Jabir Al Sabah

El decimotercer dirigente y tercer emir de Kuwait, desde 1977 hasta su fallecimiento en 2006, así como primer ministro desde 1965, cuatro años después de producirse la independencia, hasta su ascenso a trono, fue el principal artífice de las transformaciones económicas, sociales y políticas de esta pequeña monarquía árabe poseedora de una ingente riqueza petrolera. Hombre reservado y cauteloso, Jabir Al Sabah sufrió como un trauma personal la invasión irakí de 1990 y tras su reposición en 1991 hubo de ceder a las presiones de su protector estadounidense y de una ciudadanía ansiosa de reformas democráticas con la convocatoria de unas elecciones legislativas semilibres. Con su renuncia al absolutismo –que no al dirigismo de Palacio-, su apuesta por el sufragio femenino y su cohabitación con una Asamblea frecuentemente hostil, Jabir puso a Kuwait a la vanguardia del aperturismo político entre las monarquías del golfo Pérsico, la región del planeta más aferrada a la autocracia.

(Texto actualizado hasta febrero 2006)

1. La dirección del emirato hasta la invasión irakí
2. Renuncia al absolutismo y reformas democráticas
3. Postración física y defunción


1. La dirección del emirato hasta la invasión irakí

Tercer hijo del jeque Ahmad Al Jabir Al Sabah, dirigente de Kuwait desde 1921 hasta su muerte en 1950, y de la primera de sus quince esposas, Bazba bint Salim Al Sabah, fue educado en las escuelas Al Mubarakiyah, Al Ahmadiya y Al Sharkiya de Kuwait, y por tutores áulicos que le instruyeron en religión, leyes, ciencias y lenguas árabe e inglesa. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 le impidió continuar los estudios en el Reino Unido, la potencia que desde 1914 ejercía sobre el país árabe un régimen de protectorado. Tras acabar su formación en 1949, su padre le nombró jefe de la Seguridad Pública de la ciudad de Al Ahmadi. En 1959 abandonó este cometido para presidir el Departamento de Finanzas del Gobierno, donde dos años después empezó a fungir de ministro de Finanzas y de Economía.

Tras el acceso a la independencia (19 de junio de 1961), el jeque Jabir se convirtió el 17 de enero de 1962, a la edad de 35 años, en el primer jefe del Gobierno del Estado de Kuwait; el jeque Abdullah Al Salim Al Sabah, tío suyo en segundo grado al tratarse de un primo carnal de su padre, el difunto jeque Ahmad (a quien en 1950 había sucedido como el cabeza de una dinastía que remonta sus orígenes al jeque Abu Abdullah Sabah ibn Jabir Al Sabah, iniciador de este linaje real en 1752), instituyó el poder absoluto de la familia adoptando el título de emir.

Ministro también de Finanzas, Economía, Industria y Comercio, el 2 febrero de 1963 cedió las riendas del Gobierno al hermano menor del emir, el jeque Sabah Al Salim Al Sabah, pasando a ser viceprimer ministro, pero el 30 de noviembre de 1965, seis días después de asumir Sabah el emirato por el fallecimiento de Abdullah, Jabir recuperó su anterior puesto. Para entonces, ya habían desaparecido de la escena dos hermanastros mayores de Jabir (quien no tenía hermanos biparentales) pertenecientes a una generación anterior: Abdullah, fallecido en 1957, y Muhammad, quien hasta 1964 se sentó con él en el Consejo de Ministros como responsable de la Defensa, el cual iba a morir en 1975.

La acumulación de méritos en la gestión financiera de un Estado abocado a una fabulosa prosperidad material y en la contención de las apetencias anexionistas del régimen republicano del vecino Irak, que consideraba a Kuwait una amputación de territorio propio realizada por el colonialismo británico en 1932, permitieron que el 31 de mayo de 1966 Jabir fuera nombrado por consenso entre los jeques príncipe heredero de la casa de Sabah. Así, el 31 de diciembre de 1977 Jabir sucedió a su tío nada más producirse su fallecimiento, convirtiéndose en el tercer emir del Kuwait independiente. El 8 febrero de 1978 cedió la jefatura del gobierno a un primo segundo cuatro años menor, el jeque Saad Al Abdullah Al Salim Al Sabah, hijo del emir Abdullah, designado heredero al trono el 31 de enero anterior.

La trayectoria de los Sabah quedó ligada a las vicisitudes políticas y militares en el golfo Pérsico, zona sensible de la economía mundial en la que el emirato ocupaba una posición altamente estratégica, a caballo entre Arabia Saudí, Irak e Irán, y dominando las terminales de embarque de petróleo de Mesopotamia. En la guerra irano-irakí de 1980-1988 el emir Jabir se alineó, al igual que los demás monarcas del Golfo liderados por el rey Fahd de Arabia Saudí, con el Gobierno republicano de Bagdad, al que destinó una generosa ayuda económica.

Aunque el régimen laico y socialista del partido Baaz y el dictador Saddam Hussein era la antípoda ideológica a la monarquía conservadora y confesional sunní imperante en el emirato, éste constituía un baluarte contra el aún más temido fundamentalismo revolucionario iraní, que irradiaba teocracia shií y amagaba con seducir a la cuarta parte de los kuwaitíes encuadrados en esta rama del Islam. Por el momento, prevaleció la solidaridad panárabe contra al enemigo secular, los persas, sobre el nacionalismo irredento irakí.

En el bienio de 1987-1988 los buques petroleros con procedencia y destino en Kuwait hubieron de ser protegidos de los ataques iraníes por las armadas de Estados Unidos y otros países occidentales. Asimismo, el emirato fue sacudido por varios episodios terroristas de matriz integrista, como los ataques con bomba contra las embajadas de Estados Unidos y Francia en diciembre de 1983 y el atentado dirigido directamente contra el emir el 26 mayo de 1985, cuando un terrorista suicida intentó asesinarlo haciendo volar el coche bomba que conducía al paso de la comitiva rodada frente al Palacio de Sif. En este ataque sin precedentes, reivindicado por un oscuro grupo jihadista, murieron dos guardaespaldas y un viandante, pero el emir resultó ileso.

El estado de guerra en el Golfo y los sobresaltos terroristas en casa brindaron el pretexto a Jabir para disolver por tiempo indefinido el Majlis al-Umma o Asamblea Nacional, la institución legislativa elegida por sufragio en enero de 1963 con poderes muy limitados y que aún así nunca había sido apreciada por la familia real. En 1976, luego de celebrarse otras tres elecciones sin base de partidos –que estaban rigurosamente prohibidos- y con un cuerpo electoral muy restringido –sólo podían votar los hombres que podían demostrar la nacionalidad kuwaití de sus ascendientes-, el emir Sabah suspendió las actividades del Majlis. En 1981 y 1985 hubo elecciones otra vez, pero el 3 de julio de 1986 Jabir puso un cerrojazo autoritario a este resquicio de liberalismo en el emirato. La vigencia de una Constitución desde 1962 no disminuía el carácter esencialmente absolutista del régimen.

Concluida la guerra irano-irakí en agosto de 1988, las relaciones entre Kuwait y Bagdad fueron deteriorándose hasta desembocar en la grave crisis en julio de 1990. Entonces, Saddam acusó al emirato de explotar ilegalmente ciertos pozos compartidos del campo petrolífero de Rumaillah y de exportar cuotas de crudo superiores a las estipuladas por la OPEP, favoreciendo así la caída de los precios internacionales del barril en un momento en que Irak necesitaba urgentemente un petróleo caro para saldar sus gigantescas deudas de guerra y acometer la reconstrucción de sus infraestructuras. El dictador irakí exigió a los Sabah compensaciones económicas por los presuntos bombeos ilegales del hidrocarburo, una moratoria del servicio de la deuda de guerra e incluso la entrega de las islas costeras de Warbah y Bubiyán, cuya soberanía permitiría a Irak reforzar su salida al mar, limitada a la península de Al Fao.

La mediación de la Liga Árabe fracasó y el 2 de agosto de 1990 el Ejército irakí invadió y ocupó el país en una operación relámpago que no halló apenas resistencia. El emir y la familia real consiguieron ponerse a salvo cruzando la frontera de Arabia Saudí, donde la dinastía local les acogió con los brazos abiertos. Sólo el jeque Fahd, el segundo más joven de los seis hermanastros del emir y militar de carrera, se quedó atrás para presentar junto con un pelotón de guardias una resistencia a los invasores tan heroica como suicida: apostado con sus hombres en la escalinata del Palacio Real de Dasmán, el jeque recibió a tiros a la columna de soldados irakíes que se disponía a tomar el edificio y fue abatido sin más miramientos. Luego, dos hijos de Fahd mantuvieron viva la llama de la resistencia kuwaití hasta que se produjo la liberación por las tropas internacionales.

Jabir, que hasta este momento había hecho de la discreción más acusada la principal característica de su trayectoria como estadista, falta de notoriedad que obedecía tanto a una personalidad tímida como a sus hábitos austeros, al optar por la vida recluida, apartarse de la ostentación material y observar devotamente los preceptos del Islam, se alojó en una suite del hotel Sheraton de la ciudad saudí de Ta'if que los Saud pusieron a su disposición. Arropado por los notables de la casa real y el Gobierno, el emir permaneció en Ta'if hasta después de concluir la crisis bélica el 28 de febrero de 1991, día en que las fuerzas internacionales, amparadas por los mandatos del Consejo de Seguridad de la ONU y comandadas por Estados Unidos, completaron la liberación del emirato tras aplastar al Ejército irakí.

La prensa del momento aseguró que su apresurado exilio, emprendido literalmente a la carrera, había sumido a Jabir en una depresión tan aguda que éste optó por descargar en el jeque Saad la responsabilidad de reorganizar el Gobierno y de dirigir las complicadas negociaciones diplomáticas y financieras con las potencias extranjeras y en particular con Estados Unidos, a las que los Sabah debían la salvación del trono y el país. El 14 de marzo el emir regresó a la capital e instauró la ley marcial por un tiempo limitado con el fin de facilitar la reconstrucción del país, devastado por las destrucciones bélicas, los saqueos y tropelías cometidos por las tropas irakíes, y el incendio provocado de cientos de pozos de petróleo.

La caída de Jabir en un estado de abulia y morbidez reforzó la autoridad de su primo Saad, quien, con un criterio que decepcionó a los sectores más politizados del emirato, retuvo en el Gabinete a los jeques Nawaf Al Ahmad Al Jabir Al Sabah, uno de los hermanastros Al Jabir y ministro de Defensa, y Salim Al Sabah Al Salim Al Sabah, hijo del emir Sabah e impopular ministro del Interior, a los que la opinión pública reprochaba que no hubieran salido a defender el país con las armas cuando se produjo la invasión irakí y en cambio pusieran los pies en polvorosa tan pronto tuvieron noticia del cruce de la frontera por las tropas de Saddam. Saad nombró a Nawaf ministro de Asuntos Sociales y Trabajo, y otorgó la cartera de Asuntos Exteriores a Salim, quien sustituyó en el puesto al jeque Sabah Al Ahmad Al Jabir Al Sabah, otro de los hermanastros más jóvenes del emir (nacido en 1929), apeado de paso del puesto de viceprimer ministro.

El apartamiento del jeque Sabah, experimentado y eficiente responsable de la diplomacia kuwaití desde 1963, número tres del Ejecutivo y considerado la mano derecha de su hermanastro, del que probablemente era su mejor confidente, fue interpretado por los observadores en clave de regateos por parcelas de poder entre las dos grandes ramas de la familia Sabah, que venían turnándose al frente del emirato, el linaje de Jabir y el linaje de Salim, los dos hijos mayores del dirigente del país entre 1896 y 1915, Mubarak el Grande. La única excepción a esta alternancia ocurrió en 1965, cuando el emir Abdullah fue sucedido por su hermano Sabah. La llegada al trono en 1977 de Jabir repuso al frente del emirato a su rama patrilineal. Los recelos y rencillas entre los Al Jabir y los Al Salim no eran ni mucho menos nuevos, y volverían a aflorar en el futuro.


2. Renuncia al absolutismo y reformas democráticas

El proceso de reconstrucción avanzó a buen ritmo gracias a la hucha del Fondo de Reservas para las Futuras Generaciones, creado por Jabir en 1976 y al que precavidamente había ido a parar el 10% de la renta petrolera, y a la repatriación de una parte considerable de las inversiones financieras del exterior que gestionaba la entidad pública Kuwait Investment Authority (KIA). Uno de los mayores fondos soberanos o vehículos de inversión estatal del mundo, así como el más antiguo (fundado en 1953), la KIA era el símbolo de la riqueza del emirato, aunque protagonista también de sonados escándalos de corrupción, como los que afectaron a sus operaciones en España en la década de los noventa.

Ya el 28 de julio de 1991 pudo reanudarse la exportación de petróleo, el 7 de noviembre siguiente el último fuego quedó extinguido y justo un año después la producción de crudo recuperó el nivel anterior a agosto de 1990, esto es, 1,5 millones de barriles por día. Por lo demás, el nuevo trazado de la frontera con Irak aprobado por la ONU en abril de 1992 favoreció a Kuwait, que recibió la totalidad del disputado campo de Rumaillah y algunas áreas del puerto de Umm al-Qasr.

La dispendiosa liberación del emirato para restablecer el derecho internacional violado por Irak y de paso el equilibrio estratégico en el Golfo grato a las potencias occidentales, más la persecución de supuestos sospechosos de colaboracionismo con el efímero ocupante –las detenciones y juicios se saldaron en algunos casos con condenas a muerte-, confirieron legitimidad a las opiniones públicas nacional e internacional para exigir al emir cambios democráticos sin dilación, en particular la restauración del Majlis disuelto en 1986. Jabir no podía plantar cara a sus salvadores y protectores occidentales (Saddam había sido derrotado, pero no derrocado, y continuaba lanzando bravatas con tono amenazador), no teniendo más remedio que ceder a las presiones.

Así, el 5 de octubre de 1992 el emirato celebró comicios al nuevo Majlis, los cuales, pese a su mínima base democrática, permitieron un cierto pluralismo de candidaturas, encuadradas en cuatro tendencias: panarabistas e izquierdistas, fundamentalistas sunníes y shiíes, liberales laicos y reformistas, y monárquicos conservadores. Estos últimos representaban los intereses de Palacio, mientras que los restantes grupos se encuadraban con diversos matices en una oposición multiforme y muy poco cohesionada.

Pero las cortapisas eran grandes. Los aspirantes a diputados no pudieron elaborar listas de partidos, que continuaban prohibidos, y el censo electoral sólo registraba al 13% de la ciudadanía, ya que excluía a las mujeres, a los menores de 21 años y a todo varón cuyo linaje no fuera kuwaití desde 1920, lo que reducía el cuerpo electoral a 81.000 privilegiados. Ni que decir tiene que los numerosísimos residentes extranjeros, que constituían la columna vertebral de la fuerza laboral del emirato, estaban privado de ese derecho político. Pese a la salida masiva de residentes árabes -sobre todo palestinos y egipcios,- en 1990 a causa de la invasión irakí, los residentes foráneos aún superaban los 800.000, frente a 600.000 nacionales kuwaitíes.

Los candidatos de la oposición se hicieron con 32 de los 50 escaños reservados a la libre competición, sumando el 64% de los votos, pero la familia reinante no vio menoscabado su control total de las palancas del poder merced a las amplias atribuciones ejecutivas y legislativas del emir, que incluían la designación de los ministerios clave del Gobierno y la gestión exclusiva de la producción petrolera.

El 7 de octubre de 1992 el primer ministro Saad dimitió ritualmente sólo para ser vuelto a nombrar por su primo cinco días después, en lo que fue considerado por la oposición un desafío al veredicto de las urnas. Como contrapartida, en el nuevo Gobierno que se constituyó el 18 de octubre sólo nueve de los 15 miembros podían ubicarse en el oficialismo, de manera que en la composición final del Majlis, ampliado a los 66 miembros con la adición de todos los miembros del Gobierno en calidad de diputados ex oficio, la oposición siguió ostentando una sensible mayoría, bien que de dudosa utilidad. Prueba de que Jabir volvía a ejercer el mando, sus hermanastros Sabah y Nawaf recobraron los puestos gubernamentales perdidos el año anterior.

Las siguientes elecciones, el 7 de octubre de 1996, no trajeron cambios sustanciales a este modelo de parlamentarismo limitado, por lo demás inédito en una zona dominada por monarquías absolutas que, por el momento, no hacían la menor concesión al pluralismo y el electoralismo. Los ciudadanos con derecho al voto fueron ahora 107.000 hombres, el 17% de los nacionales kuwaitíes y el 7% del conjunto de la población, y otorgaron a los partidarios de los Sabah una treintena de escaños, entre monárquicos y representantes tribales. El 12 de octubre Jabir confirmó a Saad en la jefatura del Gobierno.

En esta segunda legislatura el diálogo entre los poderes ejecutivo y legislativo quedó bloqueado por la negativa de la mayoría de diputados tradicionalistas y conservadores a sancionar varias reformas de calado impulsadas por el emir, como la apertura del monopolio estatal del petróleo al capital extranjero y, sobre todo, la equiparación de derechos políticos entre hombres y mujeres, permitiendo a estas últimas votar y ser votadas y elegidas. Los fundamentalistas, además, pugnaban por la imposición de la sharía como única fuente de derecho, no resultándoles suficiente que la Constitución, en su artículo 2, proclamara al Islam como la religión del Estado y a ley islámica como la "principal fuente de legislación".

Para salir de la parálisis institucional, el 4 de mayo de 1999 el emir optó por disolver la Cámara y convocar elecciones anticipadas para el 3 de julio. Esta vez los progubernamentales sólo consiguieron capturar 16 escaños, los mismos que los liberales, mientras que los islamistas y los notables tribales reunieron 18 actas. El oficialismo seguía sin gozar de una mayoría dócil en el Majlis, pero los Sabah no tenían la menor intención de entregar la jefatura del Gobierno a uno que no portara el apellido familiar, así que el 13 de julio el príncipe Saad rehizo un Gabinete dominado por su extensa parentela.

Antes de las elecciones, el emir, previendo la constitución de un Majlis no cooperador con sus disposiciones, intentó conceder la plenitud de derechos políticos a las mujeres por la vía del decreto; su intención era que en la siguiente consulta electoral, la de 2003, ellas pudieran votar y optar al escaño parlamentario. No obstante, el Majlis revocó la medida en dos ocasiones, primero en junio, por 41 votos contra 21, y de nuevo el 30 de noviembre, días después de solicitar el grupo liberal la inclusión del controvertido punto en el nuevo período de sesiones, por 32 votos a favor, 30 en contra y dos abstenciones. Paradójicamente, entre los que se opusieron al decreto liberalizador del emir figuraban promotores de la igualdad jurídica de la mujer, los cuales justificaron su veto legislativo como un rechazo al método escogido por aquel para implementar la reforma, que juzgaban inconstitucional. El obstruccionismo parlamentario afectó también a la desregulación del sector petrolero y a la reducción de las cargas asistenciales del Estado.

Por otro lado, la casa real kuwaití secundó sin reservas la postura de dureza frente a Irak exhibida por las administraciones de Estados Unidos y su aliado británico, tanto en el capítulo del hostigamiento militar como en la prolongación de las sanciones de posguerra impuestas por la ONU. Confiado en el paraguas que le brindaba el dispositivo militar de Estados Unidos, garantizado por el pacto de seguridad suscrito el 19 de septiembre de 1991, el Gobierno kuwaití venía insistiendo en que la normalización de las relaciones con Irak pasaba por el esclarecimiento del paradero de los prisioneros y desaparecidos de guerra. En este sentido, el reconocimiento por Bagdad de las fronteras y la soberanía de Kuwait el 10 de noviembre de 1994 no disipó la tremenda desconfianza que el imprevisible régimen saddamista inspiraba al emir, quien era de la opinión de que su derrocamiento por algún medio sería lo mejor para los kuwaitíes, para los propios irakíes y para el conjunto de la región. La normalización de las relaciones diplomáticas en el ámbito árabe experimentó mayores progresos con los estados que apoyaron a Irak durante la guerra, como Yemen y Jordania.


3. Postración física y defunción

El renovado dinamismo político de Jabir, manifestado en su empecinada defensa del sufragio femenino y en las demostraciones de confianza hacia el jeque Sabah, promovido a primer viceprimer ministro el 8 de octubre de 1998, fue paralelo al deterioro de sus condiciones físicas. Las alarmas saltaron en el emirato el 21 de septiembre de 2001, en plena convulsión internacional por los atentados de Al Qaeda contra Nueva York y Washington, y mientras el Gobierno estudiaba la conveniencia o no de conceder más facilidades militares a Estados Unidos ahora que el presidente George Bush había declarado la guerra al renegado saudí Osama bin Laden y su vasta organización terrorista trasnacional.

Ese día, Jabir, a los 73 años, sufrió una hemorragia cerebral, debiendo ser trasladado a toda prisa al Hospital Emiri de Kuwait. Aunque, según el parte de Palacio, se hallaba "plenamente consciente y sin recibir cuidados intensivos", el emir, ese mismo día, fue llevado en ambulancia al aeropuerto y subido en un avión con destino a una clínica privada de Londres, el Cromwell Hospital. Allí le sometieron a un exhaustivo tratamiento y le mantuvieron en observación antes de recibir el alta y regresar a casa el 15 de enero de 2002.

El derrame cerebral de 2001 lesionó las capacidades de Jabir, que hubo de recortar drásticamente su agenda oficial, sumiéndose en una convalecencia intermitente. La enfermedad cardiovascular del emir agudizó la incertidumbre que envolvía a la cuestión sucesoria, ya que el príncipe heredero Saad arrastraba continuos problemas de salud desde hacía años; intervenido de un cáncer de colon en 1997, desde entonces Saad había estado entrando y saliendo de hospitales de Estados Unidos y el Reino Unido, y su condición de convaleciente no era mejor que la de su primo. En estas circunstancias, los asuntos diarios del Gobierno los conducía el viceprimer ministro Sabah, quien, para no ser la excepción en este cuadro de jeques achacosos, tenía implantado un marcapasos y pronto iba a sufrir una apendicitis.

Jabir siguió recibiendo a dignatarios extranjeros y emitiendo disposiciones oficiales, pero a finales de 2002 se mantuvo ausente de las celebraciones con motivo del mes sagrado del Ramadán, cuando no dio el tradicional discurso televisado, y del vigesimoquinto aniversario de su llegada al trono. Las escasas y fugaces imágenes del emir difundidas por los medios kuwaitíes mostraban a un hombre avejentado, de aspecto frágil y con el gesto ausente.

El 20 de marzo de 2003, 150.000 soldados estadounidenses y británicos emprendieron la invasión terrestre de Irak desde suelo de Kuwait, el estado de Oriente Próximo, junto con el emirato de Qatar y el reino de Bahrein, que más facilidades logísticas otorgó a la coalición de países alineados con Washington para el lanzamiento de una guerra cuya justificación principal era la supuesta posesión por Saddam de un arsenal de armas de destrucción masiva prohibidas por el Consejo de Seguridad de la ONU, el cual, debido al rechazo de franceses, rusos y chinos, no autorizó la operación militar.

El 9 de abril Bagdad cayó en manos de los marines y el régimen baazista se desmoronó (Saddam se dio a la fuga, pero meses después fue capturado), para satisfacción de los Sabah, a los que la ilegalidad de la Operación Libertad Irakí les importó mucho menos que su resultado práctico e inmediato: la desaparición de un sañudo archienemigo, en los últimos tiempos más fastidioso que auténticamente peligroso, seguramente. Kuwait iba a anunciar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Irak el 29 de junio de 2004, un día después de producirse la transferencia de soberanía desde la denominada Autoridad Provisional de la Coalición, el órgano ejecutivo civil de la ocupación multinacional, a un Gobierno Interino.

El 13 de julio de 2003, ocho días después de celebrarse las cuartas elecciones al Majlis desde la restauración parlamentaria de 1992, las cuales depararon una mayoría de diputados conservadores (islamistas y monárquicos) y un drástico retroceso de los liberales, tuvo lugar la mudanza, por largo tiempo esperada, que puso fin a una regla no escrita respetada desde la formación del Estado: la separación, mediante decreto-ley del emir, de las funciones de príncipe heredero y primer ministro, cargo éste último que correspondió a Sabah, quien no sólo se convirtió en el primer ministro de derecho –ya lo venía siendo de hecho-, sino que empezó a desenvolverse como un regente en la práctica. El otro hermanastro, el jeque Nawaf, se hizo cargo de la vicepresidencia primera del Gobierno y del Ministerio del Interior.

En los últimos meses de 2003 Jabir, con su característica perilla ya entrecana, portando gafas ahumadas y muy encorvado, reapareció en público en la ceremonia de reanudación de la décima legislatura, en octubre, y con motivo de la XXIV Cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo, en diciembre, ocasión en la que, inesperadamente, concedió unas palabras a los periodistas, si bien no asistió a la conferencia de jefes de Estado, delegando todo cometido a Sabah. A partir de entonces, el emir se eclipsó. El 18 de mayo de 2005 ingresó en la Cleveland Clinic, en Estados Unidos, para serle intervenida una flebitis en la pierna izquierda. Puesto que el príncipe heredero, presumiblemente muy enfermo, desapareció de la escena también, todo el protagonismo recayó en el dirigente de hecho del Estado, el primer ministro Sabah.

Él fue quien condujo las operaciones de seguridad dirigidas a desmantelar las células terroristas islamistas vinculadas a Al Qaeda que desde finales de 2002 venían atentando contra instalaciones militares de Estados Unidos y que en los primeros meses de 2005 multiplicaron sus actos violentos, y el que nombró, ese mismo año, tras aprobar por fin el Majlis el 16 de mayo la ley del sufragio femenino (cuyo estreno estaba previsto en las próximas elecciones legislativas, que tocaban en 2007), a la primera mujer ministra en la historia del país, Massuma al-Mubarak, una activista de Derechos Humanos y profesora de Ciencias Políticas que el 12 de junio de recibió la cartera de Planificación y Desarrollo Administrativo.

La muerte del emir Jabir, causada al parecer por un fallo cardíaco, fue anunciada por Palacio el 15 de enero de 2006. Tenía 79 años y nunca había superado del todo el abatimiento y la amargura que la traumática invasión irakí de 1990 le provocaron. Atrás quedaban más de cuatro décadas de ambigua ejecutoria, en la que la resistencia innata a los cambios liberalizadores dio paso a un reformismo más o menos convencido, que le puso a la vanguardia de todos los monarcas del Golfo, y la intolerancia con la disidencia fue mitigada por una personalidad sensible frente a todas las expresiones de violencia, donde asomaba su benignidad. Su sueño de transformar un país de beduinos del desierto regalado con la extraordinaria riqueza petrolera de su subsuelo en una sociedad urbana, educada y moderna pero sin renegar de la tradición, se había hecho realidad, aunque ahora Kuwait debía hacer frente a las limitaciones de su modelo de desarrollo, al avance de las concepciones reaccionarias y fanáticas del Islam sunní, y a la asechanza del terrorismo.

Acogido al permiso coránico de la poligamia, Jabir había tenido 13 esposas (por este orden, Latifa, Sharifa, Adhiba, Delal, Munira, Qaad, Khizna, Dlayil, Hussa, Wasmiya y Sara, más otras dos de nombre propio desconocido), numerosas concubinas y 39 hijos reconocidos, 21 varones y 18 hembras. Ninguno de los vástagos masculinos ostentaba en el momento de la muerte del padre cargos de importancia en la administración del Estado. Los dos mayores, los jeques Mubarak, nacido en 1945, y Salim, nacido en 1947, habían desempeñado en el pasado diversos cometidos diplomáticos y bancarios, y ahora mismo estaban ausentes del ámbito político.

De acuerdo con los austeros ritos funerarios locales, Jabir fue enterrado a las pocas horas de su defunción en una tumba sin nombre en el cementerio de Al Sulaibijat. Entretanto, el Gobierno declaraba un duelo nacional de 40 días y el príncipe heredero se convertía, a los 75 años, en el nuevo emir, pero sólo por el automatismo de la previsión sucesoria. Postrado en una silla de ruedas y posiblemente aquejado de la enfermedad de Alzheimer, Saad no estaba en condiciones de regir el país. Todo en un día, el jeque Salim Al Alí Al Salim Al Sabah, jefe de la Guardia Nacional, primo carnal del Saad y primo segundo y cuñado de los hermanastros Al Jabir, reclamó la convocatoria de un "comité en apoyo al liderazgo" a la vez que criticaba el estado de "caos" y "corrupción" que afligía al emirato. Semejante pronunciamiento no podía menos que interpretarse como un rapapolvo al primer ministro Sabah, además de indicar que la sucesión dinástica era causa de controversia entre los linajes de Salim y Jabir.

Fueron necesarios varios días de intensas reuniones entre los principales jeques de la familia real para convencer de la necesidad de designar emir a Sabah a los Salim, que insistían en mantener el principio de alternancia y en entregar el emirato a un pariente en primera sanguinidad del emir Sabah Al Salim Al Sabah, el que rigió hasta 1977. Si era obvio que Saad no podía desempeñar esa dignidad, la candidatura habría podido reclamarla Salim Al Alí, pero el jeque no gozaba de un estatus de poder y autoridad lo suficientemente elevado como para hacerse imponer, amén de ser octogenario en ciernes. La aspiración de Sabah presenta el inconveniente de ser un año más viejo que Saad. Al final, la disputa fue zanjada en una reunión particular entre los primos Sabah y Salim, el cual dio el brazo a torcer.

Una vez tomada la decisión en el interior de Palacio, era necesario mantener las formas y la legalidad institucional. El 23 de enero, Saad, quien a lo largo de esta crisis parece que habló en su nombre mucho menos –si es que llegó a tomar parte en los conciliábulos- de lo que sus familiares hablaron por él, aceptó abdicar (terminaría falleciendo el 13 de mayo de 2008). Al día siguiente, el Majlis, tras acusar recibo de la carta de renuncia de Saad, aprobó en sesión extraordinaria su apartamiento del puesto de emir con ningún voto en contra. A continuación, el mismo día 24, el Consejo de Ministros nombró decimoquinto dirigente y quinto emir de Kuwait a Sabah Al Ahmad Al Jabir al Sabah, quien fue confirmado por el Majlis por unanimidad y tomó posesión el 29 de enero.

El 7 de febrero, el nuevo emir nombró príncipe heredero a su hermanastro Nawaf, lo que quebraba de nuevo la tradición de la alternancia con los Salim y suscitó interrogantes sobre cómo iban a reaccionar estos parientes a una elección que en apariencia no había sido consensuada con ellos, y primer ministro a un sobrino carnal, Nasser Muhammad Al Ahmad Al Sabah, luego, a mayor abundamiento, otro miembro del linaje Al Jabir.

(Cobertura informativa hasta 1/6/2008)