Apuntes | Un nuevo ciclo para la extrema derecha europea: más fragmentación, más visibilidad

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Publication date: 09/2024
Author:
Carme Colomina, investigadora sénior y editora, CIDOB
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La transición de poder en la Unión Europea ha sido complicada. La nueva legislatura 2024-2029 echa a andar con un centro político cada vez más estrecho, un Parlamento Europeo más dividido y derechizado, y con un motor francoalemán claramente debilitado y tan falto de sintonía que, recuperando viejas fórmulas, ha vuelto a recurrir al triángulo de Weimar y a las dotes mediadoras del primer ministro polaco, Donald Tusk, para reforzar consensos. 

El nuevo ciclo político ve afianzados la presencia y el poder de la extrema derecha en las instituciones europeas, fortalecida electoralmente, sobre todo ‒aunque no exclusivamente‒, en los países fundadores de la Unión, como Alemania, Francia, Italia, Bélgica o los Países Bajos, y que además, se ha impuesto como ganadora de las elecciones europeas en Austria y Eslovenia.

En una legislatura marcada por el futuro de Ucrania, la prometida ampliación de la UE y la pinza geopolítica entre Estados Unidos y China, que atenaza la voluntad de autonomía estratégica europea, la UE tiene, sin embargo, el primero de sus desafíos en el mismo corazón de las instituciones comunitarias. La aceleración de la confrontación política que ya marcó la legislatura anterior se amplía ahora a un reequilibrio de fuerzas, que va más allá de la composición de la Eurocámara. La derecha radical ha ganado espacios y representatividad en el triángulo institucional. 

Con el Parlamento Europeo todavía reagrupándose la primera señal de desafío surgió del Consejo. La capacidad que ha demostrado el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, de marcar la agenda política comunitaria, y sus esfuerzos para llegar a armar una minoría de bloqueo capaz de influir en la toma de decisiones de los Veintisiete, demuestran que esta será una legislatura de consensos más difíciles. Por un lado, Orbán aprovechó sus funciones como presidente de turno de la Unión para desafiar los tratados con su tour diplomático a Kíev, Moscú y Beijing para una supuesta negociación de paz en Ucrania que el propio Consejo calificó de abuso de sus funciones como presidente rotatorio. Por otro lado, el primer ministro de Hungría y líder de Fidesz consiguió también ganarle el pulso a su homóloga italiana, Giorgia Meloni, por el liderazgo de la extrema derecha, desbancando a la familia política de los Conservadores y Reformistas y afianzándose como el tercer mayor grupo de la Eurocámara, tras Populares y Socialistas, y por delante de los Liberales de un Emmanuel Macron empequeñecido. 

Sin embargo, una vez más, la fuerza de la derecha ultra se divide. Los 187 eurodiputados que se disputan el espacio a la derecha del grupo del Partido Popular Europeo en la Eurocámara conforman tres grupos distintos: la Europa del desafío institucional, liderada por Orbán y Le Pen, con su nueva familia de Patriotas, que incluye a VOX y a la extrema derecha neerlandesa, entre otros; el neofascismo vestido de pragmatismo atlantista de Meloni y su grupo de Conservadores y Reformistas; y el fascismo desacomplejado de Alternativa para Alemania (AfD), que conjunta las piezas restantes en un tercer grupo llamado Europa de las Naciones Soberanas. 

A pesar de esta heterogeneidad radical y de este proceso de recomposición de fuerzas, estamos ante un movimiento estructurado, que comparte método, ideología, análisis de datos y estrategias de comunicación, y que ha sabido construir una tupida red transnacional de extrema derecha que le garantiza alianzas, financiación y presencia mediática, y que está cambiando las reglas del juego político en la Unión Europea. El fortalecimiento de la derecha radical populista plantea un desafío importante para la integración europea.

Disensión y debilidad democrática

Las dos dimensiones tradicionales que han guiado décadas de construcción europea, integración y ampliación topan, cada vez con más contundencia con un tercer factor clave que atraviesa todo el proceso: la legitimación. Esta UE, que se ha reforzado en competencias y en capacidad de supervisión sobre sus estados miembros; que ha crecido en número y se plantea adhesiones futuras ‒con la mirada puesta en Ucrania, Moldova y los Balcanes Occidentales‒ ha visto como se debilitaba, en cambio, su apoyo democrático. El crecimiento electoral del euroescepticismo ha empequeñecido el «consenso permisivo» que, durante décadas, garantizó el apoyo tácito de la ciudadanía al proceso de integración europea, sustituido ahora por un llamado «disenso restrictivo». No se trata solo de una impugnación a la elevación de competencias a Bruselas o la multiplicación de propuestas de renacionalización, sino también de una transformación de los mecanismos internos de solidaridad, y un aumento de la contestación y la polarización política

Estamos ante una UE más fuerte en competencias, bajo el dictado intergubernamental de unas democracias europeas más débiles. La Unión Europea también es víctima de las flaquezas democráticas de sus estados miembros. 

La extrema derecha forma parte, en el momento de escribir estas líneas, de siete gobiernos europeos, entre ellos los ejecutivos de coalición de Italia, Finlandia, República Checa, Croacia y Países Bajos. En Portugal y Eslovaquia, la extrema derecha aumentó significativamente su porcentaje de votos en las recientes elecciones nacionales. Por su parte, Reagrupamiento Nacional (RN), la formación de Marine Le Pen, ha emergido como la primera fuerza del Parlamento Europeo en número de escaños y como la principal candidata a batir en las presidenciales francesas de 2027. Aunque la extrema derecha de Le Pen haya constatado los límites ‒momentáneos‒ de su reconversión vestida de agenda social, la fuerza parlamentaria del lepenismo en la Asamblea Nacional francesa y en la Eurocámara ha alcanzado cotas históricas. Su base electoral se ha ampliado entre las mujeres, los trabajadores cualificados y los pensionistas, y ha pasado de ser un voto de castigo a recoger un voto de confianza. Insuficiente, pero indiscutiblemente fuerte. En 2012 los de Le Pen entraron a la Asamblea francesa con solo dos escaños. El pasado 7 de julio de 2024 llegaron a 143 en las elecciones legislativas avanzadas.

Por su parte, Alternativa para Alemania (AfD) consiguió quedar en segundo lugar, por delante del SPD y los Verdes, en las elecciones europeas, a pesar de las investigaciones abiertas contra su principal candidato, Maximilian Krah, por posibles sobornos y presuntos pagos de Rusia. 

Los partidos de extrema derecha se han integrado y normalizado en gran medida en la política nacional de la mayoría de los estados miembros, y su verdadera capacidad de influencia ha residido, hasta ahora, en su poder para influir en las propuestas políticas de los partidos tradicionales. 

El impacto político de la imprevisibilidad

La Europa de la policrisis ha ido normalizando los discursos radicales; pero también el deterioro de las clases medias y la sensación de una pérdida de oportunidades y de falta de confianza en el futuro que ha abocado a los más jóvenes al pesimismo, y a los partidos tradicionales a una acelerada disminución de su influencia. 

Los esfuerzos económicos de los últimos años se han destinado a las urgencias, desde la pandemia al apoyo a Ucrania, mientras las tasas de crecimiento de muchas regiones europeas, especialmente del centro y el este del continente, han quedado renqueantes. Hay una Europa en riesgo real de quedar rezagada. El impacto de las distintas crisis ‒económicas, de seguridad, sanitarias, climáticas o migratorias‒ que han atravesado el continente desde hace más de una década han configurado distintas identidades políticas y alimentado los miedos que movilizan parte del voto europeo. 

Por eso, durante las legislativas francesas, Reagrupamiento Nacional (RN) centró su campaña en el encarecimiento del costo de la vida y la necesidad de subir el salario mínimo. Y la reelegida presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, prometió en su discurso de investidura ante el hemiciclo de Estrasburgo un «plan europeo de vivienda asequible». Múltiples crisis y una profunda erosión política e institucional han llevado a la tardía conclusión que la integración social no es una consecuencia automática de la integración por el mercado. Hay un déficit europeo de justicia social, que la extrema derecha pretende resolver desde la exclusión de determinados colectivos.

El acuerdo sobre el pacto migratorio europeo ‒claro ejemplo de imitación de las agendas de extrema derecha, para obstaculizar y reducir el derecho de asilo en función del control migratorio‒, que debería empezar a desplegarse en esta legislatura, empieza también cuestionado de inicio. Quince estados miembros, encabezados por Dinamarca y la República Checa, además de Italia, Austria, Polonia, Grecia, los países bálticos, Malta y Bulgaria, han solicitado la reapertura del texto del Pacto para endurecer los procedimientos de devolución a los llamados Tercer País Seguro.

En este mismo contexto, la promesa de ampliación de la Unión, la Agenda Verde y el liderazgo europeo en la lucha contra el cambio climático pueden verse cuestionados por los nuevos equilibrios políticos. Aunque la mayoría del centro político que ha apoyado la continuidad de von der Leyen se mantiene, aumenta también el grado de imprevisibilidad en la Eurocámara a la vez que se encarece el consenso entre los estados miembros. 

Empieza un ciclo político marcado por una emergente Europa de la Defensa, pero, sobre todo, por una Europa más defensiva bajo influencia de la derecha radical. Ante la acumulación de desafíos ‒guerra en Ucrania y en Oriente Próximo, cambio climático, un posible regreso de Donald Trump en EEUU, y el riesgo de declive económico europeo‒ la necesidad de soluciones colectivas puede entrar en colisión con la proliferación de agendas obstruccionistas.