Jalifa Haftar

Su asistencia en noviembre de 2018 en Palermo, no sin hacerse de rogar, a la Conferencia Por y con Libia y su suma al acuerdo para posponer a 2019 las elecciones generales que debían celebrarse en diciembre han vuelto a poner de relieve al mariscal Jalifa Haftar, figura fundamental, en los aspectos militar y político, del enrevesado tablero libio.

Antiguo lugarteniente de Gaddafi revuelto contra el régimen de la Jamahiriya tras caer prisionero en la guerra de Chad, Haftar pasó dos décadas en el exilio estadounidense antes de sumarse a la revolución de 2011, en la que jugó un papel secundario. En 2014 reapareció como adalid de la Operación Dignidad, una ambiciosa campaña militar para aplastar a las fuerzas islamistas dominantes en Trípoli y Bengasi; aunando nacionalismo y ambición personal, su propósito expreso era "rescatar" a Libia de los Hermanos Musulmanes y el caos miliciano. La belicosidad antiislamista de Haftar, que no consiguió éxitos rápidos en los frentes de batalla, contribuyó en gran medida a la fractura territorial de Libia y a la generalización de la guerra civil, la segunda en tres años, que desde entonces vienen sustentando la apreciación del país magrebí como un Estado fallido.

En el último cuatrienio, el "general renegado" se ha batido con una plétora de adversarios y enemigos. Así, luchó contra la Shura salafista de Bengasi, que no consiguió neutralizar hasta julio de 2017; contra el Gobierno de Salvación Nacional (GSN) y la coalición de milicias islamistas Amanecer de Libia en la región tripolitana; contra el Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN), constituido en Trípoli en 2016, desbancando al GSN, por Fayez al-Sarraj, al que avalan Naciones Unidas; y contra el Estado Islámico y otras guerrillas yihadistas como la que controlaba Derna, finalmente expulsada de esta ciudad costera en junio de 2018. Durante un año Haftar actuó básicamente por libre, al estilo de un señor de la guerra, pero en 2015 el Ejecutivo de Tobruk, antagonista cirenaico del GSN que operaba en Trípoli y el cual vio arrebatado por el GAN de Sarraj el reconocimiento exterior como el Gobierno legítimo de Libia, le nombró oficialmente comandante en jefe del Ejército Nacional. Otra de las fijaciones del dueño de facto de la región oriental de Cirenaica es el control de los principales campos y puertos petroleros, fuente esencial de ingresos y fondos.

Visto tanto como una figura divisiva que obstaculiza la pacificación y reunificación de Libia como el escudo patriótico que impide la caída del país en manos del Islam fundamentalista, Haftar, maniobrero e intrigante, trata con múltiples actores internacionales que le sondean y cortejan por diversos motivos: la UE y la ONU, que lo necesitan como interlocutor de sus iniciativas de paz; Estados Unidos, el país que hasta 2011 le dio cobijo y financió sus operaciones antigaddafistas, que lanza drones contra los yihadistas libios y cuenta con importantes intereses privados (al igual que compañías de Italia e Francia) en el negocio de los hidrocarburos; Rusia, que le suministra armas a pesar del embargo de la ONU a cambio de facilidades militares en la costa mediterránea; o Egipto, su más nítido valedor, que ya bombardeó los baluartes del Estado Islámico en su vecino del oeste y espera adquirir más petróleo libio. Por cierto que sus oponentes acusan a Haftar, denunciado desde sus propias filas por perpetrar abusos y violaciones, de emular al presidente-dictador egipcio, el también mariscal Abdel Fattah al-Sisi.

La complejidad del polémico personaje admite más matices. Haftar, quien en abril de 2018 protagonizó el rumor de que había muerto por enfermedad, saca todo su celo nacionalista cuando advierte a Italia que no acerque buques a las costas libias para frenar la migración clandestina por mar, pero a la vez afirma que Libia necesita medios para controlar sus más de 4.000 km de fronteras terrestres con seis países africanos y taponar la entrada tanto de migrantes irregulares como de terroristas islámicos. Por otro lado, desde 2017 Haftar viene dialogando cara a cara con su gran rival de la Libia del oeste, el primer ministro Sarraj, en torno a la celebración de unas elecciones presidenciales a las que él podría presentarse candidato.


(Texto actualizado hasta noviembre 2018)

1. Lugarteniente y enemigo de Gaddafi antes de la Revolución de 2011
2. Participación en la guerra civil libia, adalid de la Operación Dignidad y adhesión al Gobierno rival de Tobruk
3. Figura clave de la segunda guerra civil: campaña antiyihadista y hostilidad al Gobierno de Trípoli


1. Lugarteniente y enemigo de Gaddafi antes de la Revolución de 2011

Nativo de Ajdabiya, ciudad de la región de Cirenaica sita 160 km al sur de Bengasi, su familia pertenecía a la tribu Al Farjani. Tras concluir la escuela secundaria en Derna, en 1964, ingresó en el Real Colegio Militar de Bengasi, del que tras dos años de capacitación salió graduado con los galones de teniente. Como los demás compañeros de promoción, el joven oficial perfeccionó su adiestramiento en academias del extranjero; en su caso, estudió en Egipto y la URSS.

En septiembre de 1969, mediada la veintena de edad, Haftar tomó parte en el golpe de Estado militar que con toda facilidad derrocó la endeble monarquía prooccidental del rey Idris I e instaló en el poder una junta revolucionaria liderada por un capitán un año mayor que él, Muammar al-Gaddafi. Los golpistas llevaban un tiempo conspirando como integrantes del Movimiento Secreto Unionista de Oficiales Libres, organización clandestina del Ejército fervientemente adherida a las ideas republicanas, seculares y nacionalistas panárabes del nasserismo.

Haftar estuvo en sintonía con Gaddafi, erigido desde el principio en dictador absoluto de Libia, bastante más tiempo que otros miembros del Consejo del Mando de la Revolución (la junta militar vigente hasta 1977, el año en que Gaddafi trocó la República Árabe Libia por la Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista, la peculiar forma de gobierno estatal por él teorizada) caídos en desgracia y purgados por el autócrata autopromovido a coronel. La confianza de Gaddafi en Haftar se expresó cuando la guerra de Yom Kippur (1973), en la que Haftar comandó tropas de la brigada acorazada enviada por Trípoli para apoyar al Ejército egipcio en su ofensiva contra Israel en el Sinaí, y más tarde al nombrarle jefe de su estado mayor.

En 1986 Haftar, ya con el rango de coronel, se embarcó en la aventura bélica que acabaría truncando su fidelidad a la Jamahiriya, cuyo fundador ya había mudado las inquietudes panarabistas de la primera época en favor de un panislamismo de marcado corte intervencionista en los asuntos del África negra. Aquel año, Gaddafi envió a Haftar al vecino Chad como comandante en jefe del cuerpo expedicionario del Ejército libio que, desde 1980 y gracias a los suministros soviéticos de armamento, venía tomando partido en la guerra civil local, apadrinando a las facciones chadianas favorables a que Libia mantuviera el control de la franja fronteriza de Aouzou, presumiblemente rica en uranio y petróleo, y ocupada por Trípoli desde 1973.

Las fuerzas a las órdenes de Haftar combatían dificultosamente contra el Ejército regular chadiano del presidente profrancés Hissène Habré y además eran hostigadas desde el aire por la Aviación gala. El desastre se cernió sobre el extenuado contingente libio al iniciarse 1987, momento en que el cabecilla rebelde Goukouni Oueddei acusó a Gaddafi, su protector oficial, de estar utilizándole con propósitos puramente expansionistas y decidió unir fuerzas con Habré, mortal enemigo hasta la víspera, a su vez sostenido por el potente dispositivo bélico activado por París.

Gaddafi ordenó a Haftar resistir a toda costa la ofensiva chadiano-francesa en la desértica región norteña de Bourkou-Ennedi-Tibesti, pero en marzo de 1987 el coronel y cientos de soldados a su mando fueron capturados por las Fuerzas Armadas Nacionales Chadianas (FANT) de Habré en la base aérea de Ouadi Doum. Los defensores libios se rindieron tras sufrir 2.000 bajas a manos de los chadianos, quienes lanzaron esta violenta ofensiva terrestre semanas después de quedar inutilizado el aeródromo en un raid de cazabombardeos franceses. La caída de Ouadi Doum con toda su guarnición desarboló a las fuerzas expedicionarias, que tuvieron que abandonar la ciudad más importante de la región, Faya-Largeau.

El colapso de su maquinaria de guerra en Chad obligó a Gaddafi a aceptar el alto el fuego y la evacuación del país salvo, provisionalmente, Aouzou. Entretanto, Haftar y los demás supervivientes del desastre de Ouadi Doum permanecían prisioneros en Chad. Furioso, Gaddafi exigió a N’Djamena la repatriación de Haftar y sus hombres, pero a finales de 1987 el Gobierno estadounidense dispuso el traslado de todo el grupo a Zaire. Colocados bajo la protección del presidente Mobutu Seseseko, quien detestaba a Gaddafi, Haftar y parte de sus oficiales y soldados aceptaron ser reclutados por el Frente Nacional para la Salvación de Libia (FNSL), organización de oposición armada fundada por paisanos exiliados en 1981 en Sudán y que, con los apoyos de la CIA, los servicios secretos franceses y varios gobiernos árabes y africanos, se dedicaba a golpear a la Jamahiriya con sabotajes y atentados. Los demás militares del grupo de Haftar prefirieron regresar a Libia aun a riesgo de sufrir las represalias de Gaddafi.

Haftar, muy resentido con Gaddafi, quien le había repudiado a causa de una debacle militar de la que él no se consideraba responsable, se involucró a fondo en las operaciones subversivas contra el régimen que había ayudado a levantar y que ahora le acusaba de traidor. Sus actividades de resistente en el exilio se prolongaron durante 23 años, envueltas en la oscuridad y con nulos resultados. En 1988 el coronel anunció la creación bajo su mando de un "Ejército Nacional Libio" a modo de brazo militar del FNSL, cuya ala civil lideraba Muhammad al-Megarif, pero poco después Mobutu, molesto por el descenso de la asistencia financiera de Washington, expulsó a un huésped extranjero que no le reportaba ningún beneficio. Haftar recaló en Kenya, donde las autoridades le mantuvieron recluido.

En 1990 Haftar y su brigada de 300 soldados, la mayoría de ellos huidos de Chad a raíz del derrocamiento de Habré por un lugarteniente prolibio levantado contra él, Idriss Déby, pudieron instalarse en Estados Unidos amparados por la CIA, que arregló para ellos un permiso de residencia temporal en calidad de refugiados. Afincado en Falls Church, Virginia, muy cerca de Washington y también del cuartel general de la CIA en Langley, el expatriado libio siguió maquinando insurrecciones para liquidar a Gaddafi, un dictador tan implacable en la represión diaria como experto en abortar complots y sortear atentados contra su vida. En 1993 un tribunal de Trípoli juzgó a Haftar in absentia y le condenó a muerte por crímenes contra la Jamahiriya. La sentencia dejó indiferente al reo en rebeldía, quien terminó obteniendo la ciudadanía estadounidense, dual con la libia.


2. Participación en la guerra civil libia, adalid de la Operación Dignidad y adhesión al Gobierno rival de Tobruk

El 15 de febrero de 2011 Haftar seguía viviendo en Estados Unidos, concretamente en Vienna, localidad de Virginia contigua a Falls Church, con todos los derechos que le brindaba su adquirida condición de nacional del país de acogida cuando, en Libia, Gaddafi encajó la situación que el FNSL y otras organizaciones de la resistencia exterior habían intentado provocar vanamente durante décadas: un levantamiento popular masivo contra el régimen. El disturbio estalló en Bengasi, de ahí se propagó al resto de Cirenaica y a continuación prendió en la región occidental de Tripolitania, inclusive la capital del país. La revuelta contra la dictadura de la Jamahiriya, en apariencia un movimiento espontáneo y genuino de los ciudadanos, que habían tomando nota de los sucesos revolucionarios en Túnez y Egipto, cogió por sorpresa a todos los cabecillas opositores de la diáspora, algunos de los cuales se apresuraron a hacer las maletas y a viajar a las zonas liberadas por los insurrectos para contribuir al éxito de un levantamiento brutalmente reprimido que desembocó en guerra civil.

La información disponible sobre las andanzas de Haftar, quien al parecer aspiraba a conseguir una posición de alto relieve en el bando rebelde habida cuenta de su vasta experiencia como profesional de las armas, en el frente de guerra de Cirenaica es fragmentaria y confusa. Luego de entrar en el país cruzando la frontera egipcia, entre marzo y abril dirigió a las tropas del denominado Ejército de Liberación Nacional (ELN) en las batallas libradas contra los gaddafistas por la posesión de Ajdabiya, su localidad natal, y la cercana población costera de Brega.

Según el Consejo Nacional de Transición (CNT), el órgano político rector de la revolución en curso que tenía como jefes a desafectos recientes del régimen y no a veteranos opositores del exilio, Haftar era el tercer oficial en la cadena de mando del ELN, con rango de teniente general y responsable de las fuerzas de tierra. Sus superiores eran el general Abdul Fatah Younis, todavía una semana después de la revuelta ministro del Interior y mano derecha de Gaddafi, al que el CNT confió la comandancia suprema, y el general Omar al-Hariri, nombrado jefe del Estado Mayor. Haftar, Younis y Hariri se conocían bien porque los tres habían participado en el golpe antimonárquico de 1969, pero luego sus caminos se habían separado: mientras que Younis había servido a Gaddafi hasta que decidió desertar a los rebeldes que tenía orden de aplastar y Haftar se había mantenido leal hasta que cayó prisionero en la guerra de Chad en 1987, Hariri había permanecido encarcelado y bajo arresto domiciliario desde el fallido intento de golpe de Estado de 1975.

Llegado el verano, el nombre de Haftar dejó de menudear en los reportes de prensa sobre la marcha de la guerra, desde agosto decantado a favor de los sublevados gracias al decisivo apoyo aéreo de los bombarderos de la OTAN. No está claro el grado de participación del general, pese a su comandancia nominal del ELN, en las refriegas y batallas que trajeron la liberación de la totalidad de Cirenaica, Trípoli, las demás ciudades de Tripolitania y por último, en octubre, Sirte, donde el ELN silenció el último reducto de resistencia gaddafista y halló atroz muerte, tras ser malherido, capturado y linchado, el mismo Gaddafi.

El 18 de noviembre el CNT nombró a Haftar jefe del Estado Mayor en sustitución de Hariri y en diciembre el general estuvo muy ocupado en intentar pacificar las áreas al sur de Trípoli, donde milicias rivales dirimían sus diferencias a tiro limpio y desafiaban con expresiones de fuerza la autoridad del Gobierno central. Se trató de una misión conciliatoria altamente peligrosa, a la luz de los dos intentos de asesinato consecutivos sufridos por el general en los suburbios de la capital. En julio anterior, con la guerra aún en tablas, su superior al mando, Younis, había sido asesinado en oscuras circunstancias por combatientes antigaddafistas en Bengasi.

El CNT, situado bajo la presidencia de Mustafa Abdul Jalil, hasta el estallido de la Revolución ministro de Justicia de la Jamahiriya, no contó con Haftar a la hora de levantar las estructuras de gobierno de la nueva República Libia. Decepcionado, el militar regresó a Estados Unidos. Desde allí, Haftar fue testigo del turbulento curso de un país en el que todo estaba por reconstruir. A la transición hacia una Libia democrática y unida le salieron desde el primer día inquietantes nubarrones, para tomar luego los acontecimientos una deriva decididamente calamitosa.

Así, el caos de inseguridad provocado por una constelación de milicias armadas y bandas tribales que se negaban a desmovilizarse e imponían su ley en las calles, la irrupción del terrorismo salafista y la falta de entendimiento entre el poder central de Trípoli, donde cohabitaban con dificultades islamistas conservadores y liberales laicos, y los libios de Cirenaica, partidarios del federalismo y más enfáticos en el repudio de la era de la Jamahiriya y de todo lo que oliera a gaddafismo, acabaron por hacer inoperantes el Gobierno y el Congreso General Nacional (CGN, Parlamento) salidos de las históricas elecciones pluralistas del 7 de julio de 2012. El proceso constituyente naufragó, los actos de violencia se multiplicaron y Libia, en suma, empezó a mostrarse al mundo como un Estado fallido.

El eclipse de Haftar duro algo más de dos años. El 14 de febrero de 2014, cuando el presidente del CGN, y por tanto jefe del Estado sobre el papel, era Nouri Abu Sahmain (su predecesor, el veterano opositor Muhammad al-Megarif, quien fuera teórico superior político de Haftar en el FNSL, había dimitido en mayo), el general reapareció en escena con una alocución grandilocuente y de tono sedicioso. En una grabación difundida por la televisión, Haftar, vestido con su uniforme de general, llamaba a la disolución del CGN, considerado ilegítimo por él toda vez que los diputados acababan de extender sus mandatos legislativos de manera unilateral, a la formación de un "comité presidencial" que gobernase el país hasta las próximas elecciones y al protagonismo político de las Fuerzas Armadas, que debían salir al "rescate" del país en alianza con el pueblo.

Haftar describió su plan con una "hoja de ruta", pero el Gobierno se apresuró a desautorizar el mensaje, tachándolo de golpista. El primer ministro desde noviembre de 2012, Ali Zidan, muy cuestionado por su incapacidad para meter en cintura a las numerosas milicias locales, aseguró que Libia era "estable" y que Haftar, quien tendría que afrontar un proceso disciplinario, hablaba únicamente en su nombre, ya que carecía de cualquier "autoridad" sobre los soldados. El CGN fue más contundente y declaró al general expulsado del Ejército.

Inicialmente, el Gobierno Zidan pareció no acusar el golpe, pero en las semanas siguientes quedó claro que Haftar sí tenía detrás una poderosa base de apoyos militares y civiles, y que estaba en condiciones de arbitrar y mandar en la anarquía libia. Su empresa de "rescatar" la nación de las garras del fundamentalismo islámico por la fuerza, en realidad, iba a acelerar la descomposición del Estado y a recrudecer la situación de violencia general.

El 11 de marzo el CGN, a instancias de los cada vez más influyentes Hermanos Musulmanes, defenestró a Zidan con una moción de censura. Su sucesor, Abdullah al-Thani, dimitió el 13 de abril alegando que él y su familia habían sido objeto de un atentado. El 4 de mayo el CGN volvió a tomar la palabra y designó un nuevo sustituto de Zidan en la persona de Ahmad Matiq. El 16 de mayo, en pleno alboroto político, Haftar irrumpió manu militari al lanzar soldados bajo sus órdenes un violento ataque contra los cuarteles de las milicias fundamentalistas que controlaban Bengasi y provocar de paso enfrentamientos en torno al edificio del CGN en la capital, en lo que parecía tratarse de una intentona golpista. Esta era la respuesta del general al desprecio por los políticos de su ultimátum de febrero.

Fue el comienzo de la, así bautizada por el general, Operación Dignidad de Libia (Karama), una ofensiva militar que arrastró a buena parte de los precarios efectivos del Ejército Nacional y que por de pronto fracasó en su objetivo de obtener victorias de manera inmediata. En Trípoli, el CGN, protegido por la Sala de Operaciones de los Revolucionarios Libios (SORL), milicia a la que Haftar acusaba de sembrar el caos con sus rapiñas y secuestros, no se dejó amilanar y siguió sesionando, mientras que en la oriental Bengasi, la cuna de la Revolución, los batallones y brigadas más abiertamente islamistas contraatacaron aglutinándose como Consejo de la Shura de los Revolucionarios; el bloque dio cobijo a Ansar Al Sharia, organización yihadista considerada terrorista por Estados Unidos y la ONU, con lo que Haftar encontró un buen argumento para revestir su Operación Dignidad del marchamo nacionalista, hostil a cualquier arraigo en Libia de doctrinas integristas venidas de fuera y sin tradición local.

Mientras Haftar, que disponía de una fuerza aérea de varios cazas y helicópteros de fabricación soviética, y la Shura de Bengasi arrastraban a la Libia del este a una segunda guerra civil, la transición política implosionaba en Trípoli. El 9 de junio de 2014, cinco días después de salir Haftar ileso de un atentado con coche bomba detonado por un suicida junto a su residencia en las proximidades de Abayar, al este de Bengasi, y que causó la muerte de cuatro personas, el Tribunal Supremo declaró inconstitucional el nombramiento de Ahmad Matiq, luego Thani, que cuestionaba la elección del anterior por los congresistas, seguía siendo el primer ministro legítimo.

El cisma institucional se planteó en agosto al rehusar el CGN disolverse y dejar paso a la Cámara de Representantes votada en las elecciones del 25 de junio, comicios que habían dado a las facciones seculares un claro mandato para impedir la agenda islamista y la implantación de la Sharía. La constitución en Trípoli de una Administración rival dominada por los islamistas y los combates en Bengasi obligaron a Thani y sus ministros a mudarse a la lejana Tobruk, una plaza considerada segura, protegida por la parte del Ejército Nacional que todavía no seguía a Haftar y bien comunicada con Egipto, fuente imprescindible de suministros.

El escenario se complicó aún más con la aparición de Amanecer de Libia (Fajr), coalición de milicias que emprendió su propia ofensiva militar para proteger a Trípoli y el CGN de los embates de las Brigadas de la ciudad de Zintan, a su vez aliadas a Haftar. En Amanecer de Libia confluían las Brigadas de Misrata, llamadas a sí mismas Escudo Central Libio, y la SORL patrocinada por Abu Sahmain. Automáticamente, Amanecer de Libia, vista como el brazo armado de los partidos en la órbita de los Hermanos Musulmanes, se erigió en enemiga de Haftar y el Ejército Nacional.

Llegado septiembre, la Cámara de Representantes de Tobruk, presidida por el jurista independiente Akila Saleh Issa, confirmó a Thani como primer ministro y le mandó formar un nuevo Gabinete, adversario del alineado en Trípoli por el islamista Omar al-Hassi, llamado a sí mismo Gobierno de Salvación Nacional (GSN). La batalla diplomática entre dos gobiernos que se negaban recíprocamente la legitimidad la ganó el bando de Tobruk al obtener el reconocimiento de Estados Unidos, Europa, la Liga Árabe y la ONU. El GSN recabó el respaldo únicamente de Turquía y Qatar. Libia terminó el infausto año 2014 partida en dos y en guerra.

Durante algunos meses, las relaciones entre Haftar y las autoridades de Tobruk, pese a compartir enemigos, fueron ambiguas. El general, que actuaba por su cuenta, no dijo que acataba la autoridad del Gobierno Thani, mientras que este se resistió a dar resguardo político a la Operación Dignidad. Sin embargo, la coincidencia de intereses estratégicos era evidente y la paulatina adhesión de tropas del Ejército Nacional —donde servían dos de los cinco hijos varones del general, los capitanes Jalid y Saddam Haftar— a la Operación Dignidad empujaba a la confluencia de fuerzas. Las reticencias de la Cámara de Representantes cedieron al producirse la intromisión, con su fiereza habitual, de los guerrilleros del Estado Islámico, que en noviembre de 2014 se apoderaron de Derna, 150 km al oeste de Tobruk, y en febrero de 2015 conquistaron también la importante ciudad de Sirte, el antiguo bastión gaddafista a mitad de camino entre Trípoli y Bengasi.

La consolidación del emirato del Estado Islámico en Derna tuvo dos efectos fulminantes. En el capítulo militar, provocó unas acciones punitivas, por aire y también por tierra, del Ejército egipcio, que atacó posiciones de los yihadistas en la ciudad costera con la anuencia del Gobierno de Tobruk y la satisfacción de Haftar, al que El Cairo brindaba un apoyo explícito. En el terreno político, llegó el previsible acuerdo, favorecido por el presidente de Egipto, el mariscal Abdel Fattah al-Sisi, entre Haftar, aclamado por muchos libios del este y del oeste como el único paladín que podía salvar al país del extremismo islámico, y el Gobierno libio internacionalmente reconocido.

En enero de 2015 el Gobierno Thani, donde algunos no terminaban de fiarse de las intenciones del general que aseguraba que su "tarea básica" era "limpiar Libia de los Hermanos Musulmanes" pero que podía esconder unas mayores ambiciones de poder, informó que Haftar desarrollaba sus operaciones militares contra las fuerzas islamistas de Bengasi y Trípoli bajo su jurisdicción estatal: el general servía ahora como oficial en activo del Ejército Nacional. El 25 de febrero un portavoz militar adelantó que Haftar había sido nombrado ministro de Defensa y jefe del Estado Mayor. El nombramiento de Haftar fue hecho oficial el 2 de marzo, si bien el cargo preciso conferido fue la Comandancia en Jefe del Ejército. De iure, Haftar no disponía de poderes militares absolutos, sino que se sometía a una cadena de mando cuyo vértice era el presidente de la Cámara de Representantes, Saleh Issa.


3. Figura clave de la segunda guerra civil: campaña antiyihadista y hostilidad al Gobierno de Trípoli

La promoción de Haftar en marzo de 2015 suscitó reacciones muy negativas en Trípoli y también ciertas aprensiones en la comunidad internacional. Para el GSN, el general antiislamista no era más que un "criminal de guerra" y su control pleno del Ejército Nacional de seguro iba a exacerbar las luchas. En los círculos diplomáticos había quienes temían que la belicosidad de Haftar pudiese complicar las ya de por sí delicadas conversaciones de paz que, con los auspicios de la ONU, habían arrancado en enero en Ginebra, sentando en una misma mesa a las delegaciones políticas de Trípoli y Tobruk. La Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL) pretendía que los ejecutivos adversarios del fracturado país magrebí vencieran rencores y forjaran un Gobierno de concentración nacional capaz de desarmar a la soldadesca de irregulares y frenar el avance del Estado Islámico y el yihadismo.

El caso fue que Haftar, al poco de ser elevado a la jefatura del Ejército Nacional y coincidiendo con el traslado de las rondas de diálogo a Marruecos, desencadenó una ofensiva terrestre y aérea para "liberar" Trípoli y, en particular, arrebatar el aeropuerto internacional de Mitiga a los milicianos de Misrata. En octubre de 2015 la Operación Dignidad seguía atascada en los frentes de Trípoli y Bengasi cuando la UNSMIL consiguió que los representes gubernamentales adoptaran en la ciudad marroquí de Sjirat un Acuerdo Político sobre el establecimiento de un Gobierno de Unidad Nacional con carácter transitorio. Una de las tareas de este Gobierno provisional, cuya presidencia fue adjudicada a Fayez al-Sarraj, un diputado del Parlamento de Tobruk con crédito de conciliador, sería impulsar la elaboración y aprobación de la Constitución permanente, pues ahora únicamente regía la Declaración Constitucional interina promulgada por el CNT en agosto de 2011. El Acuerdo Político preveía además la continuidad de la Cámara de Representantes como institución legislativa y la creación de un Alto Consejo de Estado con funciones asesoras y cuyos miembros serían nombrados por el CGN.

Sin embargo, el arreglo provisional de Sjirat debía ser refrendado por los respectivos parlamentos, y la Cámara de Representantes de Tobruk fue la primera en pronunciarse, el 19 de octubre, dando un rotundo no por respuesta. Tras el rechazo de Tobruk estaban las miras por el estatus del poderoso Haftar: los legisladores encontraron inadmisibles unas enmiendas de última hora que conferían al Gobierno de Unidad la capacidad de destituir a cualquier mando del Ejército que no contara con la aprobación unánime de los ministros; se suponía que, con esa prerrogativa, los representantes islamistas tripolitanos no tardarían en reclamar la cabeza del general.

Empeñado en su campaña de erradicación de las huestes de Ansar Al Sharia en Bengasi, Ajdabiyah y otras poblaciones de esta parte de Cirenaica, Haftar asistió al accidentado desarrollo de las conversaciones de Sjirat como si con él no fuera la cosa. En diciembre de 2015 Los capitostes políticos de Tobruk y Trípoli, sometidos a las intensas presiones y urgencias de la ONU, la UE y Estados Unidos, dieron su aprobación en principio a la instalación del Gobierno de Unidad, en adelante llamado del Acuerdo Nacional (GAN), al que las potencias internacionales considerarían el único legítimo de Libia. Pero su aquiescencia era engañosa. Cuando Sarraj y sus compañeros del Consejo Presidencial (donde, portando la carteta de Defensa, figuraba un comandante del equipo de Haftar, Al Mahdi al-Barghathi) se disponían a instalarse en Trípoli para echar a andar el GAN, se encontraron con que ni el GSN ni su antagonista de Tobruk estaban dispuestos a transferirle sus funciones y a disolverse por las buenas. El 30 de marzo de 2016 Sarraj optó por desembarcar en Trípoli como huésped no deseado y, escoltado por personal de la ONU y una pequeña protección armada, intentar establecer su autoridad ejecutiva en la capital de Libia.

En esos momentos, la situación de Libia, un Estado completamente fundido, era algo peor que esquizofrénica, con nada menos que tres gobiernos rivales, los dos de Trípoli y el de Tobruk, dos parlamentos y dos baluartes del extremismo islámico, la Shura salafista de Bengasi, mandada por Ansar Al Sharia, y el emirato del Estado Islámico en Derna, sin contar la miríada de milicias y bandas que operaban a su albedrío, abusando y delinquiendo, en distintos puntos del país. En los meses que siguieron, tanto Sarraj como Haftar, cada uno por separado, dándose la espalda o encarándose violentamente, contribuyeron a aclarar un poco el panorama político, aunque no por ello amainó la guerra civil; mas bien, al contrario

En Trípoli, el GAN consiguió sin mucho esfuerzo atraer las adhesiones del grueso de la población, la clase política, los actores económicos y los sectores armados, incluidas las Brigadas de Misrata y otros combatientes de Amanecer de Libia. Ya a primeros de abril el GSN, últimamente encabezado por Jalifa al-Ghawail, quedó desarticulado y el único Ejecutivo efectivo pasó a ser el de Sarraj. El propio CGN anunció que se disolvía. A continuación, en junio, tropas leales al GAN entraron en Sirte, obligando al Estado Islámico a replegarse, si bien hasta diciembre de 2015 la ciudad no fue totalmente reconquistada. El general Haftar, en el frente militar, y el primer ministro Thani, en el frente político, no estaban dispuestos a acatar al GAN pese a que el Ejecutivo de Tobruk ya no contaba con reconocimiento de la ONU.

En septiembre de 2016 Haftar dejó clara su postura desafiante atacando los puertos petroleros de Ras Lanuf, Sidra y Zuwetina, y arrebatando al GAN los dos primeros. Complacida por este hecho de armas, la Cámara de Representantes de Tobruk decidió conceder a Haftar la posición castrense de mariscal de campo, inédita en el escalafón del Ejército Nacional. En noviembre siguiente, Haftar realizó un segundo viaje a Rusia en busca de armas, soporte logístico y respaldo político, que halló. Llegado octubre, el adversario de Haftar en Trípoli, Sarraj, pasó apuros por el intento del ex primer ministro Jalifa al-Ghawail de reconstituir el GSN por la fuerza de las armas; hasta marzo de 2017 los soldados del GAN no consiguieron expulsar, por segunda vez, a Ghawail y su gente de la capital.

También en marzo de 2017 Haftar se vio en aprietos al encajar en su feudo cirenaico una ofensiva sorpresa de las Brigadas de Defensa de Bengasi (BDB), que, apoyadas por milicianos de Misrata, se apoderaron en cuestión de horas de toda la franja costera comprendida entre Nawfaliya y Ras Lanuf; acto seguido, los brigadistas de Bengasi anunciaron la entrega del territorio conquistado a la jurisdicción del GAN. El 14 de marzo, tras 11 días de intensos combates terrestres y bombardeos aéreos, el Ejército Nacional completó la recuperación de esa parte del golfo de Sidra. De esta manera, el Gobierno de Tobruk volvía a tener el control, importantísimo en términos económicos, de los puertos e instalaciones petroleros de Bin Jawad, Sidra, y Ras Lanuf.

El 5 de julio de 2017 Haftar se apuntó una gran victoria con la conquista de Bengasi, declarada liberada del Consejo de la Shura de los Revolucionarios, Ansar Al Sharia y las BDB. La toma de la segunda ciudad del país con 600.000 habitantes llegaba tras tres años de encarnizadas luchas, aunque, como le había ocurrido al GAN en Sirte el año anterior, las últimas bolsas de resistencia yihadista perduraron medio año más, hasta el penúltimo día de diciembre.

A estas alturas del inacabable drama libio, resultaba claro que el futuro del torturado país del norte de África dependía de la voluntad de dos hombres, Haftar, el señor de la guerra del este, y Sarraj, el primer ministro del oeste. El mariscal, con toda la controversia que rodeaba su divisiva personalidad, era un actor fundamental que no podía ignorarse, llegando a ser reconocido como interlocutor en la esfera diplomática, opacando así al primer ministro Thani, al presidente parlamentario Saleh Issa y al resto de cabecillas políticos de Tobruk. El 25 de julio de 2017 Haftar y Sarraj sostuvieron su primer cara a cara en París, donde, con los buenos oficios del presidente Emmanuel Macron, se comprometieron a concertar un alto el fuego y a celebrar elecciones generales "lo antes posible".

Sin embargo, el 17 de diciembre, al cumplirse dos años del Acuerdo de Sjirat, Haftar salió por la televisión para declarar que el período de vigencia de este pacto había expirado y que las instituciones de él surgidas, es decir, el GAN y Alto Consejo de Estado, ya no tenían validez. "Estas instituciones han carecido de legitimidad desde el primer momento y, a día de hoy, los libios sienten que han perdido la paciencia, y que el prometido período de paz y estabilidad no es más que un sueño lejano", explicó el mariscal.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2018)