Angela Merkel

Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada el 19/9/2013. Merkel formó su tercer Gobierno, de gran coalición con el SPD, el 17/12/2013, tras las elecciones federales del 22/9/2013, y su cuarto y último, nuevamente de gran coalición, el 14/3/2018, como resultado de las elecciones del 24/9/2017. La canciller, como parte de un plan sucesorio que resultó frustrado, cedió la presidencia de la CDU a Annegret Kramp-Karrenbauer el 7/12/2018. La CDU/CSU perdió las elecciones federales del 26/9/2021 y el 8/12/2021 Merkel fue sucedida en la Cancillería por el socialdemócrata Olaf Scholz, hasta entonces vicecanciller y ministro de Finanzas, quien pasó a presidir el nuevo Gobierno Federal de coalición SPD-Die Grünen-FDP.
Para más información, pueden consultarse el apartado dedicado a Angela Merkel en el documento especial del CIDOB sobre las elecciones federales de 2017 y el perfil de la canciller en el anexo «Biografías de los principales líderes políticos de la República Federal de Alemania» correspondiente al Anuario Internacional CIDOB 2020. Adicionalmente, pueden consultarse las biografías CIDOB de otros políticos alemanes relacionados: Annegret Kramp-Karrenbauer (CDU), Armin Laschet (CDU), Ursula von der Leyen (CDU), Wolfgang Schäuble (CUD), Frank-Walter Steinmeier (SPD), Peer Steinbrück (SPD), Guido Westerwelle (FDP), Sigmar Gabriel (SPD) y Olaf Scholz (SPD).

Próxima a cumplir ocho años como canciller de la República Federal de Alemania, Angela Merkel ha engrosado hasta lo insospechado la lista de marcas por la que atrajo la atención del mundo cuando su nada triunfal elección en 2005. Si entonces se convirtió en la primera jefa de Gobierno de su país y en el primer canciller oriundo de la extinta RDA tras la unificación, hoy está considerada sin discusión el estadista más poderoso —aunque no el más apreciado- de la Unión Europea y la mujer más influyente –pese a su extraña timidez en los conflictos internacionales, como los de Libia y Siria— del planeta. El 22 de septiembre de 2013 la dirigente, que destaca los "éxitos" económicos de su gestión como el resultado de un "liderazgo inteligente", se ha asegurado el tercer mandato en unas elecciones federales ganadas por su partido, la Unión Cristiano Demócrata (CDU), con fuerza arrolladora, hasta acariciar la mayoría absoluta.

Para transmitir autoridad, Merkel, ajena a los lapsus, las anécdotas pintorescas y los escándalos personales que suelen afectar a otros compañeros de profesión pero que tampoco desconoce el discurso voluble, no depende del lenguaje de las formas y los gestos, pues su liderazgo poco o nada debe a convencionalismos políticos como pueden ser el carisma, la telegenia o la avidez mediática. Más relevancia adquieren las palabras en público, pues su oratoria, aunque monocorde y frugal, y a despecho de su exquisita corrección formal, se ve enfatizada por unos sonoros nein que en los últimos tiempos, en relación con Europa, han ganado frecuencia e intensidad.

A lo largo de su carrera, esta mujer de presencia sobria y lacónica se ha hecho valer sobre todo a través del trabajo interno y con la falta de complejos en unos ambientes de poder básicamente masculinos. En casa, su jefatura tranquila ha descansado en la habilidad para congraciar o equilibrar los intereses contrapuestos de las diversas familias políticas que han sustentado sus gabinetes de coalición. Estas son los socialcristianos (CSU, el partido hermano de la CDU en Baviera), los socialdemócratas (SPD, socios de la gran coalición de 2005-2009), los liberales (FDP, a los que los comicios de 2013 han barrido del Bundestag) y los barones regionales de su propio partido. Al mismo tiempo, Merkel ha mostrado una rara habilidad para apropiarse de ideas de otras formaciones y practicar políticas transversales de corte centrista.


En la UE, en cambio, Merkel ha seguido una dinámica de consignas, directrices y, prácticamente, órdenes directas que canaliza en las altas esferas y que vienen pautando la accidentada construcción europea en el arranque del siglo junto con la estrategia comunitaria, muy conservadora, para escapar de la peor crisis económica y financiera de su historia. La supremacía de la economía alemana y el envidiable estado de las cuentas nacionales están detrás de la convicción cardinal de la canciller: que sin saneamiento financiero y disciplina fiscal a rajatabla no puede haber confianza en el euro ni cimientos para crecer y crear empleo. En 2012, la sacralización por Berlín de la lucha contra el déficit a costa de las políticas expansionistas y anticíclicas de eco keynesiano terminó levantando un coro de reservas y contestaciones en los gobiernos y las instituciones de la UE, pero este malestar no dio pie a ningún frente de rechazo capaz de imponerse a la filosofía de Merkel, quien por otro lado sí ha dado su brazo a torcer, y a ofrecer soluciones constructivas, en una serie de capítulos concretos, lo que subraya la versatilidad de su carácter, menos rígido de lo que pudiera parecer. Ella, lo mismo ha sido señalada como la salvadora de un euro en peligro mortal como la agravante de sus desdichas y su verdugo en potencia.

Tenacidad, inflexibilidad en lo esencial de sus planteamientos, avenencia y pragmatismo en aquellas cuestiones consideradas no cruciales, y un enfoque europeo que suscita interpretaciones contrapuestas, desde las que apuntan al genuino federalismo económico hasta las que hablan de egoísmo y de "nuevo nacionalismo alemán", o simplemente de falta de visión clara, son algunos de los rasgos asociados a la a veces llamada Canciller de Hierro, si bien últimamente la prensa doméstica le adjudica el sobrenombre, más halagador, de Ángela la Grande. En todos estos años, al margen de los vaivenes electorales experimentados por su formación, la dirigente germana ha sabido preservar una altas cotas de popularidad entre sus paisanos, la mayoría de los cuales aprecia su firmeza en Europa y su gestión de la crisis, mientras que de puertas afuera las reacciones que suscita se miden más bien en términos de respeto, perplejidad o irritación.

(Texto actualizado hasta septiembre 2013)

1. SEMBLANZA BÁSICA Y DESCRIPCIÓN DEL MANDATO (2005-2013)
1.1. La conformación de un liderazgo improbable
1.2. Dos gobiernos de coalición, dimisiones sonadas y el impacto restringido de la crisis
1.3. La Europa alemana de Merkel y el directorio con Sarkozy
1.4. Las relaciones con Estados Unidos y Rusia
1.5. El Pacto Fiscal Europeo y la irrupción del efecto Hollande
1.6. Firmeza matizada en Europa y maniobras preelectorales de cara al tercer mandato

2. BIOGRAFÍA EN DETALLE Y TRAYECTORIA HASTA LA LLEGADA A LA CANCILLERÍA
2.1. Una científica luterana criada y formada en la RDA
2.2. Carrera política en la CDU bajo la protección de Helmut Kohl
2.3. Ascenso a las jefaturas del partido y la oposición parlamentaria al Gobierno Schröder
2.4. Dificultades para cimentar el liderazgo interno y la campaña electoral de 2005
2.5. Canciller federal al frente de un Gobierno de gran coalición
2.6. Publicaciones y reconocimientos

1. SEMBLANZA BÁSICA Y DESCRIPCIÓN DEL MANDATO (2005-2013)


1.1. La conformación de un liderazgo improbable

Nacida en Hamburgo aunque criada y educada en la RDA, hija de pastor luterano y casada en segundas nupcias con un reservado catedrático que fue su tutor en la Universidad, Merkel es una  física doctorada en Química Cuántica que durante doce años no pasó de humilde operaria de laboratorio. Sólo después de la caída del Muro de Berlín se metió en política, ingresando en el micropartido Despertar Democrático, luego absorbido por la CDU del Oeste.

Colocada bajo la protección patriarcal de Helmut Kohl, La Muchacha, que así la llamaba el canciller de la unificación, fue adiestrándose en las tareas de gobierno como ministra de Mujer y Juventud, y luego de Medio Ambiente, puesto donde despuntó su interés por los problemas de la ecología. Con tesón y laboriosidad fue ascendiendo en la dirección de los democristianos, sobreponiéndose a las reservas que suscitaba en el ala más tradicionalista su singular condición de mujer y ossie, para más señas divorciada y viviendo con un hombre sin matrimonio de por medio, pues hasta 1998 no formalizó su relación con el profesor Joachim Sauer (de quien no tomó apellido de casada, conservando el de su anterior cónyuge).

1998 fue el año de la debacle electoral de la CDU y de la subida al poder del Gobierno roji-verde de Gerhard Schröder. Aupada a la secretaría general del partido, Merkel superó intacta el traumático escándalo de la financiación ilegal de la CDU, que tiznó la reputación de Kohl y tumbó también a su sucesor en el mando, Wolfgang Schäuble. Merkel no vaciló en exigirle cuentas a su antiguo mentor y en romper amarras con el pasado encarnado por Kohl, decisiones que el histórico dirigente encajó con amargura pero que resultaban imprescindibles para el renacimiento del partido.

En 2000, con 45 años y por aclamación, la formación le concedió su presidencia. En el lustro que siguió, la jefa de la oposición germana dio bandazos ideológicos, desde la reclamación del centro al abrazo de una plataforma liberal como alternativa a la Agenda 2010 del SPD, y tuvo serios problemas para consolidar su liderazgo interno. Así, para las elecciones de 2002 hubo de ceder la candidatura a la Cancillería a Edmund Stoiber, jefe del partido hermano de Baviera, la CSU, al no conseguir desprenderse de la imagen de amateurismo frente a un político tan bregado como el socialdemócrata Schröder, de todas maneras reelegido en aquella ocasión.


1.2. Dos gobiernos de coalición, dimisiones sonadas y el impacto restringido de la crisis

Vencido el frente de reticencias a su dirección partidaria, Merkel encabezó la lista para las elecciones de septiembre de 2005 con un programa que incidía en la bajada de los impuestos para vigorizar el consumo y la inversión, el cumplimiento de los criterios de Maastricht sobre déficit y deuda, y la desregulación del mercado laboral. En lugar de la gran victoria que prometían las encuestas, las urnas depararon a la CDU/CSU un desolador empate técnico con el SPD. La ajustada aritmética parlamentaria impuso un Gobierno de gran coalición, fórmula inédita desde 1969, que llevó a Merkel a la Cancillería en noviembre sobre la base de un programa común, muy parecido de hecho a la Agenda 2010 de Schröder, para implementar una serie de reformas estructurales que hacían de la reducción de los costes del sistema de protección social el quid del crecimiento económico y la creación de empleo.

La grosse koalition, facilitada por el buen entendimiento personal entre Merkel y los dirigentes socialdemócratas Franz Müntefering y Peer Steinbrück, vicecanciller y ministro de Finanzas, respectivamente, empezó funcionando mejor de lo esperado. Hablando indistintamente de "nueva economía social de mercado", la primera ministra y sus socios acometieron una reforma del Estado federal, lanzaron una campaña de privatizaciones, invirtieron en I+D, subieron el IVA y el tipo máximo del IRPF, retrasaron la edad de jubilación de los 65 a los 67 años y simplificaron la Seguridad Social con alzas en las cotizaciones.

Las realizaciones económicas no se hicieron esperar, al obtenerse un crecimiento del PIB del 3% anual, la moderación del paro por debajo del 10% y los cuatro millones de afectados, y el regreso, ya en 2006, de los números verdes al déficit, tras haber superado el tope del 3% fijado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE durante cuatro años seguidos; la deuda pública, en cambio, siguió por encima del 60%. El país recuperó su papel como locomotora de la economía europea y empezó a hablarse del "segundo milagro económico alemán", pero a finales de 2007 los nubarrones empezaron a cernirse sobre la canciller.

Merkel frente a la tempestad financiera de 2008
Por de pronto, la sorpresiva dimisión de Müntefering en noviembre de 2007 convirtió en número dos del Ejecutivo a Frank-Walter Steinmeier, quien retuvo el Ministerio de Exteriores a la vez que su partido, agitado por un problema de liderazgo, daba un giro a la izquierda. Fue el final de la sintonía entre Merkel y el SPD. En septiembre de 2008, los desencuentros en el seno del Gabinete se vieron sorprendidos por las ondas sísmicas del naufragio de Lehman Brothers en Estados Unidos, que estremecieron a la banca privada alemana entre las que más en Europa. La producción, ya en retroceso desde la primavera, se desplomó. Los aprietos acuciaron a Merkel con la pérdida por la CSU de la mayoría absoluta en el Landtag de Múnich y la inminente quiebra del banco hipotecario bávaro Hypo Real Estate (HRE), que hubo de ser rescatado con aportaciones de un consorcio formado por el Estado y otros bancos privados, y créditos avalados por el Gobierno por un total de 35.000 millones de euros.

En las semanas y meses siguientes, el Gobierno garantizó de forma ilimitada todos los depósitos de particulares, presentó un plan de ayudas a la banca con problemas de liquidez por valor de 500.000 millones de euros, nacionalizó el 25% del Commerzbank, creó bancos malos sanear el sector retirando de los balances de cuentas 200.000 millones entrampados en los activos tóxicos y aprobó, en noviembre de 2008 y enero de 2009, dos paquetes anticrisis de 31.000 y 50.000 millones, respectivamente.

El masivo socorro bancario frenó las amenazas al sistema financiero, y el Gobierno fue aplaudido por ello, pero las medidas de estímulo, consideradas cicateras por la opinión pública y la patronal, llegaron muy tarde: Alemania se declaró en recesión en el tercer trimestre de 2008 y entre enero y marzo de 2009 el retroceso del PIB alcanzó el 3,5% intertrimestral (el 6,7% interanual). Los números negativos acabaron pronto, en el segundo semestre del año, antes que la mayoría de los socios europeos, si bien 2009 cerró con una contracción media del 5%, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, mientras que el déficit, tras haber sido suprimido por completo y haberse conseguido el equilibrio presupuestario, volvió a rebasar el 3%. Años después, Merkel no iba a tener problema en reconocer que si Alemania consiguió superar la enorme sacudida de 2008 había sido gracias a "los logros de Gerhard Schröder" y su Agenda 2010, que puso las bases del colchón fiscal.

Fin de la gran coalición y pacto con los liberales
De cara a la renovación del Bundestag, Merkel decidió apostar por los liberales del FDP, viejos conocidos en estas lides, como socios de coalición. Los comicios de septiembre de 2009, purgaron el amargor de la edición de 2005, pues el SPD, con Steinmeier de cabeza de cartel, fue el que cargó con el descontento por la crisis, sufriendo sus peores resultados desde la proclamación de la RFA hacía 60 años. Así las cosas, en octubre de 2009 Merkel repitió al frente de un Gobierno de mayoría apoyada en los liberales de Guido Westerwelle, nuevo vicecanciller y titular de Exteriores, y con el veterano Schäuble en la cartera de Finanzas.

La experiencia de gobierno con un partido que en teoría estaba más cercano ideológicamente dio a Merkel tantos o más quebraderos de cabeza que su anterior alianza con los socialdemócratas, situación que era más chocante si se tenía en cuenta la nueva hornada de datos económicos (crecimiento otra vez por encima del 3% a partir de 2010) y laborales (menos de tres millones de parados y bajando), que podían considerarse fastos, nada que ver con lo que sucedía en la mayoría de miembros de la UE. El objetivo central de podar el déficit, más imperativo desde la aprobación por el Bundestag, en vísperas de las elecciones, de una enmienda a la Ley Fundamental que prohibía al Gobierno Federal manejar un déficit estructural superior al 0,35% del PIB más allá de 2016, imposibilitó el compromiso común de bajar impuestos por un total de 24.000 millones, con el consiguiente disgusto de los liberales.

Los sobresaltos domésticos asaltaron en esta segunda legislatura a Merkel, que de entrada hubo de lidiar con el escándalo del bombardeo de la OTAN ordenado por un oficial alemán que mató por error a decenas de civiles en la provincia afgana de Kunduz. El terrible suceso provocó las dimisiones del jefe del Estado Mayor de la Bundeswehr y del recién nombrado ministro de Trabajo y titular de Defensa cuando los hechos, Franz-Josef Jung. El sucesor de este último, Karl-Theodor zu Guttenberg, resignó a su vez en 2011, pero por un asunto totalmente distinto, el plagio de su tesis doctoral.

En 2010 sobrevinieron el batacazo electoral en Renania del Norte-Westfalia, el land más poblado de Alemania, que acarreó la pérdida del control del Bundesrat, la Cámara alta del Parlamento Federal, el rosario de renuncias de dirigentes del partido y la complicada elección parlamentaria de Christian Wulff, barón de la CDU en Baja Sajonia, para el puesto de presidente de la República. Fue a raíz de la dimisión del también democristiano Horst Köhler, tras haber sugerido que la misión militar en Afganistán obedecía a intereses comerciales.

Poco le duró a Wulff el mandato de jefe del Estado: en febrero de 2012, unas consistentes acusaciones de corrupción le obligaron a imitar a su predecesor en el cargo. La caída deshonrosa de Wulff puso en un brete a Merkel, que había sido su máxima valedora y que en esos mismos momentos afrontaba fuertes divergencias en el Gabinete por el coste y la oportunidad del segundo rescate financiero a Grecia a fin de evitar su quiebra desordenada y por ende su salida del euro. A continuación, Merkel aceptó a regañadientes la candidatura presidencial de Joachim Gauck, respaldada por el SPD y Los Verdes, e impuesta por el FDP con atisbos de desquite.

A lo largo de 2010 y 2011 la canciller fue muy criticada dentro y fuera de Alemania por su gestión de las impopulares ayudas a Grecia y por su decisión, tachada de ideológica aunque inseparable de los nuevos condicionantes constitucionales, de endurecer el recorte del gasto público, un montante de 80.000 millones entre 2011 y 2014, más allá de lo razonable por la delicada coyuntura económica en el resto de la UE. Con el tijeretazo presupuestario en marcha, el erario germano vio evaporarse en sólo un ejercicio más de tres puntos de déficit, hasta quedar el descubierto en el 0,8% en 2011, índice que superó con creces la previsión más optimista del Gobierno y que amplió el diferencial con el promedio de la Eurozona.

Por otro lado, la tasa oficial de desempleo siguió encogiendo hasta caer por debajo del 5% de la población activa, la mitad de la media europea. El dato, con ser sobresaliente, obedecía en parte a la enorme proliferación de los llamados minijobs y midijobs, trabajos a tiempo parcial que sacaban de las listas del paro a abundante mano de obra muy precaria y muy barata, con salarios máximos de 450 euros al mes, libres de impuestos pero también de cotizaciones. La austeridad reforzada no afectó al principio al crecimiento, empujado por el sector exterior, en concreto las fortísimas exportaciones a China, Estados Unidos (precisamente, las dos potencias que desbancaron en este período a Alemania como principales exportadores del mundo en términos absolutos) y los países emergentes, las cuales compensaron el descenso de las ventas en la UE y coadyuvaron a los abultados superavits de la balanza comercial y la cuenta corriente. La debilidad de la demanda interna terminó pasando factura en el último trimestre de 2011, cuando hubo una ligera contracción del 0,2%, pero en el arranque de 2012 la recesión técnica pudo ser evitada.

La imputación habitual a Merkel de ser una política demasiado tozuda en una serie de cuestiones clave no se cumplió en el capítulo nuclear, donde su pragmatismo alcanzó lo tornadizo o lo oportunista. Así, en septiembre de 2010, poco antes de aprobar el fin del servicio militar obligatorio a partir del año siguiente, la coalición de democristianos y liberales anuló la moratoria acordada por el Gobierno Schröder en 2000 y prolongó la vida útil de las 17 centrales nucleares en servicio más allá de 2022, hasta 2036. Sin embargo, el desastre de Fukushima dio un giro de 180 grados a la postura de la canciller: en marzo de 2011, cuatro días después del accidente en Japón, Merkel aplazó en tres meses la implementación de la medida anterior y anunció la desconexión inmediata de ocho reactores.

La súbita ojeriza nuclear de Merkel no convenció a los votantes, que propinaron un recio varapalo al bipartito gobernante en las regionales de Baden-Württemberg y se volcaron con Los Verdes. Pese a todo, el Gobierno dio un paso más y repuso el año 2022 como la fecha del definitivo apagón nuclear. Los comicios de Baden, que interrumpieron 58 años de hegemonía democristiana en el land, arrastraron a Westerwelle, pero la coalición federal fue preservada por el nuevo líder del FDP, Philipp Rösler, en adelante vicecanciller y ministro de Economía. En otro orden de cosas, en octubre de 2010 la canciller, partidaria de revisar el espacio de Schengen en un sentido restrictivo, avivó la controversia nacional desatada por el libro-denuncia del político socialdemócrata Thilo Sarrazin al asegurar que la sociedad multicultural había "fracasado por completo" en Alemania.


1.3. La Europa alemana de Merkel y el directorio con Sarkozy

En su primer Consejo Europeo, en diciembre de 2005, la debutante Merkel sorprendió a todo el mundo con su constructiva mediación entre el presidente francés, Jacques Chirac, y el primer ministro británico, Tony Blair, para sacar adelante las Perspectivas Financieras 2007-2013, pendientes de cerrar desde el fracasado Consejo de junio. La sensación de que Europa había encontrado por fin un estadista de talla para llenar el vacío de liderazgo palpable desde el colapso del Tratado Constitucional por los noes en los referendos francés y holandés de 2005 ganó fuerza cuando la gobernante alemana se declaró dispuesta a conferir un nuevo impulso a la malparada construcción europea; en principio, mano con mano con Chirac, aunque el veterano dirigente galo estaba ya políticamente amortizado y bien poco podía aportar.

El verdadero copiloto de Merkel para poner término al "período de reflexión" abierto en la UE y volver a la carga con un nuevo tratado "simplificado", que como mínimo estableciera la imprescindible reforma institucional, iba a ser Nicolas Sarkozy, colega del Partido Popular Europeo y ganador de las presidenciales francesas de mayo de 2007. Además, la canciller, reconocida paladín de la lucha contra el cambio climático, quería implicar a los 27 en un ambicioso compromiso para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y apostar decididamente por las energías renovables y limpias.

Merkel preparó minuciosamente su ofensiva europea, a ejecutar durante la presidencia de turno alemana del Consejo en el primer semestre de 2007, la cual inauguraron los ingresos de Bulgaria y Rumanía en la UE y de Eslovenia en la Eurozona. El primer aldabonazo vino en marzo, con motivo del 50º aniversario del Tratado de Roma. En su Declaración de Berlín, Merkel y los presidentes de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, y el Parlamento, Hans-Gert Pöttering, se fijaron el objetivo de sacar a la UE de la parálisis política sobre unas “bases comunes renovadas” en el plazo de dos años.

El siguiente toque de protagonismo, en el Consejo de Bruselas del mes de junio y haciendo piña con el recién llegado Sarkozy, fue ya un ejercicio de autoridad en toda regla: tras mucho porfiar, el nuevo eje franco-alemán doblegó la resistencia de los gemelos Kaczynski, los líderes de Polonia, que aceptaron suscribir el borrador del nuevo Tratado de Reforma manteniendo el sistema de voto de la doble mayoría (ampliamente favorable a Alemania en las cuotas de poder), pero a cambio de retrasar su entrada en vigor hasta 2014-2017. En diciembre de 2007 los líderes europeos firmaron el Tratado de Reforma en Lisboa y en mayo siguiente Merkel fue galardonada con el prestigioso Premio Carlomagno, reservado a los que prestan servicios distinguidos a la unidad europea.

Europa contempló la andadura, con formidable potencia motriz, del cojinete binacional formado por Merkel y Sarkozy, cuyas reuniones particulares marcaban las decisiones que luego se tomaban en los Consejos Europeos. El tándem llegó a ser conocido como Merkozy, término que despedía un retintín irónico desfavorable al líder francés. Si bien era cierto que los dos estadistas compartían la voluntad indeclinable de sacar adelante el trabajoso Tratado de Lisboa —finalmente en vigor en diciembre de 2009, tras obtener el preceptivo sí en el segundo referéndum irlandés y arrancar las ratificaciones postreras a polacos y checos—, lo cierto era que al dúo no le faltaban temas de desacuerdo. El menor peso económico, la desventaja comercial y la peor situación financiera de Francia impidieron cualquier anhelo de paridad jerárquica por parte de París.

Durante 2008 y 2009, la mayoría de las divergencias entre Merkel y Sarkozy quedaron zanjadas porque el segundo dio su brazo a torcer. Así sucedió con el proyecto galo de la Unión Mediterránea, que en su formulación original excluía a Alemania por no ser país ribereño y que vio la luz como Unión por el Mediterráneo (una asociación política de 43 estados incapaz de hacerle sombra a la UE); con el monopolio monetario del Banco Central Europeo (BCE), que siguió sin tocar; y con el deseo de convertir al Eurogrupo en un "gobierno económico" de la Eurozona, aunque aquí Merkel aceptó la celebración de cumbres periódicas exclusivas de los países con la moneda única. Como se señaló arriba, Berlín se movió con lentitud a la hora de lanzar estímulos fiscales para conjurar la recesión y de paso descartó un plan europeo para auxiliar a los bancos en riesgo. Todo lo más que estaba dispuesta a aceptar era el dinamismo del BCE en el mercado interbancario, prestando cientos de miles de euros a bajo interés.

Merkel frente a la crisis del euro de 2010-2011
"Cada país debe asumir responsabilidades a escala nacional", afirmó la canciller en octubre de 2008 en relación con la propuesta de evitar bancarrotas con una intervención coordinada a gran escala, reclamando a cambio un mayor control sobre las transacciones financieras. Aquella aseveración de Merkel podía valer perfectamente para definir su reacción cuando en 2010 se declaró la tercera fase del desbarajuste global, luego de la tormenta bancaria de 2008 y de la Gran Recesión de 2009: la crisis de las deudas soberanas de la Eurozona, que tuvo como epicentro Grecia.

En parte por convicciones propias, y en parte por las intensas presiones domésticas (de las que no eran ajenos el FDP y muchos en la CDU/CSU) para que las ayudas a los países incumplidores no fueran a costa de la chequera de los cumplidores y sin recibir un mínimo de garantías, Merkel puso abundantes pegas y condiciones a la concesión a la insolvente Grecia, incapaz de hacer frente a sus próximos vencimientos de deuda, de un rescate crediticio urgente de 110.000 millones de euros, cuya liberación por tramos quedó sujeta a un durísimo ajuste estructural monitorizado por la troika de la Comisión Europea, el BCE y el FMI.

El plan para Grecia, acordado en abril de 2010, llegó con retraso, lesionó la soberanía nacional y crispó la sociedad del país intervenido, se ejecutó con cicatería y en última instancia fracasó estrepitosamente, pues ni atajó el riesgo de colapso heleno ni devolvió la confianza a los mercados del euro, donde los movimientos especulativos pasaron a cebarse con las deudas de Irlanda e Portugal, y luego con las de España e Italia. Los dos primeros, con sus erarios exangües, tampoco pudieron resistir los exorbitantes intereses exigidos a sus bonos y tuvieron que ser rescatados en noviembre de 2010 y abril de 2011, respectivamente.

La astronómica galopada de la prima de riesgo de los países de la periferia del euro significaba que el bund pagaba unas rentabilidades cada vez menores; el bono alemán a diez años alcanzó mínimos históricos y los títulos a corto plazo llegaron a colocarse incluso con intereses negativos, es decir, de cobro, con ganancia para el Estado: hasta tal punto se convirtieron las emisiones del tesoro germano en valor refugio. Esta situación, estrambótica porque acontecía en una comunidad de Estados supuestamente armonizados, permitía a Alemania financiarse prácticamente gratis en los mercados de deuda a costa de la desconfianza en otros socios del euro.

En mayo de 2010 Merkel accedió a crear dos recursos crediticios temporales para los países del euro ahogados por las deudas, la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF), surtida por aportaciones de los 17 de la Eurozona (y con una cuota alemana del 27%), y el Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera (MEEF), con cargo al presupuesto comunitario y gestionado por la Comisión. La insuficiencia de estos recursos quedó inmediatamente de manifiesto y en Bruselas se planteó la necesidad de establecer un fondo más grande y permanente, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). La canciller, actuando al alimón con Sarkozy, asumió la pertinencia del MEDE, pero a cambio impuso una serie de exigencias al resto de gobiernos y a las instituciones comunitarias.

Para empezar, alumbró el Pacto por el Euro, o Euro Plus, un compromiso de competitividad ligado a la contención salarial que fue adoptado por el Consejo Europeo en marzo de 2011 como una versión suavizada del Pacto de Competitividad inicialmente acariciado por Berlín. Además, Merkel reiteró una y otra vez una batería de negaciones: no a las compras sistemáticas por el BCE de deudas soberanas acorraladas por los mercados, no a la emisión de eurobonos por una Agencia Europea de Deuda (una "solución artificial", según ella) y no, en suma, a cualquier intento de "colectivizar" las deudas nacionales, pues eso supondría violar el principio de no corresponsabilidad financiera (no bail-out) contenido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

Las reticencias, las dilaciones y el tono endurecido, hasta sonar a diktat, caracterizaron la actuación europea de Merkel en los críticos meses de 2011 y en el incierto comienzo de 2012. La actitud retardataria de la dirigente y sus argumentos ortodoxos para contener la crisis del euro fueron generando un runrún de descontento que sumó las voces críticas de dos predecesores en el cargo, Helmut Kohl y Helmut Schmidt.

Alemania, arropada por un grupo de gobiernos afines —Austria, Holanda, Finlandia—, el llamado "núcleo duro europeo", fue inflexible con los eurobonos, pero transigió en la elevación de la dotación del FEEF y en las compras masivas de deudas española e italiana por el BCE, antes de advertir, sin embargo que este procedimiento de emergencia no podía ser ilimitado y bajo ningún concepto podía ligarse a la emisión inflacionista de dinero. Con respecto al segundo rescate financiero de Grecia, que contemplaba una fuerte reestructuración de la deuda soberana, Merkel dejó de exigir la participación obligatoria de los principales acreedores (bancos) privados, aunque de todas maneras se aseguró su implicación en los futuros canjes de bonos con quita, que tendrían un carácter "voluntario".


1.4. Las relaciones con Estados Unidos y Rusia

Mientras afianzaba su hegemonía en el concierto —o desconcierto— europeo, Merkel, considerada una estadista mucho más proamericana que Schröder, condujo unas relaciones estables con Estados Unidos. Hasta el día de hoy, el diálogo Berlín-Washington ha tenido fluidez pese al gran número de desacuerdos en un abanico de temas, la mayoría de los cuales encerraban en potencia un serio conflicto. El estilo sosegado de la canciller y su capacidad para hacerse respetar han tenido su peso en los tratos con las administraciones Bush y Obama.

Cuando llegó a la Cancillería en 2005, Merkel dejó clara su voluntad de recuperar la excelencia de las relaciones transatlánticas y superar los últimos resquemores por la negativa del anterior Gobierno a participar en la invasión y ocupación de Irak en 2003; en realidad, antes de abandonar el poder, Schröder ya había iniciado la normalización de las relaciones bilaterales. La nueva gobernante reclamó a Bush una solución para los prisioneros de Guantánamo y el respeto a los Derechos Humanos y a la soberanía de los estados (escándalo de las prisiones secretas y los vuelos ilegales de la CIA) en su guerra global contra el terrorismo. En 2006 la canciller dejó de insistir en estas cuestiones y coincidió plenamente con Bush en que no debía permitirse a Irán seguir adelante con su programa nuclear. Sin embargo, la visión que del mundo y sus problemas tenía Merkel difería sustancialmente de la del republicano Bush y, en menor medida pero también, de la de su sucesor, el demócrata Obama. La lista de divergencias ha sido amplia.

Estaba el proyecto del escudo antimisiles, parte del cual Washington quería instalar en Polonia y Chequia previo acuerdo bilateral con ambos gobiernos pero que Berlín prefería discutir en el seno de la OTAN y dialogando con Rusia (he aquí otro de los puntos de fricción entre Merkel y los Kaczynski). También, la cruzada contra el cambio climático de diagnóstico antropogénico, con exhortaciones a Estados Unidos para que ratificara el Protocolo de Kyoto y asumiera objetivos vinculantes para la reducción de emisiones en el escenario post-Kyoto, pretensión que se estrelló en la Cumbre del G8 de 2007 en Heiligendamm. Otro tema de debate fue el papel de la Bundeswehr en Afganistán, para Berlín circunscrito a las tareas de seguridad y reconstrucción, y separado del enfrentamiento bélico con los talibanes. A la par que sus aliados, Alemania decidió retirar a sus 4.800 soldados en un proceso por etapas entre 2013 y 2014.

Las cuestiones económicas, lógicamente, escribieron muchos capítulos de la agenda bilateral. Se hizo notar la falta de sintonía en las primeras cumbres del G20 para dar una respuesta coordinada a la crisis global, pues Alemania defendió con ahínco una regulación drástica de los mercados financiero que impusiera a los operadores privados requisitos de transparencia, limitara e incluso prohibiera las operaciones de alto riesgo, tasara los flujos especulativos de capital y erradicara los paraísos fiscales. El argumento de la canciller era que para superar el huracán que zarandeaba el sistema capitalista, el mundo desarrollado debía atacar las causas de su desencadenamiento.

Estados Unidos, a su vez, mostró su disgusto por cómo estaba reaccionado la UE bajo la batuta de Alemania frente al triple embate de la iliquidez bancaria, la recesión y la crisis de las deudas soberanas, donde echó faltar respectivamente más inyección de dinero público, más estímulo fiscal y más solidaridad europea. Las autoridades políticas y financieras de la superpotencia, temerosas de las repercusiones de una hipotética extinción del euro, reclamaron a Merkel mayores audacia y prontitud en las medidas de contingencia.

En otro ámbito, en Libia en 2011, la Alemania de Merkel protagonizó una chirriante automarginación durante la campaña de bombardeos aéreos (liderada por Sarkozy) contra objetivos del régimen de Gaddafi. La misma incluyó la postura abstencionista en la votación de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó la zona de exclusión aérea para impedir la masacre de civiles y rebeldes, y la retirada de una dotación naval de apoyo en el Mediterráneo. La inhibición de Merkel en Libia, que según ella no debía confundirse con "neutralidad", y asegurada desde la diplomacia por el ministro Westerwelle con talante pacifista, desató una tormenta política en casa y desairó a los aliados de la OTAN, fundamentalmente Francia, Estados Unidos y el Reino Unido, que tuvieron que hacer un gran esfuerzo militar para invertir el curso de la guerra civil y conseguir la caída del dictador.

Merkel terminó reconociendo el cariz estratégico, fundado en las necesidades energéticas, que en la etapa de Schröder habían adquirido las relaciones con Rusia. De la frialdad inicial, con llamadas de atención por la situación en Chechenia y el distanciamiento de las familiaridades prodigadas por Schröder y Putin, la canciller pasó a una actitud más condescendiente que se reflejó en la cautela durante la guerra de agresión a Georgia (verano de 2008) y con las aspiraciones georgiana y ucraniana de ingresar en la OTAN.

Las guerras del gas entre Moscú y Ucrania, país de tránsito entre el este y el oeste, empujaron a Alemania a asegurarse por su cuenta el suministro de este vital hidrocarburo mediante el proyecto Nord Stream, un gasoducto ruso-alemán tendido en el lecho del mar Báltico, que Merkel y el presidente Medvédev inauguraron en 2011. En 2012 y 2013, con Putin nuevamente al timón del Kremlin, las relaciones volvieron a enfriarse por la represión de los movimientos políticos y sociales de oposición al régimen, la modalidad del rescate financiero a Chipre, que penalizó a los depositantes rusos, y el apoyo de Moscú al Gobierno de Damasco en la guerra civil de Siria.

En añadidura, Alemania fue la anfitriona de una serie de conmemoraciones para el reencuentro europeo y transatlántico. Los actos de la memoria histórica se concentraron en 2009, con los aniversarios 60º del Tratado del Atlántico Norte, 65º del desembarco de Normandía, 70º de la invasión de Polonia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y 20º de la caída del Muro de Berlín. Merkel hizo también varios gestos de apoyo a la comunidad judía e Israel. Por ejemplo, en 2008 se convirtió en el primer jefe de Gobierno germano que pronunció un discurso en la Knesset de Jerusalén. Cuatro años después, Merkel relativizó la tradicional postura proisraelí de su país al transmitir su "desacuerdo" al Gobierno de Binyamin Netanyahu por su política de expansión de los asentamientos judíos en los territorios palestinos.


1.5. El Pacto Fiscal Europeo y la irrupción del efecto Hollande

En diciembre de 2011, la tesis de Merkel de que la crisis del euro sólo podría resolverse si la Unión Económica y Monetaria (UEM) nacida en 1999 era complementada con una unión fiscal —pero no de la deuda— que consagrara la regla del equilibrio presupuestario encontró una contundente plasmación en el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Eurozona, más conocido como el Pacto Fiscal Europeo. El nuevo instrumento debía tomar el relevo al PEC de Maastricht, violado sistemáticamente por casi todo el mundo (también por Alemania, en el caso del tope de deuda pública, y sin cesar desde 2005, si bien la deuda alemana era plenamente manejable y gozaba de la máxima calificación de solvencia, la codiciada triple A) y desde hacía tiempo papel mojado.

Considerado la expresión suprema del poderío alcanzado por Merkel en Europa y rodeado de polémica, el Pacto Fiscal Europeo alumbraba una "arquitectura reforzada" para la UEM con la armonización de las políticas fiscales, la supervisión de los presupuestos por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo (ahora mismo, Berlín quería arrebatar al atribulado Gobierno griego el control de sus cuentas colocándolas bajo la tutela de un enviado europeo), la fijación por obligación constitucional de un tope de déficit estructural del 0,5% y la aplicación de sanciones casi automáticas a los países que superasen el umbral del 3%. El Tratado de Estabilidad tenía como mandamiento básico una regla de oro que todo el mundo debía cumplir: no gastar más de lo ingresado.

Los descuelgues de dos países no miembros de la Eurozona, Chequia y el Reino Unido, cuyo primer ministro, David Cameron, vio ignorada su exigencia de salvaguardias para el poder financiero de la City londinense, no arredraron a Merkel, que hizo de la falta de unanimidad virtud. En marzo de 2012 el Pacto Fiscal fue firmado por 25 gobiernos para ser tramitado no como una reforma directa de los tratados europeos, sino por la vía rápida del tratado intergubernamental, de manera que pudiera entrar en vigor tan pronto como enero de 2013 si para entonces ya lo habían ratificado 16 estados. Para hacerse legalmente vinculante, al Tratado le bastaban las ratificaciones de 12 de los 17 estados de la moneda única.

La canciller desdeñó dos tipos de mensajes de aviso por el formato jurídico y el contenido del Pacto Fiscal: por un lado, que abría las puertas a una Europa de varias velocidades y complicaba su geometría variable en relación con la UEM al favorecer la articulación de tres círculos, el del euro fuerte, el del euro débil y el del euro ausente; por otro lado, que condenaba a los países estrangulados por las penurias financieras a sacrificarlo todo en aras de la consolidación fiscal, objetivo que sin ingresos fruto de la reactivación económica parecía prácticamente irrealizable.

En abril de 2012, las voces disonantes, tímidas y amortiguadas, fueron espoleadas por un acontecimiento de calado, la derrota de Sarkozy, el gran aliado de Merkel, en la primera vuelta de las presidenciales de Francia ante el socialista François Hollande, partidario declarado de renegociar el Pacto Fiscal antes de su ratificación para que incorporase un "pacto por el crecimiento", y favorable también a los eurobonos y a la implicación sin reservas del BCE en la recuperación económica. Al día siguiente, la posición rocosa de Berlín se vio más comprometida por la caída de Gobierno holandés.

En los días siguientes, y más tras la victoria definitiva de Hollande en la segunda vuelta del 6 de mayo, el argumento de que era menester conferir un impulso inmediato al crecimiento fue asumido y pregonado por varios gobernantes de la UE y por los máximos responsables institucionales (los presidentes de la Comisión, Durão Barroso, del Consejo, Herman Van Rompuy, y del BCE, Mario Draghi), aunque con énfasis y matices diversos. Fuera de la UE, el FMI, la OCDE, el G8 y el G20 se sumaron a las presiones a Alemania. Impertérrita, Merkel se mostró rotunda con que no era posible tocar una coma del Pacto Fiscal, si bien se mostró abierta a discutir un acuerdo político anexo, una "agenda del crecimiento" ejecutada por la Comisión Europea y financiada por el Banco Europeo de Inversiones (BEI). Barroso convocó una "cumbre del crecimiento" que la canciller se apresuró a atar en corto con la advertencia de que había que evitar "crear espejismos de crecimiento" financiados con deuda.

El 13 de mayo la CDU sufrió una estrepitosa derrota en las elecciones anticipadas de Renania del Norte-Westfalia. El 15 de mayo se produjo el cambio de guardia en el Elíseo y llegó la hora de la verdad para la alianza franco-germana, cuya nueva configuración de fuerzas iba a marcar el destino de la UE. Esa misma jornada, Merkel recibió a Hollande en Berlín para una cumbre más bien protocolaria, de mutua presentación, que certificó la existencia de un conflicto de posturas. En la víspera, la canciller había hecho votos por una "alianza estable" con el socialista galo, quien no lo tenía nada fácil para hacer valer sus tesis de un cambio de rumbo en la política europea. Entre tanto, la Eurozona se asomaba al abismo con la instalación del caos político en Grecia, las especulaciones sobre su inminente salida del euro, que Merkel y Hollande, en una de sus pocas coincidencias, negaron de plano, y el descontrol del riesgo país en España, que iba a ser la siguiente ficha en el dominó de los rescates europeos.


1.6. Firmeza matizada en Europa y maniobras preelectorales de cara al tercer mandato

En el ecuador de 2012, un estadio especialmente delicado en la interminable crisis del euro, Merkel encaraba un ambiente desfavorable que la empujaba al aislamiento político y que, en apariencia, agotaba los límites de su preponderancia. Sin embargo, la canciller salió de este brete ganadora y fortalecida, en parte porque jugó con maestría su doble baraja de la rigidez del que se sabe poderoso (imponiendo sin complejos) y la flexibilidad (negociando, transigiendo y ablandando), y en parte también porque el llamado efecto Hollande no tardó en diluirse por el baño de realismo del dirigente galo, que terminó aparcando su reclamación de los eurobonos y la renegociación del Pacto Fiscal; en octubre, este fue dócilmente ratificado por las dos cámaras del Parlamento francés.

Finalmente, pues, no se produjo el temido, y prácticamente inimaginable, choque de trenes entre Berlín y París, sino más bien un choque del impotente Hollande contra el muro que oponía Merkel. Además, desde la Comisión Europea, el responsable de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, vino a dar la razón a Berlín con su defensa a ultranza de la responsabilidad fiscal basada en la restricción del gasto. La canciller dibujaba varias líneas rojas que en principio no se podían franquear. Algunas, como relajar las medidas de austeridad y la contención salarial para estimular el consumo (lo que por otra parte podría perjudicar la competitividad, el gran plus de Alemania), eran verdaderos anatemas. Otras, como las emisiones controladas de deuda europea vinculadas a proyectos específicos de crecimiento o el aumento de las capacidades del MEDE para, al igual que el BCE, comprar deuda soberana de los países en apuros, sí se colaron en la agenda del posibilismo.

A partir de la segunda mitad de 2012, de una manera bastante clara, Merkel mantuvo el puño cerrado o tendió la mano en la UE a conveniencia personal, pendiente del horizonte hasta las elecciones federales de septiembre 2013. A las mismas acudía con unos sondeos de intención de voto invariablemente favorables a su partido, con hasta diez y más puntos de ventaja sobre los socialdemócratas, aunque tampoco podía perder de vista la resurrección del SPD, que, en alianza con Los Verdes, disfrutaba desde 2010 de una racha de éxitos en los länder.

Los democristianos estaban inquietos por su rosario de fracasos electorales y desalojos gubernamentales en Renania del Norte-Westfalia, Hamburgo, Baden-Württemberg, Schleswig-Holstein y, por último, en febrero de 2013, Baja Sajonia. En consecuencia, iba acentuándose la minoría del oficialismo en el Bundesrat, donde, por ejemplo, en marzo de 2013 iba a ser aprobada una proposición de ley de Los Verdes para legalizar el matrimonio homosexual, proyecto que no tenía futuro en esta legislatura porque prevalecía la mayoría absoluta de la CDU/CSU y el FDP, contrarios a esta equiparación legal, en el Bundestag, donde en junio de 2012 ya había sido derrotada una moción del centro-izquierda. Así pues, el puro cálculo electoralista se apoderó de la política europea de Merkel, que sopesaba los pasos a adoptar en función de su posible impacto negativo en las urnas, pues muchas de las medidas que imploraban los socios de la UE eran impopulares en Alemania.

El papel de Berlín en los rescates de las bancas española y chipriota; la fortaleza de la economía alemana
En junio de 2012 la canciller estuvo conforme con que la Comisión Europea destinara 130.000 millones de euros a un nuevo plan de crecimiento y empleo. A últimos de mes, en el Consejo Europeo de Bruselas, Merkel terminó aceptando las reclamaciones de los primeros ministros de Italia, Mario Monti, y España, Mariano Rajoy, para que la Eurozona, mediante el FEEF y el MEDE, pudiera recapitalizar directamente, sin pasar por el Estado, y bajo "estrictas condiciones" a los bancos privados en dificultades, así como adquirir deuda soberana para aliviar la presión de los mercados, que estaba llevando a niveles insostenibles los tipos de interés que pagaban ambos países en sus subastas de bonos.

Aunque el Consejo de Bruselas estableció que este mecanismo de asistencia requería la supervisión única del BCE, opción que por el momento no estaba operativa, Berlín no puso pegas a su estreno de hecho con la agobiada España, a la que Alemania venía urgiendo para que solicitara un rescate nacional en toda regla, como los de Grecia, Irlanda y Portugal. La Eurozona puso a disposición del sistema bancario español 100.000 millones de euros que no iban a ser inyectados directamente a las entidades, sino a través de un organismo público, el FROB (en diciembre, España solicitó y recibió del MEDE un crédito de 39.500 millones).

En casa, la jefa democristiana consiguió el apoyo del SPD, imprescindible al requerir la votación la mayoría de dos tercios, en la ratificación parlamentaria del Pacto Fiscal Europeo y la creación del MEDE. Los socialdemócratas pusieron como condición una batería, más bien genérica, de medidas complementarias a la austeridad reforzada y referentes al control de los mercados financieros y el impulso al crecimiento y el empleo. Más reticentes se mostraban los miembros de la propia coalición gobernante. En la CSU, su líder, Horst Seehofer, ministro-presidente de Baviera, amenazó con sacar a su partido del Gobierno Federal si Alemania asumía nuevos compromisos de ayudas y garantías financieras a los países endeudados del euro. Y el propio vicecanciller, ministro de Economía y jefe de la FDP, Rösler, afirmó que ya "no asustaba" una posible salida de Grecia de la Eurozona.

Merkel puntualizó que ese escenario no se contemplaba, aunque redobló sus exigencias a Atenas para que cumpliera las condiciones de sus dos rescates y de paso descartó una quita adicional, tal como quería el FMI, de la deuda helena porque esta afectaría a los acreedores públicos, es decir, a los estados, y por tanto a los contribuyentes. Hasta fin de año, la canciller avaló la disposición del BCE a realizar nuevas compras de bonos de Italia y España, lo que la distanció del Bundesbank, radicalmente contrario a esta operación, e impuso al Consejo Europeo que la supervisión única del BCE y la recapitalización directa de los bancos por el MEDE quedaran postergadas hasta 2014. Merkel también se salió con la suya en que la supervisión sólo afectara a las principales entidades, lo que dejaba fuera a la miríada de cajas de ahorro alemanas, cuya situación financiera era una incógnita. De las múltiples "uniones" que estaban sobre la mesa, la gobernante alemana conminaba a adoptar la unión fiscal, era partidaria también de una mayor unión política, ponía pegas a la unión bancaria y no quería saber nada de una "unión de la deuda".

El 4 de diciembre de 2012, días antes de contemplar con satisfacción la ratificación por Finlandia del Pacto Fiscal Europeo, lo que aseguraba su entrada en vigor el primer día de 2013, Merkel fue reelegida en Hannover presidenta de la CDU con el 97,9% de los votos. En el XXV Congreso del partido, considerado el pistoletazo de la precampaña para las elecciones federales de 2013, la líder reclamó los logros del "Gobierno más exitoso desde la reunificación", los cuales se resumían en una palabra: estabilidad. "Vivimos tiempos turbulentos y a veces nos vemos surcando mares tormentosos (…) Pero esta es la CDU de Alemania, que está conduciendo al país con brújula segura (…) Ninguna otra coalición salvo la nuestra puede liderar nuestro país hacia un buen futuro", afirmó en su aplaudido discurso.

Al alardear de Alemania como "el motor del crecimiento de Europa", la canciller se dejó llevar en Hannover por un triunfalismo electoralista que los últimos datos económicos no terminaban de respaldar. Aunque la economía alemana marchaba claramente mejor que la del conjunto de la Eurozona, sumida en su segunda recesión desde el tercer trimestre del año, la caída de las importaciones intracomunitarias por la debilidad de las demandas internas a causa de los ajustes en los países del sur terminó haciendo mella en las competitivas exportaciones germanas, ahora mismo y con diferencia las impulsoras de un PIB desprovisto de alegrías consumistas, pues los siete millones de minijobs y la contención salarial que afectaba a los empleos a tiempo completo tenían el mercado interno sumido en la atonía. Precisamente, en el exterior se insistía en que el Gobierno Merkel tenía en su mano los medios, a poco que estimulara la demanda interna, para hacer de Alemania un genuino motor del crecimiento.

En el último trimestre de 2012, la economía alemana cayó un 0,5%, pero, como había sucedido en el arranque de 2010, la recesión técnica fue soslayada por los pelos en los tres primeros meses de 2013, cuando el crecimiento fue exactamente cero. La recuperación pareció abrirse camino en el segundo semestre del año, período en el que Alemania creció un 0,7%. Este fuerte repunte, junto con el medio punto de crecimiento registrado por Francia, empujó a la UE de 28 miembros y a la Eurozona de 17 fuera de la recesión.

La Alemania de Merkel había cerrado 2012 con un superávit fiscal del 0,2% del PIB y ahora el Gobierno contemplaba para este 2013 un déficit del 0,5% debido al gasto adicional e imprevisto que implicaba el fondo de ayuda para los afectados por las graves inundaciones de mayo y junio, dotado con 8.000 millones de euros. Sin embargo, algunos expertos consideraban que los presupuestos podrían aproximarse al equilibro al finalizar el año si se acentuaban las dos grandes tendencias positivas del momento, que eran la de los ingresos fiscales procedentes de la actividad laboral y empresarial, al alza, y la de los intereses que pagaba la deuda, a la baja. La deuda pública había trepado al 82%, pero el desahogo fiscal daba al Gobierno un buen margen para frenar e invertir la acumulación de deudas.

En el país de los minijobs, el paro afectaba en julio de 2013 a solo el 5,3% de la población activa, es decir, la situación del mercado laboral se aproximaba al pleno empleo. La tasa alemana era mejorada únicamente por la austríaca (el 4,8%) y suponía menos de la mitad de los promedios de la UE (el 11%) y la Eurozona (el 12,1%). Entre los menores de 25 años, el desempleo era también escasísimo, del 7,7%, porcentaje que dejaba en pésimo lugar al 24% europeo y estaba a años luz del catastrófico 56% de España. Por lo demás, la inflación interanual se situaba en el 1,8%, justo en la media de la Eurozona. La balanza comercial era fausta, con un superávit semestral de casi 100.000 millones de euros que, por ejemplo, contrastaba con los 38.000 millones de déficit de Francia. Aunque en los seis primeros meses de 2013 Alemania había exportado ligeramente menos que en el período equivalente de 2012, las importaciones se habían reducido algo más, lo que producía un saldo positivo mejorado en más de 5.000 millones de euros.

En marzo de 2013 Berlín, como era de esperar, jugó un papel fundamental en la negociación del rescate financiero de Chipre, de 10.000 millones de euros, que, en una decisión sin precedentes, impuso un corralito temporal y una fuerte quita para los depósitos bancarios de más de 100.000 euros. Entonces, el ministro Schäuble endosó a otros, empezando por los propios chipriotas, cualquier responsabilidad por el perjuicio causado a los ahorradores de la isla mediterránea. Sin embargo, medios periodísticos, citando fuentes internas del más alto nivel, revelaron que en las apresuradas discusiones del Eurogrupo, Alemania y sus aliados Austria, Holanda y Finlandia, junto con el FMI, presionaron para que la quita fuera aún más severa, penalizando también a los depósitos de menos de 100.000 euros.

Schaüble afirmó que el rescate con quita, que obligaba a contribuir a accionistas, acreedores de deuda y bonos, y grandes depositantes, podía servir de modelo para futuras intervenciones. A los pocos días, el ministro matizó que el salvamento de la banca de Chipre constituía un caso excepcional y que los ciudadanos de la Eurozona tenían garantizados sus depósitos "de más de 100.000 euros". En junio, los ministros de Finanzas de los 27 acordaron de manera definitiva que cualquier futuro rescate bancario respetaría en toda circunstancia los depósitos de menos de 100.000 euros. Los que superasen esa cantidad, considerados "no asegurados", no recibirían esa "superprotección", aunque conservarían una "protección especial", lo que no excluía la posibilidad de tocarlos en caso de suprema necesidad.

A principios de julio de 2013, a los pocos días del Consejo Europeo de Bruselas, la canciller hizo otra exhibición de autoridad, esta vez tan clamorosa que provocó lógicas reacciones de malestar: convocó por su cuenta, al margen de la presidencia de turno del Consejo, correspondiente a Lituania, a los gobernantes de la UE para una cumbre sobre el empleo juvenil. En la cita berlinesa, a la que asistieron 18 jefes de Estado y de Gobierno, incluidos los de Francia, Italia y España, así como los presidentes del Consejo, la Comisión y el Parlamento europeos, la ministra de Trabajo de Merkel anunció que el BEI destinaría 18.000 millones de euros para créditos a pymes que contrataran a jóvenes. Fuentes diplomáticas reconocieron que la cumbre de Berlín fue un mero "ejercicio de relaciones públicas" de la canciller dirigido a impulsar su campaña electoral y a "contrarrestar la imagen negativa de Alemania como abanderada de las políticas de austeridad".

(Cobertura informativa hasta julio de 2013)


2. BIOGRAFÍA EN DETALLE Y TRAYECTORIA HASTA LA LLEGADA A LA CANCILLERÍA


2.1. Una científica luterana criada y formada en la RDA

Hija del reverendo luterano evangélico Horst Kasner y de la maestra de escuela y profesora de idiomas Herlind Kasner (de apellido de soltera Jentzsch), nació en julio de 1954 en Hamburgo, la gran ciudad portuaria de la República Federal de Alemania (RFA), pero sólo mes y medio después la familia cruzó la frontera de la República Democrática Alemana (RDA) y se estableció en Templin, una pequeña población del distrito de Neubrandenburg, al norte de Berlín, que desde la unificación pertenece al condado de Uckermark del land de Brandeburgo.

La razón de este cambio de residencia, dejando atrás un país democrático y de libertades para emprender una nueva vida en otro donde imperaba el totalitarismo comunista no era de índole ideológica (aunque se ha sugerido que Kasner sí podría tener simpatías por el régimen prosoviético), sino religiosa y pastoral: el clérigo fue destinado por su Iglesia para hacerse cargo de una parroquia en el pueblo de Quitzow, cerca de Perleberg, al oeste de Templin. El reverendo, que de hecho era oriundo de Berlín y aún no había cumplido la treintena de edad, partió a la RDA imbuido de un espíritu de misión. Allí, los Kasner iban a ampliar su descendencia con los nacimientos de un chico, Marcus, en 1957, y otra chica, Irene, en 1964.

La hija mayor cursó el bachillerato en Templin y en 1973, con un brillante expediente escolar bajo el brazo en el que sobresalían las asignaturas de matemáticas e idioma ruso, emprendió estudios de Física en la Universidad Karl Marx de Leipzig. Aunque su padre ejercía una labor que no era apreciada por las autoridades comunistas y que estaba permanentemente en el punto de mira del Ministerio de Seguridad del Estado, la temida Stasi, o precisamente debido a ello, Angela se enroló en las Juventudes Alemanas Libres (FDJ), una de las organizaciones de masas conducidas por la fuerza política que ostentaba el monopolio del poder desde 1949, el Partido de la Unificación Socialista de Alemania (SED).

Si bien llegó a desempeñar la función de secretaria de agitación y propaganda de las FDJ en su distrito, la relación de la futura canciller de la RFA con el oficialismo germanooriental parece que tuvo menos que ver con unas genuinas convicciones comunistas que con el deseo de no dar pábulo a las sospechas de desafección que su familia, venida del Oeste y religiosa, podía alentar en la Stasi, aunque también es cierto que hasta el mismo derrumbe de la dictadura a finales de 1989 ella no hizo el menor gesto de disidencia u oposición.

La fe luterana fue una constante en la etapa de Angela Kasner como ciudadana de la RDA, donde el Estado, rígidamente aconfesional aunque no oficialmente ateo, fomentaba la secularización de la sociedad, discriminaba a los practicantes religiosos a la hora de conceder los mejores puestos profesionales y sometía a estrecha vigilancia policial a las diversas iglesias cristianas, que debían mostrarse leales y cooperativas. Significativamente, la joven, pese al riesgo de sufrir represalias educativas o laborales, hizo la confirmación religiosa en lugar de la Jugendweihe, un rito civil practicado en la Alemania del siglo XIX y restablecido por el Gobierno de la RDA que simbolizaba el paso de la infancia a la adultez. La actitud aparentemente ambigua, o cuando menos tibia, de los Kasner ante el poder establecido fue suficiente para que sobre la madre cayera la prohibición de ejercer la docencia; cuando vivió en la RFA, después de la guerra, Herlind Kasner se ganaba la vida como profesora de latín e inglés.

En 1977, a los 23 años, Angela contrajo matrimonio civil con Ulrich Merkel, un compañero de estudios de la Facultad, de casi su misma edad. Los recién casados entraron a vivir en un minúsculo apartamento, formado por un único habitáculo de 20 metros cuadrados, en Leipzig, confiando en que sus futuros ingresos profesionales les permitirían acceder con el tiempo a una vivienda más digna. En 1978, completados los estudios de Física en la capital sajona, la pareja se trasladó a Berlín Oriental, donde ella se puso a trabajar de colaboradora científica en el Instituto Central de Química Física de la Academia de Ciencias de la RDA.

Allí ejerció durante doce años, tiempo en el que amplió su currículum académico y se convirtió en una especialista en Química Cuántica, rama de la Química Teórica que estudia las propiedades físicas de los átomos y las moléculas como aplicación de la mecánica cuántica. Estos méritos empero, no le abrieron las puertas de un ascenso en el escalafón profesional, ya fuera en la investigación, ya en la docencia. Según parece, la científica no pasó del nivel de operaria de laboratorio, un estancamiento que seguramente tuvo que ver con su filiación familiar. A pesar de su cualificación y de su contrato fijo con la Academia de Ciencias, Angela percibía un salario humilde que acarreaba alguna que otra estrechez a la economía doméstica. También, no debe olvidarse que en la RDA el acceso a comodidades y lujos estaba restringido a la nomenklatura del partido y a los funcionarios de alto rango.

La relación conyugal con Ulrich Merkel se fue al traste y la pareja firmó el divorcio en 1982. Cuatro años después, en 1986, Angela obtuvo el doctorado en Química Cuántica por la Academia de Ciencias berlinesa con una tesis titulada El cálculo de las constantes de velocidad de las reacciones elementales en los hidrocarbonos simples y bajo la tutoría del profesor Joachim Sauer, asimismo divorciado y además padre de dos hijos, con quien inició una relación sentimental que no sería formalizada en segundas nupcias hasta el 30 de diciembre de 1998. La pareja no tuvo descendencia y ella, por razones que no han sido elucidadas, no adoptó nuevo nombre de casada sino que siguió apellidándose como su primer esposo, Merkel. Por lo que se refiere a Sauer, en 1993 coronó su trayectoria académica con una cátedra de Química Teórica y Física en la Universidad Humboldt de Berlín, a cuyo frente hoy en día sigue ejerciendo.


2.2. Carrera política en la CDU bajo la protección de Helmut Kohl

La faceta política de Merkel despertó después de la caída del Muro de Berlín, tras 28 años de existencia, el 9 de noviembre de 1989, hito que marcó el principio del fin del sistema comunista en la Alemania del Este y del propio Estado germanooriental. La doctora no tomó parte en las movilizaciones populares que precedieron y sucedieron a aquel acontecimiento, pero se afilió a Despertar Democrático (DA), un pequeño partido puesto en marcha a finales de octubre en Leipzig, la ciudad motor de la revolución cívica, por círculos contestatarios de las iglesias protestantes. Sus principales dirigentes eran el abogado seglar Wolfgang Schnur, vicepresidente del Sínodo de la Iglesia Evangélica de Mecklenburgo, y el pastor y antiguo preso político Rainer Eppelmann. Merkel se encargó de la secretaría de prensa del DA. Su madre, por el contrario, optó por adherirse al Partido Socialdemócrata (SPD).

Partidaria de proceder a la unificación rápida con la RFA, la agrupación de Merkel celebró su congreso fundacional el 17 de diciembre y participó en las negociaciones multipartitas, llamadas de la Mesa Redonda, con el primer ministro reformista del SED, Hans Modrow. De cara a las elecciones libres del 18 de marzo de 1990 a la Volkskammer, el DA formó coalición con la Unión Cristiano Demócrata de Alemania (CDUD) de Lothar de Maizière y la Unión Social Alemana (DSU) de Hans-Wilhelm Ebeling. El tripartito conservador, llamado Alianza por Alemania, se impuso con rotundidad a socialdemócratas y poscomunistas y el 12 de abril de Maizière pasó a presidir un Gobierno de coalición, a la sazón el último ejecutivo de la RDA, que incorporaba a los tres socios de la Alianza más el SPD y los Liberales Demócratas (BFD). Merkel fue reclutada para el Gabinete como viceportavoz del primer ministro, una función que pese a su brevedad le permitió salir del anonimato y empezar el rodaje en la política institucional.

El 5 de agosto de 1990, el DA, bajo la presidencia de Eppelman —el primer presidente, Schnur, había tenido que dimitir tras ser denunciado como informante de la Stasi— se disolvió en el seno del partido hermano de la CDUD en la RFA, la Unión Cristiano Demócrata (CDU) del canciller Helmut Kohl. Con este movimiento, Merkel y sus conmilitones se adelantaron al propio partido de de Maizière, que no culminó su fusión orgánica hasta el 1 de octubre, en la víspera de la unificación.

Una vez convertida en militante de la CDU, Merkel se abrió paso con rapidez en su organización interna. Incluida en las listas de candidatos al Bundestag o Cámara baja del Parlamento Federal para las elecciones panalemanas del 2 de diciembre de 1990, se hizo con el escaño en representación de una circunscripción del nuevo land de Mecklenburgo-Pomerania Occidental, que incluía los distritos de Nordvorpommern (Pomerania Noroccidental) y Rügen, así como la ciudad de Stralsund. En el nuevo Bundestag ampliado los democristianos sacaron 268 escaños, que unidos a los 51 de su partido hermano de Baviera, la Unión Social Cristiana (CSU), y los 79 de su socio de gobierno, el Partido Liberal Demócrata (FDP), permitieron a Kohl renovar en la Cancillería apoyado en una confortable mayoría parlamentaria.

Para formar su nuevo Gobierno, el cuarto desde 1982, Kohl debía cubrir la cuota de representación pactada con los democristianos ossis (gentilicio popular de los alemanes de la extinta RDA, a veces empleado con tono peyorativo por los alemanes del oeste, a su vez llamados informalmente wessis), y a Merkel le correspondió un ministerio creado para la circunstancia y que supuestamente le venía al dedo, el de la Mujer y la Juventud. La doctora en física portó esta cartera de poco lucimiento desde el 18 de enero de 1991 hasta el final de la legislatura casi cuatro años después, pero su labor gubernamental fue menos llamativa que su desenvolvimiento en el aparato del partido, donde desde el principio estuvo identificada como una predilecta de Kohl.

En fecha tan temprana como el 15 de diciembre de 1991, Merkel, con 37 años y por decisión de un Congreso celebrado en Dresden, accedió al Comité Ejecutivo o Presidium de la CDU y se convirtió en vicepresidenta federal del partido. Reemplazó en este puesto destacado a de Maizière, que había caído en el descrédito a raíz de ser acusado por la prensa de haber trabajado para la Stas