Keir Starmer

 En el arranque del verano de 2024 Keir Starmer, el líder laborista del Reino Unido, se prepara para convertirse en primer ministro y devolver a su partido al poder tras una travesía de 14 años en la oposición, los últimos cuatro bajo su jefatura. Los sondeos de las elecciones del 4 de julio auguran una victoria arrolladora del Partido Laborista sobre el Partido Conservador de Rishi Sunak, quinto primer ministro consecutivo de los tories desde 2016, cuando el referéndum sobre el Brexit abrió una de las etapas más convulsas de la política británica contemporánea, pródiga en crisis, escándalos y dimisiones. 

Abogado y fiscal con un debut tardío en la política representativa y conocido por su estilo sobrio y falta de carisma, Starmer, después de reorientar el laborismo hacia una socialdemocracia "pragmática" que dejó atrás el izquierdismo heterodoxo de su predecesor Jeremy Corbyn, ha basado su campaña en dos estrategias: la crítica al manejo por los conservadores de la economía, los servicios públicos y la inmigración, que describe en términos tremebundos y compara con la gestión de los anteriores gobiernos laboristas de Tony Blair —con cuyo New Labour, empero, tampoco comulgó— y Gordon Brown; y la promesa de traer "el cambio", para que el Reino Unido "pase página al caos político", "recobre la esperanza" y "vuelva a funcionar". En otras palabras, una "renovación nacional" para revertir el "declive" en que está sumido el país.

La "reconstrucción" preconizada por Starmer fija como prioridades el freno al encarecimiento del coste de la vida, la creación de riqueza y el empuje de la economía, que se prevé crezca solo medio punto en 2024 tras el agónico 0,1% registrado en 2023. La dinamización económica sostenible y baja en emisiones pasa según él por forjar nuevos pactos y asociaciones con los trabajadores y las empresas. Las inversiones milmillonarias de un National Wealth Fund y de una también nueva Great British Energy, compañía pública de energías limpias financiada con el impuesto a las ganancias extraordinarias (windfall tax) de las empresas de hidrocarburos, permitirán, proclama, la creación de 650.000 empleos industriales, abaratando de paso las facturas eléctricas. El Green Prosperity Plan de los laboristas se traza las metas de descarbonizar la generación eléctrica en 2030 y de hacer del Reino Unido una "superpotencia" en energías renovables no contaminantes.

Frente a unos servicios públicos que se "tambalean", sobre todo el emblemático National Health Service (NHS), Starmer se compromete a reducir las listas de espera, a reforzar las plantillas médicas, a crear decenas de miles de plazas de cuidado infantil y a poner al día la red de carreteras. Asimismo, planea renacionalizar los ferrocarriles, privatizados en 1997.

Starmer no explica claramente cómo piensa costear el fuerte salto en las inversiones públicas, máxime al invocar la responsabilidad presupuestaria y la prudencia fiscal. Afirma que no se desentenderá del objetivo de ir reduciendo los elevados déficit (el 6% del PIB) y deuda (el 101% del PIB) públicos, al tiempo que descarta el retorno a la austeridad. Se trata, arguye, de conseguir un "equilibrio" donde no haya subidas de impuestos, tampoco el de sociedades, ni de las cotizaciones sociales. A favor de su eventual Gobierno juega la contención de la inflación, que del pico del 11% alcanzado en octubre de 2022 se ha pasado al 2,3% en abril de 2024, la tasa más baja en casi tres años.

Opuesto en su momento al Brexit, Starmer opina ahora que este es un hecho consumado, prefiriendo no alimentar el debate revisionista sobre la clara relación entre la salida de la UE en 2020 y las grandes dificultades económicas (incluida una recesión del -0,4% en el segundo semestre de 2023), comerciales, logísticas y laborales experimentadas por el país desde entonces. Ahora bien, ha dejado claro su deseo de renegociar en 2025 el Acuerdo bilateral de Cooperación y Comercio (TCA), con el fin de mejorar este sucedáneo de la antigua pertenencia británica al Mercado Interior Único y la Unión Aduanera de la UE. También, quiere llegar a un acuerdo migratorio con Bruselas. Se trataría de "hacer que el Brexit funcione", explica.

Starmer asegura que un Ejecutivo suyo no aceptará un segundo referéndum de independencia en Escocia, donde su partido está librando una intensa competición electoral con el Partido Nacionalista Escocés, gobernante en Edimburgo. Tampoco ve "en el horizonte" un referéndum sobre la unificación de Irlanda, escenario "absolutamente hipotético" a su entender. En cuanto a la asistencia integral a Ucrania frente a Rusia, el líder laborista no plantea una línea distinta de la de Sunak, lo que implica seguir volcándose en el soporte militar a Kyiv, con la línea roja del despliegue de tropas de combate en el país invadido por la "tiranía" de Putin. Su apuesta por un Reino Unido "más fuerte, seguro y protegido" requiere el refuerzo de las capacidades de defensa, incluida la disuasión nuclear, en el seno de la OTAN y un mayor grado de preparación contra las amenazas de guerra híbrida y el terrorismo no estatal. En línea con los conservadores, propone destinar el 2,5% del PIB a la defensa. 

El enfoque de Starmer sobre la securitización de las fronteras busca en apariencia una solución balanceada entre el control restrictivo de la inmigración irregular, la lucha contra las redes criminales, el derecho a la acogida humanitaria y la necesidad de trabajadores extranjeros para la economía. En este esquema no tiene cabida el archipolémico Plan de Rwanda, adoptado por Sunak pero aún no ejecutado, para deportar al país africano a migrantes cuya petición de asilo sea denegada. Otros puntos del manifiesto laborista son el refuerzo de las plantillas policiales para responder a la delincuencia y los "comportamientos antisociales", una nueva Comisión de Ética e Integridad, la reforma (que no abolición, propugnada anteriormente) de la Cámara de los Lores y la concesión del voto a los mayores de 16 años.

Por otro lado, el compromiso de Starmer con la erradicación de actitudes antisemitas en su partido ha sido puesto a dura prueba por la guerra de Gaza, donde el dirigente viene mostrando una postura matizadamente proisraelí que solivianta a los musulmanes y a la izquierda propalestina dentro del laborismo. Estas desavenencias se han saldado con expulsiones y dimisiones de varios candidatos y cargos representativos que le exigían el llamamiento a un alto el fuego y el cese de las operaciones militares de Israel en Gaza.

(Texto actualizado hasta 25 junio 2024)


Keir Starmer se crió en Oxted, parroquia del condado inglés de Surrey, en el hogar formado por un obrero fabril y una enfermera del National Health Service (NHS) que vivió crónicamente aquejada de una rara enfermedad autoinmune. Ambos eran unos fieles votantes laboristas de los que el futuro dirigente, con cuatro hermanos, heredó las ideas políticas. A los 16 años se unió a las Juventudes Socialistas del Partido Laborista, aunque hasta pasados los 50 no iba entrar en la política propiamente dicha. Tras completar la secundaria en la Reigate Grammar School, un centro privado, el joven emprendió estudios de Derecho en la Universidad de Leeds, por la que en 1985 obtuvo el título de Bachelor of Laws con excelentes calificaciones. Un año más tarde se sacó un posgado, un Bachelor of Civil Law, en la Universidad de Oxford.

En 1987, en mitad de la veintena de edad, Starmer inició una carrera profesional de 28 años en el mundo de la abogacía penal, a lo largo de la cual actuó tanto de defensor privado como de fiscal público en numerosos casos relacionados con los derechos humanos internacionales. A sus primeros clientes los representó en el bufete progresista Doughty Street Chambers. Según sus propias palabras, él, como abogado de las partes demandantes o demandadas, se dedicó a "defender a la gente frente a los poderosos, trabajando en casos de alto perfil y combatiendo" contra gigantes empresariales como la petrolera Shell y la McDonald’s, esta última denunciante de los ambientalistas Helen Steel y David Morris en un caso de presunto libelo que tuvo mucha repercusión y que terminó en 1997 con un sentencia mixta. El letrado asistió legalmente también al sindicato National Union of Mineworkers (NUM) en sus luchas contra el cierre de pozos mineros durante los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major.

A los 39, en 2002, Starmer alcanzó el estatus honorífico de Queen's Counsel, el cual poseían más de un millar de juristas practicantes del Reino Unido (la gran mayoría más viejos que él), luego de adquirir cierto prestigio como corredactor, junto con su colega Conor Foley, del documento de recomendaciones Foreign Policy, Human Rights and the United Kingdom, que el Gobierno laborista de Tony Blair incorporó a su agenda. Aquel mismo año interrumpió la práctica privada en Inglaterra y se trasladó a Irlanda del Norte para asesorar en materia de derechos humanos a la Junta Policial de la región, una autoridad creada a raíz del Acuerdo de paz de Viernes Santo (1998), así como a la Asociación de Oficiales Jefes de Policía. Fueron seis años en los que Starmer sirvió además en el panel asesor sobre la pena de muerte del Foreign Office, el Ministerio británico de Exteriores. En 2007 contrajo matrimonio con una colega de profesión que actualmente ejercía en el NHS, Victoria Alexander. Los dos hijos del matrimonio, chico y chica, están siendo educados en la fe judía de la madre, ha indicado Starmer, quien por su parte se define como ateo.

En 2008 la fiscal general de Inglaterra y Gales, Patricia Scotland, nombró al abogado Director del Ministerio Público (Director of Public Prosecutions, DPP). Se trataba de un alto cargo que incorporaba las funciones de jefe del Servicio de Fiscalía de la Corona (Crown Prosecution Service, CPS) y suponía la tercera fiscalía de mayor rango de Inglaterra y Gales, tras la Fiscalía General y la Procuraduría general. Hasta su salida de esta oficina en 2013, Starmer emprendió acciones penales sonadas como las que en 2011 derivaron en juicios con veredicto de culpabilidad y penas de cárcel contra seis miembros laboristas de la Cámara de los Comunes y dos conservadores de la Cámara de los Lores, involucrados en el escándalo parlamentario de los gastos abusivos y el uso indebido de dietas.

En 2012 el fiscal de la Corona volvió a generar titulares por su acusación contra, nada menos, un miembro del Gabinete conservador de David Cameron, Chris Huhne, secretario de Estado para la Energía y el Cambio Climático. Huhne fue imputado por "pervertir el curso de la justicia contrariamente al derecho consuetudinario" en un trampa para ahorrarse puntos de penalización en el carné de conducir. Huhne, posteriormente condenado, se vio obligado a dimitir de inmediato de resultas de la acción de Starmer, protagonizando un caso inédito en la historia del Gobierno británico. Por sus servicios a la justicia penal, Starmer fue nombrado en el Palacio de Buckingham por el entonces príncipe Carlos caballero comandante de la Orden de Bath, condición pareja al tratamiento de sir.

Saltos a la política y al mando laborista

Aquel mismo año, 2014, Starmer tomó la decisión de sustituir la acción jurídica por la política, en las filas de su partido de toda la vida. En las elecciones generales del 7 de mayo de 2015 ganó el escaño por Holborn y St Pancras, una circunscripción "segura" para los laboristas del Gran Londres, del que se jubilaba el veterano Frank Dobson.

Por lo demás, los comicios brindaron su primera mayoría absoluta al Partido Conservador bajo el liderazgo de Cameron, que pudo así formar su segundo Gabinete sin la incómoda coalición con los liberales. El fracaso de los laboristas, que perdieron 26 escaños en los Comunes pese a subir muy ligeramente en votos, costó la dimisión a su líder desde 2010, Ed Miliband, un discípulo de Gordon Brown que no acertó a perfilar su plataforma progresista, ni alineada con el ya caducado New Labour de Tony Blair ni nostálgica del viejo laborismo moldeado en el socialismo fabiano anterior a aquella gran transformación doctrinal orientada al centrismo. Miliband era el introductor en la política de Starmer, quien anteriormente no había mostrado ningún entusiasmo con la Third Way blairista; al contrario, él se presentaba como un devoto admirador de Harold Wilson, uno de los últimos grandes del laborismo clásico.

A Miliband le tomó el relevo, por decisión de una militancia de base radicalizada, Jeremy Corbyn, veterano de la vieja guardia izquierdista procedente del mundo sindical que se definía como socialista democrático y traía una aureola de iconoclasta y rebelde, sin concesiones al centro, enemigo jurado de los recortes de austeridad y siempre en la periferia del establishment. A la hora de formar su Shadow Cabinet en Westminster en septiembre de 2015, Corbyn nombró a Starmer, hasta entonces ubicado en el backbench laborista, ministro en la sombra para la Inmigración, luego supeditado al secretario en la sombra del Interior, Andy Burnham, infructuoso contrincante de Corbyn en la elección para suceder a Miliband.

Los planteamientos y el estilo de Corbyn disgustaban a muchos representantes laboristas, entre ellos Starmer, que en la elección interna había votado por Burnham. En particular, les inquietaba su tibia postura a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE, cuestión que Cameron, para aplacar al potente sector euroescéptico de su partido, decidió someter a referéndum nacional en junio de 2016. La inesperada victoria de la salida de la UE tras 43 años de pertenencia, el Brexit, provocó la dimisión de Cameron y su sucesión por Theresa May en el Partido Conservador, pero también agitó las aguas en laborismo, escenario de revuelta. 

Así, Starmer y otros parlamentarios partidarios del Remain frente al Leave que se habían afanado en la campaña Britain Stronger in Europe renunciaron a sus puestos en el Shadow Cabinet y el frontbench los Comunes entre críticas al liderazgo de Corbyn, que consideraban débil y errático. La crisis interna quedó solventada con la reelección holgada como líder de Corbyn y la asignación por este de nuevos cometidos en el Shadow Cabinet a algunos de sus detractores para apaciguarles. Starmer aceptó ser el nuevo secretario de Estado en la sombra para la Salida de la UE, función hasta entonces desempañada por Emily Thornberry.

En los meses que siguieron, y frente a la actitud ambivalente de Corbyn, Starmer defendió la posibilidad de un segundo referéndum, arguyendo que el resultado del primero había obedecido a la campaña populista de manipulación y falsedades del bando de los brexiters, cuyas figuras más prominentes eran el conservador Boris Johnson y el líder del UK Party, Nigel Farage. También, exigió más transparencia al Gobierno May sobre los planes para materializar el Brexit, objeto de unas procelosas discusiones con Bruselas en medio de un enorme jaleo político en Westminster, y un Acuerdo de Retirada que regulara el nuevo marco de relaciones comerciales, a ser posible altamente liberalizado, entre el Reino Unido y la UE. 

En 2017 el portavoz laborista sostuvo la necesidad de que el Reino Unido permaneciera ligado de alguna manera al Mercado Interior Único, a través de un acuerdo bilateral como los que regían para Noruega, Suiza e Islandia, pero esta posibilidad fue desechada de plano por el Gobierno May. Asimismo, se pronunció en favor de preservar la libertad de movimientos de personas entre las dos orillas del Canal, orientándola a la inmigración laboral hacia las islas. A Starmer le preocupaba que el Reino Unido pudiera desentenderse de los estándares y normativas de la UE sobre derechos de los trabajadores, medio ambiente y alimentación.

En las elecciones generales del 8 de junio de 2017, adelantadas por May con la expectativa de robustecer su posición política en las negociaciones del Brexit pero saldadas para los conservadores con la pérdida de la mayoría absoluta, Starmer revalidó su mandato, mientras su partido recuperaba casi 10 puntos de voto y una treintena de escaños en los Comunes, situándose en los 262. 

En la nueva legislatura, Starmer, que añadió a su relación de honores la membresía del Privy Council y el tratamieto de Right Honourable, siguió llevando la Secretaría de Estado en la sombra para el Brexit y advirtiendo reiteradamente contra la tentación, evocada por los brexiters radicales en el campo conservador —con el secretario de Exteriores Johnson y el parlamentario Jacob Rees-Mogg a la cabeza—, de un Brexit "duro" o "desordenado", sin una sólida legislación dialogada con los todavía socios europeos; en otras palabras, el "no-deal", potencialmente ruinoso para la economía y el empleo. En junio de 2019, May, acosada por los intransigentes de su propio partido, que boicotearon e hicieron fracasar la aprobación parlamentaria de la primera versión del Acuerdo de Retirada de la UE, tres veces redactado y otras tantas rechazado por el Parlamento al unir sus votos contrarios a los de los laboristas, presentó la dimisión y en julio dejó los mandos del partido y el Gobierno a su gran rival, el popular Boris Johnson.

De cara a las nuevas elecciones anticipadas del 12 de diciembre 2019, Starmer convenció al renuente Corbyn de incorporar al manifiesto laborista la promesa de someter a referéndum cualquier acuerdo sobre Brexit, dejando la permanencia en la UE como una opción. El caso fue que el partido encajó su cuarta derrota consecutiva en unas generales y con sus peores resultados en los Comunes desde 1935: sacó el 32,1% de los votos, casi ocho puntos menos que en 2017, y retrocedió 60 escaños, quedándose en los 202 y a 163 de distancia de los tories, comandados por un Johnson eufórico y en su mejor momento desde la década thatcherista. Starmer fue reelegido con comodidad en Holborn y St Pancras, aunque con 4.700 votos menos.

El desastre en las urnas, indicativo de la pujanza del Brexit en el sentir del electorado, selló la suerte de Corbyn, señalado por doquier con gesto culpabilizador por su discurso izquierdista, demasiado radical para el ala moderada del partido, y también por sus controvertido historial de declaraciones proárabes e hipercríticas con Israel; más aún, algunos conmilitones venían acusándole de fomentar una "cultura tóxica de antisemitismo" en el seno del partido y de coquetear con un "racismo antisemita" incompatible con los valores laboristas. El aludido anunció la apertura de un "período de reflexión" y que no volvería a liderar el laborismo en las próximas generales. Fue el banderazo de salida de un proceso de elección del nuevo líder para el que Starmer, abriendo cierta distancia de Corbyn pero sin renegar de muchos de sus enfoques clave como podían ser la estatalización de empresas estratégicas o la abolición de la Cámara de los Lores, lanzó su candidatura el 4 de enero de 2020. Los diputados Rebecca Long-Bailey, Lisa Nandy, Emily Thornberry, Clive Lewis y Jess Phillips anunciaron la misma aspiración.

Tomando el eslogan de Otro futuro es posible, Starmer hizo en su campaña interna bandera de la "anti-austeridad", ya enarbolada por Corbyn. Ello entrañaba entre otras medidas suprimir las tasas de matrícula en la enseñanza universitaria (introducidas por el Gobierno Brown en 2008) y aumentar la retención fiscal a las rentas de trabajo superiores a las 80.000 libras anuales. También, habló de establecer una "propiedad común", —es decir, la nacionalización— de los ferrocarriles, los correos y los suministros de agua y electricidad, y de detener la externalización de servicios del NHS. Figuras del laborismo como el ex primer ministro Brown y el alcalde londinense, Sadiq Khan, salieron a apoyar al antiguo jefe de fiscales.

El 20 de enero Starmer obtuvo la nominación formal al alcanzar el número necesario de apoyos entre los parlamentarios laboristas (los comunes de Westminster y los eurodiputados), las secciones laboristas de cada circunscripción nacional y los grupos afiliados, entre ellos los sindicatos. En su caso, fueron 88 nominaciones de 212 en el primer grupo, 374 de 648 en el segundo y 15 de 32 en el tercero, poniéndose claramente en cabeza sobre sus competidores. No superó la criba Thornberry, mientras que Lewis y Phillips optaron por retirarse a lo largo de esta fase preliminar, en medio de la cual, el 31 de enero, se produjo oficialmente la salida del Reino Unido de la UE. Long-Bailey, parlamentaria muy próxima a Corbyn, y Nandy, identificada con la "izquierda suave", siguieron adelante junto con Starmer, a quien la etiqueta que más se le adjudicaba era la de "laborista pragmático".

La elección propiamente dicha arrancó el 24 de febrero de 2020 con el voto online o por correo de la militancia del partido, los afiliados y los seguidores externos. La emergencia sanitaria por la COVID-19 se declaró en medio del proceso. El 2 de abril terminó la votación y dos días después fueron comunicados los resultados: sin sorpresas, Starmer era el nuevo líder del Partido Laborista al haber recibido la preferencia del 56,1% de los militantes, el 53,1% de los afiliados y el 76,6% de los seguidores.          Secundando a Starmer asumía el viceliderazgo, en sucesión de Tom Watson, Angela Rayner, hasta ahora responsable de Educación en el Shadow Cabinet y autodescrita como una "socialista no corbynista". 

El cambio de liderazgo en el Partido Laborista no tuvo una incidencia apreciable en los sondeos de intención de voto, donde los conservadores mantuvieron una ventaja que fluctuaba en torno a los 20 puntos. La desventaja para los laboristas empezaría a reducirse unos meses después, debido más que nada a la impopularidad de las cuarentenas, cierres y confinamientos por el coronavirus. En la primavera de 2021, pasados los peores momentos de la pandemia y con la situación en trance de normalizarse gracias a la exitosa campaña de vacunaciones, la popularidad de los tories volvería a despegar.

Líder de la oposición a tres primeros ministros conservadores

Starmer estrenó la condición de líder de la oposición llamando a la reconciliación de los clanes laboristas e ignorando el llamamiento de Johnson a formar un "Gobierno de unidad nacional" para enfrentar la pandemia, si bien prometió hacer una "oposición constructiva". Por lo que respecta a la primera cuestión, Starmer conformó un Shadow Cabinet plural que incluía a tres de sus rivales en la elección interna, Rebecca Long-Bailey, Lisa Nandy y Emily Thornberry, hechas secretarias respectivamente de Educación, Exteriores y Comercio Internacional, y repescó para el primer plano a Ed Miliband, dándole la cartera de Empresas, Energía y Estrategia Industrial. 

Sin embargo, el conflicto estalló con Corbyn, objeto de una indagación interna forzada por la investigación de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos (EHRC, órgano público independiente) sobre la tolerancia en el partido del discurso de odio y las expresiones de racismo contra los judíos en los años bajo su liderazgo. Al tomar las riendas del laborismo, Starmer se había comprometido a desterrar el antisemitismo de sus filas. 

En octubre de 2020, tras el informe de la EHRC, que hablaba de acoso y discriminación antisemitas, Corbyn hizo una desvaída declaración de disculpa que no satisfizo a Starmer, el cual calificó de "día vergonzoso" para el partido la publicación de las conclusiones de la EHRC. Ante su "poca predisposición a retractarse", Corbyn fue suspendido de militancia partidaria y funciones en el grupo parlamentario mientras durase la investigación disciplinaria. Previamente, en junio, Starmer ya había despedido del Shadow Cabinet a Long-Bailey, personalidad destacada del sector corbynista, por retuitear una entrevista a la actriz Maxine Peake donde esta hacía unos comentarios susceptibles de ser considerados antisemitas. El caso de Corbyn siguió coleando en los años siguientes, para disgusto de Starmer. El altercado iba a culminar en marzo de 2023 con el veto por el Comité Nacional Ejecutivo del partido a Corbyn para postularse de nuevo a su escaño por Islington North y, tras avisar este de su intención de concurrir a los próximos comicios como independiente, con su expulsión definitiva del partido en mayo de 2024. 

El asunto Corbyn fue un capítulo menor comparado con la dialéctica con el Partido Conservador en el poder. Desde el principio, Starmer, sin abandonar su típica corrección formal, cuestionó las sucesivas medidas y estrategias adoptadas frente al coronavirus, con una pauta ciertamente errática, por el primer ministro Johnson, al que llamó "incompetente en serie". El líder laborista arremetió también contra la polémica y opaca remodelación del mobiliario del 10 de Downing Street.

Ahora bien, a finales de 2020 Starmer, contrariando a un sector de la bancada laborista, aceptó el Acuerdo de Cooperación y Comercio (TCA) suscrito por Londres y Bruselas, nuevo marco de las relaciones comerciales bilaterales (con libre intercambio de bienes y, parcialmente, de servicios) tras la conclusión el 31 de diciembre de 2021 del período de transición de 11 meses que había seguido a la materialización del Brexit. Starmer ordenó a sus diputados votar a favor del TCA negociado por Johnson pese a parecerle un documento "débil", pues según él no respaldaba los derechos de los trabajadores ni protegía adecuadamente sectores como las manufacturas y las industrias creativas. Con todo, opinaba, era mejor ese acuerdo, pálido reflejo del anterior estatus comercial con el Mercado Interior Único y la Unión Aduanera, "a no tener ninguno". 

También en el capítulo fiscal encontró el Partido Laborista, por el momento, dificultades para contrastar sus diferencias con el Partido Conservador, ya que el Gobierno, aparcando cualquier disciplina, estaba destinando decenas de miles de millones de libras a paliar el brutal coste económico (contracción del PIB un 10,4% en 2020) y social de la COVID-19, con el consiguiente impacto en el déficit presupuestario y la deuda pública. El Gobierno planeaba además subir sustancialmente el impuesto de sociedades a las empresas y elevar las cotizaciones laborales a partir de 2022, mientras congelaba por cinco años los tipos marginales mínimo y máximo del impuesto sobre la renta.

Las presiones internas sobre Starmer para que fuera más agresivo y endureciera su discurso opositor ganaron fuerza tras las elecciones locales inglesas de mayo de 2021, que depararon unos resultados francamente malos a los laboristas. Estos solo pudieron consolarse con las reelecciones de los alcaldes Sadiq Khan en Londres y Andy Burnham en Manchester. Los analistas sacaron en claro que muchos electores de clase trabajadora del norte de Inglaterra, tradicional pero en los últimos tiempos muy erosionado caladero electoral del laborismo, no perdonaban al partido su hostilidad al Brexit hasta que este ya fue un hecho, y aún después. Los corbynistas reclamaron responsabilidades por la debacle electoral a Starmer, pero este se limitó a remodelar el Shadow Cabinet, donde adjudicó nuevos roles, degradó a algunos y echó a otros. 

Las perspectivas electorales para Starmer empezaron a mejorar poco después de las locales de 2021, en las que su formación tocó fondo. En septiembre de ese año, en vísperas de la Conferencia anual del partido en Brighton, el dirigente publicó el manifiesto The Road Ahead, donde, con tono centrista y moderado, recordaba el compromiso del laborismo con las familias trabajadoras, el bienestar de la comunidad y el crecimiento económico. Luego, en el cónclave laborista, mientras el malestar se apoderaba del país por los problemas en el abastecimiento de combustibles y otros bienes básicos en el contexto de la crisis global de las cadenas de suministros, Starmer se ofreció como la alternativa "seria" a Johnson, un "showman" y un "embaucador" que creía "estar por encima de las reglas" pero que había hecho ya "su último truco". Al eslogan Get Brexit Done de Johnson, él contraponía el de Make Brexit Work, alusivo al cúmulo de disfunciones y subidas de precios (como los de los alimentos) provocada por la falta de planificación del día después fuera de la UE.

El punto de inflexión en las fortunas del laborismo de Starmer lo marcó el estallido en diciembre de 2021, mientras se agravaban el desabastecimiento de algunos productos cotidianos y la falta de materias primas y de trabajadores especializados, y en vísperas de la invasión rusa de Ucrania con su impacto funesto en los precios de la energía y la inflación, del que dio en llamarse el Partygate: la profusión de informaciones que revelaban la violación reiterada por funcionarios y miembros del Gobierno, con Johnson a la cabeza, de las prohibiciones de movilidad y contacto social impuestas por el propio Ejecutivo para frenar los contagios del coronavirus en 2020 y 2021. Se trataban de encuentros distendidos de carácter extralaboral, con múltiples asistentes y profusión de bebidas, justo lo que el conjunto de la población no podía hacer. Fue en las últimas semanas de 2021 cuando los laboristas, tras unos meses progresando, adelantaron finalmente a los conservadores en las encuestas.

Al comenzar 2022, las torpes explicaciones y las mentiras de Johnson en relación con el Partygate y otros escándalos conexos llevaron a Starmer, ya recuperado tras dar positivo por segunda vez en el test del SARS-CoV-2, a exigir al primer ministro la dimisión "por decencia". Desde este momento, se hizo permanente en los sondeos la primacía del Partido Laborista, que en mayo de 2022 ganó contundentemente las votaciones locales celebradas en Inglaterra, Escocia y Gales. 

Claro que Starmer encajó su versión particular del Partygate, el Beergate, la publicación en diciembre de 2021 de unas imágenes donde podía vérsele a él, a la vicelíder Rayner y a miembros de su equipo bebiendo cerveza en una reunión de trabajo en Durham el 30 de abril de aquel año, durante la campaña para las elecciones locales y parciales de Hartlepool. A los conservadores les faltó tiempo para acusar de hipocresía al opositor, pero este adujo que el evento, una mera pausa para comer, se había ajustado a las reglas anti-COVID vigentes en aquel momento. Starmer aseguró entonces que si la Policía le imponía una multa por infracción, él dimitiría. En julio de 2022 la Policía de Durham iba a concluir que Starmer y su grupo no habían violando ninguna regulación y por lo tanto no recibirían un aviso de sanción.

Boris Johnson, presionado por las dimisiones de varios miembros descontentos del Gobierno y arrastrado a una situación insostenible, acabó arrojando la toalla en julio de 2022. Su sucesora en septiembre, la ultraliberal Liz Truss, fue igualmente fustigada por Starmer por su "irresponsable" plan de una bajada general de impuestos, que desató un huracán en los mercados cambiario, bursátil y de bonos, temerosos de su efecto en los desequilibrios financieros del Estado. Ante esta situación, Truss, atropelladamente, intentó corregir los aspectos más polémicos del bautizado por la prensa como el mini-presupuesto del otoño. El nuevo giro dio más munición a Starmer, que habló de "caos grotesco" y exigió elecciones anticipadas inmediatas. 

En octubre de 2022, sin haber cumplido los dos meses en el 10 de Downing Street, Truss dimitió y los conservadores pusieron en su lugar a Rishi Sunak, el quinto primer ministro tory en algo más de seis años. Sunak y el nuevo canciller del Exchequer, Jeremy Hunt, pasaron página al experimento de las Trussonomics y empezaron a ejecutar un plan económico más ortodoxo para recobrar la confianza y la estabilidad. Al producirse la estrepitosa caída de Truss, la ventaja de los laboristas sobre los conservadores rozaba el 40% en algunas encuestas. Tampoco Sunak le parecía apto a Starmer, quien cuestionó la "integridad" del nuevo premier. "Los tories han destrozado la economía y ahora otros [la clase trabajadora] van a pagar por el caos", sentenció el jefe laborista al elevar su enésimo llamado del adelanto electoral. 

(Cobertura informativa hasta 1/1/2023).

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