Heydar Aliyev

Quien ejerciera un ascendiente permanente sobre la política de Azerbaiyán durante más de tres décadas, bien ostentado el poder unipersonal en Bakú, bien influyendo desde la periferia, y con el ropaje ideológico más adecuado para cada circunstancia, comenzó su carrera como oficial del aparato de seguridad de la antigua URSS. Nacido en el seno de una familia de obreros, a los 18 años Heydar Aliyev entró en el Comisariado del Pueblo para Asuntos del Interior (NKVD) en su Najicheván natal, territorio perteneciente a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán (RSSA) aunque desligado territorialmente de ella por encontrarse emparedado entre la República Socialista Soviética de Armenia al norte e Irán al sur; a este trazado caprichoso, decidido por Stalin, había que añadirse la exigua contigüidad fronteriza con Turquía al oeste, justo en el vértice de intersección de la URSS, Turquía e Irán.

El reclutamiento de Aliyev por el NKVD tuvo lugar el año, 1941, en que se produjo la invasión alemana de la URSS y el país se sumergió en los estragos de la Segunda Guerra Mundial. En este período crítico, el NKVD, bajo la jefatura del temido Lavrenti Beria, acaparó todas las tareas de vigilancia política (inclusive la omnipresencia de los comisarios entre las tropas destacadas en el frente), seguridad interna, espionaje e inteligencia extranjera. No se conoce a ciencia cierta el cometido de Aliyev en este período.

En 1945, terminada la guerra, Aliyev obtuvo el carné de miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y hasta 1949 participó en el Consejo de ministros de la República Autónoma de Najicheván. Aquel año ingresó en la Academia del Comité de Seguridad del Estado (KGB) y en 1957, ya muerto Stalin y aupado a la Primera Secretaría del Comité Central del PCUS Nikita Jrushchev, completó su instrucción ideológico-académica con la graduación en Historia por la Universidad Estatal de la RSSA. En 1960 le fue conferido el rango de general del KGB y pasó a desempeñarse como el número dos de la todopoderosa organización represiva en el ámbito de la RSSA. En 1967 Aliyev fue nombrado director del KGB azerí coincidiendo con la promoción de Yuri Andropov al frente del KGB soviético.

Su currículum político arrancó propiamente en 1966 al ser elegido miembro suplente del Comité Central del Partido Comunista de Azerbaiyán (PCA), la rama republicana del PCUS. Bajo el patronazgo de Andropov, la carrera política de Aliyev experimentó un rápido desarrollo que en breves años le iba a llevar hasta lo más alto. Así, el 14 de julio de 1969 el Centro le promocionó directamente al puesto de primer secretario del Comité Central del PCA, en sustitución de Veli Akhundov. La máxima oficina del partido en Bakú era la verdadera depositaria del poder ejecutivo en la RSSA, por delante de los titulares cimeros del aparato estatal, a saber, el presidente del Presidium del Soviet Supremo republicano y el presidente del Consejo de Ministros.

Como solía suceder con los plenipotenciarios del Centro en las repúblicas, Aliyev no tardó en ganar cuotas de poder político en Moscú. Diputado del Soviet Supremo de la URSS desde 1970 y miembro del Comité Central del PCUS desde 1971, el 4 de marzo de 1976 entró como miembro suplente en el Buró Político del Comité Central y el 22 de noviembre de 1982, días después del óbito de Leonid Brezhnev y del salto de Andropov a la Secretaría General, adquirió la membresía plena en el selecto órgano rector del partido, a la par que el nombramiento como primer viceprimer ministro del Gobierno soviético, donde se subordinó al primer ministro Nikolay Tijonov. En uno y otro puesto tomó bajo su responsabilidad las áreas de Transporte Público e Industria Ligera.

El 3 de diciembre de 1982 cesó como primer secretario del PCA y puso la oficina en manos de un hombre de confianza, Kyamran Bagirov, dejando atrás en Bakú un reguero de murmuraciones sobre su estilo de vida opulento y su camarilla de colaboradores corruptos. Al período relatado corresponden las tres órdenes de Lenin, las dos medallas de Héroe del Trabajo Socialista y la Medalla de Oro de la Hoz y el Martillo que obran en su poder, testimonios elocuentes de la posición descollante que alcanzó en el régimen soviético.

Tras la llegada en marzo de 1985 de Mijaíl Gorbachov a la Secretaria General del PCUS, Aliyev, considerado un comunista ortodoxo cercano a la vieja guardia conservadora, más que por coincidencia generacional —con 62 años, era relativamente joven para los estándares de la gerontocracia soviética en trance de jubilación—, por compartir unos hábitos de pensamiento y de actuación políticos, manifestó su renuencia a suscribir el programa de reformas, no obstante haber apoyado a Gorbachov frente a su rival, el brezhnevista Grigori Romanov, cuando llegó la hora de suceder al fallecido Konstantin Chernenko. Además, la prensa, liberalizada por la política de la Glasnost, empezó a hacerse eco de críticas a su gestión de los transportes, en particular los deficientes servicios que daban los ferrocarriles y la compañía aérea Aeroflot, y de la industria de bienes de consumo, que no cumplía los objetivos de oferta productiva.

Era obvio que Aliyev no satisfacía lo que Gorbachov esperaba de él, así que el 21 de octubre de 1987 dimitió con carácter forzoso tanto en el Gobierno como en el Buró Político del PCUS, cesantía que se edulcoró con la explicación tradicional de los problemas de salud, si bien cierto era que había sufrido un ataque al corazón. Hasta las elecciones semidirectas de marzo de 1989 para el primer Congreso de Diputados Populares de la URSS siguió ocupando el escaño de diputado en el Soviet Supremo, y un mes más tarde, el 25 de abril, figuró entre los 110 miembros del Comité Central del partido que fueron dados de baja como parte de los esfuerzos de Gorbachov para colocar a funcionarios más jóvenes y comprometidos con las reformas en los órganos dirigentes del partido.

Aliyev se sumió en el silencio mientras la Perestroika de Gorbachov se encallaba con el agravamiento de la crisis general del sistema soviético. En enero de 1990 el ex nomenklaturista reapareció para denunciar la represión desatada por el Ejército soviético, con numerosos muertos en Bakú, contra el movimiento nacionalista azerí, excitado por los enfrentamientos interétnicos con la minoría armenia y la situación explosiva que vivía el enclave de Nagorno-Karabaj, región autónoma bajo jurisdicción de Bakú pero ampliamente habitada por armenios étnicos (el 82% de la población), los cuales tenían pretensiones separatistas dentro de una república soviética a su vez crecientemente desfavorable a continuar bajo la tutela de Moscú.

Apoyándose en su feudo político en Najicheván, república autónoma de 350.000 habitantes (casi todos azeríes étnicos) que también había entrado en la dinámica soberanista por la vía unilateral —aunque como una forma de marcarle el terreno a Armenia y no por un ánimo de secesión de Azerbaiyán—, Aliyev no halló ninguna dificultad para ganar el escaño de diputado del Soviet Supremo azerí en las primeras elecciones directas que se celebraron el 30 de septiembre de 1990. Estos comicios otorgaron una amplia ventaja a los candidatos comunistas frente a los del Frente Popular de Azerbaiyán (AKC), alianza aglutinante de las fuerzas de la oposición nacionalista y democrática que estaba detrás de los disturbios de Bakú, donde seguía rigiendo el estado de emergencia.

Entre los comunistas azeríes, y sobre todo entre los de Najicheván, se acogía con desacuerdo las reclamaciones de abandonar la URSS, pero se coincidía con los nacionalistas en rechazar de plano las intenciones independentistas de los karabajíes, que, tal era el temor, podrían alentar las tendencias panarmenias en la república vecina. Por lo demás, el PCA no tuvo inconveniente en retirar el 19 de noviembre la condición socialista y soviética del nombre oficial de la República. Crítico con la dirección del Gobierno de Bakú leal a Moscú, personalizada en el presidente del Soviet Supremo republicano y primer secretario del PCA, Ayaz Mutalibov, el 19 de julio de 1991 Aliyev se dio de baja en el PCUS como protesta por el manejo del Centro de la crisis karabají, si bien entonces la Comisión de Control del partido aseguró que la salida del antiguo preboste azerí tenía que ver con su responsabilidad en la proliferación en el PCA de las prácticas corruptas cuando el partido estuvo bajo su mando.

El fallido golpe de Estado de los antirreformistas del PCUS el 19 de agosto en Moscú desató la conocida cascada de transformaciones históricas que principiaron el fin del sistema soviético; a rebufo del vendaval anticomunista, Aliyev encontró la oportunidad que andaba buscando para, convenientemente reciclado en el discurso (que no tanto en las formas), subirse al primer plano político. Luego de disolver Gorbachov el PCUS el 24 de agosto, Aliyev fue elegido presidente del Majlis Supremo de Najicheván y vicepresidente del Soviet Supremo de Azerbaiyán. Desde su bastión territorial, separado de Azerbaiyán por territorio de Armenia pero centro de un sentimiento panazerí que aspiraba a la reunión con los hermanos de etnia (la turcoazerí) y religión (el Islam shií) del otro lado de la frontera con Irán, Aliyev mantuvo una política de boicot a Mutalibov, que el 30 de agosto proclamó la independencia de Azerbaiyán en una URSS tambaleante y que el 8 de septiembre ganó unas elecciones de candidatura única, cuya celebración en Najicheván Aliyev prohibió.

Entre tanto, los acontecimientos en el enclave de Nagorno-Karabaj entraron en una fase de no retorno: el 2 de septiembre el Consejo Supremo de Stepanakert, la capital regional, proclamó la República de Nagorno Karabaj (RNK), "soberana" de Bakú pero sometida a las leyes soviéticas, el 10 de octubre la decisión fue sancionada en un referéndum popular y el 26 de noviembre el Parlamento azerí reaccionó declarando nula la autonomía y estableciendo el control directo sobre el territorio. A lo largo de diciembre se multiplicaron los actos de hostigamiento de unidades del Ejército soviético controladas por las autoridades de Bakú y el 6 de enero de 1992 la recién electa Asamblea Nacional karabají declaró sin reservas la independencia de la RNK.

Los enfrentamientos adquirieron una dimensión bélica por el empleo en ambos bandos de armamento pesado y la participación de tropas pertrechadas que ya no respondían a ninguna autoridad central soviética. En principio, se trataba de una guerra civil que enfrentaba a los secesionistas karabajíes con el Gobierno de Azerbaiyán, si bien Armenia se aprestó a asistir con armas y voluntarios a sus connacionales del otro lado, dando pábulo a una contienda entre estados que colocaba a Najicheván en el disparadero. En los primeros meses de 1992 Aliyev denunció repetidamente que su república estaba siendo objeto de agresiones de las tropas regulares de Armenia, a la que imputó intenciones anexionistas, y de paso acusó a Rusia e Irán de ayudar al Gobierno de Yereván en estos ataques.

El 15 de mayo de 1992 Mutalibov fue derrocado en una insurrección armada orquestada por el AKC, que canalizó en su favor la frustración y la indignación colectivas por el desastroso curso de la guerra, ya que los karabajíes no sólo habían repelido las ofensivas azeríes y reconquistado las áreas de la RNK que permanecían bajo el control de Bakú, sino que incluso estaban invadiendo territorios lindantes dentro de Azerbaiyán. En la designación parlamentaria del nuevo presidente en funciones, el 18 de mayo, el mismo día en que los karabajíes dieron el golpe estratégico de la apertura de un corredor permanente entre Shushi, dentro del enclave, y Armenia a través del distrito azerí de Lachín, la candidatura de Aliyev como sucesor de Mutalibov fue barajada, pero su base de apoyos en la capital era insuficiente y el AKC impuso la investidura de uno de sus dirigentes, Isa Qambar.

Aliyev continuó asistiendo a las perturbaciones políticas de Bakú con aparente displicencia, aunque en realidad seguía los acontecimientos con suma atención, desde Najicheván y como miembro del Consejo de Estado creado por el anterior presidente del Parlamento azerí, Yaqub Mamadov, efímero presidente de la República en funciones antes y después de la remoción de Mutalibov. El líder del AKC, el historiador Abulfaz Elchibey, venció inapelablemente en las elecciones del 7 de junio y el 16 de ese mes inauguró su mandato presidencial de cinco años, de los que sólo iba a servir uno. A lo largo del año Aliyev fue acusado por la sección local del AKC de mostrar una actitud hostil hacia el Gobierno central de Bakú y de ambicionar el poder también allí, tal como sugería la puesta en marcha el 26 de noviembre del Partido del Nuevo Azerbaiyán (YAP), el cual, en efecto, inició una campaña proselitista a nivel nacional que, como le había sucedido al AKC, hallaba el terreno abonado en el persistente malestar popular por la incapacidad de las tropas azeríes de darle un vuelco a la guerra.

Para contrarrestar la cooperación establecida por Elchibey con Turquía y, sobre todo, para protegerse de la amenaza militar de Armenia, con cuyos efectivos se intercambiaba fuego artillero de manera intermitente, y compensar su bloqueo comercial, Aliyev se guardó anteriores quejas de injerencia en el bolsillo y en agosto se personó en Teherán para pactar con el Gobierno iraní el suministro a Najicheván de gas natural, gasolina y otros derivados petroleros, así como energía eléctrica. El presidente iraní, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, accedió de buena gana a lo que Aliyev le solicitaba, ya que iba a permitir a Irán poner un pie en el Transcáucaso, contrarrestar los claros avances experimentados allí por su rival regional, la sunní y laica Turquía, y debilitar las eventuales reclamaciones territoriales del Gobierno de Bakú sobre sus provincias del noroeste, el Azerbaiyán iraní, que aun compartiendo religión shií con el resto del país persa están habitadas por comunidades turcófonas. A finales de octubre Aliyev anunció la frustración de una asonada de milicianos del AKC que presentó la traza de una intentona golpista.

Desde comienzos de 1993 las fuerzas de la RNK, luego de repeler varias ofensivas azeríes que habían estado a punto de triunfar con la captura de Stepanakert, se lanzaron a una serie ininterrumpida de victorias: en febrero tomaron la región de Mardakert, para finales de marzo reconquistaron la totalidad del enclave y el 3 de abril abrieron un segundo y más ancho corredor con Armenia merced a la toma de la ciudad azerí de Kelbadzhar, al noroeste de Lachín. El desbarajuste militar azerí puso contra las cuerdas al Gobierno frentepopulista, y Elchibey vio desmoronarse su popularidad entre acusaciones tanto de incompetencia en la dirección de la guerra como de mostrar tendencias autoritarias.

La rebelión el 4 de junio de 1993 del coronel Surat Huseynov, destituido por Elchibey en febrero como comandante supremo de las fuerzas armadas a causa de los reveses frente a los karabajíes, abocó al país a una formidable barahúnda política que el taimado ex apparatchik supo aprovechar en su beneficio. Con gran habilidad, Aliyev intrigó por separado con los dos bandos enfrentados y dosificó sus aportaciones a la gobernabilidad hasta conseguir ser aceptado por todos como la única alternativa al vacío de poder y a la guerra civil; investido presidente en la creencia por muchos de sus socios tácticos de que su liderazgo iba a ser sólo temporal, Aliyev hizo luego las maniobras necesarias para convertir en irrevocable el poder adquirido y asentar un nuevo régimen.

La secuencia de los hechos fue como sigue. El 9 de junio, ante el grave cariz que tomaba la rebelión de Huseynov, que se había hecho fuerte en la ciudad de Gyandzhá, al noroeste, y amagaba con tomar Bakú, Elchibey ofreció presidir el Gobierno a Aliyev, pero éste respondió que no iba a aceptar ningún nombramiento a menos que se le garantizaran plenos poderes. Aliyev permaneció en Bakú negociando con el oficialismo, que ya había encajado las dimisiones del primer ministro, Panaj Huseynov, y del presidente de la Asamblea Nacional o Milli Maclis, Isa Qambar, pero el día 13 se marchó a Gyandzhá para conocer las intenciones de Huseynov. Éste le dejó claro que no se conformaba con menos que la dimisión de Elchibey. El 14 Aliyev estuvo de vuelta en la capital y se reunió con el presidente, quien transigió en su demanda de días atrás.

El 15 de junio, con el apoyo adicional del Partido Nacional de la Independencia de Azerbaiyán (AMIP) de Ehtibar Mamadov, Aliyev fue elegido presidente del Maclis. Toda vez que Elchibey se resistía a la dimisión, Huseynov y sus hombres aceleraron el avance hacia Bakú, sin encontrar resistencia. El 18 de junio Elchibey escapó en avión en dirección a Najicheván y Aliyev se apresuró a proclamar que se había producido una vacancia en la jefatura del Estado y que, conforme a las previsiones constitucionales, él asumía las funciones presidenciales con carácter provisional. Sin embargo, Elchibey insistió en que no había dimitido y que seguía siendo el presidente, pero que no podía retornar a Bakú por razones de seguridad. El día 25 el Maclis, consagrando lo que podía considerarse un sutil y elaborado golpe de Estado, traspasó todos los poderes presidenciales a Aliyev y dos días después, con la capital ya en manos de los insurrectos, la confusa crisis se dio por terminada a fuer del reparto del poder entre Aliyev y Huseynov, quien recibió el puesto de primer ministro.

De esta manera alambicada recobró Aliyev el mando supremo en Azerbaiyán después de haberlo detentado por última vez hacía 11 años, y en los cuatro meses siguientes aplicó los instrumentos que le recubrieron de un barniz de legitimidad. No obstante arrastrar una aureola de hombre de Moscú, aseguró estar totalmente desvinculado del comunismo y del pasado soviético, y que su único interés era servir a la patria con vocación nacional en esta etapa crítica.

El 29 de agosto la destitución de Elchibey fue ratificada masivamente con el 93% de los votos en un referéndum que fue valorado por Aliyev como un plebiscito favorable a su persona, de manera que el 1 de septiembre tomó posesión formal de la jefatura del Estado, aún como presidente del Maclis. El 3 de octubre tuvieron lugar las prometidas elecciones presidenciales, en las que se deshizo con el 98,8% de los votos de dos candidatos desconocidos, el profesor de universidad Kerrar Abilov y el empresario Zakir Tagiev: ambos presentaron la traza de haber sido escogidos únicamente para dar un aspecto competitivo a lo que más bien era otro plebiscito de hecho. El 10 de octubre, finalmente, Aliyev asumió el título de presidente de la República con un mandato de cinco años.

El nuevo hombre fuerte de Azerbaiyán movilizó sus esfuerzos en una doble dirección: el arreglo del conflicto de Nagorno-Karabaj, motivo de trauma nacional y de un estado de permanente agitación política, y la recomposición de las relaciones con Rusia, la potencia heredera de la URSS que pugnaba por mantener la privanza sobre las demás repúblicas ex soviéticas valiéndose de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), de la que Elchibey no había querido saber nada. En el primer terreno, la situación era desastrosa para las armas azeríes, ya que los karabajíes, envalentonados, explotaron a fondo el reciente caos político en Bakú para proseguir con sus conquistas dentro de Azerbaiyán: Agdam cayó el 23 de julio, y a ésta ciudad siguieron Dzhebrail el 19 de agosto, Fizulí el 23 de agosto y, completando el arco de capturas hasta Lachín, Kubatly el 1 de septiembre. Con la toma de Kubatly los karabajíes pasaron a dominar todo el sudoeste de Azerbaiyán y estuvieron en condiciones de llegar hasta la frontera iraní.

Aliyev activó un Consejo de la Defensa para centralizar las operaciones militares y puso bajo su mando ejecutivo todos los asuntos relacionados con la seguridad y la defensa en detrimento del Gobierno de Huseynov, una sustracción de prerrogativas que inauguró las desavenencias entre los dos hombres y que abrió las primeras grietas en su alianza fáctica. Aun y todo, la reorganización por Aliyev del aparato militar tuvo efectos positivos en el frente bélico, donde los azeríes recuperaron algún terreno.

El 6 de septiembre, Aliyev, dando aparente verosimilitud a las imputaciones de prorruso que le hacían los nacionalistas, se reunió con el presidente Borís Yeltsin en Moscú para ofrecerle el cese del boicot azerí a la CEI a cambio de la implicación rusa en la resolución del conflicto de Nagorno-Karabaj, que desde los pogromos antiarmenios de 1988 se había cobrado ya unas 25.000 vidas. El mismo día Aliyev se reunió también con la primera ministra de Turquía, Tansu Çiller, quien le expresó su inquietud por el acercamiento observado después de los sucesos de junio entre Azerbaiyán e Irán, cuyo gobierno, abrumado por la entrada de miles de refugiados, sopesaba el envío de tropas al sur de Azerbaiyán para detener el avance karabají y establecer un tapón de seguridad. La perspectiva intranquilizaba mucho a Turquía, tanto como en Irán la eventual penetración de soldados turcos en Najicheván.

Ciertamente, con sus gestos iniciales Aliyev pareció alentar el desmarque de Ankara, cuya amistad Elchibey había cultivado con una vocación resueltamente panturca. Lo que sucedió fue que, sin llegar a confirmar un giro total en la orientación exterior de Azerbaiyán, Aliyev jugó sus bazas con astucia y pragmatismo, y se las arregló para no caer en dependencias onerosas de alguno de sus poderosos vecinos. Lo más urgente ahora era obligar a los belicosos karabajíes a negociar la paz pero sin pagar el precio, en términos de soberanía nacional, de una asistencia militar directa de turcos o iraníes, y el éxito de esta empresa pasaba por atraerse a Rusia, que no había dudado en azuzar a la parte armenia para socavar al régimen de Elchibey.

Complacido por la actitud cooperativa del mandatario azerí, el Gobierno ruso hizo valer su condición, contenida en los compromisos adquiridos por el Tratado de Tashkent de Seguridad Colectiva (TSC) de la CEI, de garante de la inviolabilidad de las antiguas fronteras exteriores de la URSS y se encargó de advertir a los dos países rivales en el patrocinio de los nuevos estados del oriente ex soviético que se abstuvieran de intervenir militarmente para corregir una alteración geopolítica en la zona —el expansionismo armenio— que dañaba sus intereses.

Luego de superarse el pico de tensión regional, los gobiernos de Moscú, París y Washington, integrantes del llamado Grupo de Minsk, redoblaron su labor mediadora y presionaron a la RNK para que aceptara el plan de paz elaborado por la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que contemplaba el alto el fuego simultáneo a la evacuación de los territorios azeríes conquistados, eventualidad esta última demandada por el Consejo de Seguridad de la ONU. El 24 de septiembre de 1993, de acuerdo con la declaración adoptada por el Maclis cuatro días atrás, Aliyev formalizó la entrada de Azerbaiyán en las estructuras de la CEI, inclusive el TSC, durante la cumbre que la organización celebró en Moscú.

Solventado este frente estratégico, Aliyev se concentró en la guerra en sí. En diciembre ordenó una última gran ofensiva con la esperanza de que pudiera arrebatarse a los karabajíes esa quita parte de territorio azerí en que se habían hecho fuertes, antes de sentarse a negociar con ellos con un balance de fuerzas más equilibrado. A pesar del alto número de hombres movilizados, la arremetida fracasó en su objetivo y Aliyev se resignó a estudiar la paz en los términos propuestos por el Grupo de Minsk. Esto significaba que la devolución de lo que los karabajíes llamaban su "colchón de protección" alrededor del enclave dejaba de ser una precondición para negociar.

El cese de hostilidades llegó el 16 de mayo de 1994 con la firma en Moscú por los respectivos ministros de Defensa de un documento que, si bien tuvo la virtud de poner fin a una guerra ruinosa para Azerbaiyán, postergaba la evacuación por las fuerzas karabajíes y los efectivos del Ejército regular armenio de los ocho distritos azeríes invadidos y el retorno a sus hogares del millón de refugiados, azeríes casi todos, a una segunda etapa a la que no se puso fecha. Lo que sí comenzó de inmediato fue la desmilitarización de la línea del frente en una franja de 20 km como antesala del despliegue de una fuerza de interposición de la CEI. Sólo al final de todo este incierto proceso tocaría definir el estatus jurídico del enclave.

Aliyev, que a diferencia del AKC no veía la cuestión de Nagorno-Karabaj con el prisma irredentista, prefirió suscribir un acuerdo de mínimos y dejar para más tarde las cuestiones fundamentales, confiando en que a corto o medio plazo el vaticinado aumento del peso geopolítico de Azerbaiyán permitiría la adopción de acuerdos en términos más ventajosos, como la retrocesión de los distritos arrebatados y la concesión al territorio separatista de una amplia autonomía, pero en absoluto los estatus de república federada o de Estado confederado que se barajaban en Yereván y Stepanakert.

El presidente azerí convirtió la perspectiva del enriquecimiento fantástico del país gracias a la explotación de las reservas petroleras del mar Caspio en el eje de sus políticas. En efecto, según la compañía British Petroleum (BP), las reservas azeríes rondaban los 7.000 millones de barriles, lo que convertía a Azerbaiyán en el más conspicuo protagonista de esa Gran Partida que empezó a jugarse en una vasta región, desde el Caspio occidental hasta el desierto de Turkmenistán, muy rica en hidrocarburos, de los que se explotaban una pequeña parte todavía, y que mereció la calificación de un golfo Pérsico a escala reducida. Claro que otros estudios energéticos eran más prudentes en sus estimaciones y relativizaban toda esa riqueza azerí por la escasa rentabilidad que presentaba el bombeo de algunos yacimientos.

Las acusaciones a Aliyev de ser una marioneta de Moscú se tornaron insostenibles a partir del 20 de septiembre de 1994, una fecha que en su momento se cubrió de ditirambos por considerarse crucial para la historia contemporánea de Azerbaiyán. Ese día, el Gobierno de Aliyev firmó un multimillonario contrato valedero por 30 años para la explotación de los campos mar Caspio adentro (off-shore) de Azerí, Chirag y Gunashli con 11 compañías extranjeras. Las adjudicatarias fueron las británicas BP y Ramco, las estadounidenses Exxon, Amoco, Unocal, McDermott y Pennzoil, la noruega Statoil, la turca TPAO, la saudí Delta Nimir y la rusa Lukoil. Con todas ellas el Estado azerí, presente con su compañía SOCAR (que forma su sigla del nombre en inglés State Oil Company of Azerbaijan), formó el Consorcio Internacional del Petróleo de Azerbaiyán (AIOC). El acuerdo fue ratificado por el Maclis el 2 de diciembre y entró en vigor diez días después.

Llamado oficialmente Acuerdo de Reparto de Producción (PSA) y bautizado ampulosamente por la prensa como el "contrato del siglo", el arreglo decidió un negocio que se prometía muy lucrativo para los socios mejor situados, que no eran otros que los anglo-estadounidenses: BP se llevó la parte del león con una participación del 34%. A través de Lukoil, Rusia figuró como un accionista minoritario y su cuota de participación se estableció en el 10%; el mismo porcentaje se reservó a la SOCAR, si bien se estipuló que el 80% de los beneficios no podrían ser repatriados por las compañías y se quedarían en el país.

Aliyev prometió a la población ingresos totales por valor de 34.000 millones de dólares, cantidad que triplicaba el PIB de entonces, durante los 30 años que iba a durar la explotación del hidrocarburo contratado. Sin embargo, este maná, de estar bien cuantificado, iba a tardar en llegar, pues la extracción del petróleo del sistema Azerí-Chirag-Gunashli planteaba unos costes tan elevados que precisaba una elección cuidadosa de las rutas de exportación con el fin de no encarecerlo en demasía cuando llegara al comprador final (presumiblemente, el europeo), y esto, a su vez, dependía de la volátil e intrincada política regional.

Azerbaiyán disponía de dos redes de oleoductos en servicio, ambas con arranque en Bakú y con terminales de embarque en el mar Negro: la de Novorosiisk, en Rusia, al norte, y la de Supsa, en Georgia, más al sur. La primera ruta planteaba un riesgo inobjetable por atravesar la República rusa de Chechenia, que en 1994 (y desde 1999 de nuevo) estaba sumergida en la guerra, lo que había multiplicado las fugas y los robos en tramos deficientemente vigilados. La segunda ruta no atravesaba regiones de riesgo, pero tenía el inconveniente de su escasa capacidad.

Las presiones del Gobierno de Moscú, que estaba descontento por la marginación de Lukoil en el reparto del pastel del AIOC, a Aliyev para que se decantara por la ruta rusa se produjeron en un contexto de permanente discordia, pues Azerbaiyán, si bien era de nuevo miembro de la CEI, se reveló desde el principio como uno de sus miembros menos entusiastas, absteniéndose de desarrollar los acuerdos de integración económica que firmó, así como de dotar de contenido al TSC (aun y todo, ratificado por Bakú en abril de 1994) y al propio Tratado de Amistad, Cooperación y Seguridad bilateral suscrito por Elchibey con Rusia el 12 de octubre de 1992.

Aliyev vetó la participación de tropas rusas en la prevista operación de mantenimiento de la paz de la CEI (según el modelo aplicado en las georgianas Abjazia y Osetia del Sur) en Nagorno-Karabaj y solicitó una fuerza internacional con presencia de países occidentales; dado que Moscú se opuso a esa contrapropuesta, el refuerzo y la vigilancia del precario alto el fuego por una misión militar quedaron pospuestos sine díe. Por otro lado, al no haber en la república (a diferencia de Georgia y Armenia) tropas rusas susceptibles de funcionar como un elemento de presión o de disuasión al poder local, el presidente azerí no se privó de sacarle partido a esta libertad de alforjas y rehusó categóricamente conceder bases militares a Rusia o conferir la vigilancia de la frontera con Irán a guardias de esa nacionalidad. A su vez, Moscú empezó a sospechar que Bakú estaba ayudando a los secesionistas chechenos y cerró la frontera norte con la República rusa de Daguestán, con el consiguiente perjuicio económico para Azerbaiyán.

Rusia, además, en lo que fue secundada por Irán y Turkmenistán, declaró que consideraba al Caspio un lago y no un mar. Esto entrañaba declarar los lechos del Caspio como de propiedad común de los cinco estados ribereños, luego procedía efectuar un reparto negociado de las riquezas que atesoraba. Azerbaiyán y Kazajstán, frente a cuyas costas se encuentran las reservas de hidrocarburos más importantes, rechazaron esa interpretación y reclamaron, según establece el derecho marítimo, la delimitación de aguas territoriales (luego, en 1996, los kazajos cambiaron de parecer y se sumaron a un acuerdo sobre el particular con rusos, iraníes y turkmenos, dejando solos a los azeríes).

Las condiciones contractuales del PSA alimentaron las actitudes de mutua animosidad, así que el crédito de Aliyev ante el poder ruso se evaporó al año del cambio de guardia en Bakú. A Aliyev le pareció más que sospechoso que pocos días después de la firma del AIOC la capital fuera escenario de unos episodios de pistolerismo político de claro signo desestabilizador. El 3 de octubre de 1994 el presidente declaró el estado de emergencia tras cinco días de atentados antigubernamentales, siendo los más graves los asesinatos por desconocidos del vicepresidente del Maclis, Afiyaddin Dzhalilov (de quien se rumoreaba que era hijo ilegítimo suyo), y de un asistente presidencial, y el secuestro del fiscal general de la República por un comando de la Policía paramilitar del Ministerio del Interior (OMON), controlado a su vez por los hombres de Huseynov. Simultáneamente, partidarios del primer ministro intentaron tomar el control de Gyandzhá.

El 5 de octubre Aliyev anunció ante una enorme muchedumbre congregada en Bakú la desarticulación de una intentona golpista orquestada por "los enemigos de Azerbaiyán en el extranjero", en lo que se vio una velada referencia a Rusia. El presidente metió en la conjura a Mutalibov, exiliado en Moscú, y a Huseynov, quien al día siguiente, no obstante sus insistencias de inocencia (según él, los disturbios de Gyandzhá fueron una expresión de protesta exclusivamente local contra la corrupción del gobernador nombrado por Aliyev), fue destituido y arrestado.

La defenestración del coronel Huseynov puso final a un maridaje de conveniencia entre el maniobrero político y el impulsivo militar, del que Aliyev se desembarazó tan pronto como se sintió fuerte. Pero también principió una serie de conjuras y rebeliones de naturaleza y desarrollo confusos. En los meses siguientes, el mandatario azerí alzó su dedo acusador invariablemente contra los "poderes extranjeros enemigos" de Azerbaiyán, pero lo cierto fue que la publicidad constante de conspiraciones abortadas le ayudó a cimentar su poder inobjetablemente autoritario y acosar a la oposición democrática.

El 17 de marzo de 1995 el régimen aplastó lo que pareció ser un verdadero intento de golpe de Estado de efectivos del OMON liderados por el viceministro del Interior, Rovshan Dzhavadov. Los rebeldes, de los que se dijo que habían planeado asesinar a Aliyev, fueron reducidos al cabo de unos combates callejeros que dejaron cuatro decenas de muertos en Bakú y que preludiaron una represión sin contemplaciones contra los entornos políticos allegados a Huseynov y Mutalibov, a quienes el presidente acusó de ser los cerebros de la intentona.

Estudiosos de los vericuetos de la política azerí han recordado que la asonada triunfante de Huseynov en 1993 se produjo precisamente en vísperas de la firma por Elchibey de un acuerdo petrolero con un consorcio internacional. Según este análisis, el golpe de mano de Huseynov entonces se habría dirigido a contener la penetración occidental en el país transcaucásico, si bien cuando llegó a Bakú el coronel se encontró con que Aliyev, bastante más ducho que él en las intrigas políticas, ya tenía cogida la sartén por el mango y albergaba la intención de aplicar un proyecto nacional sin interferencias.

Con su apuesta petrolera de septiembre de 1994, Aliyev habría desencadenado la misma secuencia de acontecimientos, sólo que esta vez las fuerzas prorrusas encajaron la derrota a las primeras de cambio. En marzo de 2000 el periódico Sunday Times publicó una versión sustancialmente diferente de lo que se urdió en las bambalinas de los sucesos de 1993. Citando fuentes de los servicios de inteligencia de Turquía, el medio británico señaló como instigadoras de la revuelta contra Elchibey a las mismas compañías petroleras occidentales con las que el mandatario estaba negociando, con el objeto de forzar unas condiciones más favorables antes de la firma del acuerdo.

En la llamada a las urnas del 12 y 26 de noviembre de 1995 Aliyev rentabilizó holgadamente para el oficialismo las recientes tensiones políticas, que bien podían llamarse, también, geopolíticas. En las elecciones legislativas, el YAP recogió el 70% de los votos en el cómputo correspondiente al sistema proporcional reservado para las listas de los partidos y se adjudicó 67 de los 125 escaños del Maclis. A esos había que sumar un número incierto de entre los 46 candidatos electos como independientes por el sistema uninominal. El AKC, otrora el partido más poderoso del país, sólo obtuvo cuatro diputados, los mismos que el AMIP.

Cuatro partidos de la oposición, el Comunista, el de la Esperanza, el Popular Democrático y el de la Igualdad (Musavat, una fuerza progresista particularmente hostigada por el poder) no fueron autorizados a participar, y los observadores enviados por la OSCE, el Consejo de Europa y la ONU —eso, los que tuvieron permitido el acceso a los colegios— avalaron las denuncias de abundantes irregularidades vertidas por la oposición al completo, como el voto delegado y múltiple, el robo de urnas y la presencia de policías uniformados dentro de los colegios, amén de actuaciones dudosas en el escrutinio. La OSCE concluyó que los comicios no se desarrollaron "de acuerdo con los estándares internacionales" y consideró que la cifra de participación facilitada por la autoridad electoral, el 79,8 %, era muy exagerada.

Simultáneamente (el 12 de noviembre), Aliyev sometió a referéndum la nueva Constitución azerí, que introducía los principios de la economía de mercado y separaba el Estado de la religión, luego consagraba el modelo laico, de inspiración kemalista turca, también abrazado por las cinco repúblicas ex soviéticas de mayoría musulmana de Asia central. En relación con lo anterior, el Ejecutivo alentó el abandono progresivo del alfabeto cirílico y su sustitución por el latino, hasta retomar el plan de transición adoptado por el Gobierno frentepopulista y dejado en suspenso tras el cambio de guardia de junio de 1993. Culminando este proceso, desde el 1 de agosto de 2001 toda la documentación oficial pasó a estar redactada con los caracteres latinos

La imagen paternalista cultivada por Aliyev encontró eco favorable en parte importante de una población empobrecida, resignada a padecer una amplia variedad de precariedades (incluidos los cortes energéticos, en este país que se ufana de nadar en el oro negro) y que no tenía otro remedio que confiar en las promesas del presidente sobre un futuro luminoso. Para satisfacción de los arúspices político-financieros que, con no pocas dosis de propaganda, dibujaban un nuevo Kuwait a orillas del Caspio, la economía azerí creció en 1998 un vigoroso 10% (que fue, con mucho, la tasa más elevada de la CEI aquel año), en 1999 un todavía respetable 7,4%, y en 2000 y 2001 entre el 9% y el 10% de nuevo, gracias al auge industrial e inversor que generaba todo lo relacionado con el petróleo y al socaire de las reformas liberales decretadas por el presidente, que incluían la privatización general de las empresas públicas, puesta en marcha en el segundo semestre de 1996. La excepción clamorosa de la campaña de privatizaciones fue el sector de los hidrocarburos.

Este registro del PIB era tanto más meritorio cuanto que no generaba inflación. La estabilidad de los precios tenía mucho que ver con el éxito del manat, la moneda introducida en agosto de 1992 y que hasta el 1 de enero de 1994 convivió con el rublo en régimen de cooficialidad. Más aún, no fueron pocos los ejercicios trimestrales que se cerraron con inflación negativa o deflación, una parquedad de dinero circulante ilustradora del escaso o nulo efecto que sobre las rentas del azerí de a pie estaba teniendo la bonanza económica. Ciertamente, los beneficios de toda esta actividad fueron a parar a unos pocos privilegiados de Bakú y sus alrededores, convirtiendo a extensas áreas del país, sin excluir el feudo presidencial de Najicheván, en las partes damnificadas de este modelo de desarrollo asimétrico y desordenado.

Al escepticismo de algunos observadores sobre el verdadero potencial dinerario del petróleo azerí se añadieron advertencias contra la tentación de basar el desarrollo económico nacional exclusivamente en los hidrocarburos, citándose a Argelia y Venezuela como dos paradigmas de esa dependencia con funestos resultados a la larga. Precisamente, transcurrido un lustro desde el PSA, Azerbaiyán basaba ya más de tres cuartas partes de sus ingresos en los hidrocarburos mientras que su industria no petrolera languidecía. El 7 de noviembre de 1997 el Gobierno presentó como un hito el comienzo del bombeo de crudo por la plataforma marina Chirag-1, ampliamente reformada para aumentar su capacidad extractiva.

En el Azerbaiyán de Aliyev, la política interna, las estrategias económicas y las relaciones exteriores formaron como en pocos países un nudo inextricable de intrigas, intereses y maniobras mutuamente influyentes. Desde 1995 el presidente avanzó en la orientación prooccidental de la diplomacia azerí, pero sin brusquedades que pudieran acarrear represalias fatales y desbaratar el precario juego de equilibrios regionales. Por un lado, se afanó en limar asperezas con Armenia para alcanzar un modus vivendi, a pesar de la parálisis de las negociaciones sobre Nagorno-Karabaj, como quedó constancia en los numerosos encuentros sostenidos con el presidente armenio Levon Ter-Petrossyan, con todo, un moderado entre los políticos de Yereván.

También, el 3 de junio de 1996 Aliyev suscribió con Yeltsin, Petrossyan y el presidente georgiano Eduard Shevardnadze en Kislovodsk, territorio ruso de Stavropol, una declaración sobre la inviolabilidad de las fronteras del Cáucaso y el rechazo al terrorismo, el extremismo religioso y el separatismo violento. Los encuentros en la cumbre de los llamados Cuatro del Cáucaso se repitieron en los años siguientes a pesar de las desavenencias existentes en varias de las relaciones bilaterales, en el convencimiento de que era un disparate renunciar a un mínimo de diálogo político multilateral considerando los numerosos asuntos, de seguridad, energéticos o comerciales, que tenían en común.

De todas maneras, mientras el Kremlin tuvo como inquilino a Yeltsin las relaciones ruso-azeríes no mejoraron en absoluto, y Aliyev, irritado, llegó a amenazar con solicitar a la OTAN la instalación de bases en el país si Rusia continuaba con sus presiones económicas o sus intentos de injerencia; por de pronto, ahí estaba la participación azerí en el programa Asociación para la Paz de la Alianza Atlántica, firmado por el presidente el 4 de mayo de 1994 en la sede de la organización en Bruselas. El presidente no descuidó el acercamiento a la Unión Europea (UE) y el 22 de abril de 1996 suscribió en Luxemburgo el Acuerdo de Asociación y Cooperación UE-Azerbaiyán.

Ante la parálisis de las conversaciones sobre Nagorno-Karabaj, la acumulación de desencuentros con Moscú y la actitud equívoca de Ankara hacia él (existían fuertes indicios de que manos turcas habían dirigido los hilos del fallido golpe de Estado de marzo 1995), Aliyev quiso arroparse con diplomacia amiga y en 1996 estableció una relación estratégica con Shevardnadze y el ucraniano Leonid Kuchma (los tres presidentes, irónicamente, habían llegado al poder con la etiqueta de favoritos de Moscú pero luego no tardaron en frustrar al Kremlin con sus devaneos emancipadores), que dentro de la CEI pasó a contrastar con el eje Rusia-Bielarús-Armenia-Kazajstán.

Esta alineación, que posteriormente, con las incorporaciones de la Moldova de Petru Lucinschi y el Uzbekistán de Islam Karímov, tomó el nombre de GUUAM a partir de las iniciales de los cinco países, nació con la vocación de acordar fórmulas de cooperación e integración económicas particulares. De carácter consultivo e informal hasta la firma en Yalta el 7 de junio de 2001 de la Carta que instituyó la cumbre de jefes de Estado como su órgano supremo, el GUUAM aunó intereses en la construcción de oleoductos y otras redes transnacionales de transporte y comunicación.

La cooperación de los países GUUAM se extendió al terreno militar, con maniobras y ejercicios pensados para proteger el mismo sistema de oleoductos y gasoductos que se estaba configurando en la región, y se sintió cómoda en el marco del Consejo de Asociación Euro-Atlántica (CAEA), activado por la OTAN en julio de 1997. La preocupación de Aliyev por la seguridad global del Cáucaso sur ya quedó de manifiesto en octubre de 1993 con el envío de tropas a Georgia para auxiliar a un apurado Shevardnadze, recién derrotado por los separatistas abjazios, en la custodia de la línea férrea Tbilisi-Poti, amenazada por la rebelión del ex presidente Zviad Gamsajurdia.

Luego, el deterioro de las relaciones con Irán por la disputa del mar Caspio, que en julio de 2001 condujo a unos incidentes aeronavales (denunciados por Bakú como una violación de sus aguas territoriales y justificados por Teherán para impedir la prospección por la compañía BP de un tramo de lecho marino que reclamaba como suyo) y que retrasó hasta mayo de 2002 una visita del mandatario a la capital iraní programada inicialmente para 1999, hizo reclamar a Aliyev la dotación de un mecanismo de paz y seguridad específico para el conjunto de Asia central y el Transcáucaso.

Azerbaiyán se perfiló como la encrucijada de tres grandes conducciones regionales que tomaron vuelo a finales de los años noventa: el Corredor de Transporte Europa-Cáucaso-Asia Central (TRACECA), el Oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan (BTC) y el Gasoducto Trans-Caspiano.

El proyecto del TRACECA, impulsado por la UE desde 1993, concebía la construcción de un sistema de comunicaciones por carretera, tren y ferry que diera continuidad al transporte de mercancías en el eje este-oeste de la vasta geografía euroasiática. Aliyev fue el anfitrión en Bakú el 7 y el 8 de septiembre de 1998 de la llamada Conferencia Internacional sobre la Restauración de la Ruta Histórica de la Seda, que contó con la presencia de delegaciones de 30 países, nueve de ellas encabezadas por sus respectivos presidentes, y 16 organizaciones internacionales, inclusive la UE, la CEI, la Cooperación Económica del Mar Negro (CEMN) y la Organización de Cooperación Económica (OCE), de todas las cuales excepto de la primera Azerbaiyán era miembro. El 8 de septiembre Azerbaiyán y otros once países adoptaron el Acuerdo Multilateral que daba el pistoletazo de salida al TRACECA.

Por lo que se refiere a los proyectos sobre los hidrocarburos, Aliyev, después de recibir múltiples presiones y cortejos desde Moscú, Ankara, Tbilisi, Washington y Londres —por citar sólo a las principales capitales involucradas— se decantó finalmente por la vía occidental para la exportación del grueso del petróleo azerí y de parte del kazajo: un oleoducto, por construir y con un coste estimado de 3.000 millones de dólares, que partiendo de Bakú iba a descender por Georgia hasta Turquía, a través de la ciudad de Erzurum y con término en Ceyhan, en la costa del Mediterráneo, siendo su longitud total de 1.760 km.

La construcción del BTC fue el punto estrella de la declaración suscrita por Aliyev el 29 de octubre de 1998 en Ankara con sus colegas Süleyman Demirel de Turquía, Shevardnadze de Georgia, Karímov de Uzbekistán y Nursultán Nazarbáyev de Kazajstán, y fue acordada formalmente por los tres primeros dirigentes el 18 de noviembre de 1999 en Estambul, haciendo un hueco en la VI Cumbre de la OSCE. En la misma ceremonia pero protagonizando un acto jurídico aparte, el presidente de Turkmenistán, Saparmurat Niyazov, se unió a Aliyev, Shevardnadze y Demirel para la firma del acuerdo de construcción del Gasoducto Trans-Caspiano, que, atravesando el fondo del mar interior, iba a permitir exportar el gas turkmeno por la ruta Bakú-Tbilisi-Ceyhan, uniéndose al gas uzbeko.

Tras una ardua búsqueda de socios capitalistas para formar el consorcio internacional, que finalmente quedó constituido con 11 compañías (entre ellas, varias de las participantes en el PSA de 1994, como BP, que volvió a llevarse la porción mayor, el 30%, seguida por la SOCAR con el 25%), las obras del BTC arrancaron simbólicamente el 18 de septiembre de 2002 con una ceremonia celebrada en la terminal de Sangaçal, al sur de Bakú, y que estuvo presidida por Aliyev, Shevardnadze y el sucesor de Demirel, Ahmet Necdet Sezer. La terminación del oleoducto se proyectó para finales de 2004, de manera que a principios de 2005 podría empezar a circular el ansiado petróleo al ritmo de un millón de barriles por día, es decir, 50 millones de toneladas métricas al año.

Entre tanto, las negociaciones sobre Nagorno-Karabaj con Armenia no produjeron fruto alguno, prolongando un estado de cosas, la ocupación por los karabajíes de los distritos del sudoeste, que era una dolorosa espina clavada en el pundonor patriótico de la clase política de Bakú, ya estuviese en el poder o en la oposición. Aliyev insistió en rechazar de plano cualquier encuentro cara a cara con los dirigentes de Stepanakert y en negociar exclusivamente con los de Yereván. Así, sostuvo una veintena de encuentros con el sucesor de Petrossyan desde febrero de 1998, Robert Kocharyan, nada menos quien fuera presidente de la RNK entre 1994 y 1997, cuya fama de radical panarmenio fue al punto contradicha por su aproximación cautelosa y moderada al objeto de la discusión.

De la veintena de contactos directos entre Aliyev y Kocharyan hasta noviembre de 2002 en diversas capitales del extranjero, varios aprovechando las cumbres de la CEI y por regla general contando con el patrocinio ruso y el Grupo de Minsk (sólo un par de encuentros tuvieron lugar dentro de los límites de ambos estados, y justo en la frontera de Najicheván), hay que destacar dos datados en 2001: las conversaciones en París el 4 y el 5 de marzo, y la serie de reuniones en Key West, Florida, Estados Unidos, entre el 3 y el 6 de abril, al término de las cuales el mandatario azerí se reunió en Washington con el presidente George W. Bush.

Inicialmente no se divulgaron muchos detalles de lo allí hablado, y desde luego no se reportó ningún avance sustancial tras siete años de punto muerto. Pero al cabo de unas semanas la parte armenia afirmó que en Key West se había alcanzado un acuerdo y que el tratado de paz podría ser una realidad en un plazo de seis a doce meses. Transcurrido ese tiempo no sucedió nada, y en junio de 2002 Aliyev hizo la sorprendente revelación de que en la capital francesa él y Kocharyan habían decidido una componenda territorial: la retrocesión por la RNK del distrito meridional de Meghri a cambio de la renuncia por Azerbaiyán al corredor de Lachín.

Según Aliyev, luego, en Key West, la parte armenia se retractó de lo que él llamó "el principio de París". Este extremo contradijo lo dicho anteriormente por el propio Aliyev y fue desmentido por el Gobierno de Armenia, el cual dio una versión diferente del asunto. Según Yereván, en París la parte azerí, ciertamente, había renunciado a Lachín, pero se había conformado únicamente con el uso de la carretera de Meghri, desistiendo de reponer su soberanía sobre todo el distrito; llegada la ronda de diálogo en Key West, proseguía la explicación armenia, quien se echó atrás fue Aliyev, quejándose de que el borrador del acuerdo era "asimétrico".

Hasta finales de año, un claramente frustrado Aliyev fue deslizando una serie de comentarios críticos con la labor mediador de la OSCE y de advertencias a la comunidad internacional sobre que la paciencia y la fe de la población azerí en la viabilidad del arreglo negociado en Nagorno-Karabaj corrían el peligro de agotarse, siendo así que, no obstante no querer él la guerra, su país podía llegar a la conclusión de que no le quedaba otro remedio que recuperar los territorios perdidos por la fuerza.

Por otro lado, la llegada a la Presidencia de Rusia el último día de 1999 de Vladímir Putin, quien a diferencia de las administraciones de Estados Unidos no era quejicoso con la situación de los derechos humanos y políticos en Azerbaiyán, propició un cambio de rumbo en las relaciones ruso-azeríes. El 9 y el 10 de enero de 2001 Putin realizó una visita oficial a Bakú que, no inmediatamente sino en los meses siguientes, produjo unos resultados inesperados, siendo así que en Armenia, aliado cerrado de Rusia dentro de la CEI, se desataron las aprensiones.

Prodigándose efusividades, los presidentes allanaron el camino para la firma de un protocolo sobre la demarcación de sectores nacionales en el mar Caspio partiendo de una línea mediana en proporción al litoral de cada país (luego, finalmente, prevaleció la vieja postura de Aliyev en tan espinoso asunto), la concesión de mayores facilidades de explotación petrolera a Lukoil y el compromiso de hacer circular 1,7 millones de toneladas de crudo por el oleoducto Bakú-Novorosiisk.

Del 24 al 27 de enero de 2002 Aliyev devolvió la visita y firmó con Putin en Moscú diversos acuerdos sectoriales. Rusia aceptó pagar una renta anual de siete millones de dólares durante 10 años por el alquiler de la estación de radar antimisiles de Gabala, y los dos países se comprometieron a combatir el terrorismo y a trabajar por la seguridad y la estabilidad del Cáucaso, lo que llevaba implícita una neutralidad exquisita de Rusia en Nagorno-Karabaj y de Azerbaiyán en Chechenia. Aliyev volvió a encontrarse con Putin en San Petersburgo el 9 de junio y otra vez en Moscú el 23 de septiembre siguiente. En su tercera cumbre en lo que iba de año, los presidentes zanjaron la añeja disputa del Caspio y adoptaron el acuerdo que delimitaba la frontera ruso-azerí en el fondo marítimo y adjudicaba a cada parte las riquezas minerales que contenía, quedando las aguas navegables y los recursos pesqueros para uso común de los estados ribereños.

Sin embargo, este arreglo bilateral, semejante a los firmados por separado por Kazajstán con los signatarios de ahora y acontecido pocos días después del comienzo de las obras del BTC, no resolvía el problema del desacuerdo multilateral, ya que el 23 y el 24 de abril había fracasado la esperada cumbre pentapartita en Ashjabad por el rechazo del turkmeno Niyazov y el iraní Mohammad Jatamí al principio de la división del Caspio en sectores nacionales.

El inopinado acercamiento a Rusia se anticipó al súbito nuevo interés que Azerbaiyán revistió para Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que multiplicaron el valor estratégico del Transcáucaso, toda la región caspiana y Asia central. Bakú cogió al vuelo los llamados del Gobierno de Washington, que en los últimos tiempos de la administración de Bill Clinton había incrementado las presiones en torno a la mejora del panorama de la democracia y los Derechos Humanos en el país, para que se sumara a la coalición mundial contra el terrorismo y brindara facilidades logísticas a la Operación Libertad Duradera, que en octubre de 2001 emprendió en Afganistán la lucha contra la organización Al Qaeda del islamista saudí Osama bin Laden, autor de los catastróficos ataques contra Nueva York y Washington.

Siendo un dirigente musulmán cerradamente laico y autoritario, Aliyev no desaprovechó la baza que se le facilitaba y prodigó las exhortaciones a erradicar las "fuerzas terroristas" que sembraban de inseguridad el Cáucaso sur, incurriendo, como otros líderes euroasiáticos con contestaciones internas, en un interesado tótum revolútum susceptible de abarcar a los separatistas karabajíes, a las oscuras tramas desestabilizadoras relacionadas con elementos de las Fuerzas Armadas y presuntamente apadrinadas por los servicios secretos de potencias vecinas, y al Islam azerí militante, crisol de una nebulosa de grupos políticos contrarios al régimen, algunos impregnados de fundamentalismo sunní, que de momento entrañaba una amenaza limitada por topar su proselitismo con las mentalidades de una sociedad mayoritariamente secular, aunque de su progresión, lenta pero inexorable, nadie dudaba.

En enero de 2002 Estados Unidos premió a Aliyev levantando el impedimento legal que pesaba sobre las ayudas directas a Azerbaiyán, sanción decretada en su momento como castigo por el bloqueo energético impuesto a Armenia, y en noviembre el Departamento de Estado saludó el anuncio por Bakú del próximo envío de un pequeño contingente de tropas a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF). La postura proestadounidense de Aliyev se mitigó en los prolegómenos de la invasión de Irak. El presidente no expresó un respaldo inequívoco a la guerra en ciernes para desarmar y derrocar al régimen de Saddam Hussein, seguramente por temor a perder respetabilidad ante los países árabes de Oriente Próximo, donde el rechazo a los planes bélicos de Estados Unidos era prácticamente unánime, y a quedar en evidencia ante la oposición doméstica, donde la hostilidad a Estados Unidos y las expresiones de solidaridad musulmana cobraban peso.

Sin embargo, el 18 de marzo de 2003 el azerí figuró en la lista divulgada por el Departamento de Estado de Estados Unidos con los 30 gobiernos mundiales que respaldaban el inminente ataque al país árabe, y con posterioridad a las operaciones militares y la ocupación de Irak, Aliyev sopesó despachar una compañía de soldados para asistir en el mantenimiento de la seguridad en las ciudades santas del shiísmo en el sur. En las semanas siguientes, Azerbaiyán manifestó a la claras por primera vez su intención de ingresar en la OTAN y la UE.

Hasta aquí, la profusa actividad internacional de Aliyev. Pero el último lustro de su presidencia generó no menos información de política interior, que se puede categorizar en tres temas obviamente conectados entre sí: la deriva autoritaria, hasta la característica dictatorial, de su régimen de Gobierno; su declive físico, acelerado a ojos vista en el último año; y, en paralelo, la promoción política de su hijo Ilham, quien, haciendo realidad una larga cantinela de rumores y pronósticos, le sustituyó en la jefatura del Estado el 31 de octubre de 2003 al cabo de un proceso sucesorio cuya extravagancia y cariz antidemocrático levantaron reacciones furibundas entre los partidos de la oposición.

Las acusaciones a Aliyev de dirigir el Estado con métodos soviéticos cobraron fuerza después de las elecciones presidenciales del 11 de octubre de 1998, en las que el septuagenario titular obtuvo el segundo mandato quinquenal con el 76,1% de los votos. Una parte de la oposición, capitaneada por el AKC y el Musavat, boicoteó los comicios por considerar que no reunían las mínimas garantías. El AMIP sí concurrió, y su líder y candidato, Ehtibar Mamadov, recibió algo más del 11% de los sufragios. Los observadores extranjeros volvieron a constatar la comisión de serias irregularidades en el ejercicio electoral y fraudes en el recuento, más que suficientes para, en opinión de la oposición, evitar el paso de Aliyev a la segunda vuelta, requerida si ningún candidato supera en la primera el 66% (dos tercios) de los votos.

Las legislativas del 5 de noviembre de 2000 sólo reforzaron estas percepciones negativas. Descalificada en su conjunto por la OSCE y el Consejo de Europa, la elección al Maclis generó aún más tensión que otras consultas anteriores y obligaron a Aliyev a repetir las votaciones en algunas circunscripciones el 7 de enero de 2001. Al final del proceso, el YAP vio revalidada su condición de primera fuerza del Maclis con 75 escaños, obtenidos con el 62,3% de los votos.

Los gobiernos y organizaciones europeos fueron condescendientes con Aliyev y su deplorable expediente democrático, una actitud tolerante que contrastó con la intransigencia reservada a otra autocracia ex soviética, la del prorruso presidente de Bielarús Alyaksandr Lukashenko. Así, la OSCE no llevó a más sus condenas verbales por las manipulaciones electorales ni plasmó sus amenazas de sanciones por la retención de un buen número de prisioneros considerados de conciencia. En cuanto al Consejo de Europa, luego de tomar nota de la abolición de la pena de muerte el 10 de febrero de 1998, admitió a Azerbaiyán en su seno el 25 de enero de 2001, a la vez que Armenia, un más que notable éxito internacional del presidente.

Aliyev atendió parcialmente las exhortaciones del exterior dosificando la liberación parcial de presos políticos y la concesión de amnistías a participantes en revueltas y manifestaciones, pero en 2001 su gobierno aprobó una serie de severos controles a la difusión de los medios de información, el acceso a Internet y el funcionamiento de las organizaciones religiosas. En 2002 la represión policial de una oposición democrática que no cejaba, pese a sus continuos fracasos, en la denuncia de las arbitrariedades y desafueros del poder se hizo más dura a medida que se acumulaban los indicios del empeoramiento de la salud de Aliyev y del inminente salto de su hijo a un puesto señero en el Ejecutivo.

Los rasgos de nepotismo y clientelismo se hicieron patentes en el régimen a finales de los años noventa, cuando la euforia petrolera permitió entrever toda una red de favores y privilegios económicos que tenían por beneficiarios a miembros de la familia del presidente y a los clanes afectos. Esta urdimbre político-empresarial que daba amparo a todo tipo de corruptelas, entre las más flagrantes del mundo según la organización Transparency International, recordaba el sistema que sostuvo al dictador Suharto en Indonesia hasta que el movimiento prodemocrático del país asiático le puso término precisamente en esta época (mayo de 1998).

El hermano del presidente, Dzhalal Aliyev, fungía de diputado del YAP y adquirió una reputación de áspero fustigador de todo aquel que osara criticar a su pariente, ya fuera un parlamentario o un periodista. Pero el favorito era Ilham Aliyev. Nacido en 1961 como el único hijo tenido por Aliyev con su esposa Zarifa, una oftalmóloga fallecida en Moscú en 1985, Ilham ejerció la docencia universitaria en la especialidad de relaciones internacionales y se dedicó a los negocios en Turquía antes de hacer su aparición en la escena pública en mayo de 1994, cuando fue nombrado vicepresidente de la SOCAR, de manera que por sus manos pasaban todos los tejemanejes del petróleo.

La gestión de Ilham en la compañía estatal fue controvertida desde el primer momento y le granjeó la imputación de construir una base de poder político y financiero particular. En las elecciones de 1995 ganó el escaño de diputado del Maclis y en 1997 fue nombrado presidente del Comité Olímpico Nacional. Como jefe del grupo azerí en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, Ilham se familiarizó también con los vericuetos de la política internacional al margen del petróleo del Caspio y en particular se involucró en el asunto de Nagorno-Karabaj.

La cuestión de la posible candidatura de Ilham a la sucesión de su padre la sacó a relucir el oficialismo en febrero de 1999, cuando el órgano de prensa del YAP, incansable panegirista del presidente y coadyuvante en una campaña de permanente untuosidad que rayaba en el culto a la personalidad, publicó sobre él una serie de artículos elogiosos, ensalzando sus cualidades y preparando el camino para que en diciembre el I Congreso del partido en el poder le otorgara una de sus cinco vicepresidencias, a la vez que reelegía al padre como presidente de la formación.

No por casualidad, la puesta de largo política del vástago del presidente coincidió con unos percances de gravedad incierta en la salud de éste, afectándole a los sistemas circulatorio y respir