Muhammad ibn Zayed Al Nahayan

El príncipe heredero Muhammad ibn Zayed Al Nahayan se convirtió de iure en emir de Abu Dhabi y en el tercer presidente de Emiratos Árabes Unidos el 13 y el 14 de mayo de 2022, tras ocho años ejerciendo ambas funciones de facto. La incapacitación de su hermanastro, el jeque Khalifa ibn Zayed, y su posterior fallecimiento fueron los episodios que determinaron la asunción del poder por el jeque y general de la Fuerza Aérea Muhammad Al Nahayan, efectiva de hecho ya en 2014.

Universalmente conocido como MBZ, acrónimo nominativo que los propios medios oficiales del país suelen emplear para referirse a él, ibn Zayed, de 61 años, está considerado uno de los dirigentes más influyentes, dinámicos y ambiciosos del mundo árabe, cabeza de un Estado peculiar del Golfo —una federación constitucional de siete monarquías absolutas y autoritarias— que se vale de su inmensa riqueza hidrocarburífera y de su peso económico —el tercero de la Liga Árabe, tras Arabia Saudí y Egipto— para jugar en las ligas de las potencias regionales, no obstante sus limitadas superficie y población.

El presidente emiratí forma un tándem dirigente, repartiéndose cometidos de gobierno, con su colega el emir de Dubái, Muhammad ibn Rashid Al Maktum, alias MBR, desde 2006 primer ministro y vicepresidente de la federación: si este pilota los programas y estrategias en los terrenos económico y social, aquel concentra en sus manos la política exterior, la seguridad y la defensa. Aquí, Muhammad ibn Zayed viene orquestando un aparatoso despliegue internacional que conjuga las intervenciones armadas en varios países de Oriente Medio —Libia, Siria y, sobre todo, Yemen—, poniendo en la mirilla la influencia iraní, el radicalismo shií, los Hermanos Musulmanes y el yihadismo sunní, y apuestas diplomáticas de calado, como la que en 2020 condujo al reconocimiento de Israel.

Desde hace años, la asociación estratégica entre los Emiratos de MBZ y la Arabia Saudí del príncipe heredero Muhammad ibn Salmán Al Saud (MBS) viene modelando la geopolítica del mundo árabe, si bien no han faltado las diferencias entre ambos líderes. De hecho, la mudanza institucional en Abu Dhabi llega en un momento poco boyante en las relaciones emiratíes-saudíes, donde se acumulan las desavenencias comerciales y de política exterior; también, coincide con muestras de desconfianza hacia la política de Estados Unidos en la región.


(Texto actualizado hasta 20 junio 2022)

Muhammad ibn Zayed ibn Sultan Al Nahayan nació en 1961, una década antes de constituirse los Emiratos Árabes Unidos como un Estado soberano e independiente del Reino Unido, potencia que a finales del siglo XIX impuso sobre esta confederación de monarquías tribales en la boca sur del golfo Pérsico una tutela colonial en forma de protectorado. Desde 1966 encabezaba la casa de Al Nahayan, reinante en Abu Dhabi desde 1761, su padre, el jeque Zayed ibn Sultan, en 1971 convertido también en primer presidente de la flamante federación.

El joven príncipe era el tercer varón de los 18 hijos e hijas tenidos por el emir Zayed y sus siete esposas. El primogénito nacido en 1948, Khalifa, adquirió la condición de príncipe heredero en 1969 y cuando dos años después se constituyó el Estado emiratí empezó a acumular cargos gubernamentales. El siguiente vástago de Zayed, Sultan, nacido en 1955, no estuvo destinado a ocupar posiciones cimeras, siendo en este aspecto adelantado por el seis años más joven Muhammad. Los jeques Khalifa, Sultan y Muhammad eran hermanastros entre sí, hijos de diferentes madres. La de Muhammad era Fatima ibnt Mubarak Al Ketbi, la tercera cónyuge del emir, quien se había desposado con ella en 1960.

Muhammad recibió una formación dominada por el elemento militar, rasgo omnipresente en su trayectoria principesca y que ha determinado la agresividad y el belicismo de su polémica actuación internacional como gobernante. Siendo aún un niño, el joven jeque conoció el rigor y la disciplina del Colegio Real de Rabat, donde tuvo como compañero de clase al entonces príncipe heredero de Marruecos, el hoy rey Mohammed VI. Según una semblanza de The New York Times, el príncipe pasó estos años de su infancia en Marruecos prácticamente desvalido, con un soporte material mínimo por parte de su severo padre. Luego, hasta la mayoría de edad, Muhammad estudió en escuelas de Abu Dhabi y en palacio, bajo la guía de preceptores áulicos.

En 1979 se graduó como cadete en la célebre Real Academia Militar de Sandhurst, alma máter castrense de muchos príncipes y jeques árabes, y a su regreso empezó a escribir una hoja de servicios en las Fuerzas Armadas de los Emiratos, en particular la Fuerza Aérea. Empezó como oficial piloto para terminar alcanzado la posición, en enero de 2005, siendo ya heredero al trono de Abu Dhabi y jefe de su Gobierno en la práctica, de comandante en jefe de la Fuerza Aérea con el grado de teniente general, junto con la comandancia adjunta de las Fuerzas Armadas.

En 1981 Muhammad contrajo matrimonio con una pariente lejana de la familia real, la jequesa Salama ibnt Hamdan Al Nahayan. Ella ha sido hasta ahora su única esposa y madre de sus nueve hijos , cinco chicas y cuatro varones. El mayor de la prole, Khaled, hoy a sus 40 años miembro del Consejo Ejecutivo o Gobierno de Abu Dhabi que encabezan su padre y tus tíos jeques, y presidente del Comité Ejecutivo del mismo, aguarda su designación oficial como príncipe heredero del Emirato. Sin embargo, para la condición sucesora también podría contar alguno de los hermanos y hermanastros menores de Muhammad, como el jeque Tahnun ibn Zayed, de 52 años, en estos momentos Consejero de Seguridad Nacional de los Emiratos.

Muhammad fue proclamado segundo en la línea de sucesión al trono por su padre en noviembre de 2003, cuando el emir, con serios problemas de salud desde hacía años, se encontraba ya muy enfermo. Zayed ibn Sultan murió justo un año después a la edad de 86. Entonces, muchos medios y comentaristas rindieron tributo a un monarca discreto, prooccidental y apasionado de la cetrería que, dejando intacta su autocracia ultraconservadora de tradición tribal, sin atisbo alguno de aperturismo político, había sido el artífice de la prodigiosa transformación de este país desértico y costero, antaño pobre de solemnidad y ahora devenido uno de los emporios mundiales del petróleo, el gas, los servicios financieros y los skylines tecnológicos (y en la actualidad, poseedor incluso de un programa espacial que tiene orbitando una sonda en Marte y se dispone a lanzar un rover a la Luna). Aunque con menos población que su vecino Dubái, el 16 veces más extenso Abu Dhabi era y es el emirato más rico e industrioso de la federación, al atesorar el grueso de sus vastas reservas de hidrocarburos, además de poner la capital política y administrativa del Estado.

El príncipe heredero Khalifa accedió inmediatamente a la dignidad de emir de Abu Dhabi al fallecer su padre el 2 de noviembre de 2004 y un día después le sucedió también en la Presidencia de los Emiratos, cuyo primer ministro y vicepresidente era el entonces emir de Dubái, el jeque Maktum ibn Rashid Al Maktum. Como iba a suceder 18 años después con la sucesión presidencial que remataría el encumbramiento del jeque Muhammad, el jeque Khalifa fue elegido para la jefatura del Estado por el Consejo Supremo Federal, formado por los cabezas de cada emirato. Entonces, Muhammad fue elevado al principado heredero de Abu Dhabi y poco después, en diciembre, tomó la presidencia del Consejo Ejecutivo del Emirato, posición equivalente a un primer ministro, haciéndose responsable de la planificación y el desarrollo de las políticas de Abu Dhabi.

Esta alta función institucional, junto con su condición de asesor especial y confidente de su hermanastro, involucró al jeque Muhammad, hasta entonces un hombre básicamente de armas, en un virtual cogobierno que en el plano estatal experimentó la novedad, en 2006, del Consejo Nacional Federal, pseudoparlamento sin base de partidos y parcialmente elegido por unos colegios electorales restringidos cuyos miembros eran seleccionados por los gobernantes de cada emirato.

Esta levísima apertura en la esfera política quedó opacada por los progresos más vistosos en la economía y por las primeras señales de que los Emiratos deseaban jugar un rol mucho más activo de cara al exterior. Alineados con Arabia Saudí, los Emiratos empezaron a hacer notar su músculo militar, adiestrado con celo durante años por el general Muhammad, en la Primavera Árabe de 2011. Entonces, Abu Dhabi despachó una docena de cazabombarderos F-16 y Mirage para la operación de la OTAN contra Gaddafi en Libia y aportó 500 policías a la fuerza de intervención del Consejo de Cooperación del Golfo que, bajo el mando de Riad, aplastó las protestas prodemocracia en Bahrein.


HALCÓN DEL GOLFO CON UNA ESTRATEGIA DE INTERVENCIONISMO MILITAR La fecha clave en la trayectoria ascendente del jeque Muhammad fue el 24 de enero de 2014. Aquel día, el emir Khalifa, de 65 años, sufrió un ictus y, no obstante el parte médico sobre una operación quirúrgica exitosa, quedó permanentemente mermado de capacidades, a la luz de su cuasi desaparición pública desde entonces. Con su hermanastro, un dirigente fabulosamente creso y con una personalidad más bien tímida, recluido en palacio y funcionando como un presidente de los Emiratos más bien simbólico, el príncipe heredero tomó las riendas del Gobierno de Abu Dhabi de manera plena y con ellas el control de las palancas del poder estatal, en tanto que jefe de facto del Estado y formando tándem ejecutivo con el emir de Dubái y primer ministro de la federación, Muhammad ibn Rashid.

No por casualidad, el encumbramiento oficioso del jeque Muhammad a principios de 2014 coincidió con un súbito incremento de la asertividad internacional del país. En marzo, los Emiratos, Arabia Saudí y Bahrein anunciaron la retirada de sus embajadores de Qatar, molestos por la diplomacia independiente de la monarquía de los Al Thani en Doha. Dicho sea de paso, Qatar, otro emirato del Golfo, se trataba del miembro de la Liga Árabe con la mayor renta per cápita; el segundo, a gran distancia, eran los propios Emiratos Árabes Unidos. La crisis con Qatar volvería a repetirse con más intensidad, incluyendo esta vez la ruptura de relaciones diplomáticas, el cierre de fronteras y el bloqueo de comunicaciones, entre 2017 y 2021.

A continuación, en agosto, un avión emiratí bombardeó posiciones de la facción islamista que batallaba por el control del aeropuerto de Trípoli, en Libia. La incursión aérea en Libia, no reconocida por Abu Dhabi, partió desde Egipto, donde el régimen militar del general Abdel Fattah al-Sisi, autor del golpe de Estado que el año anterior había liquidado el Gobierno del presidente islamista —y democráticamente elegido— Mohammed Mursi, gozaba del más cálido patrocinio del jeque. Para el príncipe heredero del Golfo, los Hermanos Musulmanes eran una peligrosa organización política a acosar y derribar allá donde operara, ya fuera en Egipto y Túnez como partido instalado en el Gobierno o en Libia como milicia armada. Cazas y drones emiratíes (y egipcios) seguirían realizando furtivos ataques contra facciones libias consideradas hostiles hasta 2020.

El 11 de septiembre de 2014 la injerencia encubierta en la guerra civil libia seguía candente cuando los Emiratos, asistentes a una conferencia ministerial en Jeddah, firmaron junto con otros nueve países árabes (Arabia Saudí, Egipto, Jordania, Irak, Líbano, Omán, Kuwait, Qatar y Bahrein) una declaración de apoyo y eventual participación en la inminente campaña liderada por Estados Unidos de bombardeos aéreos sistemáticos contra posiciones del Estado Islámico en Siria. 11 días después, los cazas de la Fuerza Aérea Emiratí se unieron a las primeras salidas de ataque de la coalición árabe-occidental contra objetivos de los yihadistas en las provincias de Raqqa y Deir Ezzor.

Iniciado 2015, la más aparatosa de las intervenciones militares ordenadas por MBZ tuvo lugar en Yemen, en el flanco sur de la península arábiga. Allí, el Gobierno del presidente legítimo, Abdulrabbuh Mansur al-Hadi, acababa de ser expulsado manu militari de la capital, Sanaa, por sus enemigos hutíes, potente y belicoso movimiento rebelde de base shií que para las potencias conservadoras sunníes de la Liga Árabe no eran sino una intolerable punta de lanza del expansionismo iraní en la región. En marzo de 2015 los Emiratos secundaron plenamente a Arabia Saudí, comandante de la operación panárabe Tormenta Decisiva para el socorro del huido presidente Hadi y sus huestes, y obsesivamente resuelta a aplastar a los hutíes a cualquier precio. En esta ocasión, las Fuerzas Armadas Emiratíes entraron en combate no solo con su Fuerza Aérea, sino también con su Ejército de Tierra, descrito como uno de los más profesionales y eficaces de Oriente Medio.

En los meses y años que siguieron, el cuerpo expedicionario que solo nominalmente comandaba el enfermo emir Khalifa sufrió importantes quebrantos en una guerra brutal cuya prolongación indefinida, ante la patente incapacidad de la coalición saudí para derrotar a los hutíes, firmemente instalados en Sanaa, empezó a enfriar el ímpetu guerrero del jeque Muhammad.

La estrategia a seguir en Yemen, o insistir en la vía militar o propiciar algún tipo de salida negociada (sobre todo después de que en 2018 la ecuación yemení se complicara por la ruptura entre Hadi y el separatista Consejo de Transición del Sur, que se hizo con el control de Adén), abrió fisuras en las relaciones, tenidas por estrechísimas, con el príncipe heredero y viceprimer ministro saudí, Muhammad ibn Salmán Al Saud, también sustituto de facto de su padre, el rey Salmán ibn Abdulaziz Al Saud, en las tareas del Gobierno. Proyectados como un dúo de halcones belicistas, MBZ y el 24 años menor MBS han mantenido hasta hoy unos vínculos de proximidad en los que el jeque de más edad y más experimentado parece ejercer un papel de mentor del jeque más joven e impetuoso, protagonista de un meteórico ascenso en el Reino del desierto que ha ido de la mano de una secuencia de acciones violentas.

En octubre de 2019 Emiratos, en un movimiento coordinado con Riad y con el Gobierno de Hadi, empezó a retirar sus tropas de Yemen. El proceso quedó concluido el 9 de febrero del año siguiente, si bien Abu Dhabi siguió siendo un pilar de la coalición saudí. El 13 de agosto de 2020 la ruinosa guerra de Yemen seguía completamente empantanada cuando el presidente Donald Trump sorprendió con el anuncio de que Israel y Emiratos Árabes Unidos habían alcanzado un histórico acuerdo de reconocimiento mutuo y establecimiento de relaciones diplomáticas. A cambio de esta paz bilateral, la tercera entre Israel y un Estado árabe tras las de Egipto (1979) y Jordania (1994), el Gobierno de Binyamin Netanyahu se comprometía a renunciar a la anexión de hasta un 30% de los asentamientos judíos y el valle del Jordán en la Cisjordania ocupada.

Para los observadores, la constatación del mortal enemigo común, Irán, había animado al príncipe Muhammad a mostrar su lado más pragmático con la apertura de una colaboración oficial con Israel que iba a tener ramificaciones insospechadas. El 15 de septiembre siguiente, Trump presidió en la Casa Blanca la firma por Netanyahu y los ministros de Exteriores de los Emiratos, Abdullah ibn Zayed Al Nahayan (uno de los hermanos biparentales de Muhammad), y Bahrein, Abdullatif Al Zayani, los llamados Acuerdos de Paz de Abraham, por la parte emiratí consistentes en el Tratado de Paz, Relaciones Diplomáticas y Plena Normalización con el Estado de Israel.

La cuenta atrás para la sucesión oficial en el trono de Abu Dhabi por el deceso del emir Khalifa el 13 de mayo de 2022 fue rica en episodios ilustrativos de la nueva relación triangular entre los Emiratos, Israel y Estados Unidos. En noviembre de 2021 unidades de las Armadas de los tres países, más la de Bahrein, realizaron en el mar Rojo un ejercicio naval de cinco días a modo de disuasión militar del régimen de Teherán. A continuación, el 13 de diciembre, el príncipe heredero recibió en Abu Dhabi al primer ministro Naftali Bennett, primer jefe de Gobierno israelí que visitaba los Emiratos. El 30 de enero de 2022 siguió sus pasos el presidente del Estado, Yitzhak Herzog, ocasión para los focos que fue aprovechada por los hutíes yemeníes para lanzar otro ataque de misiles y drones, aunque no tan grave como el que dos semanas atrás había matado a tres personas en el aeropuerto internacional de Abu Dhabi y en la cercana zona industrial de Mussafah.

El 18 de marzo de 2022 el dignatario extranjero visitante fue nada menos que el presidente de Siria, Bashar al-Assad, que realizaba en los Emiratos su primera salida a un país árabe desde el inicio de la guerra civil en 2011. Las cordiales recepciones de Muhammad ibn Zayed y Muhammad ibn Rashid al dictador colocaron en un nuevo nivel el proceso de deshielo con Siria, a partir de un boicot que incluyó declarar desahuciado al régimen baazista, iniciado en diciembre de 2018 con la reapertura de la Embajada en Damasco y proseguido en noviembre de 2021 con el desplazamiento del ministro de Exteriores Abdullah. Este ha sido otro movimiento no del gusto de Arabia Saudí, que en 2021 ya se topó con el rechazo emiratí a su estrategia de extender las restricciones de producción petrolera en el seno de la OPEP. Si Riad encaja con aprensión los acercamientos a Israel y Siria de Abu Dhabi, esta solo a regañadientes ha aceptado la segunda reconciliación con Qatar, promovida y culminada por los saudíes en 2021.

MBZ&nbspha acertado a insertar sus nuevas relaciones con Israel en un marco de cooperación regional interárabe que incluye a Egipto y otros gobiernos moderados de la región. La preocupación común es el Irán shií, visto como una potencia subversiva que opera una red tentacular de peones armados en el tablero de Oriente Medio, esto es, una gravísima amenaza para la seguridad de los países árabes con mayoría sunní. Solo tres días después del recibimiento a Herzog, el 21 de marzo, el príncipe heredero, el primer ministro Bennett y el presidente Sisi sostuvieron en el balneario egipcio de Sharm El Sheij una cumbre trilateral en la que dejaron patente su inquietud por las, a su juicio, excesivas concesiones a Teherán de la Administración Biden, decidida a retomar las conversaciones nucleares. A este formato insólito le siguió una semana después una reunión, también sin precedentes, en el Negev israelí entre los responsables diplomáticos de Estados Unidos, Israel, Egipto, Emiratos, Marruecos y Bahrein. Allí, los ministros discutieron la creación de una "nueva arquitectura regional" sustentada en un "foro de cooperación permanente" (Foro del Negev) frente a Irán.

Por otro lado, los Emiratos han adoptado una actitud esquiva ante la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022: dos días después de producirse la agresión militar, el representante emiratí se abstuvo, alineándose con China e India, en la votación de la resolución de condena del Consejo de Seguridad de la ONU, que no prosperó por el veto de Rusia. Este posicionamiento, al igual que el nuevo entendimiento con los sirios, ha suscitado lógico malestar en Washington.

(Cobertura informativa hasta 20/6/2022)