Mahinda Rajapaksa

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 9/6/2004. Mahinda Rajapaksa fue presidente de la República entre el 19/11/2005 y el 9/1/2015. Posteriormente, volvió a ser primer ministro de Sri Lanka en dos ocasiones más, del 26/10/2018 al 16/12/2018 y del 21/11/2019 al 12/5/2022; en esta última fecha, Rajapaksa dimitió bajo el peso de unas protestas sociales y una situación de quiebra económica nacional que dos meses después provocaron la caída también del entonces presidente de la República, a la sazón su hermano, Gotabhaya Rajapaksa).

Es miembro de una de las tres familias Rajapaksa, que, con patria chica en el extremo sur rural de este país insular y desde los días de la independencia del Reino Unido en 1948, han tenido una presencia eminente en la política nacional, produciendo un gran número de servidores públicos con ese apellido, así como un fuerte vínculo con la tradición y el clero budistas. El budismo theravada es la religión vinculada a la mayoría étnica cingalesa (el 74% de la población), en tanto que la minoría tamil (el 18%), que a su vez constituye la mayoría de la población en las áreas septentrionales y orientales, es esencialmente hinduista, habla su propia lengua y posee una cultura específica entroncada con la de los tamiles de India meridional.

Esta doble militancia política y religiosa se presentó en el futuro primer ministro desde temprana edad, aleccionado por el ejemplo de dos ascendientes directos con fama de prohombres honestos y austeros: su tío paterno, D. M. Rajapaksa, fallecido en los últimos años del régimen colonial y al que no llegó a conocer, y, sobre todo, su padre, Don Alwin Rajapaksa, heredero de un patrimonio agrícola de arrozales y palmerales de coco, y militante original en 1951 del Partido de la Libertad de Sri Lanka (SLNP) antes de convertirse en legislador y ministro en los gobiernos presididos por la jefa de esta formación de orientación socialista, Sirimavo Bandaranaike, viuda del que fuera líder fundador partido y primer ministro hasta su asesinato en 1959 –precisamente, por un monje budista-, Solomon Bandaranaike.

El muchacho recibió una formación elitista especializada en leyes en el Richmond College, el Nalanda College y el Thurstan College, el primero emplazado en Galle y los otros dos en la capital, Colombo, en la entonces Ceylán, antes de proclamarse (1972) la República de Sri Lanka y terminar el condominio de la corona británica. Posteriormente redondearía su instrucción con una diplomatura impartida por la Escuela de Sindicatos de Praga, en el contexto de la cooperación especial que existía entre Sri Lanka y los países del bloque soviético.

En mayo de 1970, a la edad de 25 años, fue incluido en las listas del SLNP y ganó el escaño de diputado por la circunscripción sureña de Beliatta, el mismo que había ocupado su padre durante 18 años antes de retirarse y de fallecer en 1967, en las elecciones a la Asamblea Nacional que repusieron en el Consejo de Ministros al SLNP tras pasarse cinco años en la oposición al ejecutivo conservador de Dudley Senanayake, jefe del Partido Nacional Unido (EJP), precisamente, la formación de la que había surgido el SLNP como una escisión de izquierda. Rajapaksa sería reelegido en todos los comicios generales celebrados desde entonces, y durante 14 años simultaneó su labor de mandatario popular con la práctica de la abogacía en su terruño de Tangalle.

En esta época, Rajapaksa se distinguió como un cuadro medio del SLNP ubicado en posiciones de centro-izquierda, políticamente moderado e involucrado en la defensa de los derechos de los trabajadores, el desarrollo social en las empobrecidas áreas rurales y la promoción de diversas causas humanitarias. También presidió el Comité Srilankés de Solidaridad con Palestina. Aquellos esfuerzos resultaban tanto más loables por cuanto que eran los años en que el país indostánico era convulsionado por los grandes picos de violencia político-social, teniendo como protagonistas al marxista Frente de Liberación Popular (JVP) en las áreas cingalesas y a una pléyade de grupos separatistas tamiles que de momento practicaban una subversión de baja intensidad en las regiones pobladas por su comunidad. El JVP, en particular, desató una insurrección armada de corte maoísta en 1971 que fue drásticamente sofocada por el Ejército a las órdenes de Bandaranaike, con un balance de miles de muertos, y posteriormente evolucionó a posturas sectarias de chovinismo cingalés.

El regreso de su partido a la oposición en las elecciones de julio de 1977, que inauguraron la larga travesía en el desierto de la enérgica y controvertida Bandaranaike, no le afectó a él profesionalmente. Continuó ejerciendo como diputado, a veces muy crítico con los ramalazos autoritarios de los gobernantes del EJP, y jurista privado hasta agosto de 1994, cuando la coalición izquierdista encabezada por el SLNP, la Alianza del Pueblo (BNP), devolvió a través de las urnas al clan Bandaranaike al poder y se instauró una suerte de duopolio familiar formado por la anciana líder y su hija, Chandrika Kumaratunga, las cuales se repartieron los puestos de primera ministra y presidenta de la República, respectivamente. Antes de ganar las elecciones presidenciales de noviembre y de entregar el testigo a su madre, Kumaratunga formó un efímero gobierno poselectoral cuyo ministerio de Trabajo y Formación Vocacional le fue conferido a Rajapaksa, quien por su larga experiencia con las problemáticas laborales aparecía como el titular idóneo.

Cuando en noviembre Bandaranaike tomó las riendas del Gabinete, Rajapaksa fue confirmado en el puesto. En el trienio siguiente, su labor ministerial estuvo muy pendiente de la situación del medio millón de trabajadores srilankeses en el extranjero, en particular los asentados en los países árabes de Oriente Próximo, que constituyen una fuente de divisas fundamental para la economía nacional. Rajapaksa negoció con los gobiernos de acogida para aumentar la cuota de trabajadores regularizados, y de puertas adentro batalló por la promulgación de una Carta de los Trabajadores que definiera los derechos básicos de los asalariados e impidiera abusos empresariales consolidados. El fracaso en este empeño, que de haber fructificado habría supuesto la regulación del derecho de sindicación, las categorías salariales y el esquema de protección social, ante las presiones ejercidas por los patronos del sector privado estuvo detrás de su salida del Ministerio en la remodelación del gabinete realizada por la presidenta en junio de 1997. Entonces, Rajapaksa fue transferido a Desarrollo de Recursos Pesqueros e Hídricos, cartera con la que se mostró igualmente voluntarioso y emprendedor.

Convertido ya en vicepresidente del SLNP, Rajapaksa dio la campanada en agosto de 2000 con su público respaldo, hasta el punto de sumarse a las manifestaciones callejeras de protesta, al rechazo del clero budista, un caldo de cultivo inveterado del chovinismo cingalés, de la reforma de la Constitución que promovía Kumaratunga para allanar el camino a un acuerdo de paz con los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE), poderosa rebelión armada a caballo entre la guerrilla convencional y la organización terrorista pura y dura que desde julio de 1983 venía librando con el Estado una crudelísima guerra civil no declarada (más de 60.000 muertos) por su pretensión de constituir una entidad política soberana para los tamiles hindúes en las provincias Easterne, Northrn y North Western. La presidenta, urgida por los últimos y desastrosos reveses militares a manos de los rebeldes en la península de Jaffna y el litoral del mar de Bengala, y ella misma víctima de un atentado de los LTTE que cerca estuvo de matarla en diciembre de 1999 en vísperas de su reelección presidencial, proponía un tipo de Estado ampliamente descentralizado, casi federal, en el que los tamiles del norte gozarían de una amplia autonomía.

No tratándose Rajapaksa de un extremista cingalés -todo al contrario-, su apoyo a los monjes budistas, que coincidieron en las protestas antigubernamentales con el EJP y el JVP (reciclado a un partido sin estructura terrorista o paramilitar y que renuncia a la acción revolucionaria, pero con su hostilidad antitamil intacta), parecieron responder sobre todo a un impulso de solidaridad afectivo. De hecho, y en un extraño ejercicio de dualidad política, Rajapaksa participó también en manifestaciones de apoyo a la iniciativa presidencial, que finalmente naufragó por falta de votos en el Parlamento, y su fe en la solución negociada del sangriento conflicto tamil no era puesta en duda. El partido no le pasó factura por este asomo de deslealtad, y cuando Bandaranaike, el 10 de agosto, dimitió por su avanzada edad y deteriorada salud (la veterana estadista falleció en noviembre), su sucesor al frente del Gobierno, Ratnasiri Wickremanayake, le mantuvo en el Gabinete.

Sucesivamente reelegido en su escaño parlamentario en las elecciones del 10 de octubre de 2000, ganadas por escaso margen por la BNP, y en las anticipadas al 5 de diciembre del año siguiente, ahora ya perdidas a manos del EJP, que supo capitalizar el descontento de la población con los sucesivos fracasos del SLNP en el tratamiento de la rebelión tamil y su reciente pacto con el JVP para sostenerle en el Parlamento, Rajapaksa cesó en sus responsabilidades gubernamentales el 9 de diciembre de 2001 con la asunción del Ejecutivo nacionalista de Ranil Wickremasinghe, apenas tres meses después de hacerse cargo del ministerio reorganizado de Pesca, Puertos e Industria Naval.

Mientras Kumaratunga y Wickremasinghe, los dos cabezas ejecutivos del sistema político srilankés, una mixtura de presidencialismo y de parlamentarismo (aunque prevalece la autoridad de la Presidencia), iniciaban una complicada cohabitación sometida a tensiones permanentes por el diferente enfoque de las negociaciones con los LTTE para poner fin al estado de guerra –menos condescendiente, ahora, la presidenta y más posibilista el primer ministro-, Rajapaksa fue ganando cuotas de poder e influencia en el SLNP, donde tenía como directo rival a su antiguo superior en el Gobierno, Wickremanayake. El 4 de febrero de 2002, días antes del anuncio por los LTTE y el Gobierno de la firma de un acuerdo de alto el fuego formal e indefinido previo al arranque en Tailandia de negociaciones de paz auspiciadas por funcionarios del Gobierno de Noruega, Rajapaksa le ganó la partida interna a Wickremanayake, un oficial perfectamente alineado con las renovadas tesis duras de Kumaratunga frente a los insurgentes tamiles, y le arrebató el liderazgo del grupo parlamentario de la BNP por decisión del Comité Central del partido.

En noviembre de 2003, después de celebrarse seis rondas de conversaciones con la guerrilla comandada por el enigmático Velupillai Prabhakaran, verdadero señor de la guerra del extremismo tamil con un extenso historial de brutalidades a sus espaldas, y culminando dos años de regateos y porfías con Wickremasinghe, Kumaratunga suspendió el Parlamento, destituyó a los ministros de Defensa, Interior e Información que pertenecían al EJP, y declaró el estado de emergencia, el cual, a la postre, fue efímero. Todas estas medidas entraban dentro del rango de facultades otorgadas al presidente en la Constitución de 1978, y la líder del SLNP justificó su extremosa actuación en un momento delicado, con el proceso de paz en suspenso, para “prevenir un mayor deterioro en el estado de la seguridad” en el país y tras acusar al Gobierno nacionalista de ser receptivo a las demandas de amplia autonomía de los insurgentes sin insistir antes en su desarme y desmovilización. El EJP replicó tachando de “irresponsables” y “arbitrarios” los decretos presidenciales.

La crisis institucional tuvo como espoleta la presentación días atrás por los LTTE a las autoridades de Colombo de una demanda formal de concesión de una “autoridad de autogobierno interina” en las áreas del nordeste bajo su control. La reivindicación de un poder autónomo tamil era el obstáculo contra el que se habían estrellado las últimas conversaciones, al plantearla los LTTE como la precondición para seguir negociando. Con todo, se trataba de una novedad de calado, ya que dejaba atrás, al menos sobre el papel, la histórica reclamación de un Estado nacional tamil independiente, en cuyo nombre se había librado una feroz guerra de liberación de 19 años.

La imposibilidad de llegar a un acuerdo con el primer ministro sobre un nuevo esquema de poder compartido y sobre un consenso básico de cara a las negociaciones con los LTTE empujó a Kumaratunga a disolver el Parlamento y a convocar elecciones parlamentarias anticipadas para el 2 de abril de 2004, las terceras en 42 meses. El SLNP se presentó a los comicios al frente de la nueva Alianza por la Libertad del Pueblo Unido (UPFA), que incluía a sus cuatro aliados tradicionales -el Partido Comunista de Sri Lanka (CPSL), el Frente Democrático Nacional Unido (DUNF), el Partido de la Sociedad Igualitaria (LSSP, trotskista) y el Partido Popular de Sri Lanka (SLPM)-, a tres nuevas formaciones -la Alianza por la Unidad Nacional Musulmana (MNUA), el Frente Popular Unido (MEP) y el Partido de Liberación Popular Nacional (DVJP)-, más, novedad absoluta, un octavo socio en la figura del JVP, el otrora mortal enemigo de Bandaranaike, que seguía aferrado a la intransigencia en todo lo que atañía a los tamiles. Rajapaksa y el líder del JVP, Somawansa Amarasinghe, no ocultaban su mutua antipatía, y de hecho, la decisión de Kumaratunga de aliarse con esta formación se hizo contra la voluntad de su jefe parlamentario, quien habría preferido una gran coalición con el EJP en aras de la paz con los LTTE.

Los sondeos eran favorables a la coalición opositora y la UPFA se adjudicó la victoria con el 45,6% de los votos y 105 de los 225 escaños, con todo un resultado inferior al obtenido por la BNP y el JVP por separado en los comicios de 2000. La enésima mayoría simple prolongó el característico bipartidismo, muy ajustado y sin grandes corrimientos electorales, de la democracia srilankesa, que permite el turnismo periódico entre las dos fuerzas dominantes, si bien la presente alianza con el JVP era un elemento de distorsión que relativizaba esta lectura. Más aún, en las filas del SLNP provocó honda preocupación el dato de que los candidatos propios que habían ganado el escaño habían sido sólo 57, frente a los 39 del JVP, lo que informaba de un fuerte trasvase de votos y del avance del radicalismo cingalés en las circunscripciones tradicionalmente dominadas por el partido presidencial.

La intención primera de Kumaratunga habría sido nombrar primer ministro a un hombre más próximo a su talante, el ex ministro de Exteriores y últimamente ministro de Información Lakshman Kadirgamar, un dirigente de porte burocrático que no era miembro del Parlamento y carecía de apoyos territoriales, amén de ser tamil y de pertenecer a la pequeña comunidad religiosa cristiana. La filiación étnica de Kadirgamar no era óbice para constituir la fórmula deseada por el JVP, ya que el ministro se había distinguido por promover contra los LTTE una campaña internacional que insistía en la naturaleza terrorista de una organización con un pavoroso historial de masacres, magnicidios de personalidades tanto cingalesas como tamiles y destrucciones de monumentos budistas, y también por el empresariado privado, que desconfiaba del pasado laboralista de Rajapaksa.

Y, sin embargo, Rajapaksa, cingalés de pura cepa, en excelentes relaciones con el influyente clero budista (presente en el Parlamento a través del partido confesional Herencia Nacional, JHU, que había metido nueve escaños), con raigambre popular, una fama de probidad y partidario de negociar con los LTTE, suponía la opción más oportuna en una fase confusa del curso político en la que el SLNP no renunciaba a alcanzar la paz, pero se oponía al autogobierno interino que exigían los rebeldes y se aliaba con el campeón del rechazo a las reivindicaciones tamiles. El antiguo ministro de Trabajo se prefiguraba como el rostro amable y el funambulista de un ejecutivo débil que lo que por un lado ganaba en su deseada imagen de estabilidad, el final de la incómoda cohabitación con el EJP, lo perdía por el lado del corrimiento hacia la izquierda y el nacionalismo cingalés. Rajapaksa tuvo que pagar como precio de su designación la entrega de carteras al JVP.

De esta manera, el 5 de abril la presidenta nombró primer ministro a Rajapaksa, que tomó posesión del puesto al día siguiente. En el gabinete que dio a conocer, destacaban la propia Kumaratunga en el Ministerio de Defensa –luego, renovando la titularidad asumida en su golpe de mano de noviembre- y Kadirgamar de nuevo en Exteriores. El Gobierno era de minoría, ya que no incorporaba a partidos no miembros de la UPFA. El primer asomo de turbulencias se produjo ya el mismo día de la toma de posesión del gabinete, el 10 de abril, por el boicot del JVP a la ceremonia con la acusación de haber sido desoído en las consultas previas a la formación del ejecutivo. La consecuencia de este debut deslucido fue que los ocho ministerios y viceministerios adjudicados al JVP quedaron sin cubrir por el momento.

En sus primeras declaraciones, Rajapaksa afirmó que su indiscutible primera meta era relanzar el proceso de paz con los LTTE, si bien se mostró esquivo en torno a la cuestión crucial de la demanda del autogobierno interino tamil como requisito para retomar las negociaciones, la cual había sido refutada en la campaña electoral por Kumaratunga y otros jefes de la UPFA, y sobre la reclamación por la guerrilla de la exclusiva representación del pueblo tamil, lo que, de ser aceptado por Colombo, excluiría la presencia de otras organizaciones y partidos tamiles en ulteriores rondas de diálogo. Prabhakaran había advertido que el regreso al separatismo por la fuerza de las armas sería inevitable si el Gobierno no transigía en ambos puntos.

En estos dos años largos, el alto el fuego no había sido cumplido al pie de la letra, si bien el número de episodios violentos había disminuido dramáticamente. Con mucho, los máximos responsables de la continuación de los asesinatos, los secuestros, las amenazas y otras graves violaciones de los Derechos Humanos eran los LTTE, que no cejaban en sus intimidaciones criminales de activistas tamiles considerados enemigos y que ahora mismo afrontaban un serio problema interno con la defección en marzo del comandante regional Vinayagamurthi Muralitharan, alias Karuna, quien arrastró tras de sí a 6.000 de los 15.000 guerrilleros del grupo y que deseaba entrar en tratos de paz particulares con el Gobierno. En el campo tamil eran varias las agrupaciones políticas que rechazaban esta arrogada representación nacional por los LTTE. A la cabeza de esta postura figuraba el Frente Unido de Liberación Tamil (TVP, o TULF, en su sigla en inglés), originado en 1972 como una coalición de partidos y corrientes nacionalistas que en 1976 adoptó un programa independentista y que durante tres décadas ostentó la primacía en la pléyade de partidos tamiles.

Ahora, los LTTE, anotando un precedente en su larga historia de boicots electorales, llamaron a los electores de su comunidad a votar por la coalición nacionalista Alianza Nacional Tamil (TNA), que, marginando y condenando a la irrelevancia al TULF y a su presidente, Veerasingham Anandasangari -en pésimas relaciones con Prabhakaran-, habían forjado el Partido del Gobierno Tamil de Sri Lanka o Partido Federal (ITAK, hasta ahora la columna vertebral del TULF), la Organización para la Liberación de Tamil-Eelam (TELO), el Congreso Tamil Pan-Ceylanés (ACTC) y una facción del Frente Revolucionario de Liberación del Pueblo de Eelam (EPRLF). Tras conocer los excelentes resultados obtenidos por la TNA, el 6,8% de los sufragios y 22 escaños, los LTTE se apresuraron a revindicar como suyos esos votos y esos representantes.

El flamante primer ministro manifestó su inquietud por el afianzamiento de los perfiles étnico-religiosos del Parlamento electo e insistió en que el proceso de paz debía discurrir en paralelo a un proceso constituyente, pendiente desde 1994, para, entre otros cambios en la Carta Magna, abolir la Presidencia con amplios poderes ejecutivos y volver al sistema parlamentario. Se mostró muy interesado en la implicación del Gobierno de India en la búsqueda de la paz, lo que, de producirse, supondría la asunción de nuevo por Nueva Delhi de un rol que ya había desempeñado infructuosamente desde 1987 a 1989, cuando tuvo desplegada en la isla una Fuerza de Pacificación de miles de soldados; aquella intervención militar se saldó con un número elevadísimo de bajas propias, unos 1.200 muertos, y tuvo un epígono dramático y vengativo en 1991 con el asesinato por un tigre tamil del primer ministro que había ordenado aquella intervención, Rajiv Gandhi: en ese momento, India se desentendió de las labores de mediación en el conflicto en Sri Lanka, si bien siguió vigilando el curso del mismo, para cerciorarse de que no cristalizara un nuevo Estado –tamil- en la región, algo completamente lesivo para sus intereses estratégicos.

Rajapaksa expresó su voluntad de “eliminar” la corrupción y de “apretarle los tornillos” al crimen organizado, fenómenos que habían alcanzado niveles desaforados al socaire del retroceso del Estado y el florecimiento de las economías de guerra en las áreas de influencia de los LTTE. Asimismo, recordó las promesas económicas del programa de la UPFA, consideradas irrealizables y populistas por el EJP: la creación de 30.000 puestos de trabajo para graduados jóvenes en los tres primeros meses, la elevación de los salarios de los funcionarios en un 70%, la restitución de los subsidios a los fertilizantes para los agricultores y la paralización de los planes de privatización en la banca pública.

En este sentido, cabe considerar que el alejamiento definitivo del espectro de la guerra civil en Sri Lanka debería permitir la transferencia de fondos públicos desde las partidas militares a las sociales, el retorno de decenas de miles de tamiles cultivados que integran una diáspora famosa por su capital humano, restablecer vías de comunicación esenciales para el comercio, elevar el peso de la economía formal sujeta a fiscalidad y relanzar la industria del turismo, hasta el alto el fuego de 2002 muy sensible a los espasmos de violencia, que presenta un potencial extraordinario.

Los observadores consideran que el Gobierno de Rajapaksa podría abandonar muy pronto sus promesas sociales y retomar las políticas liberales del EJP, que emprendió pasos para desregular la economía nacional, mejorar la apertura de los mercados y atraer inversiones productivas ligadas, eso sí, a las pequeñas industrias manufactureras con mano de obra barata y que son verdaderos centros de abusos y explotación. Además, las instituciones financieras donantes de fondos presionan para que no se eleve el gasto público y se mantengan contenidos los salarios en sus actuales niveles de precariedad. Por lo demás, está por ver si el primer ministro conseguirá vincular al JVP, que sigue fiel a los postulados marxistas y que le mira con gran hostilidad, en la aprobación de medidas proempresariales y si será capaz de realizar su gestión sin las interferencias de otros prebostes del SLNP con los que tampoco se lleva bien, como Anura Bandaranaike, hermano de la líder partidaria y presidenta de la República.

Precisamente, en 2005 expira el segundo mandato de Kumaratunga al frente del Estado, que no puede renovar por prescripción constitucional, y la cercanía de las elecciones presidenciales desatará inevitablemente luchas por la nominación, para la que el primer ministro no se barrunta ni como favorito ni como interesado en batirse, siquiera. Comentaristas de la región se inclinan por la prospección de un mandato limitado de Rajapaksa, que podría ser un gobernante de transición hasta los comicios presidenciales.

(Cobertura informativa hasta 9/6/2004)