Obama en el Cairo: la fuerza de las palabras

Opinion CIDOB 40
Publication date: 06/2009
Author:
Ricard González y Eduard Soler i Lecha
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Ricard González
Periodista y politólogo

Eduard Soler i Lecha
Coordinador del Programa Mediterráneo y Oriente Medio de la Fundación CIDOB.

Barcelona, 25 de junio de 2009 / Opinión CIDOB, n.º 40

“He venido aquí para buscar una nueva relación entre EEUU y los musulmanes del mundo”. Así se expresaba Barack Obama en su ya famoso discurso de El Cairo del 4 de junio. Había especial expectación a las palabras del nuevo presidente estadounidense en su discurso hacia “el mundo musulmán”. Probablemente, porque es en esta vasta área geográfica y humana donde la imagen de EEUU más se ha deteriorado en los últimos años y porque es también aquí donde se espera de Obama un cambio de orientación mayor.

Las calles de El Cairo muestran al visitante que las expectativas siguen vivas. No sólo se venden camisetas con el nombre de Obama -¿quién puede imaginarse algo igual con el nombre de su antecesor? -, sino que periodistas, políticos y miembros de la sociedad civil transmiten la impresión de que “estamos ante un discurso sincero de un presidente estadounidense distinto” y que, por lo tanto “también las políticas pueden ser distintas”.

El análisis de un discurso de estas características necesita un poco de distancia. Como la que toma Joschka Fischer en un reciente artículo publicado en diversos medios internacionales en que considera que este discurso ha tenido impacto en las revueltas en Irán o en el resultado de las elecciones en Líbano. De ser cierta este influencia, es importante preguntarse cuál es la esencia del discurso de El Cairo, cuáles son las reacciones entre los principales interesados y si abre una puerta a una mayor cooperación transatlántica en Oriente Medio.

La esencia del discurso de El Cairo es una política de mano tendida, una implicación firme pero conciliadora en los grandes conflictos de la región y una demanda a las sociedades árabes para que no demonicen a EEUU. Con especial atención se han leído sus referencias al conflicto árabe-israelí. En comparación con la política de la Administración Bush parece que el actual Gobierno está dispuesto a afrontarlo de cara y de forma urgente. No sólo eso, parece dispuesto a hacerlo de forma más equilibrada o, lo que es lo mismo, reduciendo su tradicional sesgo pro-israelí. Así pues, en su intervención instó a ambas partes a cumplir sus compromisos y, coherente con los mensajes enviados en las últimas semanas, reiteró una demanda que pone muy nervioso al Gobierno israelí: la congelación total de los asentamientos judíos en Cisjordania.

Otra diferencia importante es su disposición a alargar la mano a aquellas fuerzas, grupos y estados con una actitud hostil hacia los EEUU. En esta misma dirección va la oferta de diálogo a Irán “para avanzar sin precondiciones sobre la base del respeto mutuo”. También se observan señales de apertura hacia fuerzas como Hamas, siempre que estén dispuestas a trabajar para la paz.

Junto a estos elementos de fondo, también hay que destacar un cambio de estilo. Han sido muchos los analistas que han subrayado el hecho que Obama no pronunció ni una vez las palabras “terrorismo” y “terroristas”, que trufaban los discursos de Bush. Las citas del Corán, la Biblia y la Torah, como muestra de la posibilidad de convivencia entre las diversas religiones, así como sus referencias a la historia del Islam, mostraron su voluntad de iniciar una relación basada en el respeto.

Este mismo respeto es el que Obama ha pedido a las sociedades del mundo árabe-islámico para con EEUU. Recordando la larga historia de relaciones cordiales entre EEUU con estos países y con el Islam, Obama rogó que deje de verse a EEUU como un “imperio egoísta”.

El discurso de El Cairo ha sido acogido favorablemente tanto entre los países árabes y musulmanes como en el resto de la comunidad internacional. Aunque no han faltado las voces de quienes ven en este discurso poco más que palabras y piden un cambio de políticas más claro, lo cierto es que se da un consenso bastante amplio respecto a la mayor credibilidad que se puede conceder este tipo de palabras, comparadas a las de su antecesor, George Bush. Obama llegó a El Cairo sin hipotecas personales pero sí con pesadas hipotecas institucionales. Al fin y al cabo, es el presidente de EEUU, y los años de recelo mutuo son demasiados como para que desaparezcan en un discurso. Y decepcionados, los hay, como muchos activistas democráticos árabes, que encontraron su defensa de la democracia tibia al no incluir críticas a los regímenes autoritarios.

Sea como fuere, lo cierto es que no sólo en la región sino en todo el mundo se está a la expectativa de cómo se traduce este discurso en la práctica. No obstante, no todo queda en manos de los EEUU. ¿Está el Gobierno israelí dispuesto a congelar los asentamientos y a avanzar en la vía de los dos estados con un enfoque más amplio que el mostrado por Libermann en su visita a Washington y por Netanyahu en la Universidad de Bar-Ilan? ¿Está Irán preparado para una política de mano tendida hacia EEUU una vez superada la inestabilidad tras las elecciones? ¿Reconocerá Hamás el derecho de Israel a existir y renunciará a la violencia?

En todos y cada uno de estos casos EEUU y los países europeos deben coordinarse. Las voces que así lo solicitan son cada vez mayores y buena prueba de ello es el manifiesto publicado en Le Monde y que firmaban diversos políticos europeos que han ocupado altas posiciones en los últimos años.

La cooperación transatlántica hacia Oriente Medio durante la era Bush era mucho más difícil que ahora. Esta nueva política abre nuevas oportunidades no sólo par la cooperación transatlántica sino para que de una vez por todas la UE pueda aparecer en la escena internacional y, en especial en Oriente Medio, con una posición única y una política coherente y decidida.

Para Europa lo que suceda en el Mediterráneo y Oriente Medio es de especial importancia. Por razones de proximidad histórica y geográfica, por los flujos económicos y migratorios así como por el peso relativo de la población europea de origen árabe o islámico, Europa está especialmente concernida por la evolución de esta región. Además, desde las capitales europeas se es plenamente consciente de los efectos (positivos) que puede llegar a tener una nueva orientación en la política exterior estadounidense.

En estas circunstancias, Europa no puede contentarse con ser un mero observador. Se trata de ser un aliado sólido, constructivo y si es necesario, crítico. Con todo, en muchos aspectos hay sintonía con Washington: los países europeos comparten con EEUU la preocupación ante el desarrollo del programa nuclear iraní, el temor a los riesgos inherentes a la inestabilidad en Irak y en Afganistán o el convencimiento de la necesidad de una paz justa y sin demoras entre árabes e israelíes. En todos y cada uno de estos temas puede intensificarse la cooperación transatlántica. En pocas palabras, nadie debe desaprovechar la oportunidad que se ha abierto con la nueva Administración estadounidense: ni el mundo árabe e islámico, ni Israel, ni EEUU, ni los países europeos. De eso depende que el discurso de El Cairo pase a la posteridad como una anécdota o como el principio de una nueva era. Es demasiado pronto para hacer pronósticos, pero no lo es para constatar que algo se está moviendo en Oriente Medio.