Herman Van Rompuy
Primer ministro (2008-2009); presidente del Consejo Europeo (2009-2014)
En noviembre de 2009 los jefes de Estado y de Gobierno del Consejo Europeo eligieron a su colega belga, el primer ministro Herman Van Rompuy, como primer presidente permanente del que es el principal órgano político, eminentemente intergubernamental, de la Unión Europea. Hasta aquellos momentos poco conocido fuera de Bélgica, este democristiano flamenco era, sin embargo, un veterano y respetado servidor público que en el año escaso en que llevó las riendas del Gobierno belga de coalición había conseguido apaciguar las tensiones intercomunitarias y capear la borrasca financiera que había tumbado a su predecesor, Yves Leterme. Su personalidad sutil y discreta, reñida con la tradicional ambición de liderazgo, y sus capacidades negociadoras convirtieron a Van Rompuy, impulsado por el eje franco-alemán y aceptado por los demás países, en el hombre del consenso para ocupar, desde el 1 de diciembre, el cargo más codiciado de los que instituye el Tratado de Lisboa.
(Texto actualizado hasta diciembre 2009)
1. Un reservado dirigente de la democracia cristiana flamenca
2. Recambio de emergencia para sustituir al dimitido Yves Leterme
3. De breve primer ministro de Bélgica a primer presidente permanente del Consejo Europeo
1. Un reservado dirigente de la democracia cristiana flamenca
Hijo del eminente profesor de Economía Vic Van Rompuy (1923-2004) y hermano mayor de Eric Van Rompuy, quien seguiría sus pasos labrándose una carrera en la política flamenca, tras completar la enseñanza secundaria en el Colegio Sint-Jan-Berchmans, un centro bruselense regido por los jesuitas, en la especialidad de Humanidades Clásicas se matriculó en la Universidad Católica de Lovaina, por la que se diplomó en Filosofía en 1968 y se licenció en Ciencias Económicas en 1971. Católico practicante, tras la Universidad empezó a trabajar en el departamento de investigación del Banco Nacional de Bélgica (BNB), si bien su futuro profesional estaba en el aparato del Partido Popular Cristiano (CVP), formación de centroderecha que era dominante en la región de Flandes y que desde finales de los años cuarenta venía suministrando también casi todos los primeros ministros nacionales.
En 1973 resultó elegido vicepresidente de las Juventudes del CVP –que su hermano Eric iba a presidir años más tarde- y en 1975 fue reclutado por el entonces primer ministro Léo Tindemans, uno de los principales dirigentes del CVP, para la plantilla funcionarial del Gabinete, momento en que dejó su humilde trabajo en el BNB. En 1978, con la sustitución de Tindemans por su colega del partido Paul Vanden Boeynants, Van Rompuy pasó a servir en la oficina del también popularcristiano Gaston Geens, titular de la cartera de Finanzas. Ese mismo año se aupó al Buró Nacional del CVP, cuya presidencia orgánica ostentaba Wilfried Martens y luego, desde 1979, al convertirse Martens en primer ministro, el propio Tindemans.
La baja de Geens como ministro de Finanzas en mayo de 1980 retiró a Van Rompuy de la función gubernamental. En los ocho años siguientes, el economista de formación estuvo dedicado en exclusiva a las tareas del partido, como director de su Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (CEPESS, principal laboratorio de ideas del CVP), interlocutor en las negociaciones multipartitas para la formación de los seis gobiernos de coalición presididos por Martens en este período, y presidente de la sección popularcristiana en la circunscripción electoral bilingüe de Bruselas-Halle-Vilvoorde (BHV). Esporádicamente, dio clases en la Vlaamse Economische Hogeschool (VLEKHO) de Bruselas. Políglota, hablaba las tres lenguas oficiales de Bélgica, el neerlandés, el francés y el alemán, así como el inglés.
En 1988 la carrera política de Van Rompuy experimentó un empujón con tres promociones consecutivas: primero, en enero, sus conmilitones le designaron para un escaño en el Senado, en el que fue su primer mandato representativo aunque no electivo; a continuación, retornó al Gobierno de Martens en calidad de secretario de Estado de Finanzas, adscrito al Ministerio de Finanzas, y secretario de Estado para la Pequeña y la Mediana Empresa, adscrito al Ministerio de Clases Medias, doble cargo que sólo desempeñó unos meses; y, más importante, alcanzó la presidencia nacional del CVP, donde tomó el relevo a Frank Swaelen. En septiembre de 1993 el senador renunció a la presidencia del partido, a favor de Johan Van Hecke, para debutar en el Consejo de Ministros, donde fungió de titular de la cartera del Presupuesto y viceprimer ministro a las órdenes de su correligionario Jean-Luc Dehaene, primer ministro desde marzo de 1992, y con la misión de poner coto al desmedido déficit presupuestario, que junto con la aún más abultada deuda externa amenazaba con frustrar el acceso de Bélgica a la tercera etapa de la Unión Económica y Monetaria europea.
En junio de 1994, hasta que el Reino Unido vetó aquella posibilidad por el marcado perfil federalista del primer ministro belga, Van Rompuy fue señalado por la prensa nacional como el más firme candidato a suceder a Dehaene en el caso de que el Consejo Europeo designara a éste presidente de la Comisión Europea en sustitución del francés Jacques Delors. Sin embargo, el discreto y trabajador ministro flamenco, que además venía reclamando la depuración de responsabilidades políticas y judiciales por el descomunal escándalo de corrupción destapado en el caso Agusta-Dassault –el cual devastó las cúpulas de los partidos socialistas flamenco y valón-, no albergaba ambiciones presidenciales, actitud de reserva política que volvería a aflorar en el futuro.
En las elecciones generales anticipadas del 21 de mayo de 1995, que penalizaron al cuatripartito gobernante compuesto por el CVP, su homólogo valón, el Partido Social Cristiano (PSC), el Partido Socialista flamenco (SP) y el Partido Socialista valón (PS), Van Rompuy ganó su primer escaño en la Cámara de Representantes, la Cámara baja del Parlamento Federal. Lo hizo en representación de BHV, circunscripción peculiar y permanente fuente de disputas entre las dos grandes comunidades belgas, al comprender dos zonas administrativa e idiomáticamente diferentes: Bruselas-Capital, región autónoma de distrito único y oficialmente bilingüe, y Halle-Vilvoorde (HV), que es uno de los dos distritos (junto con Lovaina) de la provincia del Brabante Flamenco, a su vez parte de la Región Flamenca, y oficialmente neerlandófona.
Van Rompuy no llegó a ejercer como parlamentario en esta legislatura porque Dehaene le confirmó en su segundo Gobierno –la Constitución belga prohíbe simultanear las funciones de diputado y ministro- y porque su mandato senatorial había expirado. En los comicios del 13 de junio de 1999, que depararon al CVP una caída en puntos, del 17,2% al 14,1%, y en representantes, de 29 a 22, consiguió ser reelegido por BHV, diputación que esta vez sí empezó a desempeñar al quedar excluidos los popularcristianos del nuevo Gobierno de coalición formado en julio por Guy Verhofstadt, líder del Partido Ciudadano-Liberales y Demócratas Flamencos (VLD), ahora mismo ganador en la pugna particular con los conservadores por la captación del voto en Flandes.
Para el CVP, malparado por la avalancha de escándalos de la era Dehaene, las elecciones de 1999 fueron todo un trauma, ya que no sólo perdió la condición de primer partido de Bélgica y el derecho a reclamar el puesto de primer ministro, que había portado sus colores desde 1974, sino que fue mandado a la oposición, lo que no le sucedía desde 1958. El 29 de septiembre de 2001, dentro del proceso de renovación de siglas en que estaban embarcados los principales partidos flamencos y valones, el CVP adoptó el nombre de Cristianos Demócratas y Flamencos (CD&V) y confirmó en su presidencia a Stefaan De Clerck, antiguo ministro de Justicia que en 1998 había tenido que abandonar el Gobierno ante la conmoción provocada por la fuga durante unas horas del pederasta y asesino Marc Dutroux.
Reelegido en su escaño en las generales del 18 de mayo de 2003, que volvieron a castigar al partido (retroceso al 13,3% de los votos, pérdida de un representante y colocación en el tercer puesto de la Cámara, detrás el SP), el 26 de enero de 2004 el diputado fue nombrado ministro de Estado por el rey Alberto II a petición del primer ministro Verhofstadt. La exclusión del CD&V del Gobierno no fue óbice para un nombramiento más simbólico que político, ya que el ministerio de Estado carecía de cartera y de asiento en el Gabinete, no teniendo más cometido oficial que el de participar en las reuniones del Consejo de la Corona.
En los tres años siguientes, Van Rompuy secundó activamente la nueva línea política del CD&V esgrimida por el ministro-presidente del Gobierno flamenco (el cual comparten la Región Flamenca, Flandes propiamente dicho, y la Comunidad Flamenca, que abarca Flandes y parte de la bilingüe Bruselas-Capital, donde ejerce sus competencias culturales) y antes presidente del partido, Yves Leterme, quien, resuelto a recuperar la primacía electoral regional y por ende nacional, estableció un inédito entendimiento con la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) de Geert Bourgeois, partido soberanista y rival pragmático del más radical Interés Flamenco (VB, hasta ahora llamado Bloque Flamenco), a su vez exponente de la extrema derecha independentista y xenófoba, cuyo ascenso electoral venía siendo paulatino pero imparable.
La asunción por el CD&V de los postulados nacionalistas de la N-VA, de hecho favorable a un separatismo dialogado que podría desembocar en un Estado confederal de dos repúblicas dotadas de soberanía casi plena, con el argumento de que era menester pararle los pies al VB permitió a Leterme conquistar la jefatura del Gobierno regional en julio de 2004, luego de conquistar la alianza bipartita la mayoría simple en las elecciones al Parlamento Flamenco, pero levantó una fuerte controversia en Valonia, bastión del federalismo y la estatalidad belgas.
Por otro lado, Van Rompuy, en lo que no se distinguía de los demás dirigentes de los principales partidos flamencos, asumió como propia la propuesta, defendida con ahínco por Leterme, de desgajar el distrinto HV, oficialmente neerlandófono (aunque en seis de sus 35 comunas los residentes francófonos disponían de "facilidades lingüísticas"), para convertirlo en circunscripción electoral flamenca e impedir así que 150.000 electores francófonos pero jurisdiccionalmente flamencos pudieran votar a candidatos y partidos francófonos activos en Bruselas y Valonia. El celo flamenco de Van Rompuy, sin comprometer sus maneras esencialmente moderadas, quedó de manifiesto en enero de 2006, cuando, uniendo su voz al coro de protestas en el campo de su comunidad, lamentó que el rey Alberto se ocupara de "la agenda política de una sola comunidad" (la valona), tras alertar el monarca en su discurso de año nuevo contra el auge del nacionalismo y el separatismo en Flandes.
2. Recambio de emergencia para sustituir al dimitido Yves Leterme
Van Rompuy adquirió un mayor protagonismo en la vida política nacional tras las elecciones generales del 10 de junio de 2007, que ganó, con el 18,5% de los votos y 30 diputados, la alianza del CD&V y la N-VA. El 12 de julio, mientras Leterme se disponía a emprender las negociaciones oficiales a múltiples bandas para formar el nuevo Gobierno, tarea que se anticipaba harto complicada porque el pacto electoral con la N-VA le ligaba a la ejecución de una reforma estatal para transferir a las regiones más competencias federales (que los partidos valones veían con enorme recelo), su colega partidista fue investido presidente de la Cámara de Representantes, donde sustituyó al liberal flamenco Herman De Croo.
El fracaso de Leterme en su primer intento como formateur de un ejecutivo mayoritario el 23 de agosto llevó al rey, seis días después, a encomendar a Van Rompuy la tarea de "explorar" las vías para solucionar el bloqueo poselectoral. El responsable legislativo no fue designado informateur -figura peculiar del sistema político belga, también de nombramiento real, que tras las elecciones había ejercido el liberal valón Didier Reynders, del Movimiento Reformador (MR)-, así que oficiosamente fue llamado explorateur, verkenner en neerlandés.
Justo un mes después, el 29 de septiembre, a la luz de los informes posibilistas remitidos por Van Rompuy, el jefe del Estado belga volvió a encargar la formación del Gobierno a Leterme, quien ahora necesitó dos meses más de embrollados cabildeos partidistas antes de comunicar el 1 de diciembre que, de nuevo, arrojaba la toalla ante la incapacidad de consensuar con los partidos valones la segregación de del distrito HV y el recorte competencial del Estado en beneficio de las regiones. Sólo al tercer intento, mediado un Gobierno interino presidido por el primer ministro saliente, Verhofstadt, y transcurridos más de nueve meses desde los comicios –récord absoluto en la historia del parlamentarismo belga y que empequeñeció los 148 días invertidos por Martens en 1988-, pudo Leterme constituir el 20 de marzo de 2008 un ejecutivo mayoritario con el CD&V, el Open VLD, el PS, el MR y el CDH (ex PSC), es decir, los cuatro partidos democristianos y liberales de las dos comunidades, más los socialistas valones.
En las semanas y meses siguientes, Van Rompuy no ahorró críticas, divulgándolas en su blog de Internet, a la gestión del Gobierno de Leterme, al que comparó con un espectáculo de "teatro kabuki" (una referencia a la cultura artística japonesa nada gratuita, proviniendo de un apasionado de los haikus, las breves composiciones de la poesía tradicional nipona, escritas por él al ritmo de la actualidad política, publicadas en su blog y recitadas en reuniones institucionales) que era incapaz de sacar al país del "túnel comunitario" en que se encontraba. Asimismo, se quejó del "tono antiflamenco" adoptado por los medios de comunicación francófonos y advirtió que "sin un proyecto colectivo" el Estado belga se encontraba "en trance de morir".
El legislador lanzó su sombrío vaticinio días antes de expirar el plazo, hasta el 15 de julio de 2008, que Leterme se había dado a sí mismo para llegar a un acuerdo con los partidos valones en torno a la reforma descentralizadora del Estado federal, que requería una serie de enmiendas constitucionales. Van Rompuy acusó entonces a los dirigentes francófonos de cometer "el error histórico de continuar negándose a adaptar nuestras estructuras estatales y de aspirar a un New Deal entre las comunidades de este país". El mismo sentimiento de frustración empujó a Leterme a presentar su dimisión el 14 de julio, pero el rey se la rechazó. Tras las vacaciones de verano, la crisis política entró en una fase algo más esperanzadora al aceptar el CD&V, el Open VLD y el SP.A (ex SP) una reforma constitucional que no pusiera en riesgo a la caja única de la seguridad social ni se supeditara a fechas de obligado cumplimiento.
El compromiso para diferir una vez más los aspectos más calientes de la reforma estatal mantuvo provisionalmente a flote a Leterme. Pero al poco tiempo, sin solución de continuidad, al primer ministro se le vino encima la ramificación nacional de la gran crisis financiera global, que en Bélgica arreció con especiales celeridad y virulencia. Así, a finales de septiembre, el Estado belga, en una urgente operación conjunta con Holanda y Luxemburgo, hubo de socorrer al grupo Fortis, el primer banco y asegurador del país, que presentaba problemas de liquidez agravados por los rumores de quiebra, adquiriendo la mitad de sus acciones, es decir, nacionalizándolo parcialmente de hecho. Acto seguido, el desplome en la bolsa del grupo franco-belga Dexia, otro grande de los servicios financieros, obligó a Bruselas a realizar una segunda operación de inyección de capital, esta vez en coordinación con París. El 5 de octubre el Gobierno de Leterme acordó con el BNP Paribas la compra por este banco francés del 75% de las actividades bancarias de Fortis en Bélgica a cambio de la conversión del Estado belga en su principal accionista.
La operación, mitad de rescate, mitad de desmantelamiento de Fortis parecía estar encarrilada. Pero el 12 de diciembre, el Tribunal de Apelación de Bruselas ordenó paralizar la venta de los activos de Fortis a BNP Paribas así como el mismo desmembramiento de la compañía intervenida, hasta que los accionistas minoritarios no concedieran su autorización a tan drásticas medidas. Seis días después, Leterme recibió un segundo y letal golpe al denunciar el presidente del Tribunal Supremo, Ghislain Londers, que el Gobierno había interferido en las funciones del poder judicial para prevenir, precisamente, la sentencia del Tribunal de Apelación.
Van Rompuy se vio involucrado tangencialmente en la escandalosa acusación al ser el destinatario de una misiva de Londers en la que el magistrado daba cuenta, sin aportar pruebas jurídicas, de las presiones e intentos de manipulación gubernamentales. Van Rompuy, en una maniobra que no tenía nada de ingenua, trasladó el contenido de la misiva a los miembros del Gabinete y no dudó en revelarla a la opinión pública. Leterme reconoció que había habido "contactos" entre miembros de su Gabinete y funcionarios judiciales, y el 19 de diciembre, confrontado con el coro de exigencias de dimisión y la desasistencia de sus socios de Gobierno y de su propio partido, presentó la renuncia al rey con la puntualización de que en modo alguno aceptaría un nuevo nombramiento.
Alberto II inició una ronda de consultas con los líderes de los partidos de la coalición (Marianne Thyssen por el CD&V, Bart Somers por el Open-VLD, Joëlle Milquet por el CDH, Elio Di Rupo por el PS y Didier Reynders por el MR), y con los presidentes de las cámaras del Parlamento, antes de aceptar, el 22 de diciembre, la dimisión de Leterme. La labor exploratoria recayó en el veterano Martens. Las reuniones regias no habían concluido cuando emergió el nombre del presidente de la Cámara de Representantes, habida cuenta de su buena prensa y respetabilidad, en el campo valón inclusive, como la más probable elección del monarca para encabezar el nuevo Gobierno, el cual tendría que constituirse a toda velocidad porque las múltiples crisis que zarandeaban Bélgica hacían inimaginable el paréntesis institucional típico en estos casos. Ahora bien, tras la dimisión de Leterme, el dirigente parlamentario salió al paso para reiterar que su inveterado desinterés en ser primer ministro seguía intacto.
El 28 de diciembre de 2008, tal como se esperaba, el jefe del Estado dirigió el encargo a Van Rompuy. La designación estaba decidida luego de ceder el interesado a los ruegos de su partido y de pactar Martens con las cinco formaciones gobernantes las condiciones de la mudanza: que la coalición pentapartita se mantuviera, que el nuevo primer ministro fuera del CD&V, que el único cambio ministerial afectara al titular de Justicia y Reforma Institucional -para reemplazar al también dimitido Jo Vandeurzen, presidente del CD&V entre 2004 y 2007- y que el nuevo Ejecutivo tuviera como fecha de caducidad el final de la legislatura en 2011, luego no habría provisionalidades.
En estas circunstancias de gran consenso, Van Rompuy ni siquiera tuvo que ejercer de formateur: el 30 de diciembre, él y los restantes miembros del nuevo Gabinete juraron ante el rey y tomaron posesión de sus cargos. Automáticamente, el flamante primer ministro cesó como presidente de la Cámara de Representantes, puesto que pasó a liberal flamenco Patrick Dewael, el ministro del Interior saliente, y también como diputado. Días después, se dio de baja asimismo como miembro de la junta supervisora de la compañía de construcción holandesa Royal BAM Group.
Fueron, finalmente, tres las bajas ministeriales: Vandeurzen (CD&V) en Justicia, Dewael (Open VLD) en Interior e Inge Vervotte (CD&V) en Servicio Civil y Empresas Estatales. Sus relevos por sus compañeros de partido Stefaan De Clerck, Guido De Padt y Steven Vanackere, respectivamente, preservaron el meticuloso equilibrio de poderes: tres carteras para el CD&V (la tercera era Defensa, donde seguía Pieter De Crem), cuatro para el Open-VLD (inclusive Asuntos Exteriores, con Karel De Gucht), tres para el MR (con Reynders en Finanzas), tres para el PS y uno para el CDH (Milquet, en Empleo e Igualdad de Oportunidades). Los cinco viceprimeros ministros eran De Gucht, Reynders, Vanackere, Milquet y Laurette Onkelinx (PS). De los cinco partidos, tres eran francófonos, aunque los 14 ministerios se repartían equitativamente entre neerlandófonos y francófonos.
El NV-A de Bart De Wever, gran marginado de las maniobras poselectorales, arremetió contra "un gobierno que no representa a la mayoría del pueblo flamenco", mientras que los otros partidos opositores exigieron que la comisión parlamentaria creada para investigar las presuntas injerencias gubernamentales en la judicialización del caso Fortis desentrañara las actuaciones de Leterme y Vandeurzen hasta sus últimas consecuencias. El 2 de enero de 2009 la Cámara de Representantes otorgó al nuevo Gobierno el preceptivo voto de confianza con 88 apoyos contra 45. En la presentación de su programa a los diputados, Van Rompuy se reafirmó en el objetivo de agotar la legislatura y prometió realizar los planes que su predecesor había dejado a medio hacer, o sin hacer: la gran reforma del Estado federal, las medidas presupuestarias de estímulo de la economía –la recesión, como poco después iba a saberse, ya estaba aquí, tras experimentar el PIB dos trimestres consecutivos, entre julio y diciembre, de crecimiento negativo- y, por supuesto, una solución para el Fortis Bank que satisficiera a todas las partes involucradas.
3. De breve primer ministro de Bélgica a primer presidente permanente del Consejo Europeo
La llegada del tranquilo Van Rompuy a la jefatura del Ejecutivo tuvo de inmediato un efecto balsámico en la agitada política belga. La promesa de ocuparse a su debido momento de la cuestión de BHV tranquilizó tanto a flamencos como a valones, cuyos representantes en el Gobierno fueron involucrados por el primer ministro en la atención de los que para él eran los problemas más acuciantes del momento, a saber: la crisis económica, su impacto en los presupuestos y la situación del sistema bancario.
En los meses siguientes, el Gobierno manejó las dificultades económicas y financieras con innegable solvencia. El plan anticrisis elaborado por el Gabinete Leterme, que contemplaba un paquete de deducciones fiscales e inversiones en obras públicas por valor de 2.000 millones de euros (en 2010 el Estado pondría otros 1.360 millones), comenzó a aplicarse, no tardando en hacer sentir sus efectos positivos. Tras encadenar cuatro trimestres consecutivos de crecimiento negativo, Bélgica salió de la recesión en el tercer trimestre de 2009 al registrar su economía un crecimiento del 0,5% (la tasa intertrimestral, ya que la interanual seguía siendo ampliamente negativa, del -3,5%). Desde principios de año, el paro se mantuvo estabilizado en torno al 7,8% y el 7,9%, tasa que estaba por debajo de la media comunitaria.
El esfuerzo del Estado, inevitablemente, generaba déficit, y el Gobierno estimó que del 1,2% de déficit registrado por las cuentas públicas en 2008 se pasaría al 3,4% en 2009, lo que pondría a Bélgica fuera del tope fijado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE. El primer ministro insistió en que el desequilibrio entre ingresos y gastos era una necesidad coyuntural y que eso no significaba que su Gobierno hubiese "abandonado el rigor presupuestario". En octubre, una vez ahuyentada la recesión, el Gobierno presentó un plan de recorte del déficit por valor de 3.800 millones de euros, combinando medidas de ahorro y alzas fiscales, con el objetivo de equilibrar el presupuesto en 2015.
Las ayudas públicas a la economía nacional palidecían en comparación con lo que el Estado había tenido que gastar para salvar a Fortis, Dexia y otras entidades financieras de la bancarrota, así que una exigencia básica al Gobierno era que solucionara el embrollo jurídico que mantenía en vilo a la primera compañía. Van Rompuy explicó que la compra del Fortis Bank por BNP Paribas seguía siendo la mejor opción. En marzo, el Gobierno, el grupo Fortis y BNP Paribas acordaron un plan de adquisición que modificaba los términos del fallido acuerdo de octubre: el Fortis Bank se haría con el 25% de su compañía hermana en el sector de los seguros, Fortis Insurance, y BNP Paribas se adueñaría del 75% del Fortis Bank a cambio de 10.400 millones de euros. Las juntas generales de accionistas del Fortis Bank en Bélgica y Holanda aprobaron la operación a finales de abril.
El CD&V y la N-VA no renovaron su lista conjunta de cara a los comicios del 7 de junio al Parlamento Flamenco, lo que no impidió al primero, con el 22,9% de los votos, resituarse con autoridad como el primer partido de Flandes, gracias al desplome del VB. El mismo día tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo y el partido de Van Rompuy, también en solitario, consiguió imponerse al Open-VLD en el colegio electoral neerlandófono. El 17 de julio el primer ministro acometió una remodelación gubernamental que entre otros cambios supuso el regreso al Gabinete de Leterme como ministro de Exteriores.
A finales de octubre de 2009, sin haber cumplido el año en el poder, Van Rompuy pilotaba un Gobierno de cinco partidos perfectamente sólido y enfrascado en las cuestiones presupuestarias. Las tormentas políticas y económicas de 2007 y 2008 se habían disipado y en el horizonte no asomaban nuevos nubarrones. Las divergencias entre comunidades y el debate sobre el nuevo marco constitucional de relaciones entre el Estado y las regiones, aunque no zanjados, estaban, en apariencia, adormecidos.
Fue entonces cuando el sigiloso y eficiente primer ministro belga focalizó la atención de sus pares europeos, que debían elegir al próximo presidente permanente del Consejo Europeo. Fiel a su estilo, cuando se destapó su nombre a principios de noviembre Van Rompuy negó ser un candidato oficial y hasta negó estar interesado en el puesto. El cargo, de nueva creación, lo establecía el Tratado de Lisboa, por el que se modifican el Tratado de la Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, el cual encontró despejado el horizonte para su entrada en vigor el 1 de diciembre, tras completarse el proceso de ratificaciones nacionales en Irlanda (sí en el segundo referéndum del 2 de octubre), Polonia (firma por el presidente Lech Kaczynski el 10 de octubre) y la República Checa (validación por el Tribunal Constitucional y firma por el presidente Václav Klaus el 3 de noviembre).
El Tratado de Lisboa define las funciones del presidente del Consejo Europeo, la reunión periódica de jefes de Estado y de Gobierno de la UE que, sin tratarse hasta ahora de una institución o de un órgano legislativo, como sí es el caso del Consejo de Ministros de la UE, posee el máximo ascendiente al encargarse de definir con criterios políticos la dirección global de la Unión; órgano intergubernamental por excelencia, en principio, toma sus decisiones por unanimidad.
El presidente del Consejo Europeo, además de convocar y presidir físicamente las cumbres, es responsable de facilitar la cohesión y el consenso en las mismas, y de velar por su preparación y la continuidad de sus trabajos. Trabaja en cooperación con el presidente de la Comisión Europea y, se sobreentiende, con los gobiernos que conforman el llamado Trío de Presidencias del Consejo, ya que el sistema de presidencias nacionales rotatorias sigue funcionando, si bien con las atribuciones recortadas. Asimismo, informa al Parlamento sobre el resultado de los Consejos y representa a la UE en los asuntos de política exterior y de seguridad común, en las relaciones al nivel de jefes de Estado o de Gobierno. Su mandato es de dos años y medio, prorrogable una vez, y su titularidad es incompatible con cualquier mandato nacional. Sobre la letra, su nombramiento o su remoción por el Consejo Europeo no requieren la unanimidad, sino tan sólo la mayoría cualificada.
La coletilla de permanente, que no recoge el Tratado, es pertinente, ya que el cargo desplaza -aunque no suplanta- a la persona que desde 1975 ha venido recibiendo de manera oficiosa la denominación de presidente de turno o presidente en ejercicio (chairman-in-office, président en exercice) del Consejo Europeo (hasta 1993, de las Comunidades Europeas), y que no es otra que el jefe de Estado o de Gobierno del país que ocupa semestralmente la Presidencia rotatoria del Consejo de la UE.
Aunque en medios periodísticos ya venía empleándose la designación de "presidente de la Unión Europea", quien ocupara el puesto, características personales al margen, distaría mucho de desenvolverse como tal. El cargo era básicamente administrativo y coordinador, no político y no decisorio. Carecía de capacidad ejecutiva y de iniciativa legislativa, y su mismo elenco de cometidos no estaba exento de inconcreción. Sería una figura más en el entramado institucional de la UE, donde estaba por ver cuánto y de qué manera se haría notar frente al presidente de la Comisión, frente al jefe de Estado o de Gobierno del país que preside el semestre europeo (y que teóricamente debería cederle el protagonismo) y frente al otro cargo creado por el Tratado, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, versión potenciada del actual Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y parangonable -aunque la comparación no es exacta- a un ministro de Exteriores.
Lo que sí era una certeza desde ya es que los mandatarios nacionales, los Veintisiete en una palabra, iban a seguir timoneando la Unión. El presidente del Consejo Europeo tendría que demostrar su valía y su influencia en términos, no de poder, del que no dispondría, sino de autoridad. En cualquier caso, se trababa de una oficina de prestigio, así que no le faltaban candidatos.
El nombre de Van Rompuy emergió con fuerza tras el Consejo Europeo de Bruselas del 29 y el 30 de octubre a instancias del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, que privadamente expresaron su preferencia por un candidato de un país mediano o pequeño. En las últimas reuniones entre responsables del Partido Popular Europeo (PPE) y el Partido Socialista Europeo (PSE) se había convenido que el presidente del Consejo procediera de una familia y el alto representante de la otra. Sin embargo, las selecciones iban a salir de un clásico cabildeo cerrado entre presidentes y primeros ministros.
A estas alturas, numerosos eran los candidatos barajados para presidir el Consejo Europeo, aunque la mayoría de ellos, o bien no se habían postulado de manera expresa, o bien no parecían contar con muchas posibilidades. La aspiración del ex primer ministro laborista británico Tony Blair, sobre la mesa desde hacía meses, venía siendo firmemente sostenida por su sucesor, Gordon Brown. Blair gozaba de un gran renombre internacional, pero afrontaba el doble hándicap de su polémico papel en la guerra de Irak y su europeísmo limitado. Además, habían manifestado su interés en el puesto o habían sido propuestos para el mismo personalidades del relieve del español Felipe González, el austríaco Wolfgang Schüssel, la letona Vaira Vike-Freiberga, la irlandesa Mary Robinson, el polaco Aleksander Kwasniewski y el irlandés Bertie Ahern. Y esta lista no era exhaustiva. Todos ellos eran antiguos gobernantes en sus respectivos países. Pero las quinielas engordaron con las inclusiones de al menos cuatro estadistas en activo: el primer ministro luxemburgués Jean-Claude Juncker, el primer ministro holandés Jan Peter Balkenende, la presidenta finlandesa Tarja Halonen y el presidente estonio Toomas Ilves.
El forcejeo entre el eje franco-alemán, postulando a un Van Rompuy que ya estaba plenamente dispuesto, y Brown, insistiendo por un Blair al que sus propios colegas del PSE ya habían dado la espalda, pero reservándose la posibilidad de ceder a cambio de colocar como alto representante a su ministro de Exteriores, David Miliband, unido a la miscelánea de nombres alternativos, abocaron al Consejo Europeo del 19 de noviembre, organizado en Bruselas por la Presidencia sueca para dirimir la cuestión, a una incertidumbre sólo matizada por la aparente condición de favorito del primer ministro belga. El presidente de turno del Consejo Europeo, el primer ministro Fredrik Reinfeldt, quería que éste eligiera a los dos altos cargos, no por mayoría cualificada, sino con el máximo consenso. Si Van Rompuy no lograba el apoyo necesario, Reinfeldt podría intentar arreglar un consenso en torno a Balkenende, Juncker, Vike-Freiberga o Schüssel.
Finalmente, la candidatura de Van Rompuy obtuvo el respaldo unánime de los Veintisiete, luego de dar su asentimiento Brown a cambio de la elección de su colega de partido Catherine Ashton, responsable de Comercio en la Comisión Europea, como alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. En su discurso de aceptación en Bruselas, Van Rompuy se definió como "un hombre de diálogo, unidad y acción", guiado por los principios del "entendimiento" y el "respeto, tanto a los adversarios como a los compañeros de viaje". "Por lo que a mí respecta, todo país ha de salir ganador de unas negociaciones. Una negociación que termina con una parte derrotada nunca es una buena negociación (…) Como presidente del Consejo, escucharé atentamente a todo el mundo y me aseguraré de que nuestras deliberaciones se traduzcan en resultados para todos", aseguró el político belga, como haciendo honor a su fama de forjador de compromisos.
La prensa europea e internacional acogió con comentarios escépticos la elección de Van Rompuy –así como la de Ahston-, al que atribuía escaso relieve en la escena internacional y falta de carisma. También, recordó su oposición al ingreso de Turquía en la UE, expresada de manera vehemente en un discurso parlamentario hace cinco años, no obstante considerarle un europeísta entusiasta, de la escuela federalista. En líneas generales, se hacía hincapié en el "bajo perfil" del estadista belga, entendido en términos de peso político. Las críticas, escuchadas también en el Parlamento Europeo y en ambientes diplomáticos, apuntaban sobre todo a los gobernantes europeos, que decantándose por el dúo Van Rompuy-Ahston habrían querido asegurarse de trabajar con un liderazgo no gubernamental de carácter débil.
El 1 de diciembre Van Rompuy tomó posesión de su oficina europea, si bien no empezaría a ejercitar sus funciones hasta el 1 de enero de 2010, coincidiendo con el arranque de la Presidencia española del Consejo de la UE y del trío presidencial España-Bélgica-Hungría, tratándose los dos últimos países de los Estados miembros que ostentarán la Presidencia en el segundo semestre de 2010 y el primer semestre de 2011. Como sucesor al frente del Gobierno belga se perfiló, ya en el momento de su elección para el cargo europeo, la misma persona que le pasara el relevo a finales de 2008, el polémico Leterme, un recambio generador de inquietud en el país (sobre todo en la Región Valona), ante el temor de que la marcha de Van Rompuy reavivara las tensiones nacionalistas y abriera otra crisis política.
Ello no obstó para que la mudanza gubernamental tuviera lugar con la máxima de las prestezas el 25 noviembre: ese día, Van Rompuy entregó al rey su carta de dimisión acompañada de la recomendación al monarca para que nombrara primer ministro a Leterme. Alberto II así lo hizo, tal que en esa misma jornada, Leterme y los demás miembros del Gabinete juraron sus cargos en el palacio de Laeken y acto seguido entraron en funciones.
Herman Van Rompuy está casado con Geertrui Windels y es padre de cuatro hijos. Hombre de profunda formación cultural e inquietudes intelectuales, ha publicado ocho ensayos y libros de reflexiones: Op de kentering der tijden: Getuigenis van een dertiger (1979); Hopen na 1984 (1984); Het christendom. Een moderne gedachte (1990); Nos défis économiques et sociaux: L’Europe, l’emploi et le vieillissement, bilan et perspectives (1997); Vernieuwing in hoofd en hart. Een tegendraadse visie (1998); De binnenkant op een kier. Avonden zonder politiek (2000); Dagboek van een vijftiger (2004), y Op zoek naar wijsheid (2007)
(Cobertura informativa hasta 1/12/2009)