Gnassingbé Eyadéma
Presidente de la República (1967-2005)
Perteneciente a una familia campesina del norte, estudió en una escuela de misioneros protestantes hasta los 16 años, cuando se alistó como recluta en el Ejército colonial francés. Desde 1953 sirvió en Indochina, Dahomey (la actual Benín), Níger y Argelia, y en 1962, dos años después de obtener el país la independencia, regresó a Togo con el grado de sargento mayor. La negativa del presidente Sylvanus Olympio a incorporarle a las exiguas Fuerzas Armadas togolesas, dominadas por miembros de la etnia ewé, le colocó directamente en el bando de los enemigos del mandatario.
Eyadéma tomó parte en el golpe de Estado militar, primero del África negra, que el 13 de enero de 1963 acabó con la vida de Olympio. Se asegura que el joven fue el jefe del pelotón de insurrectos que, bajo el liderazgo del ex sargento Emmanuel Bodjollé, asaltó la residencia presidencial y causó el magnicidio, en el momento en que Olympio intentaba refugiarse en la embajada de Estados Unidos, aunque el interesado siempre ha negado la responsabilidad directa en el crimen. Sea como fuere, el nuevo presidente civil aupado por los militares, Nicolas Grunitzky, adversario político de Olympio (no obstante tratarse de su cuñado), recompensó a Eyadéma por su decisiva actuación integrándole en el Ejército y favoreciendo su promoción interna, de manera que para 1965, sin haber cumplido aún los 30 años, ya comandaba el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas togolesas, con el rango de teniente-coronel.
El 13 de enero de 1967 Eyadéma ocupaba esa posición cuando anunció por la radio la toma del poder por el Ejército y la formación de un Comité de Reconciliación Nacional, presidido por el coronel Kléber Dadjo. El segundo golpe de Estado no halló oposición y se ejecutó limpiamente. Identificado como el verdadero director de los acontecimientos, el 14 de abril, Eyadéma, oportunamente ascendido al grado de general, se proclamó presidente de la República y ministro de Defensa, disolvió la Asamblea Nacional, suspendió la Constitución e ilegalizó los partidos políticos. En cuanto a Grunitzky, le fue permitido exiliarse en París, donde en 1969 terminó su vida en un accidente de tráfico.
Aun manteniendo la naturaleza militar del régimen, Eyadéma procedió a institucionalizarlo de manera progresiva, apoyándose siempre en oficiales de su tribu, la kabré. En noviembre de 1969 constituyó un partido único, Reagrupamiento del Pueblo Togolés (RPT), con él de presidente. El 9 de enero de 1972 se aseguró en un plebiscito, con casi el 100% de votos, su continuidad al frente del Estado por un período indefinido. Y el 30 de diciembre de 1979 fue elegido en las urnas y sin oposición presidente constitucional, lo que le permitió proclamar al despuntar el año siguiente, el 13 de enero de 1980, la conclusión del régimen militar y el nacimiento de la III República Togolesa. Siempre en el marco de su única candidatura, Eyadéma fue reelegido el 21 de diciembre 1986 para un segundo septenio con el 99,9% de los votos.
En todo este tiempo, Eyadéma suprimió implacablemente cualquier oposición a su Gobierno dictatorial y capeó los numerosos intentos de derrocarle, muchas veces dirigidos además contra su vida. Asimismo, adoptó una línea de plena cooperación con los intereses de Francia -cuyas tropas le sacaron de apuros en la intentona golpista del 24 de septiembre de 1986, cuando un comando de hombres armados procedente de Burkina Faso irrumpió a tiro limpio en Lomé-, en la región, emparejándose con otros mandatarios conservadores del África francófona igualmente mimados por París, como Léopold Senghor y Abdou Diouf de Senegal, Ahmadou Ahidjo y Paul Biya de Camerún, Omar Bongo de Gabón, Mobutu Sese Seko de Zaire (hoy, República Democrática del Congo) y Félix Houphouët-Boigny de Côte d'Ivoire.
Emulando al zaireño Mobutu, el 8 de mayo de 1974 Eyadéma retiró la parte francesa de su nombre, Étienne (a la vez que intercambió por el apellido, Gnassingbé, su otro nombre, Eyadéma), para dar ejemplo personal en su campaña de africanización de los usos y las costumbres togolesas. Además, decretó la sustitución del francés por el ewé y el kabyé como idiomas de instrucción obligatoria. Hasta que las incertidumbres económicas aconsejaron estrechar los vínculos con Francia, Eyadéma practicó una política pretendidamente nacionalista, cuyo principal episodio fue la estatalización, en febrero de 1974, de Cotomib, la compañía francesa que explotaba los fosfatos, el principal producto de exportación.
Desde mediados de los años ochenta, las crecientes dificultades de una economía muy sensible a las cotizaciones fluctuantes del fosfato en los mercados internacionales generaron un amplio descontento social que fue reprimido por las fuerzas de seguridad leales al presidente. Se calculó que hasta finales de los años noventa unos 300.000 togoleses, sobre una población de 3,5 millones, abandonaron el país huyendo de la miseria y la persecución política para establecerse en los estados limítrofes.
Ante las exigencias de la oposición, movilizada bajo la bandera del Colectivo de Oposición Democrática (COD), y el ímpetu de la corriente democrática, alentada por el Gobierno francés, en todo el continente negro, Eyadéma concedió de mala gana una amnistía general y el pluripartidismo el 17 de marzo de 1991. Semanas después, cedió en otra reivindicación básica convocando una Conferencia Nacional Soberana (CNS), cuya misión sería poner en marcha unas instituciones de transición y preparar un calendario electoral. La CNS desarrolló sus sesiones desde el 8 de julio al 28 de agosto de aquel año, en un clima de denuncia de las sevicias del régimen y con la intención de poner los fundamentos de un Estado democrático de derecho y de un sistema de Gobierno de tipo semipresidencialista.
Tras unas dramáticas jornadas represivas, el 2 de diciembre de 1991 soldados leales a Eyadéma detuvieron temporalmente al primer ministro transicional designado por la CNS el 27 de agosto, Joseph Koffigoh. Las componendas que siguieron, más los nuevos actos intimidatorios de un Ejército fuertemente condicionado por las lealtades étnicas, desembocaron en la devolución al autócrata de las prerrogativas ejecutivas de las que había sido despojado por la CNS, cuyo proyecto de Constitución democrática, aprobado en el referéndum nacional del 27 de septiembre de 1992, quedó convertido en papel mojado.
El 25 de enero de 1993 la Policía disolvió brutalmente una manifestación de la oposición en Lomé. Fuentes hospitalarias reportaron 16 muertos por impactos de bala. En las elecciones presidenciales celebradas el 25 de agosto siguiente, Eyadéma fue declarado vencedor con el 94,6% de los votos, siendo la participación de sólo el 39,5%. Los comicios merecieron el boicot de la oposición y la negación de legitimidad por los observadores internacionales, actitud censuradora de la que se desmarcó el Gobierno de Francia, que siempre le echó un capote al dirigente togolés cuando le llovían las recriminaciones, y que llegó a concederle la Legión de Honor.
Los tres líderes opositores capaces de perjudicar a Eyadéma en las urnas, a saber, Gilchrist Olympio, hijo del presidente asesinado en 1963 y él mismo gravemente herido en un tiroteo en 1992, Yawovi Agboyibo, del Comité de Acción para la Renovación (CAR), y Edem Kodjo, representante del COD y líder de la Unión Togolesa por la Democracia (UTD), estuvieron ausentes de las votaciones de 1993, bien por la invalidación de la candidatura (en el caso de Olympio), bien por el boicot voluntario (Agboyibo y Kodjo).
Las elecciones legislativas tuvieron lugar el 6 y el 20 de febrero de 1994, y otorgaron a la coalición formada por el RPT y la Unión para la Justicia y la Democracia (UJD) 37 de los 81 escaños de la Asamblea Nacional, mientras que los tres partidos opositores ganaron una mayoría absoluta de 44 escaños. No obstante, Edem Kodjo, aun concitando el rechazo de los diputados de su propio grupo, aceptó el puesto de primer ministro que Eyadéma, hábil manipulador de las rivalidades que lastraban a una oposición poco convincente, le ofreció.
Los resultados de las segundas elecciones presidenciales de la era multipartidista, el 21 de junio de 1998, sugirieron que de no haber mediado el fraude, apenas maquillado por el oficialismo, y la intimidación policial en los colegios electorales, el vencedor habría sido Olympio, candidato de la Unión de Fuerzas por el Cambio (UFC). Según los datos oficiales, Eyadéma obtuvo el 52,1% de los votos y su inmediato contrincante el 34,1%, una cuota de sufragios inesperadamente alta, dadas las circunstancias. Nada más cerrarse las urnas, los uniformados del poder desataron una bárbara represión en los medios opositores. Las legislativas, celebradas el 21 de marzo de 1999, concedieron al RPT una abrumadora mayoría de 79 escaños, es decir, todos menos dos, en la Asamblea, gracias al boicot general la oposición.
La Unión Europea (UE) expresó su malestar por el falseamiento de proceso democrático y por los desmanes represivos no liberando la ayuda al desarrollo que tenía suspendida desde los sucesos de 1993, aunque ya en 1994 Francia reanudó su asistencia financiera civil y militar a título gubernamental. Ese mismo año, Togo había reanudado las negociaciones con el FMI y el Banco Mundial, interrumpidas desde la reacción neodictatorial de 1991, para la concesión de nuevos créditos.
Todo ello acontecía a la par que un comportamiento de la economía, afectada por la devaluación del franco CFA y la fuerte caída de los precios del fosfato, sumamente errático: de una recesión del -13,4% del PIB en 1993, saltó a un crecimiento del 10,7% en 1994, para alternar crecimientos y decrecimientos en los años siguientes. En 2000 el Gobierno de Lomé seguía sin regularizar la cooperación con los organismos donantes de fondos, que en el caso del FMI y el Banco Mundial pasaba por la aplicación de un programa de ajuste estructural, reiteradamente ignorado por Eyadéma en el temor de que generara inestabilidad social. La suspensión de las líneas de crédito y de ayuda al desarrollo agudizó la penuria financiera (crecimiento del servicio de la deuda, retrasos de varios meses en los abonos de los salarios a funcionarios y militares, poda drástica de los presupuestos del Estado) hasta el punto de que el régimen creía enfrentarse con una explosión social a la vuelta de la esquina.
Hombre de robusta complexión, vinculada a la práctica deportiva de la lucha libre en sus años mozos, y de rictus pétreo, siempre vestido a la occidental, con impecables trajes azul oscuro, corbatas del mismo color y zapatos de importación, y aficionado a llevar gafas negras, Eyadéma reunía todas las características del big man africano por antonomasia, con gestos y actos que proyectaban a un tiempo el teatral paternalismo del tribuno entrado en años, la autoconfianza de quien se presentaba como el garante de la estabilidad, que tendría hasta los últimos recovecos de este pequeño país bajo su directo control, y un halo enigmático capaz de intimidar porque dejaba entrever la implacabilidad en el ejercicio del poder.
Retratado como un hombre de un gran vigor físico y austero, pese a poseer un vasto patrimonio privado que en 2002 una cabecera de prensa local, citando falsamente como fuente a la revista Forbes, osó cuantificar en no menos de 4.500 millones de dólares (la colosal cantidad representaba más de la mitad del PIB togolés, así que la noticia no podía acogerse sino con reservas) y pese a la enorme corrupción de su entorno, de religión cristiana protestante y con tres esposas, madres de numerosos hijos que se beneficiaban de un nepotismo sin complejos pero a los que educaba con un sentido de la disciplina bastante estricto, Eyadéma terminó convirtiéndose en un superviviente político de excepción, con la plena rehabilitación de su férula dictatorial como telón de fondo.
A principios de 2005, el dignatario togolés reunía tres significativos registros de veteranía política: era el sexto estadista más antiguo del mundo, el segundo dirigente de república después del cubano Fidel Castro y el más longevo mandatario de África tras los fallecimientos de Mobutu en 1997 (meses después de ser derrocado) y el rey Hasan II de Marruecos en 1999.
Esta singular trayectoria, sostenida con actuaciones crudamente represivas, fue presentada por Eyadéma y su camarilla de leales como un caso de invulnerabilidad con ribetes mágicos. A la leyenda de la baraka del dictador togolés contribuyeron los numerosos complots y atentados fallidos. Así, en 1974 fue el único pasajero que escapó con vida en un accidente de avión provocado por el estallido de una bomba, y en 1977, 1986 y 1993 se las arregló para zafarse de las partidas de comandos que los conjurados de turno le enviaron a su residencia presidencial en Lomé. Se aseguraba que el presidente llevaba siempre consigo un cuaderno de notas perforado por una bala que le habría disparado un enemigo en alguna de las celadas que le tendieron, y que atesoraba este objeto como si fuera un talismán.
Durante muchos años Eyadéma ejerció un rol diplomático excepcionalmente activo, que en los períodos de animosidad exterior contra su régimen le evitaron el cierre de ese cerco de hostilidad por la parte africana. Así, en 1980 y 1981 encabezó el grupo de países profranceses que plantó cara a las apetencias territoriales del libio Muammar al-Gaddafi en Chad. En noviembre de 1986 auspició en Lomé la XIV Conferencia Franco-Africana. En febrero de 1997 aportó tropas a la Misión Inter-Africana de Monitorización de los Acuerdos de Bangui (MISAB) en la República Centroafricana, donde el presidente Ange-Félix Patassé arrostraba una peligrosa revuelta militar. En marzo de 1997 convocó en Lomé una cumbre extraordinaria de la Organización para la Unidad Africana (OUA) para intentar concertar un alto el fuego entre la guerrilla zaireña y el presidente Mobutu, viejo amigo y aliado. Asimismo, ofreció sus buenos oficios a Nigeria y Camerún para resolver su disputa por la soberanía de la península de Bakassi.
Como presidente de turno en 1999 de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), cometido que ya desempeñó en 1977-1978 y en 1980-1981, Eyadéma medió positivamente en dos conflictos civiles de la región, los de Guinea Bissau y Sierra Leona. En la ex colonia portuguesa facilitó un arreglo en aras de un Gobierno de unión nacional entre el presidente João Bernardo Vieira y el general desafecto Ansumane Mané (14 de diciembre de 1998), y suministró la avanzadilla de las fuerzas de pacificación (Ecomog). En el caso sierraleonés, concertó en Lomé un acuerdo de paz entre el presidente Ahmad Tejan Kabbah y el líder guerrillero Foday Sankoh (7 de julio de 1999), el cual firmó en calidad de testigo, aunque ambos logros terminaron naufragando meses después.
En este segundo escenario bélico, el presidente togolés optó por una posición neutral, a diferencia de sus colegas de Burkina Faso, Blaise Compaoré, y Liberia, Charles Taylor, que con todo fundamento fueron acusados de suministrar armas al Frente Revolucionario Unido (FRU) de Sankoh. Por otro lado, las relaciones con Ghana, tradicionalmente tensas por el irredentismo de Lomé sobre el antiguo Togo británico, territorio que hoy forma parte de Ghana, y las acusaciones al Gobierno de Accra de prestar apoyo logístico a desertores togoleses que lanzaban incursiones desde el otro lado de la frontera, entraron en vías de apaciguamiento con la visita que Eyadéma prestó a su homólogo ghanés, Jerry Rawlings, el 12 de mayo de 1998. En enero de 2001, el nuevo presidente ghanés, John Kufuor, afirmó que su país ya no sería más el santuario de los oposicionistas armados togoleses.
La experiencia adquirida en Liberia y la perspectiva del estallido de nuevos conflictos en los estados miembros indujo a la CEDEAO a considerar, en una cumbre celebrada en Lomé el 17 de diciembre de 1997, la dotación de mecanismos permanentes de previsión, resolución de conflictos y mantenimiento de la paz, cuyo brazo ejecutor serían unas fuerzas de despliegue inmediato.
Del 10 al 12 de julio de 2000 Lomé volvió a ser la sede de una Asamblea de Jefes de Estado y de Gobierno de la OUA, la XXXVI ordinaria, que eligió a Eyadéma presidente anual de turno para el período 2000-2001 y que presentó el proyecto de convertir la organización en una Unión Africana (UA) dotada de instituciones supranacionales al estilo de la UE. En esta palestra, el mandatario togolés gozó siempre de importantes apoyos, al igual que en el más amplio foro formado por los países de África, el Caribe y el Pacífico (ACP), siendo necesario recordar que los países ACP son los signatarios de los convenios de Lomé, marcos de cooperación y asociación con la UE que reciben este nombre del lugar en que se adoptó el primero de ellos, el 28 de febrero de 1975.
Más todavía, en octubre de 2002 Eyadéma fue designado coordinador del grupo de contacto de la CEDEAO que intentaba poner término a la enésima guerra civil regional, la que incendiaba Côte d'Ivoire. El presidente togolés fue el principal artífice del arranque el 30 de ese mes en Lomé de unas conversaciones de paz entre el Gobierno de Laurent Gbagbo y los grupos rebeldes. Al mismo tiempo, Togo aportó tropas al contingente de pacificación, ECOMICI, aprobado por la CEDEAO.
Esta descollante actuación africana de Eyadéma creó la paradoja de que si, por un lado, recibió premios como el Pax Mundi, instituido por el ex secretario general de la ONU Dag Hammarskjöld, o el de la Asociación Diplomática Internacional, por otro lado Amnistía Internacional denunció año tras año un deplorable panorama de violaciones de virtualmente todos los Derechos Humanos –cientos de ejecuciones extrajudiciales de presuntos opositores, arrestos arbitrarios de periodistas, políticos o activistas de ONG humanitarias, gran número de presos de conciencia que languidecían en prisiones en las peores condiciones, exacciones contra la población civil-, cometidas por el Ejército y las fuerzas de seguridad leales al presidente.
En mayo de 1999 esta ONG publicó un informe cuyo título, Togo: reino del terror en un clima de impunidad, no podía ser más explícito sobre lo allí reportado. En junio de 2000 la OUA y la ONU pusieron en marcha un panel mixto de investigación que en febrero de 2001 confirmó en lo esencial las denuncias de Amnistía Internacional, inclusive las ejecuciones sumarias de cientos de personas inmediatamente después de las elecciones presidenciales de 1998.
El anonimato de diminuto y preterido Togo entre el público internacional jugó siempre a favor de Eyadéma, que siguió gobernando el país a su antojo hasta el final. Las esperanzas de una reconducción de la crisis política alentadas en julio de 1999 con el anuncio por el presidente de que en 2003, de acuerdo con la Constitución, no pretendería el tercer mandato quinquenal, y la firma con la oposición del llamado Acuerdo Marco de Lomé, que debía asentar un diálogo fluido y las fórmulas de consenso, fueron defraudadas a lo largo de 2002, con el nombramiento a dedo de siete magistrados para reemplazar a la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI, fruto del Acuerdo Marco), la defenestración del primer ministro Agbéyomé Messan Kodjo (27 de junio), seguida de una orden de arresto en rebeldía por presunta corrupción, y la aprobación por la Asamblea de una enmienda a la Carta Magna para permitir la reelección presidencial indefinida (31 de diciembre). Una pretendida palada de arena fue la liberación en marzo de Yawovi Agboyibo, uno de los firmantes del Acuerdo Marco, que estaba encarcelado desde agosto de 2001 por haber acusado al Gobierno de patrocinar una milicia de matones implicada en las persecuciones de 1998.
El 27 de octubre de 2002 tuvieron lugar las elecciones legislativas anticipadas, que en 1999 Eyadéma había prometido celebrar mucho antes, en marzo de 2000. De nuevo, operó el boicot de los principales partidos de la oposición, la UFC y el CAR, que, víctimas de los atropellos del poder y de sus propias contradicciones y peleas internas, eran la viva estampa de la impotencia y la amargura. En esta ocasión, el RPT conquistó 72 de los 81 escaños, y el régimen se apuntó un éxito añadido con las cifras de la participación, rayana en el 70%. Con su autocomplacencia habitual, el Gobierno, esta vez por boca del ministro del Interior, saludó los comicios como “una victoria de la paz, el desarrollo y el progreso”. Pocos meses después el poder no escatimó los fastos para celebrar el 36 aniversario de la presidencia de Eyadéma, al que los eslóganes oficiales ensalzaban como un “hombre de diálogo, paz y justicia”.
Con Gilchrist Olympio vetado por los tribunales y Agboyibo muy mermado de pugnacidad tras su experiencia carcelaria, las terceras elecciones presidenciales de múltiple candidatura eran un envite seguro para Eyadéma, quien durante la campaña elevó una vigorosa condena a la oposición, a la que achacó el corte de las ayudas internacionales y de la que dijo cosas como la siguiente: “Antes de que vinieran con su violencia política en el sagrado nombre de la democracia, aquí no había retrasos salariales y Togo era conocida como la Suiza de África”.
Los mensajes que tendían una soga entre la presidencia de Eyadéma y la garantía de la estabilidad, impidiendo que Togo se sumergiera en el sangriento caos que había diezmado a países próximos como Sierra Leona, Còte d’Ivoire y Liberia, no dejaron de tener su efecto en buena parte de un electorado que no terminaba de fiarse de ciertos cabecillas opositores y que pensaba que en su país todo era susceptible de empeorar si se abría la puerta a la alternancia política. Así las cosas, el 1 de junio de 2003 se acudió a votar con escasos incidentes y tras un rápido escrutinio Eyadéma fue proclamado vencedor con el 57,2% de los votos, seguido por el sustituto de Olympio en la candidatura de la UFC, el septuagenario Emmanuel Akakpovi Akitani (34,1%), Agboyibo por el CAR (5,2%), Maurice Dahuku Pere por el Partido Socialista por la Renovación (2,3%) y el ex primer ministro Edem Kodjo por la Convergencia Patriótica Panafricana (1%).
Tan pronto como la autoridad electoral situó a Eyadéma a la cabeza del cómputo, los disturbios se adueñaron de Lomé. Los candidatos de la oposición pusieron el grito en el cielo y denunciaron haber sido víctimas de todo tipo de fraudes, desde la destrucción de papeletas a la compra de votos, pasando por el relleno de urnas. Los cerca de dos centenares de observadores internacionales, entre los que no había personal de la UE ni de las ONG occidentales, se mostraron de lo más parcos y cautelosos, aunque el equipo de la UA no tuvo ambages en dar por válidos los resultados. Las fuerzas del orden intervinieron con la rudeza acostumbrada y sofocaron a los revoltosos sin contemplaciones. La oposición denunció arrestos, apaleamientos y la muerte de al menos ocho de sus partidarios. Atemorizado, Akitani, que estaba convencido de haber sido el más votado, se escondió hasta que las iras del poder menguaran.
Un estado de marasmo político y económico (aunque en los últimos tiempos la producción nacional venía ofreciendo tímidas alzas, quedando la tasa anual en torno al 3%), y un ambiente generalizado de resignación fatalista por la perpetuación de la miseria y las arbitrariedades del poder imperaban en Togo el 5 de febrero de 2005 cuando el primer ministro Koffi Sama dio parte por la radio y la televisión públicas del repentino fallecimiento de Eyadéma, a los 69 años, como consecuencia de un ataque al corazón, pérdida que Sama presentó como una “verdadera catástrofe nacional”.
La población se enteró de que al presidente le había sobrevenido la muerte a bordo del avión que le llevaba a Francia (otras fuentes sitúan el destino en Israel) para someterse a un tratamiento de urgencia, a la altura de Túnez. Al parecer, el estadista sufrió el infarto en las primeras horas del día, mientras descansaba en la residencia que tenía en su localidad natal, Piya. Un manto de secretismo había envuelto la enfermedad circulatoria de Eyadéma, de acuerdo con la propaganda oficial que le pintaba como un gobernante en perfectas condiciones físicas. Así, su desplazamiento a una clínica suiza unas semanas atrás fue presentado por las autoridades como un chequeo rutinario.
Paradójicamente, quien en vida se había vanagloriado de encarnar la estabilidad y la gobernabilidad en Togo, dejó un legado de profunda perturbación que situó al país al borde de la guerra civil. Nada más anunciarse el óbito, las Fuerzas Armadas, muy probablemente, ejecutando un plan sucesorio elaborado tiempo atrás y mantenido en secreto por Eyadéma, proclamaron que el nuevo presidente de la República era uno de los hijos del finado, Faure Gnassingbé, de 39 años, quien desde julio de 2003 ocupaba el puesto de ministro de Obras Públicas, Minas y Telecomunicaciones. Esta maniobra era flagrantemente inconstitucional, ya que la Carta Magna establecía que en caso de vacancia irresoluble en la Presidencia de la República, la jefatura del Estado recaía en funciones en el presidente de la Asamblea Nacional, a la sazón Fambaré Ouattara Natchaba, el cual gobernaría interinamente hasta la celebración de elecciones presidenciales en el plazo de 60 días.
En sus torpes justificaciones, el jefe del Estado Mayor, general Zakari Nandja, arguyó que, puesto que Natchaba se encontraba ausente del país (en Bruselas, concretamente), y con el objeto de “evitar un total vacío de poder”, las Fuerzas Armadas habían decidido “conferir el liderazgo” a Gnassingbé con efecto inmediato. Ni una palabra sobre la convocatoria electoral. A mayor abundamiento, trascendió que Natchaba intentó regresar a Lomé el mismo día 5, por la noche, pero su avión encontró cerrados los aeródromos togoleses y tuvo que aterrizar en Benín.
La oposición se apresuró a denunciar el “golpe de Estado” perpetrado por los militares y el movimiento fue valorado de igual manera desde Addis Abeba por el presidente de la Comisión de la UA, el ex presidente malí Alpha Oumar Konaré. El presidente de turno de la organización panafricana, el nigeriano Olusegun Obasanjo, combinó la elegía a Eyadéma (“uno de los más grandes líderes de África, que dedicó su vida al crecimiento, desarrollo y emancipación del pueblo togolés”) con la advertencia de que la designación de Gnassingbé suponía una “transición inconstitucional”. En similares términos se expresó el secretario general de la ONU, Kofi Annan, quien destacó de Eyadéma sus “contribuciones significativas al arreglo pacífico de disputas en África en general y en África occidental en particular”. Desde París, el presidente Jacques Chirac le llamó “amigo de Francia y un amigo personal”.
El 6 de febrero, ante la unánime postura internacional de condena, la Asamblea Nacional controlada por los diputados del RPT intentó legalizar la sucesión de Gnassingbé mediante un paquete de resoluciones tan apresurado como artificioso. En primer lugar, el pleno borró de la Constitución la prohibición expresa de enmendar la propia Carta Magna en los períodos de vacancia presidencial, como el presente. Semejante modificación legal era, por supuesto, inconstitucional. Acto seguido, los diputados eliminaron la previsión constitucional del período interino de 60 días y establecieron que el presidente de la Asamblea estaba facultado para desempeñar los poderes del jefe del Estado hasta completar el mandato interrumpido, convirtiéndose de hecho en el “nuevo presidente de la República”. A continuación, el hemiciclo despojó a Natchaba de su condición de presidente de la Asamblea.
El camino para el encumbramiento de Gnassingbé estaba expedito. Todo en un día, el retoño de Eyadéma cesó en el Gobierno, recibió el acta de diputado (que había poseído antes de su nombramiento ministerial) y fue elegido presidente de la Asamblea, convirtiéndose por tanto en presidente de la República. Al día siguiente, 7 de febrero, Gnassingbé prestó juramento, dispuesto a completar el mandato en 2008.
Sin embargo, este fraudulento alambique legal lo único que consiguió fue encrespar los ánimos de los togoleses, que se echaron a la calle llenos de furia, dando lugar a duros choques con las fuerzas del orden y registrándose los primeros muertos. La UE, la UA, la CEDEAO y la Organización Internacional de la Francofonía (OIF) elevaron el tono de sus condenas y amenazaron con sanciones, todo lo cual no dejó a Gnassingbé y los militares otra opción que la contramarcha. El 25 de febrero, Gnassingbé dimitía y la jefatura del Estado en funciones pasaba a ocuparla el vicepresidente de la Asamblea, Abbas Bonfoh. El régimen se resignó a celebrar elecciones presidenciales el 24 de abril, en las que Gnassingbé sería candidato.
En un ambiente de tensa espera preelectoral, el 13 de marzo tuvieron lugar en Lomé los funerales de Eyadéma, a los que asistieron varios presidentes africanos occidentales, sin faltar Obasanjo, y una delegación de la UE y el Gobierno francés. A continuación, el féretro con los restos del presidente fueron trasladados en avión a Piya, donde recibieron sepultura el 15 de marzo.
(Cobertura informativa hasta 19/7/2005)