Hassan Sheikh Mohamud

Desde su implosión nacional en 1991, Somalia está sumida en la fractura territorial y en una guerra civil que ha causado cientos de miles de muertos. En estas tres décadas largas de violencias, caos y esfuerzos institucionales, la personalidad política más destacada ha sido probablemente Hassan Sheikh Mohamud, presidente de la República Federal en el período 2012-2017, cuando sirvió como el primer jefe de Estado no transitorio o en funciones, y de nuevo desde mayo de 2022. Su empeño fundamental, el restablecimiento de la autoridad central de Mogadiscio sobre los territorios ganados para la revuelta y la subversión, no ha dado fruto en el flanco separatista de Somalilandia, cuya independencia autoproclamada carece de reconocimiento exterior pero funciona plenamente en la práctica. En cambio, insiste el mandatario, sí hay progresos, aunque muy penosamente, en el combate sin tregua a la organización alqaedista Al-Shabaab, una de las insurgencias más poderosas y brutales de África.

Junto con el anuncio de la "guerra total" contra Al-Shabaab, Hassan expone una agenda reformista con proyectos de desarrollo a largo plazo. Está considerado una personalidad más moderada y conciliadora que su polémico sucesor/predecesor, Mohamed Abdullahi Mohamed. El dirigente se felicita por la decisión de la Administración Biden de traer de vuelta a los soldados de operaciones especiales (concentrados en el ISIS, también presente en el país) que Trump ordenó repatriar y aplaude las misiones estadounidenses de bombardeos selectivos con drones, que llevan años decapitando el liderazgo de Al-Shabaab, pero se queja de que el mantenimiento por la ONU del embargo internacional de armas perjudica mucho más al Ejército Nacional Somalí (ENS) que a los yihadistas. La misión militar de apoyo de la Unión Africana, ATMIS, una reconfiguración en abril de 2022 de la anterior AMISOM, tiene mandato hasta finales de 2024; entonces, el ENS debería asumir todas las responsabilidades, en línea con lo estipulado por el Plan de Transición de Somalia y la llamada Arquitectura Nacional de Seguridad.


(Texto actualizado hasta 8/2/2023)

La fijación de Hassan Sheikh Mohamud es que Somalia, con el auxilio económico y militar de la comunidad internacional, en particular la Unión Africana (Etiopía, Kenya, Uganda, Burundi, Djibouti) y Estados Unidos, consiga "eliminar" a las fuerzas yihadistas-salafistas que vienen operando desde 2006 y que él considera extrañas a la identidad nacional de este país abrumadoramente musulmán. Paradójicamente, Somalia está considerado uno de los estados más homogéneos de África. Sin embargo, la uniformidad étnica, lingüística y religiosa fue malograda después de la independencia en 1960 por el divisionismo de los clanes y las tribus, pilares tradicionales de la estructura social.

Con ese hipotético logro en materia de seguridad, ya costosísimo de por sí, Somalia podría hacer cambiar de opinión a quienes, desde la academia y el periodismo, siguen empleando la expresión Estado fallido para describir todo lo sucedido aquí desde el histórico colapso de 1991, cuando la caída del régimen dictatorial del presidente Mohamed Siyad Barre dio paso a una rebatiña general por el poder entre una serie de ambiciosos warlords. Actualmente, las agencias de la ONU y la mayoría de los estudios académicos prefieren emplear el término Estado frágil para referirse a un país que ya dejó atrás la etapa propiamente anárquica —el escenario de caudillos regionales alzados en armas y ejércitos rivales, tanto somalíes como extranjeros, disputándose Mogadiscio y las ciudades portuarias— y ofrece unas instituciones razonablemente funcionales pese a las carencias materiales, las acometidas del terrorismo y las trifulcas políticas entre clanes y partidos.

El Ejecutivo de Mogadiscio mantiene relaciones de mutuo reconocimiento con sus homólogos de cinco de los seis estados que componen la federación somalí: Galmudug, Hirshabelle, Jubaland, Koonfur Galbeed y Puntlandia, este último declarado estado "autónomo" de manera unilateral en 1998, siete años después de la secesión somalilandesa. Aunque las intrigas, las suspicacias y las acusaciones mutuas siguen rondando a los cabezas de los llamados Estados Miembros Federales (EMF) en perjuicio de la buena gobernanza y la paz, la tendencia de estos notables regionales es a respaldar al ENS, cuyos límites operativos son ahora compensados en parte por el levantamiento de algunos clanes locales contra los islamistas, en su campaña de liberación de localidades en manos de Al-Shabaab. Además, existe una grave disputa fronteriza, motivo de varias escaramuzas bélicas en las dos últimas décadas, entre las norteñas Somalilandia y Puntlandia.

Al empezar 2023, los imponderables que enfrentan Hassan y el Gobierno Federal del primer ministro Hamza Abdi Barre, miembro del partido del presidente, se ven agravados porque la sequía que asola todo el cuerno de África, región del planeta especialmente vulnerable al cambio climático, agudiza la vulnerabilidad de la nación que, a falta de datos oficiales confirmados, se sabe cierra la tabla mundial del desarrollo humano. La pérdida de cosechas y la mortandad masiva de reses amenazan con desatar una hambruna catastrófica. De hecho, miles de personas habrían perecido ya por desnutrición e inanición en las zonas más castigadas por la sequía, aunque el Gobierno no ha hecho por el momento la declaración oficial de hambruna. Organismos internacionales indican que la inseguridad alimentaria severa afecta a casi la mitad de los 17 millones de habitantes de Somalia, origen de cientos de miles de refugiados y emigrantes dispersados por los cinco continentes.


PROTAGONISTA DE LA AGITADA ACTUALIDAD SOMALÍHassan Sheikh Mohamud, miembro del clan Hawiye, es un capacitador técnico y consultor de desarrollo formado en la Universidad Nacional Somalí y la Universidad Barkatullah de Bhopal, India. En la década de los ochenta trabajó como funcionario de magisterio para el Ministerio de Educación en el Gobierno de Siyad Barre. A diferencia de otros miembros de las élites profesionales y mejor instruidas en un país muy pobre, él no escapó al extranjero cuando el Estado quedó descabezado y Somalia se hundió en una aniquiladora guerra civil de todos contra todos.

Su compromiso con los proyectos de desarrollo que, a duras penas y asumiendo altos riesgos, activaban sobre el terreno las ONG y agencias internacionales como la UNICEF y el PNUD fue la antesala de su ingreso en la política en 2011. Entonces, el país más oriental de África volvía a vivir momentos críticos, con Al-Shabaab lanzada a la conquista de Mogadiscio y las fuerzas conjuntas del débil Gobierno Federal de Transición (creado en 2004), la Misión de la Unión Africana (AMISOM, puesta en marcha en 2007), el Ejército de Etiopía y el Ejército de Kenya repeliendo con grandes dificultades la acometida de los yihadistas. Sharif Sheikh Ahmed, antiguo líder de la Unión de Tribunales Islámicos, desalojada manu militari del poder en 2006, presidía la República desde una capital asediada.

En abril de 2011 Hassan, en los últimos tiempos exitoso en el campo empresarial, puso en marcha el Partido de la Paz y el Desarrollo (PDP), agrupación conservadora de tendencia islamista moderada en buenas relaciones con los Hermanos Musulmanes y que ponía énfasis en el consenso de las fuerzas políticas para alcanzar la reconciliación nacional y restablecer la paz. Las esperanzas puestas en la reconstrucción política y material de Somalia ganaron ímpetu el 1 de agosto de 2012 con la adopción por la Asamblea Nacional Constituyente de una Constitución Provisional. Esta definía a Somalia como una república federal, soberana y democrática, dotada de un sistema parlamentario pluralista y con el Islam Sunní como religión del Estado, por lo que la legislación civil debía estar en consonancia con los principios generales de la Sharía, fuente de derecho al igual que las normas consuetudinarias tradicionales.

Con la promulgación de la nueva Constitución, se formaron el Parlamento, uno de cuyos escaños le fue otorgado a Hassan, y el Gobierno federales, los cuales tomaron el relevo a las instituciones transitorias, desacreditadas por su ineficiencia y venalidad. Quedaba por elegir al primer presidente de la República Federal, cargo de elección indirecta, con un mandato de cuatro años (la Constitución no ponía topes al número de ejercicios por el mismo titular) y un elenco de atribuciones limitadas pero significativas, más mientras Somalia no recobrara la paz. Así, el presidente, además de ser el principal rostro del país ante la comunidad internacional, nombraba con cierta discreción al primer ministro, firmaba la legislación aprobada por el Parlamento y comandaba a las Fuerzas Armadas. La elección del jefe del Estado fue pospuesta hasta el 10 de septiembre.

Hassan presentó su candidatura al Parlamento, donde encontró las postulaciones rivales de Sharif Sheikh Ahmed, el último presidente del período de transición, Abdiweli Mohamed Ali Gaas, primer ministro en ejercicio y representante puntlandés, y otros 19 diputados. En la primera ronda, Ahmed se puso en cabeza con 64 votos, cuatro más que el líder del PDP, pero en la segunda votación Hassan ganó por goleada con 190 apoyos, el 70,6%. El 16 de septiembre de 2012 Hassan prestó juramento en un ambiente de elevado optimismo y con los parabienes internacionales, y en octubre siguiente nombró un nuevo primer ministro en la persona de Abdi Farah Shirdon, empresario y activista independiente de la sociedad civil.

En su primer mandato presidencial, Hassan experimentó en carne propia los embates de la violencia terrorista y las riñas políticas. Él y otros miembros del Gobierno y el Parlamento fueron objetivos reiterados de algunos de los incontables atentados suicidas y con coche bomba que causaban cientos de muertos cada año, al tiempo que las tropas del ENS y la AMISOM, afectadas por el embargo internacional de armas, pagaban un alto precio en sangre para expulsar a Al-Shabaab de Baidoa, Kismayo, Barawa, Merca y otras ciudades estratégicas. A finales de 2013, una disputa de naturaleza constitucional con el primer ministro Shirdon se saldó con el cese de este por el Parlamento vía moción de censura; justo un año después, se repitieron los hechos con el sucesor de Shirdon en la jefatura del Gobierno, Abdiweli Sheikh Ahmed. En añadidura, la campaña anticorrupción impulsada por Hassan quedó seriamente en entredicho con la revelación del saqueo continuado de fondos públicos y de ayuda internacional por personas del entorno presidencial, práctica delictiva impune que la ONU denunció con todo lujo de detalles.

Bastante más éxito tuvo el presidente en sus iniciativas de reconciliación con autoridades regionales díscolas como las de Jubaland, que vieron reconocida la autonomía de este territorio sureño lindero con Kenya en el marco de los EMF. La disposición de Hassan al diálogo y el acuerdo permitió que el Ejército Nacional obtuviera reconocimiento y acatamiento en todo el país salvo Somalilandia, independiente de facto, y las zonas de la mitad sur, muy extensas aún, controladas por Al-Shabaab. En este sentido, se consideró un hito el llamado New Deal for Somalia suscrito en 2015 con los presidentes de Puntland, Jubaland y Koonfur Galbeed. Hassan gozaba de buena prensa internacional, esfera en la que recibió efusivos elogios por movimientos tales como la ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño y la solicitud de participar en el Acuerdo de Cotonou, respondida inmediatamente por la UE de manera positiva.

Otro logro, aunque relativo, fue la celebración en octubre y noviembre de 2016 de las primeras elecciones legislativas desde 1984, en tiempos del régimen de partido único de Siyad Barre. Los comicios a los 275 escaños de la Cámara del Pueblo del Parlamento Federal no pudieron ser directos dada la situación de guerra civil e inseguridad en buena parte del país, por lo que se recurrió a un mecanismo de elección indirecta considerado razonablemente representativo de la voluntad popular: un colegio electoral de 14.025 delegados designados por los 135 ancianos y cabezas de los diversos clanes y subclanes. Aun y todo, esos 14.025 electores suponían menos del 1% de la población. Además, solo se abrieron colegios electorales en Mogadiscio y las ciudades más importantes controladas por el Gobierno. En 2012 ya había habido elecciones indirectas, pero las de ahora se consideraban un avance sustancial porque entonces los electores habían sido únicamente los 135 jefes de clan y las urnas solo se habían instalado en la capital. En cuanto a los 54 miembros de la cámara alta, el Senado, su elección correspondió a las asambleas de los EMF.

Hassan había dejado asociado su nombre a los esfuerzos para la pacificación, la reconstrucción y el desarrollo de Somalia, pero el sistema político, aunque no exactamente democrático, era competitivo y varias facciones no estaban con el presidente. El mandatario se presentó a la reelección en un proceso que, de nuevo, sufrió un retraso, esta vez de más de dos meses, seis si se tenía en cuenta que el nuevo Parlamento Federal también había sido elegido con retardo. La elección, que tampoco pudo ser por sufragio universal, como se había pensando en un principio, por miedo a la inseguridad, quedó programada para el 8 de febrero de 2017. Al nuevo presidente iban a investirlo los 329 miembros de las dos cámaras del Parlamento.

Tres eran los adversarios de Hassan con cierto peso: de nuevo, el ex presidente Sharif Sheikh Ahmed; Omar Abdirashid Ali Shermarke, el primer ministro nombrado en 2014 para sustituir al destituido Abdiweli Sheikh Ahmed; y Mohamed Abdullahi Mohamed, alias Farmaajo, primer ministro en 2010-2011 y líder del Partido Político Tayo. En el primer turno Hassan se alzó primero con 88 votos y en el segundo Farmaajo se adelantó con 184 respaldos, un volumen copioso pero todavía por debajo del umbral requerido, seguido de Hassan con 97 votos. Tocaba realizar una tercera ronda de votaciones, pero Hassan optó por asumir su derrota, poniendo en bandeja la investidura de Farmaajo. El espíritu de fair play y de unidad rodeó el traspaso de poderes entre Hassan y Farmaajo, producido el 16 de febrero de 2017.

En octubre de 2018 Hassan relanzó su carrera política con el lanzamiento de su nuevo partido, la Unión por la Paz y la Democracia (UPD), en esencia una refundación del anterior PDP. En 2019 la UPD fue socia fundacional del Foro de Partidos Nacionales (FPN), una alianza promovida por Sharif Sheikh Ahmed, líder del partido Himilo Qaram, con vistas a las elecciones legislativas de 2020. Ahora bien, la emergencia de la COVID-19, la pertinaz amenaza terrorista de Al-Shabaab, que siguió perpetrando sanguinarios atentados, y los desacuerdos partidistas, muy subidos de tono por el crudo enfrentamiento entre el presidente Farmaajo y el primer ministro Mohamed Husayn Roble a raíz de la extensión irregular del mandato del primero, se confabularon para postergar los comicios casi dos años: hasta abril de 2022, al cabo de un tortuoso proceso de votaciones parciales, la elección de la Cámara del Pueblo no estuvo completada.

Solo entonces pudo convocarse la elección presidencial indirecta, a la que Hassan volvía a presentarse. El 15 de mayo de 2022 el ex presidente empezó flojo con 52 votos cosechados en el primer turno, a la zaga de Said Abdullahi Deni y el titular aspirante a la reelección, Mohamed Abdullahi Mohamed Farmaajo; entonces, 32 diputados candidatos quedaron eliminados. En el segundo turno Hassan tomó la delantera con 110 apoyos y pasó a disputar con Farmaajo el cara a cara final. La tercera ronda se saldó con la victoria de Hassan por 214 votos contra 110. De inmediato, Hassan prestó juramento de la Presidencia, el 23 de mayo tomó posesión de la misma y el 15 de junio nombró primer ministro a Hamza Abdi Barre, miembro de la UPD. El relevo de cabezas en el Ejecutivo vino a sosegar notablemente el ambiente político, llevado a un paroxismo de crispación por la reyerta entre Farmaajo y Roble.

(Cobertura informativa hasta 15/6/2022)