Trump en América del Norte: la deconstrucción de la región

Anuario Internacional CIDOB 2016-17
Publication date: 04/2017
Author:
Laia Tarragona Fenosa, Analista de política exterior norteamericana
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La página web del Departamento de Inmigración de Canadá se colapsa durante unas horas mientras que el peso mexicano cae un 13%, la caída más fuerte desde la crisis de 1994. Estos fueron dos acontecimientos aparentemente inconexos durante la noche del 8 al 9 de noviembre de 2016, pero con una causa común: la elección de Donald Trump como 45º presidente de los Estados Unidos.

Trump no hizo esperar a nadie y sus primeros días de gobierno no estuvieron en ningún momento exentos de polémica. Tras su investidura como presidente el 20 de enero de 2017, firmó múltiples órdenes ejecutivas destinadas a implementar algunas de sus medidas “estrella” o a lanzar mensajes simbólicos. Así como sucedió con la orden de Barack Obama de cerrar Guantánamo en sus primeros días de gobierno en 2009, aún está por ver en qué quedarán las primeras medidas tomadas por el magnate inmobiliario nacido en Nueva York. Si bien Trump ordenó la construcción del muro entre EEUU y México, no quedan claras ni su ejecución ni su financiación; por otro lado el desmantelamiento del sistema de Obamacare, anunciado en otra orden, precisará medidas mucho más concretas en el Congreso y el Senado. El mejor ejemplo de la falta de desarrollo a esas órdenes del recién llegado presidente lo encontramos en la orden ejecutiva que prohibió de manera temporal la entrada a EEUU de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana y de refugiados, así como un bloqueo indefinido de la entrada de refugiados sirios. Esta medida provocó, en su primera semana de mandato, un caos considerable en los aeropuertos y las primeras demandas legales. La orden fue finalmente suspendida por los tribunales, lo que llevó a Trump a reprobar al juez que suspendió la orden, algo muy preocupante que demuestra el muy poco respeto del nuevo presidente por la separación de poderes, uno de los pilares de la democracia estadounidense. Por otra parte, la formación de su gabinete, que ha incluido a Stephen Bannon, conocido por sus posturas racistas y misóginas y exdirector del portal de noticias de ultraderecha Breitbart, como su principal asesor y miembro del Consejo de Seguridad Nacional, suscitó enorme preocupación. A nivel internacional, en su primera semana de mandato Trump causó una grave crisis diplomática con México que llevó a la cancelación de la visita oficial programada del presidente mexicano Enrique Peña Nieto a Washington DC, tras un cruce de mensajes a través de Twitter sobre la construcción del “famoso” muro fronterizo. En la segunda semana de mandato el conflicto diplomático fue con el primer ministro de Australia, de manera totalmente inesperada.

Así pues, el mensaje del nuevo inquilino de la Casa Blanca durante las primeras semanas de mandato es claro y no deja lugar a la duda. La esperanza de ver a un Trump presidente más moderado y acorde con el puesto ha resultado ser infundada. Sus primeras acciones ocasionaron protestas multitudinarias a lo largo del país, algo visto pocas veces, e incluso llevó a Obama a emitir un comunicado apoyando las protestas, recordando lo que dijo ya en su discurso de despedida: “los ciudadanos deben ser guardianes de la democracia”. Un comunicado de este tipo es muy poco habitual en un expresidente, y menos durante los primeros días de mandato de su sucesor.

Ya durante la campaña electoral se produjo en Estados Unidos una normalización del discurso del odio, del desprecio por la verdad y una gran polarización de la sociedad. Los eventos de las primeras semanas de mandato no indican que la tendencia vaya a cambiar, sino todo lo contrario. A nivel internacional, la pérdida del poder blando de Estados Unidos será difícil de recuperar al mismo ritmo con el que se está diluyendo.

Pero la presidencia de Donald Trump tiene efectos no solo en Estados Unidos. Para sus dos vecinos norteamericanos, tiene y tendrá consecuencias muy directas. El cambio drástico en las normas de juego que han regido las últimas décadas hará que tanto México como Canadá traten de buscar la manera de minimizar el daño y los riesgos, así como de tratar de encontrar oportunidades y ajustarse de la manera más conveniente para ellos. A día de hoy, el nivel de incertidumbre es muy alto. El comportamiento impredecible de Trump y la dificultad en ver una lógica racional en sus decisiones, mantienen a los dos países, pero también a gran parte de Estados Unidos (y al mundo) en vilo.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en vigor desde 1994, ha sido fundamental en las relaciones entre Estados Unidos, México y Canadá, integrando sus economías hasta unos niveles nunca antes vistos en esa región. El TLCAN o NAFTA (por sus siglas en inglés) siempre ha tenido defensores y detractores. Pero nunca antes se había puesto en tela de juicio del modo en que lo ha hecho Donald Trump, que lo ha convertido en una de sus dianas de ataque, culpabilizando a México y al NAFTA de la pérdida de trabajos en Estados Unidos, idea que ha calado entre su electorado. La inmigración es otro de los grandes temas que unen a Estados Unidos y México, y otro de los puntos de ataque más visceral de Trump hacia su vecino del sur y los mexicanos en general.

Canadá y México inician este período con una posición negociadora ante Washington muy distinta. Mientras Canadá se encuentra en una posición fuerte en la que puede negociar de igual a igual, para México es mucho más complicado. Mucho más dependiente de Estados Unidos, y con una situación económica, social y política a años luz de Canadá, México entra en esta nueva etapa desde una posición mucho más débil. Trump lo sabe y lo está explotando.

El efecto Trump en Canadá: un líder emergente

Frente a Estados Unidos, Canadá emerge como un faro en una región que ha oscurecido. El contraste entre Trump y Trudeau no podría ser mayor. Mientras Trump habla del muro entre Estados Unidos y México, el nuevo ministro de Inmigración canadiense, nombrado en enero de 2017, es un refugiado somalí que llegó al país en 1993. El día en que Trump firmó la orden ejecutiva ordenando la prohibición temporal de entrada a Estados Unidos de refugiados y de toda persona proveniente de siete países de mayoría musulmana y la prohibición de entrada indefinida de todo refugiado de Siria, el primer ministro de Canadá lanzaba el siguiente mensaje en Twitter: “A aquellos que huyen de la persecución, el terror y la guerra, los canadienses os darán la bienvenida, sin tener en cuenta vuestra fe. La diversidad es nuestra fuerza #BienvenidosACanadá”. Toda una lección para sus vecinos del sur y para el mundo entero.

Canadá se prepara para afrontar los efectos de las políticas de Trump. La renegociación del NAFTA, o su cancelación, puede tener efectos importantes y será una de las prioridades, si no la prioridad, del gobierno de Trudeau en las relaciones bilaterales. Pero el hecho de que la balanza comercial entre ambos países esté mucho más equilibrada que con otros socios comerciales (y más si eliminamos el sector de la energía de la ecuación), que el balance a favor de Canadá se haya ido reduciendo considerablemente desde 2014, y que muchos estados tengan a Canadá como primer socio comercial, colocan al país en una posición relativamente fuerte para una negociación. Probablemente, un acuerdo comercial bilateral entre ambos países no será malo para Canadá. Por otra parte, el proyecto de construcción del oleoducto de Keystone, entre Alberta y Nebraska, que había sido paralizado por la Administración Obama por motivos medioambientales y de protección hacia comunidades nativas, fue resucitado por Trump en otra de sus primeras órdenes ejecutivas. Un guiño, quizás, hacia su país vecino. Este fue uno de los temas que dañó la relación bilateral durante los mandatos de Stephen Harper y Barack Obama. Habrá que esperar y ver cómo se concreta el asunto, que debe ser reactivado de nuevo por la empresa TransCanada y está por ver a qué tipo de condiciones estará sujeta la aprobación por parte de la administración estadounidense. En cualquier caso, es un tema importante para Canadá, y Trudeau deberá encontrar el equilibrio entre los intereses empresariales de su país y las preocupaciones medioambientales, tan presentes en Ottawa.

Los próximos años pueden representar una oportunidad para Canadá para fortalecerse como actor internacional y como modelo a seguir, sobre todo en comparación con su país vecino. Se habla, incluso, de que puede convertirse en el nuevo “líder del mundo libre”. Aunque simbólicamente parece que ya lo ha empezado a hacer, es cierto que Canadá deberá hacer un esfuerzo mayúsculo para posicionarse y ganar peso en un mundo en el que tradicionalmente se ha mantenido en un claro segundo plano. Y no está de más recordar que, a pesar de su tamaño geográfico (es el segundo país del mundo con más extensión tras Rusia), la población de Canadá es inferior a la española, con tan solo 35 millones de habitantes.

Sin embargo, no todo son buenas noticias para Canadá. A pesar de ser un ejemplo para el resto del mundo por sus políticas abiertas y de acogida, cabe preguntarse si Canadá se encuentra a salvo del discurso anti-inmigración que ha calado en gran parte de los ciudadanos de su país vecino. Kellie Leitch, antigua ministra del gobierno de Stephen Harper, y candidata (entre otros) a sucederle como líder del Partido Conservador, describió la victoria de Trump como “un mensaje apasionante que debe ser transmitido también en Canadá”. Algunas de sus propuestas, como la de hacer un test a todo inmigrante y refugiado que quiera entrar en el país para evaluar su compromiso con los “valores canadienses” y su discurso anti-establishment, bien podrían ser de Trump. Las elecciones para el liderazgo del Partido Conservador están previstas para mayo de 2017, y será importante ver en qué posición queda Leitch para ver si este tipo de discurso se abre camino o no en la política y sociedad canadiense.

Finalmente, y en otro orden de cosas, el ataque terrorista contra una mezquita en Quebec a principios de año, que provocó la muerte de 6 personas y dejó múltiples heridos, conmocionó al país. La pregunta es si el ataque, perpetrado por un supremacista blanco, seguidor en Facebook de Trump y de Le Pen, fue un acto aislado o un síntoma de algo más profundo. Ante tales acontecimientos, en 2017 habrá que estar atentos a la evolución del discurso del odio y anti-inmigración en Canadá. A día de hoy, con el gobierno de Trudeau en el extremo opuesto y con unos índices de aprobación altos, no parece que las actitudes excluyentes se impongan a la tradicional tolerancia canadiense. El multiculturalismo es parte esencial de esa sociedad, y los sucesivos gobiernos llevan décadas impulsando políticas en este sentido. Pero si algo hemos aprendido en 2016 es que lo impensable, a veces, se hace realidad.

El efecto Trump en México: la humillación de un país como política

“Cuando México envía a su gente, no envían a los mejores. (…) Traen drogas. Traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buena gente”. Estas palabras pronunciadas en la presentación de la carrera presidencial de Donald Trump en junio de 2015 son solo un ejemplo de su retórica hacia México, con tintes claramente despreciativos y xenófobos; un relato que ha sido una constante. Desde el inicio de su carrera por la presidencia, Trump centró buena parte de su discurso y sus promesas altisonantes con México como principal protagonista: hacer pagar a México por el muro, deportar a millones de inmigrantes ilegales (muchos mexicanos), y acabar con (o renegociar) el NAFTA. Una vez elegido presidente su particular cruzada contra México continuó. El 11 de enero de 2017, pocos días antes de ser investido presidente, Trump dijo en su primera comparecencia de prensa en muchos meses que México “se aprovecha de Estados Unidos”. El efecto Trump se dejó sentir ya antes de asumir la presidencia. A través de Twitter, Trump amenazó a importantes empresas automovilísticas con imponer unos aranceles astronómicos para la producción fuera del territorio de Estados Unidos. Parece innegable que esto jugó un papel directo en la suspensión de planes de inversión en México de varias empresas como Ford, que acabaron cancelando los planes y anunciando nuevas inversiones dentro de Estados Unidos.

La posición en la que se encuentra México es radicalmente distinta a la de Canadá. Una relación asimétrica con Estados Unidos le coloca en una posición negociadora muy débil. La dependencia de la economía mexicana de la de Estados Unidos es enorme. Mientras que México representa el 13% de las exportaciones de Estados Unidos, y el 13% de importaciones a Estados Unidos, Estados Unidos es el primer destino de las exportaciones mexicanas con un 73% del total, mientras que las importaciones de Estados Unidos representan el 51% del total del país. Esta poca diversificación del comercio exterior mexicano le deja en estos momentos en una situación muy vulnerable para hacer frente a los retos que presenta ya la presidencia de Trump, cuyas propuestas, de llevarse a cabo, tendrían unos efectos devastadores en la economía mexicana. En este contexto, la fluctuación del peso mexicano en función de los anuncios y tuits del nuevo presidente estadounidense es otra clara muestra de la dependencia mexicana hacia su vecino del norte.

Frente a esta situación, México se encuentra ante el dilema de intentar mantener una posición abierta y conciliadora, esperando salir lo menos dañado posible, o adoptar una postura más combativa. El comercio no es lo único que une a los dos países. Personalidades como Jorge Castañeda, quien fue secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003, abogan por adoptar una línea más dura que ponga sobre la mesa no solo el comercio sino otros temas que han marcado las relaciones entre ambos países y en los que la cooperación sigue siendo fundamental: la inmigración, especialmente desde Centroamérica −México ha sido hasta ahora una suerte de guardián de la entrada a Estados Unidos, frenando a miles de inmigrantes de Centroamérica que deben cruzar el país para llegar al anhelado Estados Unidos−, y temas de seguridad como el flujo de armas y crimen organizado. Estos no son asuntos menores para ninguno de los países. La lógica indica que ambos países deberían hacer un esfuerzo por seguir cooperando en todos los campos. Ahora bien está todavía por ver si Trump seguirá la lógica de sus primeras acciones.

A nivel de política interna, el efecto Trump también se ha dejado sentir de pleno en México. El presidente Peña Nieto está en uno de sus momentos más bajos de popularidad, no solo debido a Trump, que desde luego ha agravado su prestigio por su tibia reacción a sus invectivas. La invitación del ejecutivo mexicano a Trump, entonces candidato, en agosto de 2016, fue una decisión miope que acabó con la humillación del presidente mexicano; además le valió fuertes críticas en su país y le dejó en una posición más vulnerable todavía. Esta dinámica no varió tras la victoria del candidato republicano y su toma de posesión. En la semana previa a la visita programada de Peña Nieto a Washington DC a finales de enero, Trump firmó la orden ejecutiva que ordenaba la construcción del muro fronterizo y otras medidas anti-inmigración. Por si ello no fuera poco, la insistencia de Trump de que el muro será pagado íntegramente por México obligó a Peña Nieto a mostrarse firme, poniendo en duda su asistencia a la reunión si Trump seguía insistiendo en este punto. En un estilo inédito hasta entonces en un presidente, Trump marcó los términos de la negociación a golpe de tuit. Finalmente, un Enrique Peña Nieto acorralado canceló la reunión. Una muestra bien clara de las horas bajas que pasan las relaciones entre ambos países. El mandatario mexicano se encuentra entre las cuerdas, con una fuerte presión para enfrentarse a los insultos −se ha convertido ya en una cuestión de orgullo nacional para los mexicanos− y al mismo tiempo consciente de la gran dependencia económica hacia su país vecino. A tan solo año y medio de las elecciones presidenciales, previstas para mediados de 2018, el nuevo presidente de EEUU se ha convertido en la peor pesadilla del ejecutivo mexicano y de todo el país.

El año 2017 se presenta profundamente desestabilizador para México. El peso se encuentra en mínimos históricos, fluctuando al son de los anuncios o incluso de los tuits de Trump, la inflación ha subido y también los tipos de interés. Con una economía cada vez más estancada y un gobierno debilitado con elecciones a la vista, el enfrentamiento de Trump con México no augura nada bueno para el país.

América del Norte como región, ¿una ilusión del pasado?

Ante todos estos acontecimientos, una reunión de los líderes de los tres países norteamericanos, conocida como cumbre de los “Tres Amigos”, parece altamente improbable este año. Los llamamientos a una mayor integración y cooperación entre los tres países parecen hoy cosa del pasado. En vez de impulsar una mayor integración para consolidar una región en construcción, Trump parece empeñado en ir en la dirección contraria. En las últimas décadas, y a pesar de las dificultades, los tres países han establecido una relación basada en la cooperación mutua. Pero con Donald Trump, desde la campaña electoral y ahora ya como presidente, la desintegración de la región se hace evidente. Se hace cada vez más difícil imaginar una relación fluida, basada en la confianza y la cooperación, cuando el país más fuerte tiene al más débil como objeto de buena parte de sus ataques. Sus lemas de campaña tienen un efecto enorme y desestabilizador en el país vecino, y las relaciones entre ambos países se están dinamitando con gran rapidez. Trump tiene la facultad de destruir en poco tiempo lo que ha llevado años, o incluso décadas, construir, y parece empeñado en ello. No será fácil deshacer el entuerto en el que el nuevo inquilino de la Casa Blanca está insertando en la región. Pero nada de esto parece importar a este presidente que parece dispuesto a hundir al país vecino.

No obstante, ante este pésimo panorama queda también un pequeño hueco para algunas notas positivas. La nueva situación podría ser una oportunidad para fortalecer los vínculos entre México y Canadá. Es innegable que las relaciones económicas que mantienen ambos países no pueden compararse con las que tienen con Estados Unidos, y por tanto es de esperar que en una renegociación del NAFTA o en una negociación de nuevos acuerdos bilaterales, los intereses nacionales de Canadá primen sobre las consideraciones solidarias que pueda tener con México. Pero queda, no obstante, margen para avanzar en muchos campos. La aprobación del nuevo programa de visas, anunciado antes de la llegada de Trump, y según el cual los ciudadanos mexicanos ya no precisan visado para viajar a Canadá, es una buena muestra de ello. En cualquier caso, el contrapunto que ofrece Canadá en la región no puede sino ser positivo para México.

En Estados Unidos, Trump está generando una ola de oposición contra sus políticas y lo que representa. El segundo día de la presidencia, hubo en la capital del país y otras ciudades manifestaciones multitudinarias de desaprobación, y tras la orden ejecutiva anti-inmigración hubo protestas generalizadas en muchas ciudades y aeropuertos estadounidenses, en las que se podían leer mensajes de esperanza como “refugees welcome”. En estos primeros meses, parece que uno de los efectos de la presidencia Trump será el fortalecimiento y movilización de la sociedad civil estadounidense. A modo de indicador, la American Civil Liberties Union (ACLU), una prestigiosa organización de defensa de los derechos y libertados civiles, recibió en los días que siguieron a la orden de prohibición temporal de entrada de nacionales de varios países de mayoría musulmana, más de 24 millones de dólares en donaciones online, casi siete veces más de lo que recaudó por la misma vía en todo el año 2015. El número de socios de ACLU se ha incrementado también en cientos de miles de personas desde la victoria de Trump. No es la única organización que ha visto un auge sin precedentes en el número de donaciones y socios.

En México, los ataques de Trump quizás sirvan para unir a la ciudadanía ante una afrenta común. Ante el débil ejecutivo de Peña Nieto, algunos empresarios y personalidades destacadas, como Carlos Slim, hacían a principios de año un llamamiento a la unidad. Los partidos políticos mexicanos dieron su apoyo a Peña Nieto (algo que rara vez ocurre) en la cancelación de su visita a Washington DC en enero. En febrero, hubo manifestaciones en varias ciudades de México para mostrar el rechazo de la ciudadanía a los ataques de Trump. Estos son sólo algunos ejemplos de un efecto positivo que podría tener Trump en México.

Y Canadá, por su parte, puede aprovechar el momento, la oportunidad, y convertirse en un símbolo de la defensa de los derechos humanos y unos valores que, en el momento actual, brillan por su ausencia tanto en Estados Unidos como en Europa. Iniciado ya el mandato de Trump como el 45º presidente de Estados Unidos seguimos con muchas preguntas abiertas. Con sorpresas cada semana, si no a diario, se hace difícil hacer una previsión de lo que nos deparará su Administración. Quizás el año 2017, y los posteriores vendrán marcados por la pregunta: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Donald Trump?

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