Martin Schulz
Miembro (2004-2017) y presidente (2012-2017) del Parlamento Europeo; presidente del SPD (2017-2018)
Enarbolando los estandartes de la "justicia social" y el "refuerzo de Europa", Martin Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo y líder del Partido Socialdemócrata (SPD), se presenta a las elecciones legislativas del 24 de septiembre de 2017 en Alemania dispuesto a arrebatar la Cancillería Federal a la democristiana Angela Merkel, inexpugnable titular del cargo desde hace 12 años y frente a la que se ofrece como alternativa. Una empresa, indican los sondeos, sumamente complicada que Schulz se afana en hacer creíble presentando como avales meritorios su dinámica personalidad, su marcado perfil progresista y europeo, su programa orientado a rescatar ciertas esencias socialdemócratas y su no participación personal ni en este (2013-2017) ni en el primer (2005-2009) gobierno de Gran Coalición con los conservadores de la CDU/CSU. Sin embargo, su deseo de que no le asocien a los aspectos controvertidos del legado de Merkel no puede hacer olvidar lo obvio, que sus colegas, de los que ahora es jefe partidario, han sido en todos estos años cohacedores de las mismas estrategias económicas que él, cuando dirigía el hemiciclo europeo, fustigaba con regularidad.
Renano, antiguo librero de profesión y sin formación universitaria, Schulz fue durante dos décadas uno de los miembros más conocidos del Parlamento Europeo, donde debutó en 1994, en virtud de su verbo directo, su estilo vehemente y sus firmes convicciones. Investido presidente de la Eurocámara en 2012 y, registro inédito, reelegido en 2014 para un segundo mandato de medio lustro en el marco de un pacto de legislatura entre su grupo, la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D), y el Partido Popular Europeo (PPE), el representante germano siempre procuró hacer valer la opinión de su institución, la única de la UE elegida directamente por los ciudadanos pero tradicionalmente marginada de las grandes discusiones políticas, en las decisiones emanadas de las cumbres del Consejo y el Eurogrupo, es decir, los gobernantes nacionales. Ello estaba en consonancia con la ampliación de poderes que en 2009 el Tratado de Lisboa otorgó al Parlamento.
Tras las elecciones europeas de 2014, Schulz, a rebufo de la mayoría reeditada por el PPE, perdió ante el luxemburgués Jean-Claude Juncker en la carrera por el cargo de presidente de la Comisión Europea. En aquella campaña, el aspirante del Partido de los Socialistas Europeos (PSE) sostuvo la necesidad de conjugar las recetas de austeridad antidéficit con políticas específicas para el crecimiento y el empleo, criticó los recortes sociales en los escenarios de recesión o estancamiento y defendió la emisión de eurobonos para enfrentar la crisis de las deudas soberanas de la Eurozona. Acérrimo defensor de la moneda común, advirtió que la UE podía "fracasar" si no complementaba su unión económica y monetaria con una unión política. Los "populismos peligrosos", las "fuerzas centrífugas" y las tendencias a la "renacionalización", junto con la falta de un "pacto social" y el peso creciente del componente intergubernamental, eran, a su entender, las principales amenazas que se cernían sobre la construcción europea.
En su segundo mandato a caballo entre Bruselas y Estrasburgo, Schulz vio dominada su agenda por asuntos tan candentes como el interminable rescate financiero de Grecia, la crisis de los refugiados, las sanciones a Rusia, el naufragio de las negociaciones de adhesión de Turquía y, muy en especial, el tremendo vendaval del Brexit, que suscitó en él un apasionado llamamiento a no sucumbir a la tentación euroescéptica y a atacar de frente todas las patologías que minaban la Unión con una enérgica reacción integracionista, una actitud mucho más transparente y al servicio de los ciudadanos por parte de los dirigentes, y una mejor pedagogía de los logros supranacionales del proyecto europeo.
La conclusión de su influyente mandato europeo en enero de 2017 no vino a interrumpir las consignas del combativo político alemán, al que su agrupación reclamaba para guiarla en casa, donde el SPD, presa de las contradicciones, vislumbraba un futuro electoral lúgubre por la pérdida de la confianza de sus votantes de siempre. En marzo siguiente, Schulz, el posible salvador de un partido desgastado en horas muy bajas, el tribuno fogoso cercano a la gente y empático con los desencantados, fue proclamado oficialmente tanto presidente del SPD como cabeza de lista para las federales del otoño, asumiendo unos cometidos a los que renunció voluntariamente Sigmar Gabriel, el vicecanciller y ministro de Exteriores. El "efecto Schulz" disparó de inmediato en los sondeos al SPD, poniéndose hombro con hombro con la CDU/CSU, y durante unas semanas los socialdemócratas se ilusionaron con que esta vez iban a ganar la partida en la que fallaron Gerhard Schröder en 2005, Frank-Walter Steinmeier (hoy, presidente federal) en 2009 y Peer Steinbrück en 2013.
No obstante, toda esta ola de entusiasmo se vino rápidamente abajo por la sucesión de desastres en las elecciones estatales de Sarre, Schleswig-Holstein y, sobre todo, Renania del Norte-Westfalia. La pérdida, en junio, a manos de los democristianos del Gobierno del land más poblado de Alemania resultó doblemente dolorosa para Schulz al tratarse de su terruño. Este último episodio ilustra hasta qué punto el postulante a la Cancillería carece de un caladero de votos personal. Ahora, Schulz, inasequible al desaliento y aferrado al optimismo, libra una campaña muy cuesta arriba tratando de arrastrar los debates a su argumentario de la equidad, la solidaridad y la superación de los "desequilibrios" y las "grietas" abiertos en la sociedad alemana, más cuando las cuestiones de los refugiados, la inmigración y la seguridad antiterrorista, absorbentes entre 2015 y 2016, en conjunto, parecen no inquietar tanto a los electores. Se trata de un repertorio social de defensa de los trabajadores, protección de las familias y hostilidad a los fraudes y privilegios de la gran empresa que incluye marcar distancias de la Agenda 2010, las reformas estructurales de sesgo liberal implementadas por Schröder y luego preservadas por Merkel.
Schulz, descrito por la prensa del continente como la "última esperanza" de las socialdemocracias alemana y europea, denuncia con fiereza toda fuerza nacionalista de derechas, populista o xenófoba, ya se trate del partido Alternativa por Alemania (AfD), del movimiento Pegida o de Donald Trump. Ahora bien, no deja de ser un político ideológicamente moderado que mira con prevención al partido socialista democrático y anticapitalista Die Linke, sin el cual, y sumándose en tripartito Los Verdes, el SPD no puede plantearse gobernar Alemania desde la Cancillería y con la CDU en la oposición. A diferencia del británico Jeremy Corbyn o el francés Benoît Hamon, Schulz, que acepta con convicción el Pacto Fiscal Europeo y el freno constitucional al déficit y la deuda impuestos por Merkel, no ha dado ningún abrupto volantazo a la izquierda. Lo demuestra el hecho de que en varios temas clave (impuestos, inmigración, refugiados, Islam, Europa, relaciones internacionales) los programas del SPD y la CSU/CSU, que comparten más consensos de los que les gustaría reconocer, convergen en mayor o menor grado.
(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 6/9/2017. Para una información adicional, puede consultarse el el documento especial de CIDOB sobre las elecciones federales alemanas de 2017. Estas elecciones se saldaron con una fuerte derrota para el SPD, que cayó a mínimos históricos. Inicialmente, Schulz descartó un nuevo Gabinete de Gran Coalición con la CDU/CSU de Angela Merkel, pero luego se propuso como el número dos del Gobierno Federal a cambio de dejar la presidencia del SPD. Sin embargo, ante las críticas internas que este plan suscitó, Schulz optó por renunciar en favor de Olaf Scholz. El 13/2/2018 Schulz abandonó el liderazgo del SPD y este fue asumido en funciones por Scholz , designado también para fungir de vicecanciller federal en el cuarto Gobierno Merkel). |
1. De librero a eurodiputado
2. Cabeza de la Cámara de Estrasburgo para el período 2012-2014
3. Candidato socialista a presidir la Comisión Europea y derrota frente a Juncker
4. Segundo mandato al frente del Parlamento Europeo; las agitaciones de Grecia y el Brexit
5. Líder del SPD y aspirante a canciller en las elecciones de 2017 al Bundestag
1. De librero a eurodiputado
Hijo de un policía local y con cinco hermanos. Tras cursar la educación secundaria, que no llegó a terminar, con una impronta católica en el Heilig Geist Gymnasium de Broich, población renana contigua a Aquisgrán y luego anexionada al municipio de Würselen, el futuro mandatario europeo comenzó a ganarse la vida como empleado de librería. Su ambición de juventud era convertirse en futbolista profesional, pero una grave lesión de rodilla dio al traste con este sueño. Aquella frustración, informan medios alemanes, sumió al joven en una depresión que lo condujo al alcoholismo, adicción que consiguió superar, hasta el punto de volverse abstemio. Desde 1977 Schulz trabajó en varios comercios del gremio librero y como vendedor para editoriales. En 1982 abrió en Würselen su propio establecimiento de venta, que regentó durante doce años.
Su militancia política se remonta a los 19 años, en 1974. Entonces se unió a los Jusos, las Juventudes del Partido Socialdemócrata (SPD), el cual gobernaba Alemania con los cancilleres Willy Brandt y Helmut Schmidt. Esta era la agrupación a la que pertenecía su padre Albert, en tanto que su madre Clara, más conservadora y católica devota, era miembro de la Unión Cristiano Demócrata (CDU). En 1984 Schulz salió elegido concejal en el Ayuntamiento de Würselen y tres años después, recién entrado en la treintena de edad, se convirtió en el burgomaestre (alcalde) de la localidad. En la década de los noventa fue ascendiendo en la organización interna del SPD, ingresando sucesivamente en el Parteirat o Consejo territorial en 1991, en la ejecutiva del distrito de Mittelrhein en 1995 (donde un año más tarde asumió la presidencia del subdistrito de Aquisgrán) y en 1999, ya en tiempos del liderazgo nacional de Gerhard Schröder, en el Parteivorstand o Ejecutiva Federal.
El debut de Schulz en el Parlamento Europeo fue a raíz de las elecciones de junio de 1994, saldadas con mayoría para la lista del Partido de los Socialistas Europeos (PSE), del que el SPD era miembro. En su primera legislatura europea, que hasta 1998 compatibilizó con la alcaldía de Würselen, el socialdemócrata alemán coordinó por cuenta del Grupo Socialista la Subcomisión de Derechos Humanos y desde 1996 la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior. En el siguiente quinquenio, de 1999 a 2004, desempeñó las funciones de presidente de la delegación del SPD en la Eurocámara y, desde 2002, primer vicepresidente del Grupo Socialista, flanqueando al español Enrique Barón. En esta legislatura, la mayoría parlamentaria recayó en los conservadores y democristianos del Partido Popular Europeo-Demócratas Europeos (PPE-DE).
El 2 de julio de 2003 Schulz se dio a conocer al gran público por su sonado encontronazo con el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, presente en el hemiciclo para dar cuenta del programa de la presidencia semestral italiana del Consejo de la UE. En su turno de intervención, el diputado, con gran vehemencia y profusión de ademanes, puso en solfa el europeísmo de los miembros del Gobierno italiano a la hora de aplicar el pilar de la cooperación judicial y policial, y arremetió contra la "anomalía italiana" y contra "el virus del conflicto de intereses y el peligro de que se extienda como un cáncer en Europa", en obvia alusión al político-empresario.
En su réplica, Berlusconi, con tono burlón, le dijo al alemán de una tacada: "Señor Schulz: conozco en Italia a un productor que está haciendo una película sobre los campos de concentración nazis. Le voy a sugerir que le contrate para el papel de kapo. Estaría perfecto". El comentario airó al Grupo Socialista, que exigió una retractación. Berlusconi intentó restar importancia a sus palabras, que situó en clave de "ironía", pero se negó a disculparse ante Schulz, a menos que este le pidiera disculpas a él toda vez que le había "ofendido gravemente en el plano personal".
Con el arranque de la siguiente legislatura, el 5 de julio de 2004, de nuevo bajo la mayoría del PPE-DE, Schulz sustituyó a Barón en la presidencia del Grupo del PSE. Esta posición era diferente de la presidencia del PSE propiamente dicho, la cual pasó entonces del británico Robin Cook al danés Poul Nyrup Rasmussen. Ese mismo año Schulz fue elegido vicepresidente de la Internacional Socialista. Por lo que se refiere al SPD, en noviembre de 2005 el eurodiputado accedió a su Presidium, máximo órgano dirigente del partido, coincidiendo con el cambio de guardia propiciado por la dimisión de Franz Müntefering, breve sucesor de Schröder en el liderazgo y ahora vicecanciller en el nuevo Gobierno de Gran Coalición, fruto de las ajustadísimas elecciones federales del 18 de septiembre, que encabezaba la líder democristiana Angela Merkel; en aquella ocasión, fueron elegidos presidente del SPD Matthias Platzeck (quien dimitió al cabo de unos meses, siendo reemplazado por Kurt Beck) y secretaria general Andrea Nahles.
El 7 de junio de 2009 Schulz, que tenía su residencia particular en Hehlrath, una pequeña localidad de Renania del Norte-Westfalia cercana a Aquisgrán, se presentó por cuarta vez consecutiva a unas elecciones europeas. La lista socialdemócrata por él encabezada, con el 20,8% de los votos y 23 escaños, volvió a ser derrotada por la de la CDU/CSU, registro que con diferentes horquillas venía repitiéndose en todos los comicios europeos, siete ya, celebrados desde 1979. Días después, el 23 de junio, el Grupo Socialista, de nuevo a la zaga de los populares en el reparto de escaños, adoptó la propuesta de su presidente de cambiarse de nombre, adoptando el de Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D). La nueva denominación pasó a amparar a los partidos del PSE y a todos los diputados del Partido Democrático (PD) de Italia, que hasta ahora, debido a la diversidad ideológica en su seno, se habían repartido entre el Grupo Socialista y el Grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ADLE).
Asimismo, Schulz dirigió las negociaciones con el PPE para votar conjuntamente la investidura del liberal polaco Jerzy Buzek, antiguo primer ministro de su país, como presidente de la Cámara en sustitución de otro representante del PPE, el democristiano alemán Hans-Gert Pöttering. Se alcanzó un pacto legislativo que estipulaba que Buzek presidiría la institución hasta la mitad de la legislatura, en enero de 2012, momento en el cual pasaría el testigo a un socialista. Informalmente, se acordó que esa persona fuera Schulz. Buzek fue elegido el 14 de julio.
Por cierto, fue gracias a una iniciativa de Schulz que el veterano líder de la extrema derecha francesa, Jean-Marie Le Pen, eurodiputado desde 1984, se quedara sin presidir la sesión inaugural del Parlamento el 14 de julio de 2009, función que le había correspondido al tratarse del miembro de más edad. Tras valorar como "inaceptable" esa posibilidad, Schulz y su grupo colaron en el orden del día una enmienda exprés de las normas de procedimiento que fue aprobada en mayo, antes de los comicios: en adelante, las sesiones inaugurales serían presididas bien por el presidente saliente, bien por uno de sus 14 vicepresidentes. "No puede darse a un político que continúa diciendo que las cámaras de gas son un detalle de la historia el honor de presidir este Parlamento, que simboliza la reconciliación entre los pueblos de Europa", añadió en aquella ocasión Schulz. Comprensiblemente irritado, Le Pen replicó: "El señor Schulz tiene la cara de Lenin y habla como Hitler".
En paralelo a las conversaciones con el PPE, el jefe del Grupo de los S&D y su colega al frente del PSE, Rasmussen, manifestaron su oposición a la reelección de José Manuel Durão Barroso, que gozaba del respaldo del Consejo Europeo, para un segundo período como presidente de la Comisión Europea, cuyos miembros necesitaban la aprobación del Parlamento. Como alternativa, los S&D, el Grupo Verde de Daniel Cohn-Bendit y el Grupo de la ADLE barajaron la candidatura de Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, presidente del último grupo citado y reconocido federalista. Tras conocer las promesas programáticas del político portugués en una serie de capítulos (economía, desempleo, energía, cambio climático) y expuestas con un acento social, los socialistas flexibilizaron su postura y Schulz ofreció el voto favorable en la investidura a cambio de "un equilibrio político entre derecha e izquierda" en el próximo colegio de comisarios.
Toda vez que no quedaron satisfechos, los S&D decidieron finalmente abstenerse en la votación del 16 de septiembre de 2009, que dio luz verde a la Comisión Barroso II, si bien una treintena de diputados socialistas, en su mayoría portugueses y españoles, se desligó de la consigna oficial y votó a favor; su disidencia resultó decisiva para la reelección de Barroso. Dos meses después, el 16 de noviembre, Schulz fue nombrado coordinador europeo del SPD, con la misión de mejorar la comunicación interna entre los representantes europeos y los cargos de los diferentes niveles de representación nacional. Para entonces, su partido ya se encontraba en la oposición en el Bundestag de Berlín, pues desde el 28 de octubre Merkel gobernaba apoyada en los liberales del FDP. Este era el desenlace de las elecciones federales del 27 de septiembre anterior, en las que los socialdemócratas, llevando como postulante a la Cancillería a Frank-Walter Steinmeier, ministro saliente de Exteriores a la par que vicecanciller en el Gobierno de Gran Coalición, se habían dejado 76 diputados.
El 24 de noviembre de 2010 el eurodiputado se vio envuelto en otro incidente verbal, no provocado por él aunque inseparable de la ojeriza que su dialéctica efusiva solía despertar en algunos adversarios ideológicos. Mientras intervenía ante el pleno de Estrasburgo, donde defendía una mayor unidad de los países del euro frente a la crisis financiera, Schulz fue interrumpido por el británico Godfrey Bloom, del derechista y eurófobo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), con la exclamación "Ein Volk, ein Reich, ein Führer!" ("Un pueblo, un imperio, un líder", conocido lema de la Alemania nazi). "Creo que esta persona está más cerca de quienes dijeron eso en Alemania que yo", respondió Schulz con aplomo. A continuación, Bloom tomó la palabra e insistió en sus ataques al político alemán, calificándole de "fascista antidemocrático". Acto seguido, el presidente de la Cámara, Buzek, expulsó al parlamentario británico de la sala haciendo uso de lo establecido en el reglamento de la institución.
El lenguaraz Bloom le tenía ganas a Schulz desde que este, en el debate sobre el futuro del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, había vertido críticas al papel jugado por el Reino Unido, que sin ser miembro de la Eurozona se estaba involucrando en las discusiones que afectaban a la misma. De corrido, Schulz había dicho que a algunos euroescépticos les encantaría que la UE se fuera a pique. Continuando con la gresca, el diputado holandés Barry Madlener, del partido derechista radical PVV de Geert Wilders, intervino para calificar de "inconsistente" la decisión de Buzek de echar a Bloom del plenario por este incidente, ya que anteriormente, en marzo, el propio Schulz había empleado el término "fascista" para describir a su colega de bancada del PVV Daniël van der Stoep, solo que entonces Buzek no había impuesto ninguna sanción.
2. Cabeza de la Cámara de Estrasburgo para el período 2012-2014
El 13 de septiembre de 2011 el Grupo de los S&D aprobó por unanimidad la candidatura de su presidente a titular de la Eurocámara. Conforme a lo pactado y establecido en 2009, la votación plenaria tuvo lugar en la sede de Estrasburgo el 17 de enero de 2012, al cumplirse los 30 meses del mandato de Buzek, y no arrojó sorpresas: con una confortable mayoría de 387 votos, sumados por socialistas, populares, liberaldemócratas y verdes, Schulz fue elegido vigésimo tercer presidente del Parlamento Europeo desde su constitución en 1962 y el décimo cuarto desde que en 1979 la institución empezara a elegirse por sufragio universal. Antes que él, otros cuatro alemanes habían desempeñado el cargo: Walter Behrendt (1971-1973, socialdemócrata), Egon Klepsch (1992-1994, democristiano), Klaus Hänsch (1994-1997, socialdemócrata), y Hans-Gert Pöttering (2007-2009, democristiano).
En la elección del 17 de enero de 2012 se depositaron 670 votos válidos sobre 754 diputados, parte de los cuales fueron para dos candidatos rivales sin ninguna posibilidad de salir elegidos, el conservador británico Nirj Deva (142 votos), por el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (GCRE), y la también británica, pero liberaldemócrata, Diana Wallis (141 votos), que se postulaba a título independiente y que consiguió las preferencias de un nutrido grupo de diputados de diversas bancadas. En su discurso de inauguración, Schulz, con su énfasis habitual, criticó la escasa eficacia y la falta de transparencia, por sus formatos a espaldas del Parlamento y los ciudadanos, de las sucesivas cumbres convocadas por los líderes europeos para dar respuestas a la tremenda crisis de la Eurozona. Objetivos de su mandato de dos años y medio iban a ser, adelantó, "revertir esta tendencia a la renacionalización de la elaboración de políticas" y "ayudar al Parlamento Europeo a realzar su perfil como foro de debate partidista, democrático e informado sobre el futuro del curso político de la Unión Europea".
En alusión a la tormenta de las deudas soberanas del euro y a la crítica situación en Grecia, Schulz apuntó que "por primera vez desde su fundación, el fracaso de la Unión Europea es una posibilidad real". Él, añadió, no pretendía ser "un presidente ameno", sino "un presidente que, si es necesario, luchará para asegurar que el Ejecutivo muestre al Parlamento el respeto que merece, que dará la cara cuando los intereses de los ciudadanos europeos estén en riesgo (…) Un presidente que hará todo lo que esté en su mano para recuperar la confianza de la población en el proceso de integración europea y restablecer el entusiasmo público por Europa". En las semanas y meses que siguieron a su asunción, Schulz, relevado en el liderazgo parlamentario de los S&D por el socialdemócrata austríaco Hannes Swoboda, realizó abundantes comentarios y declaraciones sobre la preocupante situación de la UE.
A finales de abril de 2012, al hilo de lo dicho en la víspera de su elección sobre que la canciller de su país, Merkel, "haría bien en no dar la impresión de ser la que ordena y manda" en la UE, confesó su "temor a una ruptura entre el norte y el sur de Europa" si esta no corregía la "grave contradicción" que suponía contar con una unión económica y monetaria pero no con una unión política, ni con un "Gobierno económico europeo que responda de la política del euro y de toda la actuación económica". Para él, era menester "combinar las políticas de recortes y austeridad, como las que preconiza el Gobierno de Angela Merkel, con políticas de crecimiento y estímulo del empleo".
El 30 de enero de 2012, en el curso de la reunión informal de los miembros del Consejo Europeo en Bruselas, cita de la que salió un acuerdo a 25 (todos los gobiernos salvo el británico y el checo) sobre el futuro Pacto Fiscal de la UEM, el jefe parlamentario advirtió que "la unión fiscal sin control parlamentario es inaceptable". "Sí, unas políticas presupuestarias sensatas son esenciales para mantener el endeudamiento nacional bajo control; sí, reducir la deuda es una simple cuestión de justicia intergeneracional", reconocía Schulz. Pero la Eurocámara, continuaba argumentando su presidente, se mostraba escéptica porque "el pacto fiscal eleva la disciplina presupuestaria al estatus de panacea para todos los males asociados a la crisis de la deuda" y "no será suficiente, junto con las medidas de austeridad adoptadas por muchos países, para generar crecimiento económico y empleos".
En su alocución a los jefes de Estado y de Gobierno, Schulz reclamó asimismo una tasa europea sobre las transacciones financieras, la creación de una agencia europea de calificación de deuda y la emisión de eurobonos, que le parecían "un arma poderosa contra la especulación y las altas tasas de interés". Estas palabras fueron escuchadas por su paisana, Merkel, quien ya había manifestado por activa y por pasiva su oposición frontal a dicho recurso. En mayo de 2012 Schulz reiteró que la UE podía "fracasar" si solo era económica y no política, pero también subrayó, al alimón esta vez con Durão Barroso, su rechazo a la posibilidad de renegociar el Pacto Fiscal (de nombre oficial Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la UEM, firmado finalmente en Bruselas el 2 de marzo como un tratado intergubernamental a 25), tal como quería el presidente electo de Francia, el socialista François Hollande. Para Schulz, lo pertinente era alcanzar un "pacto político" complementario al Pacto Fiscal para incorporar al esfuerzo común las políticas de crecimiento y empleo en paralelo a la lucha contra el déficit y las reformas estructurales.
El 10 de diciembre de 2012 Schulz, Durão Barroso y el presidente del Consejo Europeo desde diciembre de 2009, el belga Herman van Rompuy, fueron los encargados de recoger en Oslo el Premio Nobel de la Paz de ese año, concedido a la UE el 12 de octubre anterior "por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia, y los Derechos Humanos en Europa".
A lo largo de 2013 el líder parlamentario europeo continuó haciendo declaraciones contundentes y entonando un combativo discurso político, siempre en clave supranacional. La diana de sus críticas fue, invariablemente, el componente intergubernamental de la UE. En enero, durante la conferencia de alto nivel para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), Schulz afirmó que era "una vergüenza" y "totalmente inaceptable" que en España la tasa de paro llegara al 26%, el doble en el caso de la tasa de paro juvenil, y que las elevadas cifras del desempleo en la UE demandaban que su reducción fuera el "primer objetivo" de las políticas comunitarias. Tal como él lo veía, las políticas de recortes fiscales y alzas de impuestos eran "meramente una manera de sacarle dinero al contribuyente para dárselo a los bancos". Este trasvase se producía en una UE, continuaba diagnosticando Schulz, donde la inequidad social y económica había alcanzado unos "niveles catastróficos".
En febrero siguiente, próximos a cumplirse diez años desde su célebre altercado verbal con Berlusconi en la Eurocámara, Schulz advirtió que Italia se "jugaba la confianza" recuperada como país en los meses de gestión tecnocrática del primer ministro Mario Monti si en las próximas elecciones generales resultaba vencedor el cuatro veces presidente del Consejo, cuyas "acciones irresponsables" y "aventuras personales" habían hecho a Italia "entrar en barrena". Luego, con los resultados de los comicios sobre la mesa, que no permitían a los pírricos vencedores, los demócratas centroizquierdistas de Pier Luigi Bersani, formar gobierno sin el concurso del centro-derecha de Berlusconi, el político socialista alemán dictaminó que estas elecciones reflejaban la insatisfacción de los italianos con los "recortes unilaterales".
En abril, en una entrevista para el periódico español El País, Schulz volvió a dejar claro su desacuerdo con la política de "austeridad a ultranza" de Merkel, calificó de "drama" que los otros 26 miembros del Consejo Europeo estuvieran "unánimemente de acuerdo" con las "muy radicales posiciones económicas" de la canciller, a su vez "compartidas" por la Comisión, y reiteró su propuesta de "combinar la necesaria disciplina con estímulos estratégicos para que vuelvan el crecimiento y el empleo".
"Si seguimos con la política de recortes sin que la gente vea una salida a la crisis, perderemos credibilidad. Y ojo: si Europa pierde el apoyo de la gente, está abocada al fracaso", avisaba Schulz, para añadir: "No hay alternativa al proyecto europeo, salvo las utopías regresivas que plantean algunos populismos peligrosos. Pero es cierto que Europa está amenazada. Están surgiendo fuerzas centrífugas, hay quienes quieren una renacionalización capaz de desestructurar la UE. El apoyo popular que reciben es creciente; a menudo, por falta de esperanzas. Eso tiene que cambiar" Con motivo del Día de Europa, el 9 de mayo, jornada que conmemora la Declaración Schuman de 1950, génesis que fue de la constitución de la Comunidad Económica Europea en 1957, Schulz lanzó a los ciudadanos y las administraciones europeos el pedido de asumir un "compromiso para cambiar" Europa.
Ahora en clave de política doméstica alemana, Schulz, antes y después de las elecciones al Bundestag del 22 de septiembre de 2013, las cuales fueron ganadas ampliamente por la CDU/CSU hasta el borde de la mayoría absoluta, instó a sus colegas del SPD, ineludibles socios de los conservadores en un Gobierno de Gran Coalición similar al de 2005-2009, a obligar a Merkel a aceptar un giro en política europea con la incorporación de estímulos específicos del crecimiento y el empleo, en particular el destinado a los jóvenes. Aunque este capítulo europeo fue incluido en el acuerdo cerrado el 27 de noviembre por Merkel y el presidente del SPD, y vicecanciller federal en ciernes, Sigmar Gabriel, como compromiso no pasaba de la vaguedad genérica.
La impresión general fue que Merkel, a cambio de transigir con algunos de los pilares del programa electoral de los socialdemócratas para devolver la "justicia social" a Alemania (como la introducción legal del salario mínimo, la flexibilización de la jubilación a los 67 años y el refuerzo de la regulación bancaria), obtenía manos libres para seguir imponiendo en la UE sus criterios de unión bancaria sin unión de la deuda (o sea, el descarte taxativo de los eurobonos y de cualquier otra fórmula para "colectivizar" las deudas nacionales) y de austeridad prioritaria sobre el crecimiento. En otras palabras, la dirección del SPD no satisfizo la demanda europea de Schulz.
3. Candidato socialista a presidir la Comisión Europea y derrota frente a Juncker
El Tratado de Lisboa, que reformó el Tratado de la Unión Europea y el Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea, firmado en la capital portuguesa por los jefes de Estado y de Gobierno el 13 de diciembre de 2007 y en vigor, al cabo de un complejo proceso de ratificación nacional, desde el 1 de diciembre de 2009, amplió notablemente los poderes del Parlamento Europeo al generalizar el procedimiento de codecisión legislativa con el Consejo y establecer la aprobación conjunta del presupuesto anual de la UE elaborado por la Comisión. Este Parlamento con atribuciones reforzadas fue el que Schulz comenzó a presidir en enero de 2012.
Otra novedad importante del Tratado de Lisboa era la previsión, a estrenar en 2014, es decir, cuando expirase el mandato de Schulz como titular de la Eurocámara, de que el presidente de la Comisión Europea fuera elegido conjuntamente por el Parlamento y el Consejo. Hasta ahora, el jefe del colegio de comisarios era escogido exclusivamente por el Consejo en decisión consensuada por sus miembros y el Parlamento se limitaba a aprobarlo. Así, el nuevo articulado del Tratado de la Unión Europea establecía que: "Teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo y tras mantener las consultas apropiadas, el Consejo Europeo propondrá al Parlamento Europeo, por mayoría cualificada, un candidato al cargo de Presidente de la Comisión. El Parlamento Europeo elegirá al candidato por mayoría de los miembros que lo componen. Si el candidato no obtiene la mayoría necesaria, el Consejo Europeo propondrá en el plazo de un mes, por mayoría cualificada, un nuevo candidato, que será elegido por el Parlamento Europeo por el mismo procedimiento".
Con arreglo a esta disposición, que en realidad, tal como estaba formulada, no garantizaba que el próximo presidente de la Comisión fuera a salir del grupo político ganador de los comicios, los partidos presentados al Parlamento podían designar "candidatos" a presidente de la Comisión en las elecciones de 2014. Era de esperar que, con la Cámara constituida, el Consejo, por medio de su presidente, Van Rompuy, iniciara una amplia ronda de consultas con las fuerzas políticas representadas y, atendiendo a la composición del hemiciclo, adoptaría una candidatura con coherencia democrática que sería sometida a la votación del Parlamento, previos comparecencia del candidato ante los diputados y debate de investidura.
En el caso del PSE, presidido desde noviembre de 2011 por el ex primer ministro búlgaro Sergey Stanishev, la cuestión de la candidatura a la presidencia de la Comisión estuvo bastante clara desde el principio. El aspirante nato y virtualmente sin rivales era Schulz, quien seguía formando parte de la presidencia del PSE. Con todo, el PSE, con 32 partidos miembros de todos los Estados de la UE, aplicó escrupulosamente el cronograma diseñado en 2011 para la selección y proclamación del candidato. Formalmente se trataba de un proceso de primarias abierto a la competición de precandidatos.
El plazo para la presentación de nominaciones estuvo abierto durante todo el mes de octubre de 2013. La del alemán fue la única nominación materializada, el 10 de octubre. Durante meses, se barajaron una serie de aspirantes alternativos, como el ex presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, la primera ministra en ejercicio danesa Helle Thorning Schmidt, el ministro holandés de Exteriores Frans Timmermans y el director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), el francés Pascal Lamy. Otros nombres mencionados, pero solo de pasada, fueron los del canciller austríaco Werner Faymann, el presidente esloveno Borut Pahor, el ex primer ministro portugués José Sócrates, la ex comisaria y ministra sueca Margot Wallström, el ex ministro holandés Wouter Bos y el propio Stanishev.
El 6 de noviembre de 2013, sin sorpresas, la presidencia del PSE reunida en Bruselas ratificó que Schulz era su "candidato designado". El presidente del partido, Swoboda, destacó que el nominado siempre había "representado una visión justa y socialmente equilibrada de Europa". Ahora, el titular de la Eurocámara tenía por delante cuatro meses para reunirse in situ con los miembros de los partidos nacionales. En esta gira de viajes, explicó Schulz, tendría la oportunidad de "escuchar las ideas y preocupaciones" de sus correligionarios europeos. El 26 de enero de 2014 Schulz fue elegido además cabeza de lista del SPD para las elecciones europeas, a celebrar finalmente, en el caso de Alemania, el 25 de mayo y no en junio como venía siendo la costumbre, con el respaldo del 97,3% de los delegados asistentes a un congreso celebrado en Berlín.
El 12 de febrero, Schulz, de visita oficial en Israel, osó, aunque no sin antes defender de manera inequívoca el "derecho de existencia y defensa" de este Estado, dar altavoz a la denuncia palestina sobre el reparto desigual del agua en los territorios autónomos y ocupados en su discurso ante el pleno de la Knesset, el Parlamento israelí. El comentario del representante europeo ("un joven palestino me preguntó por qué un israelí puede emplear 70 litros cúbicos de agua y un palestino solo 17. No he corroborado esos datos. Os pregunto si esto es correcto", fueron sus palabras exactas) provocó la ira de los diputados ultranacionalistas, que como muestra de protesta abandonaron la sala. Luego, el jefe de los diputados indignados, Naftali Bennett, ministro en el Gobierno derechista de Binyamin Netanyahu, se despachó de esta manera: "No podemos pasar por alto las mentiras. No aceptaremos lecciones de moral con mentiras contra Israel en el Parlamento de Israel. Y mucho menos en alemán", manifestó. El mismo Netanyahu, con un tono más diplomático, expresó su malestar por lo dicho por su invitado europeo.
El 1 de marzo Schulz se convirtió oficialmente en el "candidato común" de los socialistas europeos por decisión de un Congreso extraordinario del PSE celebrado en Roma. La postulación del representante alemán fue aprobada por 368 de los 404 compromisarios asistentes. Solo se registraron dos votos en contra. En su discurso de aceptación, el candidato proclamó que: "Quiero ser el primer presidente de la Comisión que no es el resultado de un acuerdo de trastienda en una oficina en Bruselas, sino el resultado de un voto democrático (…) Como presidente de la Comisión, mi primera prioridad serán los empleos, buenos empleos. Durante los próximos cinco años, en cada acción que emprendamos en la UE, debemos ser capaces de responder a una simple cuestión: ¿ayudará esto a crear empleo?".
Como aspirante a suceder a Durão Barroso, Schulz tenía tres rivales principales: el ex primer ministro luxemburgués y ex presidente del Eurogrupo Jean-Claude Juncker, candidato del PPE; el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt, candidato de la ADLE; y el líder de la oposición izquierdista de Grecia, Alexis Tsipras, candidato del Partido de la Izquierda Europea (PIE). En cuanto a las elecciones europeas en Alemania, que enviaba 96 diputados a la Eurocámara, el cabeza de lista del SPD contendía con David McAllister por la CDU, Rebecca Harms por Los Verdes, Gabi Zimmer por La Izquierda y el conde Alexander Lambsdorff por el FDP. En la actual legislatura, la CDU-CSU tenía 42 eurodiputados frente a los 23 del SPD.
Durante la campaña de las europeas de 2014 Schulz no escatimó las pullas a su adversario del PPE ("Juncker se sienta junto a partidos que restringen la libertad de expresión y rozan la xenofobia", dijo) y se afanó en subrayar las diferencias de la plataforma del PSE, que apostaba de manera clara y contundente por las inversiones en crecimiento y empleo sin menoscabo de unos "presupuestos equilibrados", por la batalla contra la evasión fiscal y el fraude, y por una política europea en materia de inmigración.
Sin embargo, el resultado de las votaciones nacionales celebradas entre el 22 y el 25 de mayo revalidó la primacía de los populares, no obstante perder 44 escaños. Los socialdemócratas subieron muy ligeramente, ocho puestos, lo que achicó su desventaja con los de Juncker hasta la treintena de escaños. Eso sí, en cuanto a votos, los S&D, con el 24,8%, superaron en un punto al PPE. En Alemania, la lista encabezada por McAllister se impuso sobradamente a la de Schulz. Leyendo los resultados en clave doméstica, estaba claro que el desgaste que pudiera tener un gobierno de Gran Coalición tendía a afectar mucho más a los socialdemócratas que a los democristianos.
El PPE y la CDU, ignorando el rechazo frontal del primer ministro conservador británico, David Cameron, reclamaron que Juncker fuera el primero en buscar un respaldo suficiente para convertirse en el nuevo presidente de la Comisión. Schulz anunció su deseo de presidir los S&D en sucesión de Swoboda, postulación que iba a poder materializar sin problemas, y que estaba dispuesto, a pesar de los resultados electorales, a darle al socialcristiano ex presidente del Eurogrupo la batalla por la investidura, pues la poca diferencia de escaños entre los dos bloques bosquejaba un escenario de posibilidades. Ambos envites requerirían, afirmó, su dimisión como presidente del Parlamento.
Ahora bien, al iniciarse junio, el SPD, en un giro sorprendente y al parecer motivado por la "chantajista" pretensión de Londres de vetar al luxemburgués, reclamó que el Consejo presentara al Parlamento la candidatura de Juncker. El 12 de junio Schulz expresó su respaldo a Juncker, condicionado a que este le colocara a su diestra como el número dos de la Comisión e incorporara a su programa algunos puntos del enfoque socioeconómico del PES. Días después, los socialistas europeos cerraron filas con los populares en torno a Juncker, que fue nominado oficialmente por el Consejo Europeo el 27 de junio.
Al final, Schulz no iba a estrenar cargo en la Comisión, pero el renovado entendimiento entre su familia política europea y el PPE, al que se arrimaron los liberales de la ADLE, le permitió ser reelegido para un segundo mandato como presidente del Parlamento, con el respaldo de 409 diputados y en la primera ronda de votaciones, el 1 de julio. El alemán tuvo como contrincantes testimoniales al izquierdista español Pablo Iglesias, al conservador británico Sajjad Karim y a la verde austríaca Ulrike Lunacek. Esta era la primera vez en la historia de la institución que un cabeza de la Eurocámara encadenaba dos legislaturas seguidas. En 2017, establecía el pacto verbal entre los dos grupos mayoritarios, a Schulz le tomaría el relevo un representante del PPE. Luego, el 15 de julio, Schulz presidió la sesión parlamentaria en la que Juncker fue elegido presidente de la Comisión Europea.
4. Segundo mandato al frente del Parlamento Europeo; las agitaciones de Grecia y el Brexit
En su segundo y agitado mandato como presidente del Parlamento Europeo, Schulz, que partía con los propósitos de hacer todo lo que estuviera en su mano para reducir la brecha de las desigualdades sociales, ilusionar a los jóvenes con unas mejores perspectivas de empleo, recuperar la fe que los ciudadanos habían perdido en la UE y avanzar en la transición energética, vio saturada su agenda de trabajo por un buen número de asuntos candentes, siendo quizás el interminable rescate financiero de Grecia, la crisis de los refugiados y el vendaval del Brexit los más absorbentes, sin olvidar el drástico deterioro de las relaciones con Rusia por su injerencia militar en Ucrania.
2015 comenzó con un rapapolvo a Merkel y la CDU por sus "especulaciones irresponsables" sobre una hipotética salida de Grecia de la Eurozona en caso de vencer allí en las elecciones del 25 de enero la Coalición de la Izquierda Radical (SYRIZA) de Alexis Tsipras, cuyo programa abogaba por romper con el "círculo vicioso de la austeridad" y reestructurar drásticamente la colosal deuda helena fuera del esquema de los memorandos de ajuste dictados por la famosa Troika de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI.
Pero después de subido Tsipras al poder y de producirse el temido choque de trenes entre Atenas y Bruselas, Schulz moduló su discurso al tono de dureza empleado por el líder del SPD y vicecanciller, Gabriel, que en este punto concreto no difería del de Merkel. El mismo día del referéndum del 5 de julio, convocado con urgencia por Tsipras para, pretendidamente, negociar desde una posición más fuerte con el Grupo de Bruselas las condiciones de la prolongación del socorro crediticio a su país (en realidad, la estratagema se saldó para el primer ministro con un resultado contrario al buscado, pues al cabo de unos días Atenas iba a tener que plegarse a un tercer rescate financiero oneroso en extremo), Schulz avisó a los griegos que un no en las urnas, justamente la opción expresada por los electores, seguido de la ruptura de las negociaciones supondría la introducción inmediata de una "nueva moneda nacional" toda vez que el euro ya no estaría "disponible como medio de pago", con el consiguiente peligro para las pensiones y los salarios públicos.
Transcurrido un año y por las mismas fechas, sobrevino la formidable marejada de la victoria en el Reino Unido de los partidarios de abandonar la UE en el referéndum del 23 de junio de 2016. La trascendental consulta había sido convocada por el primer ministro Cameron, sometido a fortísimas presiones desde el ala euroescéptica de su propio partido, para que los británicos se pronunciaran sobre la permanencia en la UE, la cual él, ahora que había arrancado ciertas concesiones a la soberanía nacional en sus negociaciones con los dirigentes europeos sobre la mejora del "estatus especial" de que gozaba el país, consideraba deseable. En estos momentos, Schulz formaba junto con sus colegas de la Comisión (Juncker), el Consejo Europeo (Donald Tusk) y la presidencia nacional semestral del Consejo de la UE (el primer ministro de Holanda, Mark Rutte) el grupo de los cuatro presidentes responsables de hablar en nombre de la Unión en el escenario de la defección del Reino Unido.
Nada más conocerse el triunfo del Brexit, Schulz sumó su voz a la tromba de reacciones de disgusto, decepción y urgencia generadas a lo largo y ancho de la UE. Apesadumbrado como el que más, el presidente del Parlamento convocó una sesión extraordinaria de la Cámara para analizar los resultados, haciéndola coincidir con el Consejo Europeo del día 28 en Bruselas, y aportó un rosario de valoraciones apremiantes: "El comienzo del procedimiento de retirada debe empezar de inmediato y las negociaciones entre el Reino Unido y la UE han de ser rápidas, no hay tiempo para retrasos", aseveró, imperioso. El político socialdemócrata alemán tenía palos para Cameron, cuya decisión de no hacer efectiva ya su anuncio de dimisión como primer ministro le parecía "escandalosa", y para el Partido Conservador británico, cuyas peleas internas, una vez más, convertían "a todo un continente en rehén".
Schulz sobrellevaba esta crisis estrechamente coordinado con Juncker y Tusk, pero él iba más allá. Concibiendo el trauma del Brexit como la ocasión perfecta para hacer un esfuerzo supremo y salir al paso de una dolencia que era más de fondo, pues afectaba a la misma razón de ser de la UE, el dirigente parlamentario tocó a rebato de los 27 para taponar las vías de agua abiertas en el buque europeo, entre las que estaban, no podía olvidarse, "la crisis migratoria, los desequilibrios sociales, la evasión y el fraude fiscales". El Reino Unido podía dejar de ser un Estado miembro, pero esta baja no tenía porque debilitar logros capitales de la integración europea como la libertad de movimientos transfronterizos. De nuevo, el mensaje de que para superar el desbarajuste presente, la UE debía visibilizar mejor su trabajo ante los ciudadanos y hacer pedagogía de las ventajas de los proyectos supranacionales.
El 4 de julio, en su enésimo alarde de dinamismo, Schulz expuso un anteproyecto, de regusto federalista y puramente personal, para reemplazar la Comisión Europea por un "genuino Gobierno europeo" supervisado por un Parlamento bicameral, uno de cuyos hemiciclos, a modo de Cámara alta similar al Bundesrat alemán, estaría integrado por representantes de los gobiernos de los estados miembros, y que rindiera cuentas ante los ciudadanos, responsables de elegir a los miembros de la otra cámara, la actual, del Parlamento.
5. Líder del SPD y aspirante a canciller en las elecciones de 2017 al Bundestag
Al margen del fenomenal revuelo europeo, el Brexit vino a atizar las tensiones en el seno de la Gran Coalición gobernante en Alemania. Gabriel empezó a resentirse seriamente de la incomodidad que le suponía al SPD ser copartícipe de unas recetas anticrisis con las que sus bases, situadas bastante más a la izquierda que los dirigentes, no comulgaban. Incluso antes del referéndum británico, a lo largo de la crisis de Grecia, el vicecanciller había dejado trascender su diferencias con el ministro de Finanzas y lugarteniente democristiano de Merkel, Wolfgang Schäuble, el inflexible adalid de las políticas de austeridad, disciplina fiscal y estabilidad financiera.
Las encuestas de cara a las elecciones federales de 2017 eran pésimas para los socialdemócratas y en mayo de 2016 circuló con insistencia el rumor, infundado, de una inminente cesión por Gabriel del timón del SPD, acaso a Schulz, cuya identificación con los programas sociales resultaba, al parecer, muy valiosa para traer de vuelta al redil a los votantes socialdemócratas frustrados por la complicidad institucional con la CDU en esta legislatura. Schulz y Gabriel podían mirar con similar escepticismo la prioridad absoluta que Merkel concedía a los ajustes con coste social (el alto responsable europeo, además, se permitía criticar abiertamente a la canciller siempre que surgía la ocasión), pero su visión del impacto del Brexit en la construcción europea era disímil: si el primero quería profundizar la gobernanza de la UE en su dimensión supranacional, el segundo prefería reducir el tamaño y las responsabilidades de la Comisión en beneficio de las discusiones entre gobiernos.
Enérgico y mediático, Schulz era sin lugar a dudas un as que el SPD tenía en la reserva y podía arrojar a la partida doméstica para mitigar o revertir su mala racha, pero la cuestión era dónde y cuándo podía resultar de más utilidad al partido. Era sabido que al interesado, a pesar de su mutismo en esta cuestión, cada vez le tentaba más la ambición de hacer un salto espectacular en la política nacional, donde tenía como hándicap la carencia de una sólida base proselitista de ámbito regional.
De entrada, estaba disponible el cargo de presidente federal, una alta oficina ceremonial y de prestigio en la que agotaba su período de cinco años el ex pastor luterano y figura independiente Joachim Gauck, elegido en 2012 con el consenso de las principales fuerzas políticas y cuya avanzada edad le había llevado a anunciar que no deseaba repetir mandato. Sin embargo, la selección del sucesor de Gauck era un asunto a decidir por los socios de la Gran Coalición. El perfil de Schulz le parecía a la CDU demasiado político e impetuoso, el de un europeísta ardiente que no se mordía la lengua a la hora de opinar sobre una cuestión polémica o hacer defensa de sus convicciones. De todas maneras, tampoco parece que el SPD pusiera sobre la mesa la opción presidencial de Schulz, quien no estaría interesado en ese puesto.
El 14 de noviembre de 2016 Merkel y Gabriel anunciaron que su candidato a la Presidencia era el ministro de Exteriores, Steinmeier, un dirigente del SPD con un estilo más discreto y acomodaticio que Schulz, así como algo más escorado al centro. Una vez ventilada la candidatura presidencial de Steinmeier, quedaba por decidir quién sería su relevo en Exteriores. Schulz, al que en enero de 2017 se le terminaba su mandato en Bruselas, parecía el hombre idóneo para portar la cartera diplomática y todas las quinielas se apresuraron a marcarlo como favorito. Por de pronto, la marcha de Steinmeier a la jefatura del Estado reducía el número de opciones para abanderar el SPD y medirse con Merkel en las elecciones al Bundestag que tocaban en septiembre del año siguiente. Ahora, ya solo contaban para esa misión Gabriel, al que en rigor le correspondía y que ya había tenido que hacerse a un lado en favor de Peer Steinbrück para el envite de 2013, y Schulz. Algunos apuntaban a una tercera personalidad, menos conocida, Olaf Scholz, el primer alcalde de Hamburgo.
El 24 de noviembre, al tiempo que el Parlamento Europeo aprobaba una resolución en la que reclamaba a la Comisión y a los estados miembros que congelaran temporalmente las negociaciones de adhesión de Turquía ante la represión masiva desatada por el régimen del presidente Erdogan tras el abortado golpe de Estado de julio, Schulz confirmó que el próximo enero se despediría de la Eurocámara para concentrarse en la política alemana, donde no ocupaba puestos de representación popular desde 1998, cuando abandonó la alcaldía de Würselen. Su aspiración confesa, por el momento, no era retar a Merkel en las federales, sino encabezar la lista del SPD en las elecciones estatales que meses antes, en marzo de 2017, iban a celebrarse en su terruño, Renania del Norte-Westfalia. "Mi compromiso con el proyecto europeo es inquebrantable. A partir de ahora, lucharé por este proyecto desde el nivel nacional, pero mis valores no cambian", explicó Schulz en su adiós por adelantado.
El penúltimo día de 2016 Der Spiegel publicó que Schulz, a pesar de constatar el elevado número de simpatías y adhesiones que emergían en el SPD, había descartado dar el paso al frente por el duelo con Merkel en las federales. Según el influyente semanario, Schulz se había echado atrás porque, antes de alcanzar la nominación de su partido, no quería protagonizar una competición interna con Gabriel, quien no solo era su superior partidista, sino también su amigo. Sin duda, el presidente de los socialdemócratas anhelaba ser proclamado candidato a la Cancillería, pero no podía ignorar la adversidad de los sondeos para un SPD asociado a su liderazgo.
El 17 de enero de 2017 Schulz entregó el testigo de la Eurocámara a un representante del PPE, el italiano Antonio Tajani, investido al cuarto intento con los votos de su grupo, los liberales y algunos conservadores de otros grupos, y derrotando a su compatriota centroizquierdista Gianni Pittella. Al final, el pacto informal con los S&D, muy molestos porque los populares pasaban a controlar las presidencias de las tres instituciones principales de la Unión, saltó por los aires tras ocho años de vigencia en el Parlamento.
Justo una semana después, el 24 de enero, la incertidumbre instalada en la política germana empezó a deshacerse al comunicar Gabriel que, a la vista de las malas perspectivas electorales, renunciaba a la presidencia del SPD y a ser su cabeza de cartel en los comicios federales. Ambos cometidos recaerían en Schulz, quien aceptaba gustoso el reto. Antes de terminar el mes, el día 27, llegó la noticia de que Schulz, que prefería concentrar esfuerzos en la campaña en ciernes, no era el nuevo ministro de Exteriores en sucesión de Steinmeier; la titularidad la asumía Gabriel, el cual seguía siendo vicecanciller, aunque descargaba el Ministerio de Economía en Brigitte Zypries.
Una agitación optimista se apoderó de las filas del SPD. El 29 de enero Schulz dio el pistoletazo de salida a su campaña en un acto de aclamación en la Willy-Brandt-Haus, sede central del partido en Berlín. Arropado por la plana mayor de los socialdemócratas y en pie frente a una delegación de los Jusos que le aplaudió a rabiar, el candidato, tras dar las gracias a Gabriel por su gesto de declinar, formuló su ambición de "convertirme en canciller federal" y hacer del SPD "la primera fuerza de Alemania", para luego comentar a grandes rasgos su programa electoral, diseñado para solucionar los "problemas cotidianos" de las clases trabajadoras, poner coto a los privilegios fiscales de las grandes corporaciones y la banca, así como a los paraísos fiscales, y alcanzar, en suma, una Alemania "más equitativa", en paralelo a su condición de "factor de estabilidad en Europa y el mundo". La socialdemocracia entrañaba, era necesario recordar, políticas de "justicia" y "solidaridad", "soluciones pragmáticas al servicio del pueblo". "Unificar la sociedad" era la "competencia básica del SPD", aseguraba Schulz.
Su segunda prioridad, indicó el orador, era luchar contra el avance del partido populista y euroescéptico de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD), al que la crisis de los refugiados había dado alas. Según el líder socialdemócrata, la formación que animaban Frauke Petry y Jörg Meuthen, que traía a mientes el nacionalismo "agresivo" y "ciego" de tan infausto recuerdo en Alemania, suponía una "vergüenza para la República".
En caso de ganar las elecciones, el SPD, desde la Cancillería, impulsaría una política de asilo regida por las consideraciones humanitarias y dirigida a combatir las causas del éxodo de millones de personas de África, Oriente Medio y Asia hacia Europa. "Si las personas huyen del terror bestial del llamado Estado Islámico, entonces merecen protección en Europa y, por lo tanto, una desconfianza general en esos refugiados es una victoria del EI", diagnosticaba Schulz, que reservó una crítica particular para las polémicas palabras y el plan de cierre parcial de fronteras a la inmigración del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Las declaraciones de Trump sobre las minorías, las comunidades religiosas, las mujeres y otros colectivos merecían repudio por "escandalosas y peligrosas", sentenció el candidato del SPD, quien no hizo alusión alguna ni a Los Verdes (Die Grünen) ni a La Izquierda (Die Linke), dos partidos con los que su formación, casi seguro, estaría obligada a pactar para tener opciones de dirigir el próximo Gobierno sin la CDU/CSU.
El "efecto Schulz" tuvo un impacto fulminante en los sondeos de intención de voto. En cuestión de días, el SPD saltó del 21% al 31%, poniéndose a la par de la CDU/CSU y deshaciendo el rezago que, en mayor o menor grado, siempre había arrastrado desde el inicio de la legislatura en 2013. En febrero, luego de la elección de Steinmeier por la Asamblea Federal, Schulz, para enfatizar la orientación izquierdista y el contenido social de su plataforma, admitió "errores" en el programa de reformas acometido por el anterior canciller del SPD, Schröder, la célebre Agenda 2010, que entre otros cambios había supuesto una revisión del Estado del bienestar de regusto social-liberal o incluso liberal, una expresión anatema para los socialdemócratas.
El 19 de marzo, el mismo día en que Steinmeier tomaba posesión como presidente federal, una conferencia extraordinaria del SPD celebrada en Berlín elegía a Schulz presidente orgánico en sucesión de Gabriel con el 100% de los votos válidos efectuados por los delegados, 605 en total. Acto seguido, el mismo cónclave nominó a Schulz, a mano alzada y también por unanimidad, como su candidato a canciller federal en las elecciones del 24 de septiembre.
Los sondeos del momento seguían dibujando un virtual empate entre la CDU/CSU y el SPD. Pero todavía quedaba medio año para las elecciones de septiembre, tiempo en el que podían suceder muchas cosas. Schulz y el SPD tenían que presentar su manifiesto escrito y, más importante, superar los exámenes de las elecciones estatales en Sarre (el 26 de marzo), Schleswig-Holstein (el 7 de mayo) y (cita importantisima, el 14 de mayo) Renania del Norte-Westfalia, el land del aspirante a canciller. El resultado de las votaciones en el estado más populoso de Alemania, donde el SPD gobernaba desde 2010 en coalición con Los Verdes y bajo la batuta de la ministra-presidenta Hannelore Kraft, se consideraba altamente indicativo del desenlace que podría tener la convocatoria electoral nacional de 24 de septiembre.
Martin Schulz, casado con la arquitecta paisajista Inge Schulz y padre de dos hijos, posee entre otras condecoraciones nacionales la Cruz del Mérito (Primera Clase) de la República Federal de Alemania (2006), la Orden de la Legión de Honor de Francia (2010) y la Orden del Mérito de la República Italiana en el grado de Caballero de la Gran Cruz (2012). Es asimismo doctor honoris causa por la Universidad Estatal Técnica de Kaliningrado (2009) y la Escuela Nacional de Ciencia Política y Administración Pública de Bucarest (2012). En 2013 publicó el ensayo Der gefesselte Riese. Europas letzte Chance y en 2017 su manifiesto de principios Was mir wichtig ist.
(Cobertura informativa hasta 19/3/2017)