicepresidente, Goodluck Jonathan. .

Fue, por tanto, Jonathan el titular del oficialismo con el que Buhari le tocó batirse en las elecciones presidenciales del 16 de abril de 2011. Estas tuvieron lugar una semana después de las parlamentarias federales, que confirmaron la hegemonía del PDP y en las que el CPC quedó tercero con 38 diputados.

Esta vez, la polémica envolvente se refería a la mera condición de Jonathan de cristiano y sureño, lo que a los ojos de muchos musulmanes norteños violaba la regla no escrita del PDP de ir rotando las candidaturas presidenciales con el criterio geográfico-religioso. El oficialismo se escudó en la explicación de que Jonathan había sucedido directamente al difunto Yar'Adua sin elecciones de por medio, hasta completar el mandato constitucional de cuatro años, así que ese pacto tácito no le afectaba.

Más allá de las crónicas violaciones electorales, intimidaciones entre partidos rivales con resultado de muertes y maniobras abusivas de la maquinaria del poder, las posibilidades de Buhari, como en 2003 y en 2007, se vieron perjudicadas por su marcada identidad musulmana, que alimentaba las imputaciones, lanzadas sin ningún tipo de base, de que escondía una agenda de tipo islamista radical. Desde 2009 la opinión pública asistía con preocupación a las andanzas subversivas y criminales de Boko Haram, el movimiento yihadista que empezaba a cobrar fuerza en el estado de Borno y que extendía sus tentáculos terroristas a la capital federal, Abuja. Todo el mundo esperaba un mapa electoral polarizado, con los colores de Jonathan pintando los estados de la mitad sur y los de Buhari la totalidad del norte.

Aunque claramente imperfectas, las votaciones de 2011 registraron, destacaron los monitores foráneos, muchos menos casos de fraude que la vez anterior y hasta recibieron algunos elogios. Con el 32% de los votos, 27 puntos menos que Jonathan, Buhari volvió a perder y volvió a presentarse como la víctima de un fraude, pero en esta ocasión no hizo anuncios de impugnación ante los tribunales.

Sin embargo, en varios puntos del norte, particularmente en Kaduna, los airados partidarios del ex general se echaron a la calle y se enzarzaron en una terrible espiral de ataques y venganzas que en pocos días dejó varios cientos de cadáveres en las calles, quizá hasta un millar. Los odios políticos derivaron instantáneamente en represalias religiosas, de manera que elementos exaltados de las comunidades musulmana y cristiana se dedicaron a incendiar lugares de culto de la otra confesión.

La orgía de sangre y destrucción, que engordó la cuenta de estallidos violentos de naturaleza sectaria padecidos por Nigeria desde la restauración democrática hacía más de una década, obligó a Buhari a dar la cara con censuras veladas a sus partidarios, involucrados en una secuencia de acontecimientos que le parecía "triste, lamentable y totalmente injustificada".


3. Victoria electoral sobre Jonathan en 2015 con la promesa de acabar con la violencia de Boko Haram

Buhari afrontó su cuarta tentativa electoral, a disputar el 28 de marzo de 2015, con el panorama de la seguridad nacional asolado por la violencia a gran escala y las conquistas territoriales de Boko Haram, con el consiguiente descrédito de Jonathan, el cual, amparado en la Carta Magna, acudía a la reelección acribillado por las críticas a su aparente falta de determinación para atajar esta grave crisis.

Despiadados y sanguinarios, desde 2011 los yihadistas nigerianos, que ahora se proclamaban vasallos del Califato del Estado Islámico, venían gozando de la triste celebridad mundial que les daban sus masacres de aldeanos y estudiantes, sus atentados suicidas indiscriminados, que se cebaban por igual en cristianos y en musulmanes, y, últimamente, sus raptos de niñas en masa para convertirlas en esclavas sexuales o destinarlas a la trata de blancas.

En mayo de 2014, ante la magnitud de la amenaza de Boko Haram, que empezaba a cometer sus atrocidades fuera de las lindes del país, los gobiernos de Camerún, Níger, Chad y Benín anunciaron al alimón con el nigeriano una "guerra total" contra el movimiento insurgente, en lo sucesivo combatido por una coalición multinacional. El Ejército nigeriano, falto de pertrechos y bajo de moral, sufrió a partir de agosto de 2014 una cadena de reveses humillantes que bordearon la catástrofe. Los yihadistas se hicieron con la mayor parte de Borno y pusieron en fuga a los soldados federales en amplias extensiones de los estados de Yobe, Gombe y Adamawa, aunque no consiguieron conquistar ninguna capital estatal, en particular la de Borno, Maiduguri, sometida a reiterados asaltos.

En enero de 2015, con las elecciones generales en lontananza, el Gobierno del PDP se topó con el tremendo descalabro de Baga, Borno, antaño a orillas del decreciente lago Chad, donde los milicianos de Boko Haram capturaron una gran base militar, designada para ser utilizada por las tropas de los países aliados, y acto seguido sometieron a la ciudad a varios días de pillajes, incendios y asesinatos, con el resultado de cerca de 2.000 muertos. Muchos miles de residentes más y población de los alrededores huyeron despavoridos en dirección a Chad.

Los horrores de Baga encendieron todas las alarmas en la Unión Africana, que en su XXIV Cumbre de presidentes aprobó el despliegue inmediato de una fuerza regional de 7.500 soldados para liquidar a los salafistas. El zafarrancho de los países amigos hizo reaccionar al Ejército nigeriano, ansioso por limpiar su nombre de los últimos oprobios. Así, entre febrero y marzo los federales reconquistaron en Borno las ciudades de Monguno, Baga y, el 27 de marzo, en la víspera de las elecciones, Gwoza, esta última convertida por Boko Haram en la capital del Califato proclamado en agosto de 2014, y anunciaron la expulsión de los terroristas del estado de Adamawa, limítrofe con Camerún.

Además, un rosario de incursiones guerrilleras contra localidades aledañas de Camerún, Níger y Chad fue desbaratado por las fuerzas locales y la ofensiva conjunta de las tropas nigerianas, chadianas y nigerinas consiguió desalojar al enemigo de Gamboru, Damasak y otras poblaciones fronterizas. Para últimos de marzo, Boko Haram había sufrido muchos cientos de bajas y su radio de acción había retrocedido muchísimo en Borno, donde ya solo controlaba una estrecha franja de terreno en la parte meridional del estado.

Los problemas logísticos derivados de la ofensiva contra Boko Haram fueron aducidos por el Gobierno para retrasar al 28 de marzo las elecciones que inicialmente estaban previstas para el 14 de febrero. Precisamente, en estas seis semanas los yihadistas sufrieron el cúmulo de derrotas que permitió a Jonathan y al PDP encarar las votaciones con algo más de optimismo.

El musulmán Buhari tenía mucho que decir sobre la guerra contra Boko Haram, pero antes se esmeró en reforzar su estructura proselitista para maximizar las posibilidades de victoria electoral. El primer paso, adoptado en febrero de 2013, fue forjar un gran partido de oposición, el All Progressives Congress (APC), definido a sí mismo como federalista y orientado al centro-izquierda, por la fusión del CPC, el ANPP, el Action Congress of Nigeria (ACN) y una rama de la All Progressives Grand Alliance (APGA). La presidencia orgánica del APC fue confiada a John Odigie Oyegun y la formación, que atrajo un reguero de defecciones en el PDP, recibió el reconocimiento de la INEC el 31 de julio.

Las primarias presidenciales del APC tuvieron lugar el 10 de diciembre de 2014 en Lagos y el ganador de las mismas fue, sin sorpresas, Buhari, que con el 57,2% de los votos se impuso a Rabiu Kwankwaso, gobernador del estado de Kano, al ex vicepresidente Atiku Abubakar, a Rochas Okorocha, gobernador de Imo, y al periodista Sam Nda Isaiah. Días después, Buhari presentó al abogado y profesor de Derecho Yemi Osinbajo como su compañero de fórmula para el puesto de vicepresidente.

A continuación, el candidato se afanó en dulcificar su imagen a los ojos del electorado sureño y cristiano con mensajes que incidían en su rechazo al encasillamiento de los ciudadanos con criterios de fe y en la tolerancia escrupulosa, como mandaba la Constitución, de las diversas opciones religiosas. Él, entre otras cosas, sería un presidente que garantizaría la libertad de cultos en Nigeria y en modo alguno podía tachársele de fundamentalista islámico encubierto. Los cristianos que vivían en el norte mantendrían su excepcionalidad jurídica en los ámbitos de aplicación de la Sharía, la misma que él, hasta no hacía mucho, había pregonado como válida para ser adoptada en el conjunto de Nigeria.

Pero la prueba de fuego del no chovinismo confesional de Buhari era su postura con respecto a Boko Haram, que tardó en ser inequívoca. En los primeros años de la rebelión yihadista en Borno, el político se había mostrado esquivo o bien había tendido a minimizar la peligrosidad de este foco de violencia integrista, llegando a deplorar que el Ejército matara en las escaramuzas a miembros de la organización. Es más, el antiguo general fue propuesto como un mediador válido de cara a una hipotética mesa de diálogo entre Boko Haram y el Gobierno, rol interlocutor que sin embargo rechazó.

Todavía en 2013 Buhari había identificado a los movimientos armados de defensa medioambiental y comunitaria en la región del Delta, responsables de numerosos atentados mortales y sabotajes, como el principal foco de terrorismo en Nigeria. Ahora, a comienzos de 2015, empero, el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEND), al igual que el ex presidente Obasanjo, pidió el voto para él.

Buhari empezó a cambiar el tono a mediados de 2014. Primero, en mayo, al calor de la conmoción general por el rapto de casi 300 niñas escolares en Chibok, el opositor tuvo palabras crudas para los milicianos de Boko Haram, quienes no eran más que "unos fanáticos descerebrados disfrazados de musulmanes".

Al poco, el 23 de julio, la organización yihadista se encargó de certificar la nueva postura de dureza de Buhari al intentar asesinarlo en una emboscada tendida al paso de su convoy en el área de Kaduna. El político salió indemne del atentado, pero las explosiones mataron a 82 personas. Tras este brutal episodio, Buhari mantuvo una única narrativa: con Boko Haram no cabía ningún intento de negociación y su insurgencia, desmandada a su entender por la "debilidad" del Gobierno Jonathan, debía ser aplastada manu militari.

Sus credenciales de militar obsesionado por el orden y la disciplina, luego supuestamente más capacitado que el "civil" Jonathan a la hora de lidiar con la ola de inseguridad que afligía al país, podían permitirle a Buhari compensar los recelos que su condición de musulmán podían suscitar entre los cristianos. De hecho, desde que convirtió la seguridad interna y la aniquilación del terrorismo yihadista en los caballos de batalla del discurso electoralista, su popularidad se disparó en los sondeos, inclusive en el sur.

Ahora bien, también estaba el escrutinio de quienes le recordaban su ejecutoria dictatorial de 1983-1985, con su deplorable balance en Derechos Humanos. Aquí, Buhari intentó diluir sus responsabilidades personales enmarcando aquel período concreto en la era de los gobiernos militares en Nigeria, un "pasado" que él "no podía cambiar", mientras que sí estaba en condiciones de "cambiar el presente y el futuro". De aquello ya hacía mucho y ahora Buhari era un "demócrata converso", comprometido con el imperio de la ley, la libertad de expresión y los derechos fundamentales de todos los nigerianos.

En el manifiesto electoral del APC, Buhari no pasó por alto el tratamiento de los problemas endémicos de Nigeria, anteriores al flagelo de Boko Haram. Estos eran la corrupción administrativa y funcionarial, la falta de transparencia y rendición de cuentas de los poderes públicos, las ineficiencias gestoras, las groseras manipulaciones electorales, los déficits en servicios e infraestructuras, la escasa incidencia del crecimiento económico sostenido en el desarrollo humano de una población en rápido aumento, los altos niveles de desempleo y economía sumergida, y los desbarajustes medioambientales, encabezados por la contaminación de la red fluvial de la región del Delta y la desertificación imparable de las ecorregiones saheliana y de la sabana tropical en el norte.

Con el fin de evitar la repetición de los pogromos poselectorales de 2011, Buhari y Jonathan, con la mediación del ex presidente militar Abubakar, actualmente al frente del Nigeria's National Peace Committee, adoptaron en Abuja un acuerdo de juego limpio y buena conducta por el que se comprometían a respetar el resultado de unas elecciones creíbles y, llegado el caso, a exhortar a sus seguidores a no incurrir en la violencia por frustración electoral. Los dos candidatos, que llegaban a las elecciones muy ajustados en las encuestas, escenificaron su buena voluntad ante la prensa con profusión de sonrisas, cruces de manos y abrazos. El llamado Acuerdo de Abuja, firmado el 14 de enero por todos los candidatos presidenciales y ratificado el 26 de marzo por los dos con posibilidades de ganar, fue aplaudido dentro y fuera de Nigeria.

El resultado del proceso celebrado el 28 y el 29 de marzo (el INEC decidió añadir una jornada electoral para solucionar ciertos problemas logísticos, comprensibles en un país con 67 millones de electores censados) fue la victoria de Buhari con el 53,9% de los sufragios, exactamente nueve puntos más de voto que Jonathan. El punto porcentual restante se lo repartió la docena de candidatos simbólicos que también compitió. El mandatario aspirante a la reelección admitió su derrota y felicitó a su oponente.

Llamó la atención que el presidente electo musulmán, por primera vez en su carrera política, resultara ganador en varios estados del sur y el Middle Belt, como Benué, Kogi y, significativamente, casi todos los de la región occidental de mayoría étnica yoruba, inclusive Lagos, la gran metrópolis del África subsahariana y la capital económica del país. La rígida polarización partidista con reflejo en el mapa geográfico y religioso había sido superada en la democracia nigeriana. En los comicios a la Asamblea Nacional, el APC le ganó la partida también al PDP y consiguió confortables mayorías absolutas en la Cámara de Representantes y el Senado. La abstención, tradicionalmente elevada, superó esta vez el 56%.

En su primer discurso como presidente electo proclamado por el INEC, el 31 de marzo, Buhari, cuyo mandato de cuatro años arrancaba el 29 de mayo, se congratuló por la celebración de unas elecciones "libres y limpias" que habían traído el "cambio pacífico" a Nigeria, logro del que había que felicitar a "un pueblo que abraza la democracia" y también a su "digno oponente" en las urnas, Jonathan.

El 27 de abril el mandatario insistió en que Boko Haram era un "fraude" que podía ser derrotado privándole de su base de reclutamiento. "Ninguna religión autoriza el asesinato de niños en sus dormitorios escolares, en mercados y en lugares de oración", recordó Buhari, que lanzó el siguiente aviso: "No tienen nada que ver con la religión. Son terroristas y vamos a tratarlos como se trata a los terroristas". Además: "La peor cosa que uno puede hacer es negarles a los niños el acceso a la educación. Eso sería destructivo para sus vidas y no lo vamos a permitir".

Muhammadu Buhari ha estado casado dos veces, la primera vez con Safinatu Yusuf, quien fuera la primera dama de Nigeria en 1983-1985 y de la que se divorció en 1988, y en el último cuarto de siglo con Aisha Halilu, cónyuge que viene desempeñando un rol visible de apoyo a las ambiciones políticas de su marido, aunque la pareja ha eludido los retratos en común. El estadista alumbró cinco hijos con Safinatu, fallecida en 2006, y otros tantos con Aisha.

(Cobertura informativa hasta 1/5/2015)