El activismo social entre la globalización y el municipalismo

Nota Internacional CIDOB 168
Publication date: 03/2017
Author:
Joan Subirats, Catedrático de Ciencia Política, Universitat Autònoma de Barcelona e investigador sénior asociado, CIDOB.
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“Si usted cree que es un ciudadano del mundo (…), usted no es ciudadano de ninguna parte” afirmó la primera ministra británica, Theresa May, en octubre de 2016. Ese mismo mes, se llevó a cabo el congreso Habitat III, organizado por Naciones Unidas en Quito. Un congreso global sobre lo local. En estos últimos meses se está discutiendo mucho sobre lo global, lo nacional-estatal, y también lo local. Se contrapone la identidad nacional a la dimensión global de muchos problemas, y al mismo tiempo emerge un nuevo municipalismo que reclama una posición propia y autónoma en la estructura de gobiernos multinivel. Los movimientos sociales y los nuevos partidos que van afianzándose aquí y allí pugnan por representar esos distintos planteamientos y las distintas pulsiones emocionales que entran en juego cuando se contraponen la necesidad de protección de unos a las exigencias globales de justicia o de sostenibilidad ambiental de otros.

Lo cierto es que en Quito se constató algo que algunos estudiosos (Barber, 2013) ya habían puesto de relieve: lo local tiene una gran dimensión global. En efecto, a diferencia de las instituciones, tradiciones y culturas políticas nacionales que siguen siendo muy diversificadas, la agenda local (movilidad, contaminación, vivienda, energía, agua, espacio público, etc.) muestra grandes similitudes en cualquier rincón del mundo. La presencia de los movimientos sociales en Quito fue, en este sentido, muy significativa, articulando las distintas propuestas relativas a estos aspectos clave de la vida en las ciudades (en las que vive más del 50% de la población mundial) en el concepto de “derecho a la ciudad” (de larga tradición desde la obra seminal de Lefebvre, 1968). La “Declaración Final” de Habitat III recogió esa reivindicación en su formulación, venciendo así la resistencia que al respecto habían puesto de manifiesto distintos países.

Al mismo tiempo, sabemos desde hace años que el Estado-nación ya no es el único espacio en el que los movimientos sociales actúan y plantean sus reivindicaciones o expresan sus desacuerdos (Della Porta-Tarrow, 2005). Ello es debido a muchos factores, externos a los propios países (temas transnacionales como los retos ambientales, el terrorismo global, los grandes movimientos de población por razones de conflictos armados, económicas o humanitarias, etc.) o surgidos de su interior, al constatar la dificultad de plantear salidas estrictamente nacionales ante los impactos de la globalización mercantil. No es pues extraño que, a medida que la globalización económica ha ido progresando y el llamado “gobierno multinivel” (multilevel government) se ha ido densificando, avanzara asimismo la articulación de los movimientos sociales a escala global.

Lo que observamos a principios del siglo XXI es una creciente capacidad de establecer contactos, de facilitar la difusión de ideas, de combinar las reivindicaciones y temáticas locales o nacionales con las de carácter global, con un énfasis especial en los temas ambientales y en la defensa de los derechos civiles y políticos básicos. La aparición en México de los zapatistas en 1994 supuso un aldabonazo al ejemplificar lo que era un movimiento de resistencia y de alternativa en un rincón del mundo, con la capacidad de plantear un relato que tenía dimensiones globales. Seattle, la gran movilización mundial contra la guerra de Irak, el Foro Social Mundial, Génova, etc., son momentos en los que esa presencia civil y social en la política global se puso claramente de manifiesto.

Si bien la literatura de movimientos sociales ha ido construyendo la teoría sobre los ciclos de movilizaciones (aludiendo a periodos en los que se manifiestan ciertos cambios de sentido en sus reivindicaciones, en sus formatos de acción, e incluso, en cómo se definen a sí mismos), no creo que esa descripción siga teniendo sentido hoy día. Lo que algunos han llamado nuevos movimientos sociales o nuevos movimientos globales (Calle, 2005) muestran maneras más estables de relación y articulación, y convergen en escenarios o conflictos locales de manera constante. Sin duda, el cambio tecnológico ha ayudado enormemente a ello, facilitando vías de contacto mucho más informales pero al mismo tiempo fiables, lógicas de relación más horizontales, dinámicas de multipertenencia y periodos de latencia. Todo ello, sin embargo, no ha mermado la capacidad de presencia y de influencia (Subirats et alt., 2015) de esos movimientos. Pero también ha sido importante la convicción que muchas de las problemáticas a las que se alude, no pueden tener respuesta eficaz solo en un marco nacional-estatal. 

Redes de activismo global

Mientras la dinámica internacional exclusivamente basada en las relaciones entre estados-nación iba mostrando sus límites, la propia evolución política global y en cada país expresaba un creciente malestar sobre el funcionamiento y la calidad de las democracias realmente existentes. Buena prueba de ello la encontramos en el notable volumen de literatura dedicada a la llamada “desafección democrática” o el reconocimiento expreso que se hace del tema en el Libro Blanco de la Gobernanza Europea del año 2001. No es pues extraño que las cumbres internacionales de todo tipo fueran dedicando espacios a la “sociedad civil”, incorporando ONG, movimientos sociales, colectivos de defensa de derechos, etc., actuando muchas veces bajo la forma de redes transnacionales. Los movimientos sociales expresan así su convicción de que ellos defienden igual o mejor que cualquier otro actor (sea éste institucional o no) los intereses generales, el bien común. No siempre queda claro en qué consiste el interés general en temas que trascienden las fronteras nacionales. Pero es precisamente la interpelación a una opinión pública global, a una base electoral (constituency) mundial, la que permite presentar problemáticas que en cada país pueden conocer desarrollos distintos, si bien no se les puede negar su relevancia general. Y en este sentido estos movimientos sociales pueden, de manera complementaria, defender tanto alternativas concretas de actuación ante problemas específicos como tratar de situar en la agenda cuestiones que los actores institucionales no se plantean o que prefieren ignorar o aplazar.

Observamos pues un creciente esfuerzo por conceptualizar o definir de manera autónoma situaciones de carácter global o regional que permitan distintas perspectivas analíticas. Resulta imprescindible para esos actores o para esa red transnacional presentar el tema de manera que demuestre su importancia, la urgencia para ser atendido y la existencia de soluciones factibles a corto y medio plazo. El núcleo de la cuestión se sitúa pues en la construcción de marcos analíticos (frames) que permitan ampliar las alianzas, acotar el territorio de conflicto, identificar los temas clave y construir las alianzas necesarias para conseguir avances. En este sentido, resulta esencial el esfuerzo cognitivo y analítico previo que permita enmarcar la problemática y situar los puntos clave de conflicto. Es interesante ver cómo conceptos como “justicia climática”, “justicia de género”, “soberanía alimentaria”, “soberanía tecnológica”, se han ido construyendo y utilizando.

La labor de diseminación e información resulta, a partir de aquí, esencial, pues lo que se pretende es influir en la opinión pública global, mezclando canales científicos con canales convencionales y con los nuevos y potentes escenarios de las redes sociales. En este sentido, la definición de momentos concretos de movilización a escala global puede resultar imprescindible. Lógicamente, no será lo mismo actuar en países que no presentan restricciones significativas a la acción política de tales movimientos u organizaciones, que en otros países donde esas restricciones imperan. La actual configuración de los medios de comunicación y la ya mencionada facilidad de uso de las redes sociales permiten tener efectos de mucha mayor intensidad que años atrás. Precisamente, los nuevos formatos de acción global han ido adoptando configuraciones de redes transnacionales. Y las redes, como sabemos, parten de la premisa de la interdependencia, de la necesidad de la continuidad en los contactos y las acciones, y en un funcionamiento basado más en la confianza y en la existencia de objetivos conjuntos que en las reglas de la jerarquía o la hegemonía de unos sobre otros.

Los objetivos pueden ser coyunturales y específicos y, por tanto, predominan la flexibilidad y los formatos de institucionalidad débil para cada campaña o momento específico. Pero no olvidemos que es precisamente en esos contextos cuando se van generando lazos de confianza y se construyen las bases para futuras colaboraciones. 

Activismo global y representación política

Un debate que está constantemente presente en este escenario es el de la representación política. ¿A quién representan estos movimientos globales? ¿Pueden contraponer su legitimidad a la legalidad y legitimidad de los actores institucionales de cada país? Como decía hace poco Dani Rodrik (Rodrik, 2017), el comentario de Theresa May, citado al principio, muestra la creciente lejanía de la élite financiera, política y tecnocrática del mundo en relación con sus conciudadanos. Y así, no es sorprendente que, de manera evidente, esa distancia se manifieste en las recientes elecciones y los referendos celebrados en distintas partes del mundo en los que los resultados finales han acabado siendo muy distintos de lo que se entendía como “razonable” por parte de las élites bien pensantes, los medios de comunicación más acreditados y buena parte de la opinión pública.

Los ciudadanos son representados a escala local y nacional, pero no tienen presencia efectiva en espacios transnacionales (si excluimos el Parlamento Europeo y su limitado rol institucional). No existe un espacio de ciudadanía global en el que se definan dinámicas representativas y de rendición de cuentas. Esas dinámicas son nacionales y, por consiguiente, ante la sensación de desprotección creciente de muchos sectores sociales frente al cambio tecnológico y la globalización financiera, las personas buscan en la esfera nacional el sentido de pertenencia y de refugio. Y ello empuja a percibir como contradictorios los intereses de los “de casa” en relación a los “de fuera”.

En este escenario, los movimientos sociales progresistas y transformadores siguen jugando un papel cosmopolita, tratando de articular lo local y lo global, manteniendo el reto de articular los desafíos del cambio climático y una nueva concepción del desarrollo, la necesidad de democratizar y politizar el cambio tecnológico en relación con las grandes corporaciones y, al mismo tiempo, presentando una agenda muy consistente de justicia social y de solidaridad inclusiva a escala transnacional. Sin renunciar por ello a enraizar esos debates y retos a escala local.

Si uno observa el escenario político en los distintos continentes, constata un creciente peso de las dinámicas nacionales, expresadas en el surgimiento o en el reforzamiento de opciones conservadoras en lo económico, nacionalistas en la defensa de las condiciones de vida de sus condiciones de vida frente a los extranjeros (nacidos o no en el país) y muy reticentes a las dinámicas de globalización y de defensa de una agenda transnacional. Las fuerzas de izquierda son, en este sentido, más globalizadoras y cosmopolitas que las de derecha, cuando precisamente la lógica mercantilizadora global haría suponer lo contrario.

En los países en que los movimientos sociales han sabido convertirse en la expresión de los que viven peor los efectos de la crisis económica, del cambio tecnológico y de las dinámicas de globalización financiera, de la segregación y violencia contra las mujeres, ha resultado mayor la contención ante los avances de las pulsiones más radicales del nacionalismo xenófobo. Y en ese sentido, podríamos decir que salen reforzados aquellas organizaciones y movimientos que entroncan los efectos locales y específicos de la gran transformación que nos afecta en las dinámicas globales, evitando culpabilizar a los inmigrantes y asilados del deterioro de las condiciones de vida.

La capacidad de los nuevos movimientos sociales, surgidos de los iniciales procesos de antiglobalización, ha acabado convirtiéndolos en algunos países en representativos de las inquietudes y preocupaciones de un significativo grupo de ciudadanos que encuentra en ellos, al mismo tiempo, respuestas a las problemáticas locales y capacidad de conexión con la agenda global (véase el caso de los refugiados o las reacciones a la elección de Trump). En este sentido, ello contrasta con muchas ONG que han quedado atrapadas en lógicas más de prestación de servicios, involucradas en procesos de “responsabilidad social corporativa” y perdiendo peso en la capacidad de leer el escenario y canalizar la creciente politización que la situación genera. 

Globalización y localismo

La movilización generada en los últimos años contra la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP)es una muestra de cómo se han tratado de articular escenarios locales y nacionales con las dinámicas globales. Han sido muchos los movimientos en todo el mundo que han protagonizado acciones al respecto, con procesos similares. La reciente votación del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá (CETA) en el Parlamento Europeo ha puesto de relieve hasta qué punto es complicada la situación. Por un lado, conservadores, liberales y una parte de los socialistas, votaron a favor del acuerdo comercial con Canadá. Por otro, los partidos de extrema derecha nacionalista votaban en contra pero también lo hacían partidos y formaciones de izquierda. La acusación que recibieron estos últimos fue la de que sus posiciones acababan coincidiendo con las formaciones más nacionalistas y xenófobas. Pero, ¿es así?

Desde mi punto de vista, la coincidencia en el voto contra el tratado no muestra una real convergencia de objetivos. Existe una misma preocupación -siendo generosos- en torno a cómo responder a las inquietudes de desprotección que el movimiento globalizador y de liberalización comercial genera, con la consiguiente pérdida de control de sus efectos en cada país. Pero, en cambio, lo que en el caso de la extrema derecha acaba convirtiéndose en lógicas autárquicas, de reforzamiento del estatalismo xenófobo, en el caso de las posiciones de izquierda observo (probablemente de manera sesgada) posiciones que muestran la necesidad de encontrar otras lecturas del proceso globalizador que consigan extender derechos básicos, condiciones de trabajo dignas en cualquier lugar y límites a la capacidad de las empresas y corporaciones a imponer sus criterios por encima de condiciones de trabajo y de vida dignas.

Si en la lectura más propia de la derecha reaccionaria, coinciden antiglobalización y nacionalismo rancio, en el caso de la izquierda transformadora encuentro defensa de las condiciones locales de vida, voluntad de dignificación global y solidaridad entre personas y colectivos atrapados en la precariedad y la creciente desigualdad. Pero es evidente que la coincidencia en el voto confunde más que aclara estos aspectos que diferencian sustantivamente las razones de tal elección.

No creo que pueda llegar a conclusiones al respecto. La situación en cada país es muy distinta y responde a dinámicas propias. Pero, como decía al principio en relación a las ciudades, la naturaleza de los problemas es similar y la necesidad de encontrar respuestas innovadoras y de reforzamiento comunitario frente a la creciente desprotección supera las diferencias de sistema institucional de gobierno (“polity”). Los movimientos sociales van entendiendo que su fuerza está en convertirse en la voz y la expresión de los que no tiene voz (voiceless) a escala local y global. Han ido surgiendo nuevos relatos, nuevos marcos analíticos (frames) que van en esa línea y que combinan exigencia local con exigencia global, transparencia en las dinámicas de poderes locales y transparencia en las que se dan a escala global. Las redes ayudan a ello y aumentan por tanto la capacidad de trabajar en sintonías paralelas.

 

 

Referencias

 

Barber, Benjamin. If Mayors Ruled the World. Dysfunctional Nations, Rising Cities. New Haven: Yale University Press.2013 

Calle, Ángel. Nuevos movimientos globales. Madrid: Editorial Popular. 2005 

Della Porta, Donatella -Tarrow, Sidney (eds.). Transnational Protest and Global Activism. Oxford: Rowman and Littlefield. 2005 

Lefebvre, Henri. Le Droit à la Ville. Paris: Anthropos. 1968 

Rodrik, Dani. “Global Citizens, National Shirkers”, en Project Syndicate, 2017  

Smith, Jackie, Plummer, Samantha, & Hughes, Melanie M. Transnational social movements and changing organizational fields in the late twentieth and early twenty‐first centuries. Global Networks, 17(1), 3-22, 2017

Subirats, Joan (ed.). Ya nada será lo mismo. Los efectos del cambio tecnológico en la política, los partidos y el activismo juvenil, Publicado por el Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud, Madrid, 2015. Disponible en pdf: http://adolescenciayjuventud.org/es/publicaciones/monografias-y-estudios/item/ya-nada-sera-lo-mismo

 

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012