Loukas Papademos

En una Grecia intervenida por la troika de la UE, el BCE y el FMI, y con un pie en la bancarrota nacional, tuvo lugar el 11 de noviembre de 2011, al cabo de unos meses de gran tensión por la liberación dosificada de los tramos del rescate crediticio concedido en 2010, un cambio de Gobierno que convirtió en primer ministro al tecnócrata sin filiación Loukas Papademos.

Sucesor en el cargo del socialista Giorgos Papandreou, sucumbido tras el paso en falso que supuso convocar un referéndum sobre los dolorosos términos del vital salvamento financiero de Grecia, este economista formado en Estados Unidos dirigió el Banco Nacional cuando el país heleno hizo la transición monetaria al euro (2001) y posteriormente, entre 2002 y 2010, fue la mano derecha de Wim Duisenberg y Jean-Claude Trichet en la ejecutiva del BCE, cuya ortodoxia compartió. El nuevo Gabinete, no obstante el perfil independiente de su presidente, es esencialmente político, de gran coalición, al nutrirle de ministros el PASOK de Papandreou, la conservadora Nueva Democracia (ND) de Antonis Samaras y el partido de extrema derecha LAOS. Su mandato es meramente transitorio, hasta la celebración de elecciones anticipadas, en principio en febrero de 2012.

Papademos asume una situación económica y financiera de descalabro total, en la que toda variable calculada, si se la revisa de nuevo, es susceptible de empeorar: la recesión este año (el cuarto consecutivo con crecimiento negativo) rebasará ampliamente el 5%, el déficit de las cuentas públicas bordea el 9% del PIB y la deuda pública, hinchada hasta lo inverosímil al ritmo que marca la fatídica prima de riesgo, por encima ya de los 3.000 puntos básicos, va camino del 200%. Eso, a menos que se aplique la quita "voluntaria" del 50% para los tenedores privados de deuda soberana griega (bancos, fundamentalmente), tal como pactaron los gobiernos de la Eurozona el pasado octubre, fórmula extraordinaria que disimula un impago selectivo. Incapaz de eludir la quiebra sin el socorro exterior y con el sentimiento de culpabilidad de saberse la detonante de la crisis existencial del euro, Grecia se resignó a buscar una salida del foso que implicaba renunciar a casi toda su soberanía en materia económica. Entre tanto, su población, la gran damnificada por el brutal programa de ajustes prescrito por el directorio europeo y que inevitablemente traerá más recesión, paro y pobreza, se debate entre la depresión, la resignación y la cólera.

En su debut gubernamental, el serio Papademos ha hecho una defensa cerrada de la permanencia de Grecia en el euro, tan puesta en duda en los últimos tiempos, ha llamado a la unidad de todas las fuerzas políticas y ha venido a reconocer que los griegos ya están al límite del aguante de sacrificios. En su primer mes en el poder, Papademos ha conseguido el objetivo más urgente, que era obtener de la troika el desbloqueo del sexto tramo (8.000 millones de euros) del primer rescate, sin el cual el Estado no habría podido pagar los vencimientos de deuda que tocaban en diciembre, y ha sacado adelante en el Parlamento los presupuestos de 2012, que suponen otra vuelta de tuerca en la austeridad y complementan los programas de ahorro, reforma estructural y privatizaciones aprobados por Papandreou bajo el diktat de los socios e instituciones europeos.

Ahora, su Gobierno ha de negociar con los fiadores internacionales la aplicación de las durísimas medidas antidéficit que conlleva el segundo plan de rescate financiero, sobre la mesa desde hace medio año tras constatarse el fracaso del primero, y que prevé inyectar hasta 2014 130.000 millones de euros del Fondo Europeo de Estabilidad, en adición a la quita del 50%, que perdonará a Atenas otros 100.000 millones en amortizaciones de bonos. Papademos, que intentará arrancar a los partidos un plazo de gestión un poco menos breve, ha definido sus deberes como una "tarea titánica que requiere de sangre fría".

(Texto actualizado hasta diciembre 2011)

1. Larga trayectoria como profesor de Economía y responsable bancario
2. La hecatombe financiera de 2010-2011: la insostenibilidad de la deuda soberana y el fallido primer rescate europeo
3. Primer ministro independiente para pilotar una Grecia en la zozobra


1. Larga trayectoria como profesor de Economía y responsable bancario

Tras cursar el bachillerato en el Colegio de Atenas marchó a Estados Unidos para recibir una educación superior de alta cualificación en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), centro por el que obtuvo sucesivamente los títulos de Bachelor of Science in Physics en 1970, Master of Science in Electrical Engineering en 1972 y Doctor of Philosophy in Economics en 1977. Tras sacarse la segunda licenciatura, el MIT le reclutó como asistente de investigación y auxiliar de docencia, función profesional esta última que en 1975, mientras preparaba su tesis doctoral –con el título de Optimal Aggregate Employment Policy-, trasladó a la Universidad de Columbia.

En la casa de estudios neoyorkina Papademos impartió clases de Economía como lecturer, profesor asistente y finalmente profesor asociado, hasta 1984. Entre medio, en 1980, ejerció brevemente su especialidad en el Banco de la Reserva Federal en Boston. En todo este tiempo, publicó abundantes artículos y ensayos sobre análisis monetario, variables macroeconómicas, control de la inflación, política de empleo, mercados financieros y mecanismos de crédito. En la controversia académica del momento, la que, buscando la fórmula más eficaz para combatir la estanflación -o estancamiento económico con altos paro e inflación-, enfrentaba a los partidarios de la economía de la oferta (supply-side, que propugna la bajada general de impuestos para estimular la inversión privada y la oferta de bienes) y a los defensores de la economía de la demanda (demand-side, que apuesta por el gasto público y el consumo de las clases trabajadoras), Papademos se adscribió a los segundos.

Así, en 1978, recién doctorado, firmó con el prestigioso economista italiano del MIT Franco Modigliani, representante de la escuela neokeynesiana y futuro Premio Nobel, un trabajo titulado Optimal Demand Policies Against Stagflation. Junto con su colega italiano, el economista griego indagó también en el concepto de NAIRU (Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment), manejado por los monetaristas de la Escuela de Chicago precisamente para rebatir a los keynesianos favorables a la economía de la demanda, y que se refiere a un determinado nivel de desempleo por debajo del cual la inflación sube. Hasta 1990, Papademos y Modigliani (fallecido en 2003) publicaron varios trabajos más.

En 1984 Papademos regresó a Grecia y durante unos meses dio clases en la Escuela (hoy Universidad) de Economía y Negocios de Atenas. Al año siguiente, ocupando el Ejecutivo los socialistas de Andreas Papandreou, su trayectoria profesional, hasta entonces desarrollada exclusivamente en la academia, se enriqueció con el nombramiento para el puesto de economista jefe del Banco Nacional de Grecia (ETE), cuyo gobernador entonces era Demetrios Chalikias. Tres años más tarde, en 1988, pasó a simultanear esta función pública, reforzada ahora al asumir la dirección del Departamento de Investigación Económica de la entidad, con una cátedra de Economía en la Universidad de Atenas, despacho del que sería titular durante 23 años. En diciembre de 1993 fue ascendido a vicegobernador del ETE y menos de un año después, el 26 de octubre de 1994, se convirtió en el gobernador de la entidad, sucediendo a Ioannis Boutos.

Durante sus ocho años como máxima autoridad de la banca nacional, Papademos jugó un papel principal en la espinosa adaptación de Grecia a la tercera etapa de la Unión Económica y Monetaria europea. El intenso programa de austeridad y reformas estructurales aplicado desde 1996 por el sucesor socialista de Papandreou, Kostas Simitis, mejoró sustancialmente los niveles de inflación, déficit público y deuda pública, pero Atenas no cumplió a tiempo los criterios de convergencia y se quedó descolgada de las demás capitales comunitarias involucradas en el lanzamiento oficial del euro, que tuvo lugar el 1 de enero de 1999.

Sólo a posteriori, a tiempo para la puesta en circulación de la moneda física el 1 de enero de 2002, pudo Grecia hacer la transición monetaria a partir de un dracma sucesivamente devaluado, ingresado en el Sistema Monetario Europeo y por último fijado en su tipo de cambio con respecto al euro, tareas todas que, junto con la compresión del tipo de interés a largo plazo, implicaron de manera especial al gobernador Papademos. En realidad, el país heleno no hizo un cumplimiento estricto de los criterios de convergencia financiera y monetaria estipulados por el Tratado de Maastricht, aunque este desajuste técnico lo compartieron en mayor o menor medida la mayoría de los países socios.

La labor en Atenas de Papademos, desde 1998 miembro de la Comisión Trilateral y presidente del Consejo Asesor del Observatorio Helénico del Instituto Europeo de la London School of Economics (LSE), mereció el aplauso de sus pares europeos, tal que el 13 de abril de 2002, por decisión del Consejo de Ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea (Ecofin), el gobernador griego fue designado vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE) para sustituir al francés Christian Noyer. Papademos, que fue seleccionado frente al otro candidato al puesto, el belga Paul de Grauwe, obtuvo la aquiescencia del Parlamento Europeo antes de tomar posesión del puesto el 31 de mayo. En cuanto al Banco Nacional de Grecia, el nuevo gobernador pasó a ser Nikos Garganas.

Papademos sirvió en Frankfurt a las diestras del holandés Wim Duisenberg y, desde octubre de 2003, del francés Jean-Claude Trichet. Fueron ocho años en los que, como sus superiores en la institución, se identificó con la ortodoxia monetaria oficial que subordinaba todos los aspectos económicos, incluso la apreciación excesiva del euro con respecto al dólar (la cual penalizaba al propio BCE, al tener buena parte de sus reservas de divisas en dólares), a la estabilidad de los precios en la Eurozona y el control de la inflación por debajo del 2%, prioridades que, por lo menos hasta el crash financiero de 2008, dictaron la política de tipos de interés del BCE. Asimismo, el vicepresidente recordó la necesidad de disciplina fiscal a los gobiernos y de contener el fuerte endeudamiento privado en algunas economías de la Eurozona.


2. La hecatombe financiera de 2010-2011: la insostenibilidad de la deuda soberana y el fallido primer rescate europeo

El mandato de Papademos en el BCE expiró el 31 de mayo de 2010, siendo sucedido por el portugués Vítor Constâncio. Su regreso a Grecia desde Alemania se produjo en unas circunstancias económicas y sociales dramáticas.

El primer rescate financiero de Grecia
El 23 de abril anterior, el Gobierno socialista –aupado al poder en las elecciones de octubre de 2009- de Giorgos Papandreou había provocado un terremoto anunciado al acogerse al plan de rescate financiero ya bosquejado por el Eurogrupo y el FMI en previsión de la contingencia. Para salvarse de la suspensión de pagos, Grecia iba a ser socorrida con 110.000 millones de euros en créditos a tres años liberados por tramos, el primero de manera inmediata; de esa cantidad, 80.000 millones saldrían de las arcas de los 16 países que compartían el euro y los 30.000 restantes los aportaría el FMI. Las autoridades helénicas se habían visto obligadas a dar este paso traumático ante el brutal encarecimiento de sus títulos de deuda bajo la presión de los mercados, que, con un fuerte cálculo especulativo, exigían rentabilidades insostenibles a medida que rebajaban drásticamente sus calificaciones de solvencia las agencias de rating y se disparaba la prima de riesgo, esto es, el diferencial entre los bonos griego y alemán a 10 años. El 23 de abril de 2010, un día infaustamente histórico para Grecia por cuanto el país pasaba a ser intervenido a costa de su soberanía, la prima de riesgo alcanzó los 553 puntos básicos.

Al resignarse al rescate, operación que envió demoledoras ondas de choque a otras economías vulnerables de la periferia del euro como la irlandesa y la portuguesa, Papandreou vino a reconocer la ineficacia de sus sucesivas medidas de austeridad y ajuste estructural para combatir el exorbitante déficit público (el índice de 2009, tras varios cálculos de corrección al alza, se quedó en el 15,4% del PIB) heredado del anterior Gobierno conservador y agravado por la persistente recesión económica.

A cambio de ser mantenida a flote, Atenas debía ejecutar un draconiano plan de ajuste que incluía reducciones de salarios públicos, podas en la Administración, recortes de pensiones, el aumento de la edad de jubilación, subidas de impuestos y tasas, privatizaciones y el abaratamiento del despido. El objetivo asumido ante Bruselas, extraordinariamente difícil desde el momento en que la prima de riesgo, tras un brevísimo alivio, reemprendió una desaforada galopada, era llegar a un 8,1% de déficit en este 2010 y a sólo un 2,6% en 2014 (el déficit de 2010 iba a ser finalmente del 10,5%). En la calle, la población reaccionó con cólera a la demanda de nuevos y más duros sacrificios. Las centrales sindicales entraron en una dinámica de huelgas sindicales, los manifestantes más exaltados chocaron con la Policía y los brotes de violencia urbana dejaron algunos muertos, algo tan grave como raro en las democracias consolidadas del continente.

Esta era la cruda situación que vivía Grecia cuando Papademos aceptó la petición del atribulado primer ministro de servirle personalmente como su asesor en cuestiones económicas. En los siguientes meses, el cerebral economista compatibilizó este servicio al Estado con una participación científica en el Center for Financial Studies (CFS) de Frankfurt y, en la primavera de 2011, con la docencia como profesor visitante en la Kennedy School of Government (HKS) de la Universidad de Harvard, donde dio cursos centrados en la crisis financiera internacional.

Implosión de la deuda, ajuste draconiano y preparación del segundo plan de rescate
Para mayo de 2011, la crisis griega había tomado la forma de un agujero negro que se tragaba todo recurso disponible e irradiaba sus perturbaciones negativas al conjunto de la zona euro, arrastrada a una situación de máximo peligro. El escenario de una reestructuración de la deuda soberana (para perjuicio principal de las bancas francesa y alemana) cobró verosimilitud e incluso arreciaron los comentarios sobre la eventual salida de Grecia del euro. Las agencias Standard & Poor, Fitch y Moody's hundieron sus calificaciones en los niveles de bonos basura. La prima de riesgo ya había rebasado ampliamente los 1.000 puntos básicos. La rentabilidad de los títulos a diez años alcanzó el 15% y la de los de dos años un estratosférico 25%.

Con semejante degradación, Grecia no podía confiar en financiarse emitiendo más deuda soberana. Sin capacidad de pago propia, la única manera que tenía el Estado de saldar los próximos vencimientos de deuda era con cargo a los tramos del rescate de 110.000 millones de euros, pero la troika formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI no los liberaba con la celeridad deseada porque antes quería cerciorarse de que Atenas cumplía a rajatabla el ajuste prescrito y adoptaba las medidas de ahorro suplementarias que las circunstancias exigieran.

Con todo, los responsables económicos de la UE asumieron implícitamente que el plan de rescate activado en abril del año anterior había fracasado, por insuficiente y por demasiado exigente, y que sin nuevas medidas de apoyo Grecia estaba condenada a la suspensión de pagos y a la quiebra, lo que podría inducir a sus dirigentes a romper con el euro y retomar un dracma superdevaluado pero comercialmente provechoso. Así que, de manera urgente, empezaron a diseñar un segundo plan de salvamento más ambicioso, para permitirle al país afrontar sus compromisos de pago no inminentes, y, al mismo tiempo, más indulgente en la amortización de los préstamos.

El proyecto de asistencia constaba de dos grandes partes. Por un lado, una inyección financiera directa que podría igualar la cuantía del primer rescate y que tendría unos plazos de devolución más largos así como unos intereses más digeribles. Por otro lado, se consideraba inevitable algún tipo de reestructuración de la deuda soberana, cuanto más ordenada y suave mejor, que podría consistir en devoluciones diferidas, recompras automáticas o quitas pactadas. Este punto se convirtió inmediatamente en caballo de batalla de las partes involucradas, al exigir Alemania la implicación obligatoria en la operación de los principales clientes de deuda (bancos, aseguradoras, fondos de inversión) y replicar el BCE y la mayoría de los gobiernos de la UE que una postergación de los plazos de vencimiento o una eventual quita tendrían que ser sólo voluntarias para estos grandes inversores a fin de no alarmar en exceso a los mercados y a las agencias de calificación, los cuales podría considerar la primera fórmula una suerte de default camuflado. Al final, Alemania dio su brazo a torcer.

Llegado junio, Papandreou, cada vez más apurado, ofreció al principal partido de la oposición, Nueva Democracia (ND), formar un Gobierno de unidad nacional, pero el líder de los conservadores, Antonis Samaras, se negó a tender la mano al PASOK a menos que su líder abandonara la jefatura del Gobierno. En lugar del Gabinete de concentración, Papandreou acometió una remodelación ministerial que afectó al titular de Finanzas, Georgios Papakonstantinou. Se supo entonces que al primer ministro le habría gustado colocar en Finanzas a Papademos, es decir, una tecnócrata con excelente reputación internacional. pero el aparato del partido, sensible al profundo descontento de las bases por las recetas anticrisis, le impuso el nombramiento de una personalidad intensamente política, Evangelos Venizelos, hasta ahora responsable de Defensa.

Ese mismo mes, el Consejo Europeo de Bruselas confirmó a Papandreou que su país podía contar con el segundo salvavidas financiero, pero a condición de un marco de austeridad reforzado. El 29 de junio, el Vouli o Parlamento, en una votación considerada absolutamente crítica no sólo para Grecia sino para la UE en su conjunto, aprobó el plan de ajuste correspondiente al período 2012-2015, complementario del aprobado en 2010 y por valor de 78.400 millones de euros; de esa cantidad ahorrada al déficit, 28.400 millones vendrían de recortes del gasto público (fundamentalmente, el despido de miles de funcionarios y un nuevo tijeretazo a las pensiones) y de subidas de impuestos, y los otros 50.000 millones se ingresarían por la privatización de empresas estatales.

Esta era la señal que la UE y el FMI estaban esperando para desbloquear el quinto tramo del primer rescate, de 12.000 millones de euros, abordar la nueva andanada de préstamos y poner en marcha la reestructuración de la deuda soberana. Sin embargo, los detalles del segundo rescate de Grecia tardaron algunas semanas en concretarse por las diferencias sobre el grado de participación de las entidades acreedoras.

El 21 de julio, la reunión especial en Bruselas de los gobernantes de la Eurozona fijó la ayuda crediticia en 109.000 millones de euros salidos de la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF, fondo de aportes de los gobiernos del euro creado en mayo de 2010, justo después de activarse el primer rescate de Grecia) y el FMI, a los que el sector privado sumaría 49.000 millones más entre aportaciones "voluntarias" y recompras de deuda, con el compromiso adicional de mantener líneas de financiación de 135.000 millones hasta 2020. De esta manera, los tenedores de bonos experimentarían unas pérdidas nominales en su valor del 21% como media. En total, el paquete de ayudas ascendía a los 158.000 millones. Además, las condiciones de los préstamos iban a ser mejores que la primera vez, pues los plazos de devolución se ampliaban de 7,5 años a un mínimo de 15 años y un máximo de 30, y los intereses bajaban del 4,5% al 3,5%.

Ahora bien, la disponibilidad de esta enorme suma distaba de ser inmediata para Grecia, pues el grueso del crédito requería el visto bueno de los parlamentos de los otros 15 países de la Eurozona, y algunos de ellos, como Finlandia, ya empezaron a poner pegas, en el sentido de reclamar una garantía de solvencia para cuando llegara el momento de devolver lo prestado. Para complicar la situación, el propio Gobierno Papandreou, a finales de agosto, exigió que en el canje de bonos participara el 90% de los acreedores privados, sin lo cual no introduciría más medidas de austeridad. La troika advirtió a su vez que sin un ajuste riguroso, Grecia podía despedirse de las nuevas ayudas y vería retenido el sexto tramo del primer rescate, por valor de 8.000 millones de euros. El desencuentro argumental se fundaba en el formidable círculo vicioso en que había entrado Grecia, a saber: las medidas de austeridad agravaban la recesión y en consecuencia magnificaban el déficit, lo que a su vez se interpretaba como un incumplimiento de las condiciones para recibir las ayudas prometidas.

En septiembre, Papandreou, sin margen de maniobra y prácticamente a la desesperada, claudicó. A últimos de mes, tras negar que su Gobierno fuera a anunciar la suspensión de pagos o que considerara salirse del euro, el primer ministro presentó al Parlamento para su aprobación la enésima tanda de medidas de ajuste. El paquete, terriblemente duro, incluía despidos en masa y jubilaciones anticipadas en la función pública, recortes del 20% al 40% en las pensiones, un nuevo impuesto a la propiedad inmobiliaria que gravaba el metro cuadrado y la bajada a los 5.000 euros anuales del mínimo exento de tributación.

A comienzos de octubre, para colmo de males, el Ministerio de Finanzas confirmó el incumplimiento de las metas de déficit en 2011 y 2012: el saldo fiscal negativo iba a llegar este año al 8,5% del PIB, nueve décimas por encima del objetivo marcado por la troika, y en el siguiente iba a situarse en el 6,8%, tres décimas más. Por lo que se refería a la deuda pública, en 2012 iba a dispararse al 173% del PIB, frente al 162% pactado con Bruselas. En cuanto a la fatídica prima de riesgo, nada parecía capaz de detener su alucinante acumulación de puntos: 1.500 en agosto, 2.000 en septiembre, 2.500 en la primera semana de noviembre.

El interminable hundimiento de Grecia convertía en obsoletos la mayoría de los cálculos en cuestión de semanas. El 26 de octubre, visto el catastrófico panorama de la deuda, la cumbre de seguimiento de la Eurozona decidió una quita (técnicamente, un "canje voluntario" de bonos con descuento del valor nominal) de la deuda soberana del 50%, más del doble de la contemplada en julio. Las pérdidas, a pactar de manera pormenorizada con la banca, ascenderían a unos 100.000 millones de euros condonados. Tamaño bocado a los reembolsos de los inversores permitiría reducir la deuda pública de Grecia al 120% del PIB en 2020, un nivel "sostenible", según los responsables europeos. En cuanto a las ayudas directas en forma de créditos del FEEF, quedaron cuantificadas en 130.000 millones. En total, el segundo paquete de salvamento iba a ser por valor de 230.000 millones de dólares, monto que dejaba pequeña la cantidad establecida en el primer rescate. Si todo iba bien, en 2014 Grecia dejaría de recibir los préstamos europeos y podría volver a los mercados para financiarse por sí misma.


3. Primer ministro independiente para pilotar una Grecia en la zozobra

La caída de Papandreou
El 31 de octubre de 2011, en mitad de la tensa incertidumbre que rodeaba el segundo rescate crediticio y la quita del 50%, Papandreou dejó atónito a todo el mundo con el anuncio de que en las próximas semanas el Gobierno sometería a referéndum el compromiso alcanzado con la troika para la recepción de las nuevas ayudas. Al parecer, el primer ministro, harto de tener que aplicar medidas profundamente dolorosas bajo el diktat exterior y de escuchar la ira de la calle, pretendía recuperar la autonomía política y fortalecerse ante sus apremiantes interlocutores europeos, dándose un barniz de legitimidad popular soberana. El dirigente socialista convocaba el referéndum con la intención de ganarlo y de paso enviar un mensaje rotundo de fidelidad al euro, pero la jugada era arriesgadísima porque, según una reciente encuesta, al 60% de los griegos, aun favorables al euro, rechazaba los términos del segundo rescate comprometido por la UE.

La reacción, negativa en extremo, con signos de pánico, de los mercados bursátiles y de deuda en toda la zona del euro fue fulminante y los socios europeos hicieron saber su sorpresa, su consternación y su disgusto. Al punto, Atenas fue avisada con irritadas palabras de que una consulta democrática de esas características no era ni oportuna ni viable en tan crítica coyuntura y que lo que estaba en juego era la suspensión desordenada de pagos, la quiebra total de Grecia y el colapso del euro. La opinión pública nacional tampoco recibió de buen grado el intempestivo anuncio de preguntar a las urnas. Las presiones fueron abrumadoras y Papandreou, impugnado incluso desde el mismo núcleo duro del Gabinete socialista, aguantó hasta el 3 de noviembre, día en que canceló el referéndum.

Tras este tremendo desaguisado exclusivamente personal, la credibilidad de Papandreou quedó irremisiblemente tocada. Su siguiente movimiento fue resucitar la oferta del Gobierno de unidad PASOK-ND, implicando así a los conservadores en la responsabilidad de ejecutar un ajuste que podía salvar al país de la bancarrota pero que lo condenaba a la recesión por largo tiempo, a una alta tasa de paro y al empobrecimiento social. El dirigente socialista dio a entender que aceptaría no encabezar este Gobierno transitorio cuya misión fundamental sería viabilizar el segundo plan de rescate, ofrecimiento que reiteró el 5 de noviembre tras ganar una moción de confianza parlamentaria. La respuesta inicial de Samaras fue negativa, poniendo como única alternativa la inmediata convocatoria de elecciones anticipadas para antes de fin de año, aunque luego se avino a negociar la posible participación de su grupo en el Ejecutivo, a condición de que en el mismo no estuviera Papandreou. Convencido de que su permanencia en el cargo era un obstáculo para la prosecución de las medidas económicas de emergencia, Papandreou hizo oficial su decisión de dimitir el 6 de noviembre.

La alternativa de Papademos y el Gobierno de transición
Comenzó entonces una secuencia de maratonianas negociaciones, pautadas por el presidente de la República, Karolos Papoulias, que desde el principio descartaron la opción deseada por el PASOK, la del Gobierno de unidad encabezado por Venizelos, y partieron de un consenso bipartito sobre la figura independiente que sucedería a Papandreou. Esa persona resultó ser Papademos. Socialistas y conservadores también se pusieron de acuerdo sobre la fecha del adelanto electoral, que sería el 19 de febrero de 2012. La fecha, empero, no terminaba de convencer a Papademos, que deslizó su interés en un plazo de gobierno algo mayor.

Las conversaciones entre Papandreou, Samaras y Papademos se centraron en la composición del próximo Gobierno. Cabían dos fórmulas: un equipo formado exclusivamente por tecnócratas y debidamente respaldado por las fuerzas parlamentarias, que era lo que prefería ND, o bien uno de tipo mixto, con presencia de los principales partidos y de algunos técnicos que serían escogidos por Papademos.

De ambas fórmulas ya tenía experiencia Grecia. Así, un Gobierno totalmente apartidista, el dirigido por el magistrado de la Corte Suprema Ioannis Grivas, rigió en funciones durante un mes en el otoño de 1989. Al mismo le siguió, hasta abril de 1990, uno tripartito de gran coalición con adición de los comunistas debido al resultado inconcluso de las elecciones de noviembre de 1989. Este Gabinete estuvo presidido justamente por otro antiguo gobernador del Banco de Grecia, Xenophon Zolotas. A estas inusuales modalidades de gobierno se llegó en aquel turbulento 1989 como resultado de la derrota, envuelto en un gran escándalo de corrupción, del padre de Georgios Papandreou, Andreas, en las primeras elecciones celebradas aquel año, las de junio, que desembocaron en el célebre, por insólito, y efímero Ejecutivo bipartito de la derecha y los comunistas, coaligados contra el PASOK.

Al final, se impuso el deseo de Papademos, compartido por el PASOK, de pilotar un Gobierno que incorporara a pesos pesados de los principales partidos. Al acuerdo se sumó, además de ND y el PASOK, el partido de extrema derecha nacionalista Concentración Popular Ortodoxa (LAOS), liderado por Georgios Karatzaferis y la cuarta fuerza del Parlamento. Iba a ser la primera vez desde el final de la dictadura militar en 1974 que esta tendencia política tenía presencia en el Ejecutivo. Así pues, el próximo Gobierno tripartito iba a apoyarse en una amplísima mayoría absoluta de 252 escaños, en una Cámara de 300. Del pacto para instalar a Papademos se marginó la extrema izquierda, representada por los comunistas del KKE y la Coalición de la Izquierda Radical, Syriza, cuyo principal componente es el partido eco-socialista Synaspismós.

El 10 de noviembre el presidente Papoulias nombró primer ministro a Papademos, quien en la jornada posterior tomó posesión seguido de sus ministros. De los 17 titulares, el PASOK puso la mayor parte, incluidos los dos viceprimeros ministros, Venizelos, renovado asimismo en Finanzas, y Theodoros Pangalos, que ya ostentaban esta condición en el equipo anterior. ND prefirió un cuota reducida de poder limitada a dos ministerios de peso, los de Asuntos Exteriores y Defensa, mientras que Samaras optó por no sentarse en el Gabinete. LAOS obtuvo un ministerio, y otros dos puestos fueron para personalidades, como Papademos, sin filiación. Uno de ellos era el nuevo responsable del Interior, Tasos Giannitsis, ex socialista y hombre de confianza del flamante primer ministro. El Gabinete Papademos era una mixtura de viejos rostros de la política y de gente nueva, aunque partidista casi en su totalidad.

En sus primeras palabras, Papademos instó a los partidos que daban vida a su Gobierno y al conjunto de las fuerzas parlamentarias (la extrema izquierda ya anunció una oposición beligerante) a "contribuir al difícil proceso de ajustar la economía", pues Grecia se encontraba en una "encrucijada". "Las decisiones que tomemos serán decisivas para el pueblo griego. El camino no será fácil, pero estoy convencido de que resolveremos los problemas con mayor rapidez y un menor coste si hay unidad, entendimiento y prudencia", advirtió. No le cabían dudas de que la permanencia de Grecia en la zona euro era "factor de estabilidad financiera y garantía de futuro para el desarrollo del país". "Todos debemos ser optimistas sobre el resultado final, siempre y cuando estemos unidos", agregó.

El 14 de noviembre, más ceñido ahora a las urgencias tangibles, el primer ministro avisó que el país necesitaba implementar un nuevo plan de ajuste fiscal, aunque esa tarea desbordaba el mandato temporal de su Gobierno, que era de unos 100 días, a menos que los partidos se pusieran de acuerdo sobre un retardo electoral. El 16 de noviembre el Ejecutivo recibió la confianza del Vouli con la holgura esperada, 255 votos a favor y sólo 38 en contra. Además, el renuente Samaras se comprometió por escrito a apoyar las acciones de estabilización que Papademos considerara necesarias.

El 29 de noviembre, el nuevo gobernante recibió con alivio la autorización por el Eurogrupo del sexto tramo del primer rescate financiero, sin el cual Grecia no habría podido hacer frente a los vencimientos de deuda que tocaban en diciembre. En otras palabras, la bancarrota nacional inminente fue conjurada. El primero de diciembre Papademos afrontó su primera huelga general convocada por los sindicatos contra la inminente vuelta de tuerca en los recortes presupuestarios masivos; se trataba de la decimocuarta huelga general desde comienzos de 2010 y de la séptima en lo que iba de año, pero su seguimiento fue limitado.

El 6 de diciembre el Vouli, por 258 votos a favor y 41 en contra, aprobó los Presupuestos de 2012, que aunaban recortes de gasto y ingresos tributarios extra con el objetivo de rebajar el déficit público (la tasa de 2011, tras la enésima revisión al alza, estaba ahora en el 9%) al 5,4% del PIB y generar un superávit primario. Si el Gobierno cumplía sus objetivos fiscales, en 2012 el Estado requeriría pedir prestado dinero sólo para pagar los intereses de la deuda soberana.

El primer ministro griego está casado desde 1977 con la artista estadounidense de origen holandés Shanna Ingram. El matrimonio no ha tenido descendencia.

(Cobertura informativa hasta 7/12/2011)