Adel Abdel Mahdi
Primer ministro (2018-2020); vicepresidente de la República (2005-2011)
El 25 de octubre de 2018 el Consejo de Representantes de Irak confirmó al economista shií Adel Abdel Mahdi como nuevo primer ministro del país. Nombrado a principios de mes por el también debutante presidente de la República, el kurdo Barham Salih, Mahdi tiene una dilatada trayectoria política, primero en la oposición al depuesto régimen baazista y luego en las instituciones del Estado irakí salido de la invasión de 2003, ejerciendo sucesivamente de ministro de Finanzas, vicepresidente de la República y ministro del Petróleo. A diferencia de sus tres predecesores en el cargo desde 2005, Ibrahim al-Jaafari, Nuri al-Maliki y Haider al-Abadi, no procede del partido islámico Dawa, sino del Consejo Supremo Islámico de Irak (SIIC), aunque desde fechas recientes figura como independiente.
Este último rasgo de Mahdi ha sido decisivo para su selección como candidato de compromiso por los dos bloques parlamentarios formados por los partidos shiíes tras las elecciones legislativas del 12 de mayo, que depararon un castigo a las opciones oficialistas y los mejores resultados a las fuerzas de oposición: el Islah (Reforma), que capitanea el clérigo Muqtada al-Sadr, cabeza de la lista más votada en los comicios, y del que forman parte también Abadi y su sector del Dawa; y el Binaa (Reconstrucción), que integra al SIIC y al grupo de Maliki. Del respetado Mahdi, en realidad un gobernante maniatado porque su margen de maniobra lo dictan los respectivos cabezas de facción que, abriendo un paréntesis en sus crónicas pendencias, han accedido a gobernar en coalición, la hastiada ciudadanía irakí espera que ponga en orden una administración pública plagada de corrupción e ineficiencias, haga despegar una economía casi exclusivamente dependiente del petróleo y dé la puntilla al Estado Islámico, neutralizado como fuerza militar sobre el terreno pero todavía mortífero como organización terrorista.
Para el nuevo Gobierno irakí, poner coto a la corrupción generalizada y asegurar los suministros básicos de agua y electricidad, cuyo déficit o inexistencia espoleó en el verano de 2018 graves revueltas ciudadanas en las provincias del sur con el resultado de varios muertos, es tan importante como alcanzar un punto de equilibrio en las relaciones exteriores del país, sobre el que flotan campos de influencia contrapuestos. Así, si en el Islah conviven las tesis nacionalistas radicales, a la vez antiiraníes y antiestadounidenses (Sadr), y las posturas más proclives a Estados Unidos (Abadi, el ex primer ministro Iyad Allawi), en cambio para el Binaa, con un componente sectario shií bien marcado, lo esencial es el vínculo más estrecho posible con Teherán. El gran dilema para la geopolítica de Irak es que las dos potencias de las que depende para mantener a raya y derrotar al ultraintegrismo sunní del autoproclamado Califato, Estados Unidos e Irán, son archienemigas entre sí.
(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 7/11/2018. El ejercicio de Adel Abdel Mahdi como primer ministro de Irak concluyó el 7/5/2020. Su sucesor en la jefatura del Gobierno fue Mustafa al-Kadhimi). |
1. Un académico en el exilio contrario al régimen baazista
2. Sucesión de cargos en el Ejecutivo irakí
3. Primer ministro de consenso en 2018
1. Un académico en el exilio contrario al régimen baazista
El bagdadí Adel Abdel Mahdi es hijo de Abdel Mahdi al-Muntafiki, un notable shií que fue ministro del Gobierno de Faysal I, el primer rey de Irak, y que le mandó a estudiar al Baghdad College, una elitista escuela privada regentada por jesuitas estadounidenses. No obstante sus credenciales familiares conservadoras, el joven desarrolló un activismo político en los ambientes nacionalistas árabes, socialistas y republicanos. En 1958 tenía 16 años cuando aconteció el golpe militar revolucionario que derrocó a la monarquía hachemí de orientación probritánica e implantó una República autoritaria inestablemente gobernada por los diferentes partidos del nacionalismo irakí de izquierda, el socialismo panárabe y el capítulo local del movimiento nasserista, mal avenidos cuando no mortalmente enemistados.
Bajo el régimen del general Abdel Karim Kassem, presidente de Irak desde la revolución de 1958, Mahdi fue perseguido por sus ideas nacionalistas árabes y sufrió prisión. Tras el derrocamiento y asesinato de Kassem en el golpe nasserista-baazista de 1963, el joven recobró la libertad y retomó sus estudios superiores de Economía en la Universidad de Bagdad. En esta época fue vicepresidente de la Unión Nacional de Estudiantes Irakíes y durante un corto período militó en el Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baaz).
En 1969, al año de hacerse el Baaz con todo el poder desplazando del mismo al presidente nasserista Abdel Rahmán Muhammad Aref, Mahdi, temiendo por su seguridad, decidió abandonar Irak y afincarse en Francia. En el terreno académico, el exiliado amplió su currículum con un posgrado en Ciencias Políticas y una maestría en Economía Política, impartidos respectivamente por el Instituto Internacional de Administración Pública (IIAP) de París y la Universidad de Poitiers, y trabajó en distintos centros de investigación y think tanks, como el Instituto Francés de Estudios Islámicos, del que llegó a ser principal animador. Asimismo, fue coeditor de varias publicaciones en francés y árabe.
Su larga estadía en Francia convirtió a Mahdi a la sazón en un ferviente comunista de ultraizquierda, concretamente de la tendencia maoísta. En la década de los setenta el economista y politólogo cayó en el punto de mira del Gobierno irakí, que no dudaba en despachar agentes secretos para liquidar a opositores de la diáspora en Europa, como uno de los principales rostros de la facción del Partido Comunista Irakí que despreciaba las ofertas de colaboración tendidas por la dictadura del Baaz y Saddam Hussein; según Mahdi y sus colegas, enfrentados por esta crítica cuestión de estrategia con la otra mitad del partido, el mensaje de reconciliación de Saddam era imposible de creer (los hechos iban a terminar dándoles la razón) por su historial de sañudo perseguidor de los comunistas irakíes, vistos siempre por los baazistas como unos peligrosos competidores.
En 1982, Mahdi, sin abandonar su refugio francés, replanteó su oposición radical a Saddam desde unas posiciones que entrañaban un viraje ideológico de 180 grados: renunció al marxismo, una doctrina materialista hostil a la religión, y abrazó el confesionalismo del Islam Shií, la fe que le venía de familia. Fue el comienzo de una militancia igual de intensa en el Congreso Supremo para la Revolución Islámica en Irak (SCIRI), partido de resistencia organizado en la segura retaguardia de Teherán por el clérigo Muhammad Baqr al-Hakim y otros notables shiíes plenamente identificados con los principios ideológicos del régimen salido de la revolución de 1979 en el país vecino. Desde el principio, el SCIRI, una escisión del Partido Islámico Dawa, fue visto como un mero instrumento de los ayatolás de Irán, deseosos de socavar el poder del Baaz y el clan sunní de Saddam Hussein, enemigos en guerra abierta desde la invasión de 1980 por el Ejército de Bagdad, haciendo entrar en combate una potente quinta columna de irakíes shiíes leales al jomeinismo. El brazo armado del SCIRI se denominó Brigada Badr.
Mahdi trabajó en favor del derrocamiento de Saddam y veló por los intereses de sus patrocinadores iraníes durante y después de la guerra entre Irak e Irán, concluida en 1988. De 1992 a 1996 fue el principal representante del SCIRI en Teherán, cometido que le permitió estrechar relaciones con la Guardia Revolucionaria Islámica (Pasdarán) y los altos mandos militares y políticos de lrán. Tras la invasión anglo-estadounidense y la destrucción del régimen baazista en 2003, el dirigente shií, como otros miles de expatriados, retornó a Irak para sumarse al arduo proceso de normalización política, arrancado oficialmente con la devolución formal de soberanía por la autoridad provisional de ocupación en junio de 2004.
2. Sucesión de cargos en el Ejecutivo irakí
Dentro de la cuota de poder obtenida por su partido en las negociaciones de los diversos grupos políticos, shiíes, sunníes y kurdos, comprometidos con la reconstitución del Estado irakí y el éxito de la transición democrática mientras una pléyade de milicias guerrilleras y bandas terroristas practicaba la insurgencia armada contra las tropas de la Fuerza Multinacional de ocupación, Mahdi sirvió primero como titular de Finanzas en el Consejo de Ministros y el Gobierno Interino presididos por Iyad Allawi (shií laico del Acuerdo Nacional Irakí), primer ministro de Irak desde junio de 2004.
Tras las elecciones legislativas de enero de 2005, ganadas por la Alianza Unida Irakí, una coalición presentada como multiconfesional aunque en la práctica copada por los shiíes (de ella formaban parte, entre otros partidos, el SCIRI, el Dawa, el Congreso Nacional Irakí de Ahmad al-Chalabi, la Organización Badr y la Lista Sistani), el nombre de Mahdi sonó para encabezar el próximo Gobierno Transitorio de Irak, pero el puesto finalmente recayó en Ibrahim al-Jaafari, shií del Dawa.
A cambio, el economista fue elegido el 6 de abril por la Asamblea Nacional para una de las dos vicepresidencias de la República, compartiendo rango con el sunní Ghazi al-Yawar y supeditado al flamante jefe del Estado, Jalal Talabani, kurdo de la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK). El 7 de abril de 2005 Talabani, Mahdi y Yawar inauguraron el primer Consejo Presidencial de Irak. Menos de un año después, el 22 de abril de 2006, la Asamblea salida de las elecciones generales de diciembre de 2005, convocadas tras ratificar el Parlamento anterior la nueva Constitución nacional, confirmó al shií como miembro del segundo Consejo Presidencial, donde la oficina reservada al representante de los sunníes pasó de Yawar a Tariq al-Hashimi.
En los años siguientes, afloraron una serie de diferencias entre Mahdi, considerado una de las personalidades políticas más influyentes del país a pesar de que su cargo sobre el papel solo tenía atribuciones simbólicas, y el polémico primer ministro del Dawa, Nuri al-Maliki, cuya gestión fue tachada de sectaria dentro y fuera de Irak. Entre 2006 y 2008 el torturado país de Oriente Medio vivió un dramático recrudecimiento de la violencia al sumarse a la insurgencia post-invasión, que tenía como principal objetivo a las tropas estadounidenses, una sangrienta espiral de represalias entre sunníes y shiíes. Las fuerzas de seguridad y milicias progubernamentales como la Organización Badr, la anterior fuerza armada del SCIRI y ahora autónoma, pero manteniendo fuertes lazos con el partido padre, fueron actores fundamentales en este lúgubre escenario de venganzas entre comunidades.
La ola de crímenes sectarios alcanzó al propio Mahdi, puesto en la diana del terrorismo sunní como los demás dirigentes del SCIRI (el líder máximo, el ayatolá Muhammad Baqr al-Hakim, había sido asesinado en 2003, momento en que le tomó el relevo su hermano menor, Abdel Aziz Muhsin al-Hakim) y que en febrero de 2007 estuvo a punto de perecer en un atentado con bomba en Bagdad. El artefacto fue detonado dentro de la sala del Ministerio de Obras Públicas donde el vicepresidente se disponía a hacer una alocución; la explosión mató a una decena de personas, hirió de gravedad al ministro Reyad Ghareeb y solo causó rasguños a Mahdi.
Dos años después, en septiembre de 2009, Mahdi se vio envuelto en un embarazoso escándalo cuando varios miembros de su equipo de escoltas tomaron parte en el atraco a un banco de la capital donde los asaltantes, antes de llevarse el botín, ejecutaron a sangre fría a los ocho guardias de seguridad que custodiaban el edificio. Este salvaje acto delictivo, punido con la detención y condena de varios de los atacantes, dañó irremisiblemente las expectativas de Mahdi, que ya había ambicionado ser primer ministro en 2006, de desbancar a Maliki al frente del Gobierno tras las elecciones legislativas de marzo de 2010. El 13 de mayo de 2011, faltando unos meses para la retirada de los soldados de Estados Unidos, la Asamblea invistió vicepresidentes de la República a Mahdi, a Hashimi, que como el anterior renovó por tanto mandato, y a un tercer cotitular, Khodair al-Khozaei, shií del Dawa. Sin embargo, a las dos semanas, el 31 de mayo, Mahdi presentó la dimisión en el contexto de las serias desavenencias entre Maliki y el SCIRI, que desde el fallecimiento en 2009 de Abdel Aziz Muhsin al-Hakim lideraba el hijo de este, Ammar al-Hakim.
Mahdi se mantuvo apartado de los focos hasta que el 8 de septiembre de 2014 estuvo de vuelta en el Gobierno, esta vez bajo la jefatura de Haider al-Abadi, y portando la sensible cartera del Petróleo. La nueva labor ministerial de Mahdi vio lastrada por una frustrante paradoja: que pese a bombear más petróleo que nunca desde la invasión de 2003, el Estado irakí ingresaba menos por las exportaciones del producto debido al hundimiento de las cotizaciones internacionales, situación negativa que empujó al Gobierno de Bagdad, dependiente en un 100% del negocio de los hidrocarburos y de la asistencia financiera internacional para elaborar los presupuestos, a reclamar a los socios de la OPEP una estrategia de congelación extractiva para impulsar los precios del barril de crudo.
La sensación de caos por las eternas pendencias partidistas, las penurias fiscales, las expresiones de repudio popular al sectarismo y la corrupción que gangrenaban el sistema político y, no menos importante, la arremetida bélica y terrorista de un Estado Islámico en la cima de su poder desataron en julio de 2016 una ola de dimisiones ministeriales de la que Mahdi no pudo sustraerse. Posteriormente, el político se distanció también del SCIRI, desde mayo de 2017 llamado Consejo Supremo Islámico de Irak (ISCI, o SIIC) y desde agosto siguiente liderado por Humam Hamoudi.
3. Primer ministro de consenso en 2018
Las elecciones parlamentarias del 12 de mayo de 2018, menoscabadas por la muy baja participación (el 44,5%) y las denuncias de fraude, iban a desembocar en la elección de Adel Abdel Mahdi, a la avanzada edad de 76 años, como primer ministro de Irak, uno que a diferencia de sus tres predecesores desde 2005, Jaafari, Maliki y Abadi, no era del partido Dawa. Ahora, Mahdi no pertenecía al SIIC y se tenía por un político independiente, no comprometido con ningún programa partidista, confesional o comunitario, sino solo con los intereses del pueblo y el Estado irakíes.
Los comicios alumbraron un Parlamento altamente fraccionado, pero dominado por las cuatro alianzas, rivales entre sí, que aglutinaban a la constelación de partidos shiíes. En orden de número de votos y escaños, estas listas conjuntas eran: En Marcha por las Reformas (Saairun), amalgama de sectores nacionalistas y populistas de oposición acaudillada por el clérigo Muqtada al-Sadr, el campeón del rechazo a las interferencias extranjeras en los asuntos de Irak, ya vinieran de Irán o de Estados Unidos, y duro fustigador de la corrupción política, unos mensajes que atraían a muchos irakíes secularizados, como los comunistas; la Alianza de la Conquista (Fatah) de Hadi al-Amiri, encabezada por el SIIC y la Organización Al Badr; la Alianza de la Victoria (Nasr, expresión que aludía a la desarticulación del Califato del Estado Islámico como fuerza de combate militar en la gran ofensiva bélica de 2017, cuyo hito había sido la reconquista de Mosul), mandada por el primer ministro Abadi y que incluía a la facción afín del Dawa; y la Alianza del Estado de Derecho (Dawlat Al Qanun), organizada por el hoy vicepresidente Maliki y sus partidarios del Dawa.
Los buenos resultados sacados por el Movimiento Sadrista y el SIIC y el retroceso de las dos listas adversarias del Dawa únicamente podía leerse como un triunfo de la oposición y un varapalo para el oficialismo. En posiciones menos relevantes quedaron el Partido Democrático del Kurdistán, la Coalición Nacional (Wataniyah) del ex primer ministro Allawi, el Movimiento de Sabiduría Nacional (Hikmah) de Ammar al-Hakim y sus seguidores escindidos del SIIC, la Unión Patriótica del Kurdistán y los Unificados por la Reforma. En las semanas siguientes, fueron tomando cuerpo dos bloques parlamentarios en el campo shií: por un lado, la confluencia de la Saairun, la Nasr, la Wataniyah y el Hikmah, que sumaba 136 de los 329 escaños en el Consejo de Representantes y que venía a representar las sensibilidades nacionalistas con menos -o incluso ninguna- carga sectaria; y por el otro lado, con 73 diputados de partida y otros tantos en trance de unírseles, la coalición de la Fatah y la Dawlat Al Qanun, más identificada con el confesionalismo shií y proiraní sin ambages.
Estos realineamientos, valorados por sus artífices como un esfuerzo de consensuar posturas por encima de las afinidades comunitarias, debían facilitar la formación del próximo Gobierno, una operación, ya por tradición, de lo más compleja y tortuosa, pero hasta el otoño el nuevo curso político no echó a andar. La parálisis política fue a la vez la causa y la consecuencia de los disturbios sociales que a lo largo del verano incendiaron varios puntos de las provincias del sur, precisamente los feudos del Movimiento Sadrista, con el resultado de varios muertos. Allí, miles de iracundos manifestantes se echaron a las calles para protestar por la falta de servicios públicos básicos como el agua y la electricidad, y por la negligencia de los funcionarios de un Gobierno central cuyos mandamases parecían estar únicamente enfrascados en las discusiones poselectorales. En la primera semana de septiembre, los graves sucesos de Basora estuvieron a punto de arruinar el acuerdo suscrito por Sadr y Abadi, pero la crisis política pudo ser contenida.
El 2 de octubre el Consejo de Representantes invistió presidente de la República, sucediendo a Fuad Masum, al también kurdo y miembro de la PUK Barham Salih. Acto seguido, Salih prestó juramento del cargo y sin pérdida de tiempo encargó formar el próximo Gobierno a Mahdi, previamente escogido como un candidato de compromiso por los dos bloques forjados por los partidos shiíes, el Islah (Reforma), liderado por Sadr, y el Binaa (Reconstrucción), liderado por Amiri. Ahora, Mahdi disponía de 30 días para confeccionar un Gabinete y presentarlo a la Asamblea para su aprobación.
El 25 de octubre los diputados confirmaron a Mahdi y sus ministros, que no eran los 22 previstos, sino solo 14. Se trataba de un Gabinete parcial donde faltaban por asignar carteras tan importantes como las de Defensa, Interior y Justicia, sobre cuyos ocupantes todavía no había acuerdo. Los observadores no dejaron de señalar que la composición gubernamental presentada por Mahdi, un primer ministro completamente sometido a los criterios, teóricamente consensuados, de los diferentes cabezas de facción, distaba de ajustarse al equipo de "tecnócratas" que, con el fin de reformar una administración pública plagada de corrupción e ineficiencias, había prometido. Provisionalmente, Mahdi asumió los cometidos de ministro del Interior y ministro de Defensa.
(Cobertura informativa hasta 7/11/2018)