Mahmoud Ahmadinejad

Las turbulencias de todo tipo, políticas, económicas e internacionales, fueron la tónica en los ocho años de mandato presidencial del laico Mahmoud Ahmadinejad, posiblemente el dirigente más polémico alumbrado por la República Islámica. Ingeniero de profesión, fue uno de tantos jóvenes iraníes arrastrados por el fervor revolucionario en 1979. A una oscura pero sin duda intensa etapa como cabecilla estudiantil y combatiente pasdarán siguieron una andadura funcionarial anodina y una militancia radicalmente derechista que canalizó en la Sociedad Islámica de Ingenieros y la Alianza de los Constructores del Irán Islámico. En 2003 las urnas le auparon a la alcaldía de Teherán, importante plaza de poder que le sirvió de trampolín para, con el apoyo valioso de las redes populares de mulás y basijíes, saltar a la Presidencia de Irán en las elecciones de 2005, noqueando contra todo pronóstico al experimentado ex presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani. La espectacular victoria de Ahmadinejad, que puso epitafio al período reformista de Mohammad Jatami, sentó en el Gobierno a la llamada nueva derecha fundamentalista, con unos rasgos acusadamente dogmáticos y populistas, atiborrados de consignas, seductoras para multitud de iraníes piadosos y de condición humilde, sobre el amor al Islam y a la patria, la pureza moral y la equidad.

Presentándose como un justiciero social, un shií observante y un nacionalista iraní, Ahmadinejad prometió crear empleo para los jóvenes, distribuir los ingresos del crecimiento económico y mantener los subsidios al consumo. De puertas al exterior, afirmó que el programa de investigación nuclear no se podía detener y negó que su país persiguiera la bomba atómica. Una vez asumido el cargo, a golpe de palabras provocadoras y acciones desafiantes, no tardó en levantar polvareda internacional. A las diatribas antisionistas y antiimperialistas de muy grueso calibre se les sumó la reanudación a buen ritmo de la producción de uranio enriquecido. Los sucesivos desaires a la AIEA y la ONU permitieron a Irán entrar en el club de potencias con combustible nuclear para generar electricidad en 2007 (dos años después, el país puso en órbita su primer satélite artificial), pero ocasionaron el endurecimiento, fatal para la economía, de los diversos paquetes de sanciones internacionales y dispararon los riesgos de una agresión militar "preventiva" de Estados Unidos o de Israel, que no se fiaban de las intenciones de Teherán. Para eludir el cerco occidental, el presidente lanzó en Asia, África y América una audaz campaña diplomática cuyo fruto más exótico fue la complicidad solidaria con el bloque bolivariano.

En el orden político interno, el Gobierno de Ahmadinejad, un creyente a pies juntillas en la doctrina apocalíptica y escatológica del Shiísmo, revirtió casi todas las medidas aperturistas de su predecesor, Jatami, y la situación de los Derechos Humanos y las libertades cívicas en Irán experimentó un fuerte retroceso. En 2009 el mandatario fue reelegido frente al reformista Mir-Hossein Mousavi al precio de una enérgica protesta ciudadana que deparó una caza de brujas contra la oposición liberal, y a partir de 2011 sostuvo a plena luz un durísimo pulso por el poder con la cúpula clerical encabezada por el Líder Supremo Ali Jamenei, antes su valedor, y con el Parlamento dominado por los tradicionalistas, quienes, hastiados de sus salidas unilaterales de tono, su verbo abrasivo y su gusto por la confrontación, intentaron descabalgarlo por presuntos irresponsabilidad gestora, corruptelas familiares y abuso de autoridad. Al final de su ejercicio en 2013, cuando cedió el testigo al moderado Hassan Rouhani, el frente económico ofrecía un cuadro negativo de recesión, depreciación monetaria, inflación y paro.


(Texto actualizado hasta diciembre de 2015)

1. Los antecedentes oscuros del futuro dirigente
2. De funcionario del régimen islámico a alcalde antiaperturista de Bagdad
3. Candidato con un programa reaccionario y espectacular triunfo sobre el clérigo centrista Rafsanjani
4. Un debut presidencial bajo crítica: arengas contra Israel y reanudación del programa nuclear
5. Insistencia en el derecho de Irán a enriquecer uranio y desafío de las resoluciones de la ONU
6. Alianza con Chávez, amenaza militar de Estados Unidos y el factor irakí


1. Los antecedentes oscuros del futuro dirigente

Nacido en un entorno rural cerca de la ciudad de Garmsar, al sudeste de Teherán, y el cuarto de los siete hijos de un herrero que al año de nacer el niño se instaló con su esposa y prole en una barriada proletaria de la capital del país, su humilde condición no le obstó para matricularse en 1975, previa aprobación del examen de acceso, en la entonces conocida como la Institución Iraní para la Educación Técnica Superior, luego llamada Universidad de Ciencia y Tecnología (Elm-o Sanaat) de Irán, donde emprendió estudios de ingeniería civil. Altamente controvertida, como todo lo que rodea al nuevo presidente de Irán, y dudosa es la actuación de Ahmadinejad en las tormentosas jornadas revolucionarias de 1979, que acabaron con la monarquía dictatorial y prooccidental del sha Mohammad Reza Pahlevi e inauguraron la República Islámica bajo el liderazgo carismático del gran ayatolá shií Ruhollah Jomeini.

En la biografía que aparece en su página de Internet abierta con motivo de la campaña de las elecciones de junio de 2005, Ahmadinejad se jacta de ser uno de los miembros fundadores de la Asociación de Estudiantes Islámicos de la Elm-o Sanaat, grupo radical que fue copartícipe en el episodio del asalto y captura de la embajada de Estados Unidos en Teherán, el 4 de noviembre de 1979, por centenares de estudiantes que se hacían llamar a sí mismos los Discípulos del Imán, en alusión a Jomeini. Pero en ningún momento ha dicho que él a título personal participara en la famosa crisis de los rehenes, que duró 444 días, hasta el 20 de enero de 1981, cuando los últimos prisioneros fueron liberados merced a unas negociaciones secretas.

La sospecha de que Ahmadinejad habría sido uno de los estudiantes captores se planteó a finales de junio, ya disputada la segunda vuelta de las presidenciales y proclamada la victoria del candidato, sobre la base del testimonio de cinco antiguos rehenes que aseguraron a medios de comunicación de su país haberle reconocido como uno de sus interrogadores, entre los que era una especie de jefe y al que temían por su trato brusco y desagradable. Tres de estos ciudadanos estadounidenses, oficiales ya retirados, el coronel del Ejército Charles Scott, el capitán de la Armada Donald Sharer y el teniente coronel del Aire David Roeder, coincidieron en describir a Ahmadinejad, su supuesto carcelero, como un individuo "duro" y "extremadamente cruel". Desde el Reino Unido, un redactor jefe de la BBC que cubrió en su día la crisis afirmó que había visto a Ahmadinejad dentro de la sede diplomática.

Aunque la CIA manifestó su escepticismo, el Gobierno norteamericano, por indicación de la Casa Blanca, abrió una "investigación" sobre el particular que, por lo que parece, no condujo a ninguna parte. En cuanto a los iraníes, tanto la oficina de la Presidencia, que atribuyó la especie a una campaña orquestada por los "medios sionistas", como varios cabecillas estudiantiles que participaron en el secuestro negaron enfáticamente la acusación. Por ejemplo, Abbas Abdi, antiguo líder universitario y hoy una figura reformista hostigada por el régimen, luego oponente del presidente electo, declaró al New York Times que Ahmadinejad quiso unírseles después de la toma de la embajada, pero que fue rechazado porque pertenecía a otro grupo de activistas.

Sin embargo, a comienzos de julio, apenas desmentidas aquellas denuncias, el Ministerio del Interior austríaco comunicó que obraba en sus manos un dossier, facilitado por el político del partido Verde Peter Pilz, que podría incriminar al presidente electo de Irán en el asesinato en Viena en julio de 1989 del oposicionista kurdo Abdul Rahman Ghassemlou, secretario general del proscrito Partido Democrático del Kurdistán Iraní, y dos de sus colaboradores.

Según Pilz, quien se basaba en la confidencia de un periodista iraní residente en Francia del que no quiso dar el nombre arguyendo motivos de seguridad, Ahmadinejad fue el encargado de proporcionar las armas a los comandos que perpetraron estos crímenes de Estado en la capital europea. Pilz aseveraba también que Ahmadinejad, incluso, se desplazó a Viena días antes de cometerse las ejecuciones. El exiliado iraní Alireza Jafarzadeh, consultor privado de Washington sobre política de su país y vinculado al movimiento opositor Consejo Nacional de Resistencia de Irán (CNRI), terció para corroborar la primera afirmación de Pilz y para precisar que Ahmadinejad era entonces un comandante de la Brigada Especial de los Guardianes de la Revolución Islámica, los Pasdarán, destinado en la guarnición de Ramazán próxima a la ciudad de Kermanshah, en el Kurdistán iraní, donde "estuvo involucrado en operaciones terroristas en el extranjero", de las que, siempre según Jafarzadeh, "lideró muchas".

También esta acusación, mucho más grave que la anterior y creíble en la proporción inversa, fue categóricamente desmentida por varias fuentes autorizadas en Irán, entre ellas dos ex asesores reformistas de Mohammad Jatami, el presidente de la República saliente. Éstos eran Ali Rabiee, quien aseguró que en la época en que se cometió el triple asesinato en Viena Ahmadinejad se dedicaba exclusivamente a supervisar la construcción de edificios para usos administrativos civiles en la provincia noroccidental de Azarbayján-e-Gharbi, y Said Hajjarian, un reputado político e intelectual, considerado en su momento el estratega privado de Jatami y que en 2000 escapó con vida, aunque no ileso, a un intento de asesinato con claro trasfondo político.

Hajjarian, de paso, reveló que el joven barbado que aparecía junto a un rehén de la embajada con el rostro vendado en una foto en blanco y negro divulgada por la web Iran Focus —y reproducida con ligereza por las agencias occidentales— no era, tal como insistía ese medio de Internet conectado con la organización de resistencia armada Mujahidín del Pueblo (Mojahedin-e Jalq, que tanto Estados Unidos como la Unión Europea califican de terrorista), Ahmadinejad, sino un estudiante ya fallecido, llamado Taghi Mohammadi, que luego pudo haberse pasado a la oposición armada. De hecho, si se observa detenidamente la fotografía, la fisonomía del individuo en cuestión no cuadra con la del estadista.

En cuanto al protagonista de todas estas polémicas, quiso zanjarlas antes de tomar posesión de la Presidencia con unos comentarios que a muchos les parecieron extrañamente suaves: "Eso no es cierto, son sólo rumores". Y: "La diseminación de informaciones carentes de base por los países occidentales, a pesar de gozar de unos servicios de inteligencia avanzados que reúnen aptitudes, es cuestionable". Ahmadinejad, eso sí, expresó su opinión conforme con aquel grave incidente, que en su momento apoyó, según él, sólo después de que el ayatolá Jomeini diera sus parabienes a los estudiantes.

Una cosa se sabe a ciencia cierta: que en 1979 Ahmadinejad fue un integrante original de la Oficina para el Reforzamiento de la Unidad (Daftar-e Tahkim-e Vahdat, DTV) entre los estudiantes y los seminarios de teología. La DTV era una facción ultraconservadora estrechamente vinculada al clero shií más rigorista y organizada por el ayatolá Mohammad Beheshti, mano derecha de Jomeini y eminencia gris de la Revolución, el cual iba a ser asesinado el 28 de junio de 1981 junto con otros 71 altos cargos del Gobierno y del entonces partido único, el de la República Islámica (PRI), por los Mujahidín del Pueblo, islamistas de izquierda que se habían propuesto liquidar al flamante régimen teocrático, al que consideraban usurpador y dictatorial, a golpe de dinamita.

En tanto que cabecilla de la Asociación de Estudiantes y representante de la Elm-o Sanaat ante la DTV, de cuyo Consejo Central era miembro, Ahmadinejad participó en reuniones políticas de alto nivel que en ocasiones incluyeron audiencias con el Líder de la Revolución (Rahbar-e Enqelab), Jomeini. Todo apunta a que Ahmadinejad jugó un rol en la campaña de purgas de elementos liberales y secularizados centradas en las universidades en 1980, aunque sobre la naturaleza de esta actuación, si hizo de delator, de comisario político en las aulas o incluso (como sin la menor prueba proclaman fuentes de la resistencia en el exilio) de interrogador y torturador de profesores y estudiantes que luego acabarían en prisión o ante el pelotón de fusilamiento bajo sentencias dictadas por los expeditivos comités revolucionarios, sólo puede especularse.

Probablemente, 1980 fue también el año en que Ahmadinejad se unió a los Pasdarán. Instituido por Jomeini en mayo de 1979, el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (Sepah-e Pasdaran-e Enqelab-e Eslami) tenía una naturaleza paramilitar y reclutaba a miles de jóvenes fanatizados, hasta el punto de estar dispuestos al martirio por su fe shií, para desarrollar múltiples misiones, ya fueran de combate en la guerra contra Irak y los Mujahidín, de represión policial en la retaguardia civil, en los aparatos de seguridad e inteligencia o como celadores en los terrenos cultural y consuetudinario.

Los Pasdarán eran la tropa de choque de la Revolución y obedecían únicamente al núcleo clerical jomeinista, verdadero poder no elegido por encima de la Presidencia y el Gobierno, instituciones del Estado que al principio estuvieron encabezadas por laicos moderados, aunque no tardaron en ser defenestrados. Así le sucedió, en junio de 1981, al primer presidente de la República Islámica, Abolhasan Bani-Sadr, acérrimo enemigo de Jomeini, que hoy está exiliado en París y que, por cierto, fue uno de los que en el verano de 2005 alegaron que Ahmadinejad sí había sido un captor de los estadounidenses en 1979 y 1980. El ex presidente Bani-Sadr aseguró también a su entrevistador telefónico que Ahmadinejad tenía el cometido de informar personalmente a Jomeini de lo que sucedía en la embajada.

La biografía oficial asegura que Ahmadinejad se alistó para luchar contra Irak tan pronto como estalló la guerra, en septiembre de 1980, con la invasión por los ejércitos de Saddam Hussein de la provincia fronteriza de Juzestán, en la orilla derecha del Chatt Al Arab. En los ocho años que duró esta terrible contienda, cientos de miles de pasdarán y otros combatientes voluntarios (basiyíes) con convicciones ideológicas perecieron o quedaron mutilados.

Los servicios a la Revolución que Ahmadinejad realizó en sus seis primeros años con los Pasdarán son completamente inciertos; más que combatir contra los irakíes en la primera línea del frente al lado de las tropas regulares, pudo estar movilizado en operaciones especiales de tipo comando, ya fuera tras las líneas enemigas o en la retaguardia propia, eliminando a quintacolumnistas y colaboradores de los irakíes, aunque todo esto no deja de ser una mera conjetura, aventurada a la luz de las informaciones descaradamente tendenciosas divulgadas por fuentes que son hostiles al político, y, al mismo tiempo, del sospechoso mutismo de la biografía oficial, que no dice en qué operaciones, sectores del frente o unidades luchó.

Aquella planta el siguiente hito del recorrido de Ahmadinejad en 1986, cuando ingresó como voluntario en las "fuerzas especiales" de los Pasdarán, invitando a sobrentender que la unidad de élite en cuestión era la Fuerza Qods (Jerusalén) y a suponer que en su seno desarrolló funciones de seguridad internas y externas. Unas funciones que, según el CNRI y los Mujahidín del Pueblo, forzosamente tuvieron que incluir actos de sabotaje antiirakíes, el asesinato de disidentes en el extranjero y otras acciones típicas de la guerra sucia. De nuevo, los enemigos de Ahmadinejad no han aportado ninguna prueba en que basar tales imputaciones, ningún testimonio de alguna de sus supuestas víctimas. El currículum oficial informa que 1986 fue también el año en que la Elm-o Sanaat le admitió en su programa de licenciados en ingeniería civil, tal que en 1987 ya tenía en sus manos el título correspondiente a la especialidad ingenieril de planificación de tráfico y transportes.


2. De funcionario del régimen islámico a alcalde antiaperturista de Bagdad

Hasta bien avanzada la década de los noventa la trayectoria de Ahmadinejad continúa siendo nebulosa. Oficialmente se menciona, pero sin concretar fechas, que desarrolló sus primeros cometidos en la alta administración civil como vicegobernador y gobernador de las ciudades de Maku y Joy, en la provincia de Azarbayján-e-Gharbi, durante cuatro años —recuérdese la declaración refutatoria de Ali Rabiee—, y como asesor del gobernador de la vecina provincia de Kordestán por dos años más.

En 1993, cuatro años después de fallecer Jomeini, de reemplazarle como Líder Supremo (Rahbar-e Moazam) y Guía de la ley religiosa (Vali-ye faqih) el hasta entonces presidente de la República, el ayatolá Ali Jamenei, y de ser sucedido éste a su vez en dicho puesto por el hojatoleslam (dignidad clerical de rango inferior al de ayatolá) Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, Ahmadinejad no pasaba de ser un funcionario anónimo de rango intermedio, que, siempre de acuerdo con su biografía oficial, desempeñaba funciones de asesor en el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica. Allí, servía al ministro Ali Ardashir Larijani, un colega de la oficialidad pasdarán.

Ese año su carrera pública adquirió algo más de relevancia al ser nombrado gobernador de la nueva provincia de Ardabil, creada a partir la provincia de Azarbayján-e-Sharqi. Ser distinguido tres años consecutivos como "gobernador provincial ejemplar" no disuadió en octubre de 1997 al nuevo Gobierno presidido por el hojatoleslam Jatami, un clérigo progresista que en las elecciones presidenciales del 23 de mayo de ese año, enarbolando un ambicioso programa de reformas, apertura y liberalización del régimen a todos los niveles, se impuso holgadamente a los candidatos respaldados por el clero conservador, el Ejército, los grandes mercaderes del bazar tradicional y el propio Rahbar, de rescindir el mandato de un preboste regional que se ubicaba en las tendencias más conservadoras del régimen y que mantenía intacta su mentalidad de pasdarán dogmático y refractario a cualquier reforma que significara un menoscabo de los principios de la Revolución.

Ahmadinejad aprovechó su baja administrativa para regresar a la Universidad, donde se puso a dar clases, se sacó el doctorado en Ingeniería del Transporte, entró a formar parte del Consejo Científico del Colegio de Ingeniería Civil y se vinculó a la organización de los Seguidores del Partido de Dios (Ansar-i Hizbullah), una milicia de tipo paramilitar y semioficial dedicada a intimidar y, no pocas veces, a agredir físicamente a todos aquellos que a sus ojos violaran los preceptos del Islam, como estudiantes reformistas, mujeres maquilladas o vistiendo a la occidental, y parejas no casadas que se mostraban en público.

Contradiciendo constantemente las proclamas liberalizadoras y legalistas de Jatami, quien a lo largo de su ejercicio presidencial ni pudo ni —probablemente también— quiso meterlos en cintura, estos zelotes de la moralidad shií, al igual que las Brigadas Ashura y la Fuerza de Resistencia y Movilización (Niruyeh Moqavemat Basij), los basiyíes, tomaron el relevo a la DTV como el brazo ejecutor de la dictadura de hecho ejercida por el alto clero fundamentalista.

A diferencia de la mayoría de sus antiguos compañeros de la DTV, que se habían pasado al bando reformista —representado dudosa o muy tímidamente por Rafsanjani y ahora con mucha más nitidez por Jatami—, Ahmadinejad mantuvo inalterable su acatamiento irrestricto de las decisiones de la suprema y vitalicia autoridad de la República, esto es, el Rahbar Jamenei, de los ayatolás y hojatoleslams ultras, y de las instituciones constitucionales (salvo una, no elegidas democráticamente) que estaban controladas por los clérigos y laicos conservadores y que socavaban constantemente la labor de las instituciones políticas de elección popular ganadas por los reformistas, a saber, los ayuntamientos urbanos, la Presidencia de la República y, desde las elecciones legislativas de febrero y mayo de 2000, la Asamblea Consultiva Islámica (Majles-e Shora-ye Eslami) o Parlamento.

Aquellas instituciones que frenaban o torpedeaban los intentos de reforma eran: la Asamblea de Expertos (Majles-e Jobregan), que es el órgano responsable de elegir al Rahbar y de supervisar sus actividades; el Consejo de Guardianes de la Constitución (Shora-ye Negahban-e Qanun-e Assassi), encargado de verificar que las leyes aprobadas por el Majles se ajustan al canon islámico, luego se comporta como una especie de Cámara alta parlamentaria, y de decidir sobre la elegibilidad de los candidatos al Majles, a la Presidencia de la República y a la Asamblea de Expertos; el Consejo para el Discernimiento de los Intereses del Sistema (Majma-e Tashjis-e Maslahat-e Nezam), que arbitra en conflictos entre el Consejo de Guardianes y el Majles; y, el Poder Judicial. En 1997, las tres primeras instituciones detentaban en conjunto un enorme poder político de carácter supraparlamentario, poder que no iba a hacer otra cosa que aumentar en los años siguientes.

Durante un sexenio, Ahmadinejad fue un servidor del régimen prácticamente desconocido por la opinión pública, pero este casi anonimato no fue sinónimo de inactividad, en un sistema paradójico hasta cierto punto. Así, no hay monolitismo, y los debates y los altercados políticos pueden ser extremadamente vivos, pero no se tolera el cuestionamiento del modelo implantado por Jomeini del Gobierno de los expertos en la ley islámica —Velayat-e faqih—, por el que los jurisperitos religiosos tienen la potestad de pronunciarse, y de gobernar y legislar en la práctica, sobre asuntos civiles, dando lugar a una teocracia matizada; los partidos propiamente dichos están prohibidos, pero las tendencias ideológicas se organizan en facciones muy bien marcadas que hacen las funciones de aquellos y que se miden en las urnas.

Ahmadinejad canalizó su militancia en la Sociedad Islámica de Ingenieros (Jame-ye Eslami-ye Mohandesin) y la Sociedad de Devotos de la Revolución Islámica (Jamiyat-e Isargaran-e Enqelab-e Eslami), en cuyos consejos centrales adquirió membresía. Abiertamente reaccionarios, estos grupos de presión estaban representados en el Majles por la Sociedad del Clero Combatiente de Teherán (Jame-ye Rowhaniyat-e Mobarez-e Tehran), pseudopartido que se achicó mucho tras los comicios de 2000, ganados ampliamente por las listas pro Jatami.

Con su activismo soterrado, Ahmadinejad fue coadyuvante en la vasta labor de zapa del campo antirreformista, al que no arredraron ni la revuelta se los sectores sociales progresistas de julio de 1999, ni los resultados de las elecciones legislativas de 2000, ni la avasalladora reelección de un cada vez más atribulado Jatami en junio de 2001. Al contrario, los conservadores, sólidamente instalados en la judicatura, el Consejo de Guardianes y el Consejo para el Discernimiento, y envalentonados con las muestras de beneplácito que les dispensaba el Rahbar y con la contradicciones y vacilaciones de los miembros del Ejecutivo, redoblaron su contraofensiva en todos los terrenos, hasta conseguir noquear al movimiento de reforma.

Ahmadinejad hizo una tentativa de ganar uno de los 15 puestos del Consejo Municipal de Teherán en las elecciones locales del 26 de febrero de 1999, primeras desde la Revolución. En aquella ocasión, la fe que los candidatos reformistas aún inspiraban en la mayoría de la población dejó en la estacada a los conservadores, que sólo consiguieron meter a tres representantes en el órgano del gobierno de la capital. La presidencia del Consejo se la llevó Abdollah Nouri, ex ministro del Interior y ex vicepresidente del Gobierno, considerado uno de los más estrechos aliados con que contaba el presidente Jatami, que había recibido el mayor número de votos (187.000). Para el puesto del alcalde, el Consejo designó a Morteza Alviri, un tecnócrata de tendencia liberal. Ahmadinejad, con 55.000 papeletas, fue el vigésimo primer candidato más votado —de entre los 4.200 que concurrieron—, luego se quedó sin el puesto de edil que ambicionaba.

Cuatro años después, cuando la presidencia de Jatami podía darse por fracasada a la par que el movimiento aperturista, Ahmadinejad encontró un ambiente mucho más propicio para su proyecto político en una urbe, Teherán, que había sido el portaestandarte del rechazo al totalitarismo de los mullahs pero que tras las caídas consecutivas de los alcaldes Alviri (dimitido) y Mohammad Hasan Malek-Madani (destituido y sentenciado a cinco meses de prisión por corrupción), dos reformistas de bajo perfil, parecía resignada a arriar esa bandera.

A los comicios locales del 28 de febrero de 2003 Ahmadinejad no concurrió, pero estuvo en las bambalinas de la campaña como uno de los promotores de una facción que los comentaristas ubicaron en la "nueva derecha fundamentalista", la Alianza de los Constructores del Irán Islámico (Etelaf-e Abadgaran-e Iran-e Eslami), lanzada en abril de 2001 y cuyos mensajes se centraban en la recuperación de los ideales y las políticas del jomeinismo posrevolucionario de principios de los ochenta. Gracias a que el electorado se abstuvo en masa, las candidaturas conservadoras capturaron 14 de los 15 puestos del Consejo Municipal. El irrisorio nivel de participación en Teherán, que anduvo en el 12%, fue el fiel reflejo de la apatía y el distanciamiento que la ciudadanía había tomado con respecto al Gobierno por la prolongación de las arbitrariedades represivas y la contramarcha aplicada en numerosas iniciativas de reforma, que ponían en solfa las promesas hechas por Jatami de asentar en Irán el imperio de la ley y un régimen de libertades.

El portavoz de los Constructores, Mehdi Chamran, se convirtió en el presidente del Consejo Municipal de Teherán el 29 de abril y días después, el 3 de mayo, los ediles designaron a Ahmadinejad alcalde de la ciudad con 12 votos a favor. Aunque en público se resistía a reconocer su adscripción a los Constructores, Ahmadinejad, en los dos años que fungió de alcalde capitalino, llevó a la práctica muchas de las prédicas de esa facción ultraderechista, ganándose a la vez una justa fama de funcionario rigorista al que el hecho de ser un laico no le impedía superar en celo moralista y religioso a muchos clérigos.

Entre otras disposiciones, que en realidad fueron la ejecución de otras tantas medidas aprobadas por el Consejo Municipal, Ahmadinejad mandó cerrar restaurantes de comida rápida, expurgó los programas culturales de eventos "no islámicos", lo que entrañó la cancelación de conciertos de música y representaciones teatrales, convirtió galerías de arte en salas de oración durante el mes sagrado del Ramadán e incluso estableció el uso en sus lugares de trabajo por los funcionarios del ayuntamiento de ascensores diferentes según fuera su sexo. Claro que propuestas como la conversión de parques céntricos en mausoleos con los restos de los caídos en la guerra con Irak, o los esfuerzos por extender el uso del chador entre las mujeres, no tuvieron el menor éxito.

Pero no todo fueron restricciones de regusto totalitario y reversión de políticas tolerantes en el terreno cultural. También dispuso una agilización de los trámites burocráticos para rematar obras viales que llevaban años estancadas y que debían descongestionar el tráfico urbano. Aunque la efectividad del "celo revolucionario" de Ahmadinejad y sus colaboradores en la mejora de las infraestructuras públicas mereció opiniones para todos los gustos, otro tipo de actuaciones de contenido más social, como la concesión de créditos libres de interés a las parejas de recién casados y la distribución de sopa caliente y pan en las barriadas deprimidas, levantaron una controversia sobre si el alcalde no estaría destinando recursos públicos a una campaña proselitista.

Parecía, en efecto, que los conservadores estaban convirtiendo la gestión de Teherán en un laboratorio con la mirada puesta en el asalto a los resortes del poder ejecutivo nacional, que ciertamente comenzó tras las elecciones legislativas del 20 de febrero y el 7 de mayo de 2004, cuando el veto en masa de candidaturas liberales por el Consejo de Guardianes, el llamamiento al boicot elevado por los aliados de Jatami en el Majles y la elevada abstención, que afectó a la mitad del censo, pusieron en bandeja la victoria (196 escaños sobre 290) de la derecha en sus diversas modalidades, siendo los Constructores el grupo más beneficiado. Por otro lado, en junio de 2003, Ahmadinejad enfrentó en las calles de su ciudad la más seria ola de contestación estudiantil al régimen desde las protestas de 1999, manifestaciones que, como la vez anterior, fueron contundentemente reprimidas por la Policía y las milicias religiosas.

Aunque muy mal visto en los medios profesionales, empresariales, universitarios e intelectuales, Ahmadinejad se ganó una reputación, y él mismo la cultivó, de alcalde probo e incorruptible, que vivía sin ninguna ostentación, incluso de manera espartana, y que se preocupaba por los problemas cotidianos de sus conciudadanos. Se afirmaba que no percibía sueldo alguno por su trabajo de alcalde y que sus únicos ingresos salariales eran los que le reportaban sus clases en la universidad. Para dar ejemplo como "dirigente revolucionario", renunció al coche oficial que le facilitaba el consistorio y siguió desplazándose en su Peykan –un modesto utilitario de fabricación local- de toda la vida. Tampoco se mudó de vivienda, prefiriendo seguir en su austero apartamento en un barrio popular de Teherán. Se decía que hasta se llevaba la comida de casa a la oficina.

En una ciudad golpeada por las abismales diferencias sociales, con una élite de privilegiados enriquecida con las oportunidades de la economía de mercado que daba la espalda a una legión de pobres, y donde las clases medias que en su día habían votado por Jatami y su gente ahora tenían a éstos por un grupo de pusilánimes, de ineptos o peor aún, de falsos reformistas, el "fundamentalismo populista" de Ahmadinejad encontraba en Teherán el mejor caldo de cultivo de réditos políticos: en las próximas elecciones nacionales —ya se había visto en la legislativas, y podía repetirse en las presidenciales—, sólo se movilizarían los electorados pobre, para el que la primera preocupación era cubrir sus necesidades vitales, y el ideológicamente conservador.


3. Candidato con un programa reaccionario y espectacular triunfo sobre el clérigo centrista Rafsanjani

Ésa era la coyuntura que animó a Ahmadinejad a inscribir su postulación para las elecciones presidenciales del 17 de junio de 2005. El Consejo de Guardianes tamizó a conciencia las 1.010 precandidaturas presentadas, de las que sólo validó seis. El 22 de mayo, el Consejo publicó la lista de candidatos. Ahmadinejad era uno de los afortunados cumplidores de una serie de requisitos centrados en la posesión de unas impecables credenciales político-religiosas (creencia en y acatamiento del Islam, la República Islámica, la Constitución y el principio del Velayat-e faqih), aunque la criba se cebó sobre todo en quienes mostraban perfiles progresistas o liberales.

El neofundamentalismo lo representaban Ahmadinejad y Mohammad Baqer Qalibaf, antiguo jefe de la Policía, quien contó con el respaldo oficial de los Constructores del Irán Islámico, aunque al alcalde no le faltaron apoyos entre sus compañeros de facción, y sobre todo por parte de los colectivos de basiyíes y pasdarán, lo que no le disuadió de autocalificarse de "independiente". Por la derecha tradicional concurrían Ali Larijani, el antiguo jefe ministerial de Ahmadinejad, que gozaba del patrocinio de la Sociedad Islámica de Ingenieros y otras corporaciones conservadoras, y Mohsen Rezai, un ex comandante en jefe de los Pasdarán.

El hojatoleslam Mehdi Karroubi, secretario general de la Sociedad de Clérigos Militantes, presidente del Majles entre 1988 y 1992 y de nuevo de 2000 a 2004, así como miembro del Consejo para el Discernimiento, era el único de los seis que se adscribía al reformismo genuino, aunque anclado en la moderación. Pero esta excepción duró sólo unas horas, ya que el 23 de mayo, el Consejo de Guardianes, acatando el llamado de Jamenei, se retractó de su decisión de dejar en la estacada a dos aspirantes reformistas bien perfilados, Mostafa Moin, ex ministro de Ciencia e Investigación, que tenía el aval de la facción jatamista Frente de Participación del Irán Islámico, y el azerí étnico Mohsen Mehralizadeh, responsable de la Organización para la Educación Física.

Ahora bien, el candidato más potente de los ocho era, con diferencia, el veterano, experimentado y maniobrero hojatoleslam Rafsanjani, actual presidente del Consejo para el Discernimiento, un "conservador pragmático" cuyo reformismo tibio, interesado sobre todo en un mayor aperturismo económico, la expansión de los negocios, la supresión cautelosa de obstáculos al libre mercado como las subvenciones gubernamentales del consumo de alimentos y combustibles, y la normalización de las relaciones exteriores de Irán, le convertía, a los ojos del desmotivado electorado progresista, en el "menos malo" de los candidatos con perspectivas de victoria. Nadie creía seriamente en las posibilidades de Moin, Karroubi y Mehralizadeh, máxime cuando se esperaba una participación baja.

Ahmadinejad empezó la campaña como el candidato situado más a la derecha y también como el más rezagado en los sondeos, lo cual no constituía ninguna sorpresa porque era una figura conocida por el público, y muy poco fuera de Teherán, desde hacía sólo un bienio, a diferencia de un ramillete de contrincantes con unas alforjas bastante más lustrosas a sus espaldas.

Sus promesas, poco desarrolladas, incidían en la necesidad de crear empleo para los jóvenes (en un país que, pese a crecer su economía a un ritmo superior al 6% anual, era incapaz de integrar en el mercado laboral a más de la mitad de los 800.000 nuevos demandantes de empleo todos los años, con el consiguiente éxodo a Europa y Norteamérica de cientos de miles de recién licenciados y trabajadores cualificados), reducir una tasa de paro que oficialmente rondaba el 16% pero que extraoficialmente era casi el doble, y hacer llegar a los menos favorecidos (según estimaciones no oficiales, entre el 15% y el 20% de los 70 millones de habitantes conocía la pobreza en alguna de sus formas) los ingresos que estaban generando los exorbitantes precios internacionales del petróleo, del que Irán es el cuarto productor y exportador mundial. Ahmadinejad prometía la continuidad de las subvenciones del Estado y ayudas económicas directas para todos en forma de salarios sociales. En cuanto a las privatizaciones, su mutismo dejó entender que no le gustaban en absoluto.

A los iraníes con estrecheces, los llamamientos de Ahmadinejad a plantar cara a la pobreza, la corrupción de los poderosos, los privilegios de los nuevos ricos y, textualmente, la "mafia del petróleo", unida a su imagen deliberada de servidor público piadoso (por ejemplo, se negaba a sentarse en una mesa con quien no cumpliera con el precepto islámico del zakat, o la limosna impositiva para los pobres), sencillo y cercano al pueblo llano, les impresionó mucho más que sus inequívocos mensajes integristas, como el muy comentado "no hicimos una revolución para tener una democracia, sino un gobierno islámico". No tenía ambages en llamarse a sí mismo fundamentalista, término que interpretaba como "defensor de los valores islámicos y revolucionarios". Asimismo, expresó su disgusto por las "políticas culturales descontroladas" y acusó a "redes organizadas" que no precisó de "propagar la decadencia".

En todos estos aspectos, e incluso también en la apariencia —enteco, bigote y barba ralos, sonrisa tímida y gris indumentaria sin corbata, componiendo una estampa de cierto desaliño que invitaba al iraní de condición humilde a identificarse con él—, Ahmadinejad recordaba al segundo y, por el momento, último presidente laico de la República, Mohammad Ali Rajai, quien no llegó al mes de ejercicio porque fue asesinado, junto con el primer ministro Mohammad Javad Bahonar, el 30 de agosto de 1981, en un atentado perpetrado por los Mujahidín que, como el que había acabado con la vida del ayatolá Beheshti dos meses atrás, hizo estremecerse al régimen jomeinista. El efímero Rajai, quien fuera un radical de la línea dura y un seguidor ferviente de Jomeini, formaba parte del martirologio de la Revolución, y Ahmadinejad no descuidó alimentar esa analogía.

En un sentido inverso, el alcalde de Teherán se afanó en contrastar con Rafsanjani, uno de los máximos prebostes del régimen desde sus comienzos, perteneciente a una familia pudiente y poseedor de una enorme fortuna privada que sus detractores ligaban a chanchullos económicos realizados al socaire de la liberalización iniciada durante su presidencia y ampliada luego, aunque lejos de ser completada, por Jatami. Ahmadinejad tampoco se mordió la lengua a la hora de pronunciarse sobre cuestiones de política internacional, allí donde la coyuntura era delicada para Irán, sometida a sanciones y acusada por Estados Unidos de pretender hacerse con armas nucleares bajo la tapadera de un programa atómico para usos civiles, de apadrinar el terrorismo y de fomentar la inestabilidad en el convulso Irak posterior a la invasión anglo-estadounidense que derrocó al régimen baazista abril de 2003 con el suministro de armas a la insurgencia, directamente o bien a través del Hezbollah libanés.

Las advertencias de la Administración de George W. Bush, quien en enero de 2002 había situado al país persa en un "eje del mal" junto con el Irak saddamista y la estalinista Corea del Norte, habrían podido ser sorteadas o despreciadas sin más por el Gobierno de Teherán con las clásicas declaraciones de retórica antiimperialista de no ser compartidas —aunque sin llegar al extremo de amenazar con el uso de la fuerza— por la ONU, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y la Unión Europea, que exigían verificar con garantías que el programa y las instalaciones para usos pretendidamente civiles y pacíficos no entrañaban una violación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), del que Irán es signatario.

La crisis había experimentado un alivio el 14 de noviembre de 2004, cuando Irán aceptó "suspender" el proceso de producción de uranio enriquecido, un material altamente radiactivo que sirve como combustible para las plantas de energía nuclear, aunque también para la fabricación de armas atómicas, y se libró, por el momento, de que la AIEA llevara el caso al Consejo de Seguridad de la ONU, de donde podría salir un paquete de sanciones internacionales.

Pero Teherán se negaba a terminar de manera definitiva todas las actividades relacionadas con la conversión y el enriquecimiento de uranio en las instalaciones de Isfahán y Natanz, así como otras imprescindibles para la puesta en marcha en 2006 de la central nuclear para la generación de electricidad que estaba construyendo en la localidad de Bushehr con la decisiva asistencia de Rusia, país que se había comprometido a vender el combustible de uranio necesario para su funcionamiento y luego, una vez usado, a repatriarlo para impedir su reutilización con finalidad militar. El Gobierno de Jatami tampoco frenó los planes de levantar en Arak una planta de producción de agua pesada, una instalación susceptible de producir plutonio para cargar bombas.

Respecto a la porfía nuclear, el candidato alegó que ese tipo de energía era "un progreso científico de la nación" y un "derecho" que "algunas potencias arrogantes no quieren aceptar". La propaganda de campaña presentaba al programa de investigación atómica de Irán como "una riada" que no se podía parar con "una cerilla encendida" ni con "un montón de palabras irrelevantes". También se afirmaban cosas como que "los analistas dicen que ningún país, no importa cuán poderoso sea, puede atacar a Irán. Sería suicida para un país atacar a Irán, así que no vamos a doblegarnos ante las amenazas".

La intransigencia de Ahmadinejad en este campo quedó también de manifiesto cuando criticó en términos muy duros a los negociadores con la troika de la UE —Francia, Reino Unido y Alemania— y la AIEA por, en su opinión, haber hecho demasiadas concesiones: "Aquellos que llevan las negociaciones están aterrorizados, y antes de sentarse a la mesa ya han retrocedido 500 kilómetros; un gobierno popular y fundamentalista cambiará rápidamente eso". A mayor abundamiento, el jefe del equipo negociador, el hojatoleslam Hassan Rouhani, y el responsable de la AIEA en Irán, Gholamreza Aghazadeh, sugirieron que lo más recomendable para el país era votar por Rafsanjani, el candidato con la prudencia, la inteligencia y la respetabilidad internacional necesarias para conducir la crisis nuclear a buen puerto.

El alcalde se mostraba sumamente escéptico con la hipótesis de una mejora de las relaciones con Estados Unidos ("El movimiento unilateral de América de romper los lazos con la República Islámica estuvo dirigido a destruir la Revolución; América fue libre de romper con Irán, pero Irán se reserva la decisión de reestablecer las relaciones con América"). Por el contrario, consideraba necesario proseguir el diálogo con los europeos, también en el terreno nuclear, aunque sin dejar de "defender los derechos de nuestra nación". Las organizaciones internacionales tampoco suscitaban sus simpatías: la ONU era "parcial" y estaba "en contra del mundo islámico", y en cuanto a la Organización Mundial del Comercio, la membresía de Irán (buscada por el Gobierno saliente) traería más perjuicios que beneficios a la economía.

El 17 de junio de 2005 los iraníes acudieron a votar con un nivel de participación superior al augurado, el 62,7%. Todo el mundo estaba convencido de que Rafsanjani no iba a poder proclamarse presidente en la primera ronda y que tendría que medirse en la segunda con un adversario que podría ser, bien el ultraderechista Qalibaf, bien el reformista Moin. Pues bien, pulverizando todos los pronósticos, fue Ahmadinejad, con el 19,5% de los votos, el que arrebató ese puesto de segundón provisional tras un Rafsanjani que anduvo cerca de perder la primacía: el ex presidente sólo capturó el 21% de los sufragios. Karroubi quedó tercero (17,3%) y tras él, por este orden, Qalibaf (13,9%), Moin (13,8%), Larijani (5,9%) y Mehralizadeh (4,4%). El octavo candidato, Rezai, se había retirado de la elección tan sólo dos días antes con el fin de "integrar" y "hacer efectivos" los votos. Saltaba a la vista que el beneficiario de esta baja había sido Ahmadinejad, pero el dato no bastaba para explicar el sensacional éxito del alcalde de Teherán.

El paso, completamente inesperado, de Ahmadinejad a la segunda vuelta del 24 de junio provocó una cascada de reacciones. Analistas políticos de casa y el exterior se pusieron a rastrear el momento de la campaña en que el antiguo oficial pasdarán, a la chita callando, había remontado posiciones desde su puesto zaguero. El hojatoleslam Karroubi denunció irregularidades en el recuento y la existencia de una trama proselitista pro Ahmadinejad mantenida por basiyíes, pasdarán y mullahs de las mezquitas, y en la que también estaría implicado un hijo del Rahbar, Mojtaba Jamenei (luego, el padre del acusado respondió al enfurecido clérigo para tachar de "indignas" sus alegaciones, rapapolvo que se tradujo en la dimisión de Karroubi como miembro del Consejo para el Discernimiento).

Rafsanjani, tan asombrado como el que más por lo sucedido, se apresuró a incorporar mensajes de contenido social y religioso a su propaganda, y, dando parcialmente la razón a Karroubi, deploró los "escandalosos casos de abuso" sufridos por algunos candidatos y "las intervenciones organizadas e injustas". Profundamente alarmadas, las principales fuerzas y personalidades reformistas, entre ellas un hermano del Rahbar, Hadi Jamenei, instaron a cerrar filas tras la candidatura de Rafsanjani y a crear "un frente unido para una coalición nacional" que frenase el "militarismo" y el "fascismo". A los ojos de los partidarios de Rafsanjani, ya fueran genuinos o simplemente coyunturales, Ahmadinejad representaba el "extremismo" y la "talibanización" de Irán.

En el otro lado, también hubo llamamientos a votar por Ahmadinejad, como el efectuado por Larijani. Pero los colaboradores del alcalde juzgaron oportuno adoptar un tono más moderado, para evitar que millones de electores temerosos de lo que pudiera hacer aquel una vez aupado a la Presidencia corrieran a votar por Rafsanjani. Así, el equipo de campaña precisó que Ahmadinejad, si salía elegido, ni anularía los derechos de las mujeres, ni impondría la segregación de sexos, ni echaría el candado a Internet y a la televisión por satélite.

El 22 de junio, él mismo negó que tuviera la intención de imponer el chador a todas las iraníes, ya que "los principales problemas de Irán son el desempleo y la vivienda, no el qué llevar puesto". Y continuaba diciendo: "¿Son los cortes de pelo el principal problema de nuestra juventud?. Pueden cortárselo de la manera que quieran (…). Lo que el Gobierno tiene que hacer es poner la economía en orden y crear calma". Los portavoces del candidato desmintieron también los rumores de que su intención fuera frenar los proyectos de liberalización económica dirigidos a captar la muy necesaria inversión extranjera.

La votación decisiva del 24 de junio estuvo empañada por nuevas denuncias de irregularidades. El Ministerio del Interior intentó suspenderla en algunos colegios electorales porque sus supervisores detectaron a grupos de basiyíes rellenando papeletas para otros votantes, pero el Consejo de Guardianes se opuso. Políticos reformistas renovaron la alegación de que estos paramilitares pasdarán estaban violando flagrantemente la prohibición de intervenir en política que pesaba sobre todo colectivo armado o de seguridad. Una vez completado el recuento, el pasmo fue total: con el nivel de participación rebajado al 59,6%, Ahmadinejad se proclamó presidente con un inapelable 61,7% de los votos; en otras palabras, el todavía alcalde de Teherán había sacado siete millones de votos más que Rafsanjani. El Rahbar se felicitó de que el electorado iraní hubiese "humillado" a Estados Unidos.

Mientras un coro de descontento por el "falseamiento" y las "serias deficiencias" del proceso electoral se elevaba en Europa y Estados Unidos —la duda queda de si los gobiernos occidentales también habrían puesto de relieve, con ánimo de deslegitimar, la descarada tendenciosidad del Consejo de Guardianes a la hora de seleccionar las candidaturas si el ganador hubiese sido Rafsanjani—, Ahmadinejad se puso a emitir mensajes pretendidamente tranquilizadores e integradores. Exhortó a "olvidar todas nuestras rivalidades" y a "ayudarnos unos a otros a construir una gran nación", se comprometió a hacer de Irán "una sociedad islámica moderna, avanzada y poderosa", prometió un gobierno caracterizado por la "política de la moderación" y en el que "el extremismo no tendrá cabida", y avizoró unas relaciones exteriores "enfocadas a la paz, la moderación y la existencia". En cuanto al desacuerdo nuclear, las conversaciones con la UE seguirían su curso.

Sin embargo, las matizaciones eran abundantes. La mejora de las relaciones exteriores sólo se haría con aquellos países que "no busquen las hostilidades con Irán". Preguntado por Estados Unidos, respondió que Irán estaba "tomando el camino del progreso basado en la autoconfianza", y que, una vez metido el país por ese vericueto, "no necesita significativamente a Estados Unidos". En cuanto a los europeos, debían "bajarse de su torre de marfil y comprender que no pueden tratar a la gran nación iraní de esa manera arrogante". El Estado estaba listo para tomar "medidas de confianza en todos los campos", pero los extranjeros tendrían que asumir que los iraníes necesitaban la tecnología nuclear "con objetivos pacíficos", para su desarrollo "en el sector energético, la medicina y la agricultura".

Y el 1 de julio fue todavía más contundente: "Gracias a la sangre de los mártires, una nueva revolución islámica se ha alzado, y la Revolución de 1384 (1979), si Dios quiere, cortará de raíz la injusticia del mundo (…) La era de la opresión, los regímenes hegemónicos, la tiranía y la injusticia ha tocado a su fin". Aparte, el 28 de junio, Ahmadinejad cesó como alcalde; en septiembre, el Consejo Municipal iba a elegir para sustituirle a Qalibaf.


4. Un debut presidencial bajo crítica: arengas contra Israel y reanudación del programa nuclear

No obstante aquellas palabras de apaciguamiento, el arranque de la presidencia de Ahmadinejad iba a ser borrascoso. Ya el primero de agosto, dos días antes de la asunción, Irán lanzó un desafío a la comunidad internacional al decidir de forma inesperada reanudar parte de las actividades nucleares que había aceptado paralizar en noviembre, con la explicación de que la UE no había cumplido su palabra de presentarle a tiempo un plan alternativo de cooperación integral, que incluía diversos incentivos energéticos y económicos. Simultáneamente, Teherán notificó a la AIEA su decisión de levantar los sellos de la central de Isfahán para reemprender las actividades de conversión de polvo de uranio en gases fluoruros, paso previo a la producción de uranio enriquecido mediante centrifugado. Alemanes y franceses consideraron "muy grave" y "amenazadora" la actitud iraní, y dejaron abierta la puerta a la imposición de sanciones por la ONU.

Con este telón de fondo, Ahmadinejad tomó posesión de la Presidencia de la República con un mandato de cuatro años —al término de los cuales podría optar a la reelección por un segundo cuatrienio— el 3 de agosto. El titular saliente, Jatami, leyó en el Majles el texto del beneplácito del Rahbar y éste, en una mezquita de Teherán, fue besado en la mano por Ahmadinejad, acto de pleitesía que ni Rafsanjani ni Jatami habían tenido con él, y que en la República sólo había realizado Rajai, con el imán Jomeini.

En su discurso de asunción, Ahmadinejad no aludió al programa nuclear nacional, pero abogó por "la eliminación de las armas de destrucción masiva de todo el mundo", al considerar que "amenazan a la Humanidad". Afirmó que la "política de doble rasero es la principal causa de los conflictos en el mundo" y que "Irán quiere ver el establecimiento de una paz y una justicia duraderas". En cuanto a él, iba a "trabajar a favor de la justicia internacional, porque el mundo esta hambriento de justicia", y a "servir al pueblo de Irán, y a ofrecerle progreso y prosperidad financiera".

Los actos institucionales se completaron el 6 de agosto con la preceptiva juramentación en el Majles. En esta ocasión, el flamante presidente advirtió que ellos, los iraníes, "no aceptaremos que se violen los derechos de nuestra nación" y "nunca sacrificaremos nuestra dignidad", palabras de dureza que fueron interpretadas como un rechazo implícito de la nueva propuesta negociadora presentada por la UE. Al día siguiente, Ahmadinejad hizo su primera salida al exterior para entrevistarse en Damasco con su homólogo sirio, Bashar al-Assad. En la rueda de prensa conjunta, el iraní declaró que "las amenazas comunes exigen, más que nunca, la formación de un frente unido" entre los dos países. El 10 de agosto, haciendo caso omiso de los requerimientos internacionales, funcionarios del Gobierno rompieron los precintos de la AIEA en la central de Isfahán y pusieron en funcionamiento las instalaciones.

Acompañándola de diatribas sobre la "invasión cultural" de Occidente y contra el liberalismo económico, Ahmadinejad hizo la presentación de su Gobierno al Majles, que debía validar a los ministros propuestos uno por uno. Los ministerios de rango político —Exteriores, Interior, Cultura y Orientación Islámica, Inteligencia y Seguridad—, fueron otorgados a personalidades conocidas por sus posturas ultraderechistas y de lealtad al Rahbar, y las carteras estratégicas —Petróleo, Economía y Finanzas, Energía— se adjudicaron a conservadores más o menos moderados. El 24 de agosto, sin embargo, en una decisión sin precedentes desde la proclamación de la República, los diputados rechazaron cuatro nombramientos, entre ellos el de Ali Saidlou para el Ministerio del Petróleo, por no reunir la cualificación o experiencia suficientes.

Si este tropiezo ya dejó traslucir la falta de unanimidad en el bando derechista, ciertas manifestaciones de Ahmadinejad en la arena internacional gratuitamente temerarias vinieron a cubrir de sombras e incertidumbre sus primeros meses como presidente de Irán. A mediados de septiembre, durante su estancia en Nueva York para participar en el período de sesiones de la Asamblea General, ofreció suministrar tecnología nuclear a otros países islámicos "de acuerdo con sus necesidades".

En su discurso ante la Asamblea y en sus declaraciones anexas, Ahmadinejad subrayó que su país no buscaba dotarse de armas de destrucción masiva, reclamó "el derecho inalienable" de Irán a adquirir combustible nuclear para fines pacíficos, y arguyó que era "imposible alcanzar la seguridad, la paz, la estabilidad, la prosperidad y el progreso en unas partes del mundo a expensas de la inestabilidad, el militarismo, la discriminación, la pobreza y la depravación en otras". El dirigente aceptó reunirse con los ministros de Exteriores de Francia, Reino Unido y Alemania, y con el secretario general Kofi Annan, para tratar sobre el programa nuclear iraní.

Lejos de facilitar la distensión, Ahmadinejad se negó a dar contramarcha en la criticada decisión de agosto concerniente a la central de Isfahán y además hizo saber que el Gobierno iraní no quería seguir negociando con la tríada europea. El 20 de septiembre, Larijani, el nuevo secretario del Alto Consejo de Seguridad Nacional de Irán, amenazó con reiniciar el proceso de enriquecimiento de uranio y con revisar la pertenencia al TNP si la AIEA enviaba el expediente al Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero la caja de los truenos la destapó Ahmadinejad el 26 de octubre, cuando, durante una conferencia titulada El mundo sin el sionismo y pronunciada en Teherán ante cientos de estudiantes, afirmó que, "tal como dijo el imán [Jomeini], Israel debe ser borrado del mapa". "Si Dios quiere, seremos testigos de un mundo sin Estados Unidos y sin la entidad sionista", espetó. Estimulado por los gritos de "muerte a Israel" que profería el público, el presidente insistió en que "el establecimiento del régimen sionista fue un movimiento del mundo opresor contra el mundo islámico", que "la comunidad de fieles no permitirá a su enemigo histórico vivir en su corazón", y que estaba en curso "una guerra histórica entre el opresor y el mundo del Islam", cuyo resultado iba a dirimirse "en la tierra de Palestina".

La explosiva alocución, que retrotraía al lenguaje más virulento de los primeros años de la Revolución, provocó un sinfín de reacciones de consternación y condena, sobre todo entre los gobiernos occidentales. El estadounidense se sintió reafirmado en su opinión de que Ahmadinejad era un extremista irresponsable. El israelí demandó la expulsión de Irán de la ONU. Y la propia ONU tomó cartas, con Annan recordando a Irán que era uno de los países signatarios de la Carta de la organización y que no podía amenazar a otro Estado, y el Consejo de Seguridad emitiendo una declaración condenatoria en parecidos términos. Los europeos, algunos árabes —Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina—, Rusia, Canadá y otros muchos países censuraron lo dicho por Ahmadinejad.

A pesar del daño causado a la diplomacia iraní, del enfado suscitado en los medios políticos reformistas ahora marginados de toda instancia de poder y de las críticas entonadas por los ex presidentes Rafsanjani ("el tiempo de esos eslóganes ya ha pasado") y Jatami ("esas palabras han creado para nosotros cientos de problemas políticos y económicos en el mundo"), Ahmadinejad no fue desautorizado por el Rahbar —todo lo contrario, días después iba a recibir su defensa—, lo que le bastó para seguir haciendo pronunciamientos antisionistas y antioccidentales.

Tan sólo dos días después de la perorata en la conferencia, el presidente se puso a la cabeza de una manifestación de miles de personas que recorrió las calles de Teherán para celebrar el día de Qods (Jerusalén) y apoyar la causa palestina, en la que se lanzaron consignas contra Israel, Estados Unidos y el Reino Unido, y se quemaron banderas de estos países. Los actos reivindicativos fueron convocados por las principales instituciones y organizaciones del país, controladas por las fuerzas conservadoras. El 29 de octubre, el Ministerio de Exteriores salió a matizar lo dicho por el presidente, aclarando que el país se atenía a los principios de la Carta de la ONU y recordando que Irán "jamás ha agredido a otro país ni ha amenazado con hacerlo", en lo que citaba expresamente a Israel. Un día después, Ahmadinejad reiteró que Irán bajo ningún concepto iba a renunciar a su plan de elaborar combustible nuclear para usos civiles. A continuación, dispuso la baja de una cuarentena de embajadores y jefes de misión, lo que para los medios internacionales constituía una verdadera purga de elementos liberales en el servicio exterior iraní.


5. Insistencia en el derecho de Irán a enriquecer uranio y desafío de las resoluciones de la ONU

(Epígrafe en previsión)


6. Alianza con Chávez, amenaza militar de Estados Unidos y el factor irakí

(Epígrafe en previsión)

(Cobertura informativa hasta 10/12/2005)