Samia Suluhu

La muerte, por causas naturales pero en circunstancias dudosas, del presidente John Magufuli el 17 de marzo de 2021 elevó dos días después a la jefatura del Estado tanzano a Samia Suluhu Hassan, la vicepresidenta desde 2015. La desaparición de Magufuli, polémico máximo exponente del negacionismo de la COVID-19 en la escena internacional, y su reemplazo por Suluhu, primera presidenta de Tanzania y una de las escasas mujeres con responsabilidades de gobierno en el continente, vuelve a poner bajo foco a este país del este de África tras un año de profunda heterodoxia oficial sobre las medidas para luchar contra la pandemia, su naturaleza o su misma existencia.

Aunque considerada una responsable política intachablemente leal al estadista fallecido -que ella describe como su "mentor"- y al partido socialista en el poder, el Chama Cha Mapinduzi (CCM), el marcado contraste de sus respectivas personalidades y estilos invita a especular con un cambio de estrategia de las autoridades de Dodoma frente al coronavirus. Eso aproximaría a Tanzania, país de 60 millones de habitantes, al enfoque más o menos consensuado en la escena global y en consonancia con los criterios de la OMS. Una señal del viraje hacia la racionalidad sería sin duda que Suluhu y sus ministros empezaran a llevar la mascarilla, por el momento invisible en Tanzania, que no las fabrica y se niega a importarlas. En el funeral de Estado de Magufuli, celebrado el 22 de marzo, a los únicos que pudo verse con el cubrebocas fueron los presidentes africanos asistentes al sepelio.

Las expectativas de posibles cambios alcanzan también el rumbo del sistema político, formalmente democrático en los márgenes que define el predominio absoluto del CCM (uno de los partidos hegemónicos más antiguos del mundo dentro de un marco pluralista), pero en los últimos tiempos sumido en una preocupante regresión autoritaria. Suluhu no es una presidenta interina o de transición: tiene por delante más de cuatro años de mandato constitucional, hasta completar el segundo ejercicio electoral de Magufuli en noviembre de 2025. Es tiempo más que suficiente para imprimir un carácter a la Presidencia y definir un estilo de gobierno, máxime porque esta nación de desarrollo bajo vive una grave crisis sanitaria que las consignas meramente ideológicas ya no pueden ocultar, y porque Suluhu dispone de plenos poderes ejecutivos, a los que se supeditan el Gabinete y el primer ministro, Kassim Majaliwa. Por el momento, la nueva presidenta se ha limitado a urgir a sus paisanos a la unidad con laconismo conciliador: "Es tiempo de enterrar nuestras diferencias y de ser uno como nación. No es el momento de señalar con el dedo, sino de tomarnos las manos y de avanzar juntos", dijo en su toma de posesión. Este simple mensaje ya se aparta del tono exaltado y polarizador de su predecesor.

Además de la primera mujer, Suluhu se trata también del primer presidente tanzano nacido en Zanzíbar, el archipiélago que en 1964 formó con Tanganica la República Unida de Tanzania y goza de autonomía regional desde entonces. El designado por ella para sucederla en la Vicepresidencia, Philip Mpango, es nativo del continente, ya que la Constitución establece que el presidente y el vicepresidente no pueden proceder del mismo territorio de la Unión. Dato añadido, tras Ali Hassan Mwinyi (1985-1995) y Jakaya Kikwete (2005-2015), Suluhu es el tercer presidente musulmán, en un país de mayoría cristiana y caracterizado por la armoniosa convivencia confesional, al socaire de una amplia libertad religiosa. La otra presidenta africana actualmente en ejercicio, Sahle-Work Zewde de Etiopía, tiene solo funciones ceremoniales. En cuanto a la anterior presidenta africana con atribuciones de gobierno, la liberiana Ellen Johnson-Sirleaf (2006-2018), fue un ejemplo de mandato democrático.



UNA SUCESIÓN INESPERADA BAJO EL SIGNO DEL CORONAVIRUS Samia Suluhu es una especialista en desarrollo económico comunitario con una trayectoria de diputada y ministra, tanto en Zanzíbar como en las instituciones estatales. De cara a las elecciones de 2015, quintas de la era multipartidista, Magufuli, con sorpresa, la escogió para componer su fórmula presidencial. Con el 58% de los votos retuvieron el Ejecutivo para el CCM, instalado en el poder desde la independencia de Tanganica en 1961. En octubre de 2020 fueron reelegidos para otro quinquenio con el 84% de los sufragios, porcentaje sin precedentes desde las primeras elecciones libres de 1995. La aplastante victoria de Magufuli fue objetada por el único líder capaz de ejercer una oposición no simbólica, Tundu Lissu, candidato del Partido por la Democracia y el Progreso (CHADEMA), y superviviente en 2017 de un misterioso intento de asesinato con posibles motivaciones políticas. Tras obtener su segundo mandato, Magufuli ordenó arrestos arbitrarios de figuras opositoras y recortó aún más los límites de la libertad de expresión, añadiendo tensiones a una de las sociedades más estables y pacíficas de África.

El carácter y el estilo de la vicepresidenta Suluhu, llamada respetuosamente Mama Samia, no podía ser más diferente del presidente Magufuli, alias Tinga tinga (Bulldozer), apodo adquirido por su dinamismo constructor: si aquella era discreta y serena, de hablar suave y respetuosa de los formalismos, este era impulsivo, siempre deseoso del contacto con las masas, con un vertiente inconformista y transgresora. El presidente podía ser visto como un populista hostil a cualquier crítica y a gusto con la retórica postcolonial del repudio a los países occidentales, pero a la vez gozaba de popularidad por su discurso, plasmado en hechos, del combate radical a la corrupción, el despilfarro de dinero público y el absentismo laboral. En Magufuli, los tics autoritarios e intolerantes, bien patentes en la estigmatización del disidente o en la persecución sistemática de la homosexualidad, se mezclaban con una sincera preocupación por la disciplina de los funcionarios y el trabajo bien hecho. También por la higiene y la salud pública, dando lugar así a una formidable paradoja cuando el 17 de marzo de 2020 Tanzania reportó su primer positivo de SARS-CoV-2, seguido del primer fallecimiento el último día del mes.

La actitud de Magufuli frente a la pandemia marchó contracorriente desde el principio. El combativo presidente negó que la COVID fuera una enfermedad grave, rechazó los criterios de la ciencia (no obstante tratarse él de todo un doctor en Química) y desacreditó la validez de las pruebas diagnósticas porque unos tests de laboratorio efectuados a una cabra, una oveja, una papaya y aceite de motor, anunció para pasmo de la OMS, habían dado "positivo". El Gobierno, si bien pidió a la población que redujera la actividad social y la movilidad por precaución, restringió las reuniones públicas y suspendió temporalmente las clases, no tomó medidas exhaustivas para frenar la propagación y desalentó el uso de mascarillas.

El 8 de mayo la política minimizadora de las autoridades llegó al clímax al interrumpir la divulgación de datos para "no alarmar" innecesariamente a la población: desde entonces, las cifras tanzanas permanecieron congeladas en los 509 contagios confirmados y los 21 fallecimientos. En junio, Magufuli, católico devoto, expuso a las claras su extravagante negacionismo proclamando que el país había quedado "libre" del patógeno "por la gracia de Dios". Resultaba que Tanzania le había ganado la "guerra" a un "demonio" que "no podía vivir en el cuerpo de Cristo" y había sido expulsado por las oraciones de los fieles. Y la victoria sobre el virus era también una victoria sobre "el imperialismo", ya que todo lo relacionado con el tratamiento y prevención de la COVID-19 tenía el cariz de un "complot" occidental.

En enero de 2021 Magufuli previno a los ciudadanos contra las vacunas promovidas "por el hombre blanco", un remedio "peligroso" que no había servido para "curar" enfermedades como el sida, la tuberculosis, la malaria y el cáncer. Oraciones, inhalaciones de vapor y remedios naturales basados en hierbas eran mucho más efectivos que las vacunas y que los mismos Procedimientos Operativos Estándar (SOPs) de la OMS. A principios de febrero, el Gobierno confirmó que Tanzania no contemplaba aceptar vacunas, ni siquiera las gratuitas de la facilidad global COVAX, a las que por su nivel de renta tenía derecho. El 17 de ese mismo mes saltó la noticia del fallecimiento, víctima del coronavirus, de un preboste del régimen, el vicepresidente primero de Zanzíbar y ex ministro jefe regional Seif Sharif Hamad. La causa del óbito del dirigente del archipiélago se sabía porque él mismo había revelado días atrás, en un raro gesto de transparencia, que tenía el virus. A las pocas horas, el Gobierno comunicó el deceso de John Kijazi, el secretario jefe del Gabinete, tras más de dos semanas hospitalizado por una misteriosa dolencia. Las perturbadoras necrológicas de altos cargos, en medio de una oleada de muertes atribuidas a una afección de tipo neumonía, obligaron a Magufuli a rectificar ligeramente.

Así, el 21 de febrero, en un discurso televisado a la nación con motivo de los funerales de Sharif Hamad, el presidente reconoció que Tanzania arrastraba un problema de salud pública, y animó a los ciudadanos a reforzar las precauciones de seguridad y a llevar cubrebocas, pero solo los fabricados localmente, pues los importados no eran de fiar. De paso, convocó a rezar durante tres días para mitigar la "enfermedad respiratoria sin especificar" que se estaba extendiendo por el país. La recomendación por Magufuli de la mascarilla cayó en saco roto porque ni él, ni ninguno de sus subalternos, la vicepresidenta incluida, comenzaron a predicar con el ejemplo. De toda esta vorágine se mantenía alejada la poco mediática Suluhu, pero un giro inesperado de los acontecimientos iba a catapultarla al primer plano.

El 24 de febrero Magufuli inauguró en Dar es Salaam una nueva carretera construida por contratistas chinos. El 27 de febrero tomó juramento al nuevo secretario jefe del Gabinete y luego asistió a un servicio religioso en la capital económica del país, donde reiteró su nueva postura sobre el uso voluntario del cubrebocas, de fabricación nacional o bien hecho por uno mismo en casa. Fue la última vez que se le vio en público. Con el transcurso de los días empezaron a surgir lógicas preguntas sobre el paradero y la condición del presidente. Medios opositores no tardaron en aventar la especie de que Magufuli había contraído del coronavirus y estaba gravemente enfermo. Las especulaciones se dispararon cuando el 10 de marzo un periódico kenyano informó que "un líder africano" estaba siendo tratado de COVID-19 en un hospital de Nairobi. Los oficiales del Gobierno tanzano desmintieron que el presidente estuviera hospitalizado o incapacitado y amenazaron con emprender acciones contra quienes diseminaran "habladurías" e "informaciones falsas".

El misterio en torno a Magufuli se disipó el 17 de marzo con una información trágica. Fue la vicepresidenta Suluhu, ya de noche, la que leyó el comunicado del fallecimiento del mandatario por un paro cardíaco, sobrevenido por la tarde en el instituto clínico de Dar es Salaam donde estaba siendo tratado desde el 6 de marzo. La vicepresidenta no precisó la dolencia que había acabado con la vida de Magufuli a los 61 años -la misma edad de ella-, pero mencionó su historial de arritmia auricular crónica. Suluhu, lista para prestar juramento como presidenta constitucional de la República, anunció un duelo nacional de 14 días.

(Texto actualizado hasta 19 marzo 2021)

Samia Suluhu Hassan nació en Zanzíbar, cuando el país todavía era un protectorado británico gobernado por el sultán local. Hija de un hogar musulmán, la fe de la práctica totalidad de los zanzibaritas, su padre se ganaba la vida como maestro de escuela. Las turbulencias políticas de 1963-1964 -el acceso del archipiélago a la independencia, la subsiguiente revolución republicana y, como colofón, la unión nacional con la vecina Tanganica, dando lugar a Tanzania- acontecieron siendo ella una niña pequeña. Al concluir la educación secundaria en 1977, la joven empezó a trabajar de oficinista en el Ministerio de Planificación y Desarrollo, en aquella época enfrascado en los proyectos socioeconómicos dictados por la Ujamaa, la particular filosofía socialista del presidente Julius Nyerere y el partido gobernante, la Unión Nacional Africana de Tanganica (TANU), renombrado aquel mismo año Partido de la Revolución (Chama Cha Mapinduzi, CCM). A los 18 años la futura dirigente contrajo matrimonio con otro trabajador del Estado, Hafidh Ameir, en su caso funcionario de agricultura; la pareja iba a tener cuatro hijos.

Suluhu tomó clases de Estadística en el Instituto de Administración Financiera de Zanzíbar (ZIZA) y en 1986 se sacó un diploma avanzado en Administración Pública en el Instituto de Gestión Gerencial de Dar es Salaam (actual Universidad Mzumbe), lo que le permitió trasladar su actividad profesional a un proyecto financiado por el Programa Alimentario Mundial. Siempre dispuesta a profundizar su formación académica, entre 1992 y 1994 cursó un posgrado de Economía en la Universidad de Manchester. Su campo de especialidad era el desarrollo económico comunitario. Posteriormente, durante la presidencia republicana de Benjamin Mkapa, Suluhu dirigió la estructura gubernamental que regulaba las actividades de las ONG en Zanzíbar.

En noviembre de 2000 el nuevo presidente de la región autónoma y líder de la rama zanzibarita del CCM, Amani Abeid Karume, nombró a Suluhu ministra de Trabajo, Desarrollo de Género e Infancia de su Gobierno, donde era la única mujer. La promoción le llegó después de hacerse con un escaño en la Cámara de Representantes regional. En 2005 revalidó su mandato legislativo y Karume la confirmó en el Gabinete, pero ahora como titular de la cartera de Turismo, Comercio e Inversiones. En las votaciones generales de octubre de 2010, que brindaron un segundo mandato de cinco años al presidente del Estado, Jakaya Kikwete, Suluhu salió elegida miembro de la Asamblea Nacional, o Bunge, por Makunduchi, su terruño de la isla de Unguja, más conocida popularmente como Zanzíbar (denominación que oficialmente solo corresponde a la ciudad capital isleña y a la región autónoma-archipiélago). Una vez confirmado al frente del Ejecutivo tanzano, Kikwete nombró a la diputada ministra de Estado para Asuntos de la Unión adjunta a la Oficina del Vicepresidente, a la sazón Muhammad Gharib Bilal.

En 2014 Suluhu fue elegida vicepresidenta de la Comisión de Revisión Constitucional, encargada de redactar enmiendas a la Constitución tanzana. Durante las sesiones constituyentes, en ocasiones caldeadas por las acaloradas discusiones entre los comisionados, ella se hizo notar por su carácter calmoso y su rigor procedimental. Meses después, Suluhu añadió a su currículum académico una maestría en Desarrollo Económico Comunitario impartida por la Open University de Tanzania y la Southern New Hampshire University.

En julio de 2015 Suluhu causó sensación al ser seleccionada por el candidato presidencial del CCM, John Magufuli, popular ministro de Obras Públicas con Kikwete y apodado El Bulldozer por su dinamismo constructor, para secundarle como aspirante a la Vicepresidencia de la República. Los comentaristas locales señalaron que al decantarse por la poco conocida aunque respetada Suluhu, una colega del Gobierno sin el perfil político de los pesos pesados del CCM y cuyas ambiciones parecían limitarse a servir lealmente al país y al partido, Magufuli quería distender el ambiente interno tras el tumultuoso proceso de primarias del oficialismo, en cuya votación final habían sido derrotadas dos mujeres, Asha-Rose Migiro, ministra de Justicia y anteriormente de Exteriores, y Amina Salum Ali, embajadora de la Unión Africana en Estados Unidos.

Sin sorpresas, la candidatura Magufuli-Suluhu se impuso en las elecciones presidenciales del 25 de octubre de 2015, quintas de la era multipartidista, con el 58,5% de los votos, derrotando a la de Edward Lowassa y Juma Duni Haji, de la alianza opositora UKAWA. El 5 de noviembre Magufuli tomó posesión de la Presidencia de la República Unida de Tanzania con un mandato de cinco años y con él prestó juramento Suluhu, primera mujer vicepresidenta del país y cuarto titular consecutivo del cargo zanzibarita y musulmán, a continuación de Omar Ali Juma, Ali Muhammad Shein y Muhammad Gharib Bilal.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2016)