Hasan II

Biografía

1. Un príncipe heredero adiestrado en la dirección política
2. Entronización e instalación de una autocracia
3. Las convulsiones exteriores del primer quinquenio de reinado
4. Regreso al constitucionalismo como preludio de dos intentos de derrocamiento
5. Complejas relaciones con los países árabes y enfoque original del conflicto de Oriente Próximo
6. De la Marcha Verde a la guerra en el Sáhara
7. Nuevas contestaciones internas y apuntalamiento en el trono
8. Un aperturismo pautado con pretensiones de transición democrática
9. Las mudanzas constitucionales y electorales en la década postrera
10. Inspirador de la Unión del Magreb Árabe con una activa agenda diplomática
11. Un deceso repentino entre el tributo y el ansia de cambios


1. Un príncipe heredero adiestrado en la dirección política

Primogénito del rey Mohammed V ibn Yusuf, su madre era Lalla Abla (fallecida el 1 de marzo de 1992), una concubina favorita del harén real que tenía su propia corte y que gozaba de la mayor consideración en Palacio, cuyo tipo racial negroide heredó el futuro monarca, según era observable en sus rasgos. El joven príncipe, nombrado como su bisabuelo, el sultán Hasan I (1873-1894), recibió una educación rigurosa por preceptores áulicos que incluyó el estudio del Corán y asignaturas no religiosas, con especial ahínco en la literatura y la historia, e impartida en los idiomas árabe y francés, antes de cursar el bachillerato en el Colegio Imperial de Rabat, instituido por su padre para atender la instrucción de los príncipes y los vástagos de los altos dignatarios de la corte.

En 1948 emprendió estudios jurídicos en el Instituto de Derecho de Rabat, en 1951 obtuvo la licenciatura y en 1952 añadió a su historial académico un diploma en Altos Estudios de Derecho Civil por el Centro de Estudios Jurídicos de la Universidad de Burdeos, donde se impregnó de los modos de vida occidentales y asomó esa predilección por la cultura francesa de la que haría gala el resto de su vida. Desde temprana edad estuvo involucrado en los avatares dinásticos y políticos de su familia, en la década larga que comenzó en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial y culminó con la concesión de la independencia por las potencias coloniales, Francia y España, que administraban el país mediante sendos protectorados desde 1912.

Así, en enero de 1943, cuando Marruecos ya estaba en manos de la autoridad francesa leal al general de Gaulle y del mando militar aliado, el muchacho acompañó a su padre, sultán desde noviembre de 1927 aunque titular de un poder más bien nominal, en la conferencia secreta de Casablanca entre Roosevelt y Churchill sobre la apertura de un frente en Italia, y, antes y después, en las negociaciones con franceses y españoles sobre diversos aspectos del Protectorado. Una de sus misiones más recurrente fue la de servir de enlace entre su padre y de Gaulle.

Asistiendo como testigo excepcional de estos eventos o adquiriendo voz y poderes en representación de su padre en otros actos oficiales y negociaciones diplomáticas, Hasan, no obstante aprovechar los momentos de asueto para desarrollar una vida licenciosa entre correrías nocturnas y coches de lujo, adquirió una precoz familiaridad con los complejos asuntos internacionales y con las intrigas de alta política marroquí. Paralelamente, recibió una intensa preparación militar, desde que a los siete años de edad su padre le nombrara coronel de la Guardia del Sultán. Entre sus diversos menesteres castrenses, Hasan recibió adiestramiento como piloto de combate en el portaaviones Jeanne d'Arc de la Armada francesa.

El ostensible respaldo de Mohammed V al movimiento nacionalista marroquí, que aspiraba a sacudirse de la tutela europea y a alcanzar la soberanía sin restricciones, le acarreó el destierro por orden del residente general francés, Augustin Léon Guillaume, el 20 de agosto de 1953. Sacados todos de Palacio por la fuerza, Hasan y su hermano seis años menor, el príncipe Abdallah, acompañaron al padre en su exilio forzoso, primero en Córcega y al cabo de unos meses en un hotel-balneario en Antsirabé, en la lejana Madagascar. Mientras los varones de la familia real sufrían su destierro, en Marruecos se abatía la represión policial francesa sobre las fuerzas independentistas, con el Partido de la Independencia (Istiqlal), a la cabeza, que dos años después terminaron lanzándose a la acción directa en forma de sabotajes y atentados.

El Gobierno de París, desbordado por un radicalismo que podía desembocar en reclamaciones revolucionarias, avino a abrir negociaciones sobre la independencia con los monárquicos legitimistas, de manera que el 16 de noviembre de 1955, en virtud a los acuerdos de La Celle Saint-Cloud suscritos diez días atrás con el ministro de Asuntos Exteriores Antoine Pinay, Mohammed y sus hijos estuvieron de regreso en Rabat, donde, con el entusiasmo de las multitudes, el monarca fue restaurado en el Sultanato, ocupado en el ínterin por el títere profrancés, Mohammed (VI) ibn Arafa.

El 2 de marzo de 1956 Hasan presidió a la diestra de su padre los actos de proclamación de la independencia de Marruecos y en mayo, con 26 años, recibió el nombramiento de jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Reales con el galón de general y el mandato de organizar un Ejército nacional cuya primera misión, aquel mismo año, fue la supresión de la rebelión bereber en el Rif, suscitada como una resistencia al programa de arabización anunciado por Palacio. Desde su cuartel general en Tetuán, el príncipe condujo personalmente las operaciones militares con mano de hierro hasta aplastar completamente a los rebeldes a comienzos de 1959.

Con la proclamación del Reino de Marruecos el 14 de agosto de 1957, la dinastía hereditaria alauí-filali-jerifiana consagró su dominio sobre todo el país internacionalmente reconocido. Sobre este particular, merece recordarse que el Estado jerifiano fue fundado en 1664 por Ali I ar-Rashid, continuador de una estirpe árabe multisecular, los alauís, que se instalaron en Marruecos hacia 1266 coincidiendo con el colapso del imperio almohade por la invasión benimerín; los alauís remontaban sus antepasados hasta el mismo Alí, primo y yerno del Profeta Mahoma en la Arabia del siglo VII. Desde meses antes del establecimiento del Reino, el 9 de enero, Hasan ostentaba la condición de príncipe heredero y en los cuatro años que fungió como tal se reveló como un auténtico puntal del trono y el flamante Estado.

2. Entronización e instalación de una autocracia

Vicepresidente del Gobierno desde el mismo 1957 y ministro de Defensa desde el 23 de mayo de 1960, Hasan llevaba de hecho las riendas del Ejecutivo en una suerte de diarquía cuando su padre falleció inesperada y prematuramente a los 52 años de edad el 26 de febrero de 1961 de un paro cardíaco en Rabat, en el posoperatorio de una intervención quirúrgica para corregirle una desviación de tabique nasal. Inmediatamente, Hasan tomó posesión de la jefatura del Gobierno y el Estado y el 3 de marzo, luego de recibir el juramento de obediencia y fidelidad de los ulema islámicos y los notables del Reino, fue solemnemente entronizado en Rabat como 17º monarca alauí, Comendador de los Creyentes (al-Amir al-Mu'minin) y 35º descendiente directo del Profeta. Meses después, culminó la evacuación de las tropas francesas, a excepción de los efectivos de la facilidad naval en Kenitra, y las tropas españolas se retiraron a los confines de las plazas de Ceuta y Melilla, que continuaron bajo soberanía de este país.

A sus 31 años, Hasan II pasó a encabezar una monarquía absoluta de resabios califales que aún no había estrenado mecanismos electorales de representación popular a nivel nacional y donde la estructura de poder estaba fuertemente concentrada en la persona autoritaria del rey. Entonces regía la Carta Real concedida graciosamente por Mohammed V el 8 de mayo de 1958, si bien el 7 de junio de este 1961 se introdujo una Ley Fundamental de carácter provisional. Con el joven monarca, que dejó a las claras su talante enérgico y resolutivo, el Reino se adentró por un singular vericueto: por una parte, se sentaron las bases de un Estado de Derecho, con pluripartidismo restringido y elecciones formales, pero por la otra los rasgos autoritarios del régimen se acentuaron, hasta tomar la forma de una dictadura personalista.

En 1962 Hasan concedió la primera Constitución propiamente dicha, aunque no existió proceso constituyente y Palacio se cuidó muy mucho de recalcar que la Carta Magna era una gracia otorgada por el rey a los marroquíes, los cuales, según la figura paternalista de la Beia, recibían el tratamiento de súbditos unidos al monarca por un vínculo de fidelidad y confianza que establece obligaciones para ambas partes. No obstante los diversos marcos constitucionales que Hasan iba a establecer a lo largo de su reinado, la Beia se mantuvo inalterable como norma fundamental no escrita. Hasan siempre explicó que las obligaciones de la Beia, sustentada en una tradición jurídica del Islam pero sobre todo en unos valores nacionales peculiares, imposibilitaban la implantación en Marruecos de una monarquía a la europea, de naturaleza ceremonial y simbólica, desprovista de poder político.

Además, regía decisivamente el Majzen (literalmente, el Almacén, de cuya versión muy similar en el árabe clásico deriva la actual palabra del idioma castellano español), entendido como el conjunto de tradiciones y normas, no escritas tampoco, que regula los complejos ritos y relaciones en Palacio. Fielmente salvaguardada por una red de cortesanos y altos funcionarios, esta institución feudal había sido seguida al pie de la letra por la monarquía alauí para perpetuar la memoria de los sultanes fundadores y para salvaguardar la estabilidad del Estado. Era de paso un poder fáctico ultraconservador, hostil a todo cambio político y social, y bajo Hasan, el más interesado en fortalecerlo por obvias razones de poder, experimentó cambios más bien cosméticos.

Aprobada en referéndum el 7 de diciembre de 1962 con el 97% de votos afirmativos y una participación del 85% del censo, y promulgada el 14 de diciembre, la primera Constitución de Marruecos establecía que el sistema de Gobierno era la monarquía hereditaria y constitucional, aunque esta última definición quedaba matizada, si no enteramente impugnada, por la salvaguardia que se hacía de la potestad del rey para elegir al Gobierno, el cual era responsable ante él y no ante el Parlamento, y, en definitiva, de su poder absoluto en lo político, lo militar y lo religioso. Además, Hasan se reservaba el derecho de decretar el estado de excepción y de asumir plenos poderes ejecutivos y legislativos por tiempo indefinido cuando lo considerara oportuno.

Con este manto constitucional, el 17 de mayo de 1963 tuvieron lugar las primeras elecciones a la nueva Cámara de Representantes de 144 miembros y, pese al fraude masivo, el partido creado para la coyuntura por el ministro del Interior Ahmed Reda Guénira, el Frente para la Defensa de las Instituciones Constitucionales (FDIC), que agrupó al Movimiento Popular (MP) de Manjoubi Aherdane, el Partido Social Democrático (PSD) de Reda Guénira y el pequeño Partido Democrático Constitucional (PDC), se apuntó una mayoría sólo discreta, 69 escaños, seguido por el Istiqlal con 41. Llamaron mucho más la atención los 28 diputados sacados por la Unión Nacional de Fuerzas Populares (UNFP), partido de oposición radical fundado en 1959 por disidentes socialistas del Istiqlal, y que se debatía entre luchar por la implantación de la democracia con las reglas del sistema hasaniano o enfrentarse contra Palacio por la vía subversiva y revolucionaria.

De hecho, militantes de la UNFP, presuntamente sin la autorización de la dirigencia del partido y junto con antiguos resistentes del Protectorado, organizaron aquel año un nebuloso Frente Armado para la República de Marruecos, sobre el que se abatió la implacable represión de los servicios de seguridad. El 13 de noviembre Hasan se desprendió de la jefatura del Gobierno y nombró un primer ministro, Mohammed Ahmed Bahnini, del FDIC, coincidiendo con el arranque del macroproceso judicial a un centenar de miembros de la UNFP acusados de alta traición como presuntos conspiradores contra la monarquía y la misma vida del rey.

En marzo de 1964 se dictaron varias sentencias de culpabilidad con penas draconianas, incluida la condena a muerte para el más carismático, y temido por Palacio, líder de la UNFP, el marxista Mehdi Ben Barka, el cual se encontraba exiliado en Francia y que por tanto fue sentenciado in absentia, si bien en agosto siguiente Hasan indultó a un personaje que había sido su profesor de matemáticas e inculcador de posturas nacionalistas en el Colegio Imperial de Rabat.

Entretanto, arreciaba una tensión social que se nutría de la miseria general, el paro, el desarraigo campesino y la proliferación de bidonvilles en las ciudades. La perpetuación de las estructuras económicas feudales en el campo (latifundios de los terratenientes y la corona, servidumbre campesina) y la parálisis desarrollista en el medio urbano, que certificó el fracaso de los tanteos gubernamentales en el modelo de economía mixta, propiciaron el estallido en marzo de 1965 en Casablanca, Fez y Rabat de una colérica revuelta popular que Hasan mandó a sus generales aplastar sin contemplaciones. No se conoce un balance preciso de víctimas de esta salvaje represión, pero sin duda varios centenares de personas perdieron la vida.

El 29 de marzo, ejercitando una característica muy suya, el complemento de la represión pura y dura con medidas de apaciguamiento a posteriori, que se iba a observar en numerosas ocasiones en el futuro, el rey concedió una amnistía a los presos condenados en el proceso por el complot socialista de 1964 y emplazó a los partidos a negociar con Palacio en aras de la estabilidad. Sin embargo, el 7 de junio, al amparo del artículo 35 de la Constitución, decretó el estado de excepción, suspendió el Parlamento, destituyó al primer ministro Bahnini y asumió todo el poder, inaugurando un lustro de gobierno por decreto y de dictadura directa, sin parachoques institucionales.

3. Las convulsiones exteriores del primer quinquenio de reinado

Las cuestiones exteriores acapararon buena parte de la atención de Hasan en los primeros años como rey. Con el tiempo, iba a labrarse una fama de experto conocedor de las relaciones internacionales, donde, ciertamente, siempre se movió como pez en el agua. Su primera intervención en este ámbito fue con motivo de la I Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, en septiembre de 1961 en Belgrado, donde salió en defensa de un tercermundismo matizado, no agresivo con el bloque occidental, y se declaró favorable a la independencia del entonces territorio francés de Argelia.

Sin embargo, cuando aquella se produjo, en julio de 1962, el republicanismo y el anticolonialismo radicales del partido único en el poder, el Frente de Liberación Nacional (FLN), y del carismático presidente Ahmed Ben Bella, otro hombre de carácter fuerte pero en su caso erigido en fogoso portavoz del Tercer Mundo y próximo al bloque socialista, sólo podían entrar en conflicto con lo que se estilaba en el vecino reino conservador y, definitivamente, prooccidental, según se desprendía del desdén de Hasan a la cooperación ofrecida por la URSS y la preferencia de la asistencia de Estados Unidos y algunos de sus aliados europeos para aliviar la desastrosa situación económica.

Hasan fue el primer jefe de Estado extranjero que visitó a Ben Bella en la Argelia independiente, en marzo de 1963, pero en los meses siguientes los respectivos ejércitos sostuvieron incidentes armados en la mal delimitada frontera del desierto. En octubre de ese año, las escaramuzas en el disputado enclave de Hass El Baida tomaron un cariz bélico, obligando a la Organización para la Unidad Africana (OUA) a intervenir. La efímera Guerra de los palmerales, como se la dio en llamar, tocó a su fin el 4 de noviembre con la entrada en vigor del acuerdo de cese de hostilidades firmado por Hasan y Ben Bella en Bamako con los buenos oficios del emperador etíope, Haile Selassie I.

Las tensiones argelino-marroquíes se rebajaron gracias al establecimiento de una zona desmilitarizada en el tramo de la frontera conflictivo y el contencioso quedó en manos de una comisión africana de arbitraje. El encuentro tripartito de Hasan con Ben Bella y el presidente tunecino Habib Bourguiba en la conferencia de la OUA de El Cairo el 17 de julio de 1964 sirvió para constatar una relativa normalización en las relaciones de Marruecos con sus vecinos árabes del Magreb, pero las relaciones personales del rey con estos dos dirigentes, así como el egipcio Gamal Abdel Nasser, distaron siempre de ser cordiales. Con Ben Bella, en particular, Hasan no volvió a cruzarse la palabra hasta que fue desalojado del poder en el golpe militar de 1965.

Quien se tenía por un francófilo en todos los aspectos, hablaba el francés mejor que la mayoría de los nacionales de ese país, y conocía su historia con la profundidad propia de un académico, mantenía entonces unas relaciones inmejorables con París, proveedor de una cooperación económica indispensable. Sin embargo, toda esta relación de privilegio con la antigua potencia del protectorado se fue al traste con motivo del escandaloso affaire de Mehdi Ben Barka, que vino a rematar en el frente exterior un año infausto del devenir marroquí.

El más notorio opositor del Reino, partidario de implantar un régimen de partido único de talante socialista, a la usanza tercermundista en boga, seguía exiliado en París el 29 de octubre de 1965 cuando fue raptado y hecho desaparecer para no volver a saberse de él. Con toda seguridad, el dirigente de la UNFP fue asesinado por razones políticas, y las autoridades y la prensa galas inmediatamente dirigieron sus sospechas contra los servicios secretos marroquíes, los cuales pudieron ser asistidos por otras agencias de inteligencias occidentales interesadas en eliminar a un denunciador habitual del imperialismo y las influencias occidentales en Marruecos. Conjeturas más o menos fundadas aparte, la implicación de funcionarios policiales franceses en el crimen quedó clara desde el primer momento.

Desde Rabat, Hasan insistió en que él no tenía nada que ver en la muerte de Ben Barka, por más que la justicia francesa halló evidencias de que el ministro del Interior marroquí, el general del Ejército Mohammed Oufkir, y su adjunto, el teniente coronel Ahmed Dlimi, a la sazón director general de la Seguridad Nacional, torturaron personalmente a Ben Barka antes de rematarlo y deshacerse del cuerpo. El presidente francés, de Gaulle, no aceptó las explicaciones de Rabat y ordenó la cancelación de la ayuda financiera y la retirada del embajador.

Impávido, Hasan asistió a la expedición por la justicia gala el 20 de enero de 1966 de una orden internacional de captura contra Oufkir, viejo compañero de la milicia y expeditivo ejecutor de las órdenes reales para sofocar agitaciones y disidencias (como en los recientes disturbios de Casablanca), y el 5 de junio de 1967 a su condena in absentia por el tribunal parisino a la pena de prisión perpetua. Hasan, sintiéndose ultrajado, adoptó una postura nacionalista y resistió toda presión para que destituyera a Oufkir, a todas luces el cerebro y el perpetrador del asesinato de Ben Barka, una actitud que hizo pensar en si el siniestro oficial no habría actuado, en realidad, por cuenta del monarca; antes bien, Oufkir reforzó su posición como cancerbero del trono.

Extraordinariamente irritado, de Gaulle rompió totalmente con el rey, al que había visto por última vez en su visita oficial a París de junio de 1963, y hasta su salida del poder en 1969 las relaciones franco-marroquíes estuvieron congeladas, con el consiguiente perjuicio económico para el país norteafricano. Muchos años más tarde Hasan iba a jurar "por lo más santo" haberse encontrado "ante un hecho consumado" con el asesinato de Ben Barka, y que, de hecho, éste se produjo cuando era inminente su regreso a Marruecos en respuesta a una oferta de reconciliación de Palacio.



4. Regreso al constitucionalismo como preludio de dos intentos de derrocamiento

El 7 de julio de 1967 Hasan devolvió la jefatura del Gobierno a un primer ministro, el apartidista Mohammed Benhima, aunque este gesto no afectó en nada a la cotidiana violencia del régimen contra sus opositores, fundamentalmente de la izquierda. Comenzado el año 1970, el rey juzgó que era el momento de aflojar el dogal y de volver a la normalidad constitucional, si bien con un traje jurídico de nuevo cuño. El 24 de julio, con una participación —siempre en cifras oficiales— del 93% y un índice de aprobaciones del 98,8%, el cuerpo electoral sancionó una nueva Constitución que, entre otras novedades de dudoso sentido democrático, reforzaba las atribuciones del monarca a costa del Parlamento.

El 2 de agosto el rey levantó el estado de excepción justo para celebrar, el 28 de agosto, unas elecciones legislativas que, merced al boicot de la UNFP y el Istiqlal, produjeron una cámara enteramente copada por los candidatos de Palacio, ya concurrieran en la lista del MP, ya lo hicieran como independientes. Estos comicios inauguraron una larga etapa política ceñida al guión elaborado minuciosamente por Hasan. Se instituyó entonces un régimen pseudoparlamentario basado en un número restringido de partidos tolerados, pero sin existir ni verdadera libertad de asociación ni elecciones aceptablemente representativas. Por lo demás, la arbitrariedad represiva de los órganos policíacos del Estado estaba en su apogeo.

En esta coyuntura de engañosa normalidad, Hasan, que en vida mucho se le elogió como gobernante especialmente inteligente y hábil, intentando siempre anticiparse a los acontecimientos, adelantarse a las contestaciones, tomando la iniciativa política e imprimiendo las dinámicas nacionales con talante analítico e intelectual, no fue capaz, empero, de detectar las conspiraciones fundamentales contra su trono y contra su vida, las más peligrosas y que además se fraguaron en su mismo círculo íntimo de poder.

La primera intentona golpista aconteció el 10 de julio de 1971, cuando Hasan presidía una recepción en su palacio de verano en Sjirat, un conjunto residencial a orillas del Atlántico a 27 km de Rabat, con motivo de su 42º aniversario. El monarca atendía a sus invitados, entre los que figuraba la élite política de Marruecos, altos mandos militares y destacadas personalidades extranjeras, cuando un comando de varias decenas de alumnos suboficiales de la Fuerza Área irrumpió en el recinto y, con extraordinaria saña, empezó a ametrallar y a arrojar explosivos indiscriminadamente. En el caos sangriento que se desató, Hasan, Oufkir, el primer ministro Ahmed Laraki y el ex primer ministro Mohammed Ahmed Belafrej se las apañaron para escabullirse y refugiarse en unos excusados mientras los asaltantes, excitados y aturullados, procedían a agrupar a los supervivientes y a acorralar a los escondidos.

De acuerdo con la narración de estos dramáticos hechos que se hace en reportajes de investigación y en entrevistas a la prensa concedidas por el propio Hasan, su grupo se encontraba atrapado en tan impropio cubículo cuando el monarca, haciendo gala de una inaudita sangre fría, se acercó al joven cadete que les encañonaba y que, al parecer, sólo esperaba la orden de su oficial al mando para abrir fuego, y, con tono regio, le ordenó que se cuadrara y le preguntó por qué no le besaba la mano; súbitamente transido, el soldado se arrojó a los pies del monarca en un acto de sumisión y compunción que permitió a Hasan y sus hombres, primero, retomar el control en Sjirat, y luego, abortar el golpe de Estado en toda regla que otros comandos de cadetes, hasta sumar los 1.400 hombres, estaban perpetrando con la captura de edificios neurálgicos en Rabat y la difusión de proclamas radiofónicas anunciando la muerte del rey y la llegada de la "república y el socialismo".

Posteriormente se supo que el cerebro de la conjura fue el presuntamente fidelísimo edecán del rey, general Medbouh, que estaba supervisando la seguridad personalmente en Sjirat y que, irónicamente, figuró entre los caídos en el asalto, no sin antes, al parecer, intentar salvar la vida del rey cuando estalló el tiroteo, todo lo cual sugirió descoordinación y precipitaciones en la ejecución del plan golpista. Otro de los implicados fue el teniente coronel M'hammed Ababou, director de la Real Escuela Militar de Ahermoumou, quien arrastró a los bisoños cadetes a la aventura como tropa de choque, se dice que engañándoles con el pretexto de que el rey estaba secuestrado en Sjirat por subversivos y que era preciso liberarle. Luego del asalto a Sjirat, Ababou, dos generales y otro coronel, creyendo que el rey, Oufkir y los demás estaban muertos, marcharon a Rabat para constituir un consejo revolucionario, pero lo que encontraron fue el contragolpe de los realistas, que mataron o capturaron a todos los sediciosos.

En la masacre de Sjirat perecieron varias decenas de personas, entre ellas cuatro ministros, dos generales, el presidente del Tribunal Supremo y dos embajadores extranjeros, entre otros dignatarios. Con total apresuramiento, el 13 de julio fueron sumariamente pasados por las armas los cabecillas de la tentativa, entre ellos cuatro generales y cinco coroneles. Se apuntaron posibles conexiones libias o egipcias con el complot y se elucubró sobre la ideología nasserista de los alzados, pero el propio Hasan, tras silenciar con su puesta ante el pelotón de fusilamiento a quienes pudieron haber explicado ante un tribunal los móviles y los planes del golpe, procuró echar tierra sobre un traumático accidente que estuvo en un tris de destruirle a él y a la monarquía.

De hecho, la atemorizada población esperaba represalias terribles de Palacio, pero Hasan volvió a sorprender a todos con una jugada maestra que respondió a su inveterada costumbre de dosificar la represión y distender el ambiente con calculados gestos de flexibilidad: anunció una "autocrítica" en las políticas del Ejecutivo; invitó a la oposición a retomar el diálogo roto en 1965 (si bien no cesó el acoso contra los miembros de la UNFP); decretó bajadas de precios e impuestos, y subidas salariales; lanzó una campaña anticorrupción que llevó a juicio a varios ex ministros; destituyó a Laraki (6 de agosto de 1971) y le sustituyó por el tecnócrata Mohammed Karim Lamrani, con la misión de corregir los defectos detectados en la administración; dispuso la absolución de los 1.100 cadetes supervivientes del golpe de Sjirat; y, finalmente, el 1 de marzo de 1972 hizo aprobar en referéndum, con un índice de participación del 92,9% y el 98,7% de votos favorables, una nueva Constitución que aumentaba sensiblemente los poderes del Parlamento y el Gobierno.

El segundo atentado contra el régimen y la vida de Hasan sucedió el 16 de agosto de 1972. Ese día el rey regresaba a Rabat a bordo de su B-727 de una prolongada estancia en su castillo de Betz, en la primera salida a Francia desde la crisis de 1965, en compañía del príncipe Abdallah y el coronel Dlimi, cuando a la altura de Tetuán el avión fue interceptado por una dotación de cazabombarderos F-5 de la Fuerza Aérea marroquí con base en Kenitra. Tras comunicar que acudían para escoltar al monarca, los cazas abrieron fuego de ametralladora en un evidente intento de derribar el aparato, provocando serios daños.

Con uno de los reactores destruido, el otro acribillado a balazos aunque parcialmente operativo, y la carlinga despresurizada, Hasan mostró de nuevo una entereza y una resolución extraordinarios; urdiendo con su piloto la estratagema de hacer creer por radio al comandante de los atacantes que el real pasajero se hallaba gravemente herido y que el B-727 estaba condenado a estrellarse, consiguió que los cazas no remataran su agresión y se retiraran. En estas condiciones de precariedad y con los depósitos aún llenos de combustible, el avión consiguió efectuar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Salé, próximo a Rabat, no sin salirse de la pista y teniendo el pasaje que saltar a la misma por un tobogán.

No acababa Hasan de tomar tierra cuando el séquito real fue de nuevo ametrallado por dos de los cazas en vuelo rasante, causando ocho muertos. Aunque las informaciones sobre lo que sucedió después son contradictorias, parece que Hasan se refugió primero en la embajada de Líbano y que luego, de ser cierta esta épica versión contada por él mismo, llegó a Sjirat por sí solo, al volante de un automóvil cortésmente requisado a un particular en las inmediaciones del aeropuerto. Entre tanto, la aviación de Kenitra arrojó varias bombas sobre el palacio real de Rabat, en la creencia de que el monarca se había refugiado allí.

Una vez salido airoso de tan accidentada peripecia, Hasan tomó las riendas de la situación y dispuso lo oportuno para malograr de cuajo un golpe que, quizá con más claridad que en 1971, pretendía, o bien proclamar una república, o bien mantener la monarquía con carácter nominal elevando al trono al príncipe heredero Mohammed, futuro Mohammed VI, que se disponía a cumplir los nueve años. Hasan tuvo claro que el responsable de esta intentona no era sino el poderoso e intrigante Oufkir, que había salido fortalecido del episodio de Sjirat con la cartera de ministro de Defensa.

De haber triunfado, es posible que Oufkir habría presidido un Consejo de Regencia en la minoría de edad del príncipe heredero y habría regido el país en una dirección más que dudosa. Algunos comentaristas no descartan la implicación de la CIA en una conjura para sustituir una monarquía tambaleante por un régimen derechista militar, juzgado más eficaz para servir de guardián de un punto geoestratégico del máximo interés para Estados Unidos, si bien la implicación de Libia resultó más convincente en aquel entonces.

El segundo acto de este drama irrumpió al cabo de 24 horas: el 17 de agosto Palacio anunció que Oufkir había sido hallado muerto y habló de un "suicidio por honor" del general, que se habría quitado la vida por no haber podido impedir el intento de magnicidio de su rey. Pero dos días después Hasan en persona dio la vuelta a la explicación y acusó a Oufkir de ser un traidor que había intentado cometer el "crimen perfecto" contra su persona; tras comprobar su fracaso, el general se habría suicidado con su pistola en presencia de Dlimi, en Sjirat, mientras aguardaba ser recibido por Hasan para dar explicaciones por su sospechosa conducta de unas horas antes. Pero ya entonces muy pocos dudaron de lo que sucedió en realidad, y esta es la versión ampliamente aceptada hoy: que Oufkir fue arrestado e inmediatamente ejecutado, y —ya entrado en el terreno de las meras conjeturas— quizá directamente a manos de Dlimi, o incluso del propio Hasan.

De nuevo, un denso manto de silencio cayó sobre este traumático acontecimiento. Escarmentado, Hasan abolió el Ministerio de Defensa, asumió personalmente la gestión de los asuntos del Ejército y zanjó la depuración de responsabilidades con el sometimiento a juicio sumario de los militares implicados, dando como resultado numerosas y draconianas penas de cárcel, algunas decenas de condenas a muerte por fusilamiento (ejecutadas) y la absolución del grueso de los procesados. Desde entonces, el monarca se refirió repetidamente a su baraka, o el socorro que Dios dispensa a sus elegidos en la fe del Islam, como única explicación de su prácticamente milagrosa supervivencia en las sacudidas de 1971 y 1972.


5. Complejas relaciones con los países árabes y enfoque original del conflicto de Oriente Próximo

Como se apuntó arriba, el reinado de Hasan II empezó con relaciones más que problemáticas con Argelia. Con el sucesor de Ben Bella, el coronel Houari Bumedián, el monarca alauí sostuvo una ambigua relación en la que durante una década convivieron una cierta empatía personal y las suspicacias políticas, hasta que la cuestión del Sáhara les separó sin remedio en 1975.

El 15 de enero de 1969 ambos dirigentes suscribieron un acuerdo de cooperación y amistad que, al menos sobre el papel, zanjó las diferencias abiertas desde la guerra fronteriza de 1963, y la celebración en Rabat de la X Asamblea (cumbre) ordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno de la OUA del 12 al 15 de junio de 1972 brindó otro escenario para los gestos de reconciliación (el período ulterior de las relaciones argelino-marroquíes, junto con la crisis del Sáhara, se trata en el siguiente epígrafe). Dicho sea de paso que de esta cumbre Hasan salió investido presidente anual de turno de una organización panafricana con la que años después iba a terminar rompiendo.

Absolutamente tormentosas fueron las relaciones de Hasan con el coronel Muammar al-Gaddafi, aupado al poder en Libia el 1 de septiembre de 1969 en un golpe de Estado que puso fin a la monarquía del rey Idris I. Tres semanas más tarde el rey y el joven oficial golpista sostuvieron un encuentro de presentación en Rabat, con motivo de la V Cumbre de la Liga Árabe, la cual se amplió hasta el 25 de septiembre a un foro de mandatarios del orbe musulmán, preparatorio de la puesta en marcha, meses después, de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI). Desde el primer momento, Gaddafi, un panarabista republicano e islámico ardiente, se desgañitó en insultos al monarca y en llamamientos a los marroquíes para que se alzaran y le derrocaran. Se sabe que Gaddafi alentó y orquestó numerosas conspiraciones golpistas en Marruecos, aunque su implicación directa en las intentonas de 1971 y 1972 es harto discutible.

Luego de muchos años de mutuo boicot, el 30 de junio de 1983 Hasan recibió a Gaddafi en Rabat y el 13 de agosto de 1984 volvieron a encontrarse en Uxda para suscribir un, hasta hacía bien poco impensable, tratado de unión libio-marroquí, que fue refrendado en las urnas el 31 de agosto. Como tantos proyectos similares en el Magreb y el resto del mundo árabe, este proyecto de resabios panarabistas quedó en letra muerta porque ninguno de sus signatarios creía, realmente, en él. Para el taimado monarca alauí, que no tenía la menor intención de fusionarse con nadie, la anunciada unión con Libia no era sino una fórmula para remover tensiones entre dos países que se habían hostilizado durante 15 años.

El 29 de agosto de 1986 Hasan anunció la ruptura del tratado en respuesta a la furiosa reacción de Gaddafi y el presidente sirio, Hafez al-Assad, a la recepción dispensada por el rey al primer ministro israelí, Shimon Peres, el mes anterior, pero el objetivo fundamental del encuentro de Uxda en 1984, cual era el cese de los suministros de armas libios al Frente Polisario en la guerra del Sáhara, fue salvaguardado, de suerte que el reino marroquí salió fortalecido estratégicamente de esta circunstancia. En junio de 1967 Hasan resolvió enviar tropas a combatir con los egipcios en el Sinaí contra los israelíes, pero cuando atravesaba Libia este contingente expedicionario hubo de dar media vuelta porque la guerra ya había terminado, con desastrosos resultados para Egipto, Siria y Jordania.

De una manera harto singular, el monarca alauí combinó la solidaridad práctica con los países de Oriente Próximo directamente amenazados por Israel, la asunción del patrocinio de la causa palestina, una actitud posibilista ante el Estado judío y una labor conciliadora entre los estados árabes enfrentados, hasta el punto que dio la sensación de que los oficios bienintencionados el monarca los reservó para las trifulcas intergubernamentales desde Egipto hacia el este, mientras que sus vecinos inmediatos del Magreb, Argelia y Libia en particular, lo que podían esperar de él mayormente eran desplantes, zancadillas y ejercicios de maquiavelismo de aviesa intención. No casualmente, fue en la VII Cumbre de la Liga Árabe, en Rabat del 26 al 29 de octubre de 1974, donde el rey Hussein de Jordania se reconcilió con Yasser Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Prácticamente desde el comienzo de su reinado, Hasan empezó a tantear las líneas de comunicación con los gobiernos de Israel. Esta implicación moderada de Marruecos en el conflicto árabe-israelí, completamente alejada del virulento fárrago antijudío que hacía fortuna en otros estados árabes donde las llamadas a "echar a los judíos al mar" figuraban entre los instrumentos favoritos del populismo de masas, se nutría de una realidad específica del país magrebí, cual era el haber albergado siempre la más numerosa, y socialmente bien situada, comunidad judía en el mundo árabe, siendo así que algunas de las más conocidas élites israelíes de tradición sefardí tenían su antigua patria en Marruecos.

Hasan protegió a los judíos marroquíes, que siempre habían sido leales a Palacio, de eventuales actos en su contra, alentó las emigraciones voluntarias a Palestina (cosa que hicieron la mayoría, acelerando la reducción del número de marroquíes de esta comunidad: los 200.000 censados a comienzos del reinado pasaron a ser sólo 18.000 a finales de los años ochenta) y la adquisición de la ciudadanía israelí, y acogió múltiples visitas secretas de dirigentes israelíes. En 1970, cuando desde Trípoli hasta Adén se hervía de deseos de desquitarse de Israel por la humillante derrota en la guerra de los Seis Días, el rey se entrevistó en Roma con el presidente del Congreso Mundial Judío, Nahum Goldman. La tesis pionera de Hasan era que el Estado judío fundado en 1948 era una realidad que no tenía vuelta atrás y que los países árabes no tenían otro remedio que convivir con él, a ser posible de manera pacífica.

Cuando la guerra del Yom Kippur, en octubre de 1973, el rey volvió a enviar auxilio al bando árabe, una brigada de infantería de tropas de élite que combatió valerosamente en el frente sirio del Golán, pero a raíz de esta contienda, que demostró la imposibilidad de recobrar con las armas los territorios árabes arrebatados por Israel en anteriores conflagraciones, la apuesta de Hasan por el entendimiento árabe-israelí y la vía dialogada se hizo más conspicua. Ya en la primera cumbre de la Liga Árabe hospedada por Marruecos, la celebrada en Casablanca en septiembre de 1965, tercera ordinaria de la organización, el monarca sorprendió a todos los presentes con su propuesta de aceptar la solicitud israelí de ingresar en la organización. Luego, en 1969, autorizó al general Chaim Herzog, gobernador militar de la Cisjordania ocupada y futuro presidente del Estado de Israel, a efectuar una visita a Marruecos.

Tras Yom Kippur, Rabat asistió valiosamente a la diplomacia mediadora de Henry Kissinger y brindó escenarios secretos para los encuentros de egipcios e israelíes que prepararon las negociaciones formales en Ginebra sobre la separación de tropas y la retrocesión de territorios en el Sinaí, y luego, sobre la firma de un tratado de paz definitivo entre ambos países y el establecimiento de relaciones diplomáticas. Se asegura que en 1976 el mismísimo primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, disfrazado a la guisa árabe, efectuó un viaje clandestino a Marruecos para encontrarse con el rey, y está registrado que en septiembre de 1977 Hasan recibió confidencialmente también al ministro de Asuntos Exteriores, Moshe Dayan. Cuando el presidente egipcio Anwar as-Sadat realizó su histórico viaje a Jerusalén para reunirse con el primer ministro Menahem Begin, el 19 de noviembre de 1977, Hasan fue de los pocos estadistas árabes que valoraron en términos positivos el dramático evento.

El 2 de febrero de 1978 Hasan recibió a Sadat, que se estaba convirtiendo por momentos en un apestado en el mundo árabe, en una escala técnica en Rabat, y cuando el 17 de septiembre de ese año Sadat y Begin adoptaron los acuerdos de Camp David, el monarca marroquí rehusó condenarlos, a diferencia de los otros dos líderes árabes moderados de relieve, los reyes Hussein de Jordania y Khalid de Arabia Saudí. Sólo Hasan y el presidente sudanés, Jafar an-Numeiry, se descolgaron de la catilinaria general contra El Cairo. Ahora bien, a raíz de la adopción por Egipto e Israel, el 26 de marzo de 1979, de un tratado de paz que dejaba en el vado la autodeterminación de los palestinos e intacta la ocupación de Jerusalén oriental, Hasan si se unió al coro de censuras de la Liga Árabe, que en una cumbre celebrada con toda urgencia en Bagdad cinco días más tarde resolvió castigar a Sadat con la suspensión de Egipto en la organización y la ruptura de las relaciones diplomáticas de todos los estados miembros.

Los posicionamientos de Hasan frente a Israel habrían podido acarrear el ostracismo a cualquier otro dirigente árabe, pero él gozaba de una rara respetabilidad porque respaldaba sin ambages la creación del Estado palestino y porque suya fue la iniciativa de crear el Comité Al Qods (tal es el nombre en árabe de la Ciudad Santa), que fue aprobado por los ministros de la OCI en la ciudad saudí de Jeddah en julio de 1975 y que tenía como objetivo preservar el carácter árabe y musulmán de Jerusalén. En 1979 la OCI otorgó a Hasan la presidencia del Comité Al Qods, que ostentó hasta su muerte.

En 1982 Hasan elaboró un plan de paz para Oriente Próximo basado en el plan de ocho puntos presentado en octubre de 1981 por el rey Fahd de Arabia Saudí, el cual fracasó en obtener la aprobación de la Liga Árabe en su XII Cumbre, presidida por el monarca alauí en Fez el 25 de noviembre de aquel año. Resuelto a que la cumbre de Fez diera frutos, Hasan convocó a los mandatarios árabes a una segunda sesión que se celebró del 6 al 9 de septiembre de 1982 en el mismo escenario, y allí, con las solas ausencias de Egipto y Libia, su propuesta salió adelante.

El denominado Plan de Fez, también de ocho puntos, demandaba la evacuación militar por Israel de todos los territorios árabes ocupados en 1967, incluyendo Jerusalén, y el desmantelamiento de las colonias judías establecidas en dichos territorios, preconizaba la creación por los palestinos de un Estado independiente en Cisjordania y Gaza con capital en Jerusalén, en ejercicio de sus "imprescriptibles e inalienables derechos nacionales", y reafirmaba a la OLP como el "único y legítimo representante del pueblo palestino".

El controvertido punto siete del Plan Fahd, que reconocía implícitamente al Estado de Israel, en opinión de los países árabes radicales, quedó aligerado de carga interpretativa con la mención ahora de las necesidades de paz de "todos los estados de la región". De todas maneras, el documento de Fez nació muerto, pues ni israelíes ni estadounidenses se dignaron a tomarlo como base de discusión. Con todo, Hasan no cejó en su línea de indagar cauces de entendimiento con Israel. La XIII Cumbre de la Liga Árabe, del 7 al 9 de agosto de 1985, volvió a tener al rey como anfitrión, en Casablanca, pero no se llegaron a decisiones significativas en ausencia de Argelia, Libia, Siria, Líbano y Yemen del Sur, que boicotearon la reunión.

El acto más audaz de esta estrategia de Hasan fueron las entrevistas que mantuvo con Shimon Peres, ahora primer ministro, en el Palacio Real de Ifrán el 22 y el 23 de julio de 1986, que desataron una tormenta en el contexto árabe, ya que desde el escandaloso envite egipcio ningún mandatario árabe se había atrevido (al menos públicamente) a estrechar la mano a un israelí. El caso es que Peres ya había viajado en secreto a Marruecos en 1978 y 1979 y 1981, entonces como jefe de la oposición laborista al Gobierno de Begin. Las entrevistas de Ifrán, calificadas de "exploratorias" por sus protagonistas, volvieron a constatar las diferencias insolubles sobre cuestiones fundamentales como el Estado palestino o el estatus de Jerusalén, pero mostraron al mundo que el diálogo civilizado entre árabes e israelíes no era imposible.

Hasan hubo de pagar un precio exterior bastante elevado por esta apuesta personal, que hasta años después no se iba a apreciar como un gesto precursor. El mismo 22 de julio, tan pronto como se enteraron de que Hasan había despachado con Peres, los gobiernos de Siria y Libia emitieron un durísimo comunicado conjunto de condena; Damasco rompió las relaciones diplomáticas y Gaddafi llamó "traidor" al rey por no haberle informado de esa visita. El castigo de Hasan a las destemplanzas del coronel libio, consistió, como se apuntó arriba, en la abrogación del Tratado de Uxda, si bien el 27 de julio, para aplacar el coro de críticas, el rey optó por dimitir como presidente de turno de la Liga Árabe.

Estos acontecimientos produjeron la sensación de cierto aislamiento de Marruecos en el mundo árabe, pero esto duró poco. El 11 de noviembre de 1987 la Liga Árabe, reunida en Ammán, autorizó a los estados miembros la reanudación de las relaciones diplomáticas con Egipto y Rabat sólo aguardó tres días para adoptar este paso. El 16 de mayo de 1988, culminando un período de acercamiento, las relaciones con Argelia fueron restablecidas y el 9 de enero de 1989 se hizo lo propio con Siria. En estas condiciones, Marruecos volvió a ser el escenario ideal para una cumbre de la Liga Árabe, la XVI, en Casablanca del 23 al 26 de mayo de 1989, que se saldó con un apoyo unánime a la nueva estrategia pacifista de la OLP y la demanda de la convocatoria de una conferencia internacional de paz para Oriente Próximo.


6. De la Marcha Verde a la guerra en el Sáhara

A lo largo de 1973 y 1974 prosiguieron los procesos antisubversivos y las sentencias de muerte como epílogos de los sucesos de 1971 y 1972. La situación social y económica, sumida en una indigencia endémica, no producía mayores satisfacciones al marroquí de a pie. El ambiente continuaba, por tanto, bastante enrarecido, y Hasan pulsó un mecanismo de diversión de las preocupaciones cotidianas que resultaba infalible: el nacionalismo.

Por un lado, el monarca decretó una serie de nacionalizaciones parciales en los sectores productivos que afectaron a varias empresas francesas y españolas que gozaban de derechos de explotación. El 31 de marzo de 1973 Hasan anunció la "marroquinización" de las últimas propiedades agrícolas y factorías en manos de los colonos franceses, aunque en el caso de las tierras las expropiaciones, en lugar de revertir a las tribus, los legítimos propietarios en origen, beneficiaron a los terratenientes nacionales, de los que, dicho sea de paso, el propio rey era el primero del país. Al igual también que el primer empresario privado del país, ya que el principal holding marroquí, Omnium Nord Africain (ONA), funcionaba como una entidad que gestionaba los muy diversificados intereses e inversiones de Palacio, especialmente en la minería.

Sin embargo, Hasan hizo su apuesta más fuerte en el Sáhara Occidental, extenso territorio en la frontera sur, colonizado y administrado por España desde 1884, largamente reclamado por Marruecos y Mauritania y para el que la Asamblea General de la ONU estaba reclamando un proceso de descolonización desde 1965. En 1974 Rabat solicitó al Tribunal Internacional de Justicia de la Haya un dictamen consultivo acerca de sus derechos de soberanía sobre este territorio desértico pero rico en fosfatos y hierro, amén de contar sus costas con opulentos caladeros de pesca.

Mientras tanto, Madrid se disponía a culminar la descolonización con la elaboración de un censo de población entre las tribus autóctonas (de etnicidad mixta árabe-bereber y con claras especificidades culturales) como paso previo para la celebración de un referéndum de autodeterminación. Al margen de estas evoluciones decididas por gobiernos foráneos, entre la población local la fracción radical del movimiento independentista constituyó el 10 de mayo de 1973 el Frente Polisario (Frente Popular para la Liberación de Saguia El Hamra y Río de Oro) y, armado por Argelia y Libia, emprendió la lucha armada contra los españoles.

El 16 de octubre de 1975 el Tribunal de La Haya falló que de los vínculos jurídicos de vasallaje de algunas tribus saharauis con el sultán de Marruecos en el pasado no se derivaba ningún derecho de soberanía sobre el territorio por el actual Estado marroquí (tampoco por Mauritania); sin embargo, Hasan interpretó que la mera constatación de esos vínculos jurídicos daba pie a un veredicto favorable a sus reclamaciones, tal que ese mismo día anunció ante los medios de comunicación la convocatoria de una gigantesca marcha de 350.000 civiles marroquíes sobre el Sáhara, todavía bajo control militar español, en un envite inopinado que constituía un desafío frontal a la autoridad de la ONU y una arriesgadísima maniobra de instrumentación interna que si salía bien le iba a conferir el mayor caudal de adhesión popular desde su ascenso al trono, pero que si salía mal podría costarle éste.

Con la aquiescencia de Estados Unidos, que no quería saber nada de una república nacionalista cliente de Argelia y Libia en la retaguardia de Marruecos, Hasan dio el pistoletazo de salida a la llamada Marcha Verde el 6 de noviembre; la muchedumbre de civiles, con abundancia de mujeres y niños, cruzó la frontera y avanzó hasta los muros defensivos del Ejército español blandiendo banderas verdes del Islam, ejemplares del Corán, enseñas nacionales marroquíes y retratos del rey. Con el dictador español Francisco Franco —a quien Hasan había visitado en 1963, 1969 y 1971— agonizante y el país sumido en un tenso vacío de poder, Hasan jugó muy hábilmente sus fichas y consiguió la claudicación de Madrid.

El 14 de noviembre la capital española fue el escenario de la firma de los Acuerdos Tripartitos hispano-mauritano-marroquíes, que establecieron la evacuación de los militares españoles y la entrega del territorio a los dos estados africanos a espaldas del pueblo saharaui. El 18 de noviembre las Cortes españolas convalidaron los Acuerdos de Madrid con la aprobación de una Ley de Descolonización del Sáhara Occidental redactada sobre la marcha. Para entonces, la extraña invasión marroquí (varios miles de efectivos militares penetraron al abrigo de la masa de civiles) de los dos tercios septentrionales del territorio era un hecho consumado.

Tal como Hasan había supuesto, la Marcha Verde desató una ola de nacionalismo en todo Marruecos sin parangón desde la independencia que de entrada canceló el antagonismo visceral entre Palacio y los partidos de oposición, los cuales, haciendo borrón y cuenta nueva de muchos años de atropellos del poder, se integraron con entusiasmo en el sistema político hasaniano, sometiéndose a las reglas del juego pseudodemocrático y conformando lo que vino en denominarse una "unión sagrada para la recuperación de las provincias saharianas".

El rey, incluso, se permitió jugar el papel de la moderación cuando la UNFP, que pasó a llamarse Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), bajo el liderazgo de Abderrahin Bouabid y Abderrahman El Youssoufi y el Istiqlal de M'Hammed Boucetta demandaron a Palacio que entregara armas a los marchistas para enfrentarse a los españoles en el caso de que estos repelieran la invasión. El sometimiento de estos partidos permitió a Hasan descargar toda su furia represora sobre los "frentistas" o marxistas resueltamente hostiles a Palacio, que fueron definitivamente barridos de la escena política y encerrados en las prisiones.

Años más tarde Hasan reconoció que la Marcha Verde había sido un "chantaje horrible" contra España, pero un "chantaje lícito". Las repercusiones internacionales de este suceso, que empezaron con la condena expresa de la ONU, pudieron haber sido realmente graves para Rabat de no haber mediado la anuencia tácita de Estados Unidos y de Francia. Por lo que se refiere a las relaciones con la antigua metrópoli, la visita que realizó el rey al presidente Georges Pompidou en julio de 1972 supuso el final de la cuarentena diplomática impuesta por de Gaulle, y dos años después, la llegada al palacio del Elíseo de Valéry Giscard d'Estaing dio paso a una verdadera luna de miel entre París y Rabat.

Lo que le aparejó a Marruecos su anexión del Sáhara fue la respuesta armada del Polisario, que el 27 de febrero de 1976, un día después de ser evacuado el último militar español y de terminar oficialmente la administración española, proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y se lanzó a una guerra de liberación nacional. Al punto, el Ejército de tierra y las Fuerzas Aéreas marroquíes desataron una ofensiva en toda regla. Por si fuera poco, Bumedián montó en cólera y movilizó el Ejército argelino en la frontera del sudoeste, por donde empezó a suministrar armas a los rebeldes saharahuis, creándose entre los dos países una situación prebélica cuyo punto álgido fue el reconocimiento por Argel de la RASD y la ruptura de relaciones diplomáticas con Rabat el 7 de marzo de 1976.

La enemistad beligerante con los argelinos se prolongó durante doce años y la guerra con el Polisario durante quince. En todo este tiempo, las Fuerzas Armadas Reales retuvieron el control efectivo de la mayoría del territorio, inclusive las áreas costeras y los principales núcleos de población, pero pagaron un oneroso precio en bajas y pertrechos destruidos por el Polisario, cuyas vías de suministros de armas y combatientes Rabat, con éxito creciente, intentó yugular levantando sucesivos muros de contención paralelos a las fronteras con Argelia y Mauritania.

Precisamente, la firma el 6 de agosto de 1979 por el nuevo Gobierno castrense de Nouakchott, agobiado por la sucesión de debacles militares, de un acuerdo de paz con el Polisario que puso fin a las reclamaciones territoriales de este país empujo a Hasan a ocupar y anexionar con total celeridad la parte mauritana, Tiris El Gharbia (Río de Oro), en lo sucesivo llamada Oued Eddahab. Hasan rompió relaciones diplomáticas con Mauritania el 17 de marzo de 1981 coincidiendo con las sospechas del entonces presidente militar Mohamed Khouna Ould Haidalla, de la implicación de Rabat en un intento golpista en su contra. Tres meses después, en la cumbre de la OUA en Nairobi, el monarca sorprendió con su anuncio de que aceptaba el principio del referéndum para el Sáhara, pero las perspectivas de paz y de una salida pactada del conflicto no iban a cobrar fuerza hasta una década después.


7. Nuevas contestaciones internas y apuntalamiento en el trono

Hasan convocó a elecciones generales el 3 de junio de 1977 dispuesto a rentabilizar institucionalmente la salvaguardia de la marroquinidad del Sáhara. Sin sorpresas, la suma de los escaños de los partidos monárquicos y de los diputados electos con la etiqueta de "independientes" otorgó una confortable mayoría absoluta a Palacio. La "unión sagrada" fue trasladada al Gobierno, presidido desde noviembre de 1972 por Ahmed Osman, a la sazón cuñado de Hasan, con la aceptación de carteras ministeriales por el Istiqlal y la USFP, que habían logrado 61 escaños entre los dos. Así, Boucetta fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores y Bouabid ministro de Estado.

Sin embargo, a lo largo de 1980 se abatió una coyuntura económica muy negativa en un país que ya se sostenía sobre estructuras sociales y económicas profundamente desequilibradas; llovía sobre mojado, y Hasan se encontró con una de las más graves crisis de su reinado. La indigencia del gasto social, la aceleración del éxodo campesino a las ciudades para dejar atrás las miserables condiciones del agro, el encarecimiento del petróleo, el derrumbe de la cotización internacional del fosfato —principal producto de exportación— y el dramático incremento de los precios de los productos de primera necesidad como parte de un plan de austeridad negociado con el FMI para estabilizar los preocupantes desequilibrios financieros —la guerra del Sáhara absorbía la parte principal del presupuesto—, fueron otros tantos factores que espolearon la celebración de una huelga general por los sindicatos el 20 de junio de 1981.

Aquel día las protestas mutaron en un estallido social en Casablanca que el rey mandó reprimir sin reparar en violencias. La represión indiscriminada de policías y soldados se saldó con varios centenares de muertos, quizá hasta un millar, y con miles de detenidos, y los sindicatos y la misma USFP sufrieron una ola de interdicciones a modo de represalia. Aunque no se detuvo ahí la ira de Hasan por este seria perturbación que puso en tela de juicio la pregonada estabilidad de su reino y que volvió a sugerir que su talento para anticiparse o predecir las conmociones internas era bastante falible: en agosto clausuró el Majlis an-Nuwab o Asamblea de Representantes, asumió plenos poderes e inauguró otro período de dictadura directa.

A diferencia del estallido de 1965, en que tomó directamente las riendas del Gobierno, Hasan mantuvo en su puesto al primer ministro desde marzo de 1979, Maâti Bouabid (sin relación con el socialista Abderrahim Bouabid). Transcurridos algo menos de dos años, Hasan emprendió el retorno a la normalidad constitucional. El 10 de junio de 1983 se celebraron unas elecciones comunales, las quintas desde la independencia, que fueron ganadas por la Unión Constitucional (UC), formación dúctil a los intereses de Palacio y creada tan sólo unas semanas atrás por Maâti Bouabid, y el 30 de noviembre siguiente otro servidor incondicional del rey, Mohammed Karim Lamrani, formó un gobierno de coalición capaz de sacar adelante el traumático programa de ajuste del FMI, que retuvo al Istiqlal y recuperó a la USFP.

Finalmente, el 14 de septiembre de 1984 tuvieron lugar elecciones legislativas. Los socialistas, según el peculiar sistema de comicios formalmente democráticos pero con el resultado más o menos predeterminado por Palacio, fueron premiados con un sensible avance de escaños que les permitió superar por primera vez a sus rivales del Istiqlal. Con todo, tres fuerzas teleguiadas por el rey, la UC de Bouabid, el MP de Aherdane y la Reagrupación Nacional de Independientes (RNI) de Osman, totalizaron la mayoría absoluta.

Antes de estas elecciones generales, que no tuvieron otra virtud que restablecer un poder legislativo con fachada representativa, Hasan volvió a encajar, en enero, una marejada de disturbios populares no menos graves que los de 1981. Estas protestas tuvieron una dimensión nacional y se saldaron con varios centenares de muertos en ciudades como Nador, Mequinez, Rabat, Tetuán y Marrakech. El motivo de la enésima demostración de desesperación popular fue el mismo que en el pasado: las draconianas alzas de precios de alimentos y tarifas de servicios por la supresión de subvenciones, sobre un fondo de pobreza galopante, de inmovilidad salarial que ya duraba más de una década y de deuda externa asfixiante para el desarrollo económico. Como en las ocasiones anteriores, Hasan no olvidó dispensar pequeñas retractaciones de decisiones ya tomadas y promesas de mejoras para apaciguar y distender.

También por esta época se produjo un turbio suceso que recordó poderosamente el destino de Oufkir. El 25 de enero de 1983 el país se encontró con la noticia de que Ahmed Dlimi, ya ascendido a general, había perecido en un accidente de tráfico justo después de haber sido recibido por Hasan. Hasta aquí, la versión oficial. En realidad, Dlimi fue ejecutado sin miramientos luego de descubrirse que tenía entre manos un complot golpista. La prensa internacional especuló entonces con que Dlimi se había convertido en un segundo Oufkir, acumulando un enorme poder al frente de la Seguridad Nacional, los servicios de inteligencia militar y el expediente bélico en el Sáhara. Se le tenía por la mano derecha del rey, pero parece que éste resolvió eliminarle en cuanto sus confidentes le advirtieron que estaba conspirando y que mantenía contactos secretos con Argelia.

8. Un aperturismo pautado con pretensiones de transición democrática

Hasan II nunca superó su desdén por los hábitos democráticos a la occidental y su sentido arcaico del ejercicio del poder, pero sus habilidades políticas y una visión precisa y rigurosa de su papel estatal le permitieron, sobre todo en la recta final de su reinado, enmascarar ese poder absoluto tras las formas de unas instituciones para cuya legitimación involucró a partidos y súbditos, a pesar de tanto exceso represivo. Con una franqueza no exenta de cinismo, el monarca alauí no tuvo reparos en reclamar su derecho a poseer su "jardín secreto" como "todo jefe de Estado", en velada alusión a los capítulos más tenebrosos del régimen.

Ante el periodista francés Eric Laurent, que en 1993 publicó el libro de entrevistas Hassan II, la mémoire d'un Roi, rechazó que su sistema fuera absolutista, ya que "no podía evitar ser amado por el pueblo hasta los límites del sacrificio". Con rotundidad, apostilló: "mi pueblo nunca me ha negado nada porque sabe que yo nunca le niego nada". En opinión de Laurent, Hasan tenía un dominio del arte de la dialéctica tal que permitía rebatir la lógica de los argumentos de aquellos que se atrevían a enfrentársele.

Otro autor galo, Gilles Perrault, hace un retrato radicalmente negativo de Hasan en su controvertido libro Notre ami le roi, editado en 1990 por Gallimard. En este reportaje cronológico del sistema hasaniano tan minucioso como demoledor, el monarca alauí es presentado como un hombre sofisticado, amante del lujo y el dinero, coleccionista ávido de obras de arte, automóviles de lujo o caballos purasangre. Pero también como un tirano sin escrúpulos, incluso con tendencias sádicas. Como cabía esperar, los intendentes del Palacio Real de Rabat montaron en cólera, bramaron contra la "injerencia" de ciertos periodistas galos y alimentaron un sonado escándalo editorial y diplomático que repercutió gravemente en las relaciones franco-marroquíes, ya sometidas a diversos grados de tensión y desconfianza desde la victoria electoral de los socialistas de François Mitterrand en 1981.

1990 fue un año en que Hasan hubo de hacer un especial encaje de bolillos para atemperar las tensiones sociales y esquivar las presiones exteriores, cada vez más mediatizadas por la cuestión de los Derechos Humanos. El 9 de mayo instituyó un poco convincente Consejo Consultivo Real sobre aquella materia y poco después hubo de lidiar con la crisis regional e internacional de la invasión irakí de Kuwait, el 2 de agosto. El rey fue uno de los dirigentes árabes que llevó la voz cantante en el rechazo y condena a la agresión del régimen de Saddam Hussein contra otro estado árabe, y tropas marroquíes se unieron a los más nutridos contingentes egipcio y sirio para integrar una fuerza panárabe de 52.000 hombres que fue desplegada para la defensa de Arabia Saudí y que de hecho formó parte de la coalición militar internacional liderada por Estados Unidos.

El 14 diciembre, con la tensión por la crisis del Golfo al alza, Marruecos conoció una huelga general convocada por la Unión General de Trabajadores Marroquíes (UGTM) y la Confederación Democrática del Trabajo (CDT) como protesta por las recientes medidas de austeridad que el Gobierno se había obligado a aplicar ante el agravamiento de los déficits en el presupuesto y en la balanza de pagos. De nuevo, a Hasan no le tembló la mano para abortar lo que le parecía un peligroso desafío a su autoridad, y las fuerzas del orden mataron a unos 30 manifestantes en Fez, Tánger, Kenitra, Mequinez, Nador y Rabat.

No se acababan de retirar los cadáveres de los huelguistas cuando los sindicatos volvieron a la carga con la convocatoria de otra huelga general, aunque esta vez para condenar la "invasión imperialista" de Irak y en solidaridad con el país árabe, en el inicio de la Operación Tormenta del Desierto de Estados Unidos y sus aliados para echar a Saddam de Kuwait. Los convocantes salieron a la palestra para censurar también la partida de 1.800 soldados marroquíes a Arabia Saudí, pero en este momento Hasan, en uno de los malabarismos políticos más sorprendentes de su dilatada ejecutoria, emitió su respaldo total a la huelga y sentenció: "nuestros corazones están con los irakíes, aunque nuestra visión sobre lo que está pasando es opuesta a ellos". Poniéndose a la cabeza de la gigantesca manifestación del 3 de febrero a través de sus servidores y colaboradores políticos, el monarca cooptó la movilización popular y neutralizó hábilmente una cólera de la calle que bien habría podido dar lugar a desbordamientos contra Palacio.

Superado sin mayores contratiempos este trance de la crisis y guerra del Golfo, Hasan emprendió un pausado y celosamente controlado proceso de liberalización que, años después se vio con más claridad, perseguía legar a su hijo el príncipe heredero un estado de sosiego social y de aperturismo político sin precedentes desde la independencia. La primera fase de este proceso la marcó una sucesión de indultos regios, escaparates favoritos de la magnanimidad de un monarca de quien se ha dicho que en los últimos años de su vida suavizó su carácter y manejó con mayor tolerancia los asuntos de Estado.

Así, el 2 de marzo de 1991, con motivo del 35º aniversario de la independencia, Hasan prometió la celebración de elecciones democráticas y amnistió a más de 2.000 prisioneros y represaliados, entre ellos la viuda y los hijos de Oufkir, que habían sufrido en sus carnes el incomprensible rencor real con 19 años de incomunicación y privaciones, en los primeros tiempos francamente inhumanas. El 12 de junio Hasan dictó una amnistía para todos los presos saharauis en cárceles marroquíes y exiliados en los campos argelinos de Tindouf, como prolegómeno de la aplicación del Plan de Paz para el Sáhara elaborado por el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar.

Aceptado poco menos que a regañadientes por Rabat, el Plan contemplaba la celebración en enero de 1992 del referéndum de autodeterminación con el último censo de población disponible, el elaborado por los españoles en 1974, que otorgaba un cuerpo electoral de 75.000 personas, si bien el Gobierno marroquí dejó claro que esa lista debía ser modificada sustancialmente para incluir a nada menos que 120.000 presuntos autóctonos saharauis, cuyo voto en favor de la soberanía marroquí del territorio se daba por hecho. La porfía por la revisión del censo y la identificación de los electores no conflictivos iba a envenenar todo el proceso hasta el final del reinado de Hasan y a postergar una y otra vez un referéndum que el rey, más bien, según se desprendía de su actitud obstruccionista, deseaba malograr definitivamente.

Eso sí, los observadores de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO) comenzaron a desplegarse el 6 de septiembre de 1991 simultáneamente a la entrada en vigor de un alto el fuego general entre las Fuerzas Armadas Reales y el Polisario. La organización independentista venía manteniendo un alto el fuego unilateral desde el año anterior, pero los embates provocadores de los marroquíes se habían sucedido hasta la víspera, tal que en los últimos días de agosto la aviación había realizado intensos bombardeos contra Tifariti y la red de pozos de agua que servía a la población civil, provocando una estampida de desplazados.

El 13 septiembre de este 1991, declarado por Palacio "año de los Derechos Humanos en Marruecos", se produjo la excarcelación del preso de conciencia más célebre del Reino, Abraham Serfaty, veterano frentista marxista que desde 1974 venía penando (con una condena a cadena perpetua a partir de 1977) por el crimen nefando de defender el derecho a la autodeterminación de los saharauis; y es que, como el propio monarca se encargó de puntualizar, el límite a los Derechos Humanos en Marruecos estaba en el Sáhara: quien pusiera en cuestión la marroquinidad del territorio, perdía automáticamente todo derecho.

Días después de la liberación de Serfaty, quien, de todas maneras, vio negada su condición de ciudadano marroquí y fue automáticamente expulsado del país, se conoció el traslado de los 28 supervivientes de entre los oficiales y suboficiales condenados por el golpe de 1971 del infame y fantasmal penal de Tazmamart, verdadero pudridero de los represaliados del régimen cuya existencia el monarca se había empecinado en negar hasta la víspera. Ahora, la tenebrosa instalación carcelaria fue reconocida implícitamente por la sencilla razón de que fue demolida, como queriendo arrancar las páginas más negras del reinado hasaniano sin dar ninguna explicación. De todas maneras, la desaparición de Tazmamart supuso el indicio más persuasivo de que algunas cosas estaban empezando a cambiar en Marruecos.

Por lo que se refiere a la religión, era opinión compartida en Europa que el monopolio inteligente y moderado que Hasan hizo del Islam fue la mejor barrera contra el proselitismo de los fundamentalistas locales. Una constante de su reinado, con más nitidez en estos últimos años, paralelamente a la apertura política, fue su preocupación por controlar el Islam, mediante la vigilancia del discurso de los ulema o doctores de la fe, la regulación del estatus de los imanes u oficiantes en las mezquitas, y la tutela de los centros de formación coránica. También se hizo notar su interés en potenciar el Islam popular de las cofradías y morabitos para neutralizar las corrientes politizadas.

El 20 de agosto de 1993 Hasan inauguró la gran mezquita de Casablanca, polémica construcción que lleva su nombre y que sirvió tanto a estos fines propios del Comendador de los Creyentes, como a un deseo, característico de muchos autócratas contemporáneos, de dejar para la posteridad un descomunal monumento o construcción asociado a su persona. Año y medio después, el 3 de marzo de 1995, en un discurso con motivo del 34º aniversario de su entronización, el rey calificó a los integristas islámicos de "escuela de odio, fosilizada e intolerante", y subrayó que esa imagen "no guardaba relación con los valores del Corán".


9. Las mudanzas constitucionales y electorales en la década postrera

El 1 de diciembre de 1989 un referéndum aprobó con el 99,9% de síes la decisión del rey de ampliar en dos años la legislatura de la Cámara de Representantes, con el pretexto de que antes debía precisarse el padrón electoral de la población saharaui y celebrarse la consulta allí sobre el estatus del territorio. Se llegó, pues, al año constituyente de 1992, con una sensación ambivalente entre la población, que ansiaba nuevos aires políticos y, sobre todo, económicos, dejando atrás una década de doloroso ajuste estructural.

Y es que si los indicadores económicos empezaban a mejorar y los grandes desequilibrios financieros presentaban la traza de, al menos, suavizarse, el dogal de la deuda externa continuaba lastrando las posibilidades del desarrollo, la riqueza nacional seguía escandalosamente concentrada en unas pocas manos, los salarios permanecían miserables y el desempleo y el subempleo muy elevados; en definitiva, persistían las espoletas de la bomba social, siempre latente.

El 4 de septiembre de 1992 Hasan sometió a referéndum la tercera revisión constitucional desde 1962. Socialistas y nacionalistas llamaron al "boicot pasivo", pero no se atrevieron a hacer campaña por el no. El Gobierno de Lamrani (nombrado el 11 de agosto en su tercera ejecutoria) notificó los resultados, tan caros a Palacio y tan imposibles de creer fuera de él: con una participación del 97,5%, el 99,9% de los votantes respondió afirmativamente. Considerando el boicot, semejantes cifras dieron pábulo a la prensa de la oposición para descalificar la consulta como un "auténtico fraude". En opinión de la USFP y el Istiqlal, bien habría podido ahorrarse Hasan una reforma constitucional que no ofrecía ningún nuevo resquicio a la soberanía popular o la desconcentración de poderes.

En el articulado, el rey era definido como persona "inviolable y sagrada", "máximo representante de la nación y símbolo de su unidad", "garante de la perennidad y la continuidad del Estado", "garante de la independencia nacional y de la integridad territorial del reino en sus fronteras auténticas", amén de "velador por el respeto al Islam y la Constitución" y "protector de los derechos y libertades de los ciudadanos".

No se recogía expresamente en la Constitución, pero seguía intocada la directa jurisdicción real sobre los denominados "ministerios de soberanía", a saber, los de Interior, Asuntos Exteriores, Justicia y Asuntos Religiosos, cuyos titulares escogía el monarca y no el primer ministro. La Defensa era otra área de competencia real y la gestionaba personalmente el rey a través de un delegado en el Gobierno. En resumidas cuentas, Hasan quedaba investido como monarca constitucional y gobernante, pero, he aquí la flagrante anormalidad democrática, no era políticamente responsable ante su pueblo representado por la Asamblea.

El siguiente paso de esta dudosa transición a transformaciones de fondo en el sistema político marroquí fue la celebración de elecciones municipales, las sextas desde la independencia, el 16 de octubre, que se desarrollaron con las flagrantes irregularidades de siempre y que dieron la mayoría a la nueva coalición conservadora pro Palacio, la Entente Nacional o Wifaq, formada por la RNI de Osman, la UC de Bouabid, el MP de Mohand Laenser y dos escisiones de las dos primeras formaciones, respectivamente el Partido Nacional Democrático (PND) de Mohammed Arsalan El Jadidi y el berberista Movimiento Nacional Popular (MNP) de Mahjoubi Aherdan.

Las legislativas, tras un receso de nueve años, tuvieron lugar el 26 de junio de 1993 y presentaron unos resultados más agrios que dulces para los partidos de la oposición por las paradojas del sistema hasaniano. Resulta que en la votación directa para elegir 222 de los 333 representantes de la Asamblea, la USFP y el Istiqlal, con 48 y 43 actas, respectivamente, captaron más preferencias en las urnas que cualquiera de los partidos de la Wifaq, pero considerados como Bloque Democrático o Koutla (Unidad), fueron superados por aquellos al sumar 116 sus diputados. Con todo, la alteración de la correlación de fuerzas era notable, ya que en la legislatura saliente los escaños directos sumados por la Wifaq, 125, más que duplicaban los de la Koutla, además de que las listas conjuntas de esta última barrieron en las circunscripciones urbanas de Rabat, Marrakech, Casablanca, Fez y Tánger.

El 17 de septiembre se realizó la elección indirecta para cubrir el tercio restante de la Asamblea, 111 representantes designados por los colegios profesionales, los sindicatos, las universidades y los ayuntamientos, a partir de unos 20.000 candidatos. Puesto que, en realidad, tal elección no era sino un nombramiento real, el proceso permitió a Hasan corregir el veredicto popular de junio y rematar una Asamblea a su gusto: de los 111 escaños en juego, 79 fueron a parar a la Wifaq, por lo que ahora ésta pasó a contar con 195 representantes y una holgada mayoría absoluta, si bien para entonces andaba distanciado del bloque gubernamental el partido de Osman.

La Koutla sólo escaló hasta los 120 diputados (123, si se sumaban los tres colocados por el sindicato afín Unión Marroquí del Trabajo, UMT), y vio convertida su victoria moral de junio en agua de borrajas. El único consuelo que le quedó al partido socialista de Youssoufi fue la conservación, con 56 diputados, del registro de primer grupo de la Asamblea, una decisión de Palacio que respondió a su costumbre de reordenar los equilibrios de fuerzas sin excesivos beneficiados ni excesivos penalizados. El 25 de mayo de 1994 Hasan nombró primer ministro a su ministro de Exteriores y consuegro, Abdellatif Filali, quien formó un gobierno de técnicos y apartidistas considerado de continuidad y carente de "credibilidad democrática" para la oposición.

Al cabo de tres años Hasan, sintiendo quizá cercana la hora del relevo por su hijo, decidió otra revisión constitucional que, esta vez sí, suponía una reforma de calado en un sentido democrático. La novedad principal atañía a los mecanismos de representación popular, con la instauración de un sistema bicameral consistente en una Cámara de Representantes de 325 miembros elegidos cada cinco años y una Asamblea de Consejeros o Majlis al-Mustasharin, a modo de Cámara alta senatorial, de 270 miembros renovados cada nueve años; los consejeros eran de elección indirecta, pero la totalidad de los representantes, por primera vez, quedaba sometida al sufragio directo y universal.

El rey consiguió para su proyecto un respaldo prácticamente unánime de los partidos y el electorado lo refrendó el 13 de septiembre de 1996 con el 99,5% de votos favorables y una participación del 82,9%, de acuerdo con las cifras facilitadas por el ministro del Interior desde 1979, Driss Basri. Eminencia gris del régimen hasaniano y bestia negra de la oposición, Basri era una personalidad abiertamente conservadora y autoritaria, que fungía como el factótum del rey en todo lo relacionado con la territorialidad del Reino, ya fuera el orden público, la administración provincial o el expediente del Sáhara.

En marzo de 1997, siguiendo las consignas de Hasan, los partidos de la Wifaq y la Koutla firmaron un "pacto de limpieza y buena conducta" destinado a poner fin definitivamente a los fraudes e irregularidades en los procesos electorales. Con este instrumento se celebraron ese año comicios municipales, el 13 de junio, y legislativos, el 14 de noviembre, éstos llamados a ser "los más limpios y representativos" en la historia del electoralismo marroquí. Significativamente, la Koutla se apuntó un notable éxito con el 34,3% de los votos y 102 representantes, seguido por la Wifaq (reducida a la UC, el MP y el PND en esta edición) con el 24,7% y 100, y el nuevo grupo centrista independiente (RNI, MNP y el bereber Movimiento Democrático Social, MDS) con el 27,4% y 97.

El Movimiento Popular Constitucional y Democrático (MPCD) de Abdelkrim El Khatib, un lábil partido fundado en 1967, del que recientemente se habían adueñado un grupo de islamistas reconducidos por Palacio a su redil y que en octubre de 1998 iba a tomar el nombre de Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), quedó marginado del nuevo curso parlamentario con nueve escaños. Claro que Hasan mostraba menos contemplaciones frente a la organización islamista con más predicamento social, Justicia y Caridad, cuyo jefe, el jeque Abdessalan Yassin, estaba bajo arresto domiciliario desde 1989 y sus cuadros bajo severa interdicción.

Las elecciones generales de 1997 respondieron a esa "alternancia" proclamada y diseñada por el rey y, en una mudanza gubernamental insólita en un país árabe (mudanza, desde luego, poderosamente matizada en este país en el que el rey reina y, además, gobierna), la principal fuerza de oposición, la USFP, fue llamada a tomar las riendas del Ejecutivo. El 4 de febrero de 1998 Hasan nombró a Youssoufi primer ministro de un gobierno de coalición que al final involucró a siete partidos y el 3 de marzo, con motivo del 37º aniversario de la subida al trono, le delimitó las tareas que debía acometer, cuales eran la reactivación económica (1997 terminó con una recesión del 2% del PIB), la captación de más inversión empresarial extranjera, la continuación de la redistribución de recursos en el ámbito social y vigorosas reformas en la administración y la justicia.


10. Inspirador de la Unión del Magreb Árabe con una activa agenda diplomática

El gendarme de los intereses occidentales en una de las orillas con más valor estratégico del continente nunca fue un africanista. Amigo y aliado práctico (mediante el envío de armas, soldados de combate y guardias de escolta) de sátrapas clientelistas de Francia y Estados Unidos como el zaireño Mobutu Sese Seko, el gabonés Omar Bongo, el togolés Gnassingbé Eyadéma o el ecuatoguineano Teodoro Obiang Nguema, Hasan no vaciló en retirar a su país de la OUA el 12 de noviembre de 1984, durante la XX Cumbre de la organización, en Addis Abeba, como contundente respuesta a la presencia de delegados de la RASD, que ejercitaban el derecho de membresía aprobado por los ministros de la OUA el 22 de febrero de 1982 en la capital etíope.

Mayor interés encerraba aquietar las pertinazmente tormentosas relaciones con los vecinos inmediatos del Magreb (término con que internacionalmente se refiere al espacio físico de la franja norteafricana, desde la costa atlántica mauritana al oeste hasta el desierto de Libia al este, si bien Maghrib es el nombre local de Marruecos en lengua árabe) y encontrar un espacio común de convivencia, y la rueda fundamental de este sopesado engranaje era Argelia. Hasan tuvo su primer encuentro con el presidente sucesor de Bumedián, el coronel Chadli Bendjedid, en la III Cumbre de la OCI, en la ciudad saudí de Ta'if en enero de 1981, y desde el principio se vio que las personalidades no eran incompatibles, como había terminado sucediendo con Bumedián.

El 26 de febrero de 1983 Hasan y Chadli sostuvieron un encuentro en la frontera que abrió grandes expectativas y que tuvo un resultado tangible con la reapertura parcial de las comunicaciones terrestres entre los dos países, tras siete años de interrupción, el 7 de abril siguiente. A iniciativa del rey Fahd, ambos dirigentes volvieron a reunirse en Uxda el 4 de mayo de 1987 y de esta cita ya arrancó un proceso de distensión que, como se anticipó arriba, tuvo un decisivo corolario el 16 de mayo de 1988 con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, en tres años precedido por la normalización (abril de 1985) de las relaciones con Mauritania.

El 7 de junio del mismo 1988 Hasan llegó a Argel para asistir a la XV Cumbre de la Liga Árabe, en su primera visita a la capital del país vecino desde 1973, cuando aún se comunicaba con Bumedián. Ello despejó el camino para la celebración tres días después en Zeralda, cerca de Argel, de la primera cumbre, presentada como una reunión informal de trabajo, de los cinco mandatarios de la región: Hasan, Chadli, Gaddafi, el tunecino Zine El Abidine Ben Ali y el mauritano Maaouya Ould Taya.

La reunión pentapartita de Argel constituyó un éxito de la diplomacia marroquí y se dedicó a discutir un proyecto acariciado por Hasan: la construcción del "Gran Magreb Árabe", como espacio común para fomentar los intercambios comerciales, la cooperación económica y el desarrollo de proyectos. Completada la fase de estudio y preparación, y en un clima ilusionante, el rey convocó a los mandatarios a una nueva cita en Marrakech los días 16 y 17 de febrero de 1989 para la firma (el 17) del tratado constitutivo de la Unión del Magreb Árabe (UMA).

La UMA nació con los ambiciosos objetivos de crear un área de libre comercio de productos energéticos, otra área de libre circulación de personas y una unión aduanera en fecha tan temprana como 1995, y de activar diversos proyectos conjuntos para mejorar los transportes y las comunicaciones entre los cinco países. El organismo se dotó de un Consejo de jefes de Estado reunido dos veces al año, un Consejo de Ministros de Exteriores, un Consejo Consultivo formado por diez delegados de cada parlamento nacional y un Tribunal con dos jueces de cada país.

A lo largo de 1989 Hasan puso un empeño serio en sacar adelante este proyecto, que en buena parte perseguía aislar al Polisario, y para ello no escatimó los encuentros personales con los líderes involucrados, citándose los históricos recibimientos en Palacio a Chadli, el 6 de febrero en Fez, y a Gaddafi, el 13 de mayo en Casablanca, y la visita a éste último en Trípoli el 1 de septiembre, con motivo de la celebración del vigésimo aniversario de la revolución libia de 1969. Pero en los primeros años noventa, la cuestión del Sáhara, el golpe de Estado antiislamista en Argelia y el deslizamiento del país a la guerra civil, más el paulatino desinterés de Gaddafi, terminaron por mandar a pique una organización que tenía la debilidad congénita del absoluto déficit de democracia interna en todos los países integrantes. En marzo de 1991 Hasan, molesto con el ambiente de desunión por la guerra del Golfo, se saltó la III Cumbre de la UMA, en Ras Lanuf, Libia, y en septiembre siguiente Gaddafi, como represalia, no acudió a la IV Cumbre en Casablanca.

En 1994 resurgieron las tensiones con Túnez y, en especial, con Argelia, donde el nuevo presidente militar, Liamín Zéroual, acusó a Rabat de tolerar el trasiego por la frontera de armas para los islamistas argelinos. Hasan, por su parte, quería tender un cordón sanitario para evitar contagios subversivos a los islamistas de casa, de manera que en agosto decretó la exigencia del visado para todo ciudadano argelino que deseara entrar en Marruecos; la respuesta del Gobierno de Argel fue cerrar a cal y canto la frontera terrestre y amenazar con un bloqueo económico total. Vueltas por sus fueros algunas de las polarizaciones tradicionales en la zona, el rey optó por congelar sus actividades en la UMA, que siguió existiendo a título meramente nominal.

Hasan estaba ya más pendiente de lo que se ventilaba en el flanco europeo y en Oriente Próximo. Convencido de que la lógica del diálogo iniciada en la Conferencia de Madrid en octubre de 1991 era irreversible y de que los famosos "dividendos de la paz" no tardarían en premiar a todos los aupados a este proceso, el rey elevó el grado de los contactos con Israel. Así, el 14 de septiembre de 1993 recibió en Rabat al primer ministro Rabin, que acababa de firmar con Arafat en Washington el acuerdo sobre la autonomía palestina, y el 1 de septiembre de 1994 fueron los propios israelíes quienes anunciaron la apertura de oficinas de enlace con Marruecos, un nivel no pleno de relaciones diplomáticas que convirtió al magrebí, tras Egipto y Jordania, en el tercer país árabe que dio este paso (la oficina israelí en Rabat se abrió en noviembre y la marroquí en Tel Aviv en marzo de 1995). Hasan envió a Israel otro mensaje de su excelente disposición nombrando ministro de Turismo a Serge Berdugo, presidente de la Agrupación Internacional de Judíos Marroquíes.

Paradójicamente, Hasan hizo de este 1994 en que los medios hablaron de la "defunción" de la UMA el gran año diplomático de Marruecos. En el cenit de su consideración internacional como estadista, el rey se las arregló para que su país hospedara tres eventos con una profunda dimensión multilateral: la reunión especial del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) para la firma, por 123 estados, del acta final de la Ronda Uruguay de liberalización comercial, el 15 de abril en Marrakech; la I Conferencia Económica de Oriente Próximo y el Norte de África, del 30 de octubre al 1 de noviembre en Casablanca; y, la VII Cumbre de la OCI, del 13 al 15 de diciembre también en Casablanca (convirtiendo a Marruecos en el país miembro que más veces, tres, ha hecho de anfitrión de las cumbres de la OCI). Estas citas internacionales pusieron una vez más de relieve la encrucijada geográfica, religiosa y cultural que es Marruecos, así como la doble idiosincrasia de Hasan, árabe-musulmana para la política interna y regional, y europea para la interlocución con Occidente.

Con la llegada en mayo de 1995 al Palacio del Elíseo de un viejo apegado del monarca, el gaullista Jacques Chirac, la excelencia volvió a dominar las relaciones con Francia, que multiplicó su cooperación con Marruecos. Rabat, el 19 de julio, fue el primer destino exterior de Chirac luego de asumir la Presidencia, y el 6 de mayo de 1996 Hasan le devolvió la visita, en su primer desplazamiento a Francia desde 1985. Sus anfitriones no ahorraron gestos de deferencia y el monarca hizo una alocución ante la Asamblea Nacional francesa, honor dispensado a los dignatarios extranjeros sólo en muy contadas ocasiones.

En opinión del Elíseo, los "progresos significativos" de Marruecos en los expedientes democrático y de los Derechos Humanos contrastaban con la atroz violencia que desangraba a Argelia, el inmovilismo permanente de Libia y el cerrojazo represivo en Túnez y Egipto. La marea ascendente del islamismo radical en todo el Magreb aconsejaba a París el levantamiento de las reservas diplomáticas a Hasan.

Por lo que se refiere a las relaciones con España, Hasan sacó amplias ventajas de la política de apaciguamiento y constructiva practicada desde 1982 por los gobiernos socialistas de Felipe González, los cuales, sin rebajar un ápice la postura sobre el Sáhara, que era la negativa a reconocer la marroquinidad del territorio y el apoyo a la celebración del referéndum de autodeterminación de los saharauis. Hasan pensaba que esto era meterle el dedo en un ojo, y en la segunda mitad de los años ochenta replicó jugando a fondo la carta irredentista con los enclaves de Ceuta y Melilla

El diálogo hispano-marroquí, sometido a reflujos y pródigo en fricciones en temas de común interés como la explotación de los caladeros de pesca marroquíes, el control del tráfico de droga por el estrecho de Gibraltar, la regulación de la inmigración y las exportaciones hortofrutícolas marroquíes, se benefició de la inmejorable relación personal entre Hasan y el rey Juan Carlos I, descrita por ambos como fraternal.

El 4 de julio de 1991, en presencia de los dos monarcas, González y el primer ministro Laraki firmaron en Rabat el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, documento básico en las relaciones entre Marruecos y España. La cooperación y el diálogo con España continuaron con un nivel alto tras la victoria electoral del Partido Popular de José María Aznar en 1996, si bien dos años después ya se barruntaba un período de fuerte conflictividad a medida que se aproximaba la expiración del Acuerdo de Pesca con la Unión Europea (UE), el 30 de noviembre de 1999, el cual no tenía cláusula de renovación.

Este convenio pesquero, consistente en el cobro de un canon por los derechos de faena de los pescadores españoles en los caladeros marroquíes, fue adoptado el 13 de noviembre de 1995 y entró en vigor el 1 de diciembre siguiente, aunque jurídicamente estaba inscrito en el Acuerdo Euromediterráneo de Asociación (AEA), el cual también incluía los aspectos agrícolas y que no fue firmado en Bruselas hasta el 26 de febrero de 1996, tras una tortuosa negociación y un no menos complicado escrutinio por el Consejo Europeo. El AEA sustituía al Acuerdo de Cooperación de 1976 con la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), y, aunque Hasan no iba a vivir para ver su entrada en vigor y desarrollo, relanzaba la cooperación europeo-marroquí en múltiples áreas, asentaba el diálogo político y contemplaba el establecimiento de un área de libre comercio en 2010.

El espacio de la UE resultaba fundamental para Marruecos porque era el destino y el origen de dos terceras partes de sus intercambios comerciales, amén de la fuente de casi todas sus divisas en concepto de remesas de emigración. Bruselas, por su parte, hizo de Marruecos el eje de su nueva política de partenariado euromediterráneo que fue lanzada en noviembre de 1995 en Barcelona en la I la Conferencia Euromediterránea. La fijación de Hasan por Europa venía de muy atrás, y ya en julio de 1987 sorprendió con su solicitud de ingresar en la CEE, la cual fue desestimada al punto con la explicación de que Marruecos no era un país europeo.

Regresando al ámbito religioso, no puede dejarse de destacar el registro de que la primera visita del Papa Juan Pablo II a un país árabe, el 19 de agosto de 1985, fue, precisamente, a Marruecos, donde los cristianos sólo representan el 1% de la población. Y cinco años atrás, el 2 de abril de 1980, Hasan fue recibido en audiencia en el Vaticano en calidad de presidente del Comité Al Qods, protagonizando con el pontífice polaco la primera entrevista entre dos cabezas (no se olvide la condición de Comendador de los Creyentes del rey) de las dos mayores religiones monoteístas reveladas.


11. Un deceso repentino entre el tributo y el ansia de cambios

El 25 de septiembre de 1995 Hasan fue hospitalizado con una aguda infección respiratoria en el Cornell Medical Center de Nueva York, a donde había acudido para pronunciar su discurso ante la Asamblea General de la ONU, con motivo del 50º período de sesiones de la institución. Aunque el monarca pronto se restableció y retomó su apretada agenda oficial, el sobresalto causó verdadero pánico en Rabat y la preocupación no se limitó al poder marroquí, tal era el grado de convicción de que con Hasan al timón, Marruecos tenía asegurada su estabilidad frente a eventuales nuevos disturbios en las ciudades por los desequilibrios socioeconómicos y, sobre todo, frente a las organizaciones islamistas: entonces, el contraste entre el calmoso Marruecos y la degollina general que tenía lugar en Argelia, escenario de una guerra civil sorda y saturada de salvajes actos de violencia perpetrados por los maquis integristas, no podía ser más llamativo. Por lo demás, el secretismo habitual de Palacio sobre la salud de los miembros de la familia real aventó las especulaciones en torno a la naturaleza de las dolencias del rey.

El estancamiento de la situación en el Sáhara por la impugnación marroquí a las condiciones del referéndum, la espera de resultados en la gestión del Gobierno de Youssoufi y los nuevos gestos humanitarios de Palacio (indulto a otros 28 presos políticos en octubre de 1998 y notificación de que 50 víctimas de la represión desaparecidas en las décadas de los sesenta y los ochenta habían perecido en prisión) eran algunas de las situaciones que nutrían una atmósfera inercial y expectante, a caballo entre las nuevas esperanzas suscitadas y las frustraciones de siempre. Este ambiente de cierta atonía imperaba en Marruecos el 23 de julio de 1999 cuando Hasan, a la edad no excesivamente longeva de 70 años, falleció en el Hospital civil Avicena de Rabat, instantes después de haber sido ingresado con toda urgencia ante los síntomas de una neumopatía que era la secuela nunca superada de su fallo pulmonar de 1995.

Todo se desarrolló de una manera bastante fulminante, pues días atrás el monarca había cumplido una intensa agenda internacional: el día 9, con motivo de su 70 aniversario, recibió a varios estadistas extranjeros, entre ellos al rey Juan Carlos I; el 14 presenció el desfile militar de la guardia real marroquí en los Campos Elíseos de París durante las celebraciones de la fiesta nacional francesa; y el 20 se reunió en Sjirat con el presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh. En todos estos actos el monarca se desenvolvió con sus habituales muestras de vitalidad.

Según el parte médico y el comunicado de Palacio, el 22 por la tarde Hasan empezó a sentir molestias y por la noche le sobrevinieron fuertes dolores de cabeza y de garganta como antesala de una sensación de asfixia. En la madrugada del 23 fue trasladado a toda prisa a la unidad clínica del Palacio Real de Rabat y hacia el mediodía perdió el conocimiento y cayó en coma. Inconsciente del nerviosismo y el caos que se adueñaban de su entorno, Hasan fue trasladado al Hospital Avicena, pero nada más llegar sufrió un infarto de miocardio masivo que le dejó clínicamente muerto. Los facultativos aún emplearon dos horas en los intentos de reanimación antes de comunicarse a la nación la luctuosa noticia. En el momento de su muerte, Hasan era el decano de los mandatarios de África y de todo el mundo árabe, luego del óbito en febrero del mismo año del rey Hussein de Jordania.

La inesperada desaparición de Hasan II, uno de los estadistas de nuestro tiempo que más perplejidades ha levantado por ofrecer esa síntesis permanente entre modernidad occidental y tradición despótica oriental, provocó genuinas muestras de dolor de una población que en su mayoría sólo le había conocido a él en el trono y que ahora se sentía huérfana e inquieta por el futuro inmediato de Marruecos. Y es que quien durante cuatro décadas había regido a sus súbditos con mano férrea e implacable, paternalista y protectora, u obsequiosa y providente, cambiando de guante con el discurrir del tiempo o combinando todas estas facetas en una singular y bastante inusual personalidad de atribuida dualidad, satisfizo —y se sirvió de— unas necesidades emocionales enraizadas en la cultura tradicional marroquí, que otorgan un valor fundamental a las obligaciones de acatamiento, reverencia y confianza contraídas con el monarca alauí (tal es el significado de la Beia), quien fue, ha de insistirse en ello, la primera autoridad en las esferas temporal y espiritual, donde su persona adquiría un carácter sacro.

Ahora bien, en la hora del deceso real, estos sentimientos de desvalimiento, más o menos sinceros en una parte seguramente muy considerable de los marroquíes, coexistieron o se mezclaron con la aceptación de que una época había acabado y que se abría un período trufado de posibilidades. Apenas se vertieron comentarios de reprobación por los estragos de los años de hierro de Hasan, cuando los juicios, las torturas, las ejecuciones y las sepultaciones carcelarias en vida destruyeron miles de vidas y familias, y la benignidad del balance y la ocultación de rencores caracterizaron las declaraciones de algunos de los más notorios represaliados del su régimen.

Hubo la sensación de que un profundo respeto funerario y un rechazo a opinar sobre el difunto, dejándole solamente en la desnudez de su faceta de autócrata secular, dulcificaron mucho una serie de necrológicas que, desde el prisma europeo u occidental, bien habrían podido incidir en un balance negativo, a la luz objetiva de las gravísimas violaciones de los Derechos Humanos cometidas en tan largo reinado. Este estado de ánimo aparentemente contradictorio expresó con más nitidez su segunda cara, la de superar el pasado, cuando el príncipe heredero Mohammed subió al trono como Mohammed VI, rodeado de un entusiasmo popular como no se conocía desde las movilizaciones de la Marcha Verde, y aún antes.

El 25 de julio tuvieron lugar las solemnes exequias de Hasan con la asistencia de una veintena larga de jefes de Estado y de Gobierno en ejercicio, más otros tantos antiguos mandatarios así como altos dignatarios gubernamentales. Incluso muerto, el monarca marroquí suscitó reuniones positivas para el proceso de paz en Oriente Próximo, ya que, aprovechando la coincidencia de tantas personalidades, Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak sostuvieron un encuentro a tres con el estadounidense Bill Clinton, y Barak además celebró una reunión histórica con el presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika. Discurrido el cortejo funerario que encabezó Mohammed VI, el cuerpo de Hasan fue inhumado en el Mausoleo Mohammed V de Rabat, donde reposaban los restos de su padre.

En vida, Hasan II fue distinguido con numerosas condecoraciones extranjeras, inclusive de todos los países árabes y varios europeos occidentales, como Francia, que le nombró caballero de la Legión de Honor, o España, que le otorgó el collar de la Orden de Carlos III. Además de su hermano Abdallah, fallecido en 1983, el monarca tuvo cuatro hermanas menores y una quinta de su misma edad, Lalla Fatima az-Zhara, nacida en 1929 e hija de la segunda esposa de Mohammed V, cuya identidad nunca se facilitó. Las demás princesas eran: Lalla Aisha, nacida en 1930; Lalla Malika, nacida en 1933; Lalla Nuzha, nacida en 1940, casada con el primer ministro Ahmed Osman y fallecida en 1977 en un accidente de tráfico en Tetuán; y, Lalla Amina, nacida en 1954, hija de la tercera esposa de Mohammed V, Lalla Bahia, y, por tanto, también hermanastra como Lalla Fatima, siendo las tres restantes hijas de Lalla Abla.

Además de Mohammed VI, nacido en 1963, son hijos de Hasan: la princesa Lalla Myriam, nacida en 1962, hoy divorciada de Fouad Filali, presidente del ONA e hijo del varias veces primer ministro y ministro de Exteriores Abdellatif Filali; la princesa Lalla Asma, nacida en 1965; la princesa Lalla Hasna, nacida en 1967; y, el príncipe Rashid, nacido en 1970. Los cinco vástagos lo son con la segunda esposa de Hasan, Lalla Latifa Hammou, una bereber de la tribu Zaine, quien nunca tuvo dignidad real, recibió título alguno o se dejó ver cerca de su esposo, siendo sólo referida como "madre de los hijos del rey". En un anonimato más férreo si cabe se mantuvo la primera esposa de este monarca amante de las mujeres a la vez que misógino, una tal Lalla Fatima Amaroq, que no le dio descendencia.

(Cobertura informativa hasta 1/5/2003)