Ali Larayedh

Desde marzo de 2013, en unas circunstancias harto complicadas, encabeza el Gobierno tunecino de coalición Ali Larayedh, uno de los líderes históricos del partido islamista Ennahda. En 2011, tras la Revolución popular que acabó con el régimen de Ben Ali, este antiguo preso político compuso con Rashid Ghannouchi, el presidente de la formación, y Hamadi Jebali, el secretario general, el virtual triunvirato dirigente de Ennahda, cuyo programa de moderación facilitó su victoria en las elecciones de octubre a la Asamblea Constituyente. Aquellos comicios fueron el hito de una rápida transición a la democracia tenida por bastante modélica, pero que desde entonces se ha visto sacudida por peligrosas turbulencias.

Como ministro del Interior del Gobierno Jebali (2011-2013), Larayedh, un hombre reservado y para muchos ambiguo, que tanto ha sido ubicado en el ala dura de su formación como etiquetado de dialogante y pragmático, concitó críticas desde la oposición laica por su poca contundencia con el extremismo salafista, cuyas violencias y desmanes alarmaron a la sociedad secular, a su vez movilizada en la calle, temerosa del auge de un islamismo radical que hallaría la condescendencia o la complicidad de Ennahda.

Sin embargo, el incidente del asalto a la Embajada de Estados Unidos en septiembre de 2012, que puso en evidencia el vacío de seguridad en Túnez, obligó al ministro a actuar en firme contra la subversión y el terrorismo de matriz alqaedista. Luego, en febrero de 2013, el asesinato del político izquierdista Chokri Belaid desató una grave marejada política que arrastró a Jebali. Ennahda nombró para sucederle a Larayedh, quien no fue capaz de forjar una coalición ampliada de Gobierno y hubo de conformarse con reeditar la fórmula de la troika con dos partidos progresistas laicos, el CPR del presidente de la República, Moncef Marzouki, y el Ettakatol, más la concesión de las carteras clave a personalidades independientes. El Gabinete Larayedh tenía por delante unos meses de mandato, hasta la celebración de elecciones generales a finales de año, y entre tanto debía dar respuestas eficaces a las crisis económica y de seguridad. Los resultados han sido, cuando menos, discretos.


En su breve ejecutoria, el país ha conocido la infiltración definitiva de los maquis, procedentes de Argelia y Malí, de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que ya son combatidos a campo abierto por el Ejército, así como una agudización de las tensiones entre religiosos y secularistas. En julio, un nuevo magnicidio, el del diputado opositor Mohammed Brahmi, que Larayedh ha atribuido, como el de Belaid, a los salafistas jihadistas de Ansar Al Sharia –a su vez aliados de AQMI-, amagó de nuevo con mandar a pique el accidentado proceso político.

Para impedir que Túnez termine como Egipto, donde la polarización extrema ha hecho añicos dos años de transición, o Libia, donde la inseguridad rampante amenaza con destruir el Estado, el primer ministro y su partido, del que ahora es secretario general, aceptaron en principio abrir un diálogo nacional que diera paso a un Gobierno exclusivamente técnico y apartidista, desatascara los trabajos constituyentes y asegurara la celebración de las elecciones generales. La voluntad expresada por Larayedh y Ennahda de no aferrarse al poder, evitar como sea el enfrentamiento civil y alcanzar un amplio compromiso con las principales fuerzas políticas está siendo probada en las conversaciones desarrolladas en octubre, que no terminan de alumbrar el pacto nacional que el país magrebí necesita con urgencia.


(Texto actualizado hasta octubre 2013)

1. Dirigente histórico del islamismo tunecino
2. Papel en la transición política de 2011
3. Ministro del Interior en el Gobierno Jebali
4. Primer ministro en 2013


1. Dirigente histórico del islamismo tunecino

Hijo de campesinos de la gobernación sureña de Médenine y formado como ingeniero en la Escuela de Marina Mercante de Sousse, aún estaba en el colegio cuando se vinculó a la asociación islamista del intelectual y predicador Rashid Ghannouchi, quien aspiraba a articular una organización política legal de signo religioso dentro del Estado republicano laico fundado por el presidente Habib Bourguiba tras la independencia de Francia en 1956. Larayedh acentuó su militancia islamista durante su paso por la universidad y tras graduarse en 1980 se introdujo en la dirigencia del nuevo Movimiento de Tendencia Islámica (MTI).

En septiembre de 1981, al poco de formar el movimiento, Ghannouchi y otros 60 responsables del MTI fueron detenidos y condenados a penas de prisión por el régimen desturiano, creándose un vacío de liderazgo que fue llenado por la generación de militantes más joven. Dos de los cabecillas más destacados eran Larayedh, quien trataba de ganarse la vida como ingeniero, y un colega de profesión, Hamadi Jebali. Este último reemplazó a Ghannouchi como presidente del MIT, mientras que Larayedh asumió la Secretaría General y la jefatura de su Consejo Consultivo o de la Shura, un cargo que conllevaba la portavocía del movimiento, obligado ahora a desenvolverse en la clandestinidad.

Convertido en el estratega y el ideólogo del MTI, que en estos años abrió un frente de lucha puramente subversivo mientras de cara al público insistía en la naturaleza pacífica de su oposición al régimen, Larayedh no pudo eludir la ola represiva que sobre el movimiento islamista tunecino descargó el anciano dictador Bourguiba en 1987, poco antes de ser depuesto en un golpe palaciego por su propio primer ministro, Zine El Abidine Ben Ali. En septiembre de aquel año, Larayedh y Jebali fueron juzgados sumariamente y en rebeldía por el Tribunal de Seguridad del Estado, quien los halló culpables de los cargos de pertenencia a organización ilegal, dirección de una campaña de violencia (expresada en una serie de disturbios callejeros y en unos atentados con bomba) y complot para derrocar al Gobierno. Ambos fueron condenados a la pena capital, la muerte por fusilamiento, mientras que a Ghannouchi, quien había recobrado la libertad en 1984, le cayó una cadena perpetua.

Jebali se las arregló para escapar de las redadas masivas, pero Larayedh fue capturado por la Policía en octubre. Todo estaba listo para la ejecución, pero a principios de noviembre se produjo el golpe de Ben Ali, quien dispuso una revisión de las condenas capitales que pesaban sobre Larayedh y seis de sus compañeros. Aunque el juez volvió a imponerle la pena de muerte, la sentencia fue rápidamente conmutada por otra de cadena perpetua con trabajos forzados antes de serle comunicado, a finales de 1988, el perdón presidencial, medida de gracia que Ben Ali ya había adoptado para Ghannouchi y otros reos islamistas dentro de sus iniciales medidas de tolerancia política.

Una vez liberado, Larayedh se incorporó a las labores dirigentes del MTI, que pasó a denominarse Partido del Renacimiento (Ennahda). Situado al frente del Buró Político de Ennahda, el ingeniero jugó un papel fundamental en la reorganización del movimiento de cara a las elecciones legislativas de abril de 1989, en las que los islamistas fueron autorizados a participar siempre que se inscribieran como candidatos "independientes". Una vez cerradas las urnas, pese al grosero trucaje del recuento, quedó claro que Ennahda había sacado tantos o más votos que el partido del régimen, el Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), lo que empujó a Ben Ali a dar cerrojazo a su engañoso programa aperturista y a desencadenar la persecución general del más poderoso grupo de la oposición.

El secretario general fue uno de los jefes de Ennahda que no puso los pies en polvorosa y se quedó en el país, con el riesgo máximo que ello conllevaba. En su caso, el arresto le sobrevino en su domicilio en diciembre de 1990, cuando fungía de secretario general de su organización. En 1992 el tribunal militar que lo juzgó le impuso una condena de 15 años de presidio, 10 de los cuales los pasó en un riguroso régimen de aislamiento en la prisión 9 de Abril de Túnez capital. El político ha confesado, cita la agencia AFP, que sus carceleros le sometieron a maltrato sistemático y que en varias ocasiones estuvo "a punto de morir", más porque padecía de asma y era muy sensible a la humedad de su insalubre celda. Según la ONG francesa Ban Public, dedicada a denunciar las condiciones penitenciarias degradantes y contrarias a los Derechos Humanos que padecen presos de conciencia y comunes, Larayedh fue objeto de diversas torturas psicológicas, como ser amenazado con inyecciones intravenosas de sustancias tóxicas y sangre portadora del virus del sida. Según parece, también fue chantajeado con la difusión de un video personal, registrado en la cárcel, en el que supuestamente se le vería manteniendo relaciones homosexuales con otro interno.

Las sevicias alcanzaron a la familia del recluso, quien se atrevió a desafiar al poder con huelgas de hambre. Ban Public añade que en 1992 su esposa desde 1983, Widad Lagha, sanitaria de profesión y madre de sus tres hijos, fue secuestrada y conducida a los sótanos del Ministerio del Interior, donde los esbirros del régimen la desnudaron, abusaron sexualmente de ella y grabaron toda la escena en video. Esta atrocidad fue documentada por el Informe Anual de 1999 de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).

Entre tanto, Ennahda intentaba sobrevivir a los años de plomo del benalismo entre el exilio y las catacumbas, pero sin dejar de buscar hacerle daño al régimen, en vano, con acciones de tipo terrorista. Este largo y siniestro período en la vida de Larayedh se prolongó hasta el 2 de abril de 2004, día en que el dirigente islamista recibió la libertad condicional cuando aún le quedaban por cumplir tres años de la pena carcelaria recibida en 1992. Con los movimientos severamente restringidos (todos los días tenía que firmar un parte de control en una comisaría de la capital) y vigilado muy de cerca por la Policía, Larayedh trató de rehacer su militancia en Ennahda, que sólo subsistía como una organización descabezada y latente. El máximo líder, Ghannouchi, estaba exiliado en Londres y sobre él pendía una cadena perpetua; Jebali seguía entre rejas, cumpliendo una condena de 16 años (en 2006 iba a pasar a un régimen de arresto domiciliario); y el antiguo secretario general, Abdelfattah Mourou, cabeza del ala más moderada del partido, se encontraba en libertad y podía practicar la abogacía, pero tenía estrictamente prohibido regresar a la política.

A pesar de los peligros y las dificultades, Larayedh se reunió con algunos camaradas de Ennahda, representantes de las oposiciones liberal e izquierdista y otros colectivos de la sociedad civil para formar, en octubre de 2005, un Comité 18 de Octubre por los Derechos y las Libertades, grupo que, con la mayor de las cautelas, organizó una serie de coloquios y conferencias tendentes a obtener del régimen medidas aperturistas de signo político, pues en el terreno económico el liberalismo gozaba de buena salud. La iniciativa no tuvo ningún resultado y, al contrario, la dictadura secularista de Ben Ali, quien se hacía reelegir cada cinco años en unos simulacros de elecciones competitivas, acentuó sus rasgos autoritarios y corruptos. Larayedh y otros dirigentes que como él permanecían en Túnez y gozaban de alguna libertad de movimientos intentaron como pudieron mantener vivo a Ennahda, al menos como organización subterránea. Cada vez que sus actividades se extralimitaban a los ojos del régimen, el político terminaba en el calabozo, represalia que sufrió en varias ocasiones.


2. Papel en la transición política de 2011

La extraordinaria revolución popular de enero de 2011, que derrocó y puso en fuga a Ben Ali, desvalido por un Ejército contrario a la represión de los manifestantes, y que activó la histórica Primavera Árabe, propagada por el Magreg y Oriente Próximo, cogió por sorpresa a Ennahda y al resto de la oposición organizada tunecina. Unos y otros vieron cómo la revuelta espontánea y el coraje de miles de ciudadanos hartos de los abusos y las injusticias del régimen consiguieron en menos de un mes lo que ellos no habían logrado en décadas. Como el resto de camaradas del partido, que comenzaron a regresar del exilio (Ghannouchi lo hizo el 30 de enero) y a emerger de la clandestinidad, Larayedh se integró en el nuevo y esperanzador curso político, que dibujaba un horizonte de democracia para Túnez, pero hasta que Ennahda no volvió oficialmente a la legalidad, el 1 de marzo, sus movimientos fueron prudentes. La Revolución continuaba, pues aunque Ben Ali y sus secuaces más cercanos habían caído, aún quedaban en pie estructuras de un régimen que no podía darse por liquidado.

La transición política fue asumida de manera provisional por dos dignatarios del benalismo, Mohammed Ghannouchi, el primer ministro desde 1999, y Fouad Mebazaa, titular de la Cámara de Diputados y presidente interino de la República. Ghannouchi, rechazado por la calle, dio rápidamente paso al independiente Béji Caïd Essebsi, quien formó un Gabinete de tecnócratas.

Aunque ausente de los gobiernos transitorios que iban relevándose al ritmo de las exigencias populares, la cúpula de Ennahda se afanó en los preparativos de su participación en las elecciones a la Asamblea Constituyente, previstas al principio para el verano pero luego postergadas al otoño a fin de asegurar su correcto desarrollo, lo que requería una intensa labor de reorganización interna, aclaración doctrinal, promoción programática y relaciones públicas, en casa y en el extranjero. Larayedh desempeñó un papel clave en este proceso como jefe del órgano provisional que hacía las funciones del Consejo de la Shura, cuya elección tendría lugar en la IX Conferencia Nacional de Ennahda, en julio de 2012.

Si bien todo indicaba que Ennahda, única fuerza política implantada socialmente a pesar de la implacable represión padecida en todos estos años, iba a imponerse en las urnas a los débiles partidos liberales e izquierdistas del arco no confesional, sus jefes eran conscientes de que debían mejorar con mucho su imagen religiosa, percibida como retrógrada y radical por gran número de tunecinos, en una de las sociedades más abiertas y secularizadas del mundo árabe. Los que desconfiaban de Ennahda no olvidaban el discurso hilado hasta fechas recientes, que había sido muy conservador y pródigo en apelaciones coránicas y panislámicas, amén de radicalmente crítico con Occidente. Larayedh mismo había hecho a lo largo de su militancia, antes de su larga pena carcelaria, varias afirmaciones en tales sentidos.

Formando un virtual triunvirato con Ghannouchi, el presidente y líder supremo, y Jebali, el secretario general, Larayedh acudió a la prensa internacional para recalcar que su partido, si bien invocaba los valores del Islam, era tolerante y moderado, no tenía problema con la "modernidad" y no suponía amenaza alguna para los tunecinos y los turistas extranjeros de cultura occidental. Con estas palabras Larayedh dulcificaba su imagen personal, pues solía incluírsele en el ala dura del partido. En clave electoralista, los islamistas se proclamaban adalides de la no violencia, la democracia y las libertades individuales, y, promesa clave, descartaban establecer la Sharía como fundamento de derecho. La nueva estrategia fue elaborada por el Buró Ejecutivo del partido, reunido por primera vez en muchos años.

Como se esperaba, Ennahda, votada masivamente por las clases bajas urbanas y las comunidades rurales del empobrecido interior que confiaban en su capacidad para acabar con la corrupción y traer justicia social y equidad económica, ganó por goleada las elecciones del 23 de octubre de 2011 a la Asamblea Constituyente, de la que debían salir la Carta Magna del nuevo Túnez democrático y las instituciones pos-transición. Los comicios fueron vigilados por 14.000 observadores locales y foráneos, y por 35.000 interventores de los partidos participantes, lo que hacía prácticamente imposible el pucherazo.

Con el 37% de los votos y 89 de los 217 escaños en juego, Ennahda avasalló a sus rivales laicos, incapaces de presentarse a las elecciones formando alianzas o bloques. Aunque holgada, la victoria no era por mayoría absoluta, lo que iba a exigir un Gobierno de coalición, algo que Túnez, cuya transición no estaba siendo del todo apacible, necesitaba imperiosamente más allá de la situación de fuerzas en la Asamblea. Uno de los constituyentes electos fue, por la circunscripción Francia 1 (tunecinos en el extranjero), Amer Larayedh, hermano de Ali, quien prefirió reservarse para un puesto de relieve en el próximo Ejecutivo. El éxito de los islamistas no podía pasar por alto el volumen de participación, que fue mediocre: sólo votó el 52% de los electores. La OSCE y el Consejo de Europa certificaron que las elecciones habían sido libres y limpias, aunque hicieron notar una serie de incidentes "menores" que afectaban a Ennahda y que se referían a intentos de compra de sufragios, el ofrecimiento de transporte hasta los colegios a supuestos simpatizantes y el envío de mensajes a teléfonos móviles animando a votarles.

Larayedh se implicó en las negociaciones de Ennahda con dos formaciones progresistas y orientadas a la izquierda. El propósito era forjar una "gran alianza nacional" para pilotar el país en el período constituyente con un programa consensuado de reformas. Los escogidos fueron el segundo y el cuarto partidos más votados, el Congreso por la República (CPR) de Moncef Marzouki, que disponía de 29 escaños, y el Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL, o Ettakatol) de Mustafa Ben Jaafar, con 20. El futuro tripartito descansaría pues en una mayoría absoluta de 138 escaños en la Asamblea.

Se acordó que Jebali fuera el primer ministro y que Ennahda poseyera 14 de los 25 ministerios con cartera, entre ellos el sensible Ministerio de Interior, para Larayedh, quien anunció su salida del Buró Ejecutivo de Ennahda. Marzouki sería el presidente interino de la República y Ben Jaafar el presidente de la Asamblea. El 23 de diciembre de 2011, luego de promulgar una mini Carta Magna para regir en el período de transición y que, al concentrar el poder ejecutivo en el primer ministro, introducía un sistema republicano de tipo parlamentario, la Asamblea dio luz verde al Gobierno de Jebali, nombrado días atrás por Marzouki justo después de ser investido en la jefatura del Estado. El Gabinete empezó a funcionar el 24 de diciembre.

Como ministro del Interior, Larayedh tenía por delante una tarea delicada y crucial para el buen curso de la transición democrática, que debía culminar con la promulgación de la Constitución permanente y la celebración de elecciones legislativas y presidenciales en el plazo aproximado de un año: completar la reorganización del aparato de seguridad que había sido el soporte de la autocracia policíaca de Ben Ali, sufrida en sus propias carnes, pero sin descuidar la vigilancia del orden público ni bajar la guardia frente a la posible infiltración en Túnez de elementos terroristas, tal vez de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), activo principalmente más al sur, en el Sáhara argelino y en la franja del Sahel.


3. Ministro del Interior en el Gobierno Jebali

Larayedh se estrenó en su nuevo puesto prodigando palabras de moderación ideológica y responsabilidad institucional. Por de pronto, el ministro encajó una ola de inmolaciones a lo bonzo a causa de las malas condiciones de vida, drástica forma de protesta que en diciembre de 2010 había sido el detonante del alzamiento popular contra Ben Ali. En enero de 2012, la conmemoración del primer aniversario de la Revolución adquirió un tinte de descontento antigubernamental por la falta de progresos en el terreno socioeconómico, que más bien iba de mal en peor.

En marzo, en el quincuagésimo sexto aniversario de la independencia, miles de ciudadanos identificados con el Túnez secular salieron a manifestarse contra la pretensión de Ennahda, aseguraban cabeceras periodísticas, de que el futuro texto constitucional citara a la Sharia como fuente de derecho, lo que echaría por tierra una de las principales garantías formuladas en la campaña electoral. Lo cierto fue que las protestas coincidieron con la subida de tono de las divergencias entre islamistas y laicos en la Asamblea Constituyente sobre el papel de la religión en la Carta Magna, que los primeros querían realzar.

A finales de mes, para disipar temores y aquietar los ánimos, Ennahda renunció de manera expresa a incluir la Sharía en la Constitución. El Ejecutivo se comprometió también a no tocar el estatus legal de la mujer, que ponía sus derechos civiles prácticamente al nivel de los del sexo masculino y que era el más avanzado del mundo árabe. 22 años atrás, en vísperas de su detención y encarcelamiento en 1990, el hoy ministro del Interior había manifestado al periódico suizo Le Temps su deseo de que la mujer tunecina fuera obligada a llevar el velo, algo que era una verdadera aberración para el régimen del RCD. El 9 de abril de 2012 Larayedh fue objeto de las primeras crítica severas a su gestión a causa de la brutal represión policial de una manifestación opositora en la principal arteria de la capital, la avenida Bourguiba, donde el Ministerio del Interior había prohibido realizar protestas el 28 de marzo anterior.

Uno de los principales motivos del enojo de los opositores laicos con Ennahda eran sus ambiguas relaciones con los círculos islamistas integristas de la tendencia salafista, cuyo partido representante, Hizb Ettahir, tenía vetada la inscripción como formación legal. Aunque la renuncia al soporte constitucional de la Sharía había supuesto una clara toma de distancias con los salafistas, que exigían a voz en grito la primacía de la ley islámica en todas las esferas del Estado y la sociedad, los partidos seculares seguían sospechando de una complicidad entre el sector conservador del principal partido de Gobierno y los barbudos, cuyas estridentes consignas coránicas y creciente visibilidad social les producía viva alarma.

A partir de mayo, los salafistas pusieron en jaque a Larayedh por su escalada de ataques armados contra instalaciones oficiales, asaltos a establecimientos comerciales que servían alcohol, agresiones vandálicas contra instalaciones culturales y otros actos de violencia desmedida en distintos puntos del país. En junio, el ministro intentó atajar las algaradas de los salafistas imponiendo el toque de queda en la capital y otras ciudades, y amenazando a los revoltosos con el uso por la Policía de munición real a la hora de dispersarles. Los extremistas tenían que tener claro, aseguró Larayedh a los medios, que "nosotros [Ennahda] no patrocinamos su proyecto social, ni su visión, ni su lectura de la religión, ni haremos nada que pueda socavar los cimientos de la sociedad, sus estructuras y sus prácticas democráticas". Continuando con su advertencia, Larayedh dejaba claro que: "No vamos a permitir a nadie imponer, en nombre de la religión, la ciencia o cualquier otra legitimidad, un modelo distinto al que ha sido elegido por consenso por todos los tunecinos".

A lo largo del verano, los disturbios y las intimidaciones de los salafistas siguieron alimentando la crónica de sucesos. La situación más peligrosa y comprometida se produjo el 14 de septiembre, cuando turbas enardecidas atacaron con cócteles Molotov y consiguieron entrar en el recinto de la Embajada estadounidense en la capital al calor de la ola de ira desatada en el orbe árabe-musulmán por el tráiler promocional de Innocence of Muslims, una supuesta película producida en Estados Unidos que hacía escarnio de la figura del Profeta Mahoma. Los ataques contra la legación diplomática, donde fue quemada la bandera de las barras y estrellas, y la Escuela Cooperativa Americana de Túnez, saldados con cuatro víctimas mortales y grandes destrozos materiales, marcaron aparentemente un antes y un después en la actitud de Larayedh, quien tuvo que escuchar demandas de dimisión, y Ennahda con los salafistas, tachada por muchos de blanda o condescendiente. También pusieron a prueba las relaciones, ya tensas, entre el partido islamista y sus socios, el CPR y el Ettakatol.

En un súbito endurecimiento del tono, el Gobierno prometió hacer una "limpieza profunda de todos los extremistas" y los agentes del Ministerio del Interior se lanzaron a la caza y captura de los cabecillas salafistas presuntamente vinculados a los sucesos del 14 de septiembre. A la cabeza de los mismos estaba un conocido agitador religioso, Abu Iyadh, al que se atribuían vínculos con Al Qaeda.

El siguiente sobresalto grave llegó el 18 de octubre, días después de anunciar la coalición gobernante que las elecciones generales tendrían lugar el 23 de junio de 2013, con la muerte de Lotfi Nagdh, sindicalista agrícola y coordinador en Tataouine de Llamamiento de Túnez (Nidaa Tounès, el partido de oposición lanzado recientemente por el ex primer ministro Béji Caïd Essebsi), tras ser linchado por jóvenes de la Liga para la Protección de la Revolución (LPR), una organización miliciana afín a Ennahda. Un portavoz del Ministerio del Interior comunicó que la autopsia del cuerpo de Nagdh indicaba que este había fallecido de un "ataque al corazón" y no como resultado directo de la paliza recibida, pero Essebsi calificó lo sucedido de "primer asesinato político de la Revolución".

A finales de noviembre, los habitantes de la gobernación de Siliana, una de las más atrasadas del país, protagonizaron una protesta en demanda de inversiones públicas y puestos de trabajo que degeneró en una batalla campal con las fuerzas del orden. En la masiva refriega se produjeron más de 200 heridos. El influyente sindicato Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), muy crítico con Ennahda, hizo suya la exigencia de los ciudadanos de Siliana de que se cesara al gobernador local, Ahmed Ezzine Mahjoubi.


4. Primer ministro en 2013

Sin embargo, la gota de violencia que colocó a la transición política al borde del naufragio y que amenazó con desbordar el clima de polarización y arrastrar a Túnez a un enfrentamiento civil de incalculables consecuencias fue el asesinato el 6 de febrero de 2013, a tiros y a las puertas de su domicilio, del conocido abogado marxista Chokri Belaid, secretario general del Movimiento de Patriotas Demócratas (MPD), uno de los integrantes del Frente Popular para la Realización de los Objetivos de la Revolución, que tenía tres escaños en la Asamblea Constituyente. Belaid se había opuesto a la dictadura de Ben Ali y ahora era un enérgico denunciante de los islamistas. Su hermano no vaciló en imputar su asesinato a "mercenarios" de Ennahda.

El magnicidio desató manifestaciones de repudio en todo el país y ataques contra sedes de Ennahda en Sfax, Monastir, Béja, Gabès, Gafsa y Sidi Bouzid, la cuna de la Revolución. Las repercusiones políticas fueron igualmente fulminantes. El Frente Popular exigió la renuncia del Gobierno, anunció su boicot a la Constituyente y llamó a una huelga general que fue recogida en una convocatoria propia por la UGTT al día siguiente. Fue la primera huelga general convocada por el sindicato en 35 años. El paro laboral y los funerales de Belaid se convirtieron en una multitudinaria expresión de rechazo antigubernamental.

La gravedad de la situación no arrancó una respuesta uniforme de Ennahda. Jebali, tras condenar con vehemencia el crimen de Belaid, un "golpe terrorista contra todo Túnez" según él, prometió que en breve formaría un nuevo Gobierno de tecnócratas independientes con la misión de organizar las retrasadas elecciones generales, tal como le reclamaban la mayoría de los partidos laicos de la oposición. A las pocas horas, sin embargo, el grupo parlamentario de Ennahda desautorizó a su secretario general, el cual reconoció que había dado ese paso apaciguador por su cuenta y riesgo. El presidente, Ghannouchi, se mostró ambiguo sobre lo que correspondía hacer para superar la crisis. Larayedh, quien se hallaba en una situación muy embarazosa porque durante las protestas de Siliana había acusado a Belaid de instigar los desórdenes públicos y luego este le había echado en cara que permitiera campar a sus anchas a las milicias de la LPR, se alineó tácitamente con los dirigentes contrarios a la idea del Gobierno de tecnócratas, pues no salió a respaldar a su superior político e institucional.

Jebali insistió en que urgía formar un Gobierno tecnocrático y avisó a su propio partido de que si no aceptaba este movimiento para "salvar al país del caos", él no tendría más remedio que presentar la dimisión. La falta de acuerdo también con los dirigentes de las principales fuerzas políticas aceleró la renuncia del jefe del Gobierno, que estuvo sobre la mesa el 19 de febrero. La cúpula de Ennahda asintió. Tres días después, el Consejo de la Shura del partido propuso como nuevo primer ministro a su mismo jefe, Larayedh, quien horas antes había dado cuenta de los "rápidos progresos" en las investigaciones del asesinato de Belaid, en conexión con el cual ya había varias detenciones. Todos los indicios apuntaban, sin género de dudas, al salafismo jihadista.

El mismo 22 de febrero el presidente Marzouki encargó la formación del nuevo Gobierno a Larayedh, quien tenía un plazo de dos semanas para completar la tarea. Su propósito, a contrarreloj, era expandir la coalición con la inclusión de otras tres formaciones, dos laicas, la Alianza Democrática (escindida del Partido Democrático Progresista de Najib Chebbi) y el Movimiento Wafa (disidentes del CPR), y una de corte religioso, el bloque Libertad y Dignidad, que aportaban un puñado adicional de asambleístas a la mayoría del oficialismo. La fecha límite se le echó encima a Larayedh antes de que pudiera convencer a estos interlocutores, así que el 8 de marzo hubo de presentar un Gabinete que seguía basándose en la troika Ennahda-CPR-Ettakatol, pero dando un peso mucho mayor a los independientes.

Así, de los 37 puestos del Gabinete (24 ministros con cartera, tres ministros delegados y 10 secretarios de Estado), Ennahda sólo retenía 10. Las carteras de más peso, Exteriores, Defensa, Interior y Justicia, fueron confiadas a expertos sin filiación y apenas conocidos por el público, mientras que la de Finanzas siguió en manos del Ettakatol. Uno de los ministros que se mantuvo en su puesto fue el polémico responsable de Asuntos Religiosos, el imán Noureddine El Khademi, quien había dejado patente su rigorismo conservador. En el equipo figuraban tres mujeres.

En su discurso de investidura ante la Asamblea, el 13 de marzo, Larayedh recordó que su Ejecutivo no se prolongaría más allá de finales de 2013 (mencionó los meses de octubre y noviembre como posibles fechas de caducidad), cuando, en teoría, tendría que estar rematada la nueva Constitución y podrían tener lugar las elecciones generales, las mismas que según el calendario manejado en 2011, antes de que la transición se sumergiera en las turbulencias, debieron haberse celebrado a últimos de 2012. El nuevo Gobierno era "de todos los tunecinos y tunecinas, puesto que hombres y mujeres son iguales en derechos y deberes", aseguró Larayedh, que pasó lista a los retos que tenía por delante, entre ellos, atajar el clima de inseguridad y violencia, revivir la economía, generar empleo, controlar la inflación y luchar contra la corrupción. El Gabinete Larayedh fue aprobado por 139 votos contra 45 y al día siguiente, 14 de marzo, entró en funciones.

(Cobertura informativa hasta 1/4/2013)