Morgan Tsvangirai

En Zimbabwe, el 27 de junio de 2008, la consagración por el presidente Robert Mugabe de su mascarada electoral, presentándose a una segunda vuelta en solitario y en una atmósfera de violencia e intimidación, ha vuelto a anular el desafío de su gran adversario de la oposición, Morgan Tsvangirai, quien ya le venciera en la primera vuelta del 29 de marzo pero que decidió no disputar la segunda por considerar que no se daban las mínimas condiciones de libertad y limpieza. Antiguo militante del partido que hoy fustiga, el gobernante ZANU-PF, y dirigente sindical, Tsvangirai encabeza desde 1999 el Movimiento por el Cambio Democrático (MDC). Su crudo historial de arrestos, agresiones físicas, procesos penales y fraudes electorales en su contra ejemplifica la deriva dictatorial del régimen de Mugabe, que ha hundido a Zimbabwe en un estado de terror político, catástrofe económica y emergencia humanitaria.

(Texto actualizado hasta julio 2008)

1. Un líder sindical crítico con el Gobierno del ZANU-PF
2. Salto a la oposición política y denuncia del presidente Mugabe
3. El desafío presidencial de 2002 y las represalias del régimen
4. Ganador de las elecciones de 2008 y operación fraudulenta de Mugabe


1. Un líder sindical crítico con el Gobierno del ZANU-PF

El primogénito de los nueve hijos tenidos por un obrero de la construcción y la madera, estudió en colegios católicos de su provincia natal, Masvingo, pero no terminó el bachillerato. En 1972 entró a trabajar en un taller textil en Mutare, en la provincia de Manicaland, y dos años después se contrató como minero por la compañía Trojan Nickel Mine, que explotaba los yacimientos de níquel de la provincia de Mashonaland Central. Entonces, el país, con el nombre de República de Rhodesia, vivía bajo la férula del régimen segregacionista blanco del primer ministro Ian Smith, al que se enfrentaban a través de la insurgencia armada los partidos filocomunistas de liberación negra Unión Nacional Africana de Zimbabwe (ZANU, prochino), de Robert Mugabe, y Unión Popular Africana de Zimbabwe (ZAPU, prosoviético), de Joshua Nkomo.

Tsvangirai pasó nueve años trabajando en las minas, donde ascendió con prontitud a encargado de nivel y capataz. En 1978 contrajo matrimonio con la joven Susan Nyaradzo, luego madre de sus seis hijos. Tras la proclamación el 17 de abril de 1980, en virtud de los acuerdos de Lancaster House, de la independencia internacionalmente reconocida de la República de Zimbabwe, con Mugabe convertido en el jefe del Gobierno de un sistema de democracia parlamentaria con igualdad de derechos civiles y políticos para todos los ciudadanos sin distingos de raza, el futuro líder opositor se introdujo en los cuadros del nuevo partido predominante, la ZANU, que empezó compartiendo el poder con la ZAPU bajo la sombrilla del Frente Patriótico (PF).

Convertido en un funcionario del partido a tiempo completo, Tsvangirai era en aquellos tiempos un seguidor acérrimo de Mugabe, quien, pese a la sañuda persecución, llegándose a un estado de guerra civil en 1983, a que sometió a la ZAPU (Nkomo fue aplastado militarmente y obligado a fusionar sus huestes con la ZANU, dando lugar en 1987 al ZANU-PF, lo más parecido a un partido-Estado), adquirió mucha respetabilidad regional e internacional por unas políticas que aunaban el respeto de las propiedades agropecuarias de la minoría blanca (y durante un tiempo, además, sus privilegios políticos), las buenas relaciones con los gobiernos occidentales, en particular la antigua metrópoli colonial, Londres, y el compromiso antirracista en el grupo de países vecinos denominado de la línea del frente, unidos para resistir la belicosidad transfronteriza y el régimen de apartheid sudafricanos. La brutal supresión de sus rivales en el campo político negro no impidió a Mugabe, presidente de la República desde 1987, ser considerado en el exterior un estadista pragmático y equilibrado.

A las actividades políticas en el campo oficialista Tsvangirai sumó las sindicales dentro de su ramo profesional, como dirigente del Sindicato de Mineros Asociados (AMWU) y el Sindicato Nacional de Mineros (NMWU). Su activismo en este terreno le granjeó notoriedad y en 1988 fue elegido secretario general del Congreso Sindical de Zimbabwe (ZCTU), una federación gremial formada en 1981 por los seis principales sindicatos obreros del país.

Una vez encaramado al liderazgo del ZCTU, Tsvangirai cambió radicalmente de actitud con respecto al régimen del ZANU-PF y Mugabe, los cuales, al socaire del estado de emergencia vigente desde 1965, no dudaron en recurrir a la intimidación y la violencia para convertir su hegemonía en un monopolio político de hecho, incuestionable desde las elecciones generales de marzo de 1990, las terceras desde la independencia, que a pesar de todo se atuvieron al marco pluralista. Las muestras de autoritarismo e intolerancia políticos de Mugabe causaban inquietud, pero por el momento Tsvangirai y su gente limitaron sus quejas a las disposiciones económicas del Gobierno, que afrontaba un creciente descontento social por el estancamiento de la producción, el deterioro de las condiciones de vida y la falta de perspectivas profesionales.

Para atajar la crisis, a finales de 1989 el Gobierno imprimió un drástico viraje a su política económica, permutando muchas de sus características socialistas por otras de corte liberal: levantó las restricciones a las importaciones y la inversión extranjera, lanzó una campaña de privatizaciones de empresas del Estado, redujo el gasto público y elaboró unos presupuestos de austeridad. Las consecuencias inmediatas fueron al aumento del paro por el despido masivo de empleados públicos y la suspensión de la gratuidad total en la enseñanza y la sanidad, entre otras generosas subvenciones sociales. Apoyado sobre todo en las clases urbanas, las más golpeadas por las medidas antiproteccionistas, Tsvangirai elevó su voz contra la gestión del Gobierno y ya en octubre de 1989 sufrió un primer y breve arresto policial coincidiendo con una ola represiva contra los estudiantes universitarios.

Una vez iniciada la década de los noventa, Tsvangirai condujo al ZCTU por un camino sin retorno de confrontación con el oficialismo, a medida que la crisis económica se agravaba por la caída en picado de la producción de alimentos, lo que certificó el fracaso del modelo agrícola, hasta entonces considerado modélico, y que las medidas de ajuste ocasionaban un deterioro añadido a los índices del desarrollo humano. Las jornadas de protesta, las manifestaciones y las huelgas empezaron a sucederse en cadena.

En 1992, Tsvangirai, por vez primera, demandó la dimisión del Gobierno, al que achacó una gestión desastrosa en la que se daban la mano la incompetencia y la corrupción. También, reclamó a Mugabe la convocatoria urgente de una conferencia nacional para consensuar un programa de reforma económica. El poder despreció ambas peticiones, pero Tsvangirai ignoró a su vez las presiones de que era objeto en su entorno para que transformara su lucha sindical en un ariete abiertamente político, llenando el vacío que suponía la inexistencia de un arco de partidos dignos de llamarse de oposición. La falta de alternativas convincentes y el propio volumen de apoyos del oficialismo, que seguía siendo muy notable, fundamentalmente en el subsidiado medio rural y en los círculos de ex combatientes de la guerra de liberación, pusieron en bandeja a Mugabe y su partido unas victorias arrasadoras en las elecciones legislativas de abril de 1995 y las presidenciales de marzo de 1996.

Tras estos comicios, que otorgaron a Mugabe otro mandato de seis años, el ZCTU redobló las protestas y Tsvangirai conoció nuevos encontronazos con la Policía. Pero el incidente de mayor gravedad sucedió el 11 de diciembre de 1997, en plena campaña de protestas contra la decisión gubernamental de elevar el impuesto sobre la renta para financiar una subida populista de las pensiones de los veteranos de guerra del ZANU-PF, que ya empezaban a ser vistos como una guardia pretoriana dispuesta a todo para sostener el régimen que ellos habían ayudado a fundar. Aquel día, un grupo de ocho asaltantes sin identificar atacó al dirigente sindical en su despacho de Harare, propinándole varios golpes y amagando con arrojarle a la calle desde una ventana en un décimo piso. Tsvangirai fue hallado en el suelo inconsciente y sangrando copiosamente de una ceja.

El ZCTU denunció la criminal agresión a su líder como un intento de asesinato orquestado por el poder y señaló como ejecutores de la misma a agentes de la policía secreta del Estado, la Organización Central de Inteligencia (CIO). La víctima, más prudente, se limitó a hablar de un ataque "por motivos políticos". Sin embargo, Mugabe se apresuró a condenar los hechos. Además, para aquietar los ánimos, el Gobierno suspendió el alza tributaria que había anunciado.


2. Salto a la oposición política y denuncia del presidente Mugabe

El atentado de diciembre de 1997 contra su vida, lejos de silenciarle, empujó a Tsvangirai al activismo opositor por cauces extrasindicales. Primero puso en marcha y se convirtió en presidente de la Asamblea Constitucional Nacional (NCA), un movimiento civil que, como su nombre indicaba, alzó la bandera de la elaboración de una nueva Constitución democrática, en lugar del ya varias veces enmendado texto de 1980, capaz de dar respuesta a los numerosos y graves problemas políticos, económicos y sociales de un país sumido en una crisis integral. En la NCA, Tsvangirai estuvo arropado por buen número de asociaciones e individuos de la sociedad civil zimbabwa, representando al movimiento obrero, el empresariado, los estudiantes y el mundo universitario, las siempre influyentes iglesias cristianas, las ONG humanitarias y los colectivos de mujeres.

El siguiente y más delicado paso fue fundar, partiendo de la experiencia y el capital humano tanto del ZCTU como de la NCA, de los que era vástago común, un partido político propiamente dicho, el Movimiento por el Cambio Democrático (MDC). Lanzado oficialmente el 11 de septiembre de 1999 en un acto en el Rufaro Stadium de Harare, el MDC se presentó como una formación con una ideología de centro-izquierda, parangonable a la socialdemocracia (posteriormente iba a ser admitido en la Internacional Socialista), y con el propósito de convertirse, fijando su mirada en las elecciones legislativas del año siguiente y en las presidenciales de 2002, en el primer adversario parlamentario del ZANU-PF y en la primera alternativa de poder al régimen de Mugabe, que desde la laminación y absorción de la ZAPU de Nkomo (fallecido meses atrás en el cargo ceremonial de vicepresidente de la República) habían gobernado el país de una manera no muy diferente a como lo habían hecho los viejos partidos únicos en muchos estados de la región.

Proclamado secretario general interino del nuevo partido, Tsvangirai dio a conocer el manifiesto reformista del MDC, que orientó al proletariado y las clases urbanas, los sectores más castigados por la crisis. Si bien la vocación de sus artífices era convertirlo en un partido de masas de amplia distribución nacional, el MDC empezó concentrando su implantación en las provincias occidentales de Matabeleland North y Matabeleland South (justamente, los antiguos feudos de la ZAPU), en la sudoriental Masvingo, por ser el terruño de Tsvangirai y, logro fundamental, en los dos mayores núcleos urbanos, Harare y Bulawayo.

Pero la característica más valiosa del MDC, que favorecía sus posibilidades de crecimiento, era su componente abiertamente multiétnico. Aunque ahora mismo la cuestión tribal no generaba conflictividad, en el MDC militaban tanto shonas como ndebeles (objeto de sangrientas represalias cuando la campaña militar contra la ZAPU en 1983), las dos principales etnias del país, mientras que el ZANU-PF seguía estando bastante identificado con los primeros. Tsvangirai mismo procedía de los ndebeles, pero las referencias étnico-tribales estaban ausentes de su discurso.

El 19 de febrero de 2000 Tsvangirai, en lo que fue secundado por el presidente del sindicato (y presidente interino del MDC), Gibson Sibanda, renunció al puesto de secretario general del ZCTU para preparar su aspiración a un escaño en la Cámara de la Asamblea –única del Parlamento, desde la abolición del Senado en 1989- en las próximas elecciones legislativas, que tocaban celebrar en abril pero que el Gobierno pospuso hasta junio. Antes, el 12 y el 13 de febrero, Mugabe sometió a referéndum un proyecto de reforma constitucional para incrementar los poderes del presidente con el objeto de permitirle, entre otras facultades, confiscar las granjas de los blancos por decreto y sin derecho a indemnización. El jefe del Estado, después de muchos amagos y advertencias, había decidido lanzar la reforma agraria.

El MDC convirtió la consulta en un plebiscito y pidió el no a una reforma que, a su juicio, ignoraba las verdaderas urgencias del país y que además parecía destinada a acelerar la deriva autoritaria del régimen. El triunfo de Tsvangirai y su gente fue total: la participación sólo alcanzó el 26% y de los que votaron, el 54,6% lo hicieron en contra. La respuesta de Mugabe, humillado por su primera derrota en las urnas y temeroso de que ésta pudiera repetirse en las legislativas de junio, fue movilizar a los militantes más radicalizados de su partido y a grupos de veteranos de guerra, los cuales desataron una campaña de intimidación de opositores en Harare y de ocupaciones violentas de granjas propiedad de blancos. A lo largo de abril y mayo, el país se estremeció con los desmanes impunes de estos exaltados del ZANU-PF, que destruyeron bienes, y apalearon y lincharon, hasta la muerte en una treintena de casos, a cientos de granjeros blancos, jornaleros negros del campo que trabajaban para ellos y militantes de la oposición urbana.

Más que los pocos miles de granjeros de origen británico, que no suponían la menor amenaza política al régimen, las invasiones rurales perseguían amedrentar al MDC, al que los grupos de ex combatientes, dispuestos, advertían, a ir a la "guerra civil" si el ZANU-PF perdía las legislativas, presentaron como una marioneta del viejo poder blanco y como un residuo del colonialismo. Tsvangirai y Sibanda, estimulados por las reacciones de condena y sanción del exterior y especialmente del Reino Unido, devolvieron las acusaciones con vehemencia redoblada: Mugabe, al abocar al país a una situación crítica con su administración "incompetente, corrupta y arrogante", no demostraba ser otra cosa que un "dinosaurio político", un "déspota desquiciado" y un "señor del desgobierno", merecedor de ser "arrojado al basurero de la historia".

Las elecciones parlamentarias del 24 y el 25 de junio de 2000 dejaron una sensación agridulce en Tsvangirai, ya que el ZANU-PF se apuntó la victoria con el 48,6% de los votos y 62 escaños frente al 47% y las 57 actas sacados por su partido. Además, él vio escapársele, por 2.000 votos, el escaño que ambicionaba en Buhera North, en la provincia oriental de Manicaland, una circunscripción controlada por el oficialismo.

El líder opositor, que había llegado a ofrecer una "cohabitación" pacífica a Mugabe, vio frustrado el objetivo de conquistar la mayoría de la Asamblea, pero al menos se aseguró la llave de cualquier reforma constitucional, ya que el ZANU-PF, aun sumando a su cuota elegida directamente los 12 diputados nombrados a dedo por el presidente y los 18 reservados a gobernadores provinciales y jefes tradicionales, carecía, por primera vez desde la independencia, de la mayoría de dos tercios. Por otro lado, llamó poderosamente la atención que el MDC ganara todos los escaños de Harare (19) y Bulawayo (8); de hecho, al ZANU-PF sólo le había salvado de la debacle su arraigo en las áreas rurales, donde se desarrollaron con éxito los procedimientos habituales de clientelismo y coacción. En resumidas cuentas, el MDC, con menos de un año de vida, había demostrado ser un serio competidor, casi hombro con hombro, del ZANU-PF. El siguiente reto era la elección presidencial de 2002, en la que Mugabe, a menos que cediera a la tentación de la violencia y el fraude, vería peligrar el cetro.


3. El desafío presidencial de 2002 y las represalias del régimen

Tras los comicios de 2000, Mugabe rebajó la retórica nacionalista y manifestó que la reforma agraria seguía adelante, si bien ceñida a unos principios de "paz y orden". Con su nuevo tono, el mandatario sugería su disposición a negociar con el MDC un programa gradual para la retrocesión de tierras a la población negra. Pero nada más lejos de la intención del septuagenario autócrata, empeñado en una agresiva huida hacia delante. El designio presidencia era debilitar al MDC al máximo antes de las elecciones de 2002, en las que, salvo sorpresa, Tsvangirai sería candidato.

La advertencia lanzada en un mitin el 30 de septiembre a Mugabe, pidiéndole que se fuera "pacíficamente" so pena de ser "echado por la fuerza", le ocasionó a Tsvangirai una orden de arresto por "incitación a la violencia" seguida de la imputación del cargo de "traición" por unos fiscales del Estado. Tras unos meses jugando al gato y el ratón con la Policía y el Tribunal Superior de Harare, Tsvangirai vio levantados los cargos. Meses después, en junio de 2001, el político se sacó un diploma por la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, dentro de su Programa Ejecutivo para Líderes en Desarrollo (EPLD).

A lo largo de 2001, las milicias del oficialismo persiguieron con saña a la militancia del MDC, sobre la que se abatió un verdadero vendaval de palizas, secuestros y asesinatos. Desde las instituciones, el poder aprobó sendas leyes para limitar el acceso de los partidos de la oposición a los medios de comunicación y restringirles la financiación procedente del extranjero; se intentaba así impedir que el MDC recibiera asistencia económica de determinadas "élites blancas" con un pie en Londres y el otro en Harare. Por si fuera poco, Mugabe resucitó la reforma agraria radical, dando comienzo una nueva y caótica ola de allanamientos de haciendas agropecuarias.

Si la situación política se degradaba aceleradamente, en la economía el cuadro era directamente catastrófico, con una recesión masiva (el año iba a terminar registrando un crecimiento negativo del 12%), la inflación anual rebasando ampliamente el 100%, el dólar zimbabwo depreciándose a marchas forzadas y el paro aquejando ya al 60% de la población activa. La paralización de la actividad agrícola por los ataques contra los granjeros blancos y la pérdida de cosechas por culpa de la sequía colocaban al Gobierno ante la tesitura de recurrir a la importación masiva de alimentos. El fantasma de la hambruna se adueñaba de extensas áreas del país.

Tsvangirai llegó a las elecciones presidenciales del 9 y el 10 de marzo de 2002 sin contar con ninguna garantía de limpieza democrática y agobiado por un clima de violencia sin precedentes. Las cosas estaban tan difíciles para él y su partido que el mero hecho de poder presentarse a las votaciones ya parecía una hazaña. La primera jornada electoral discurrió en un desorden total, con inmensas colas por la escasez de colegios en los principales centros urbanos, los graneros de votos del MDC, y por la parquedad del horario hábil para votar. Las fuerzas de seguridad realizaron un despliegue intimidatorio y practicaron detenciones arbitrarias. La confusión era mayor al no haberse publicado las listas del censo electoral. Las urnas se abrieron de nuevo el día 11 en Harare y otros distritos, pero sólo a partir del mediodía, ignorando la orden del Tribunal Supremo de que se celebrara una tercera jornada electoral completa.

El día 13 fueron publicados los resultados oficiales: con una participación del 55,4%, Mugabe se aseguraba el tercer mandato sexenal con el 56,2% de los votos, frente al 41,9% obtenido por Tsvangirai y el 1,9% reunido por otros tres aspirantes. El líder del MDC bramó contra el "mayor fraude electoral nunca visto" en su vida, denuncia que encontró apoyo en las valoraciones abiertamente negativas de los gobiernos europeos y Estados Unidos, así como de la Commonwealth. Pero los observadores de la Organización para la Unidad Africana (OUA) y la Comunidad de Desarrollo de África del Sur (SADC) emitieron unos dictámenes indulgentes y legitimadores, que era más de lo que Mugabe necesitaba para declarar zanjada la controversia.

Enrocados en un diálogo de sordos, los dos archienemigos desestimaron la propuesta de Nigeria y Sudáfrica de formar un ejecutivo de unidad nacional. El 20 de marzo la oferta conciliatoria de los gobiernos vecinos se hizo completamente inviable al recaer sobre Tsvangirai el cargo criminal de traición con conspiración para asesinar a Mugabe, un delito punible con la pena de muerte por ahorcamiento.

La Fiscalía del Estado presentó como base de su imputación una cinta de video, difundida tres semanas antes de las elecciones por una televisión australiana como parte de un documental, y motivo ya entonces de un primer amago de procesamiento penal, en el que podía verse al dirigente opositor discutiendo con responsables de una firma de consultoría canadiense; en un momento de la conversación, apenas audible, Tsvangirai reclamaba ayuda para "eliminar" a Mugabe, aseguraba el fiscal. Uno de los interlocutores era el judío canadiense Ari Ben Menashe, antiguo funcionario de la inteligencia israelí y ahora mismo asesor político del propio Gobierno zimbabwo. El extraño encuentro, filmado por cámara oculta, había tenido lugar en Montreal en diciembre de 2001.

Tsvangirai reaccionó asegurando que la reunión se había celebrado a petición de Ben Menashe y fundó su defensa legal en la tesis de que todo se trataba de una celada tendida por la CIO, que habría contratado a un consultor de turbio pasado y del que ya era cliente para hacer de gancho. El 3 de febrero de 2003 dio comienzo el juicio en el Tribunal Superior de Harare. En junio siguiente, en mitad del mismo, el dirigente opositor estuvo dos semanas encarcelado, antes de ser puesto en libertad bajo fianza, como represalia por haber instado a sus seguidores a que intensificaran la "resistencia" frente a las "brutalidades" del Gobierno, actitud que éste consideró un intento de golpe de Estado. La Fiscalía volvió a hallar indicios para presentar una segunda acusación de traición.

El 26 de febrero de 2004 el juicio quedó visto para sentencia pero esta no se emitió hasta el 15 de octubre, siendo el veredicto absolutorio: según el juez, el acusado no había pronunciado la palabra "eliminar" en su diálogo con Ben Menashe y nada en el material audiovisual presentado por la fiscalía probaba la culpabilidad del acusado. Quedaban en pie los cargos por traición formulados en 2003, pero éstos iban a ser retirados, sin llegar a juicio, en agosto de 2005.

Medios periodísticos propusieron que a Mugabe, partiendo de la convicción de que tenía bien controlado al poder judicial, no le interesó convertir a su antagonista en un mártir político, en una especie de Nelson Mandela (figura reverenciada por Tsvangirai y, a la sazón, extremadamente crítica con Mugabe) zimbabwo, además de que una sentencia condenatoria para un delito tipificable con la pena capital habría exacerbado las censuras y sanciones internacionales contra su Gobierno. Tsvangirai se salvó, pero la inquina del régimen volvería a abatírsele con violencia inaudita.

El próximo envite era la elección legislativa del 31 de marzo de 2005. En el cierre de campaña, Tsvangirai arengó a sus seguidores con estas palabras: "El final está cerca. Vuestros cinco años de esfuerzos en la lucha contra este régimen ilegítimo pueden terminar mañana". Sin embargo, el MDC, superando sus peores presagios, se encontró con que la Comisión Electoral de Zimbabwe (ZEC) le adjudicaba el 39.5% del voto y 41 escaños, frente al 59,6% y los 78 escaños idos al ZANU-PF, que con la adición de los 30 diputados nombrados recobraba la mayoría de dos tercios. Tsvangirai, que esta vez no presentó candidatura, acusó al Gobierno de cometer un "fraude repugnante y masivo".

Con la Asamblea sujeta nuevamente a la hegemonía de su partido, Mugabe se apresuró a presentar un paquete de enmiendas constitucionales hechas a su gusto y medida. Uno de los cambios era la reintroducción del Senado como Cámara alta del Parlamento. Aprobada la reforma constitucional, la elección directa al Senado fue convocada para el 26 de noviembre de 2005. Entonces, en el MDC se planteó un profundo desacuerdo sobre la conveniencia o no de participar en la votación; Tsvangirai quería boicotearla, para ser coherentes con la postura oficial del partido de rechazo a la reforma constitucional de la que aquella era producto, y como protesta por el fraude encajado en los comicios de marzo, pero un sector capitaneado por el segundo de a bordo, Gibson Sibanda, insistía en tomar parte.

Los disidentes, además, acusaron a Tsvangirai de conducir el partido con un estilo autocrático no muy diferente del de Mugabe en el ZANU-PF. Terminaron concurriendo por su cuenta con resultados desastrosos (sólo capturaron siete de los 50 escaños en juego) y tras la elección consagraron la fractura interna constituyéndose como grupo independiente bajo la denominación de MDC Pro Senado y con Arthur Mutambara de presidente. Sin embargo, Tsvangirai no tardó en recobrar la lealtad de buena parte de los escindidos y el 19 de marzo de 2006 se hizo reelegir sin oposición en la presidencia del partido, secundado por Thokozani Khupe en la vicepresidencia y Tendai Biti en la secretaría general. El líder no desaprovechó la oportunidad para lanzar sus invectivas contra Mugabe, cuya "tiranía" había hecho de Zimbabwe un lugar donde "la economía se deteriora más rápido que en un país en guerra".

A los ojos de la comunidad internacional, Tsvangirai se convirtió en el símbolo del encarnizamiento del régimen del ZANU-PF el 11 de marzo de 2007. Ese día, con 55 años cumplidos en la víspera, el político fue interceptado por la Policía cuando, desafiando la prohibición gubernamental de celebrar mítines, se dirigía a un acto convocado por la plataforma Save Zimbabwe Campaign en el suburbio capitalino de Highfield. En la operación represiva fueron aprehendidos otros cinco responsables del MDC y un militante resultó muerto por disparos. Según testigos presenciales, los policías, valiéndose de sus porras, la emprendieron a golpes con Tsvangirai, propinándole una brutal paliza que se prolongó varios minutos. Retenido durante unas horas en el cuartelillo policial de Highfield, el 12 de marzo fue transferido a una instalación de las Fuerzas Especiales del Ejército, los Cranborne Barracks.

El 13 de marzo las televisiones de todo el mundo mostraron las impactantes imágenes de Tsvangirai y varios colegas del partido siendo conducidos al Tribunal Superior de Harare en unas condiciones físicas lamentables, cojeando y vendados. El ex candidato presidencial aparecía con el rostro tumefacto, su ojo derecho estaba oculto bajo una enorme hinchazón y una brecha cosida con puntos le surcaba el cráneo. El estado de los arrestados obligó a suspender la vista judicial y Tsvangirai fue ingresado en la unidad de cuidados intensivos de un hospital cercano, donde le hicieron dos transfusiones de sangre y se cercioraron de que no tenía el cráneo fracturado.

El bárbaro ataque fue condenado en los términos más enérgicos por los gobiernos occidentales y por la ONU, pero las reacciones en el ámbito africano fueron más bien tibias. Mugabe achacó toda la responsabilidad de lo sucedido al MDC, único "perpetrador de la violencia", y de paso anunció su deseo de optar a la reelección en 2008 y ganar otro mandato presidencial de seis años, hasta 2014 (cuando cumpliría los 90). Tras recibir el alta hospitalaria, Tsvangirai recobró la libertad de movimientos, pero el 28 marzo, cuando se disponía a ofrecer una rueda de prensa para denunciar los últimos casos de maltrato y desaparición de activistas del partido, la Policía asaltó la sede principal del MDC en Harare y le mantuvo bajo arresto durante unas horas. El 1 de septiembre, al final de una visita a Australia en la que fue recibido por el primer ministro John Howard, vaticinó a Mugabe el "final de la partida", desenlace que según él estaba muy cercano puesto que la economía se hallaba en "caída libre" y el Estado bordeaba el "colapso".

La desintegración económica a que Tsvangirai aludía se concretaba en una impresionantemente ominosa retahíla de datos: el PIB atravesaba su octavo ejercicio consecutivo en recesión, la inflación oficial, alimentada por las autoridades al emitir masivamente papel moneda sin respaldo, superaba el 6.000% (estudios privados estimaban que la tasa real rondaba el 20.000%) y la divisa nacional fue devaluada por el Gobierno un 1.200%, pasando a cambiarse un dólar estadounidense por 30.000 dólares zimbabwos en el mercado oficial (aunque en el mercado negro ya se pedían 600.000 dólares zimbabwos).

De catástrofe humanitaria podía calificarse la letal concurrencia de crisis alimentaria, destrucción del mercado laboral, azote del sida (entre una cuarta y una tercera parte de la población estaba infectada por el virus HIV) y, como desencadenante puramente político, la campaña gubernamental, desarrollada en 2005, de derribo a gran escala de chabolas y viviendas ilegales en los suburbios de los ciudades. Denominada por las autoridades Restaurar el Orden, aunque más conocida como Murambatsvina (literalmente, sacar la basura), la operación fue justificada por las autoridades en aras de la salubridad urbana y el orden público, y para obligar a los moradores a regresar a sus pueblos y aldeas, con el fin de que volvieran a cultivar los abandonados campos de labor. Pero los observadores señalaron que el principal objetivo de este drástico operativo no era otro que quebrar la fortaleza del MDC en Harare y Bulawayo. La Operación Murambatsvina ya había sido calificada de "desastrosa" e "inhumana" por la ONU, que cuantificó en 2,4 millones las personas afectadas por los desalojos forzosos; de aquellas, 700.000 se habían quedado sin techo.

A mediados de 2007, sobre una población de 13 millones, cuatro millones de zimbabwos necesitaban auxilio alimenticio y otros tres ya habían abandonado sus hogares, la mayoría huyendo a Sudáfrica, donde malvivían como refugiados o como mano de obra barata, incluso para los estándares africanos. El 80% de los que se habían quedado no tenía ante sí otros horizontes que la pobreza y el paro. La esperanza de vida había caído en picado, hasta los 37 años en el caso de los hombres y los 34 años las mujeres, la tasa más baja del mundo.


4. Ganador de las elecciones de 2008 y operación fraudulenta de Mugabe

El 29 de marzo de 2008 tocaban elecciones generales y Tsvangirai intentó convencer al jefe del MDC Pro Senado, Mutambara, para que respaldara su candidatura ahora que la victoria sobre Mugabe, salvo que el régimen cometiera un fraude escandaloso, se antojaba no sólo posible, sino probable. Mutambara se negó a volver al redil y optó por apoyar a Simba Makoni, anterior ministro de Finanzas y disidente del oficialismo, que concurría como candidato independiente, lo que le había acarreado su expulsión del ZANU-PF.

La jornada electoral transcurrió sin mayores incidentes y en una relativa calma, aunque con el temor, flotando en el ambiente, a un estallido como el sucedido en Kenya tres meses atrás, en diciembre de 2007, cuando el anuncio de la victoria del presidente reeleccionista, Mwai Kibaki, sobre el candidato opositor Raila Odinga, quien denunció fraude, desató una terrible orgía de violencia sectaria en la que 800 personas perdieron la vida y 600.000 más fueron arrojadas de sus hogares. Las dos partes alentaban los malos augurios: el poder, al asegurar que de ninguna manera contemplaba una victoria del MDC; éste, al amenazar con disturbios y revueltas si se repetía el pucherazo de 2002.

Sobrevino entonces una situación insólita: el oficialismo mantuvo un absoluto silencio sobre cómo iba el escrutinio y qué indicaban los resultados parciales de las presidenciales. Transcurridos unos días, la ZEC liberó los resultados sólo de las elecciones legislativas, que, por primera vez desde la independencia, fueron ganadas por la oposición: las dos facciones del MDC conquistaron 110 (100 para la estructura de Tsvangirai) de los 210 escaños de la nueva Cámara de la Asamblea ampliada en 60 miembros, frente a los 99 del ZANU-PF. En porcentaje de voto nacional, el partido del poder había superado a su antagonista (el 45,9% frente al 42,9%), pero el sistema uninominal mayoritario invertía el esquema de fuerzas.

El histórico resultado de las legislativas y el pertinaz silencio sobre el desenlace de las presidenciales asentaron la convicción general de que Mugabe había perdido su envite contra Tsvangirai. A medida que transcurrían los días y las semanas, y la ZEC seguía sin ofrecer un solo dato del escrutinio presidencial, la tensión política fue in crescendo. El inquietante compás de espera dio pábulo a todo tipo de especulaciones; la más optimistas apostaban por que las partes estaban negociando un traspaso ordenado del poder, con garantías para los perdedores de que no sufrirían persecución o revanchismo.

Con su prudencia discursiva, Tsvangirai parecía dar a entender que estaba cocinando algún tipo de pacto con Mugabe. Otras elucubraciones pintaban un escenario bastante más sombrío: el régimen andaría buscando la manera de trucar el recuento de votos para darle la vuelta a una derrota contundente de Mugabe, por lo menos lo suficiente como para forzar a Tsvangirai a disputar una segunda vuelta; si esto no era posible, señalaban los análisis más pesimistas, los sectores más duros del ZANU-PF, el Ejército y la Policía estarían dispuestos a dar un golpe de fuerza para impedir la mudanza en el poder.

El candidato del MDC informó que, según sus datos, él era el ganador con el 50,3% de los sufragios, aunque se comprometió a acatar un resultado oficial inferior al 50%, lo que le obligaría a acudir a una segunda vuelta. Pero acto seguido advirtió que el régimen preparaba "un ambiente de violencia e intimidación" movilizando como fuerzas de choque a los cuerpos de la seguridad del Estado, las milicias del partido y los batallones de veteranos.

El 18 de abril, en un nuevo cambio de tono, el líder opositor confirmó que estaba negociando con el oficialismo la retirada de Mugabe a cambio de garantías personales de inmunidad y de la inclusión de miembros del ZANU-PF en un gobierno de unidad nacional. El 25 de abril, mientras Tsvangirai seguía de gira por varios países africanos para intentar convencer a sus gobernantes de que ejercieran presiones decisivas sobre Mugabe (así se los expuso al sudafricano Thabo Mbekiy al nigeriano Olusegun Obasanjo), la Policía entró en tromba en el cuartel general del MDC y se llevó detenidas a un centenar de personas (que quedaron en libertad poco después), amén de incautarse de los ordenadores y de cuanta documentación pudieron encontrar.

El 2 de mayo, la ZEC, tras 34 días de mutismo y una vez completado un recuento de verificación, publicó los resultados de las elecciones presidenciales: el más votado había sido Tsvangirai con el 47,9% de los sufragios, seguido de Mugabe con el 43,2% y Makoni con el 8,3%. En consecuencia, Tsvangirai y Mugabe, que aparentemente había digerido la primera derrota electoral –bien que provisional- de su vida como estadista, pasaban a disputar una segunda vuelta.

Las reacciones en el MDC fueron de estupor y escándalo porque se hubiese adjudicado a su candidato una cuota electoral inferior al 50%, pero el 10 de mayo, desde Sudáfrica, Tsvangirai anunció que aceptaba el desafío y que acudiría a dirimir su interminable duelo con Mugabe siempre y cuando se levantara toda restricción a las difusiones mediáticas del MDC y a la supervisión de la jornada electoral por los equipos de monitores internacionales. El 24 de mayo el aspirante presidencial regresó del extranjero y reanudó los actos de campaña, pero sólo para comprobar cómo el poder desencadenaba la represión general.

El 4 de junio Tsvangirai fue detenido arbitrariamente e interrogado durante unas horas por la Policía cerca de la localidad de Lupane. Dos días después, el Gobierno ordenó la suspensión de todos los mítines del MDC aduciendo que no podía "garantizar la seguridad" de los asistentes. Tsvangirai volvió a ser interceptado por los agentes de la ley, esta vez cerca de Bulawayo. El MDC aseguró que desde el 29 de marzo, 65 de sus militantes habían sido muertos a manos de las fuerzas adictas al régimen. El 12 de junio Tendai Biti, el secretario general del partido, fue arrestado y encarcelado como sospechoso de "traición". El 16 de junio la casa del alcalde de Harare y miembro del MDC, Emmanuel Chiroto, fue saqueada e incendiada, y su esposa raptada y asesinada. El 19 de junio Tsvangirai informó personalmente del secuestro y asesinato de cuatro de sus simpatizantes a manos de una banda armada, presuntamente veteranos de guerra.

Finalmente, el 22 de junio, cinco días antes de la cita electoral, Tsvangirai convocó una rueda de prensa para comunicar que, obligado por las circunstancias, se retiraba de la segunda vuelta. "Hemos decidido no participar más en este violento, ilegítimo y vergonzoso proceso. No podemos pedir [a los votantes] que depositen su papeleta el 27 de junio, porque ese voto les podría costar la vida", explicó el atribulado dirigente; horas después, tomó refugio en la Embajada de los Países Bajos en Harare.

Desoyendo los llamamientos de la Unión Africana (UA) y la SADC para que detuviera la campaña de violencia y permitiera la celebración de elecciones democráticas, y la exhortación del secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, así como una declaración del Consejo de Seguridad de la organización expuesta en similares términos, a que pospusiera una votación devenida mero plebiscito ("contra el imperialismo", según el régimen) y sin garantías, Mugabe siguió adelante con su plan.

El 27 de junio, contendiendo pretendidamente con Tsvangirai, cuyo nombre no fue retirado de las papeletas electorales, Mugabe ganó su cuarta reelección presidencial con el 85,5% de los votos y una participación del 42,4%, según datos facilitados por la ZEC. Dos días después, a toda prisa y satisfecho por la "arrolladora" victoria obtenida, el autócrata inauguró su quinto mandato al tiempo que tendía una vaga oferta de "diálogo" a Tsvangirai. La UA, en su XI Asamblea (cumbre) ordinaria, celebrada en la ciudad egipcia de Sharm El Sheikh el 30 de junio y el 1 de julio, instó a las partes a sentarse juntas en un gobierno de unidad "con vistas a promover la paz, la estabilidad y la reconciliación" en Zimbabwe. Sin embargo, el dirigente opositor se negó a entablar conversaciones con Mugabe hasta que la UA no reconociera que el legítimo ganador del proceso electoral había sido él, y hasta que el régimen no detuviera la ola de persecución y asesinatos. El propio Mugabe rechazó el plan de compartir el poder con el MDC.

(Cobertura informativa hasta 1/7/2008)