Fumio Kishida

La dinámica de relevos de primeros ministros caducados al año de asumir el poder retornó en el otoño de 2021 a Japón, donde Yoshihide Suga ha dejado paso a Fumio Kishida. El 3 de septiembre, Suga, con la popularidad bajo mínimos por su criticado manejo de la COVID-19 y las controversias que rodearon los Juegos Olímpicos de Tokyo, anunció que no se presentaría a la próxima elección interna del gobernante Partido Liberal Democrático (PLD o Jiminto) y que entregaría la jefatura del Gobierno al ganador de la misma. El 29 de septiembre el mando de los liberaldemócratas fue para Fumio Kishida, de 64 años (ocho menos que Suga), un veterano diputado de la Dieta, ex ejecutivo bancario y ministro de Exteriores en los gabinetes segundo y tercero (2012-2017) de Shinzo Abe. El 4 de octubre siguiente, la Cámara de Representantes invistió a Kishida primer ministro con 311 votos, contra los 124 recibidos por su adversario del Partido Democrático Constitucional (PDC o Rikken Minshuto), Yukio Edano. El estreno de Kishida a frente del Ejecutivo, que sigue siendo de coalición con los budistas conservadores del Komeito, es el pistoletazo de salida de la campaña para las elecciones generales del 31 de octubre, en las que el Jiminto, impulsado por la renovación de su liderazgo, podría alcanzar el 35% de los votos. En la actualidad, la coalición gobernante goza de una mayoría absoluta rayana en los dos tercios.

Teórico de un "nuevo modelo de capitalismo" nipón concentrado en la elevación de la riqueza nacional y su distribución más equitativa, así como de una estrategia "indo-pacífica" de diálogo reforzado con las potencias amigas de la región, Kishida es considerado un pragmático de la vieja escuela del Jiminto y un moderado ajeno de las lecturas nacionalistas o revisionistas históricas. Sus nexos familiares y políticos con Hiroshima determinan unos planteamientos inclinados al pacifismo y contra la proliferación de armas nucleares. En particular, no oculta sus reservas sobre la reescritura del artículo 9 de la Constitución, que restringe el desarrollo de unas Fuerzas Armadas al uso, polémica reforma contemplada en su día por Abe pero desde hace años aparcada. No obstante, Kishida es también un realista que aboga por que las Fuerzas de Autodefensa adquieran la capacidad de, eventualmente, realizar ataques "preventivos" contra lanzaderas de misiles en países hostiles. "Japón ha sido y seguirá siendo una nación pacífica", proclama en su página web el político, que también habla de un "futuro esperanzador" para el país.

En lo económico, el jefe de la facción Kochikai del oficialismo se proyecta como un liberal flexible captado para las políticas intervencionistas y sociales; esto es, un primer ministro que seguirá apostado por las medidas de estímulo de la producción y el consumo, más en tiempos de coronavirus, pero sin perder el ojo a las brechas salariales y las dificultades de los menos favorecidos, sector de la sociedad que suele pasar desapercibido. Kishida cree que las Abenomics, implementadas por su anterior jefe desde 2012, han fallado a la hora de apuntalar a la clase media, que está perdiendo poder adquisitivo, y reducir las disparidades entre las rentas altas y bajas. El espíritu de las Abenomics (laxitud monetaria, incentivo fiscal y reformas legales) se mantiene, pero con una pátina más social, ayudando a trabajadores precarios y a familias humildes con hijos. Kishida, también, apuesta sin reservas por la energía nuclear en la era post-Fukushima.

Los grandes retos de fondo a que Kishida hace frente son los mismos que pusieron a prueba las gestiones de Suga y Abe. Primero, urge revitalizar la economía, que ya era anémica antes de la pandemia y ahora sale de la recesión, un 4,8% de contracción registrado en 2020. Aquí, la herramienta básica es el gasto público, aunque el Gobierno procurará aumentar los ingresos fiscales para no descargarlo todo en la astronómica deuda pública, que ya representa el 266% del PIB, volumen sin parangón entre los países desarrollados. Kishida insinuó una subida de la tributación de los beneficios de capital y los dividendos empresariales; el sobresalto de los mercados le obligó rápidamente a retractarse. También, toca buscar soluciones para el declive demográfico por la baja natalidad, un problema muy grave a medio-largo plazo y que solo parece corregible si se admite más inmigración. Y tercero y no menos importante, Tokyo, colocado bajo el paraguas de seguridad estadounidense, desea intensificar las cooperaciones regionales para vigilar el despliegue de China pero evitando toda confrontación, pues la superpotencia vecina, con la que Japón arrastra la disputa marítima de las islas Senkaku, es el principal socio comercial. Una compleja tarea esta última que topa con la tensión geopolítica al alza entre Washington y Beijing, la configuración de la alianza estratégica AUKUS de Estados Unidos, Reino Unido y Australia, y el deterioro de la situación en el estrecho de Taiwán. Sin olvidar a la siempre imprevisible Corea del Norte y su arsenal de misiles balísticos de múltiple alcance, muchos de los cuales han sobrevolado en ensayos el mar del Japón y el mismo archipiélago.

Una noticia positiva para Kishida, que hace el número 100 en la nómina de primeros ministros desde 1885, es la drástica mejora de la situación epidemiológica, cuya agresiva quinta ola del verano, coincidiendo con unas Olimpiadas desaprobadas por la población, duplicó en menos de tres meses los contagios acumulados durante el año y medio precedente. Kishida ya dejó patentes sus críticas a la gestión pandémica de Suga. Contra la crisis de la COVID-19, el nuevo gobernante contempla un paquete de estímulo de 30 billones de yenes (228.000 millones de euros) y promete completar la campaña nacional de vacunaciones, ralentizada por una serie de obstáculos burocráticos, comerciales y médicos, tan pronto como en noviembre.

(Texto actualizado hasta octubre 2021)

Como tantos predecesores en el cargo, Fumio Kishida, criado y educado en Tokyo pero profundamente vinculado a Hiroshima, casado y con tres hijos, es un primer ministro al que pertenecer a la élite política y el establishment le viene desde la cuna. Con el estímulo de su padre y su abuelo, ambos altos funcionarios del Gobierno y representantes de la Dieta, el joven estudió Derecho en la prestigiosa Universidad Waseda y tras su graduación en 1982 empezó a trabajar en la compañía financiera Chogin, un banco privado estrechamente ligado a los negocios industriales y que terminaría quebrando en 1998. Un lustro antes de la quiebra y nacionalización de la banca Chogin, en 1993, Kishida ganó el mandato de diputado por el primer distrito de su prefectura, Hiroshima, en la lista del Partido Liberal Demócrata (PLD o Jiminto). Las elecciones que mandaron a los liberaldemócratas a la oposición por primera vez en cuatro décadas supusieron para Kishida el comienzo de una carrera parlamentaria que actualmente suma su novena legislatura.

Entre 1999 y 2008 Kishida desempeñó una serie de puestos ejecutivos subalternos, viceministerios y secretarías de Estado, en los Gabinetes Obuchi, Mori, Koizumi, Abe y Fukuda. Funcionario todoterreno, estuvo al cargo de las más diversas áreas y misiones, pero el cometido que más imprimió su currículum fue la gestión ministerial, en 2007-2008, de los asuntos de la isla de Okinawa, sede de una gran instalación militar de Estados Unidos, la estación aérea Futenma del Cuerpo de Marines.

En octubre de 2012 Kishida recibió de Makoto Koga el liderazgo de la facción Kochikai, la más antigua del Jiminto, fundada por Hayato Ikeda en 1957 y en su día conducida por el también primer ministro Kiichi Miyazawa, pariente familiar lejano de Kishida. El 26 de diciembre siguiente Shinzo Abe constituyó su segundo Gabinete como resultado de las elecciones del día 16 y a Kishida le llegó el nombramiento de ministro de Exteriores. Considerado una paloma en cuestiones internacionales, el moderado Kishida debía aportar un bálsamo diplomático a las relaciones con China y Corea del Sur, tensadas por una serie de disputas territoriales y polémicas históricas, con la amenaza nuclear norcoreana de por medio. Sin embargo, determinados gestos de Abe en un sentido de retroceso en los pronunciamientos de Japón para reconocer los crímenes cometidos en Asia por su Ejército Imperial durante la Segunda Guerra Mundial y expresar arrepentimiento no ayudaron a normalizar los tratos con Beijing y Seúl, dos socios comerciales indispensables.

La vuelta de la plena sintonía a la alianza estratégica con Estados Unidos, la asunción de más responsabilidades en la seguridad nacional -haciendo de las Fuerzas de Autodefensa (FAD) unos ejércitos plenamente operativos en la protección del archipiélago-, y el relanzamiento de la cooperación regional, en particular con el sur del Asia-Pacífico, eran los ejes de la llamada Doctina Abe. Kishida contribuyó a formular esta nueva política exterior más asertiva y militarizada desde el flanco diplomático. Los vehículos fueron el Diálogo de Seguridad Cuatrilateral (Quad), marco de entendimiento estratégico conjunto con Estados Unidos, Australia e India que Abe había abierto cuando su primer Gobierno en 2007 (y que desde 2021 coexiste con la más formal AUKUS, un pacto de seguridad exclusivamente anglófono), y el Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP), concepto desarrollado desde 2016 y que ponía el foco en los países de la ASEAN. También remaron en esa dirección los acuerdos de libre comercio TPP, lanzado en 2015 (y luego rechazado por la Administración Trump, haciendo necesaria su reconfiguración sin Estados Unidos), y el muy ambicioso RCEP, empezado a negociar en 2012 y que involucraba a Japón, China, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y la ASEAN al completo.

La influencia de Kishida en Abe pudo advertirse en 2015, en el 70º aniversario de la rendición japonesa y el final de la guerra, cuando el primer ministro, limpiando su reputación de halcón revisionista, emitió mensajes de remordimiento y duelo por los estragos imperiales del período 1910-1945, quitó hierro a las relaciones con China y cerró con Corea del Sur las viejas heridas por el crimen de guerra contra las llamadas "mujeres de consuelo" (comfort women). Así, el 28 de diciembre de 2015 Kishida y su homólogo surcoreano, Yun Byung Se, adoptaron en Seúl un "acuerdo final e irrevocable" que cerraba la herida abierta por la esclavitud sexual de decenas de miles de mujeres coreanas en los años de la ocupación colonial. Tokyo asumía "dolorido sus responsabilidades" por estos nefandos crímenes y aceptaba pagar a las pocas víctimas que seguían vivas la cantidad de 1.000 millones de yenes dentro de un fondo de compensación gestionado por el Gobierno surcoreano. Meses después, en mayo de 2016, el presidente Barack Obama se desplazó a Japón para asistir a la cumbre del G7 en Shima y de paso conocer Hiroshima. La histórica visita del mandatario estadounidense al lugar del bombardeo atómico de 1945 fue organizada por el departamento de Kishida, cuya familia había tenido muchas víctimas en el ataque nuclear.

En julio de 2017 Kishida tomó en funciones la cartera de Defensa sustituyendo a su colega del Gabinete Tomomi Inada, acusada de prevaricación. A estas alturas de su carrera política, Kishida ya estaba visto como un dirigente del Jiminto con madera de primer ministro, un potencial sucesor de Abe, de quien venía siendo fiel lugarteniente, a pesar de discrepar de ciertos aspectos de sus célebres recetas económicas, las Abenomics. El 3 de agosto del mismo año, sin embargo, Abe acometió una remodelación ministerial que supuso la baja de Kishida en el Gabinete. El Ministerio de Exteriores fue conferido a Taro Kono, mientras que Kishida, pasado a los anales como el jefe de la diplomacia nipona más duradero de la posguerra, tomó la posición de presidente del Consejo de Investigaciones Políticas del partido, suerte de think tank interno determinante en la acción del Gobierno y la labor legislativa de los miembros de la Dieta. Aunque opaca, se trataba de una oficina de influencia estratégica, que confería a su titular amplias posibilidades para promocionarse dentro del partido; de hecho, ahora, Kishida, libre de compromisos de Estado, tenía muchas más opciones de materializar sus ambiciones del liderazgo, de las que nadie dudaba.

Kishida se avino a no desafiar a Abe cuando la elección liberaldemócrata de septiembre de 2018, en la que el primer ministro únicamente contendió, derrotándole sin problemas, con Shigeru Ishiba, ex ministro de Defensa y ex secretario general del partido. Luego, en agosto de 2020, Abe anunció que se marchaba debido a sus problemas de salud, una colitis ulcerosa que requería atención hospitalaria intermitente. Entonces, el Jiminto abrió otro proceso electoral interno al que se presentaron Kishida, Ishiba de nuevo y un tercer aspirante, el veterano secretario jefe del Gabinete Yoshihide Suga. El 14 de septiembre de 2020 tuvo lugar la votación del nuevo presidente del Jiminto y Kishida fue fácilmente derrotado por Suga: de los 535 electores del colegio, formado por los 394 miembros de la Dieta bicameral y los 141 representantes de las prefecturas, solo 89, el 16,6%, se decantaron por el anterior ministro de Exteriores. A continuación, Suga formó un Gobierno en el que Kishida no fue invitado a participar, si bien su facción, Kochikai, recibió dos puestos

Kishida se llevó finalmente la presidencia del partido el 29 de septiembre de 2021, en la elección que debía definir al sucesor del dimisionario Suga. El cambio de guardia sucedió en vísperas del levantamiento del estado de emergencia en las 47 prefecturas del país por la buena evolución de la COVID-19, tras un verano muy difícil por la explosión de los contagios y la sobrecarga de los servicios sanitarios, en plenos Juegos Olímpicos de Tokyo. En esta ocasión, Kishida resultó vencedor, en segunda vuelta y con el 60,2% de los votos, sobre Taro Kono, su sucesor en Exteriores en 2017, posteriormente ministro de Defensa y actualmente ministro de las Reformas Administrativa y Reguladora, amén de popular responsable de la campaña de vacunación contra el coronavirus. Eliminadas en una votación preliminar quedaron dos mujeres, las diputadas y ex ministras Sanae Takaichi y Seiko Noda. Entre las figuras que declinaron competir estuvieron el curtido viceprimer ministro y ministro de Finanzas, así como ex primer ministro, Taro Aso, el ministro de Exteriores desde 2019, Toshimitsu Motegi, el incombustible Shigeru Ishiba y la joven estrella ascendente del Jiminto, Shinjiro Koizumi, hijo del ex primer ministro Junichiro Koizumi y en el último año ministro del Medio Ambiente, el cual dio su respaldo a Kono.

En el Gabinete que Kishida alineó el 4 de octubre y que no alteró la cuota de poder de un ministerio (el de Tierras, Infraestructura, Transporte y Turismo) para el socio menor de la coalición, el partido conservador Komeito, retuvieron sus puestos Motegi y el ministro de Defensa, Nobuo Kishi. No así Aso, reemplazado por Shunichi Suzuki en Finanzas (el cargo de viceprimer ministro quedó vacante), Kono y Koizumi. Ahora bien, Aso permaneció vinculado a la toma de decisiones como vicepresidente del partido. Tampoco renovaron en el Gobierno, entre otros, el secretario jefe del Gabinete, Katsunobu Kato, relevado por Hirokazu Matsuno, y el ministro del Interior, Ryota Takeda, a quien cogió el testigo Yasushi Kaneko.

Ahora, Kishida, retratado por los medios como un responsable político amable y de suaves maneras pero con poco gancho popular, debe someterse al examen de las elecciones generales del 31 de octubre. El Jiminto llega a los comicios con una amplísima ventaja en los sondeos sobre el Rikken Minshuto, un partido opositor fundado en 2017 y orientado al centro-izquierda suave que, pese a haber absorbido a los remanentes del antaño potente Partido Democrático de Japón (Minshuto, gobernante en el período 2009-2012), a disidentes del Jiminto y a los socialdemócratas, está lejos de consolidarse como una opción alternativa a los liberaldemócratas.

(Cobertura informativa hasta 12/10/2021)