Festus Mogae

Nacido en el seno de una familia de pastores de reses y reclutado para la élite profesional indígena que los británicos adiestraron en vísperas de la concesión de la independencia (30 de septiembre de 1966) a su entonces colonia de Bechuanalandia, con la ayuda de becas se labró la formación como economista en las universidades de Oxford y Sussex. En 1968 entró en la flamante administración del Estado como alto funcionario de Planificación.

Su carrera de servidor público se desarrolló con regularidad ascendente durante las presidencias de Seretse Khama y, desde julio de 1980, Quett Masire, dos dirigentes prudentes, capaces y apegados al modelo parlamentario que hizo del régimen del Partido Democrático de Botswana (BDP) la democracia pluralista más avanzada y estable del continente, convirtiendo a este poco mencionado país de África austral en un caso excepcional de estabilidad política y libertades públicas, máxime cuando estaba rodeado de agresivos gobiernos racistas blancos y otros de la mayoría negra emancipada, pero aferrados al partido único y la dictadura personalista.

Hasta 1976 Mogae ejerció en el Gobierno como director de Asuntos Económicos y secretario de Estado del Ministerio de Finanzas y Desarrollo Económico, oficina que llevaba pareja la condición de gobernador suplente en las juntas del FMI, el Banco Africano de Desarrollo (BAD) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD, es decir, el Banco Mundial). Adicionalmente, en todos estos años sirvió en un buen número de comisiones y empresas sectoriales de carácter público o privado, como la Corporación del Desarrollo de Botswana (BDC), que presidió, y la De Beers Botswana Mining Company, hoy llamada Debswana Diamond Company, empresa que tiene el monopolio de la producción de diamantes —la cual sólo se remonta a 1967— y que es propiedad a partes iguales del Estado botswano y la multinacional sudafricana De Beers, si bien el primero se lleva la parte del león de los ingresos.

En 1976 Mogae fue destinado a un puesto internacional en Washington, la Dirección de la oficina del FMI para el África Anglófona, y en 1980 estuvo de vuelta en Gaborone para desempeñar la gobernación del Banco nacional de Botswana. Cesó en este cometido en 1981 y al año siguiente entró al servicio personal del presidente Masire como secretario del Gabinete. Como tal, supervisó las elecciones parlamentarias del 7 de octubre de 1989, que otorgaron al BDP su quinta mayoría consecutiva desde la independencia y que, por ende, confirmaron como presidente de la República a Masire.

En el nuevo Gobierno que aquel constituyó, Mogae recibió una cartera ministerial que conocía bien y que le caía como anillo al dedo, la de Finanzas y Desarrollo Económico. Persona de absoluta confianza de Masire, como éste lo había sido de Khama, en 1992 Mogae fue señalado por Masire como su sucesor de hecho al ser nombrado vicepresidente de la República, merced que llevaba implícita la presidencia de la Asamblea Nacional, a la vez que ingresaba en el Comité Central del BDP.

En las elecciones del 15 de octubre de 1994, que acarrearon un sensible retroceso al partido en el poder al pasar de 31 a 27 escaños (sobre 40, y ello a pesar de que la Cámara se había incrementado en seis miembros con respecto a 1994), Mogae obtuvo el mandato de legislador. El 10 de noviembre de 1997 Masire anunció que no iba a agotar su tercer mandato quinquenal y que el 31 de marzo de 1998 traspasaría la Presidencia a Mogae.

El relevo se produjo oficialmente el 1 de abril de 1998 con la toma de juramento a Mogae y discurrió con la normalidad característica de este país silente, en apariencia más preocupado por mejorar la explotación en beneficio propio de sus recursos naturales y por las demás problemáticas del desarrollo sostenido, que en las intrigas transfronterizas o en las luchas políticas internas. Ahora bien, en los últimos años estaban menudeando las acusaciones y exigencias de la oposición parlamentaria en torno a los escándalos de corrupción que afectaban al Ejecutivo, las tendencias autoritarias detectadas en el oficialismo y la necesidad de reformas que rejuvenecieran el sistema democrático y lo limpiaran de los vicios adquiridos por el BDP tras cuatro décadas de hegemonía.

Mogae heredó una situación política y social más agitada de lo habitual, a causa de las protestas de los trabajadores contra las anunciadas privatizaciones y el altísimo desempleo (el 40% de la población activa, según cálculos no oficiales), y por el incremento de la pugnacidad de los partidos de la oposición, que con escaso acierto elaboraban estrategias para echar del poder al BDP en las citas electorales.

También la economía, motivo de muchas satisfacciones y elogios desde fuera en el pasado, estaba dando quebraderos de cabeza, a causa del descenso del ritmo de crecimiento (si bien la tasa anual todavía se situaba en torno al 5% del PIB, duplicando con creces el ritmo del crecimiento demográfico), la depreciación de la moneda, el pula, arrastrada por el rand sudafricano, y el descenso de las cotizaciones mundiales del diamante, producto que aportaba al Estado la mitad de sus ingresos y que acaparaba cuatro quintas partes de las exportaciones nacionales. Aparte, el azote descorazonador del SIDA, pandemia que estaba haciendo estragos en toda África oriental y austral y que en Botswana empezaba a diezmar a los segmentos de edades jóvenes y medias.

Ahora bien, no obstante atravesar por una coyuntura adversa, el país contaba con una estructura social y económica robusta y muy prometedora. Había una tendencia al aumento de la producción diamantífera por la apertura de nuevos yacimientos, entre los más ricos del mundo, y a la captación de mayores cuotas del mercado mundial de esta piedra preciosa, lo que podría encaramar a Botswana al puesto de segundo productor mundial después de Australia, rivalizando con la República Democrática del Congo. También, se mantenían el presupuesto superavitario, que cumplía su decimocuarto ejercicio, y un nivel de reservas internacionales por encima de los 5.000 millones de dólares.

País de desarrollo medio-bajo, que ha hecho ímprobos esfuerzos para arrancar terreno de cultivo a un ecosistema poco propicio, a caballo entre la sabana semiárida y el desierto, Botswana está más adelantada que la mayoría de los países del África subsahariana y en un concepto integral del desarrollo humano sólo es superada por Namibia, Sudáfrica y algunos de los diminutos estados insulares del Atlántico y el Índico. Claro que los logros en este campo se destacan, sobre todo, por comparación con sus vecinos, ya que el 46% de la población continúa viviendo bajo el umbral de la pobreza.

En el lustro transcurrido desde su ascenso a la jefatura del Estado botswano, Mogae ha continuado las políticas caras a sus predecesores, siendo algunas de las nociones empleadas para describir su gestión el pragmatismo económico, la moderación y la tolerancia políticas, un notable sentido de la responsabilidad en la gestión de la cosa pública y de preocupación por el futuro de país, y, dentro de la línea prooccidental, la discreción en los asuntos internacionales, actitud que adquiere la categoría de neutralidad activa frente a los diversos conflictos internos y transfronterizos que afligen a la región.

Así, Gaborone ha hecho todo lo posible para apaciguar la intrincada y mortífera guerra civil, amén de conflicto internacional que ha involucrado a ocho países de África central y austral, que desde 1998 ha devastado la República Democrática del Congo, si bien Mogae ha cedido todo protagonismo en las labores de mediación al ex presidente Masire, investido en esa función por la Unión Africana. Mogae exhibió también no pocas dosis de paciencia y cautela en el conflicto de Caprivi, que, si bien ha tenido una entidad incomparablemente menor que la gran guerra congoleña, sí ha producido un impacto directo en Botswana en términos de inestabilidad fronteriza y de afluencia de refugiados.

El corredor de Caprivi es una estrecha franja de territorio namibio que se introduce como una lanza hasta la confluencia fronteriza de Zambia y Zimbabwe, teniendo como estados fronterizos a Angola en el norte y a Botswana en el sur. En diciembre de 1998 estalló allí una confusa rebelión de secesionistas locales asistidos, al parecer, por efectivos de la guerrilla angoleña de la UNITA, lo que desencadenó una intervención del Ejército de Namibia con apoyo de tropas angoleñas, zimbabwas y congoleñas.

Mogae no sólo rehusó implicar a sus fuerzas en el territorio colindante, sino que protestó ante el Gobierno de Windhoek por lo que consideraba una peligrosa escalada de tensiones que amenazaba con extender la inseguridad a su país y a la también pacífica Zambia. La proverbial neutralidad de Botswana sólo fue puesta a prueba en septiembre del mismo año, cuando el Gobierno de Mogae resolvió apoyar a Sudáfrica con algunos soldados en una intervención militar en el reino de Lesotho para sostener al Gobierno de Pakalitha Mosisili, acosado por motines militares.

En el orden político interno, las elecciones legislativas del 16 de octubre de 1999 pusieron de relieve tanto la ineptitud de los partidos de la oposición, fundamentalmente el Frente Nacional de Botswana (BNF) y su reciente escisión, el Partido del Congreso de Botswana (BCP), para aunar una plataforma común y obtener réditos del desgaste del BDP en el poder, como el apoliticismo de buena parte de la población, que, por otra parte, se sugiere, tampoco ve motivos para forzar una mudanza de gobernantes.

De esta manera, Mogae y sus colaboradores no tuvieron ninguna necesidad de recurrir al fraude electoral, como es casi de precepto en el resto del continente, en unos comicios considerados esencialmente libres y limpios: el BDP recuperó las posiciones perdidas en 1994 y se quedó con una confortable mayoría absoluta de 33 escaños con el 54,2% de los votos. Siguiendo con el procedimiento constitucional, el 20 de octubre Mogae fue investido por la Asamblea electa con un mandato presidencial de cinco años, que en virtud de la reforma constitucional de 1997 sólo podrá ser renovado una sola vez, en 2004.

En el terreno económico, el mandatario ha apostado por el afianzamiento del puntal del sistema, la producción diamantífera, que ha ligado a las perspectivas de mejora general de las condiciones de vida de la población bajo el eslogan de "diamantes para el desarrollo". Pero también ha lanzado un plan estratégico que, prácticamente partiendo de cero, pone el acento en la diversificación de las exportaciones de productos manufacturados, como los textiles y los metalúrgicos, con la ayuda de la inversión privada extranjera, a la que se estimula con ventajas fiscales y el aligeramiento de los controles de capital. Es tal el apego de Mogae al concepto de desarrollo sostenido, es decir, al manejo por el Gobierno de todas las fuentes de riqueza nacionales —recursos naturales, infraestructuras, capital humano—, que ha rehusado invertir en proyectos para la creación de empleo que luego no puedan sustentarse con recursos propios.

Sin embargo, desgraciadamente, en los últimos tiempos el país que preside Mogae ha alcanzado notoriedad internacional, no por el éxito de los ejemplares programas sociales, que han permitido desplegar un sistema sanitario universal y una red educativa gratuita con vocación de universalidad también, ni por comercializar diamantes sin el mínimo asomo de la depredación violenta que ha espoleado las guerras civiles del Congo, Angola, Liberia o Sierra Leona, ni por desconocer las hambrunas o los conflictos interétnicos, ni por encabezar la relación de países africanos con menos corrupción, según el estudio del Foro Económico Mundial. Si se habla de Botswana es en relación con la epidemia del SIDA, que a finales de los años noventa ya era extremadamente grave pero que desde 1999 ha experimentado un desarrollo vertiginoso y aterrador, hasta hacer de esta prometedora y esforzada nación, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el segundo país del mundo (detrás de Swazilandia) con la mayor tasa de contagio del virus HIV en población adulta: la cifra es actualmente el 38%, y sigue aumentando.

De catástrofe silenciosa y de "potencial exterminio" de toda una nación, según la expresión empleada por el propio Mogae, se ha calificado esta estremecedora realidad que, ciertamente, arroja los más negros presagios sobre el futuro de Botswana. Sírvase el dato de que la esperanza de vida, que en 1991 era de 61 años, ha caído en picado y hoy no pasa de los 44 años. Que más de 300.000 del millón y medio de botswanos hayan desarrollado o vayan a desarrollar el síndrome a corto plazo supone un mazazo para la estructura socioeconómica del país, y de hecho ello ya está dejándose sentir en la minería del diamante. Si la enfermedad sigue extendiéndose como hasta ahora, los expertos vaticinan una brutal contracción de la fuerza laboral y el colapso de la capacidad de producción en el curso de una década, aunque por el momento, el PIB, superadas las turbulencias de finales de los años noventa, vuelve a crecer a un ritmo del 8% o el 9% anual.

Mogae y las autoridades botswanas han afrontado esta crisis con energía y realismo, no perdiendo el tiempo, como ha sido el caso de otros dirigentes africanos, en elaborar peregrinas teorías sobre el origen de la enfermedad o estrategias sanitarias condicionadas por prejuicios culturales. En diciembre de 2000 el presidente presentó un Plan Estratégico Nacional contra el HIV/SIDA que apuesta por un tratamiento integral y multiforme de la epidemia: por un lado, tratando de someter a todos los seropositivos a terapias inhibidoras basadas en fármacos antirretrovirales (ARV), lo cual entraña un dispendio que el Estado no puede asumir y que obliga al Gobierno a negociar con los laboratorios un precio asequible para las drogas; por otro lado, haciendo hincapié en la profilaxis, terreno en el que la educación y la información y la asesoría específicos de los grupos de riesgo adquieren la máxima importancia. Detener el avance de la mortal enfermedad constituye la urgentísima prioridad, y Mogae y sus colaboradores no han tenido reparos en enfrentarse con aquellas creencias o prácticas tradicionales de naturaleza cultural o religiosa que obstaculizan aquel esfuerzo.

Sin constituir una potencia regional que haga aportaciones significativas a la estabilización de conflictos mediante la aportación de tropas de paz, como pueden ser Sudáfrica, Nigeria o Ghana, o a la lucha de Estados Unidos contra el terrorismo internacional, siendo los casos de Kenya, Tanzania o Uganda, y sin poseer tampoco reservas de productos naturales estratégicos (léase petróleo, uranio y metales preciosos o semipreciosos), Botswana fue incluida en las selectivas giras africanas de los presidentes estadounidenses Bill Clinton y George W. Bush.

La primera visita transcurrió en marzo de 1998, en vísperas de la toma de posesión de Mogae, y la segunda el 10 de julio de 2003. Ambas han venido a reconocer los méritos de Botswana en todos los campos arriba citados y en la batalla contra el SIDA, aunque también testimonian la cooperación militar botswano-estadounidense, firme desde que a comienzos de los años noventa se concediera a la Fuerza Aérea de la superpotencia americana una facilidad en la base aérea de Molepolole.

(Nota de edición: esta biografía fue publicada originalmente en 7/2003. El ejercicio de Festus Mogae como presidente de la República de Botswana concluyó el 1/4/2008. Su sucesor en las jefaturas del Estado y el Gobierno fue Ian Khama).