Meles Zenawi

Tras pasar por las escuelas de secundaria Queen of Sheba de Adwa y superior General Wingate de Addis Abeba, donde se graduó con honores, en 1972 ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de la capital. Su paso por las aulas coincidió con las agitaciones estudiantiles que encendieron la mecha del derrocamiento, en agosto de 1974, del Negus (emperador) Haile Selassie, al cabo de 34 años de reinado absoluto, por una junta militar dirigida desde la sombra por un Comité Supremo de las Fuerzas Armadas, más conocido como Derg.

De las luchas intestinas que casi de inmediato surgieron en el Derg pronto emergieron triunfantes los oficiales resueltos a implantar un régimen marxista-leninista, con el teniente coronel Mengistu Haile Mariam de líder.

Para diciembre de 1974 Mengistu era el verdadero dirigente del régimen militar más allá de la presidencia nominal de la junta por el general Tafari Benti. Mengistu impuso sus tesis radicales de combatir a muerte, recurriendo a la movilización general de la población, toda oposición a la revolución socialista en curso, ya fuera de los secesionistas eritreos, ya de los monárquicos, ya de partidos izquierdistas de Addis Abeba opuestos a la dictadura militar.

Meles era uno de tantos etíopes no pertenecientes a la etnia que tradicionalmente había detentado el poder político y económico en un país migrado sin solución de continuidad del feudalismo medieval al comunismo revolucionario, la amhara, y se ubicaba en los tigrinos, importante grupo étnico-lingüístico localizado en el norte del país; además de su idioma familiar, el tigrinya, hablaba también el amhárico y el inglés. Parece que en un primer momento, como otros muchos estudiantes contestatarios de ideología izquierdista, Meles apoyó a los militares, pero luego de desencantó con sus brutales métodos represivos.

Dejó, pues, sus estudios y regresó a su patria chica para, a comienzos de 1975, tomar parte en la fundación del movimiento rebelde Frente de Liberación del Pueblo Tigré (FLPT). Ideológicamente tan marxista como el régimen que buscaba derrocar, el FLPT superó esta contradicción enfatizando su postura irreconciliable con el concepto nacionalista de Estado fuerte, centralizado y militarizado que Mengistu y sus colegas deseaban imponer. Tras cuatro años como combatiente de base, en 1979 Meles fue elegido miembro del Comité Central de la guerrilla-partido y en 1983 ascendió al más restringido Consejo Ejecutivo.

En 1985, cuando la guerrilla ya controlaba la mayoría de la región pese a enfrentársele el más formidable ejército de África (al menos cuantitativamente), Meles se encaramó a la máxima posición orgánica del FLPT, la Secretaría General. En septiembre de 1989 asumió la presidencia del recién creado Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), la coalición de fuerzas opositoras cuya participación por el principalmente amhara Movimiento Democrático del Pueblo Etíope (MDPE) confería a la lucha del FLPT un componente multiétnico.

Esta heterogeneidad del grupo de Meles le diferenciaba de la otra gran subversión que estaba resistiendo los embates de los gubernamentales, el Frente de Liberación del Pueblo Eritreo (FLPE), que en vez de la conquista de Addis Abeba a lo que aspiraba era a formar un gobierno nacional en la región ribereña del mar Rojo anexionada al imperio etíope por el Negus en 1962. Más veterano y curtido en el combate, el FLPE contaba con importantes patrocinadores en el mundo árabe y en los años ochenta tuvo mucho que ver con el aumento de la capacidad de combate de su equivalente tigrino gracias a su asistencia en forma de entrenamiento y suministros de armas.

La alianza de hecho del FDRPE y el FLPE, que operaban en territorios contiguos, inclinó la balanza a su favor a partir de 1988, tendencia que se aceleró con el final de la Guerra Fría y la desatención por la URSS de sus peones en diversas áreas estratégicas del mundo, de los que Mengistu, el marxista más riguroso de África, había sido un conspicuo exponente. Al cabo de tres años de desastres militares para el Ejército etíope -cuya desmesura sólo le sirvió para retardar el colapso al precio de una sangrienta guerra de desgaste-, el 23 de febrero de 1991 las dos guerrillas lanzaron sendas ofensivas coordinadas que a principios de mayo les situó a tiro de piedra de sus objetivos, Addis Abeba para el FDRPE y las capitales eritreas de Asab y Asmara para el FLPE.

El 21 de mayo Mengistu huyó al exilio, el 27 las avanzadillas del FDRPE alcanzaron Addis Abeba y al día siguiente entraron en la capital y rindieron a los últimos defensores gubernamentales. En las conversaciones de paz de Londres, concebidas sobre todo para evitar un baño de sangre, los mediadores de Estados Unidos no ocultaron su interés en la toma completa del poder por el FDRPE. Meles regresó inmediatamente de Londres y asumió la jefatura del Estado (desplazando al presidente en funciones dejado por Mengistu, Tesfaye Gabre Kidan) como presidente del Consejo Supremo del FDRPE. El mismo 27 de mayo fue proclamada la República de Etiopía, que dejaba de ser Socialista y Democrática.

Meles se encontró con la exigencia de reconstruir un país exangüe tras tres décadas de guerra (en realidad, una sucesión o solapamiento de múltiples guerras, tanto civiles como internacionales), purgas políticas inacabables y, sobre todo, terribles hambrunas por causa de la sequía y un uso irracional de los fondos públicos. Sólo los frentes bélicos habían causado desde 1974 medio millón de muertos, a los que debían sumarse los provocados por la represión interior de la dictadura de Mengistu, entre 50.000 y 200.000. Otro problema de envergadura era la reinserción a la vida civil de los 300.000 soldados desmovilizados del Ejército de Mengistu.

De momento, las fuerzas del FDRPE hubieron de acallar algunas rebeliones de facciones contrarias a su presencia en Addis Abeba, como el Partido Revolucionario del Pueblo Etíope (PRPE), que capturó la ciudad de Gondar antes de perderla a manos de los gubernamentales. Con las tomas de los importantes núcleos de Dire Dawa el 31 de mayo y Harar el 2 de junio, el FDRPE hizo irreversible su control sobre la gran mayoría del país.

El 23 de julio Meles, confirmado por una Conferencia Nacional celebrada entre el 1 y el 5 de ese mes con la participación de 24 grupos políticos y étnicos, tomó posesión al frente de un Gobierno Provisional de transición, con funciones de presidente interino de la República, si bien desde el 6 de junio ejerció un primer ministro también en funciones, Tamirat Laynie, dirigente del MDPE. La Conferencia Nacional estableció asimismo un calendario de proceso constituyente hasta la celebración de elecciones legislativas, los órganos de poder interinos (el legislativo quedó en manos de un Consejo de Representantes Populares de 87 miembros, cuyo presidente era también Meles) y la apertura de negociaciones con los eritreos para atender su deseo de independencia.

La consigna del FDRPE de construir un verdadero ejecutivo de unidad nacional fue aplicada con reservas. Aunque los tigrinos no se lanzaron a la toma del poder con intenciones excluyentes o chovinistas, sí desplazaron a los amharas de los puestos de responsabilidad, poniendo fin a su larga supremacía. Los oromos, que componían hasta el 40% de la población, fueron integrados en la dirección política, pero su representante inicial en el FDRPE, el Frente de Liberación Oromo (FLO), no tardó en situarse en la oposición entre acusaciones al FLPT de albergar intenciones hegemónicas y de minarle su base de poder en su región de asentamiento.

En junio de 1992 el FLO se retiró del Gobierno Provisional y se alzó en armas. Para no desvirtuar su mensaje nacional y pluriétnico, en lo sucesivo Meles se apoyó en la Organización Democrática del Pueblo Oromo (ODPO), partido moderado fundado en 1990 a instancias del FLPT para contrarrestar el predominio del FLO en las áreas oromo.

El pragmatismo de Meles se expresó bien en otros dos terrenos. En lo económico no tuvo ambages en renegar del modelo planificado marxista y emprender la senda del liberalismo, convenientemente financiada por el FMI y el Banco Mundial y con el patrocinio de Estados Unidos. Y con respecto a las aspiraciones del FLPE no opuso tampoco un sólo reparo a la celebración de un referéndum sobre la independencia del territorio y a la concesión de la misma si así lo decidían sus habitantes; en realidad, el proceso había sido pactado ya durante la guerra civil.

La tolerancia de Meles con los eritreos suscitó airadas contestaciones entre los nacionalistas etíopes, amharas o no, uno de cuyos referentes era la disidencia del PRPE y la por él auspiciada Coalición de Fuerzas Democráticas Etíopes (COFDE). Muchos amharas tradicionalistas no veían claro cómo un partido regional susceptible de caer en el secesionismo podía sostener la soberanía e integridad territorial del Estado etíope.

La luz verde al separatismo eritreo encerraba el peligro de alentar otras tendencias centrífugas en un país grande y complejo que nunca había compartido un verdadero sentimiento nacional, pero Meles y sus colaboradores confiaban en satisfacer las reivindicaciones de autogobierno con la Constitución federalista que estaba elaborándose. El eventual perjuicio económico de la independencia eritrea, pues ésta dejaría a Etiopía sin salida al mar Rojo, se difuminó en febrero de 1992 al acceder el FLPE a un usufructo compartido del puerto de Asab. Entonces la mutua gratitud por todos los años de cooperación en la guerra de guerrillas presidía las relaciones de Etiopía con sus vecinos.

Así, al régimen islámico-militar de Sudán se le permitió usar el territorio etíope para combatir más eficazmente a la guerrilla del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA), basada en las comunidades cristianas y animistas del sur. El caso es que, precisamente, el nuevo régimen de Addis Abeba se proyectó como una consolidación de cristianismo etíope en un período de pujanza de lo musulmán en toda la región. Así las cosas, el también cristiano y proamericano liderazgo de Eritrea ganó su referéndum en abril de 1993 y el 24 de mayo siguiente el país inició su andadura como Estado independiente, con Issayas Afeworki de presidente.

Pese a las tensiones que periódicamente sacudían el Gobierno Provisional y a la fragilidad de la paz civil, el proceso de institucionalización siguió su curso. El 21 de junio de 1992 se celebraron unas elecciones regionales que constituyeron una verdadera novedad en un país dos veces milenario que nunca había acudido a las urnas (fuera de los comicios de lista única registrados en 1987 bajo el régimen de Mengistu).

Aunque se desarrollaron sin incidentes y fueron validadas por los observadores extranjeros, las votaciones sufrieron el boicot del FLO y la Organización de los Pueblos Amhara (que como el anterior veía regateada su base de poder por un satélite del FLPT, el MDPE, desde 1994 denominado Movimiento Democrático Nacional Amhara, MDNA), los cuales acusaron al FDRPE de haber encarcelado a cientos de sus militantes y de manipular la transición constitucional para perpetuarse en el poder. En este primer ensayo de democracia la coalición de Meles se hizo con amplias mayorías.

Las elecciones a la Asamblea Constituyente discurrieron en dos vueltas el 6 y el 17 de julio de 1994 y no cuestionaron la primacía del FDRPE. En diciembre fue promulgada la nueva Carta Magna, que proclamaba el Estado federal y consagraba la articulación del país en nueve regiones de base étnica cuyo derecho a la secesión se reconocía. Con todo, el reparto de competencias decepcionó en las áreas de sentimiento particularista más arraigado, que no apreciaron en aquel el fundamento de una auténtica federación.

1995 fue el año en que culminó la transición política. El 5 de mayo se celebraron elecciones a la nueva Asamblea Federal y el FDRPE se adjudicó hasta 484 de los 550 escaños del Consejo de Representantes Populares o Cámara Alta. Los monitores internacionales destacaron la participación y el clima de libertad en la jornada, no obstante deslucida por el boicot de cuatro de los siete partidos con implantación federal.

El 22 de agosto el Gobierno Provisional transfirió sus poderes a la Asamblea electa y acto seguido esta eligió a Meles primer ministro de la República Democrática Federal de Etiopía proclamada dos días atrás, una oficina que, conforme al sistema de Gobierno parlamentario definido por la Constitución, iba a concentrar lo esencial de las potestades ejecutivas. El mismo día se eligió un presidente de la República -y por tanto jefe nominal del Estado- en la persona de Negaso Gidada, un oromo del ODPO que venía sirviendo como ministro de Información. Aquel mismo año Meles completó estudios a distancia con la Universidad Abierta del Reino Unido y recibió un máster en Administración de Empresas.

El Gobierno de Meles tenía poco que temer de las endebles oposiciones armadas (la más activa a mediados de la década era el Frente de Liberación Nacional de Ogadén, que estableció una alianza con el FLO), pero en el exterior se fraguaron frentes de discordia con Sudán y Eritrea, dejando claro que las fidelidades construidas en los años de lucha armada no iban a sobrevivir a los intereses estatales.

El atentado contra el presidente egipcio Hosni Mubarak en Addis Abeba el 27 de junio de 1995, que amargó a Meles su primer hospedaje de una cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA) -en la que fue elegido presidente anual de turno hasta 1996-, fue un punto de inflexión en las relaciones con Sudán, inmediatamente vinculado con el magnicidio frustrado. El Gobierno de Meles achacó a su homólogo sudanés el pretender expandir el Islam por el cuerno de África con métodos subversivos, cortó la cooperación con él e inauguró lazos con el SPLA, si bien en el verano de 1998 Addis Abeba iba a ser el escenario de unas negociaciones de paz entre la guerrilla de John Garang y el régimen de Jartum.

Mayor gravedad revistió el deterioro de las relaciones con Eritrea, preparada para reafirmar su soberanía nacional con planteamientos nacionalistas. La entrada en circulación en noviembre de 1997 de una moneda propia, el nafka, en sustitución del birr etíope, no fue aceptada por Addis Abeba, que exigió los pagos a cuenta en divisas fuertes y optó por canalizar sus importantes flujos comerciales, estimulados por una mayor apertura a los préstamos e inversiones extranjeros, hacia Djibouti. Además de esta porfía económica estalló una crisis fronteriza por la soberanía de las regiones tigrinas de Badame y Shiraro, dentro del nunca satisfactoriamente delimitado triángulo de Yirga, unos 400 km² de tierras áridas sin valor agrícola o mineral.

Cuando el 6 de mayo de 1998 tropas eritreas cruzaron la demarcación internacional y ocuparon la zona. Etiopía respondió enérgicamente movilizando las suyas. Las escaramuzas dieron lugar a partir del 5 de junio a operaciones bélicas abiertas y, sin solución de continuidad, a una guerra a gran escala, con la apertura de varios frentes terrestres, bombardeos aéreos (el aeropuerto de Asmara fue atacado por la aviación etíope en los primeros días de la contienda) y la participación de cientos de miles de soldados y todo tipo de equipos pesados.

Este extremadamente mortífero conflicto, para la comunidad internacional tan inaudito como estéril por protagonizarlo dos de los países más depauperados del planeta (la prensa de África Oriental no ahorró los calificativos, siendo el de "vergüenza del continente" uno de los más empleados), alternó fases de calma e intensidad y resistió durante dos años todos los intentos de mediación. El Gobierno de Afeworki negó haber iniciado la ofensiva en Badame y exigió a Etiopía un igual retorno a las posiciones anteriores al inicio de los combates. Meles no hizo gala de una menor intransigencia y replicó que lo que Asmara tenía que hacer era retirar su tropa invasora del suelo etíope.

El 1 de marzo de 1999 el Ejército etíope arrebató Badame al eritreo, pero semanas después sufrió una desastrosa emboscada en el frente de Tsorona. El impresionante coste en vidas y recursos de la guerra con Eritrea, aún bastante equilibrada, no fue óbice para que Meles, poniendo como motivo la actividad armada del FLO, ordenara el 15 de julio una incursión punitiva contra la región sureña somalí de Gedo, incluyendo la captura de la ciudad de Garba Harre, contra fuerzas adictas a Husayn Muhammad Farah Aydid, señor de la guerra hostil a la formación de un gobierno de unidad nacional en Mogadiscio y que además estaba siendo armado, como el FLO, por Asmara.

En mayo de 2000 la guerra con Eritrea experimentó un viraje favorable a las armas etíopes. El 12 de ese mes Etiopía lanzó una ofensiva general en torno a Badame, Zalambesa y Bure, cuya progresión hasta los accesos de Asab, luego de imponer la ONU un embargo de armas a ambas partes y de comenzar negociaciones de paz en Argel, forzó a Asmara a aceptar, el 9 de junio, el plan elaborado por la OUA para el cese de las hostilidades.

Aunque ya había liberado todo el territorio propio ocupado por los eritreos, dio la sensación de que el poder de Addis Abeba estuvo tentado a proseguir su marcha victoriosa y conquistar Asab ante una resistencia virtualmente derrumbada, pero esto le habría convertido en agresor ante la comunidad internacional. El 15 de junio Etiopía anunció a su vez que aceptaba el documento de la OUA y tres días después los respectivos ministros de Exteriores lo firmaron en la capital argelina.

Meles declaró que la guerra la había ganado su país, que los objetivos militares se habían cumplido y que por tanto no había inconveniente en acogerse a un marco de negociación que establecía el alto el fuego, la separación de los contendientes y el despliegue de una fuerza de la ONU que haría funciones de interposición hasta la demarcación definitiva de las fronteras internacionales.

Las previsiones eran del todo satisfactorias para Etiopía, ya que esos pacificadores se emplazarían básicamente en territorio eritreo a lo largo de una franja desmilitarizada de 25 km de ancho, y a ella se le concedía no retirar sus tropas de las posiciones ocupadas dentro de Eritrea (que superaban con creces el área objeto de disputa) en tanto los efectivos de la ONU no completasen su despliegue.

La paz fue formalizada con un apretón de manos por Meles y su otrora aliado guerrillero en Argel el 12 de diciembre, en presencia del presidente Abdelaziz Bouteflika. Aunque las cifras son difíciles de cuantificar, la última guerra interestatal del siglo XX segó no menos de 120.000 vidas, entre militares y civiles de los dos países, si bien todo indica que fue Etiopía el que se llevó la peor parte de esta matanza, considerada insensata y absurda en el extranjero.

Entre los observadores cundió la impresión de que la guerra contra Eritrea había sido un excelente recurso político. La apelación al nacionalismo etíope permitió distraer la atención sobre las múltiples problemáticas internas y acallar a los que percibían favoritismos protigrinos en el Gobierno y la administración.

Desde otro lado, Estados Unidos asistió consternado e impotente a esta guerra "fratricida" entre los que hasta entonces habían sido presentados como firmes aliados estratégicos en la región y valiosos valladares contra el activismo islámico. Washington guardaba gratitud a Meles por jugar a fondo sus influencias en Somalia, desde 1991 disgregada en unos reinos de taifas de facciones y clanes armados, y facilitar el reembarque en 1994 de la malparada expedición militar enviada en 1992 con propósito humanitario.

El 14 de mayo de 2000, en lo culminante de la refriega con los eritreos, los etíopes acudieron a las urnas para renovar la Asamblea Federal. Los partidos del FDRPE se beneficiaron grandemente del fervor patriótico que recorría el país, que temporalmente eclipsó las serias acusaciones contra el régimen de tolerar la corrupción masiva, de perseguir a la prensa y de exhibir un autoritarismo cuasi dictatorial: el ODPO consiguió 177 escaños, el MDNA 134, el FLPT 38 y la lista específica del FDRPE para Addis Abeba, 19.

En marzo de 2001 Meles zanjó en favor del oficialismo una seria disputa surgida en los órganos ejecutivos del FDRPE y el FLPT. Destacados tigrinos que habían ocupado altos puestos en el régimen desde 1991 fueron destituidos del Buró Político y del Comité Central de la primera organización por criticar públicamente tanto el desenlace del conflicto con Eritrea, juzgado como magnánimo cuando se podía haber prolongado la ofensiva final y puesto de rodillas al régimen de Asmara, como los últimos acuerdos crediticios de Meles con el FMI y el Banco Mundial, valorados como "demasiado flexibles" en referencia al compromiso adquirido para acelerar la liberalización.

El primer ministro explicó que el país necesitaba los cerca de 600 millones de dólares liberados por ambos organismos para acometer los gastos de la reconstrucción posbélica. En abril siguiente el enrarecido clima político se caldeó con los peores disturbios populares desde 1991, en los que la Policía abatió a 40 estudiantes y arrestó a otros tantos políticos opositores.

(Cobertura informativa hasta 1/6/2001)