Atal Bihari Vajpayee

Uno de los siete hijos de un maestro de escuela provincial y perteneciente a una familia de religión hindú, estudió en el Victoria (hoy Laximbai) College de Gwalior, en su Madhya Pradesh natal, y el DAV College de Kanpur, en el estado norteño de Uttar Pradesh. Desde temprana edad se ganó la vida como periodista y trabajador social, y políticamente comenzó su activismo en las filas el Rashtriya Swayamsewak Sangh (RSS, Unión de Voluntarios de la Nación), un movimiento de masas nacionalista, conservador y sectario hindú fundado en 1925 y opuesto triplemente al colonialismo británico, al laicismo socializante que preconizaba el Partido del Congreso (también llamado Congreso Nacional Indio, INC) del futuro primer ministro Jawaharlal Nehru y a las proclamas del Mahatma Gandhi sobre la necesidad de integrar a los musulmanes en el futuro Estado indio. En 1942 Vajpayee fue detenido y brevemente encarcelado por tomar parte en una protesta antibritánica organizada por el INC, el partido hegemónico entre los hindúes antes y después de la independencia ganada en agosto de 1947.

Tras graduarse en Ciencias Políticas se incorporó a la política de partidos del flamante Estado, sin dejar de practicar el periodismo. En octubre de 1951 estuvo entre los fundadores en Delhi del Bharatiya Jana Sangh (BJS, Unión Popular India), fuerza nacida a partir de la militancia de la RSS y con la vocación de oponer una contestación parlamentaria al todopoderoso INC, siendo su primer líder Syama Prasad Mookerjee. Esa pretensión tomó cuerpo en las elecciones de 1957, cuando Vajpayee ganó su primer escaño de diputado en el Lok Sabha o Asamblea del Pueblo, la cámara baja del Sansad o Parlamento federal y se convirtió en el líder de la sección parlamentaria del partido, labor que iba a desempeñar durante 20 años. En 1962 se presentó a la cámara alta, el Rajya Sabha o Asamblea de los Estados, y ganó la representación hasta 1967, cuando retornó a la bancada del Lok Sabha.

Desde el principio, y pese a su juventud, Vajpayee ejerció el liderazgo de la BJS en el Sansad, donde el INC fue renovando su mayoría absoluta en las sucesivas consultas electorales. En sus largos años de diputado adquirió una sólida experiencia internacional como miembro de delegaciones parlamentarias enviadas para representar a India en reuniones y conferencias celebradas en el extranjero. En 1968 se convirtió en el presidente del partido y afirmó su condición de uno de los más importantes líderes opositores a los gobiernos de Indira Gandhi, hija de Nehru y continuadora de la dinastía política. Reelegido en los comicios de 1971, que supusieron para la BJS el retroceso desde los 35 a los 22 escaños, Vajpayee entregó en 1973 la jefatura nominal del partido a Lal Krishna Advani, otro veterano opositor al INC y cuya trayectoria política, vinculada al frentismo hostil a los musulmanes en Gujarat y Rajasthán, había estado e iba a estar estrechamente ligada a la suya, aunque continuó liderando el partido desde el Sansad. Vajpayee y Advani estuvieron entre las numerosas personalidades arrestadas y encarceladas durante el estado de emergencia decretado por Gandhi el 26 de junio de 1975 como reacción a una sentencia judicial que la inhabilitaba para el ejercicio de cargos públicos.

En las elecciones generales de marzo de 1977 el INC fue castigado por la actuación autoritaria de Gandhi y, cosa insólita desde la independencia, vio arrebatada la mayoría. Ésta fue a parar a la coalición del Janata Party (JP, Partido Popular), pintoresca amalgama de orientaciones cuyo único nexo era el rechazo –y el temor- al retorno de Gandhi al poder. La BJS tuvo un papel señero en la articulación del JP, siendo sus compañeros de aventura el conservador Bharatiya Lok Dal (BLD, Partido del Pueblo Indio) de Charan Singh, los socialistas de George Fernandes y diversos escindidos y tránsfugas del INC, una parte de los cuales se habían agrupado bajo una sigla homónima que pretendía arrebatar la legitimidad de los símbolos congresistas a los partidarios de Indira.

El 24 de marzo de 1977 tomó posesión el Gobierno del JP. Su presidencia le fue conferida al Morarji Desai, un octogenario tradicionalista y ultraconservador que había roto con el INC unos meses atrás. Vajpayee, reelegido en el Lok Sabha en representación de Nueva Delhi, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores y Advani tomó la cartera de Información y Radiodifusión, un puesto que le venía como anillo al dedo, dado su perfil de propagandista doctrinario. En mayo siguiente, Vajpayee y Advani procedieron a fusionar formalmente la BJS con sus socios de coalición, dando lugar a un partido inestable condenado a hacer implosión antes de terminar la legislatura.

Como responsable de la diplomacia india, Vajpayee, dentro de su derechismo nacionalista, se acreditó como uno de los pragmáticos liberales con que contaba el Ejecutivo de Desai, aunque sólo fuera por contraste con la actitud de los elementos ultras del JP, tachados frecuentemente de antimusulmanes y antipakistaníes (sin ir más lejos, Advani fue objeto de este tipo de imputaciones). En los dos años en que Vajpayee estuvo al frente del Ministerio, la política exterior de India, sin abandonar los principios cardinales del no alineamiento y el neutralismo activo entre los bloques occidental y oriental, mutó del acusado prosovietismo que había caracterizado los años del INC al entendimiento con Estados Unidos, visto como un contrapeso más eficaz de las principales amenazas exteriores, las representadas por los vecinos China y Pakistán.

La experiencia del JP, donde debían convivir ideologías contrapuestas y líderes celosos de preservar sus parcelas de poder, fracasó en el momento en que la ex primera ministra resurgió de su ostracismo, arrastró tras de sí al sector mayoritario del INC, constituido ahora como INC(i), y se dispuso a reconquistar el poder. En medio de fuertes escaramuzas internas, el 15 de julio de 1979 Desai dimitió y trece días después Charan Singh formó un gabinete para cuyo portafolio de Exteriores ya no contó con Vajpayee. Sin embargo, tampoco pudo sostenerse el Gobierno de Singh, haciéndose necesaria la celebración de elecciones anticipadas en enero de 1980, a las que el JP llegó dividido en dos facciones rivales que concurrieron por separado. El espectacular triunfo del INC(i) y el regreso al poder de Gandhi en aquella fecha fueron determinantes para que en abril siguiente la poderosa facción de Vajpayee, que había retenido el escaño en el Lok Sabha, diera el golpe de gracia al experimento del JP y pusiera en marcha el Bharatiya Janata Party (BJP, Partido Popular Indio), considerado el directo sucesor de la BJS. Vajpayee se erigió en el primer presidente del BJP y en el líder de su sección parlamentaria, mientras que Advani tomó para sí la Secretaría General.

A las elecciones, también adelantadas, de diciembre de 1984, transcurridos dos meses desde el asesinato de Indira Gandhi a manos de extremistas sijs -como venganza por la sangrienta captura por el Ejército del Templo Dorado de Amritsar, en el estado de Punjab, donde se habían hecho fuertes cientos de separatistas sijs armados- y de la toma del relevo por su hijo Rajiv, el BJP, perjudicado por el sistema electoral, rigurosamente mayoritario, sufrió un estrepitoso fracaso y sólo pudo meter dos escaños en el Lok Sabha, a pesar de que con el 7,7% de los votos consiguió mantenerse como el segundo partido del país (paradójicamente, el marxista Partido Comunista de India obtuvo 22 actas con menos del 6% de las papeletas) tras un INC(i) que aspiraba a recobrar la apabullante hegemonía de que había gozado en el pasado. Por primera vez desde 1957, Vajpayee fracasó en una elección a mandatario legislativo federal.

El 9 de mayo de 1986 Vajpayee cedió la presidencia del partido a Advani y poco después se hizo con el escaño en el Rajya Sabha, recobrando la condición de líder del partido parlamentario. Como senador, encajó la nueva decepción que supusieron las elecciones generales de noviembre de 1989, cuando el BJP ascendió un poco en cuota de sufragios, al 11,4%, y rebotó hasta a los 30 escaños (luego convertidos en 86 a fuer de una serie de transacciones con el bloque gubernamental a cambio de apoyo parlamentario), pero vio birlada la primacía opositora por el centroizquierdista Janata Dal (JD, Partido Popular), la otra formación mayor surgida de las cenizas del JP. Por segunda vez desde la independencia, el INC perdió la mayoría absoluta y la alternativa de gobierno la brindó el JD, cuyo jefe, Vishwanath Pratap Singh, formó un precario Ejecutivo de coalición junto con sus socios progresistas del Frente Nacional.

En unos años en que las tensiones interconfesionales, degeneradas a menudo en terribles pogromos, se multiplicaban en un país superpoblado donde confluía un universo de lenguas, religiones, etnias y culturas, el BJP planteó un nacionalismo militante que, a los ojos de muchos observadores, ponía en tela de juicio las mismas bases que sostenían la democracia más grande del mundo, a saber: la aconfesionalidad del Estado, el tratamiento secularizado de los problemas nacionales y la concesión de medidas compensatorias a los musulmanes (una absoluta minoría frente al 82% de hindúes, pero aun así 120 millones de ciudadanos) y el resto de minorías étnico-religiosas, a modo de discriminación positiva. Aunque consideraban al Mahatma Gandhi el artífice de la independencia y un maestro moral, el BJP y la añeja organización socio-religiosa afín, la RSS, contradecían su mensaje ecuménico de tolerancia al equiparar hinduidad (localmente, se acuñó un neologismo para expresar este concepto, Hindutva) e indianidad, esto es, al concebir la identidad nacional india como el reflejo de las especificidades culturales y sociales de la religión mayoritaria. Vajpayee siempre osciló entre la ambigüedad y el distanciamiento frente a las situaciones más explosivas que provocaban las agitaciones populistas en el campo nacionalista.

Así, en diciembre de 1992 Vajpayee fue el único dirigente del partido -desde 1991 presidido por Murli Manohar Joshi- que lamentó, aunque con sordina, el asalto y la destrucción, el día 6, de la mezquita Babri de Ayodhya, en Uttar Pradesh, por una turba de fanáticos perteneciente a la Vishva Hindu Parishad (VHP, Asamblea Hindú Universal), una asociación religiosa estrechamente relacionada con el BJP y la RSS. De hecho, todos ellos se hermanaban bajo la sigla del Sangh Parivar (SP), una federación político-religiosa cuya principal bandera era la promoción del concepto nacionalista del Hindutva. Este incidente, que se venía fraguando desde hacía tiempo e inauguró una década de violencias esporádicas entre musulmanes e hindúes a nivel nacional, a la vez que servía permanentemente de arma arrojadiza en las trifulcas de los partidos representados en el Parlamento federal, involucró a sectarios de las dos confesiones, si bien la agresión partió de la parte hindú.

Los extremistas de la VHP y la RSS, azuzados desde el BJP por Advani y otros dirigentes, esgrimían una arraigada tradición religiosa, según la cual la mezquita Babri ocupaba exactamente el emplazamiento donde había existido un templo consagrado al mítico dios-rey Rama. De acuerdo con leyendas sin el mínimo respaldo histórico, Rama había nacido allí y desde allí había dirigido su reino en la época más ancestral, así que la remoción del edificio islámico era lícita. Por el contrario, los musulmanes militantes de Uttar Pradesh aseguraban que cuando el emperador mogol Babar mandó construir la mezquita en el siglo XVI, en Ayodhya no existía ningún templo dedicado a Rama, y que ningún santuario hindú fue demolido entonces.

Advani mismo llevaba meses capitaneando una campaña de movilizaciones populares exigiendo la construcción en el mismo lugar de otro templo en honor a Rama, así que contrajo una responsabilidad, como mínimo indirecta, en el acto de vandalismo religioso y artístico. Dio la sensación también de que el BJP empezó a atizar en 1990 la “cuestión de Ayodhya” como una maniobra de distracción de la atención del público al proyecto del Gobierno frentenacionalista de aumentar las cuotas de empleos públicos reservadas a las castas inferiores, medida social equilibradora que abrió una controversia en el partido opositor. La retirada del apoyo parlamentario del BJP al JD por sus políticas apaciguadoras resultó decisiva para la caída del Gobierno de Pratap Singh en noviembre de 1990 y su reemplazo por el aún más endeble Gabinete de Chandra Sekhar, disidente izquierdista del JD.

Uno de los dirigentes nacionalistas menos refractarios a la iniciativa del efímero primer Gobierno del Frente Nacional habría sido Vajpayee, cuya agenda pública incluía actividades en el Hindu Sangathan, una organización comprometida con causas sociales como la erradicación de la intocabilidad de los miembros de las castas más bajas y la emancipación de la mujer. Pero en torno a la cuestión de Ayodhya su posibilismo resultó ser mucho menos explícito. En realidad, Vajpayee guardó silencio antes, durante e inmediatamente después de la destrucción de la mezquita Babri. Sólo tras constatar las trágicas secuelas, una espiral de enfrentamientos interconfesionales que dejó entre 2.000 y 3.000 muertos en los estados de Uttar Pradesh, Madhya Pradesh, Rajasthán y Gujarat (así como la megalópolis de Mumbai –Bombay- en Maharashtra, capital económica del país y hasta entonces un modelo de convivencia religiosa), cuatro feudos tradicionales del BJP, salió el ex ministro a manifestar su repudio a los excesos cometidos por el radicalismo hindú.

Lo cierto era que la identificación con el discurso del hinduismo más intransigente venía dando sus frutos en las urnas. En las elecciones generales de mayo de 1991, ensombrecidas por el asesinato en plena campaña -al parecer, a manos de la guerrilla tamil de Sri Lanka- de Rajiv Gandhi, que se aprestaba a volver a la oficina del Primer Ministro, el BJP había experimentado un salto muy considerable, hasta los 120 diputados con el 20% de los votos, recobrando el liderazgo de la oposición. Tras aquellos comicios, el INC, si bien sin gozar de la mayoría absoluta, recuperó el Gobierno federal de la mano de P. V. Narasimha Rao, mientras que Vajpayee volvió a las labores parlamentarias en el Lok Sabha, representando esta vez a la circunscripción de Lucknow, en Uttar Pradesh. Sin ningún género de dudas, el éxito electoral del BJP en 1991 enardeció el ambiente nacionalista como prolegómeno de los hechos de Ayodhya.

El Gobierno de Rao reaccionó a la provocación de los hinduistas en diciembre de 1992 decretando sendas proscripciones contra la RSS y la VHP, e imponiendo el llamado president's rule, la administración central directa, en tres de los estados gobernados por el BJP y principales escenarios de las matanzas sectarias, Uttar Pradesh, Madhya Pradesh y Rajasthán, cuyos prebostes estaban mostrando una sospechosa pasividad en la salvaguardia del orden público. No obstante estas interdicciones, el partido de Vajpayee siguió rentabilizando en las urnas su defensa a ultranza del factor hindú y la integridad territorial del Estado frente a los embates separatistas en estados como Jammu y Cachemira, Punjab, Assam y Nagaland, y frente a cualquier forma de nacionalismo centrífugo, recurriera o no a la lucha armada y el terrorismo.

Vajpayee en particular se rodeó de una excelente reputación. Su trayectoria limpia, no ya de escándalos, sino meramente de sospechas de corrupción (lacra que, por el contrario, estaba zarandeando al Gabinete de Rao), más la elocuencia de sus discursos en el idioma hindi, le proyectaron como la mejor alternativa nacional al primer ministro y líder congresista, Rao, visto por la opinión pública como un estadista mermado de carácter y energía. Vajpayee y sus conmilitones opinaban que merecían vituperio tanto la manera en que el Gobierno del INC, al igual que antes el Frente Nacional, estaba manejando los conflictos intercomunales como las reformas económicas liberales, consistentes en la apertura de los mercados al capital y las importaciones foráneos, la disminución del peso del Estado en la actividad económica y el acatamiento de los dictámenes del FMI y el Banco Mundial. Había mucho de demagogia oposicionista en estas críticas del BJP, ya que su programa contemplaba medidas liberalizadoras más audaces.

Sin cuestionar lo ineludible de las transformaciones estructurales, Vajpayee hizo hincapié en un modelo de crecimiento económico doblemente fundado en el sector agrícola, para integrar a las comunidades rurales en el desarrollo nacional, y en la tecnología punta, terreno donde la inversión extranjera sería bienvenida e incentivada. En política exterior, prometió rectificar el talante de moderación y entendimiento en las relaciones con los países vecinos y Estados Unidos. Con tono endurecido, Vajpayee declaró que India ya había hecho demasiadas concesiones "pusilánimes" y que el país debía hacerse respetar como la potencia nuclear de hecho que era. Vajpayee fue proclamado por su partido candidato a primer ministro en la siguiente votación parlamentaria.

Girando en torno a estos debates, las elecciones generales disputadas en cinco rondas entre el 27 de abril y el 30 de mayo de 1996 marcaron otro hito en la historia nacional: el BJP en solitario se adjudicó la victoria por una mayoría simple de 161 diputados y el INC, con 21 escaños menos, vio esfumarse su primacía parlamentaria –que no la puramente electoral, ya que, con el 28,8%, superó a su rival derechista en más de ocho puntos, luego el BJP sacó más o menos el mismo porcentaje de sufragios que en 1991-. El desequilibrio traía a las mientes la situación creada por los comicios de 1977, aunque no era tan abultado. De conformidad con los resultados preliminares, correspondió a Vajpayee el primer intento de formar el Gobierno, cosa que consiguió cuando aún quedaban por celebrar dos turnos de votaciones. El 16 de mayo el jefe nacionalista se estrenó en el cargo de primer ministro al frente de un equipo de coalición que incluía al Shiv Sena (SS, fundamentalista hindú) de Bal Thackeray, el Samata Party (SAP, socialista) de George Fernandes, el Shiromani Akali Dal (SAD, exponente del sijismo moderado y gobernante en Punjab en algunos períodos) de Prakash Singh Badal y el Haryana Vikas Party (HVP, asentado en el estado homónimo) de Bansi Lal.

Sin embargo, esta alianza pentapartita sólo aportaba una mayoría simple de 196 escaños y Vajpayee no fue capaz de asegurarse apoyos adicionales. Así las cosas, el 28 de mayo Vajpayee presentó la dimisión antes de someterse a una moción de confianza que tenía perdida de antemano y traspasó el testigo al Frente Nacional y el JD, quienes el 1 de junio inauguraron un ejecutivo presidido por un político poco conocido, H. D. Deve Gowda. Objetivamente, este ejecutivo era más precario que el precedente y se mantendría a flote mientras durase el apoyo parlamentario del INC. Los congresistas, ahora presididos por Sitaram Kesri, retiraron ese vital respaldo en noviembre de 1997, precipitando la caída del entonces primer ministro del JD, Inder Kumar Gujral, y la convocatoria de elecciones adelantadas a febrero y marzo de 1998. El BJP, con Advani de presidente, llegó a la liza electoral al frente de una coalición de trece partidos que incluía a sus cuatro socios de 1996 más el influyente All-India Anna Dravida Munnetra Kazhagam (AIADMK), principal representante del nacionalismo tamil y potente en el estado de Tamil Nadu, donde venía gobernando de forma intermitente.

La fórmula, con Vajpayee candidateando de nuevo a primer ministro, recibió el nombre de Alianza Democrática Nacional (NDA) y resultó un éxito total: el bloque opositor capturó 253 escaños con el 37% de los votos, superando ampliamente al INC y sus aliados (166) y al Frente Unido de las izquierdas (98), y asomándose a la mayoría absoluta. A título individual, el BJP conquistó 182 diputados y agrandó la distancia con el INC, donde la conmoción y la turbamulta catapultaron al liderazgo a la viuda de Rajiv, Sonia Gandhi, la continuadora de la mítica saga familiar. En cuanto al porcentaje de voto, los nacionalistas empataron técnicamente en el 25% con sus inveterados adversarios, que retuvieron la condición de fuerza más votada por sólo dos décimas.

El 19 de marzo de 1998 Vajpayee juró como primer ministro –y, como había hecho en 1996, se reservó también la cartera de Exteriores, con carácter temporal- y el día 28 superó la preceptiva votación de confianza en el Lok Sabha gracias a los votos del Telugu Desam Party (TDP, fuerza progresista asentada en Andra Pradesh que había concurrido a las elecciones en el Frente Unido) y otros partidos regionalistas menores, todos los cuales accedieron a sostener el heterogéneo Ejecutivo para el resto de la legislatura. En la investidura, Vajpayee anunció que su gobierno no vacilaría en dotar al país de una capacidad nuclear militar "para garantizar su seguridad e integridad territoriales". En otras palabras, el flamante ejecutivo nacionalista se disponía a oficializar una realidad no declarada desde la prueba nuclear secreta de 1974.

En efecto, el 11 de mayo, India, que dos años atrás había sido el único país junto con Libia y Bután en votar contra el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT) en la Asamblea General de la ONU, informó de la detonación ese día de tres ingenios, uno de ellos una bomba H con una potencia de ignición de 45 kilotones (extremo éste acogido con escepticismo por los expertos de defensa de Estados Unidos), en el subsuelo de Pokhrán, en el desierto de Rajasthán, a un centenar de kilómetros de la frontera con Pakistán. Dos días después, el Departamento de Energía Atómica (DEA) del Gobierno notificó que acababa de explosionar otros dos artefactos. Las noticias provocaron la consternación internacional, alarmaron a China y desataron la represalia del vecino país musulmán, que realizó sus propios tests atómicos subterráneos a finales de mes, haciendo oficial también su estatus nuclear de facto.

La entrada de India en el restringido club de las potencias nucleares declaradas, que desde hacía 30 años no había alterado su composición pentapartita, fue recibida con alborozo por la clase política en general y la inmensa mayoría de la población, pero acarreó consecuencias diplomáticas muy negativas: Estados Unidos demostró su "profunda decepción" imponiendo un completo paquete de sanciones comerciales, financieras y militares (a partir del 13 de mayo, aunque el 2 de diciembre, como las similares medidas aplicadas a Pakistán, parte de las sanciones fueron levantadas); Rusia lamentó las pruebas atómicas "contraproducentes" efectuadas por la "nación amiga"; varios países occidentales suspendieron sus programas de cooperación con India; y, el Consejo de Seguridad de la ONU, con su resolución 1.172 (6 de junio), emitió una condena muy firme a la vez que exigía a India –y a Pakistán- su adhesión al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968, violado con estos tests, y el CTBT de 1996.

El 17 de mayo, después de advertir que India estaba en condiciones de reproducir en serie su prototipo de misil balístico Agni, con un alcance de 2.500 km y susceptible de albergar una cabeza nuclear, Vajpayee declaró que su país nunca usaría el arma nuclear con carácter ofensivo y condicionó el final de la escalada, solicitada por Pakistán, al inicio de negociaciones sobre Cachemira, "causa de todas nuestras diferencias". La expresión aludía a las tres guerras, las de 1947-1948, 1965 y 1971, a que había conducido (la última contienda tuvo como desencadenante la secesión de Pakistán Oriental, la actual Bangladesh, si bien también registró combates en Cachemira) la disputa por la soberanía del otrora principado autónomo, hoy dividido entre India, Pakistán y China.

En los meses posteriores, Vajpayee, tachado de temerario e irresponsable de puertas afuera, intentó reconducir la peligrosa situación que habían abierto las pruebas nucleares de mayo con su homólogo pakistaní, Nawaz Sharif, otro dirigente nacionalista y conservador proclive a los gestos de destemplanza. El 11 de junio, sin embargo, Sharif, muy preocupado por las represalias y el aislamiento internacionales –de los que Pakistán, con una economía mucho menos fuerte y diversificada, y con menos recursos propios, tenía bastante más que temer que India- anunció una moratoria nuclear unilateral e invitó a Vajpayee a que le secundara. El indio respondió que estaba dispuesto a dialogar, pero se resistió a anunciar también la suspensión de las pruebas nucleares –que tampoco se repitieron, por otra parte, ya que la demostración de fuerza ya estaba hecha-.

Los dos primeros ministros se reunieron en Colombo el 29 de julio -con motivo de la X Cumbre de la Asociación de Asia del Sur para la Cooperación Regional (SAARC)-, en Nueva York el 23 de septiembre, y en Lahore el 20 y el 21 de febrero de 1999, en el curso de la primera visita oficial a Pakistán de un primer ministro indio desde la realizada en 1989 por Rajiv Gandhi por invitación de Benazir Bhutto. Ninguno de estos encuentros arrojó resultados concretos, si bien del último salió un documento, la llamada Declaración de Lahore, en la que Vajpayee y su anfitrión se comprometían a trabajar conjuntamente por la salvaguardia de la paz, ahorrando tensiones innecesarias en el terreno nuclear y dialogando sobre Cachemira. La declaración iba a convertirse en papel mojado a la vuelta de la esquina.

En 1999 el Gobierno de Vajpayee fue doblemente puesto a prueba por sendas crisis, una interna y la otra externa. El 14 de abril el AIADMK de Jayaram Jayalalitha abandonó la coalición, dejándola en minoría parlamentaria, en desacuerdo con los programas de desarrollo presupuestados para Tamil Nadu. El 17 de abril Vajpayee perdió por un voto, 269 contra 270, la votación de confianza a que se sometió en el Lok Sabha, viéndose obligado a presentar la dimisión. Como el INC fracasó a su vez en el intento de articular una mayoría alternativa de Gobierno, Vajpayee se mantuvo en el cargo en funciones, hasta la celebración al final del verano de las enésimas elecciones anticipadas.

Poco después de entrar el Gobierno en la interinidad preelectoral, el 26 de mayo, resurgió la crisis militar con Pakistán a raíz de la infiltración, cruzando impunemente la Línea de Control establecida en 1972 en los límites del alto el fuego de 1948 y que funciona como la frontera internacionalmente reconocida, de numerosos combatientes musulmanes en el área de Kargil de la Cachemira india. Estas brigadas de irregulares, nacionales pakistaníes en su gran mayoría, fortalecieron la capacidad guerrillera del secesionista Frente de Liberación de Jammu y Cachemira (JKLF), insurgencia autóctona de cuyo sostén por los hiperactivos servicios secretos de Islamabad, como peón (aunque indócil, ya que esta guerrilla no quería la anexión al país occidental, sino la independencia) del irredentismo pakistaní, Nueva Delhi no tenía ninguna duda.

El 29 de mayo Vajpayee ordenó una ofensiva militar a gran escala, la Operación Vijay, obligando a Pakistán a aceptar la retirada de los subversivos al oeste de la Línea de Control a partir del 12 de julio. El 10 de agosto, el derribo de un avión de reconocimiento de la Armada pakistaníes con 16 hombres a bordo, ninguno de los cuales sobrevivió, volvió a agitar los tambores de guerra, produciéndose represalias artilleras y declaraciones altisonantes más agresivas de lo habitual. Por fortuna, las aguas volvieron a su cauce, aunque el riesgo de desbordamientos siguió siendo muy alto.

Las relaciones indo-pakistaníes oscilaban como montadas en una montaña rusa. El golpe de Estado dado en Islamabad el 12 de octubre por el general Pervez Musharraf, que dejó en suspenso la democracia parlamentaria del país vecino, cayó como una bomba en Nueva Delhi y abrió un nuevo período de incertidumbre. Por de pronto, Vajpayee reaccionó con la ruptura del diálogo sobre Cachemira y sobre la contención de las exhibiciones nucleares, que cada parte insistía en describir como unos ejercicios de disuasión obligados por la actitud amenazadora del contrario. El ofrecimiento de Musharraf de entablar directamente unas negociaciones de paz fue condicionado por Vajpayee, que no se fiaba un pelo de los militares pakistaníes, al previo cese de las agresiones subversivas contra el Estado indio en Jammu y Cachemira.

Las elecciones generales de 1999, las terceras en tres años, se celebraron en cinco rondas, desde el 4 de septiembre al 1 de octubre, y volvieron a sonreír al BJP y la NDA, reforzada y ampliada hasta los 14 integrantes. La baja del AIADMK fue suplida por su rival regional, el Dravida Munnetra Kazhagam (DMK) de K. M. Karunanidhi, que ahora mismo presidía el Gobierno estatal de Tamil Nadu. El partido de Vajpayee sacó los mismos escaños que el año anterior, 182, aunque descendió ligeramente en votos, al 23,7%, siendo aventajado por el INC, el más damnificado esta vez por el sistema de mayorías uninominales: el partido de Sonia Gandhi tuvo que conformarse con unos paupérrimos (por comparación con las barridas del pasado) 112 escaños. En total, la NDA se aseguró una mayoría absoluta de 297 escaños, lo que ningún bloque o alianza había logrado desde 1984.

El 13 de octubre de 1999, Vajpayee, recién elegido como número uno de la ejecutiva del BJP (la presidencia nominal recaía esta vez en Kushabhau Thakre) y líder del grupo parlamentario, y confortado por unas razonables perspectivas de estabilidad que, salvo una defección sonada o cualquier otro accidente, permitían concebir la terminación natural de la legislatura al cabo de cinco años, prestó juramento de su tercer mandato al frente de un Gobierno en el que recibieron carteras representantes de 10 partidos. A lo largo de 2000 Vajpayee continuó asentado en el poder con aparente solidez, pese a que algunos miembros de la coalición (en particular el TDP, que, pese a ser el segundo partido de la NDA en número de escaños, renunció a tener una cuota ministerial en el Ejecutivo) expresaron sus reservas respecto a los pruritos del BJP de llevar adelante un programa hinduista excluyente.

A pintar un horizonte de prudente optimismo contribuyeron el buen rumbo de la economía, que crecía a un ritmo en torno al 6% anual, la restauración de las relaciones con Estados Unidos, de la que fueron botones de muestra la estancia de Bill Clinton del 19 al 25 de marzo (en la primera visita de un presidente de ese país desde 1978) y el viaje devuelto por Vajpayee en octubre, el relanzamiento de los tratos con Rusia y China, y, muy importante, el anuncio hecho por el primer ministro el 15 de septiembre de que India –con más de dos años de retraso con respecto a la misma medida adoptada por los pakistaníes- iniciaba una moratoria de sus ensayos nucleares, lo cual tuvo un efecto balsámico inmediato en las tortuosas relaciones con Islamabad.

Sin embargo, 2001 iba a abundar en los sobresaltos políticos. En marzo, la emisión por una televisión privada de un video en el que se mostraba cómo los presidentes del BJP, Bangaru Laxman, y el SAP, Jaya Jaitley, amén de un rosario de mandos militares y burócratas, aceptaban sin escrúpulos importantes sumas de dinero destinadas, en la trampa tendida por los periodistas que grababan los sobornos ficticios con cámara secreta, a conseguir el aval del Gobierno para la adquisición de material para las Fuerzas Armadas, mostró de la manera más escandalosa la venalidad de algunos de los más altos dirigentes políticos del país y, lógicamente, desató una tormenta en el oficialismo. Laxman y Jaitley no pudieron hacer otra cosa que dimitir en el acto (el primero fue sustituido por Jana Krishnamurthi), pero la crisis hizo rodar también las cabezas del ministro de Defensa, George Fernandes, el hombre fuerte del SAP y uno de los pilares del Ejecutivo, y de un buen número de oficiales del BJP. Desde la oposición, el JD acusó al Gobierno de haber comprometido la seguridad nacional y exigió a Vajpayee que explicara cómo conciliar las sonrojantes escenas del video y sus promesas de terminar con la cultura de la corrupción y de moralizar las instituciones.

La NDA crujió y las tensiones se enseñorearon también del partido que la lideraba, el cual vio derrumbarse el mito de su cacareada integridad frente a las corruptelas tradicionales del INC. Además, Vajpayee y Advani encajaron este escándalo en plena pugna personal en torno al proyecto, largamente acariciado por el primer ministro, de ampliar la base social del partido otorgando una mayor presencia a los militantes de las castas más bajas, y en especial a los dalits o intocables. Las repercusiones negativas de la sacudida de marzo se apreciaron dos meses después en las elecciones regionales de Tamil Nadu, Kerala, Assam, Pondicherry y Bengala Occidental, donde el BJP cosechó fuertes retrocesos frente al INC. En ese momento, el partido nacionalista gobernaba en Gujarat, Goa, Himachal Pradesh, Uttar Pradesh y otros dos estados que eran de creación reciente, Jharkhand y Uttaranchal, segregados en noviembre de 2000 de Bihar y Uttar Pradesh, respectivamente (el tercer estado formado entonces, Chhattisgarh, a partir de Madhya Pradesh, había sido ganado por el INC).

En política exterior, Vajpayee se encontró con que la nueva administración republicana de George W. Bush en Estados Unidos mutaba el matiz proindio del Gobierno de Clinton por otro propakistaní. Pero la condescendencia –o, más bien, el desinterés- de Washington con las actividades de los rebeldes musulmanes en Cachemira iba a volatilizarse después de los catastróficos atentados perpetrados el 11 de septiembre contra Nueva York y el Pentágono por la organización terrorista Al Qaeda que lideraba el integrista saudí Osama bin Laden.

En vísperas de ese terremoto en las relaciones internacionales, India y Pakistán estaban en condiciones de explorar nuevas vías de acercamiento. Varios meses de laboriosas gestiones fructificaron con la visita de Musharraf en julio, que tuvo una gran repercusión mediática y que dio la sensación de haber sido planificada al milímetro por sus protagonistas. La cumbre celebrada el 15 de julio con Vajpayee en Agra, Uttar Pradesh, al socaire del majestuoso Taj Mahal (el monumento legado para la posteridad por los conquistadores mogoles musulmanes y símbolo del carácter multicultural de India), destacó por el intercambio de gestos amistosos y los deseos de superación de los agudos desencuentros bilaterales, pero la cuestión de Cachemira se mostró tan intratable como siempre. El análisis de lo que allí sucedía era radicalmente diferente: para Vajpayee, los separatistas musulmanes que combatían en el sector indio no eran otra cosa que "terroristas"; para Musharraf, se trataban de "luchadores de la libertad", a los que su país, aseguró, sólo brindaba "apoyo moral y diplomático".

Después del 11 de septiembre, Bush anunció la declaración de guerra de Estados Unidos al terrorismo internacional, demandó la formación de una vasta coalición de naciones y se dispuso a destruir la estructura de Al Qaeda en Afganistán, y de paso al régimen ultraintegrista de los talibán, que hospedaba y protegía a bin Laden y sus secuaces. Estados Unidos urgió a Musharraf a que cortara toda asistencia a un gobierno cómplice con los atentados de septiembre que era de hecho su criatura política, y a que le prestara plena cooperación logística en la campaña militar que se avecinaba. Desde Nueva Delhi, Vajpayee cogió al vuelo lo que le parecía una oportunidad histórica. Según este análisis, la balanza estratégica esta desnivelándose en contra de Pakistán, que no sólo iba a tener que resignarse al derrocamiento de los talibán en Afganistán y a su reemplazo por un Gobierno multiétnico de coalición autónomo de él y grato a India, sino que además afrontaba exigencias norteamericanas de mano dura contra todo grupo perteneciente al universo islamista radical -a estas alturas, percibido desde Washington como un magma donde la red tentacular de Al Qaeda hacía su agosto-, y el país del Indo no andaba escaso de ellos.

Días después del 11-S, el primer ministro ofreció gustoso la inclusión de India en la coalición global contra el terrorismo, puso a disposición de Estados Unidos bases militares y otras facilidades logísticas para la operación bélica Libertad Duradera, cuya primera batalla empezó a librarse en Afganistán el 7 de octubre, y no se privó de meter el dedo en la llaga de Cachemira, insistiendo en que India también era víctima del terrorismo de matriz fundamentalista y propósitos puramente desestabilizadores. Así parecía indicarlo el ataque lanzado el 1 de octubre por militantes musulmanes contra la Asamblea Legislativa estatal de Srinagar, capital de Jammu y Cachemira, que dejó 38 víctimas mortales. Por otra parte, aunque su efecto venía siendo más bien escaso, el último paquete de las sanciones económicas impuestas en mayo de 1998 fue levantado (al igual que a Pakistán) por Washington el 23 de septiembre.

Sin embargo, Bush no le apretó a Musharraf las clavijas tanto como habría cabido esperar en India, y la gira regional emprendida por el secretario de Estado Colin Powell después del estallido de la guerra fue recibida con malas caras en Nueva Delhi. Vajpayee manifestó su sorpresa porque Estados Unidos pareciera seguir prefiriendo a Pakistán como el principal proveedor de asistencia en la lucha antiterrorista en esta parte del planeta, y demandó a la superpotencia una postura nítida ante la violencia de los secesionistas cachemires y los cada vez más numerosos brigadistas procedentes de Pakistán, que parecían resueltos a librar su propia guerra.

El primer ministro advirtió que la “paciencia de India” se estaba “agotando”, e hizo directamente responsable al Gobierno de Islamabad del terrorismo en el estado de las estribaciones del Himalaya. El retorno a su antiguo puesto gubernamental, el 15 de octubre, del socialista Fernandes, partidario de la firmeza con Pakistán, se enmarcó en la postura general de reafirmación nacional. De todas maneras, saltaba a la vista que Estados Unidos no quería que India intentara romper el statu quo a su favor ahora que el adversario sufría fortísimas presiones desde fuera y desde dentro (el grito de rebelión de los partidos protalibán, que situaba a Musharraf contra las cuerdas), y que prefería la continuidad del equilibrio del terror basado en las armas nucleares, hasta que los dos países se avinieran a negociar en serio.

Dado lo enconado del conflicto, resultó prácticamente inevitable que las relaciones entre India y Pakistán, regidas por sendos gobiernos nacionalistas, penetraran a partir del 11 de septiembre de 2001 por el enésimo vericueto de recriminaciones y amenazas. El 13 de diciembre, con Kabul y las demás ciudades afganas en manos ya de la alianza opositora antitalibán y la fuerza de invasión estadounidense, la situación en el subcontinente indostánico se puso al rojo vivo con el asalto al edificio del Parlamento federal de Nueva Delhi, cuando los diputados debatían en el hemiciclo, por un comando suicida provisto de armas automáticas y explosivos. La aparatosa operación subversiva se saldó con 13 muertos, entre ellos los cinco agresores. Vajpayee, encolerizado por este nuevo baño de sangre y en el mismo corazón de la democracia india, imputó el atentado al Ejército de Mahoma (Jaish-e-Mohammad, JeM) y a otro grupo paramilitar que combatía en Cachemira y que había tenido campamentos de instrucción en Afganistán, el Ejército de los Puros (Lashkar e-Taiba, LeT), especializado en actos de tipo terrorista. Los dos eran más que sospechosos de contar con el patrocinio del Servicio de Inteligencia militar pakistaní, el ISI.

Sin solución de continuidad, Vajpayee exigió a Pakistán que detuviera “en cuestión de días” a los líderes del JeM y el LeT, advirtió que ellos no podían “tolerar más este tipo de ataques” y que su paciencia había “llegado al límite”, y argumentó su acusación con la convicción de que el modus operandi del comando asaltante era el típico de esas organizaciones, y con una circunstancia que por sí sola debía ser esclarecedora, la nacionalidad pakistaní de algunos de los primeros individuos arrestados en relación con el atentado y de los mismos suicidas. La Policía, por su parte, informó que tenía indicios abrumadores de que el ISI estaba detrás de lo que Advani, a la sazón ministro del Interior, calificó de “intento de aniquilar a la clase política de india en su totalidad”.

Presionado desde su propio partido, el estadista indio no se conformó con los aspavientos verbales y ordenó la movilización del Ejército, la Fuerza Aérea y la fuerza de misiles. Según los observadores, India y Pakistán estaban al borde de la que sería su cuarta guerra desde la independencia. El 24 de diciembre, mientras la Línea de Control de Cachemira, a derecha e izquierda, se llenaba de tropas –que intercambiaron disparos de ametralladora y mortero, con el resultado de dos soldados indios muertos- y armas pesadas en un frenesí prebélico, Musharraf lanzó un gesto de apaciguamiento consistente en la congelación de las cuentas bancarias de dos organizaciones acusadas por Estados Unidos de tener vínculos con Al Qaeda, una de las cuales era el LeT. Asimismo, las fuerzas de seguridad pakistaníes lanzaron una redada de militantes de estos movimientos, así como del JeM y del partido legal Guardianes de los Compañeros del Profeta en Pakistán (Sipah-e-Shahaba Pakistan, SSP).

A Vajpayee todo esto no le pareció suficiente y el 27 de diciembre el Gabinete decidió adoptar contra Pakistán una serie de medidas punitivas que afectaban a las comunicaciones aéreas y terrestres, y al ámbito diplomático. En un claro mensaje de apoyo a las exigencias indias, la Secretaría de Estado notificó la inclusión del LeT y el JeM en su lista negra de organizaciones terroristas. Ahora que los talibán y las huestes de Al Qaeda habían sido barridos (aunque no eliminados por completo) en Afganistán y el país centroasiático estaba ocupado por su Ejército, Estados Unidos tenía menos necesidad del soporte logístico de Pakistán y podía permitirse ser más vehemente con Musharraf. De ello tomaba Vajpayee debida nota.

La demostración de fuerza india, la conclusión de los combates de envergadura en Afganistán y la actitud prudente de Musharraf dieron paso a un relajamiento de la crisis, justo después de haber alcanzado ésta su clímax. Así, el 1 de enero de 2002 los ministerios de Exteriores informaron de la renovación del pacto bilateral vigente desde 1991 que prohibía, en caso de guerra, atacar las respectivas instalaciones nucleares para usos militares. Mucha más expectación despertó la coincidencia de Vajpayee y Musharraf en Katmandú el 5 de enero para tomar parte en la XI Cumbre de la SAARC. Los líderes leyeron sendos discursos antiterroristas y no desaprovecharon la ocasión para estrecharse la mano. El gesto partió del presidente pakistaní y mereció la ovación de los presentes.

De vuelta a casa, Musharraf prometió impedir que Pakistán fuera utilizado como retaguardia de acciones de terrorismo contra otros países y decretó la ilegalización de “todos los grupos integristas que cometen actos terroristas en nombre de Cachemira", citando expresamente al LeT, el JeM y los SSP, entre otros. La medida fue acogida con satisfacción circunspecta por Vajpayee, que el 22 de enero afrontó el ataque por otro comando armado, supuestamente conectado con el extremismo separatista cachemir, contra el Centro Americano en Calcutta, en el que perecieron cuatro policías. Islamabad se apresuró a reiterar que era completamente ajeno a este tipo de violencias.

Mientras el inacabable conflicto con Pakistán entraba en un compás de espera militarizado, las dificultades se le amontonaron a Vajpayee en el terreno doméstico. Febrero de 2002 fue un mes especialmente amargo para el primer ministro. Primero, el BJP perdió las elecciones a las asambleas de Uttaranchal y, más importante, Uttar Pradesh, el estado más populoso del país, a manos respectivamente del INC y de la coalición regionalista formada por el Samajwadi Party (SP) y el Bahujan Samaj Party (BSP). Mucho más turbador fue el estallido, el día 27, de sangrientos enfrentamientos entre extremistas hindúes y musulmanes en Gujarat, estado gobernado por el BJP, que en una semana provocaron más de 500 muertos y que amenazaron con extenderse a toda la India. La espiral de violencia sectaria, la peor desde 1992, comenzó cuando una partida de musulmanes prendió fuego en la estación de la ciudad de Godhra a un tren procedente de Ayodhya repleto de militantes de organizaciones hindúes chovinistas, 58 de los cuales perecieron en la criminal acción.

El Ejército comenzó a desplegarse el 1 de marzo en Gandhinagar, Ahmedabad y otros puntos de este estado noroccidental fronterizo con Pakistán, pero las matanzas, los incendios y las algaradas, con intensidad decreciente, se prolongaron hasta junio. Los disturbios con víctimas salpicaron Uttar Pradesh, Rajasthán, Mumbai y otros lugares, elevando los fallecidos hasta el millar, musulmanes la mayoría, aunque algunos medios estimaron en no menos de 2.000 los muertos en todo el país. Un brutal epílogo se vivió el 24 de septiembre, cuando tres hombres armados irrumpieron en un templo hindú en Gandhinagar y abrieron fuego indiscriminadamente contra los practicantes, causando 27 víctimas mortales. El Gobierno regional habló de guerrilleros islámicos y dirigió su dedo acusador a la vecina Pakistán.

Durante la crisis de Gujarat, Vajpayee menudeó los llamamientos a la calma e, in extremis, consiguió convencer a la VHP para que pospusiera sus planes de levantar el templo de Rama sobre las ruinas de la mezquita Babri de Ayodhya. Aunque existía una sentencia judicial contraria a la construcción, la VHP había convocado a sus fieles a reunirse en la ciudad de Uttar Pradesh para iniciar las obras el 15 de marzo. El Gobierno federal de Nueva Delhi, aun simpatizando varios de sus miembros –Advani, el primero- con las pretensiones de los grupos religiosos, bajo ningún concepto quería dar pábulo a ceremonias de exaltación comunitarista en tan dramáticas circunstancias.

Sin embargo, cuando las violencias remitieron, Vajpayee, en parte, se dejó arrastrar por el endurecimiento del discurso impuesto por numerosos responsables del BJP. Instigado por el ala radical, el primer ministro solicitó al Tribunal Supremo federal que levantara la prohibición que pesaba sobre las actividades religiosas en Ayodhya. Por lo demás, a pesar de las denuncias por partidos musulmanes y de izquierda, y por diversas ONG, de que las más altas instancias del BJP y el poder ejecutivo de Gujarat habían estado implicadas en la organización de los pogromos antimusulmanes, el partido gobernante ganó con autoridad en las legislativas estatales de diciembre. El ministro principal, Narendra Modi, que en julio había disuelto su gobierno y adelantado los comicios para salir al paso de las críticas que le llovían, tuvo, por tanto, una confirmación triunfal.

De todas maneras, Vajpayee no dejó de ejercer de estadista. Su preocupación por atenuar la imagen de sectarismo que volvía a apoderarse del partido gobernante se apreció en la promoción de la candidatura del eminente ingeniero de cohetes A. P. J. Abdul Kalam, de confesión musulmana, al puesto de presidente de la República, que el 25 de julio desocupaba Kocheril Raman Narayanan al expirar su mandato quinquenal. Además, tratándose Kalam del padre de los programas astronáutico y de misiles para usos militares, su elección para la jefatura del Estado, oficina de atribuciones meramente simbólicas y ceremoniales, permitía las asociaciones con la afirmación de India en el escenario internacional.

La disminución de las tensiones comunales en Gujarat se encadenó con la vuelta a las andadas en la pugna con Pakistán. El 18 de mayo de 2002, el Gabinete aprobó la expulsión del embajador pakistaní como medida de retorsión por los últimos ataques guerrilleros en Jammu y Cachemira, y después de dos jornadas de intensos duelos con artillería pesada a lo largo de la Línea de Control que costaron la vida a dos militares de cada nacionalidad, amén de forzar el desplazamiento de más de 10.000 paisanos. El 25 de mayo Pakistán empezó una serie de pruebas con su misil Hataf 5-Ghauri, con un alcance de 1.500 km y capaz de portar una cabeza nuclear. En pleno pico de tirantez, Vajpayee realizó a Cachemira un viaje que no estuvo exento de riesgo, para visitar a las tropas y a las víctimas civiles de un reciente ataque de los rebeldes, y para valorar in situ el proceso de acercamiento a la All Party Hurriyat Conference (APHC), conglomerado que desde 1994 agrupaba las diversas tendencias políticas secesionistas cachemires, así como el JKLF.

En realidad, la APHC se hallaba dividida sobre la conveniencia o no de iniciar conversaciones formales con las autoridades estatales y federales, y venía voceando su temor a la persistente afluencia desde Pakistán de jihadistas imbuidos de ideas integristas, antiindias y antioccidentales, desnaturalizara la lucha de liberación nacional cachemir. En octubre se celebraron elecciones en el conflictivo estado y la hasta ahora gobernante Conferencia Nacional de Jammu y Cachemira (JKNC) de Farooq Abdullah fue desplazada por una fuerza política emergente, el Partido Democrático Popular (PDP) de Mufti Mohammed Sayeed, nuevo ministro principal. Los dos partidos compartían una postura integracionista, moderada y abierta al diálogo con la APHC, pero si la JKNC era una buena aliada del BJP, el PDP prefería el trato privilegiado con el INC.

De nuevo, tras la tempestad, se impuso un cierto sosiego en la interminable secuencia de flujos y reflujos que caracterizaba las relaciones indo-pakistaníes. Con motivo de la I Cumbre de la Conferencia de Interacción y Creación de Medidas de Confianza en Asia (CICA) el 4 de junio en Almaty, Kazajstán, a la que asistieron 16 mandatarios regionales, Vajpayee y Musharraf se vieron las caras y tomaron en consideración una oferta de mediación del presidente ruso, Vladímir Putin. Ya en 2003, las partes adoptaron una serie de medidas de confianza, como la reanudación de las comunicaciones ferroviarias y aéreas, y de la línea de autobuses Delhi-Lahore, la normalización de las relaciones diplomáticas (2 de mayo) y la confirmación de que ambos países serían unos socios honestos en la futura Área de Libre Comercio de Asia del Sur (SAFTA), que la SAARC pensaba poner en marcha desde el 1 de enero de 2006. En añadidura, el alto el fuego en la Línea de Control fue respetado. Más aún, el 18 de abril, desde Srinagar, Vajpayee dirigió a Islamabad una oferta de conversaciones formales sobre Cachemira y afirmó que “la hermandad, no los cañones, resolverán este asunto”.

Vajpayee, próximo a entrar en su octava década de vida y mermado de salud, explicó ante el Lok Sabha que quería dejar un “legado de paz” entre India y Pakistán. La verdad fue que, hasta el final de la legislatura, el primer ministro se apuntó un rosario de éxitos bastante impresionante, en todos los terrenos, dando alas a las perspectivas de victoria del oficialismo en las generales de 2004, en las que el veterano político ya no sería candidato a primer ministro. En el BJP no se veía a otro líder con el talento de Vajpayee para lidiar con múltiples problemas y forjar pactos, alianzas y consensos en el atomizado sistema de partidos indio, pero el candidato in péctore era Advani, la personalidad política más fuerte que tenía el partido y el incontestable número dos del Ejecutivo, como ministro del Interior y, últimamente también, viceprimer ministro.

También en 2003, Vajpayee tomó parte en la cumbre del llamado “diálogo alargado” entre los líderes del G-8 y los de 11 países en desarrollo, en Evian el 1 de junio. De la cita en la localidad francesa surgió, a iniciativa de la diplomacia de Brasil, una “nueva alianza estratégica” triangular a la que se incorporó Sudáfrica. El 6 de junio Brasilia fue el escenario de la primera reunión de cancilleres de los tres países que saludó el nacimiento de este “bloque del sur”, en la expresión usada por los protagonistas, y que adoptó una Declaración centrada en los aspectos desarrollistas, comerciales, medioambientales y sanitarios. El Foro de Diálogo India-Brasil-Sudáfrica (IBSA) fue lanzado formalmente en la Asamblea General de la ONU en septiembre. Poco después de la cumbre de Evian, del 22 al 27 de junio, Vajpayee estuvo en China, en el primer viaje de estas características desde 1993, para cobrarse los frutos de unos años de diálogo bilateral centrado en la superación de las diferencias fronterizas y las cuestiones de seguridad.

En Beijing, Vajpayee y su homólogo anfitrión, Wen Jiabao, suscribieron (el día 24) una histórica Declaración Conjunta por la que India reconocía la soberanía china sobre Tíbet y se comprometía a impedir las actividades antichinas de grupos de tibetanos exiliados en su territorio, mientras que China aceptaba abrir la frontera a los intercambios comerciales a través de Sikkim, antiguo reino del Himalaya anexionado por India en 1975. Desde Dharamsala, en Himachal Pradesh, la oficina del Dalai Lama, cuyo estatus de refugiado político (concedido en 1959, cuando huyó a raíz del fallido alzamiento nacionalista, ocho años después de la invasión y la anexión del país por China) no era afectado por la Declaración, expresó su deseo de que el acercamiento entre los dos gigantes asiáticos se tradujera en una flexibilización de las autoridades comunistas sobre la demanda de diálogo en torno a un marco de autogobierno dentro de la República Popular China.

En el ámbito interno, 2003 y el arranque de 2004 resultaron faustos para Vajpayee. En agosto y diciembre, el BJP se hacía con los gobiernos de Arunachal Pradesh, Chhattisgarh, Madhya Pradesh (poniendo fin a una década de dominio congresista) y, por primera vez, Rajasthán. Esta cadena de victorias compensaba la pérdida, en marzo, de Himachal Pradesh y animaba a formular los mejores augurios para las generales de 2004, que el Gobierno decidió adelantar cinco meses. El doble atentado con coche bomba cometido el 25 de agosto en el centro turístico de Mumbai, que segó la vida a 52 viandantes, enlutó unos ánimos que aspiraban a la tranquilidad. Advani atribuyó la masacre al ilegal Movimiento Islámico de los Estudiantes de India (SIMI) y el LeT, pero los contactos con Pakistán no se vieron resentidos.

A principios de enero de 2004 Vajpayee acudió puntualmente a la XII Cumbre de la SAARC, en Islamabad. La cita multilateral se convirtió en un viaje de Estado y el primer ministro fue recibido por su equivalente pakistaní, el civil Mir Zafarullah Khan Jamali, el día 4, y por el propio Musharraf el 5. Todo sonrisas y efusividad, Vajpayee le estrechó la mano a Jamali, quien le piropeó llamándole “poeta” y “visionario”. Un poco más sobrio fue el encuentro con Musharraf, que era el que contaba. A la salida, los dignatarios anunciaron un acuerdo para iniciar, por fin y a la mayor brevedad, conversaciones formales al nivel de ministros de Exteriores sobre Cachemira, el enfrentamiento nuclear y el resto de cuestiones bilaterales. El proceso de diálogo iba a estar orientado “hacia el objetivo común de la paz, la seguridad y el desarrollo económico para nuestros pueblos y para las generaciones futuras", rezaba el comunicado conjunto. Contento, el general-presidente alabó a su huésped por su “visión”, “flexibilidad” y “categoría de estadista”.

Tal como se había dicho, la primera ronda de conversaciones indo-pakistaníes se realizó del 16 al 18 de febrero en Islamabad y su fruto fue una agenda de cinco puntos para discutir en los próximos meses medidas de confianza y distensión específicas para Cachemira y el expediente nuclear. Previamente, el 23 de enero, Vajpayee recibió en Nueva Delhi a una delegación de la APHC encabezada por el presidente de la coalición de fuerzas nacionalistas cachemires, el maulana Abbas Ansari. La reunión no tenía precedentes y abordó la remoción de todas las formas de violencia en el estado de Jammu y Cachemira.

Con todo, las mayores satisfacciones las daba la economía, y Vajpayee y sus colaboradores se complacieron en desgranar cifras, balances y resultados. 2003 terminó con una tasa de crecimiento del 7,4%, una de las más altas del mundo, y se pronosticaba, como mínimo, otro tanto para 2004. A paridad de poder adquisitivo, India, con 2,9 billones de dólares, era ya la cuarta economía mundial, por delante de cualquier país europeo (eso sí, al tipo de cambio corriente, sin ponderación uniforme, el PIB indio descendía a la undécima posición). La inflación, inferior al 4% anual, estaba controlada, y el servicio de la deuda externa con relación a la tasa productiva continuaba retrocediendo. Al despuntar el año electoral, las reservas de divisas del Estado rebasaron la cifra histórica de los 100.000 millones de dólares, dato realmente extraordinario toda vez que en 1991, justo antes de emprender el Gobierno del INC la gran reforma estructural de la economía, el fondo no llegaba a los 1.000 millones.

El país exportaba más que nunca, y lo hacía de una manera cada vez más diversificada y competitiva: a los textiles y manufacturas tradicionales se les venían sumando una amplísima gama de productos farmacéuticos, químicos, biotecnológicos y de automoción, sectores todos ellos abiertos, aunque de manera controlada, y al igual que la banca y el sector energético, al capital foráneo y los procesos de privatización. Pero el ramo industrial de más rápido crecimiento, con mayor potencial (advertido por las principales empresas occidentales) y que mejor servicio hacía a la publicidad positiva del país era el de los componentes informáticos, tanto de hardware como de software. Sólo las exportaciones de programas para ordenadores generaron 10.000 millones de dólares en 2002-2003, sin perder de vista los cuantiosos ingresos por la prestación de servicios anexos. El Gobierno aspiraba también a convertir a India en un puntal de las telecomunicaciones de Asia.

Finalmente, el sector agrícola, que seguía empleando al 60% de la fuerza laboral, producía de tal manera que se garantizaba el autoabastecimiento –teórico- de los 1.065 millones de indios y quedaba para vender al exterior, arroz en particular. De hecho, India era uno de los más importantes productores de alimentos del mundo. El país exudaba dinamismo y ofrecía el cuadro macroeconómico más lustroso de su historia, impeliendo a Vajpayee y sus colegas a acuñar los eslóganes electorales triunfalistas India Shining (La India que brilla) y Feel-Good Factor (Sentimiento de bienestar, una expresión tomada prestada de la jerga económica).

Con ser correctos todos esos datos, los partidos de la oposición, las ONG y analistas locales y extranjeros se encargaron de matizarlos a conciencia, sacando a la luz fuertes desequilibrios. Si bien era cierto que la estructura económica crecía rápidamente en cantidad y diversificación, también lo era que la tendencia descansaba casi exclusivamente en el sector servicios, que aportaba ya un 50% del PIB, y en los citados subsectores informático, telemático y farmacéutico. En realidad, buena parte del agro y otro tanto de la industria experimentaban unos ritmos de crecimiento mucho más modestos, estaban estancados o incluso acusaban un retroceso.

A medida que se acercaba la cita con las urnas, el partido del Gobierno fue confirmando su liberalismo con una serie de medidas que pasaron por alto las problemáticas del campesinado y buscaron contentar a las clases urbanas medias, como la disminución de los tipos de interés (los más bajos en tres décadas) para estimular el consumo, el levantamiento de los controles a los flujos de capital y el abaratamiento de las tasas de aduana de productos con fuerte demanda interna, como los vehículos utilitarios, los teléfonos móviles, los ordenadores personales y los lectores de DVD.

Sumido en la autocomplacencia y convencido de que las elecciones generales iban a ser una marcha triunfal para el BJP –casi todas las encuestas vaticinaban una victoria por goleada de la NDA, aunque no la mayoría absoluta de su principal integrante en solitario-, el equipo dirigente pareció no darse cuenta de que en las áreas rurales, escenario de gravísimas situaciones de abuso e injusticia social que resistían cualquier intento de desarraigo, cundía el malestar por la percepción de que los beneficios del boom estaban yendo a una minoría de privilegiados. Vajpayee insistía en que había conseguido una disminución real de la pobreza, pero esta afirmación era tachada de demagógica por el INC y las izquierdas. Muchas decenas de millones de ciudadanos, de la ciudad, pero sobre todo del campo, que subsistían con un nivel de ingresos inferior al dólar diario, luego pobres de solemnidad, no veían ni brillo ni bienestar por ningún lado, dando lugar a un sentimiento de frustración que terminaría expresándose con un fuerte voto de castigo al poder.

Según estudios de ONG y organismos internacionales, pese a los considerables progresos realizados en las últimas décadas, todavía la cuarta parte de la población, esto es, unos 250 millones de personas, vivía bajo el umbral de la pobreza. Clamorosa realidad, en el sexenio del Gobierno del BJP el país no había avanzado nada en cuanto a desarrollo humano, habiéndose quedado estancado en la categoría de naciones de desarrollo humano medio-bajo y teniendo a más de 120 países por delante, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, el paro oficialmente reconocido era del 9%, aunque en un país como India esta cifra era engañosa y no ilustraba bien la situación laboral. Por ejemplo, casi dos terceras partes de la población activa se dedicaban al autoempleo, por lo general en condiciones precarias de estacionalidad u ocasionalidad, desprotección y mínimos ingresos. Peor aún, millones de niños seran explotados impunemente, con horarios de sol a sol y en condiciones de semiesclavitud o, a todos los efectos, esclavitud.

Así las cosas, las votaciones al Lok Sabha del 20 y el 26 de abril, y el 5 y el 10 de mayo de 2004 depararon la gran sorpresa: los diez partidos de la NDA cayeron al 34,8% de los sufragios y los 185 escaños, y fueron derrotados por el INC y sus quince aliados, que recogieron el 34,6% y 220 de los 545 escaños en juego, esto es, mayoría simple. El BJP experimentó un retroceso de dos puntos de voto (al 21,5%) y vio evaporarse 42 actas, quedándose en 138. Sus pérdidas fueron un poco por doquier, más fuertes en las circunscripciones rurales, pero significativas también en las urbes principales: Mumbai, Calcutta, Delhi y Chennai –ex Madrás-. Incluso el baluarte nacionalista de Gujarat se vio afectado por la tendencia y 12 de sus 26 legisladores fueron ganados por el INC. De los 35 estados y territorios de la Unión, el BJP se impuso sobre sus adversarios sólo en 7, aunque en algunos casos con gran rotundidad: Gujarat, Arunachal Pradesh, Chhattisgarh, Karnataka, Madhya Pradesh, Rajasthán y Uttaranchal.

Correspondía al INC formar el Gobierno y el 13 de mayo Vajpayee formalizó su dimisión. Inesperadamente, la presidenta del partido ganador, Gandhi, declinó el puesto de primer ministro, y los suyos eligieron como sustituto al sij Manmohan Singh, antiguo ministro de Finanzas de Rao. El 19 de mayo el presidente Kalam designó primer ministro a Singh y el día 22 el ejercicio de Vajpayee tocó a su fin con la toma de posesión del Ejecutivo de la Alianza Progresista Unida (UPA) que lideraban los congresistas. Aunque ya no iba a estar Vajpayee para liderarles, los nacionalistas emprendían una etapa en la oposición que no necesariamente tenía que ser dilatada, ya que los resultados de las elecciones simplemente habían confirmado la bipolaridad del sistema parlamentario indio y normalizado la alternancia.

Solterón empedernido y personaje multifacético, en sus años en que simultaneó la política con el periodismo Vajpayee editó los diarios Swadesh y Veer Arjun, el semanario Panchjanya y la revista mensual Rashtradharma. Ha publicado varios volúmenes de discursos y algunas antologías de poemas que redactó en prisión cuando el período de emergencia en los años setenta. Estos escritos están impregnados de sentimiento patriótico y su calidad artística ha sido destacada por los críticos literarios. De acuerdo con su currículum oficial, El ex primer ministro está en posesión de los galardones indios Padma Vibhushan (1992), Lokmanya Tilak Puruskar (1994) y Bharat Ratna Pt. Govind Ballabh Pant al mejor parlamentario (1994). En 1993 su antigua universidad de Kanpur le otorgó un doctorado honorífico en Filoso