Emmanuel Macron

Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 5/4/2017. Emmanuel Macron fue el candidato más votado en la primera vuelta presidencial del 23/4/2017 con el 24,01% de los sufragios y en el balotaje del 7/5/2017 se impuso a Marine Le pen con el 66,1%. El 14/5/2017 tomó posesión de la Presidencia de República con un mandato inicial de cinco años y en sustitución de François Hollande. El 3/3/2022 Macron anunció su candidatura por su partido, LREM, a la reelección para un segundo quinquenio en El Elíseo. En la primera vuelta electoral del 10/4/2022 el mandatario se adelantó con el 27,8% de los votos a once competidores y pasó a disputar una segunda vuelta con Marine Le Pen, quien recibió el 23,1%. En el balotaje del 24/4/2022, Macron ganó la reelección hasta 2027 con el 58.5% de los votos, frente al 41.5% obtenido Le Pen. Para más información, pueden consultarse los documentos CIDOB «Elecciones presidenciales de 2017 en Francia» y «Elecciones presidenciales de 2022 en Francia», así como las biografías de los primeros ministros Édouard Philippe (2017-2020), Jean Castex (2020-2022), Élisabeth Borne (2022-2024) y Gabriel Attal (2024-). 

Una sorprendente secuencia de pinchazos ajenos (Hollande, Valls, Juppé, Sarkozy, Fillon) ha hecho posible que el favorito para ganar las votaciones presidenciales de 2017 en Francia sea un candidato joven sin ninguna experiencia en procesos electorales, con un bagaje esencialmente tecnocrático y que ni siquiera pertenece a alguno de los partidos mayoritarios. El centrista Emmanuel Macron, ex ministro de Economía de 39 años, se postula al Elíseo como abanderado de un movimiento independiente de corte liberal progresista, En Marche!, irradiando telegenia, pregonando la "revolución democrática profunda" de un país "bloqueado por los corporativismos y la esclerosis", y convencido de poder doblegar, primero el 23 de abril y después en el balotaje del 7 de mayo, a Marine Le Pen, la potente líder del ultraderechista Frente Nacional.

La peculiar trayectoria, meteórica en estas lides, de Macron hace de él el parachutiste de la política gala, un outsider amable que viene a alterar, sin acritud ni demagogia pero presuroso y resoluto, ciertos esquemas arraigados en la V República, lo que él llama el "statuo quo" y un "modelo agotado", aunque algunos análisis prefieren describirlo como un candidato "prefabricado", producto del mismo sistema al que quiere someter a una "transformación radical". Formado en la célebre ENA, inspector de hacienda y talentoso comercial de la banca Rothschild, desde 2012 Macron, precoz en todas sus empresas, se adiestró en el alto servicio de Estado de la mano de François Hollande, quien le colocó a su diestra como secretario general adjunto del gabinete presidencial para luego, en 2014, sentarlo como titular de la cartera de Economía en el Gobierno de Manuel Valls. Durante cuatro años, este ministro inquieto fue el ingeniero de las reformas para la liberalización y la competitividad de una economía voluminosa pero urgida de dinamismo. La orientación liberal de las mismas desagradó al ala izquierda del Partido Socialista, formación de la que Macron fue miembro por corto tiempo, entre 2006 y 2009.

El treintañero destapó sus grandes ambiciones en 2016: en abril lanzó En Marche!, en agosto se despidió del Gobierno y en noviembre hizo oficial su aspiración presidencial, dejando una imagen de desagradecido traicionero en sus jefes institucionales, Hollande y Valls, ambos descartados para la competición presidencial (el primero, hundido en las encuestas, por decisión propia y el segundo al caer en las primarias ciudadanas del PS ante Benoît Hamon), y agravando las desdichas del socialismo francés, desnortado ideológicamente, fracturado y sin guías.

Su plataforma, concebida para "liberar" las fuerzas creativas y las energías laborales de los franceses, es ampliamente descrita como social-liberal, si bien él prefiere eludir este tipo de etiquetas y, como Le Pen, insiste en que su proyecto no es "ni de derechas ni de izquierdas". Sin embargo, a diferencia de la frentista, Macron, aficionado a la filosofía, apunta no tanto al rupturismo como a un consenso transversal, una especie de síntesis hegeliana de lo mejor de cada escuela ideológica, superándolas en positivo para alumbrar una suerte de Tercera Vía a la francesa. En realidad, este enfoque pragmático no difiere sustancialmente del de Valls, quien, luego de llamarle con rencor "populista light", ha terminado por respaldarle, al igual que varias personalidades moderadas del PS y Los Republicanos, y el centrista François Bayrou.


En su "contrato" con los franceses, rico en matices hasta el punto de sonar contradictorio, Macron, un individualista incómodo con cualquier conservadurismo, expone qué le acerca y qué le separa de sus principales contrincantes, Le Pen, Fillon y Hamon. Su "modernización del modelo de crecimiento" pasa por una bajada limitada de impuestos y cotizaciones, el abaratamiento de los costes contractuales en el sector privado, el adelgazamiento de la función pública, la "universalización" tanto del seguro de desempleo como del sistema de pensiones, la mejora del poder adquisitivo de las rentas bajas y la compleción de las mudanzas energéticas que impone el cambio climático.

El autodenominado "candidato del trabajo" (mientras que Le Pen es la "candidata del pueblo") promete no tocar la edad legal de jubilación ni la semana laboral de 35 horas, y encuentra compatible invertir, con espíritu keynesiano, 50.000 millones de euros en la economía productiva y ahorrar, ahora con talante liberal, 60.000 millones de gasto público. En realidad no identificado con la ortodoxia de la austeridad, se conforma con llegar a 2022 con un déficit del 1% del PIB en las cuentas del Estado y tampoco parece alarmarle mucho la enorme deuda pública, cercana al 100% del PIB. Su convicción es que el ritmo de la reducción del déficit debe ir de la mano de unos objetivos de crecimiento sostenido, de donde vendrá el equilibrio fiscal

Por otra parte, Macron, y en esto no puede ser más opuesto a Le Pen, se muestra crítico con el estado actual de la UE, pero precisamente por europeísta, uno que desea "restablecer la confianza" ciudadana en las instituciones de Bruselas y reforzar la Unión en sus múltiples dimensiones y libertades, sin faltar la de la circulación de personas. Cree en los beneficios del Mercado Interior Único, el espacio de Schengen y la Eurozona, y asume la necesidad de adaptarse a los desafíos de la mundialización. Dentro de esta línea, Macron se aferra a la política, con controles y tamices eso sí, de puertas abiertas a inmigrantes y refugiados, prioriza la integración y naturalización de los residentes alóctonos, y su visión del laicismo republicano no es dogmática. El conductor de En Marche! tiene opciones, avanzan todos los sondeos, de ser el próximo presidente de Francia, pero cuesta imaginar que su novísimo partido pueda ganar las legislativas de junio valiéndose solo por sí mismo. Es decir, Macron sería un mandatario sin una mayoría estrictamente propia en la Asamblea y obligado a grandes pactos.


(Texto actualizado hasta 5/4/2017)

1. Un tecnócrata reformista al servicio del Ejecutivo socialista de Hollande y Valls
2. Abandono del Gobierno y postulación independiente al Elíseo
3. El programa social-liberal y europeísta del movimiento En Marche!


1. Un tecnócrata reformista al servicio del Ejecutivo socialista de Hollande y Valls

Hijo de un matrimonio de médicos, su educación escolar transcurrió en el liceo La Providence de su Amiens natal y luego en el elitista liceo Henri-IV de París, donde completó el bachillerato. En La Providence, que era un colegio regentado por los jesuitas, Macron tenía de profesora de Gramática a Brigitte Trogneux, una mujer 24 años mayor, casada y madre de tres hijos con la que inició una relación amorosa que emergió a la luz tan pronto como el joven cumplió la mayoría de edad y que se mantuvo firme pese a la oposición de los padres de él; la pareja acabaría casándose en 2007. El muchacho tomaba clases de piano en el conservatorio y también era aficionado al fútbol y el boxeo, aunque estas inquietudes artísticas y deportivas no desviaron su atención de los estudios.

Fracasó en los exámenes de ingreso en la célebre Escuela Normal Superior (ENS) de París, pero a cambio se matriculó en la Universidad de Nanterre (París X); allí obtuvo una licenciatura seguida de un Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en la rama de Filosofía. Su disertación de final de carrera versó sobre la noción del bien común en los pensamientos de Hegel y Maquiavelo. A continuación, añadió a su historial lectivo una diplomatura del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po) y de paso se convirtió en asistente del filósofo Paul Ricoeur, quien le asignó la tarea de repasar y corregir las galeradas de su ensayo La Mémoire, l'Histoire, l'Oubli, publicado en 2000. Por último, en 2002, Macron fue admitido en la Escuela Nacional de Administración (ENA) de Estrasburgo, la gran cantera de los altos cuadros funcionariales del Estado francés y alma máter de muchas figuras políticas de la República.

Macron concluyó su paso por la ENA en 2004, a los 26 años, como miembro de la promoción Léopold Sédar Senghor y, como era habitual en los enarcas recién graduados, fue automáticamente reclutado para los escalafones del aparato estatal. En su caso, se integró en la plantilla de la Inspección General de Finanzas (IGF), donde desde 2007 quedó bajo la protección de Jean-Pierre Jouyet, alto funcionario bien relacionado con los dirigentes tanto de la centroderechista Unión por un Movimiento Popular (UMP), en esos momentos en el Gobierno con Jean-Pierre Raffarin de primer ministro, como del Partido Socialista (PS).

Macron ya era por entonces miembro del PS, al que había virado a partir de una militancia previa en el Movimiento de los Ciudadanos (MDC) de Jean-Pierre Chevènement, y con la intermediación de su jefe en la IGF, Jouyet, estableció contacto con el entonces primer secretario del partido, François Hollande. Este nexo personal, al principio liviano, iba a resultar fundamental para el despegue de la carrera política del funcionario de hacienda al cabo de unos años, aunque no llegó a tiempo para abrirle las puertas de una postulación en los comicios de 2007 a la Asamblea Nacional por la región de Picardía, pretensión de candidatura que no prosperó y que enfrió sus credenciales socialistas al año de haberlas adquirido.

Como inspector de finanzas, Macron, a partir de 2007, estuvo involucrado en los trabajos de la Comisión Attali, nombrada por el nuevo presidente de la República, Nicolas Sarkozy, con el encargo de elaborar un informe de recomendaciones al Ejecutivo para el relanzamiento de la economía francesa, documento que este panel de expertos tuvo listo justo antes del estallido de la crisis financiera global y la llegada de la Gran Recesión. Su paso por la Comisión que encabezaba el influyente economista Jacques Attali permitió a Macron relacionarse con personalidades de la gran empresa privada europea y de resultas de ello, en 2008, contrató con la banca de inversiones Rothschild. En 2010 se convirtió en socio capitalista de Rothschild en Francia y, a pesar de que desde el año anterior ya no era militante del PS, decidió declinar una oferta de la UMP para ser el subjefe de personal del primer ministro con Sarkozy, François Fillon.

La etapa de Macron como banquero fue corta pero intensa. A través de Attali, quien apreciaba mucho sus cualidades y le tenía por un joven profesional excepcionalmente brillante, se aproximó al círculo de Hollande, al que respaldó en la elección primaria celebrada por el PS en 2011, y entró en los cenáculos selectos de los expertos en economía. A principios de 2012, siendo ya gerente de Rothschild, dirigió una potente operación corporativa trasnacional, la adquisición por la compañía suiza Nestlé de una filial de la farmacéutica estadounidense Pfizer especializada en alimentación infantil. La compra de Pfizer Nutrition por Nestlé, a la que Rothschild prestaba asesoría comercial, por casi 12.000 millones de dólares arrancó los elogios de su jefe bancario, el también enarca François Henrot, y reportó a Macron unos suculentos honorarios, a sumar a su ya abultada nómina de ejecutivo.

Macron podría haber seguido haciendo fortuna laboral y dineraria como banquero privado, pero en mayo de 2012 aceptó el ofrecimiento que le hacía Hollande, elegido ese mes presidente de la República en el balotaje contra Sarkozy, de asistirle personalmente en el Elíseo como secretario general adjunto con funciones de asesoría en asuntos económicos y financieros. A sus 34 años, Macron no dudó en retornar a la función pública en estas condiciones de privilegio y el 15 de mayo inició su nueva andadura al servicio del jefe del Estado y teniendo como inmediato superior en el gabinete presidencial al secretario general Pierre-René Lemas.

En el bienio que siguió, Macron mostró sus capacidades tecnocráticas como arquitecto del plan de Hollande de bajar impuestos a las empresas para ganar competitividad y generar empleo, y diseñador también del Pacto de Responsabilidad y Solidaridad (PRS), presentado por el presidente en diciembre de 2013 y enfocado en la reducción de los costes laborales, la modernización de la fiscalidad de las sociedades y la simplificación de las normativas, todo ello en aras, de nuevo, de la competitividad de la economía gala. Además de aparejar algunas de las reformas económicas de la presidencia de Hollande que más inquietaban a los socialdemócratas del PS, Macron participó muy activamente en la trastienda técnica, como sherpa, de varios encuentros internacionales de alto nivel, sobre todo las cumbres de la UE y el G20.

El 15 de julio de 2014 Macron se despidió como secretario general adjunto del Elíseo con planes para retornar a la actividad privada en los ámbitos de la consultoría financiera y la academia. Al parecer, encontró decepcionante que Hollande no le sentara en el nuevo Gabinete de Manuel Valls, anterior ministro del Interior y nombrado primer ministro por el presidente el 31 de marzo anterior en sustitución de Jean-Marc Ayrault. De la tendencia más conservadora o pragmática del PS, identificado con los postulados social-liberales de la Tercera Vía, defensor de la adaptación a la posmodernidad globalizada y por todo ello crítico con la línea más o menos oficial del partido, Valls tenía un excelente concepto del independiente Macron, al que veía como un valioso auxiliar para ejecutar sus planes de ganarle la batalla al déficit presupuestario y orientar la fiscalidad al aumento de la competitividad y la generación de empleo. Por ello, propuso a Hollande que el secretario general adjunto fuera el ministro del Presupuesto de su Gobierno, pero el presidente descartó este nombramiento con el argumento de que su eficiente colaborador carecía de un mandato electoral, lo que le restaba peso político.

Nada más abandonar el equipo presidencial en julio, Macron se vinculó académicamente a la London School of Economics (LSE) y a la Universidad de Berlín. Sin embargo, en cuestión de semanas estuvo de vuelta en el Ejecutivo y portando una cartera ministerial de postín, como consecuencia de la crisis abierta en el Gobierno el 25 de agosto. Ese día, en respuesta a las críticas abiertas a su política económica por parte del ministro —precisamente— de Economía Arnaud Montebourg, al que inmediatamente salieron a secundar sus colegas de Educación, Benoît Hamon, y de Cultura, Aurélie Filippetti, igualmente contrarios a los recortes presupuestarios y reacios al PRS, Valls presentó a Hollande la dimisión del Gobierno en pleno y al instante recibió del presidente el encargo de formar otro Gabinete, uno que fuera "coherente con las orientaciones definidas para el país".

Valls tenía luz verde para constituir un equipo de ministros comprometidos con el ahorro riguroso del gasto para avanzar hacia el equilibrio presupuestario en un plazo laxo, ajustado a las necesidades del crecimiento, y al día siguiente, 26 de agosto, alineó un Gabinete donde el puesto del antiglobalista Montebourg era ocupado por el pro libre mercado Macron. El flamante y, con sus 36 años, joven ministro de Economía, Industria y Asuntos Digitales partía con la vitola de práctico desconocido por el gran público, pero los observadores no tuvieron dudas en adjudicarle la condición de "símbolo del viraje social-liberal", en aparente sintonía con las tesis ortodoxas del Gobierno alemán de Angela Merkel, iniciado por el Ejecutivo de Hollande, un presidente en horas muy bajas que necesitaba apoyarse más que nunca en su primer ministro. Ahora, el deseo de Valls de contar con Macron, cuyo enfoque economicista era virtualmente gemelo del suyo, a pesar de no estar avalado en modo alguno por las urnas prevaleció sobre una norma establecida por el jefe del Estado a la hora de nombrar a los ministros.

Macron pasó a compartir la dirección de las cuentas francesas con el experimentado Michel Sapin, el ministro de Finanzas, pero no tardó ni una semana en destacarse con planteamientos de tipo más bien personal que generaron controversia y mantuvieron candentes las tensiones instaladas en el socialismo francés, que la defenestración de Montebourg había venido a avivar. Así, el ministro expresó su interés en reabrir los debates sobre la voluntariedad en la aplicación por las empresas, siempre que se pusieran de acuerdo el patrón y los empleados, de la semana laboral de 35 horas, introducida con carácter obligatorio por el anterior Gobierno socialista de Lionel Jospin pero muy relativizada después por los gobiernos de la UMP, y sobre la oportunidad de una reforma restrictiva de las prestaciones por desempleo. No había que tener "tabúes ni posturas" cuando se trataba de enfrentar el anquilosamiento productivo y las situaciones financieras de déficit, argüía el ministro, partidario de "eliminar las rigideces" y "descorrer los cerrojos" que afectaban al sistema.

Antes de terminar 2014 Macron dejó su impronta en la presentación por el Gobierno del proyecto de Ley para el Crecimiento, la Actividad y la Igualdad de Oportunidades Económicas, un paquete de cambios normativos orientado a "abrir la economía" francesa, estimular la iniciativa privada y contribuir al despegue del PIB, que llevaba tres años creciendo por debajo del 1%. Continuadora de la nonata Ley sobre el Crecimiento y el Poder Adquisitivo anunciada en junio por Montebourg, complementaria al PRS y defendida por su autor como justamente lo opuesto al dogma de la austeridad que anteponía el combate antidéficit a cualquier otra consideración (como podía advertirse en Grecia, cuyos sucesivos planes de rescate financiero el ministro francés estaba lejos de aplaudir), la llamada Ley Macron incorporaba profundas liberalizaciones y desregulaciones (abaratamiento de tasas y tarifas, simplificación de requisitos legales para emprender negocios, mayores facilidades a los comercios para abrir en domingo y por la noche, apertura de las profesiones jurídicas reguladas a la competencia, etc.) en las actividades laborales y empresariales, y su nítida orientación promercado despertó recelos y rechazo en el ala izquierda del PS.

Macron creía fervientemente en la superioridad de una economía tirada por los emprendedores, "personas con talento y que toman riesgos", sobre una economía "de rentistas" condenada según él a la esclerosis. A su entender, el Estado tenía la obligación de retirar las rémoras que obstaculizaban el libre desenvolvimiento de quienes tuvieran iniciativas innovadoras, en especial los jóvenes, a los que, en un comentario de ecos berlusconianos, animaba a "tener ganas de convertirse en millonarios".

Sin embargo, el ministro no las tenía todas consigo con respecto al proyecto legal que llevaba su nombre. Temerosos de la rebelión legislativa de hasta medio centenar de diputados de la mayoría presidencial, Valls y Macron decidieron sacar adelante la Ley para el Crecimiento por la vía extraordinaria recogida en el artículo 49.3 de la Constitución, el cual permitía al Gobierno promulgar un texto legal de carácter financiero o relativo a la Seguridad Social de manera automática, sin someterlo a votación en el pleno parlamentario, si en un plazo de 24 horas el Gobierno no era objeto, con resultado de derrota, de una moción de censura en la Asamblea Nacional. La Ley Macron entró así en vigor en julio, no sin sortear el Ejecutivo, en febrero y en junio, dos mociones de censura presentadas por Los Republicanos (LR, nuevo nombre de la UMP a partir de mayo) y en las que algunos asambleístas del PS optaron por abstenerse.


2. Abandono del Gobierno y postulación independiente al Elíseo

La "indispensable" Ley para el Crecimiento, la Actividad y la Igualdad de Oportunidades Económicas vio finalmente la luz, pero Macron no estaba del todo cómodo en el Gobierno. A finales de 2015 el ministro hizo notar su malestar por el proyecto de reforma constitucional, planteado por Hollande tras la masacre múltiple perpetrada por el Estado Islámico el 13 de noviembre en París —atentados que llevaron al Ejecutivo a declarar el estado de urgencia— pero finalmente descartado por el presidente, para privar de la nacionalidad francesa a los responsables de actos terroristas.

La continuidad de Macron en el Gobierno quedó seriamente en entredicho en enero de 2016 al oponerse tajantemente Valls a un segundo proyecto legal del titular de Economía, una llamada Ley de Nuevas Oportunidades Económicas que el primer ministro creía innecesaria porque se solapaba a la reforma laboral que ultimaba el Ministerio de Trabajo y Empleo, dirigido por Myriam El Khomri. Valls y Hollande obligaron a su subordinado a renunciar a la que habría sido la Ley Macron 2, aunque algunos de los puntos de su borrador fueron incorporados a la denominada Ley El Khomri, la cual, por cierto, estaba destinada a provocar una furibunda protesta social, cuyo punto culminante iba a ser la huelga general convocada por los sindicatos de trabajadores y estudiantes para el 31 de marzo.

Macron empezó a concebir planes políticos de carácter mucho más personal y cuya revelación cayó como una bomba en el país que ya tomaba posiciones de cara a las elecciones presidenciales de abril de 2017. El 6 de abril de 2016, desde su patria chica, Amiens, el ministro de Economía anunció la activación de un movimiento partidario propio, En Marche! (EM, sigla que coincidía con el nombre y apellido del promotor), de carácter "reformista", absolutamente independiente del PS y de hecho "transpartidista", en el sentido de que no era "ni de derechas ni de izquierdas", dicotomía básica de la política, y más en Francia, el país donde nació, que a Macron le parecía "obsoleta".

El trompetazo de Macron causó estremecimiento en las filas de PS, que bregaba con unos sondeos preelectorales desastrosos y que aún no sabía quién sería su candidato presidencial. Entonces, la postulación reeleccionista de Hollande estaba completamente en el aire, y a la espera de un anuncio oficial al respecto (de autodescartarse para un segundo mandato, Hollande marcaría un precedente en la historia de la V República) permanecía Valls, el cual albergaba sus propias ambiciones presidenciales pero que tampoco lo tenía nada bien, pues se trataba de un candidato oficioso bastante peor valorado que el ex primer ministro y ex ministro de Exteriores Alain Juppé por LR y que la pujante líder del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen. Además, en estos mismos momentos Valls estaba pasando serios apuros para sacar adelante la Ley El Khomri, que como la Ley Macron iba a acabar siendo decretada al amparo del artículo 49.3 de la Constitución.

En añadidura, Macron dejó claro que no descartaba unirse él mismo a la competición presidencial, pero siempre que Hollande, para el que solo tenía palabras de respeto y gratitud, decidiera no presentarse; en caso contrario, él le apoyaría. El hecho de excluir de este condicionante a una eventual candidatura alternativa de Valls convirtió automáticamente a Macron en un adversario directo de su superior gubernamental. Como no podía ser de otra manera, las relaciones entre Macron y Valls, gélidas desde hacía unos meses, entraron en una fase de deterioro irreversible. Entre tanto, el PS era una olla a presión, en la que los sectores izquierdistas exigían a la dirección del partido que las hipotéticas candidaturas de Hollande o, en su defecto, Valls se sometieran a unas elecciones primarias "ciudadanas". Ya el 9 de abril el Consejo Nacional del PS aceptó abrir ese proceso interno.

La permanencia de Macron en el Gobierno se antojaba insostenible y el público creyó que el anuncio de su salida se produciría el 12 de julio, coincidiendo con la primera asamblea pública de EM en París, la cual reunió a poco más de 2.000 personas, si bien los macronistas aseguraban contar ya con 50.000 adherentes. Sin embargo, el protagonista del mitin, al tiempo que, sembrando cierta confusión, cargaba contra el PS por "las promesas que no se han mantenido", declaraba ser personalmente "de izquierdas" e invitaba a unirse a su plataforma a "personas plenamente de derechas y plenamente de izquierdas", no materializó entonces la ruptura cantada. Tras este acto proselitista, Valls, indignado, reclamó a Hollande la destitución fulminante de Macron, pero el 14 de julio se produjo el terrible atentado islamista de Niza y el presidente dejó correr la cuestión. Macron demoró la entrega de su carta de renuncia a Hollande hasta el 30 de agosto. Entonces, el presidente cubrió la baja elevando a Sapin a la condición de superministro de Economía y Finanzas

El 16 de noviembre de 2016, después de sentenciar que ya no estaba "en deuda" con Hollande y de confesarse este último "traicionado" por algunos de aquellos a los que había promovido y hecho colaboradores de confianza, Macron proclamó su candidatura presidencial en el suburbio parisino de Bobigny. En las semanas siguientes, el cabeza de EM consolidó su tercera posición en los sondeos, por detrás del inesperado ganador de las primarias abiertas de LR, el ex primer ministro Fillon (quien se impuso a Juppé y Sarkozy), y de la frentista Le Pen.

Aspecto notorio, el antiguo banquero de Rothschild consiguió abrir distancias insalvables de todos sus contrincantes por la izquierda. Estos eran: en el PS, Valls (dado de baja en el Gobierno el 6 de diciembre, siendo sucedido como primer ministro por el hasta entonces responsable de Interior, Bernard Cazeneuve) y los ex ministros Montebourg y Hamon, los tres precandidatos que, una vez confirmada (el 1 de diciembre) la renuncia de Hollande a presentarse, se enfrentaron en la primaria ciudadana de enero de 2017, resultando vencedor en la misma Hamon; y por la muy izquierdista La Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Mélenchon.

A finales de enero, Fillon, quien mantenía un reñido pulso con Le Pen en las proyecciones de resultados de la primera vuelta, pinchó en las encuesta por el estallido del escándalo de la asistencia parlamentaria presuntamente ficticia de su esposa Penelope y Macron al punto le desplazó, superando de seguido la barrera del 20% de los votos y amagando con arrebatar a la poderosa Le Pen la posición cimera. Pero lo verdaderamente relevante era que en las simulaciones de un cara a cara a dos en el presumible balotaje del 7 de mayo, Macron, al parecer atractivo para importantes sectores moderados o centristas tanto del PS como de LR, se perfilaba como un casi seguro ganador con hasta 30 puntos de ventaja.


3. El programa social-liberal y europeísta del movimiento En Marche!

Al lanzar su postulación, Macron, desplegando unas maneras rotundamente telegénicas —naturalidad, sonrisa reluciente, agilidad oratoria que sugería rapidez también de pensamiento, y un tono que unas veces podía resultar tranquilo y didáctico, y otras fogoso y arrebatado—, se declaró listo para "asumir la responsabilidad" de liderar una "transformación del país" y una "revolución democrática profunda". Su intención era "liberar" las fuerzas creativas y las energías laborales capaces de poner al día un "sistema bloqueado por los corporativismos" y un "modelo político y económico agotado", dando como resultado una "economía de la innovación y la competitividad". De viva voz y a través de su libro-manifiesto Révolution. C'est notre combat pour la France, puesto a la venta a finales de noviembre (el autor ya tenía a punto otro ensayo autopromocional, Macron par Macron, donde exponía los fundamentos de su formación filosófica e intelectual), el guía de En Marche! empezó a concretar los ejes de su "contrato" con los franceses.

El programa del aspirante presidencial que ambicionaba asentar en las instituciones de la República una suerte de tercera vía, más sintetizadora que rupturista, a caballo entre los tradicionales bloques del centro-izquierda y el centro-derecha, ofrecía varios puntos llamativos.

Por un lado, Macron propugnaba: una bajada moderada de los impuestos —principalmente, el de sociedades, para dejarlo en el 25% desde el 33,3% actual— y las cotizaciones de los trabajadores; la reestructuración del aparato estatal con la supresión de hasta 120.000 plazas de funcionario y la "adaptación" de la maquinaria administrativa y la actividad de los profesionales del Estado a las "necesidades personales" de los ciudadanos; el abaratamiento de los costes empresariales de contratar trabajadores; la reforma, incorporando nuevas exigencias a los beneficiarios y al mismo tiempo extendiéndolo a los autónomos y a los cesantes voluntarios, del seguro de desempleo; y la "universalización" también del hoy por hoy "injusto" sistema de pensiones, aboliendo los regímenes especiales e introduciendo un nuevo método de cálculo de la cuantía para que "cada euro cotizado genere los mismos derechos, con independencia del momento en que fue pagado y de la situación particular del cotizante". Ahora bien, el candidato prometía no tocar ni la edad legal de jubilación (62 años) ni el nivel de prestaciones actuales. Lo mismo tenía que decir con respecto a la semana laboral de 35 horas, si bien él restablecería la exoneración de cotizar por las horas extraordinarias.

Hasta aquí, el lado más o menos liberal de Macron, que también tenía una vertiente que podía ser calificada de keynesiana, cuando exponía su concepción del "nuevo modelo de crecimiento" para Francia. Así, el aspirante al Elíseo tenía detallado un plan de inversiones públicas de 50.000 millones de euros hasta 2022; de ese enorme montante, 15.000 millones se destinarían a mejorar la formación y capacitación de los trabajadores, y otro tanto a cubrir los costes de la "transición ecológica y energética". Partidas menores de 5.000 millones irían respectivamente a la sanidad, la agricultura, la reforma digital y los transportes e infraestructuras públicos. Colectivos concretos como los jubilados y trabajadores con pensiones y salarios mínimos, y los adultos con discapacidad verían mejorado su poder adquisitivo con una subida de 100 euros en sus ingresos.

Macron compaginaría esta gran inversión del Estado con una política fiscal "más justa", para que el crecimiento se sostuviera a largo plazo "en el trabajo y el empleo", y —de nuevo, el contrapeso liberal de la actuación social— con un "esfuerzo de reducción del gasto público repartido equitativamente entre los hogares y las empresas", cuyo alcance el candidato cuantificaba en los 60.000 millones de euros, 10.000 millones mas que el plan de inversiones. Semejante ahorro vendría desde tres frentes: la "esfera social", en virtud de los menores dispendios del Estado en los subsidios por desempleo y la sanidad (alivios de cargas que Macron fiaba respectivamente a una caída del paro del 10% al 7% y a una "mejor prevención" en la atención médica); las colectividades territoriales (comunas, departamentos, regiones); y el Estado central, por la disminución del número de funcionarios.

Según Macron, toda esta batería de medidas fiscales debería dejar el déficit del Estado al final del quinquenio en solo el 1% del PIB, frente al 3% augurado para 2017. La previsión de EM era que hasta 2022 la economía nacional creciera un promedio del 1,7% anual. En otras palabras, Macron, como hipotético presidente de Francia, renunciaba a lograr el equilibrio presupuestario en sus cinco años de mandato, se conformaba con cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE en el capítulo del déficit y veía el horizonte productivo con prudente circunspección a pesar de las "revoluciones" que traía bajo el brazo. Tampoco preveía una bajada significativa de la deuda pública, que seguiría siendo abultadísima, superior al 90% del PIB, cuando el tope del PEC era del 60%.

Por otro lado, la plataforma de Macron marcaba un contrapunto a las tendencias de repliegue nacionalista en boga en muchos países de la UE y en Francia en particular (ese era uno de los pilares del programa de Le Pen, pero también asomaba en el de Fillon), y cuyas expresiones recurrentes eran los llamamientos al cierre de fronteras, el repudio a inmigrantes y refugiados, las loas al proteccionismo y las denuncias de la globalización.

Aunque preocupado por la percepción por los franceses de una "confiscación del proyecto europeo" que impelía a estos "a no confiar ya en las instituciones", y partidario de incentivar el consumo de productos elaborados en el continente, de implementar una Buy European Act para frenar las deslocalizaciones, de los "instrumentos anti-dumping" y de defender los "sectores estratégicos" de las incursiones de las multinacionales y las inversiones extranjeras, Macron destilaba un discurso nítidamente europeísta que creía en los procesos integradores de la UE, en la unificación de los mercados y en las libres circulaciones, de personas inclusive. Por ejemplo, gracias al euro, argumentaba, Francia había podido zafarse de la "situación de vasallaje con respecto al Bundesbank". Y la UE como construcción jurídica seguía siendo "la mejor garantía de la paz en el continente". Se trataba de "restablecer la confianza" en Europa, y para ello había que "reforzar a la UE en sus cinco dimensiones de soberanía", a saber, las Europas de la seguridad, la defensa y la cooperación policial, del crecimiento, de la "protección de la mundialización no equitativa", del desarrollo perdurable y de la economía digital.

Por lo que respectaba a la política inmigratoria de Macron, esta se guiaría por una "prioridad absoluta, la integración", poniendo los medios para la naturalización de los foráneos que ingresaran en Francia de manera regular y para la obtención fácil de la residencia por los trabajadores y profesionales con "talento". Además, Francia, pese a la "crisis migratoria sin precedentes", debía mantener su tradición de país "hospitalario" con los refugiados que cumplieran los requisitos para el asilo, sin menoscabo del imperativo de reforzar la vigilancia de las fronteras exteriores de Schengen frente a la inmigración irregular y los tráficos ilegales.

(Cobertura informativa hasta 1/2/2017)