El auge de la ultraderecha: ¿una amenaza para la unidad occidental?

EL AUGE DE LA ULTRADERECHA: ¿UNA AMENAZA PARA LA UNIDAD OCCIDENTAL?
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Publication date: 09/2024
Author:
Roberto Foa, profesor de Ciencia Política y Políticas Públicas; Co-Director del Cambridge Centre for the Future of Democracy, Cambridge University
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En la última década hemos asistido a un ascenso electoral de los partidos de extrema derecha en países de todo el mundo, que ha afectado tanto a democracias occidentales ‒como Italia o los Países Bajos‒, como a sociedades en desarrollo ‒como India, Turquía o Brasil‒. Ante este avance, cabe preguntarse: ¿responde este movimiento a un rechazo unánime de las instituciones y de los valores liberales? Y, de ser así, ¿hasta qué punto esto pone en peligro la unidad de las democracias globales ante la amenaza creciente de las grandes potencias autoritarias? 

En este artículo contradigo ambos supuestos, por razones que expondré brevemente a continuación. En primer lugar, los datos comparados de encuestas realizadas en diferentes lugares del mundo no revelan una simpatía diferencial por parte de los votantes de la extrema derecha hacia los poderes autoritarios, incluidos Rusia y su presidente, Vladimir Putin. Y este factor se ha visto incluso más desmentido tras la invasión de Ucrania, que ha erradicado mucha de la simpatía residual que podía quedar por Rusia. 

En segundo lugar, tenemos la evidencia de que los diversos movimientos de extrema derecha tienen en realidad poco en común, más allá del hecho de situarse a la derecha de los partidos de la derecha convencional en sus respectivos países. Verlos como una suerte de frente unitario sobreestima su potencial de cooperación, malinterpreta sus objetivos y genera expectativas que poco tienen que ver con las posiciones que sus líderes podrían adoptar realmente en materia de política exterior si llegase el caso de que asumieran dicha responsabilidad política. En lugar de recurrir a la imagen de una ola global ultraconservadora sugiero compartimentar el fenómeno a través de cuatro grandes categorías diferentes de nuevos partidos de derecha, a saber: ultraconservadores, populistas nativistas, autoritarios nacionalistas y libertarianos. De todos ellos, solo el autoritario nacionalista plantea una verdadera oposición al orden de seguridad occidental, pero este movimiento ideológico es relativamente poco común en Occidente, mientras que, por el contrario, los partidos de la derecha libertariana y conservadora tienden a adoptar una orientación prooccidental. 

Por último, si bien los populistas de derecha adoptan un enfoque mercantilista de las relaciones exteriores, en el que caben las amenazas a sus aliados democráticos y el diálogo con líderes autoritarios, suelen tratarse de estrategias de negociación y no tanto de preferencias ideológicas esenciales. Incluso en aquellos casos en que los líderes populistas amenazan con perturbar la alianza occidental desde dentro ‒considérese, por ejemplo, el veto de Recep Tayyip Erdogan sobre la ampliación de la OTAN a Suecia, o el de Viktor Orbán en el seno del Consejo Europeo‒, han tendido a causar más retrasos que perturbaciones importantes. Algo similar puede extraerse de la presidencia de Donald Trump (2017-2021) en EEUU que, en la práctica, no dio concesiones a los líderes autoritarios con los que el presidente tuvo a bien entrevistarse durante su mandato, y que, en términos generales, siguió la senda de la rivalidad estratégica y no la de la cooperación.

La extrema derecha según las encuestas: datos empíricos

Para empezar, debemos considerar críticamente el supuesto que vincula el avance de los partidos de derecha con la fragilidad de la unidad geopolítica occidental, es decir, la creencia de que dichos partidos reflejan una actitud confrontativa de los valores liberales occidentales que, a nivel internacional, está coordinada desde fuera de Occidente, y más específicamente, desde Moscú. Ciertamente, esto es lo que al Kremlin le gustaría que creyéramos. Según se afirmaba en una entrevista difundida por Sputnik (agencia de noticias rusa en lengua extranjera), Rusia se ha convertido actualmente en el «emblema del conservadurismo internacional y la defensa de la cultura tradicional europea, el cristianismo, los valores tradicionales y la familia» y es hoy «el país de referencia para los conservadores clásicos occidentales»1.

Sin embargo, los datos reflejan que esta afirmación carece de fundamento. Durante más de dos décadas, el proyecto Pew Global Attitudes Survey viene realizando una encuesta a muestras representativas de ciudadanos de diversos países a los que se pregunta por su opinión acerca de las potencias mundiales. En una de sus cuestiones principales interroga a los entrevistados acerca de su percepción de otros países del mundo y, en particular, si su opinión sobre Rusia, China o Estados Unidos es muy favorable, algo favorable, algo desfavorable o muy desfavorable. También solicita a los encuestados que se sitúen, en el eje político izquierda-derecha, entre un valor de 1 (extrema izquierda) y 7 (extrema derecha). Esto nos permite examinar las actitudes sobre política exterior de los encuestados de extrema derecha en todo el mundo y ver su nivel de afinidad con las potencias autoritarias y con las occidentales. Si seleccionamos únicamente a los encuestados que se ubican en la extrema derecha del espectro político ‒definido como un valor de 6 o 7 en el eje izquierda-derecha‒, podemos ver el resultado en el Gráfico 1, que compara por países su posicionamiento en relación con Rusia y el bloque Estados Unidos-Unión Europea.

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Nota: Muestra acumulada de la Pew Global Attitudes Survey 2010-2022. La muestra recoge únicamente a los encuestados que se ubican en la extrema derecha del espectro político (valores 6 o 7 sobre una escala de 7, cuyo punto medio es 4). Los datos de todos los países corresponden a la encuesta anual más reciente. 

De manera resumida podemos afirmar que, de media, hoy en día no existe ningún país en el que los partidarios de la extrema derecha sientan mayor afinidad por Rusia que por Estados Unidos o la Unión Europa. En algunos países de Europa Central o América Latina podemos observar cierta neutralidad entre Occidente y sus rivales, pero el resto de países comparten las mismas preferencias atlantistas que el público en general. Lo mismo ocurre si examinamos los datos sobre las opiniones respecto a Vladimir Putin. Cuando en la encuesta de 2022 se les preguntó directamente a los entrevistados cuánta confianza depositaban en el líder ruso, el 70% de los encuestados de extrema derecha declaró no tener ninguna confianza en absoluto (la respuesta más negativa de las que se ofrecían), una respuesta similar a las opiniones de la población en general. Y el resultado es similar si nos fijamos en los encuestados que apoyan a partidos específicos considerados de extrema derecha. En Francia, el 75% de los entrevistados que se identificaron como partidarios del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen también expresaron una total falta de confianza en Putin. Resultados semejantes arrojaba el 65% de los partidarios de la Liga en Italia, el 73% de los partidarios de VOX en España, el 85% de los partidarios de Geert Wilders en los Países Bajos y un abrumador 95% de los votantes del Partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia. Hasta aquí llega, por tanto, el apoyo de la extrema derecha a nivel mundial al liderazgo ruso. 

Pero, ¿a qué se debe esta impopularidad de Rusia entre los movimientos de extrema derecha? A pesar de que hace una década el régimen de Putin logró acercarse a los movimientos de extrema derecha en el extranjero, esta afinidad con Rusia ‒y también con China‒ se ha deteriorado rápidamente en los últimos diez años en todas las democracias liberales (Gráfico 2). La invasión de Ucrania, sin duda, ha dado la puntilla a este declive, pero los datos nos muestran que este había empezado mucho antes. En este sentido, los votantes de extrema derecha han seguido el patrón general de sus respectivas sociedades y, desmintiendo algunos temores que existían, no se han materializado en una suerte de quinta columna2 rusa. 

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Diferenciación entre los partidos y movimientos de derecha

Del mismo modo que existe poca afinidad entre los partidos de derecha y Rusia, los datos apuntan a que estos partidos y movimientos también sienten poca afinidad entre sí. Los esfuerzos dirigidos a establecer una red mundial de extrema derecha, como el Foro Internacional Conservador de Rusia celebrado en San Petersburgo en 2015, o el intento en 2018 del exasesor de Trump, Steve Bannon, de crear una alianza de derechas a nivel mundial ‒El Movimiento‒, han demostrado ser efímeros y mediocres. De hecho, incluso en el Parlamento Europeo, donde el espacio ideológico entre los partidos es mucho más reducido y el número de actores es menor, esta agrupación no ha sido posible y los políticos siguen divididos en distintas facciones que compiten entre ellas. 

Esto desmiente que podamos hablar de una gran ola global de derechas unitaria, sino que la imagen que mejor se ajusta a la realidad es la de cuatro movimientos distintos y paralelos, cada uno con una lógica, unos valores y unas prioridades propios. La clave para dilucidarlos es diferenciarlos en función de dos ejes clave de su ideología: su grado de liberalismo social o de conservadurismo; y su posicionamiento en política exterior ‒es decir, prooccidental o proautoritario‒, como se muestra a continuación en el Gráfico 3. 

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El grupo más fácil de entender es el autoritario nacionalista, ubicado en la esquina superior derecha, que responde a lo que se suele entender como derecha extrema o radical, es decir, partidos que continúan en la tradición posfascista del siglo XX y que se caracterizan por el rechazo de los valores democráticos, la hostilidad hacia las minorías étnicas y una política exterior militarista. En las democracias europeas se ven confinados a los márgenes electorales, y algunos de sus escasos ejemplos serían Amanecer Dorado en Grecia o el Movimiento para una Hungría mejor (Jobbik) en Hungría. A pesar de ser marginales en Occidente, son una fuerza creciente en muchas democracias emergentes, como ejemplifican nítidamente Putin en Rusia, el nacionalismo hindú en India o los partidos israelíes de extrema derecha como Israel Beiteinu o los sionistas religiosos. Aunque se les suele asociar a otros partidos de extrema derecha como ejemplos de un autoritarismo populista, en sentido estricto estos movimientos son más autoritarios que populistas. 

El autoritarismo nacionalista resulta poco frecuente en la actualidad en Europa, donde la forma de movilización de derecha más habitual es el populista nativista, que encontramos ubicado en la esquina inferior derecha de la tabla. En el Parlamento Europeo, estos movimientos forman el grupo Identidad y Democracia (ID) y sus miembros clave son el partido italiano la Liga, de Matteo Salvini, el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders o, antes de la salida británica de la UE, el antiguo Partido de la Independencia (UKIP), de Nigel Farage. En el Reino Unido la presidencia de Boris Johnson también podría incluirse dentro de esta categoría, y en Estados Unidos, la de Donald Trump.

Como movimiento, los nativistas populistas son bastante diferentes de los nacionalistas. Estos últimos pretenden ampliar las fronteras de su país, mientras que los nativistas tratan de cerrarlas. Los objetivos primordiales de los nativistas consisten en una reducción de la inmigración, la recuperación de la soberanía depositada en las instituciones internacionales, el control del comercio y la autonomía reglamentaria. Puede que violen las normas democráticas liberales con fines estratégicos, pero a diferencia de los autoritarios nacionalistas, lo hacen por conveniencia y no por principios. Estos últimos poseen una importante carga ideológica, basada en valores civilizacionales, en el colectivismo y en un propósito histórico, a veces inculcados durante décadas a través de movimientos como la Asociación de Voluntarios Nacionales (RSS) de India. La profundidad del arsenal discursivo de los nativistas, en cambio, no va más allá de unos cuantos lemas transmitidos a través de las redes sociales. 

Aunque los nativistas populistas a veces se hacen con el control de los partidos conservadores ‒como sucede en el Partido Republicano en Estados Unidos o el Partido Conservador en Gran Bretaña‒, los conservadores y los populistas tienen valores radicalmente diferentes. Mientras que los conservadores defienden las normas sociales tradicionales, como la lealtad a la familia, la obediencia o la piedad religiosa, los populistas expresan lo contrario; sus dirigentes ‒Trump, Johnson o, en su día, Silvio Berlusconi‒ destacan por sus extravagantes estilos de vida y sus arrebatos irreverentes. Antes de postular al cargo ejecutivo, acumulan un historial de apoyo a políticas socialmente liberales sobre el aborto, el divorcio o los derechos de las minorías sexuales. En los sistemas proporcionales, ambas corrientes ocupan partidos completamente diferentes, lo que les obliga a negociar para alcanzar coaliciones ‒por ejemplo, entre los Hermanos de Italia y la Liga en Italia, o el Likud y los partidos religiosos de Israel‒. Cuando tienen el camino libre para ello, los populistas nativistas pueden adoptar posiciones estridentemente liberales, con líderes abiertamente homosexuales como Pim Fortuyn en los Países Bajos o Alice Weidel en Alemania, que hacen de la tolerancia al estilo de vida o la igualdad de género una base para su oposición a la inmigración desde sociedades no europeas (especialmente musulmanas). 

Tales políticos guardan cierta similitud con la tercera facción de la derecha, los libertarianos, cuyo referente más reciente es Javier Milei en Argentina, aunque también podría incluirse en este grupo a la líder opositora venezolana María Corina Machado o, con ciertas distancias, al presidente ecuatoriano Daniel Noboa. Al situarse en la derecha en cuestiones económicas, a veces se les incluye en las descripciones de esa ola global de derechas, sin embargo, poseen poca similitud con otras categorías debido a su liberalismo social, su apoyo a la democracia y una lealtad firmemente prooccidental.

La última categoría entre estos movimientos de derecha son los ultraconservadores. Estos se diferencian tanto de los nacionalistas como de los populistas por estar ideológicamente arraigados en la tradición conservadora y en la demócrata cristiana, aunque sea en su extremo por la derecha. En el Parlamento Europeo están representados por el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) y sus miembros fundadores están a la derecha del Partido de la Independencia (UKIP), el PiS de Polonia o Hermanos de Italia. En Estados Unidos se les conoce como paleoconservadores y estuvieron representados en la Administración Trump en la figura de su vicepresidente Mike Pence. Sus principales prioridades políticas son las cuestiones sociales, en las que mantienen en gran medida las posiciones de la centroderecha moderada de hace una generación, pero que han perdido gran parte de su apoyo en la mayoría de los países occidentales. A pesar de ser calificados en ocasiones como autoritarios, sería más exacto decir que están a favor de un modelo de gobernanza democrática que sea mayoritario y garantice un poder ejecutivo fuerte. 

Casi todos los políticos de derecha pueden encajar en uno de estos cuatro grupos, y pueden apelar a miembros de los otros grupos para formar una coalición de gobierno. Saber exactamente a qué categoría pertenece un líder es clave para predecir qué posicionamientos políticos pueden adoptar al asumir el cargo y, en particular, qué enfoque dará a las relaciones y a la política exterior. 

La ola conservadora y las relaciones internacionales

¿Cómo se sitúa cada uno de estos grupos en los asuntos internacionales? De todos ellos, tal vez el grupo más fácil de clasificar es la derecha libertariana que, de las cuatro categorías, es la que expresa un apoyo más claro a las potencias occidentales, incluyendo aquí a las instituciones multilaterales occidentales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Mundial del Comercio (OMC). Por ejemplo, inmediatamente después de su elección como presidente de Argentina, Javier Milei voló a Washington DC para reunirse con miembros de la Administración Biden y altos funcionarios del FMI, donde se comprometió a alinearse con los valores occidentales. La tónica general es que los miembros de la derecha libertariana expresan poco afecto por Rusia y menos aún por las autoritarias China e Irán. 

En el otro extremo del espectro, encontramos una imagen bastante diferente con el caso de los autoritarios nacionalistas. Si bien es cierto que en algunas ocasiones pueden llegar a simpatizar con los gobiernos occidentales cuando esto favorece sus objetivos estratégicos ‒el actual gobierno de Modi en India es un buen ejemplo de ello‒, se trata de una alianza por conveniencia, y nunca por convicción, ya que estos gobiernos presentan un desafío intrínseco al orden internacional liberal; tienen fines y objetivos que colisionan con las normas internacionales, como la soberanía de los estados nacionales, el respeto de los derechos humanos o la igualdad de trato de las minorías dentro de sus fronteras. La violación de tales principios les hace entrar en conflicto directo con instituciones multilaterales como las Naciones Unidas, grupos de la sociedad civil global y algunos estados occidentales en particular ‒por ejemplo, llevando a cabo asesinatos de disidentes en suelo extranjero, como ha sido el caso de Rusia en Gran Bretaña, o supuestamente de India en Canadá‒. Aunque los gobiernos occidentales pueden pasar por alto este tipo de violaciones por motivos diplomáticos, esto genera un conflicto inherente con la sociedad civil nacional, con el respeto a los derechos humanos o con los grupos de oposición exiliados, cuya influencia política hace que Occidente sea un socio poco fiable para dichos gobiernos. Por el contrario, líderes como Vladimir Putin, Narendra Modi o Benjamin Netanyahu comparten entre sí una visión civilizacional de la pertenencia y el propósito nacional, así como la creencia en la primacía del interés nacional sobre los derechos humanos individuales. 

La cuestión resulta más compleja en lo que concierne al posicionamiento de los dos movimientos de derecha restantes, a saber, los ultraconservadores y los populistas nativistas. De estos dos grupos, tal vez sean los ultraconservadores los más incomprendidos en relación con su lealtad geopolítica. A pesar de que partidos como Hermanos de Italia o el PiS en Polonia tienen puntos de vista sobre los derechos de las personas transgénero, la adopción de homosexuales o el aborto que no coinciden con el consenso progresista existente en otras partes de Occidente, estos líderes muestran pocos signos de simpatía con sus homólogos en Moscú y en otros países. Comparten más bien la preferencia general de los conservadores por un vínculo transatlántico fuerte, la pertenencia a la OTAN y la oposición a la influencia regional de China y Rusia. Por ejemplo, el nombramiento de Giorgia Meloni como primera ministra italiana despertó el temor de que la presencia de su liderazgo de extrema derecha al frente de uno de los estados miembros fundadores de la UE socavaría la unidad y la determinación política del continente. Sin embargo, este punto de vista obviaba el hecho de que Hermanos de Italia había surgido de la fusión de la derecha posfascista con el bloque demócrata cristiano de Italia, que mantiene una larga tradición atlantista. Esto la llevó a expresar un claro apoyo a la prestación de asistencia económica, diplomática y militar del Gobierno de Draghi a Kiev, en contraste con las opiniones expresadas por su homólogo en el sector populista y nativista, Matteo Salvini, líder de la Liga.

Este contraste pone de relieve el hecho de que existe, en cuestión de política exterior, una diferencia de posicionamiento entre ultraconservadores y populistas nativistas, ya que estos últimos ‒en los que se incluyen no solo a Salvini sino también a Orbán, Trump o Erdogan‒, carecen de lealtad en los asuntos internacionales y adoptan en este ámbito un espíritu meramente transaccionalista. Esto lleva a etiquetar a estos políticos como prorusos por negarse a respaldar la ayuda incondicional a Ucrania, o a sugerir la apertura de un diálogo pacífico con Moscú. Sin embargo, tal descripción les otorga demasiados principios. En realidad, el problema que plantean los populistas nativistas no consiste en que compartan valores con autoritarios extranjeros, sino que carecen por completo de valores. 

Es cierto que este tipo de nativismo supone un desafío para la unidad occidental, pero se trata de un reto que puede resolverse a través de la negociación, y no un punto muerto inabordable en torno a una divergencia fundamental de lealtades. Por lo tanto, cuando un populista como Orbán en Hungría amenaza con bloquear la ayuda europea a Ucrania, no estamos ante una expresión de simpatía por Rusia, sino simplemente ante una estratagema de negociación para obtener concesiones financieras de Bruselas. Dicho de otro modo, los nativistas populistas mantienen una aproximación mercantilista de los asuntos internacionales, y esto se extiende al trato con sus propios aliados. 

Por supuesto, lo mismo podemos decir del trato que brindan a sus rivales. Como presidente de EEUU, Donald Trump puede haber colmado de elogios a los líderes autoritarios, celebrando cumbres bilaterales con Putin, Xi Jinping y, lo más notorio, con el líder norcoreano Kim Jong Un. Sin embargo, ninguno de estos líderes obtuvo concesiones políticas y, en última instancia, se enfrentaron a sanciones y presiones aún más estrictas, al igual que los regímenes autoritarios en otras partes del mundo, como Venezuela, Cuba o Irán. 

Implicaciones para el futuro

De las cuatro categorías de movilización de la derecha, por tanto, el populismo nativista es el único que representa un desafío futuro real para la unidad democrática occidental. La candidatura presidencial de Trump para este año y la de Le Pen para las próximas elecciones generales francesas en 2027 podrían conceder a estos políticos un cargo ejecutivo en países clave del G7. Mientras tanto, el tipo de toma de decisiones basado en el consenso por el que se rige la UE y el potencial número de actores con capacidad de veto, abre el riesgo adicional de que múltiples líderes nativistas en estados miembros más pequeños, como los Países Bajos, Austria, Finlandia o Dinamarca, puedan formar coaliciones de bloqueo en asuntos como la futura ayuda a Ucrania, el endurecimiento de las sanciones a Rusia o una respuesta europea unida a los nuevos desafíos de las grandes potencias autoritarias. 

El grado de amenaza real que esto representa, sin embargo, está todavía por ver. Por un lado, es cierto que reduce claramente la capacidad de los aliados occidentales para lograr una unidad en lo que respecta a las sanciones, la ayuda financiera y militar, la ampliación de la UE o la OTAN. Sin embargo, precisamente porque los nativistas son transaccionales en lugar de ideológicos, existe siempre la posibilidad de negociación, como vimos en el caso de uno de los aliados de la derecha populista europea más cercanos a Putin, el presidente serbio Aleksandar Vučić, que acabó accediendo a suministrar armas a Kiev. Si esto sucede en Europa, aun es menos probable que Rusia pueda esperar mayor lealtad de los nativistas en otras partes del mundo.

Además, el cinismo transaccional de los líderes populistas también los hace sensibles a los cambios en la opinión pública y, en relación con la política exterior, el cambio más importante ha sido el rechazo casi unánime de Rusia y otras potencias autoritarias. Si dejamos a un lado unos cuantos países de Europa del Este, lo cierto es que la defensa de un reforzamiento de estas potencias autoritarias frente a los aliados tradicionales de la OTAN cosecha muy pocos votos. En Europa Occidental, los partidos de extrema derecha que alguna vez flirtearon con un respaldo financiero por parte del Kremlin ‒como el Reagrupamiento Nacional (RN) en Francia, la Liga en Italia o el Partido de la Libertad (FPÖ) en Austria‒, luchan por dejar atrás este legado y el daño que ha causado a su credibilidad y atractivo electoral. Todos recorren ahora una línea tortuosa de ambigüedad y autocontradicción en su política hacia Ucrania y Rusia, conscientes de la profunda simpatía del público por Kiev y su disgusto con Moscú. 

Por estas razones, el análisis de este artículo sugiere que la amenaza de los partidos de extrema derecha está probablemente sobreestimada. No parece justificado afirmar que sus partidarios sientan afinidad por la política exterior rusa o por su presidente Vladimir Putin y, en cambio, hay buenas razones para afirmar que mantienen actitudes prooccidentales, incluido el apoyo a la Unión Europea y a la alianza transatlántica. La invasión rusa de Ucrania ha marginado cualquier apoyo residual que el país pudiera tener en el electorado occidental, incluso entre votantes de partidos de extrema derecha. Mientras tanto, muchos sectores de la derecha ascendente, incluidas sus facciones libertariana y conservadora, siguen favoreciendo la participación en la alianza occidental, en lugar de flirtear con regímenes autoritarios. Por todo ello cabe concluir que, al menos en un futuro inminente, las democracias occidentales podrán sobrevivir al auge de las extremas derechas. 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 

Sputnik, «Russia Has Emerged as an International Conservative Leader - Academic». Sputnik International (2 de setiembre de 2023) (en línea) https://sputnikglobe.com/20181020/russia-eu-us-conservatism-1069040138.html
 

Notas:

1-  Véase Sputnik (2023).

2- N. del Ed.: surgida presumiblemente en el contexto de la Guerra Civil española, la expresión quinta columna hace referencia a individuos o grupos que medran desde dentro de uno de los dos bandos de una contienda bélica en favor del enemigo, por ejemplo, saboteando infraestructuras o en tareas de espionaje y desinformación. 

 

Imagen: © Pedro Ribeiro Simões