Los que dejaremos atrás cuando abandonemos Afganistán

Opinion CIDOB 102
Publication date: 02/2011
Author:
Nicolás de Pedro, Investigador de CIDOB
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Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB

10 de febrero de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 102

La perspectiva de la retirada de las tropas internacionales de Afganistán plantea muchas incertidumbres de índole geoestratégico y de seguridad. La ciudadanía afgana no tiene demasiada presencia en la agenda actual de los principales actores involucrados en el conflicto, enfrascados como están, en disquisiciones de alta política y apremiados por las urgencias internas. La suerte de aquellos afganos y afganas que han dedicado esta última década a construir una sorprendentemente tupida sociedad civil es por ello una de las cuestiones más dramáticas y acuciantes. Su situación en estos momentos es complicada, pero tras la retirada internacional será, previsiblemente, mucho peor.

Los términos de la victoria o los objetivos de la misión internacional pueden redefinirse de cara a las opiniones públicas occidentales, pero será difícil que un cambio de narrativa sea suficiente en el escenario afgano. De momento, cada uno trata de prepararse para el nuevo escenario. En el exterior, el presidente Karzai busca nuevos aliados en Rusia y China. Moscú, preocupada por la estabilidad de Asia Central e incluso el Cáucaso, parece más dispuesta a ofrecer asistencia en materia de seguridad, aunque al igual que Beijing, está particularmente interesada en los recursos minerales que alberga el subsuelo afgano. En el interior, los señores de la guerra, los narcotraficantes y criminales de toda índole se mezclan en un paisaje político de lealtades dudosas, y nula legitimidad e idoneidad en un proceso de construcción estatal, es decir, de fortalecimiento institucional y mejora de la gobernanza.

Por su parte, la insurgencia talibán crece y ocupa cada vez mayores espacios. Su victoria, o al menos la derrota de su adversario, parece sólo cuestión de tiempo. Como decía Kissinger, a la guerrilla le basta con no perder, para vencer. En este caso, la propia perspectiva de la retirada fortalece, y mucho, la posición y voluntad de los talibán. Así lo expresaba Nadery Ahmad Nader, miembro de la Comisión Independiente de los Derechos Humanos en Afganistán en una reunión organizada en Barcelona por la Associació per als Drets Humans a l’Afganistan (ASDHA). Ya no es que resulte difícil fijar una agenda de contenidos en una potencial negociación con los así llamados “talibán moderados”, sino que éstos, si es que acaso existen, no tienen ninguna necesidad y motivación para negociar. Y lo cierto es que no resulta difícil comprender que indicar al enemigo cuándo piensas retirarte y sobre todo, que se está impaciente por hacerlo no es la mejor de las estrategias para forzar una negociación, incluso una de mínimos.

Tanto para Nader como para Hasina Safi, miembro de la Red de Mujeres Afganas (AWN en sus siglas en inglés y que agrupa a más de tres mil mujeres) no conviene menospreciar el impacto de la contribución de la comunidad internacional en estos diez años. No es ingenuidad. Seguramente saben mejor que nadie que la mayor parte de los fondos destinados a Afganistán o bien retornan a los propios donantes o bien acaban en manos de funcionarios locales corruptos. Aún así, poco puede ser mucho en el erial afgano. Lo cual no significa que no haya que reflexionar sobre el funcionamiento de la cooperación internacional con Afganistán. Los resultados sobre el terreno son escasos si tenemos en cuenta que la cifra total de la ayuda oficial al desarrollo en estos años (que no incluye, obviamente, los gastos de la operación militar) ronda, teóricamente, los 40.000 millones de dólares.

De igual forma, Nader y Safi no ocultaron que las víctimas civiles causadas por las tropas internacionales generan un serio malestar entre la población afgana, pero lanzaron el mensaje de que su presencia es mejor percibida de lo que se cree y que los anuncios de la retirada generan aún más inquietud que los bombardeos aéreos. Así por ejemplo, según Nader, que se ha entrevistado con cientos de líderes de pequeños pueblos y afganos corrientes, se habla siempre de tropas “extranjeras”, pero no de “ocupación”. Un matiz que resulta crucial para valorar el grado de respaldo y simpatía popular. Tal vez haya bastante voluntarismo en su valoración, pero pone de manifiesto que nuestro nivel de conocimiento de la realidad sobre el terreno y de las percepciones locales sigue siendo bastante limitado.

Escuchándolos a ambos el otro día no podía dejar de recordar una vieja fotografía en la que se ve a un puñado de mujeres kabulíes enarbolando sus kalashnikov para hacer frente a la embestida muyahidín que tomó Kabul al asalto en abril de 1992. Una lucha desesperada e inútil militarmente, pero no desde un punto de vista simbólico y moral. Lo que vino después fue catastrófico y la ciudadanía afgana primero, y los países vecinos y la comunidad internacional después, sufrieron las consecuencias. En el momento actual, hay pocos motivos para ser optimista y muchos para ser pesimista. Esperemos que el destino de aquellos que trabajan por el respeto de los derechos humanos y el respeto de la dignidad de las mujeres no sea tan terrible como se intuye. Tal vez en 2001 las expectativas eran demasiado altas –democratizar plenamente Afganistán–, pero ahora seguro son demasiado bajas –salir lo antes posible– y veremos qué consecuencias acarrea esto a medio plazo. Por el momento, la sociedad civil afgana será la primera en sufrir las consecuencias del fracaso internacional en Afganistán y cuando nos demos cuenta de ello será entonces demasiado tarde para estos activistas a los que pronto dejaremos atrás.

e-ISSN 2014-0843

Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB