Paul Kagame

  En 1959, cuando tenía dos años de edad, fue uno de los miles de tutsis que huyeron de la revolución de los hutus, quienes, con el beneplácito de la autoridad colonial belga, derrocaron la monarquía tutsi y tomaron las riendas del poder socioeconómico. Este sangriento episodio, que inició la secuencia de genocidios en Rwanda (1963, 1965, 1973 y 1994) y en la nación gemela de Burundi (1965, 1972, 1988 y 1993) en torno al antagonismo tutsi-hutu, quebró un esquema de castas muy estratificado que en el caso de Rwanda venía funcionando desde mucho antes de la colonización europea.

Lo que algunos autores han llamado el pueblo banyarwanda, sin distingos étnicos inobjetables, se dividía en 1959 en dos castas fundamentales: los tutsis, el 14% de la población (se cree que aquel año no superaban los 300.000) y propietarios de rebaños de bovinos, y los hutus, el 85% de la población y la fuerza laboral de un país esencialmente agropecuario. Las dos comunidades compartían el mismo idioma, el kinyarwanda, y a partir de la evangelización europea la misma religión, el catolicismo.

Durante siglos los tutsis detentaron el poder político y económico y sometieron a los hutus a un trato de vasallaje similar al de la Europa feudal, pero este sistema de organización social entró en crisis a mediados del siglo XX por la explosión demográfica, la agudización de los conflictos de tierras entre ganaderos y agricultores, y los intereses fluctuantes de la metrópoli belga, que decidió apoyarse en los hutus, menos instruidos y políticamente menos concienciados que los tutsis, para atemperar las demandas de emancipación nacional. Cuando en 1962 Bruselas concedió la independencia a Rwanda se estableció una república de hegemonía hutu. En Burundi, en cambio, pese a que también conoció el final violento de la monarquía en 1966, continuó la supremacía tutsi.

Kagame se estableció con su familia, emparentada con la aristocracia tutsi, en un campo de refugiados en el oeste de Uganda y, como otros jóvenes de su condición, creció con el trauma de la patria y las posesiones perdidas y el deseo de desquite contra los hutus.

Mientras las generaciones de exiliados de más edad participaban en conspiraciones e incursiones militares contra los regímenes de Grégoire Kayibanda y, desde 1973, Juvénal Habyarimana, Kagame asistió a escuelas de primaria y secundaria en Uganda. Muchos años después iba a obtener de la Open University de Londres un diploma de Administración de Empresas. Los pasajes de su vida son oscuros hasta comienzos de 1981, cuando surgió como uno de los tutsis rwandeses enrolados en el Ejército de Resistencia Nacional (NRA) de Yoweri Museveni, alzado en armas en Uganda contra el Gobierno de Milton Obote.

Kagame se curtió en la guerra de guerrillas hasta la toma de Kampala por el NRA y la conversión de Museveni en el jefe de Estado de Uganda en enero de 1986. A partir de esa fecha el refugiado político siguió sirviendo como alto oficial del NRA, que hacía la función de Ejército nacional ugandés y continuaba combatiendo las diversas subversiones dirigidas por ex mandatarios y oposicionistas de nuevo cuño. Kagame se ubicó claramente en la élite tutsi rwandesa que aportó a Museveni uno de los pilares, militares, de su régimen, aunque su influencia también se expresó en el poder político.

Kagame se desempeñó como el responsable de la inteligencia militar desde 1989 y organizó minuciosamente un movimiento guerrillero, el Frente Patriótico Rwandés (FPR), con el objeto de derrocar el régimen prohutu de Kigali. El FPR, cuyo brazo armado era el Ejército Patriótico Rwandés (APR), invirtió varios años en reclutar hombres e instruirse antes de lanzarse a la lucha, para lo que contó con todo el soporte militar y financiero del Gobierno ugandés.

El 1 de octubre de 1990 Kagame llevaba asistiendo desde hacía unos meses a un curso para mandos de Estado Mayor en Fort Leavenworth, Kansas, Estados Unidos, cuando comenzó la invasión tanto tiempo esperada. Regresó inmediatamente a Uganda y, poniendo fin a tres décadas de exilio, se dirigió al frente dentro de Rwanda para sustituir en la jefatura de la guerrilla a Fred Rwigema, muerto el 2 de octubre en las primera refriega con el Ejército rwandés (si bien no faltaron murmuraciones sobre un asesinato político). Rwigema, destacado compatriota del exilio tutsi, había sido desde los años setenta el más estrecho colaborador de Museveni en la organización del FPR y su fuerza armada. Para contrarrestar las acusaciones de sectarismo tutsi, Kagame dejó la jefatura política del movimiento en un hutu, Alexis Kanyarengwe, antiguo ministro del Interior de Habyarimana.

Aunque las Fuerzas Armadas Rwandesas (FAR) opusieron una defensa débil frente a las bien pertrechadas y motivadas tropas de Kagame, revelado como un brillante estratega y comandante, el poder de Kigali se mantuvo a flote durante más de tres años gracias al dispositivo militar de Francia, presta a auxiliar a un aliado fundamental contra lo que ya percibía como una expansión del África política y culturalmente anglófila. En efecto, los cuadros del FPR estaban formados en universidades y academias militares de Estados Unidos y el Reino Unido, y el mismo Kagame se expresaba en inglés.

La comunidad internacional obligó a Habyarimana -quien, por otro lado, estaba bajo presión del ala más extremista del hasta entonces partido único, el Movimiento Republicano Nacional para la Democracia y el Desarrollo (MRNDD)- a establecer un acuerdo de paz con el FPR en la ciudad tanzana de Arusha el 4 de agosto de 1993. El documento estipulaba el alto el fuego, la transición a la democracia multipartidista, la integración del FPR en unas instituciones de unidad nacional y el retorno de los refugiados tutsis.

Llegó a constituirse un ejecutivo de coalición tripartito, presidido por Agathe Uwilingiyimana e integrado también por el Movimiento Democrático Rwandés (MDR), partido de oposición recientemente legalizado y con un componente más multiétnico, pero no se otorgó carteras al FPR. Además, las armas no callaron en el frente y en los territorios bajo control gubernamental empezaron a operar las milicias armadas del MRNDD y otras organizaciones extremistas hutus como la Coalición para la Defensa de la República (CDR). Habyarimana bloqueó la transición democrática negándose a ratificar los compromisos de Arusha.

La situación era explosiva y terminó saltando por los aires el 6 de abril de 1994: ese día el avión que traía a Habyarimana y a su colega burundés, el hutu Cyprien Ntaryamira, de Dar es Salam a Kigali fue derribado por un misil cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto. La autoría del doble magnicidio nunca fue esclarecida, pero el MRNDD acusó inmediatamente al FPR y por extensión a los tutsis. Al día siguiente tropas de las FAR, efectivos de la Guardia Presidencial y la Policía y paramilitares de los partidos hutus se lanzaron a la caza y exterminio de tutsis en Kigali.

Fue el comienzo de un genocidio, sin precedentes en la historia contemporánea por su alcance en tan breve espacio de tiempo y por la tosquedad de las armas empleadas por sus ejecutores (por lo demás, muchos de ellos civiles reclutados apresuradamente), contra tutsis, hutus favorables al reparto del poder en un contexto democrático o simplemente cualquier persona renuente a tomar parte en semejante atrocidad.

El asesinato inmediato de miles de profesionales, políticos, religiosos, intelectuales y demás representantes de la intelligentsia tutsi reveló que el plan de genocidio había sido minuciosamente preparado desde tiempo atrás, con la difusión de propaganda y teorías raciales sobre la imposible convivencia entre hutus y tutsis (éstos presentados como nilóticos del norte instalados tiempo ha en un país que les era ajeno) que atizaron los odios y rencores acumulados durante décadas. En el curso de tres meses se calcula que millón y medio de personas murieron asesinadas, muchas a machetazos, en el pequeño país africano.

El FPR, tan pronto como tuvo noticias de lo que sucedía en Kigali, donde tenía 600 efectivos desde los acuerdos de Arusha y que por ahora salvaron la vida quedando bajo custodia de la Misión de Asistencia de la ONU (UNAMIR), se lanzó a marchas forzadas con el doble objetivo de parar las matanzas y derrocar el Gobierno. El 9 de abril el presidente del Parlamento, Théodore Sindikubwabo, del MRNDD, asumió la Presidencia de la República y tomó juramento a un Gobierno también provisional encabezado por Jean Kambanda, del MDR.

Kagame rechazó a las nuevas autoridades de Kigali y las ligó a los responsables de unas matanzas que, por lo demás, seguían sin desmayo. También advirtió a Bélgica, Francia y Estados Unidos que se abstuvieran de auxiliar al Gobierno al socaire de operaciones humanitarias y anunció la disposición de la guerrilla a hacerse inmediatamente con el poder "para restaurar el orden y acabar con los asesinatos".

El 12 de abril un batallón del APR consiguió entrar en el sector de Kigali donde estaba parapetada la misión de enlace del FPR, forzando la huida precipitada del Gobierno de Kambanda a Gitarama y haciendo más caótico aún el puente aéreo puesto en marcha por los gobiernos occidentales para la evacuación de sus nacionales.

Las negociaciones auspiciadas por la ONU (que asistió impotente a la carnicería y a la decisión de varios países de evacuar unos contingentes de cascos azules que habían sido impunemente atacados y asesinados) sobre la entrada del FPR en el Gobierno fracasaron por la negativa de Kambanda a disolver la Guardia Presidencial, a depurar a los mandos sospechosos de estar dirigiendo la degollina y a crear patrullas conjuntas que impusieran el orden en una capital dominada por bandas de supuestos incontrolados y sembrada de cadáveres. Entre tanto, proseguía el éxodo de cientos de miles de refugiados a Tanzania y Burundi

En las semanas siguientes se alternaron los combates con las treguas y las rondas de conversaciones, pero el APR, escudado en que proseguían las masacres y las emisiones radiofónicas llamando al exterminio de los tutsis, continuó su avance. El 13 de junio capturó Gitarama, obligando al Gobierno a instalarse en Kibuye, más al oeste, y el derrumbe total de las FAR parecía inminente cuando el 23 de junio Francia intervino con la Operación Turquesa, un dispositivo militar autorizado por la ONU cuya finalidad humanitaria escondía también, sospechaban muchos observadores y más de un gobierno occidental, cubrir la retirada de los mandos políticos y militares hutus implicados en el genocidio. Kagame y sus colegas optaron por forzar los acontecimientos y el 4 de julio el APR tomó Kigali y Butare.

Los franceses establecieron una "zona de seguridad" en las prefecturas meridionales de Cyangugu y Gikongoro para proteger a los refugiados hutus y advirtieron que repelerían por la fuerza cualquier penetración del APR. Kagame, sabedor de que en las columnas de huidos se ocultaban muchos extremistas responsables del genocidio, replicó que no iba enfrentarse a Francia y que por el momento su interés estaba en formar un ejecutivo pluriétnico en Kigali inspirado en los acuerdos de Arusha, aunque dio orden de infiltrarse en la zona de seguridad y sondear la toma de los últimos reductos gubernamentales.

El 19 de julio, mientras decenas de miles de civiles y soldados cruzaban caóticamente la frontera para levantar campos de refugiados en Zaire, el hutu Faustin Twagiramungu, presidente del MDR y que ya fuera designado para el cargo en virtud de los acuerdos de Arusha, formó un Gobierno de coalición en el que Kagame figuraba como vicepresidente y ministro de Defensa, con mando supremo sobre las Fuerzas Armadas.

Además del FPR y el MDR -en su caso, desgarrado por las divisiones internas- tenían representación tres partidos mayoritariamente hutus, el Socialdemócrata (PSD), el Liberal (PL) y el Cristianodemócrata (PDC). El antiguo partido de Habyarimana quedó excluido por su responsabilidad en el genocidio y de hecho fue ilegalizado. En la Presidencia de la República tomó posesión otro hutu moderado pero del FPR, Pasteur Bizimungu, que ofrecía un perfil más tecnocrático que político y serviría para apaciguar el temor a una nueva etapa de antagonismo étnico.

Este gobierno de unidad nacional tenía ante sí ingentes tareas: devolver la seguridad, restablecer la administración y las infraestructuras vitales y, lo que era más delicado, romper con el círculo vicioso de las violencias sectarias. Los suministros internacionales y una gestión más o menos eficiente permitieron reanudar algunos servicios básicos en poco tiempo en un país destrozado por la guerra civil, pero la superación del revanchismo tutsi sin dejar impunes los horribles crímenes cometidos por los hutus radicales se planteó entre graves incertidumbres.

El estilo de Kagame, algo más que el hombre fuerte del régimen, era típicamente castrense; hombre con fama de espartano y discreto, nada untuoso con los medios de comunicación, tomó como ejemplo a Museveni en Uganda para acometer la reconciliación nacional sin alharacas y con más fe en la disciplina de dirigentes y gobernados que en el libre desenvolvimiento político.

En la práctica se implantó un régimen de partido único, pues el FPR era el único que podía difundir sus actividades, y a la espera de unas elecciones que se postergaron hasta el nebuloso horizonte de 2003 se constituyó, el 12 de diciembre de 1994, una Asamblea Nacional de Transición (ANT) de 70 miembros; el FPR recibió 19 representantes; el MDR, el PL y el PSD 13 cada uno; el PCD 6, y el Partido Democrático Islámico (PDI), la Unión Democrática del Pueblo Rwandés (UDPR) y el Partido Socialista Rwandés (PSR) 2 cada uno. El 5 de mayo de 1995 este órgano legislativo aprobó una Ley Fundamental o Constitución interina basada en algunos artículos de la Carta Magna de 1991, los términos del Acuerdo de Arusha de 1993, la declaración de victoria del FPR de julio de 1994 y un protocolo de entendimiento multipartito fechado en noviembre de 1994.

Como su mentor de Kampala, Kagame abrazó la economía liberal de mercado y se aseguró la atención del FMI, que como los proveedores de ayuda al desarrollo se mostró bastante condescendiente con el desmesurado presupuesto de Defensa: en 1994 el devastado país obtenía el 85% de sus ingresos en concepto de asistencia extranjera, pero destinaba el 50% de los gastos a la milicia. Teniendo presente que el PIB se derrumbó en un 50% sólo en 1994 por efecto de la catástrofe bélica, desde 1996 las tasas de crecimiento anual superaron el 10%.

Dos problemas enormes, el retorno de los refugiados y los procesos judiciales a los genocidas, pusieron sobre el tapete las contradicciones y límites del programa de reconciliación nacional anunciado por Kagame. Cuando la guerra civil terminó en julio de 1994 3,5 millones de rwandeses se hallaban arrojados de sus hogares; 2,5 millones estaban refugiados en los países limítrofes -aproximadamente, 1.500.000 en Zaire, 500.000 en Tanzania y 400.000 en Burundi- y el millón restante dentro de Rwanda, casi todos en la zona de seguridad decretada por los franceses, que completaron su marcha con una sensación de derrota el 21 de agosto.

Su sustitución por las avanzadillas de la nueva UNAMIR no restituyó la confianza de miles de refugiados hutus, que protagonizaron una nueva estampida en dirección a Bukavu, en Zaire. Esta localidad ya acogía a 200.000 rwandeses, los cuales, como el millón largo instalado en el campamento de la vecina Goma, estaban siendo diezmados por el cólera. El gigantesco puente aéreo humanitario Support Hope iniciado el 23 de julio y liderado por Estados Unidos contuvo el brote, pero dejo intacto el problema de fondo, la suerte que pudieran correr cientos de miles de inocentes entre los que se ocultaban muchos ex combatientes de las FAR y milicianos Interahamwe (término que viene a significar los que golpean juntos), el antiguo brazo paramilitar del MRNDD.

Dicho sea de paso, la llegada de oficiales de Estados Unidos en Kigali para coordinar las ayudas a los campamentos zaireños reforzó unos vínculos que no eran nuevos y en los que el omnipresente Museveni, considerado un aliado regional de la potencia americana, resultó instrumental.

El FPR se apresuró a conceder la ciudadanía y a acomodar a los miembros de la diáspora tutsi que deseaban regresar tras décadas de exilio, de suerte que muchos de los protagonistas del éxodo de julio, cuando la victoria militar de la guerrilla, que se aventuraron a regresar a sus hogares se encontraron con que estaban ocupados por aquella categoría de retornados o por desplazados del primer éxodo, el desencadenado en los primeros días de genocidio. En abril de 1995 una operación militar de clausura de los campamentos del sur de Rwanda dio lugar a una matanza indiscriminada de miles de personas (2.000 según la ONU, 8.000 según las ONG) en el de Kibeho cuando sus pobladores ofrecieron resistencia.

El poder de Kigali no estaba tan interesado en terminar con este drama humanitario con medidas de confianza que animaran al regreso voluntario de los hutus, como en capturar a los cabecillas políticos, que estaban reorganizando sus fuerzas para contraatacar en calidad de guerrilla. Poco a poco este frente de crisis dejó de ofrecer al nuevo régimen rwandés su rostro más perturbador. En agosto de 1995 el Gobierno de Zaire puso fin a las deportaciones forzosas y en noviembre siguiente una conferencia internacional de países acordó en El Cairo facilitar los retornos voluntarios a Rwanda y Burundi bajo la tutela del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), única agencia autorizada a operar después de que UNAMIR, declarada poco menos que fuerza non grata, retirara sus últimas fuerzas el 18 de abril de 1996.

Ya en agosto de 1995 el Gobierno rwandés se había apuntado otro éxito al conseguir que el Consejo de Seguridad de la ONU le levantara el embargo de armas impuesto en mayo de 1994, en reconocimiento de su derecho a repeler cualquier agresión armada de los derrocados. Las bolsas de desplazados tutsis fueron desapareciendo, pero aún permanecieron varios cientos de miles de hutus en Tanzania, Burundi y, sobre todo, Zaire.

Por lo que respecta a la depuración de responsabilidades por el genocidio, hasta febrero de 1996 no arrancaron en Kigali los procesos, a los que se anticiparon en unos meses las primeras vistas del Tribunal Penal Internacional con sede en Arusha, dos años después de su aprobación por la ONU. La comunidad internacional expresó su preocupación por las garantías procesales a los acusados y, sobre todo, por la situación en que se encontraban las decenas de miles de encarcelados a la espera de juicio (en 1999 se estimó en 130.000 los hombres, mujeres y niños hacinados en las prisiones), en la mayoría de los casos sin cargos imputados y sin sumarios instruidos.

Los procesos de Kigali fueron emitiendo en los años siguientes cientos de sentencias condenatorias por participación en el genocidio. Desoyendo las múltiples peticiones de clemencia internacionales, las primeras sentencias de muerte de reos (22, entre ellos varios ideólogos del concepto del Poder Hutu, como Froduald Karamira, antiguo líder de la fracción del MDR favorable al MRNDD, aliado de Kambanda y rival de Twagiramungu) se ejecutaron el 24 de abril de 1998. En cuanto al Tribunal de Arusha sentó historia el 2 y 3 de septiembre del mismo año dictando las primeras sentencias por genocidio y crímenes contra la humanidad, entre ellas la de Kambanda, condenado a cadena perpetua.

Las recriminaciones a Kagame y su grupo de notables tutsis de exhibir tendencias dictatoriales, de cerrar la salida democrática y de reprimir masivamente a los refugiados hutus del sur preludiaron las dimisiones de Twagiramungu y de varios ministros hutus el 28 de agosto de 1995. Aunque el nuevo gabinete mantuvo intacta las cuotas de representación partidista, a partir de esa fecha se produjo una cascada de destituciones, dimisiones, fugas al extranjero y hasta de asesinatos en el exilio de disidentes, que conformaron un segundo frente de oposición a un régimen esencialmente militar. En 1996 Twagiramungu formó en Bélgica unas Fuerzas de Resistencia para la Democracia (FRD) con Seth Sendashonga, hutu renegado del FPR, ministro del Interior entre julio y agosto de 1994, y quien en mayo de 1998 iba a perecer en un atentado en Nairobi.

Las alarmas por una consolidación del predominio tutsi o, más exactamente, de un núcleo cerrado de poder no tanto proclive a la revancha étnica como intolerante con cualquier contestación, proviniese del campo hutu o del tutsi, se encendieron en 2000 con las dimisiones sucesivas del presidente de la Asamblea Nacional, Joseph Kabuye Sebarenzi (6 de enero), el primer ministro sucesor de Twagiramungu, Pierre-Célestin Rwigema (el 28 de febrero, y el 30 de julio obligado a cesar también en la presidencia del MDR) y el mismo Bizimungu (23 de marzo).

Todos estos abandonos sucedieron en un contexto de acusaciones de corrupción y de retos al liderazgo de Kagame, aunque en el caso de Kabuye, un tutsi, lo que se ventilaba no era una inquietud por el clima de persecución antihutu con las disculpas de depurar las conductas deshonestas en la administración y abortar los desórdenes en las prefecturas noroccidentales de Gisenyi y Ruhengeri, sino una supuesta conspiración para restaurar la monarquía. Tanto Sebarenzi como Rwigema huyeron al extranjero, mientras que Bizimungu sufrió un breve arresto domiciliario en junio de 2001 cuando anunció la creación de su propio partido político.

A la renuncia de Bizimungu, Kagame, que desde el 8 de febrero de 1998 presidía de nuevo el FPR en lugar de Kanyarengwe, se convirtió en presidente de la República interino hasta que el 17 de abril la ANT, ampliada en su composición con los ministros del Gobierno, le invistió con un mandato en principio limitado hasta el final del período de transición, en 2003, cuando deberán celebrarse elecciones generales. Se cumplió la formalidad de la propuesta por el FPR a los diputados de dos candidatos para la votación, y Kagame tuvo como contrincante al secretario general del partido, Charles Muligande. Con su elección por 81 votos contra 5, el jefe del FPR se convirtió en el primer jefe de Estado tutsi desde la independencia en 1962. El 22 de abril tomó posesión de la Presidencia, con lo que cesó de sus puestos en el Gobierno.

El apuntalamiento y la personalización del régimen del FPR, con una opinión pública amordazada, discurrieron paralelamente a la intervención militar en Zaire. La prolongación de la inestabilidad en las fronteras con el vasto país centroafricano indujo a Kagame y Museveni a mover sus piezas contra el régimen de Mobutu Sese Seko, veterano guardián de los intereses de Francia en esta parte de África y artífice de una política considerada hostil a los tutsis.

Para Kigali no había duda de que la antigua amistad entre Mobutu y Habyarimana se prolongaba en forma de protección de los proscritos del MRNDD y las FAR. La ocasión de injerir la brindó el propio Mobutu, que para distraer las demandas internas de democracia se lanzó a una represión imprudente de banyamulenges, tutsis asentados en las regiones orientales de Zaire desde hacía generaciones, alegando que no eran sino ilegales extranjeros.

A finales de octubre de 1996 fuerzas banyamulenges y de otras comunidades étnico-políticas igualmente resentidas con Kinshasa se alzaron en rebelión en Kivu Sur bajo el liderazgo de Laurent Kabila, un veterano combatiente antimobutista. Con rapidez extraordinaria, la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDL) fue conquistando las ciudades de todo el este, norte y sur. El APR participó en los prolegómenos de la que vino a llamarse "primera guerra de liberación del Congo" con más determinación que las tropas ugandesas, y las capturas de Bukavu (30 de octubre) y Goma (1 de noviembre) correspondieron básicamente a él.

La consecuencia inmediata de esta invasión fue otro gigantesco movimiento de refugiados rwandeses, de los que cerca de un millón regresaron en cuestión de días a su país de origen. En diciembre lo hicieron también unos 400.000 desde Tanzania después de que las autoridades de ese país anunciaran el final de las garantías de acogida, de manera que para comienzos de 1997 ACNUR estimaba en no más de 250.000 los refugiados rwandeses en los países vecinos. Llegado a este punto Kagame dio a entender que el problema de los refugiados esta finiquitado para él, pero quiso asegurarse la total remoción de las asechanzas de los exiliados hutus, y la mejor garantía de ello sería la expulsión del régimen mobutista y la instalación de Kabila en el palacio presidencial de Kinshasa.

La asistencia sin reservas rwando-ugandesa permitió en efecto la victoria total de la AFDL, que el 17 de mayo de 1997 entró en Kinshasa y proclamó a Kabila presidente de la nueva República Democrática del Congo. Muchos analistas apuntaron aquellos días que el trío Kagame-Museveni-Kabila era el ariete estadounidense contra el pré carré (coto privado), esto es, el área de influencia tradicional de Francia, y describieron coincidencias en el estilo de gobernar -austeridad, resolución, aversión a los cabildeos partidistas, desdén por las fórmulas democráticas- y en su supuesto difícil sometimiento por las potencias extranjeras, a diferencia de la venalidad de los déspotas profranceses.

Sin embargo, un año después del cambio de guardia en Kinshasa el panorama congoleño tomó un inesperado vericueto. En los primeros meses de 1998 se hizo notar la frustración de Rwanda y Uganda, que, creyendo segura la liquidación de las bases de sus enemigos en el Congo asistían ahora al discurso nacionalista y a los devaneos emancipadores de su protegido. Mientras combatió a los mobutistas y hasta poco después, Kabila colaboró eficazmente en las expulsiones forzosas de los campamentos de Kivu, pero a comienzos de 1998 se dio a conocer un Ejército de Liberación de Rwanda (ALIR) con un trasiego evidente de hombres y pertrechos a ambos lados de la frontera. Para Kagame y sus colegas, Kabila no estaba desempeñando bien su cometido de guardián de las fronteras occidentales.

A finales de julio de 1998, una cascada de destituciones de mandos militares de origen tutsi y la orden de evacuación de las tropas extranjeras indicaron que Kabila, o bien se disponía a la ruptura total con sus patrocinadores, o bien se había anticipado a un complot inminente. Particular conmoción produjo en Kampala la remoción de James Kabare como jefe del Estado Mayor, hombre de confianza de Kagame y que ostentaba el rango de coronel del APR. Lo cierto es que el 3 de agosto de 1998, simultáneamente a una asonada de militares tutsis en Kinshasa, soldados rwandeses y ugandeses cruzaron la frontera y, usando como avanzadilla a milicianos banyamulenges, tomaron las ciudades de Goma y Bukavu.

El tándem Kagame-Museveni justificó su injerencia en aras de la seguridad de sus respectivos países y culpó a Kabila del rebrote de las matanzas étnicas y de las incursiones de las guerrillas hutus, por lo que solicitó una conferencia de paz que aportara una solución global al conflicto internacional en la región de los Grandes Lagos. Pese a lo evidente, Kagame no reconoció la presencia de tropas de su país en el Congo hasta el 6 de noviembre de 1998.

La nueva Alianza rebelde se dotó de un brazo político denominado Reagrupamiento Congoleño por la Democracia (RCD), pero no pasó mucho tiempo sin que se dividiera en dos facciones: la prorwandesa, dirigida por Émile Ilunga y con base en Goma, y la prougandesa, encabezada por Ernest Wamba dia Wamba y con sede en la ciudad de Kisangani, capital de la provincia Oriental. La escisión no tardó en producirse y con ella los enfrentamientos por el control de ese estratégico núcleo urbano del Alto Congo.

Mientras que la llegada en socorro de Kabila de fuertes contingentes de Angola, Zimbabwe y Namibia iba a impedir otro paseo militar o concesiones en una mesa de negociaciones, las apetencias sobre los inmensos recursos mineros del Congo generaron una rivalidad con Uganda que condujo a un espectacular choque militar. Así, en agosto de 1999, y de nuevo en mayo de 2000, efectivos rwandeses y ugandeses se enfrentaron con virulencia por el control de Kisangani, ciudad clave para la distribución de las riquezas naturales de todo el norte y este del país.

Los encuentros de urgencia entre Kagame y Museveni detuvieron las luchas y trazaron un precario reparto de las zonas de influencia militar (que en el caso de Rwanda suponía un área 16 veces más extensa que ella misma) y de rapiña económica, pero la retribución del esfuerzo bélico sobre el terreno del país ocupado estaba generando unas dinámicas tan brutales de depredación y exacciones contra la población civil atrapada entre dos fuegos que arruinaron el crédito del APR como una milicia profesional y disciplinada y de la prensa internacional del Gobierno rwandés.

Agencias no gubernamentales denunciaron violaciones a gran escala de los Derechos Humanos en los territorios del Congo fajo predominio de Rwanda y Uganda; en 2001 el presidente namibio, Sam Nujoma, fue más allá y acusó directamente a los dos gobiernos de cometer desde 1998 un genocidio en el norte y este del Congo con un balance que cifró en los 2 millones y medio de víctimas.

Ambiciones geopolíticas aparte, la aventura congoleña ni siquiera le reportaba a Rwanda seguridad interior; antes bien, espoleaba la coordinación de las distintas fuerzas hutus de Rwanda y Burundi para derrocar a los respectivos gobiernos protutsis. Tras ser reclutados por Kabila para sus ofensivas domésticas, miles de ex miembros de las FAR y milicianos Interahamwe se lanzaron a un hostigamiento intermitente al otro lado de la frontera que en mayo de 2001 dio lugar a los combates más intensos desde 1994. Entonces Kigali anunció haber dado muerte a no menos de 700 guerrilleros y capturado a otros 500.

En enero de 2001 Kabila fue asesinado en Kinshasa en circunstancias no del todo diáfanas (la versión oficial, bastante consistente, imputó el atentado a un guardaespaldas con un fondo de resentimientos tribales, si bien más tarde altos oficiales de Kinshasa acusaron directamente a Kigali, que calificó de "ridícula" la imputación) y le sustituyó su hijo, Joseph, que exhibió un talante más posibilista para un desenlace negociado de la guerra. A raíz de la cumbre de Lusaka del 15 de febrero de 2001, a la que no asistió Kagame entre acusaciones de parcialidad contra el artífice del encuentro, el presidente zambiano Frederick Chiluba, se abrió una perspectiva de paz en el Congo y la subsiguiente retirada, al menos parcial, de los 20.000 efectivos del APR.

Kagame deseaba seguramente mantener cuanto se pudiera de los beneficios económicos de la expedición en el Congo, aunque estaría dispuestos a moderar las dinámicas guerreras o los aspectos mas burdos del expolio de los recursos naturales ante la perspectiva de una "guerra regional" sin fin que devoraba las finanzas nacionales. En abril de 2001 Kagame declaró no cerrar la puerta a una retirada de todos los efectivos del Congo, siempre que le dieran las debidas garantías de que los rebeldes hutus no encontrarían facilidades en este país.

(Nota de edición: esta biografía fue publicada originalmente en 6/2001. Paul Kagame, presidente titular de la República de Rwanda desde el 22/4/2000, fue confirmado por primera vez por las urnas en las elecciones del 25/8/2003, primeras votaciones presidenciales directas y multipartidistas en la historia del país. Kagame obtuvo un segundo mandato constitucional de siete años en las elecciones del 9/8/2010. En 2015, un referéndum aprobó una reforma constitucional para permitir a Kagame postularse al tercer mandato; además, el ejercicio presidencial fue recortado de los siete a los cinco años. En consecuencia, Kagame volvió a presentarse a las elecciones presidenciales del 4/8/2017, resultando vencedor con el 98.8% de los votos según los datos oficiales. Kagame recibió así un último mandato de siete años que vencería en 2024, ya que los ejercicios presidenciales de cinco años solo entonces entrarían en vigor.)