Kristalina Georgieva

Tras servir un sexenio en la Comisión Europea y un total de 19 años en el Banco Mundial, últimamente, desde 2017, como directora ejecutiva (CEO) del Grupo, la economista búlgara Kristalina Georgieva fue designada por la UE en julio de 2019 candidata a directora gerente del Fondo Monetario Internacional y el 25 de septiembre fue elegida como tal por el Directorio Ejecutivo del organismo financiero. El primero de octubre Georgieva tomó posesión de su nueva alta oficina en Washington con un mandato de cinco años, sucediendo a otra mujer, la francesa Christine Lagarde (próxima presidenta del Banco Central Europeo), y convirtiéndose en el primer titular de un país no de la OCDE en los 74 años de historia de esta institución multilateral, acaso la más influyente y poderosa del planeta.

Georgieva, que se postulara sin éxito para el puesto de Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad en 2014 y para la Secretaría General de la ONU en 2016, es una personalidad de bajo perfil político -está vinculada al partido conservador gobernante en su país, pero no ofrece historial militante-, carece de experiencia gubernamental y tampoco procede del servicio diplomático. En cambio, su currículum es el de una economista de elevado nivel técnico, con un pie en la academia y un peritaje pocas veces igualado en la alta función pública internacional, donde ha destacado en múltiples terrenos, desde la financiación del desarrollo y la reducción de la pobreza a las políticas económicas ligadas a la protección del medio ambiente y la adecuación al cambio climático, pasando por la gestión de recursos, la ayuda de emergencia humanitaria y la respuesta a las crisis. Asimismo, ha hecho aportes intelectuales al concepto de resiliencia y se declara comprometida con la consecución de la paridad de género en los escalafones ejecutivos de las organizaciones internacionales.

Al asumir la Dirección Gerente del FMI, Georgieva, quien se define "optimista" por naturaleza, ha hecho una valoración de la "decepcionante" coyuntura económica mundial, cuadro de enfriamiento donde parpadean numerosas "señales de advertencia". En la ralentización se conjuran las nuevas guerras comerciales de alcance imprevisible, los niveles de endeudamiento galopantes de las economías desarrolladas en paralelo a unas políticas monetaria ultralaxas, la volatilidad de los flujos de capital, el interminable embrollo del Brexit y las turbulencias financieras que golpean a las economías emergentes (el caso más alarmante, el de Argentina), todo ello sobre un fondo de conflictos políticos, migraciones, desastres naturales, riesgos climáticos y mutaciones tecnológicas. Sus prioridades, explica Georgieva, se resumen en la salvaguardia de la capacidad del FMI para ejercer su función "vigilante" y "estabilizadora", fortaleciendo sus recursos para el crédito, ayudando a "minimizar" los riesgos de una recaída en la crisis y aumentando su grado de preparación para "enfrentar los retrocesos" que puedan producirse. A largo plazo, recuerda su nueva jefa, el FMI busca "apoyar políticas monetarias, fiscales y estructurales sólidas, para construir economías más fuertes y mejorar las vidas de las personas".


(Texto actualizado hasta octubre 2019)

1. Etapas en el Banco Mundial y la Comisión Europea
2. Elección como directora gerente del FMI en tiempos de ralentización económica mundial


1. Etapas en el Banco Mundial y la Comisión Europea

Natural de Sofía, Kristalina Georgieva se capacitó como economista en la década de los setenta siguiendo el patrón académico convencional en la Bulgaria de la época, una de las repúblicas del bloque del Este más conservadoras, de rectilínea obediencia a la URSS. Toda su formación superior transcurrió en el Instituto de Economía Karl Marx, hoy Universidad de Economía Nacional y Mundial (UNSS), de la capital búlgara. En 1977, una vez licenciada en Economía Política y Sociología, la joven se puso a dar clases en su Instituto y en 1986 defendió con éxito una tesis doctoral que versaba sobre las políticas de protección medioambiental adoptadas en Estados Unidos y su impacto en el crecimiento económico de la superpotencia occidental. Este tema de estudio era bastante novedoso, si no audaz, en la muy ortodoxa Universidad estatal búlgara, y de hecho prenunció la futura orientación profesional de la economista, totalmente volcada en la esfera internacional.

Entre 1987 y 1988 Georgieva, acogida a una beca del Gobierno británico para estudiantes de posgrado, realizó unos estudios de especialización en la London School of Economics and Political Science (LSE), donde profundizó en las áreas de medio ambiente y recursos naturales. En los primeros años noventa, mientras la nueva República de Bulgaria iniciaba su andadura con el sistema democrático, la doctora dio clases como profesora visitante en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), la University of the South Pacific (USP) de Fiji y la Australian National University (ANU) de Canberra, ilustrando a unas audiencias lectivas interesadas en las experiencias de las antiguas economías socialistas en transición al libre mercado y sus problemas de asimilación de los estándares de Occidente. En 1992 dio también servicios de consultoría medioambiental enfocada a los países de Europa central y oriental.

Fue en 1993 cuando Georgieva se despidió del profesorado en la UNSS y arrancó en el Grupo del Banco Mundial, con cuartel general en Washington, su carrera de funcionaria internacional, llamada a tomar los más altos vuelos. Durante 17 años, la economista búlgara, viajera infatigable y a la vez autora prolífica de textos técnicos, trabajó en la división de Medio Ambiente y Desarrollo Social del Banco Mundial. Primero, se ocupó de negociados en Europa, Asia Central, Asia Oriental y la Región del Pacífico, donde condujo programas de desarrollo financiados por la entidad y posteriormente, entre 1997 y 1999, ejerció de administradora y directora en jefe. En 2000 asumió la dirección del conjunto de las políticas y estrategias del Banco Mundial en relación con el medio ambiente.

En 2004 Georgieva se trasladó a Moscú como representante residente y directora del Banco Mundial en Rusia y en 2007 retornó a Washington para dirigir el Departamento de Desarrollo Sostenible, que canalizaba más de la mitad de las operaciones de asistencia financiera y crédito de la organización a los países en desarrollo. Al año siguiente, en marzo de 2008, fue ascendida a vicepresidenta y secretaria corporativa del Grupo, presidido desde el año anterior por Robert Zoellick. Su nueva posición era de carácter logístico e interlocutor, al hacer de enlace entre el Directorio Ejecutivo del Banco Mundial y los países accionistas.

El Gobierno conservador de Bulgaria (Estado que era miembro de la UE desde el 1 de enero de 2007), con Boyko Borisov de primer ministro, postuló inicialmente a la ministra de Exteriores, Rumiana Jeleva, para el puesto reservado al país balcánico en la segunda Comisión Europea presidida por José Manuel Durão Barroso, equipo que tenía previsto constituirse en noviembre de 2009. La cartera asignada a los búlgaros era la de Cooperación Internacional, Ayuda Humanitaria y Respuesta a las Crisis, nuevo departamento surgido de la partición, dispuesta por Barroso no sin controversia, de la hasta entonces cartera de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, cuyo titular en los últimos meses venía siendo el holandés Karen de Gucht.

Sin embargo, Jeleva no superó el escrutinio del Parlamento Europeo, que apreció en ella una cualificación insuficiente para el cargo y también puntos oscuros en su declaración de haberes, obligando a Borisov a buscar un recambio de urgencia que resultó ser Georgieva. Su dilatado historial en el Banco Mundial y su peritaje, sobradamente avalado, en la ayuda financiera al desarrollo no ahorraron a la ya veterana economista internacional, de 56 años, el minucioso cuestionario de los eurodiputados, trámite que contribuyó en buena medida al retraso de la constitución de la segunda Comisión Barroso, inaugurada el 9 de febrero de 2010. Como comisaria de Cooperación Internacional y Ayuda Humanitaria, Georgieva, a la par que su colega de Desarrollo, el letón Andris Piebalgs, se puso a trabajar bajo la coordinación de la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la británica Catherine Ashton, quien era también vicepresidenta primera de la Comisión.

Sensible a las críticas dirigidas contra Barroso por su decisión de separar las competencias de Cooperación y las de Desarrollo, en el sentido de que esta reestructuración podría generar duplicidades y restar eficacia a la acción exterior de la Comisión (y más en tiempos de restricciones presupuestarias por la marejada económica mundial), Georgieva mostró una gran rapidez de reflejos a la hora de enfrentar las necesidades humanitarias causadas por desastres naturales del calibre de los terremotos de Haití y Chile, y las inundaciones de Pakistán.

Su labor en estas crisis, que incluyó sendos desplazamientos de supervisión sobre el terreno, le granjeó grandes elogios a Georgieva. Antes de terminar 2010, la responsable recibió del influyente semanario en lengua inglesa European Voice (hoy, Politico Europe) el doble reconocimiento de European of the Year y European Commissioner of the Year. En los años siguientes, la diligencia y la competencia de la comisaria volvieron a quedar de manifiesto en múltiples ocasiones. Ello vino a subrayar la condición de la UE como el mayor proveedor mundial de asistencia a los damnificados, desplazados y refugiados por siniestros naturales. Georgieva reforzó los mecanismos de prevención y preparación a largo plazo de la UE y promovió con éxito una necesaria cooperación sinérgica entre los recursos institucionales de la Comisión, las protecciones civiles de los gobiernos y los medios militares.

La comisaria de Ayuda Humanitaria y Respuesta a las Crisis confiaba en cuatro instrumentos concretos para potenciar la capacidad de reacción de la UE, dentro o allende sus fronteras, frente a contingencias de emergencia: el Centro de Conocimiento de Gestión de Riesgos de Desastres (DRMKC, con sus tres pilares de partenariado, conocimiento e innovación), el Centro de Coordinación de Respuestas a Emergencias (ERCC), el Cuerpo Voluntario Europeo de Ayuda Humanitaria (EVHAC, previsto por el Tratado de Lisboa) y el Consenso Europeo sobre Ayuda Humanitaria (ECHA, alcanzado en 2007).

La representante búlgara siguió en la nueva Comisión Europea colocada bajo la presidencia de Jean-Claude Juncker. Así, desde el primero de noviembre de 2014 Georgieva fungió de comisaria de Presupuestos y Recursos Humanos, al cargo del direccionamiento de partidas presupuestarias por la suma total de 161.000 millones de euros al año y una plantilla de 33.000 funcionarios, y de pasó tomó una de las siete vicepresidencias de la Comisión. Se trataba de un cartera de carácter eminentemente tecnocrático, al parecer de Juncker más ajustada al perfil de Georgieva que el puesto al que ella y el Gobierno de Sofía aspiraban realmente, el de Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad; esa vicepresidencia de la Comisión requería un perfil decididamente político y experiencia diplomática, y al final recayó en la ministra italiana de Exteriores, Federica Mogherini.

En mayo de 2015 el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, nombró a la comisaria europea copresidenta del Panel de Alto Nivel sobre Financiación Humanitaria, iniciativa que se enmarcaba en los preparativos de la Cumbre Humanitaria Mundial, a celebrar en mayo de 2016 en Estambul. Georgieva asumió con gusto este cometido, el primero de toda su carrera desarrollado exclusivamente para las Naciones Unidas, de cuyo sistema el Grupo del Banco Mundial era parte.

Ya desde 2015 circularon informaciones sobre que la vicepresidenta de la Comisión Europea estaría interesada en postularse para la Secretaría General de la ONU, alta oficina nunca ocupada por una mujer y que el primero de enero de 2017 dejaba Ban al expirar su segundo mandato quinquenal. Sin embargo, el Gobierno búlgaro, nuevamente dirigido por Boyko Borisov y su partido liberal conservador Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB), se decantó por Irina Bokova, antigua ministra de Exteriores y la actual directora general de la UNESCO.

Bokova, representante de los países del Grupo Europeo Oriental, obtuvo unos pobres resultados en la tanda de cinco votaciones, extraoficiales y discretas, desarrolladas a finales del verano de 2016 en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, de 15 estados miembros. Ante esta circunstancia, el 28 de septiembre, Sofía anunció que Bokova ya no era su candidata y que esta condición pasaba a Georgieva. Sin embargo, las normas de la ONU dejaban claro que una candidatura no podía ser reemplazada una vez nominada a menos que la persona en cuestión renunciara voluntariamente, lo que no era el caso de Bokova. Así, se dio la extraña paradoja de ver a dos nacionales compatriotas -y mujeres a la sazón- rivalizando en la misma competición de la ONU. Una situación de todas maneras anecdótica, ya que en la sexta votación del Consejo, celebrada el 5 de octubre, se impuso con toda claridad el ex primer ministro portugués y ex Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) António Guterres

El 28 de octubre de 2016, pocas semanas después de su decepcionante apuesta por el cargo más prestigioso de la función pública internacional, Georgieva fue anunciada por su antiguo patrón, el Banco Mundial, como la oficial que estrenaría el nuevo puesto de director ejecutivo (CEO) del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF/IBRD) y de la Asociación Internacional de Fomento (AIF/IDA), las dos entidades que conformaban el Banco Mundial propiamente dicho, cuyo Grupo integraban además la Corporación Financiera Internacional (CFI/IFC), el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMGI/MIGA) y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI/ICSID).

El 31 de diciembre de 2016 la funcionaria búlgara se despidió de su despacho presupuestario en Bruselas, que pasó a ocupar el alemán Günther Oettinger, y el 2 de enero de 2017 volvió a la sede central del Banco Mundial en Washington, cerrando así un paréntesis de siete años. La segunda etapa de Georgieva en el Banco Mundial iba a estar signada por las reformas estructurales y las innovaciones operativas en la organización.

En abril de 2018, con el impulso de la consejera delegada y de su superior institucional, el surcoreano nacionalizado estadounidense Jim Yong Kim, presidente desde 2012, los 2.018 accionistas nacionales del Grupo del Banco Mundial aprobaron una ambiciosa ampliación de capital de 13.000 millones de dólares, de los que 7.500 correspondían al BIFR y 5.500 a la CFI. Ambas primas de emisión iban de la mano de un conjunto de medidas encaminadas a robustecer la captación de fondos y asegurar así el cumplimiento de los objetivos de desarrollo trazados por el Grupo. Esto suponía transformar el modelo de financiación mantenido hasta ahora, añadiendo mecanismos de apalancamiento, por lo demás habituales en gobiernos y compañías, a los recursos donados por los accionistas. De esta manera, en abril de 2018 la AIF emitió su primer bono de deuda corporativa en sus casi seis décadas de historia. El bono, con el máximo calificativo de solvencia de la agencia Standard & Poor's, la AAA, permitió al Banco Mundial recaudar 1.500 millones de dólares en los mercados internacionales de capital y a un coste muy bajo, gracias al fuerte perfil crediticio de la organización.

Por otro lado, Georgieva, esta vez a título más particular, se comprometió a aumentar la presencia de mujeres en los escalafones ejecutivos del Banco Mundial, hasta conseguir la paridad de sexos en 2020. En la práctica, dicha meta se alcanzó en octubre de 2018. Aquel mismo mes, la número dos del Banco Mundial, Ban Ki Moon y el magnate Bill Gates lanzaron en La Haya la Comisión Global de Adaptación (CGA), panel que según sus artífices buscaba "catalizar un movimiento mundial para multiplicar la escala y la rapidez de las soluciones para la adaptación de todos los actores sociales al cambio climático".


2. Elección como directora gerente del FMI en tiempos de ralentización económica mundial

El 1 de febrero de 2019, de acuerdo con lo anunciado el 7 de enero anterior, Jim Yong Kim presentó la dimisión como presidente del Grupo del Banco Mundial y Georgieva asumió el puesto en funciones. La interinidad duró hasta el 9 de abril, momento en que tomó posesión el presidente nominado (como sus doce predecesores en el cargo) por el Gobierno de Estados Unidos, David Malpass, subsecretario del Tesoro con la Administración Trump.

A sus 65 años, Kristalina Georgieva era una veterana ex comisaria europea y sin lugar a dudas el rostro más conocido del Banco Mundial. Pero, además, estaba a punto de convertirse en la jefa del otro organismo financiero nacido de los históricos Acuerdos de Bretton Woods de 1944, el Fondo Monetario Internacional, con sede en Washington también. Desde 2011 la directora gerente del FMI era la francesa Christine Lagarde, a la que el 2 de julio de 2019 el Consejo Europeo nominó para presidir el Banco Central Europeo (BCE), donde Lagarde iba a tomarle el testigo a Mario Draghi. Entonces, Lagarde causó una cesantía en el FMI que fue cubierta en funciones por el primer subdirector gerente, el estadounidense David Lipton. La tradicional "regla no escrita" entre las potencias occidentales de las dos orillas del Atlántico, mantenida anacrónicamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial e impugnada por los países emergentes, establecía que la Dirección Gerente del FMI "correspondía" a un europeo, así que ahora los líderes de la UE debían presentar un candidato al puesto.

El 2 de agosto de 2019 el Consejo de Ministros de Finanzas de la UE discutió cuatro nombres para el relevo de Lagarde. La búlgara Georgieva figuraba en el elenco de aspirantes, junto con la ministra de Economía de España, Nadia Calviño, el gobernador del Banco de Finlandia y ex comisario europeo Olli Rehn y Jeroen Dijsselbloem, anterior ministro de Finanzas de los Países Bajos y hasta 2018 el presidente del Eurogrupo. Las opciones de Calviño y Rehn se esfumaron rápidamente y frente a Georgieva solo se mantuvo en pie el holandés Dijsselbloem, una personalidad marcadamente política, concretamente de la familia socialista. Al cabo de un duro regateo por la ajustada división de opiniones, que impedía a cualquiera a los dos alcanzar la mayoría cualificada de más del 55% de los votos (es decir, por lo menos 16 de los 28 estados miembros), si bien Georgieva, respaldada por Francia e Italia, pudo sacarle a Dijsselbloem una mínima ventaja, el Consejo anunció una posición común sobre la candidatura de la directora ejecutiva del Banco Mundial.

Para Georgieva, ser la candidata europea equivalía en la práctica -aunque en sentido estricto no podía hablarse de un automatismo- a ser designada directora gerente del FMI. Pero incurría en un problema, su edad, que el 13 de agosto rebasó los 65 años, el límite fijado por los Estatutos del FMI. El obstáculo legal fue removido con presteza por el Directorio Ejecutivo del FMI: el 5 de septiembre la Junta de Gobernadores de la entidad, a propuesta del Directorio, eliminó de un plumazo el tope de edad para el cargo de director gerente, que ahora podía ser designado con más de 65 años y desempeñar sus funciones más allá de los 70.

La máxima autoridad del FMI, donde cada país donante votaba en función de sus aportaciones de fondos (lo que significaba que únicamente Estados Unidos y la UE acaparaban el 46% de los votos, cuota desproporcionada en términos de peso económico mundial y que crecía hasta el 63% si se consideraban los países de la OCDE), justificó con un argumento oportunamente lógico la enmienda de los Estatutos con efecto inmediato y sin mencionar para nada a Georgieva, quien debía someterse al proceso formal de presentación de candidaturas y posterior selección. La nueva norma, explicó el Directorio Ejecutivo, simplemente equiparaba las condiciones del nombramiento del director gerente con las de los miembros del Directorio Ejecutivo del FMI y las del presidente del Grupo del Banco Mundial, los cuales no estaban sujetos a un límite de edad.

El 24 de septiembre Georgieva dirigió al Directorio Ejecutivo una presentación de su candidatura con exposición de intenciones. Partiendo del diagnóstico de la "decepcionante" coyuntura económica internacional, ensombrecida por los riesgos que conllevaban las tensiones comerciales de desarrollo imprevisible (principalmente, la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China), los niveles de endeudamiento estatal históricamente altos, la volatilidad de los flujos de capital y el interminable embrollo del Brexit, amén de los conflictos políticos y los desastres naturales en parte derivados del cambio climático, la aspirante definió tres prioridades de gestión.

Lo más perentorio, apuntaba Georgieva, era, en el contexto de los múltiples desafíos a que hacía frente la economía global, reducir en todo lo posible los riesgos de una recaída en la crisis, cuando todavía no se habían apagado los ecos del huracán financiero y la Gran Recesión del fatídico bienio 2008-2009, y mejorar la capacidad de respuesta del FMI. En segundo lugar, tocaba blindar la fortaleza financiera del Fondo, que debía disponer de recursos suficientes para proporcionar plena confianza a los accionistas, más los que se encontraran en apuros financieros y precisaran de asistencia crediticia. La tercera prioridad, compendio de las anteriores, era asegurar que el Fondo, como institución vigilante, "continuara evolucionando para responder a los retos presentes y futuros".

Al día siguiente, 25 de septiembre, el Directorio Ejecutivo del FMI, integrado por 24 representantes de los 189 países miembros, eligió a Georgieva, única candidata, como el duodécimo director gerente de la institución, por un período de cinco años a partir del 1 de octubre de 2019. La nueva jefa del FMI expresó su "firme creencia" en el mandato del Fondo, que no era otro que "asegurar la estabilidad del sistema económico y financiero global mediante la cooperación internacional", y recordó que su prioridad inmediata era "ayudar a los países a minimizar los riesgos de crisis y estar preparados para enfrentar los retrocesos". Sin olvidar el objetivo permanente a largo plazo, cual era "apoyar políticas monetarias, fiscales y estructurales sólidas, para construir economías más fuertes y mejorar las vidas de las personas", lo que entrañaba también "tratar con cuestiones como las desigualdades, los riesgos climáticos y el rápido cambio tecnológico."

Kristalina Georgieva está casada con Kino Kinov y es madre de un hijo.

(Cobertura informativa hasta 1/10/2019)