Nawaz Sharif

La tortuosa singladura política de Mian Mohammad Nawaz Sharif, que el 5 de junio de 2013 estrenó su tercer mandato como primer ministro, resume a la perfección lo que ha sido el último cuarto de siglo en la historia de Pakistán, uno de los países más convulsos de Asia. Su carrera aparece íntimamente ligada a los sinos de dos dictadores militares, Mohammad Zia ul-Haq, del que fue protegido, y Pervez Musharraf, quien le derrocó, así como de una mujer, la malograda Benazir Bhutto, con la que mantuvo una acerba relación de adversarios ideológicos y rivales por el poder, últimamente mitigada en la lucha común por la democracia. Los momentos de gloria y las caídas en el descrédito jalonan el recorrido de este dirigente conservador no especialmente carismático ni alabado por su buena gestión, aunque sí dotado de una fuerte personalidad y abierto al pragmatismo. Su concepción tradicional de la política, pues se apoya en su clan familiar de Punjab, las redes del clientelismo, ciertos círculos islamistas y unas capas tribales rurales de las que no procede, lo que favorece las prácticas corruptas, halla el contrapunto en un discurso liberal y modernizador en el terreno económico.

Nawaz Sharif, cuyo imperio industrial le convierte también en uno de los hombres más adinerados del país, irrumpió en la política bajo la bandera de la Liga Musulmana de Pakistán (PML) y con el patrocinio del general Zia ul-Haq, a cuyo régimen autocrático (1977-1988) sirvió desde el puesto de ministro jefe de Punjab, feudo político y empresarial. Alternándose en el poder con Bhutto, Nawaz gobernó por primera vez Pakistán entre 1990 y 1993, etapa en la que lanzó una masiva campaña de privatizaciones, retomó el programa islamizador de la sociedad aplicado por Zia, reprimió el extremismo mohajir en Sindh y coqueteó con los integristas sunníes deobandis. Su destitución por el presidente Ishaq Khan por "mala administración", "nepotismo" y "corrupción" dio paso a una dimisión pactada de los dos cabezas del Ejecutivo, seguida de un período opositor de cuatro años.

La victoria del partido que portaba su apellido, la PML-N, en las elecciones de 1997 trajo de vuelta a Nawaz a la jefatura del Gobierno. En su segundo mandato, el primer ministro sacó adelante la Decimotercera Enmienda, que recortó drásticamente los poderes presidente de la República e introdujo el sistema parlamentario de gobierno, promocionó la Sharía y se impuso en una trifulca con el presidente Leghari y el Tribunal Supremo que debilitó a las instituciones republicanas. En 1998, en una grave decisión que le granjeó máximas cotas de popularidad en casa pero también las condenas y las sanciones internacionales, Nawaz mandó detonar varias bombas atómicas en el subsuelo de Beluchistán en respuesta a los tests conducidos por India, convirtiendo a Pakistán en la primera potencia nuclear del orbe musulmán, aunque al margen del TNP.

En 1999, la voluntad de rebajar la tensión con el país vecino se estrelló con la incursión de militantes musulmanes en la Cachemira india, ataque que provocó choques directos entre los dos ejércitos regulares antes de ordenar Nawaz, urgido por Estados Unidos, la retirada pakistaní. Mientras tanto, el respaldo abierto de Islamabad a los talibanes afganos, a cuyo régimen instalado en Kabul el Gobierno de Nawaz prestó reconocimiento diplomático en 1997, marcó la génesis de la talibanización de la propia Pakistán, cuyas desastrosas repercusiones iban a advertirse con toda crudeza pocos años después.

El humillante desenlace de la llamada guerra de Kargil con India arruinó las relaciones, tradicionalmente cordiales, entre el gobernante y los militares, el primer poder fáctico del país, al tiempo que la economía encaraba la bancarrota. En octubre de 1999, su intento de destituir al jefe del Estado Mayor, el general Musharraf, le costó a Nawaz un golpe de Estado en toda regla que acabó con su Gobierno, y de paso con la democracia pakistaní, sin la menor dificultad. El político sobrellevó el período más amargo de su vida, con la entrada en prisión, dos condenas a cadena perpetua por secuestro aéreo y terrorismo, un exilio pactado en Arabia Saudí y la fractura de su partido entre los opositores y los colaboradores de la nueva dictadura. En 2007 Nawaz consiguió retornar a Pakistán y en 2008, al cabo del asesinato de Bhutto y de unas elecciones generales en las que la PML-N quedó segunda, se coaligó con la formación de la líder desaparecida, el PPP, para echar a Musharraf de la Presidencia. Una vez alcanzado este objetivo, Nawaz no perdonó al viudo de Bhutto, Asif Ali Zardari, que se postulara él mismo a presidente e incumpliera el compromiso asumido por ambos de rehabilitar al Tribunal Supremo cesado por Musharraf, por lo que declaró roto el Gobierno de unidad y regresó a la oposición.

Luego de ser absuelto de sus viejas condenas judiciales y de presenciar la cadena de estropicios del Ejecutivo del PPP, zarandeado por los escándalos políticos y de corrupción, el terrorismo desbocado, el marasmo económico y la acritud con Estados Unidos, Nawaz Sharif, quien cree que Pakistán es un "tigre" económico en potencia, acudió a las elecciones legislativas del 11 de mayo de 2013 invocando las infraestructuras de transportes, las inversiones generadoras de riqueza y una "tolerancia cero" con el mal endémico de la corrupción. También hablaba de una nueva estrategia de seguridad para parar el "baño de sangre" en las Áreas Tribales y la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, efusión de violencia de la que hace partícipe a Estados Unidos y sus oleadas de bombarderos drones contra objetivos de Al Qaeda y los talibanes afganos, concentrados en la región de Waziristán.

Tras imponerse su partido en los comicios por mayoría simple y formar su tercer Gobierno —éxitos que la elección de su candidato, el empresario Mamnoon Hussain, en las elecciones presidenciales indirectas del 30 de julio vino a redondear—, Nawaz Sharif ha anunciado que está listo para probar la vía negociada para acabar con la insurgencia talibán en casa, mientras mantiene abierta la opción de la ofensiva militar instada por Washington, que no renuncia a sus polémicos drones. También, ha reiterado su deseo de sellar la paz con India y de mejorar las pésimas relaciones con Afganistán, a cuyo presidente, Karzai, ha recibido en agosto en una visita conciliatoria.


Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 10/9/2013. Mian Mohammad Nawaz Sharif dimitió como primer ministro el 28/7/2017 al ser inhabilitado por el Tribunal Supremo de Pakistán como resultado de las investigaciones penales contra él y su familia por presunta corrupción, en particular en el contexto del escandalo de los Papeles de Panamá. El 1/8/2017 la Asamblea Nacional invistió nuevo primer ministro a Shahid Khaqan Abbasi, el candidato propuesto por el partido gobernante, la PML-N. En 2018 Nawaz Sharif fue despojado por el Tribunal Supremo del derecho a desempeñar cargos públicos de por vida y condenado por la Oficina Nacional de Responsabilidad (NAB) a la pena de 10 años de prisión. Su hermano, Mian Mohammad Shahbaz Sharif, le reemplazó como presidente de la PML-N. En 2019 Nawaz Sharif fue autorizado a abandonar el país para recibir tratamiento médico en Londres.

1. Hombre fuerte de la provincia de Punjab y el partido PML bajo la protección del general Zia ul-Haq
2. La primera jefatura del Gobierno (1990-1993): hándicaps domésticos y destitución presidencial
3. La segunda jefatura del Gobierno (1997-1999): ensayos nucleares y golpe de Estado del general Musharraf
4. Ocho años fuera de juego: condena judicial y exilio pactado
5. Fugaz coalición con el PPP para echar a Musharraf y un lustro en la oposición parlamentaria
6. Victoria de la PML-N en las elecciones de 2013 e investidura por tercera vez como primer ministro de Pakistán


1. Hombre fuerte de la provincia de Punjab y el partido PML bajo la protección del general Zia ul-Haq

Miembro de una eminente familia de Punjab, la provincia más populosa y desarrollada de Pakistán, y el mayor de siete hermanos, su padre, Mian Muhammad Sharif, fue el fundador de un emporio industrial del acero que hoy sigue siendo el núcleo del Ittefaq Group. Este vasto conglomerado multisectorial, que incluye factorías textiles, papeleras y azucareras, compone junto con un holding hermano, el Sharif Group, centrado en la agricultura y los transportes, el creso patrimonio del político y sus deudos. El futuro dirigente fue educado en la St. Anthony's High School, el Government College y el Punjab University Law College, centro este último donde se sacó la licenciatura en Derecho. En lugar de instalarse como abogado, el joven Nawaz se incorporó a los negocios fabriles de su padre. En 1972 este le transfirió el mando de la corporación siderúrgica, la cual pasó a regentar con la asistencia de un hermano menor, Shahbaz, y algunos primos.

En julio de 1977 los Sharif saludaron el golpe de Estado del general Mohammad Zia ul-Haq, un oficial proislamista y ultraconservador con quien ya venían cultivando trato y que depuso al Gobierno izquierdista de Zulfiqar Ali Bhutto y el Partido Popular de Pakistán (PPP). Las relaciones amistosas de Nawaz con Zia, luego extendidas a otros miembros de la jerarquía castrense, tuvieron como trasfondo la campaña de nacionalizaciones decretada por el Gobierno del PPP, que tocó de lleno a las compañías del primero. Antes del golpe, el patrono del metal adquirió notoriedad por sus elocuentes denuncias de las medidas socialistas del primer ministro.

El nuevo presidente-dictador no sólo devolvió a los Sharif, y con indemnizaciones por las pérdidas sufridas, las empresas expropiadas por Bhutto (quien fue condenado a muerte y ahorcado en 1979), las cuales entraron ahora en una etapa de formidable expansión, sino que les abrió las puertas de la política provincial punjabí. En ella ingresó Nawaz bajo la bandera de la Liga Musulmana de Pakistán (PML), partido conservador que, pese a no poder operar abiertamente, al igual que las restantes fuerzas políticas —sobre las que pesaban las proscripciones de la ley marcial—, brindaba un cierto soporte civil al régimen militar.

En 1981 Nawaz debutó como ministro de Finanzas y Deportes en el Gobierno administrativo de Punjab que dirigía el gobernador nombrado por Islamabad, el general Ghulam Jilani Khan. También tomó asiento en el Consejo Asesor de la provincia. En las elecciones generales de febrero de 1985, a las que los partidos no fueron autorizados a concurrir, el político y empresario ganó con gran acopio de votos un escaño nacional que prefirió no ocupar para a cambio asumir el puesto, mucho más relevante y asignado por su protector, Zia, de ministro jefe de la provincia. De esta manera, Nawaz Sharif, el 9 de abril, se convirtió en el primer jefe del Ejecutivo punjabí tras ocho años de control directo desde Islamabad, pues todos los gobiernos y asambleas autónomos habían quedado disueltos con el golpe de 1977.

En el trienio siguiente, Nawaz, casado con Kalsoom y padre de tres hijos, Maryam, Hassan y Hussain, adquirió una fama de regidor competente, responsable del desarrollo económico de la provincia, y se distinguió como uno de los dirigentes de la PML, que arrastraba profundas divisiones en tendencias y facciones, más próximos a Zia y sus designios autoritarios. En este sentido, el líder punjabí se distanció del primer ministro nombrado por el presidente en 1985, Mohammad Khan Junejo, un terrateniente de Sindh, quien en mayo de 1988 fue destituido por Zia por sus intentos de emanciparse de la tutela militar, su aperturismo político y sus reticencias al programa de islamización de la sociedad dispuesto por el jefe del Estado. De nuevo, las asambleas legislativas de todo el país quedaron disueltas, pero Nawaz se mantuvo en su puesto provincial y de hecho fue llamado por el dictador a Islamabad para que le asistiera en su campaña de relaciones públicas, destinada a frenar el creciente desapego popular hacia el régimen.

El hombre fuerte de Punjab no hizo ninguna aportación sustancial a la transición democrática arrancada en Pakistán tras la muerte de Zia, víctima de un accidente de aviación que alentó legítimas sospechas de atentado, en agosto de 1988. El proceso, pactado por el presidente de la República en funciones, Ghulam Ishaq Khan, y la principal líder de la oposición retornada del exilio, la carismática hija del malogrado Zulfiqar Ali Bhutto, Benazir Bhutto, desembocó en las elecciones generales del 16 de noviembre. En estos comicios, los primeros pluralistas en once años y considerados los más limpios y pacíficos desde la independencia nacional en 1947, el PPP de Bhutto se impuso claramente, aunque no de manera aplastante, a la Alianza Democrática Islámica (IJI), coalición de nueve formaciones confesionales y de derecha, financiada por los poderosos Inter-Servicios de Inteligencia (ISI), cuyo director general entonces era el influyente general Hameed Gul, y capitaneada por la PML y Nawaz Sharif, quien a pesar de ser el cabeza de lista de la IJI a la Asamblea Nacional optó por renovar su mandato en el Gobierno de Punjab.

La histórica formación llegó a estas elecciones fracturada entre la facción mayoritaria mandada por Nawaz, declarada custodia del legado de Zia, y el grupo minoritario leal al ex primer ministro Junejo, quien seguía siendo el presidente nominal de la Liga. El cisma se hizo irreversible tan pronto como quedó claro que Bhutto iba a ser primera ministra en coalición con el Movimiento Nacional Mohajir (MQM). En la nueva agrupación, que reclamó para sí el nombre y los símbolos históricos de la PML, Nawaz tomó el puesto de secretario general y Fida Mohammad Khan, gobernador de la Provincia de la Frontera del Noroeste (NWFP), el cargo cimero de presidente.


2. La primera jefatura del Gobierno (1990-1993): hándicaps domésticos y destitución presidencial

Nawaz, visto como el factótum político del establishment tradicional, profundamente conservador, que encarnaban los altos mandos militares, los grandes terratenientes e industriales, y los jefes tribales y religiosos, no ocultó desde el primer día su hostilidad al Gobierno reformista y moderadamente secularista de Bhutto, si bien dejó clara su voluntad de seguir los cauces constitucionales y de pasar página a los capítulos más oscuros de la última dictadura militar, que había batido todos los registros de intolerancia y represión .

El líder opositor, no sin fundamento, acusó al Gobierno del PPP de practicar el nepotismo, de amparar la corrupción, de ceder a tentaciones autoritarias como la que se atisbaba tras el intento, en 1989, de defenestrarle a él del Gobierno de Punjab mediante una moción de censura (meses después, Sharif le pagó a Bhutto con la misma moneda, tentativa que también fracasó) y de ser incapaz de generar riqueza social y empleo a pesar de crecer la economía a un ritmo anual del 5%. Nawaz criticó también la nueva política exterior de Bhutto, más amistosa con la URSS luego de la retirada soviética de la guerra de Afganistán, donde Pakistán patrocinaba especialmente a la guerrilla mujahidín pashtún del Hezb-e-Islami, y, al menos durante un año, hasta que el lenguaje belicoso entre Islamabad y Nueva Delhi volvió por sus fueros, con la vecina India, el adversario inveterado, enemigo en tres guerras y antagonista permanente en el conflicto separatista que desangraba la región de Cachemira, partida desde el alto el fuego de 1949.

La remoción de Bhutto por el presidente Ishaq en agosto de 1990 con un abanico de acusaciones sobre actos de corrupción, abuso de poder y mal gobierno sirvió en bandeja la revancha electoral a la IJI y la PML. Organizadas por el Gobierno provisional de Ghulam Mustafa Jatoi, jefe del Partido Nacional Popular (NPP) y uno de los líderes la IJI, las elecciones generales del 24 y el 27 de octubre de 1990 brindaron a la coalición de Sharif una previsible mayoría absoluta de 106 diputados, más del doble de los sacados por la Alianza Popular Democrática (PDA) del PPP, que inició una penosa travesía en el desierto. Como muchos años después iban a confirmar los tribunales de justicia, el ISI, es decir, los militares, que seguían entrometiéndose en las vicisitudes del Estado civil mientras actuaban libremente en sus cotos privados de la seguridad y la defensa, engrasó clandestinamente la campaña electoral de Nawaz y sus socios conservadores con ingentes sumas de dinero.

El 6 de noviembre de 1990 Nawaz fue investido por la Asamblea Nacional duodécimo primer ministro de Pakistán con un plan de objetivos muy bien definido. Metas principales del nuevo gobernante eran luchar contra la corrupción administrativa y meter a Pakistán por la senda de las grandes reformas liberales, esbozadas en la época de Zia, quien había dado pasos para desnacionalizar las empresas y propiedades incautadas por el régimen de Ali Bhutto, a la vez que islamizaba el sistema económico. Ahora, se trataba de ir mucho más allá, con la salida al mercado y privatización de un centenar largo de compañías del Estado. Nawaz hacía hincapié en la modernización, la eficacia, la apertura al exterior, la desregulación y la competitividad comercial, y no olvidaba la necesidad de proteger el medio ambiente.

Nawaz estaba resuelto también a incorporar efectivamente la Sharía al derecho común (en 1978 Zia había establecido la supremacía legal del código islámico, pero luego Bhutto había mantenido en suspenso esta disposición) y avanzar en la islamización de la sociedad. Asimismo, quería acelerar el programa de investigación nuclear destinado, era la consigna oficial, a "usos civiles y pacíficos". Finalmente, el Gobierno de la PML se propuso atajar la ola de violencia comunitaria en la provincia sureña de Sindh, escenario de graves choques entre mohajires del MQM hablantes del urdu y sindhís, población autóctona con lengua propia, que en su mayoría eran votantes del PPP.

El primer ministro mostró reflejos a la hora de plasmar sus promesas electorales, que en buena medida fueron cumplidas, pero rápidamente incurrió en varios de los defectos achacados a Bhutto, su archirrival declarada. Los más clamorosos, el favoritismo hacia las provincias ideológicamente más afines, en su caso Punjab y Cachemira, y el sectarismo político, toda vez que la operación de inteligencia militar para silenciar al ala más extremista del MQM, que había convertido a Sindh, y a su capital, Karachi, en particular, en un reino de terror —mientras que el ala supuestamente más moderada de este movimiento liberal, al principio, había hecho migas con la PML en el seno de la IJI—, dio pábulo a una verdadera campaña de acoso y represión de la militancia del PPP, cuya líder, Bhutto, no se cansaba de zaherir verbalmente a Sharif, y de de arengar y azuzar a sus huestes contra el Gobierno central, a pesar de que la supresión del extremismo mohajir beneficiaba a su causa política en Karachi, el feudo de la familia y el partido.

Pakistán en la guerra de Afganistán y la crisis del Golfo
De puertas al exterior, el colapso militar en abril de 1992 del desvalido régimen comunista de Kabul, cantado desde la retirada de las tropas soviéticas en 1989, dio paso a una feroz guerra civil entre las distintas facciones mujahidines que se disputaban el poder recién conquistado. El Gobierno pakistaní, que había apostado por la victoria del Hezb-e-Islami del comandante integrista Gulbuddin Hekmatyar, asumió lo irreal de aquel escenario y en marzo de 1993, junto con la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), auspició la firma en Islamabad de un acuerdo de reconciliación y reparto del poder que sin embargo devino papel mojado a las primeras de cambio.

Los feroces combates entre bandos ya definitivamente perfilados con criterios étnicos (pashtunes sunníes con retaguardia en la pakistaní Peshawar, tadzhikos persáfonos sunníes, uzbekos turcófonos sunníes, hazaras persáfonos shiíes) y férreamente comandados por belicosos señores de la guerra continuaron en Afganistán hasta la irrupción del fenómeno talibán, una criatura político-religiosa de paternidades pakistaní y saudí, aparecido en escena cuando Nawaz Sharif, que en todo este tiempo aceptó ser cortejado por las corrientes fundamentalistas deobandis (precisamente, el sustrato cultural de los talibanes), ya no mandaba en Islamabad.

Por otro lado, Nawaz llegó al poder en mitad de la crisis del Golfo, iniciada en agosto de 1990 con la invasión de Kuwait por Irak, ante la cual Pakistán tuvo que elegir rápidamente entre dos solidaridades islámicas. El Gobierno, vinculado a Arabia Saudí por una antigua fidelidad de calado estratégico (además, el industrial Sharif mantenía con el reino árabe excelentes contactos personales y negocios muy lucrativos), se puso del lado de Riad y envió un contingente de 10.000 soldados de combate para la "protección de los santos lugares". En febrero de 1991 estas tropas tomaron parte en la liberación de Kuwait. Sin embargo, el sentir de la calle era abrumadoramente proirakí. Con este controvertido posicionamiento, Nawaz esperaba matar dos pájaros de un tiro: obtener mayor asistencia financiera de los saudíes y vencer las reticencias de Estados Unidos, que en octubre de 1990 había suspendido ayuda económica y militar por valor de 800 millones de dólares anuales como sanción por el desarrollo del programa nuclear pakistaní. Además, Washington estaba inquieto por la injerencia de Islamabad en la rebelión armada de la Cachemira india.

Choque institucional con el presidente Ishaq Khan
A finales de 1992, el Gobierno de la PML hacía frente a vientos desapacibles. El crecimiento económico estaba generando inflación, al revés que empleo, pues la ola privatizadora venía arrojando al paro a decenas de miles de trabajadores públicos, y el erario federal, sin los ingresos que dejaba de generar un sistema tributario muy ineficiente, se veía asfixiado por el pago del servicio de la deuda externa, que ya constituía la principal partida del presupuesto, por delante de los gastos de defensa.La imagen de Nawaz sufrió un duro golpe en su mismo feudo, Punjab, donde cientos de miles de personas, en su mayoría gente humilde, perdieron sus depósitos al quebrar un entramado de sociedades cooperativas que habían prestado miles de millones de rupias al Ittefaq Group en unas condiciones harto extrañas. La compañía familiar se apresuró a compensar de su bolsillo a los afectados, pero el daño político ya estaba hecho.

El presidente Ishaq y el estamento militar, frustrado por la caótica situación en Afganistán, terminaron mal encarándose con Nawaz, quien iba a caer de la misma manera, arrollado por un procedimiento discutible aunque perfectamente legal, que su adversaria Bhutto tres años atrás. Así, un forcejeo entre el jefe del Gobierno y la Presidencia de la República a propósito de la Octava Enmienda de la Constitución (heredada de la dictadura, esta polémica enmienda, entre otras prerrogativas, facultaba al jefe del Estado para disolver la Asamblea Nacional y por ende cesar al Gobierno) preludió la decisión de Ishaq el 18 de abril de 1993 de aplicar esa misma norma y destituir de hecho a Nawaz.

Los criterios aducidos por Ishaq, quien no pertenecía a ningún partido, para justificar su grave decisión reproducían como un calco el pliego de imputaciones formulado contra Bhutto en 1990; en síntesis, Nawaz era responsable de "mala administración", "nepotismo" y "corrupción". El damnificado protestó enérgicamente, pero el llamativo silencio de los militares, con los que Nawaz había mantenido unas relaciones íntimas y muy cordiales a lo largo de su carrera, fue interpretado por todos como un plácet al paso dado por el presidente, eso si este no había actuado en respuesta a sus presiones.

Ishaq, siguiendo con el guión de la primera vez, se apresuró a nombrar un primer ministro provisional en la persona de Balakh Sher Mazari, un notable tribal beluchi-punjabí y miembro de la PML, quien formó un Gobierno de concentración con inclusión de representantes del PPP. La crisis institucional podría haber terminado aquí si no hubiese terciado el Tribunal Supremo, que el 26 de mayo, en respuesta al recurso de amparo interpuesto por Nawaz, dictaminó que los decretos presidenciales de abril habían sido inconstitucionales y ordenó las inmediatas rehabilitaciones de la Asamblea, el primer ministro y el Gabinete, como así fue.

Nawaz estuvo de vuelta en el poder, pero el ambiente político y las relaciones entre las máximas instituciones de la República habían quedado envenenados. El embrollo quedó zanjado el 18 de julio de una manera salomónica, mediante un aparente pacto entre caballeros tras el que en realidad estaban las conminaciones del alto mando castrense, formado por los generales Shamim Alam Khan, al frente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, Abdul Waheed, jefe del Estado Mayor del Ejército, y Farrakh Khan, jefe del Estado Mayor General. Así, Nawaz e Ishaq acordaron dimitir irrevocablemente de manera simultánea y adelantar las elecciones generales al 6 y el 9 de octubre. Sus sustitutos interinos en las jefaturas del Gobierno y del Estado fueron respectivamente Moeen Qureshi, ejecutivo bancario independiente, y Wasim Sajjad, el presidente del Senado y miembro de la PML.

Tal como se esperaba, más porque el boicot del MQM le beneficiaba particularmente, el PPP, con 89 escaños, derrotó a los liguistas de Nawaz, que retrocedieron hasta los 73 diputados. Los partidos de la antigua IJI sumaron 105 puestos, pero la alianza ya no concurría de manera formal y Nawaz no podía estar seguro del apoyo de los religiosos llegado el caso. El resultado globalmente positivo para los populares en las asambleas provinciales, incluida, para consternación de Nawaz, la de Punjab, donde el PPP pisó los talones a su formación, inclinó definitivamente la balanza electoral a favor de Bhutto, que el 19 de octubre fue investida primera ministra por la Asamblea Nacional.

Nawaz disputó las elecciones de 1993, alabadas por su calidad democrática pero lastradas por la elevada abstención, mandando un partido que ya podía denominarse propio, hecho a su gusto y medida. La muerte en marzo del que fuera primer ministro de Zia supuso las andaduras en solitario de la PML de Nawaz, en adelante PML-N, y la PML de los seguidores de Junejo, o PML-J. Tras los comicios, la PML-J estableció con el PPP una alianza que permitió a Bhutto regresar al Gobierno federal y se hizo extensiva a los ejecutivos de Sindh y Punjab. La instalación de Manzoor Ahmad Wattoo, de la PML-J, en el Gobierno de Lahore supuso un doloroso órdago para Nawaz, cuyo único consuelo fue desplazar a Fida Mohammad Khan del cargo de presidente del partido.


3. La segunda jefatura del Gobierno (1997-1999): ensayos nucleares y golpe de Estado del general Musharraf

Al estrenar el puesto, influyente pero ingrato, de líder de la oposición, Nawaz tendió una rama de olivo a Bhutto, a la que ofreció una cooperación leal en aras de los supremos intereses de la nación. Sin embargo, estos dos líderes de fuerte carácter no tardaron en arrojarse de nuevo los trastos a la cabeza. El dirigente liguista, con tal de minar la posición de la primera ministra, no dudó en formar un eje político con el hermano de Bhutto, Murtaza, abanderado de una línea extremista de izquierdas en el PPP y quien venía librando una guerra particular con Benazir, a la que acusaba de haber traicionado los principios socialistas acuñados por el padre, Zulfiqar. Nawaz Sharif y Murtaza Bhutto convirtieron en blanco fácil de sus diatribas al cuñado del segundo, Asif Ali Zardari, que ostentaba puestos de capitoste en el Ejecutivo y la Administración del Estado, presentándolo como el gran padrino de la corrupción institucional.

Desde 1994 Nawaz y su improbable compañero de luchas opositoras pusieron en jaque al Gobierno del PPP con un sinfín de marchas, huelgas y algaradas que tuvieron su máxima expresión en Sindh y que contribuyeron a agravar la situación de un país, con un pie en la anarquía, sacudido por todo tipo de violencias políticas y sectarias. El asesinato a balazos de Murtaza Bhutto en septiembre de 1996 redobló los ímpetus desestabilizadores de Nawaz, pero la Presidencia de la República y, desde la sombra, el poder militar, ya se encargaron de truncar el convulso segundo mandato de Bhutto.

En noviembre de 1996 la primera ministra fue apeada del poder por el presidente Farooq Leghari, no obstante pertenecer al PPP, que imitó el proceder de Ishaq en 1990 y 1993. Las elecciones generales del 3 de febrero de 1997, que sólo movilizaron al 36% de los electores, dieron una rotunda victoria a la PML-N, que capturó por sí sola el 45,9% de los votos y 137 escaños en la Asamblea Nacional, una holgada mayoría absoluta. Nawaz podía gobernar sin necesidad de socios. El PPP, tremendamente desprestigiado tras el caótico segundo ejercicio de Bhutto, se desmoronó. El triunfo fue arrasador en Punjab, donde Shahbaz Sharif recobró para el partido y la familia el gobierno provincial. El 17 de febrero de 1997 Nawaz Sharif regresó a la jefatura del Gobierno federal recostado en una confortable mayoría parlamentaria. A pesar de ello, o precisamente por ello, no pasó mucho tiempo sin que los encontronazos y las pendencias con las otras institucionales civiles del Estado, que alcanzaron cotas de gran virulencia, pospusieran sine díe la prometida estabilidad política, que el país necesitaba imperiosamente.

Enmiendas constitucionales, batalla con el Tribunal Supremo y renuncia del presidente Leghari
El primer ministro no estaba dispuesto a que se repitieran las crisis de 1988, 1990, 1993 y 1996 entre las dos oficinas del Poder Ejecutivo. Para proteger su mandato democrático, Nawaz inició en la Asamblea Nacional y el Senado un proceso de revisión de la Octava Enmienda Constitucional de 1985 con el fin de que el presidente de la República perdiera su capacidad de disolver el Legislativo, convocar elecciones anticipadas y provocar la caída del Gobierno.

El 3 de abril de 1997, con los votos no sólo del oficialismo sino también del PPP (tan interesado como la PML-N en este cambio) y la oposición al completo, fue aprobada la Decimotercera Enmienda, que recortó drásticamente las atribuciones del presidente de la República, en lo sucesivo una figura ceremonial. Con la Decimotercera Enmienda, el sistema político pakistaní dejó de ser presidencialista para dar lugar a una república parlamentaria. Meses después, el 3 de julio, vio la luz la Decimocuarta Enmienda, que imponía a diputados y senadores una estricta disciplina parlamentaria y concedía a los jefes partidistas poderes absolutos para expulsarlos de los hemiciclos si desobedecían sus instrucciones. Esta norma virtualmente eliminaba cualquier posibilidad de que un primer ministro que gozara técnicamente de mayoría parlamentaria fuera desalojado en mociones de confianza o de censura por la indisciplina o el transfuguismo de legisladores de su propio partido.

Con la aprobación de la Decimocuarta Enmienda, Nawaz, en el cenit de su popularidad, emergió como el más poderoso primer ministro que había conocido Pakistán desde la independencia. Envalentonado, el gobernante bloqueó el nombramiento de cinco jueces del Tribunal Supremo propuestos por el presidente de la alta instancia, Sajjad Ali Shah. Entonces, intervino el presidente Leghari, que recordó el derecho del jefe judicial a decidir estos nombramientos. Si bien Nawaz reculó en este punto, la pelea se reanudó en octubre cuando el Tribunal Supremo, en respuesta a una petición de diputados del PPP, inició una vista en su contra por presunto uso indebido de sus funciones públicas, en perjuicio del Estado y para beneficio del entorno personal del primer ministro. La crisis se agudizó el 21 de noviembre, fecha en que el mencionado Tribunal decidió someter a examen las Decimotercera y Decimocuarta enmiendas.

Estas actuaciones judiciales encolerizaron a Nawaz, que arremetió contra el juez Ali Shah e instigó una rebelión interna contra él en el Supremo. La trifulca en los tribunales alcanzó su clímax el 30 de noviembre, día en que una gran turba de seguidores de Nawaz, con varios ministros del Gobierno a la cabeza, irrumpió en el edificio del Tribunal Supremo mientras los magistrados estaban trabajando. Sin dejarse amedrentar, Ali Shah reclamó al Ejército que enviara soldados a protegerle y el 2 de diciembre declaró revocada la Decimotercera Enmienda. El presidente Leghari tenía ahora manos libres para actuar contra Nawaz, pero varios magistrados del Tribunal, reunidos en una corte extraordinaria, se apresuraron a invalidar la revocación dictada minutos antes por su superior, al que de paso suspendieron en funciones. Además, los militares, mandados por el general Jehangir Karamat, jefe del Estado Mayor del Ejército, se pusieron del lado de Nawaz. Estos acontecimientos de última hora no dejaron a Leghari más salida que la dimisión, presentada el mismo 2 de diciembre.

Wasim Sajjad, por segunda vez en cuatro años, asumió la jefatura del Estado en funciones hasta la inauguración, el 1 de enero de 1998, de Mohammad Rafiq Tarar, jurista punjabí, figura de la PML-N y el perfecto presidente de paja a los ojos de Nawaz, pues no albergaba ambiciones políticas y su único interés residía en consolidar la democracia constitucional sin meterse en líos. El triunfo de Nawaz fue completo con la salida forzosa de Sajjad Ali Shah. El juez Ajmal Mian fue nombrado nuevo presidente del Supremo. La victoria del primer ministro en este pulso de fuerza con el Tribunal Supremo y la Presidencia de la República pudo consolidar su férula personal, pero a costa de debilitar a las instituciones democráticas. Además, la situación de la seguridad interna iba de mal en peor. La aprobación en agosto de 1997 de una legislación antiterrorista que, entre otras medidas, instauró tribunales de excepción para juzgar a los acusados de delitos relacionados con el terrorismo de manera sumaria no sirvió para acabar con la ola de violencia confesional que asolaba Punjab, donde extremistas sunníes y shiíes atacaban con saña a la comunidad contraria.

En Karachi, se reanudaron los ataques entre facciones rivales del MQM. En agosto de 1998 la tendencia mayoritaria de los mohajires, el MQM de Altaf Hussain, puso fin a 19 meses de alianza con la PML-N en la Asamblea de Sindh en protesta por la negativa de los liguistas a ayudarle a expulsar de Karachi a sus rivales del MQM-Haqiqi y por las acusaciones de ser una organización terrorista. En octubre, Islamabad disolvió el Gobierno de Sindh, cuyo ministro jefe era el liguista Liaquat Ali Jatoi, e impuso el mando federal directo en un intento de parar los enfrentamientos en Karachi. En diciembre, el Gobierno central instauró en la región unos tribunales militares especiales que poco después fueron declarados ilegales por el Tribunal Supremo. En conjunto, estos dos frentes de violencia sectaria produjeron muchos cientos de muertos.

La ruptura con el MQM-Altaf en Sindh siguió a la producida en febrero de 1998 con el Partido Nacional Awami (ANP, pashtunes laicos y progresistas) en la Asamblea Nacional y la NWFP. Nawaz compensó estas pérdidas para su partido con la absorción del grueso de la PML-J. El 9 de octubre de este mismo año la Asamblea Nacional aprobó otra polémica enmienda constitucional, la Decimoquinta, que declaraba a la Sharía como la norma suprema del país. Esto suponía hacer realidad el viejo sueño de Zia ul-Haq, quien siempre aspiró a que el nombre de República Islámica de Pakistán, proclamado en 1964, tuviera una dimensión auténticamente real. Sin embargo, el oficialismo no consiguió reunir en el Senado la preceptiva mayoría de dos tercios, con lo que la Decimoquinta Enmienda quedó abortada.

El Gobierno de Nawaz tampoco conseguía enderezar la situación económica. Las recetas de austeridad destinadas, siguiendo el dictado del FMI, a controlar el déficit público y asegurar el reembolso de la deuda externa se conjugaron con una depreciación controlada de la rupia, una aceleración de las privatizaciones y una bajada de los impuestos directos —en un país donde apenas se pagaban— con el fin de relanzar las exportaciones y la actividad económica. Los resultados obtenidos fueron muy mediocres.

Sostén de los talibanes afganos, espadas en alto con India y los test nucleares de mayo de 1998
En 1997 el segundo Gobierno de Nawaz Sharif heredó una coyuntura de política exterior bastante negativa, pues Pakistán no dejaba de inmiscuirse en dos conflictos vecinos aun al precio de agravar su aislamiento regional y poner en riesgo la ayuda económica de Estados Unidos. La intensa implicación del Ejército y el ISI en la Cachemira india, dando soporte a los musulmanes separatistas locales que luchaban contra el Gobierno de Nueva Delhi, y en Afganistán, asistiendo con pertrechos y dinero al fanático movimiento guerrillero-religioso de los talibanes, que en septiembre de 1996, como resultado de una sorprendente ofensiva relámpago, había conquistado Kabul y puesto en fuga al Gobierno internacionalmente reconocido de Burhanuddin Rabbani y a la alianza mujahidín, formada fundamentalmente por tadzhikos, uzbekos y hazaras norteños, que lo defendía, consiguió, por supuesto además de enfurecer a India, deteriorar considerablemente las relaciones con Irán, quien había sido un aliado tradicional, así como con Rusia y las repúblicas de Asia Central. Para aliviar la sensación de cerco, Nawaz buscó nuevos socios y aliados en el Sudeste Asiático.

La postura de Nawaz en la crisis afgana parecía ir a remolque de lo que dispusiera el ISI, obsesionado con dotar de "profundidad estratégica" a la sempiterna pugna con India. Además, Islamabad daba largas a las demandas de Estados Unidos para que ayudara a capturar al cabecilla terrorista y renegado saudí Osama bin Laden, quien estaba escondido en el sur de Afganistán acogido a la protección de los talibanes.

Aunque se habló de desencuentros con los generales, el primer ministro dejó claro su parecer el 26 de mayo de 1997, dos días después de capturar los talibanes la estratégica ciudad de Mazar-i-Sharif (que sin embargo perdieron al poco tiempo) con el anuncio del establecimiento de relaciones diplomáticas con el régimen instalado en Kabul. El apoyo que el Gobierno pakistaní venía brindando a los talibanes de manera más o menos encubierta se hizo oficial. El paso era arriesgado, no sólo por su soledad internacional, únicamente compartida con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, sino también porque los talibanes estaban lejos de aplastar a la Alianza del Norte y de conquistar la totalidad de Afganistán. Al poco de producirse el reconocimiento diplomático de Islamabad, las fuerzas del iluminado mullah Mohammad Omar, autoproclamado cabeza del Emirato Islámico de Afganistán, empezaron a encajar reveses militares en cadena. Alarmados, el ISI, los maulanas deobandis y las madrasas o escuelas coránicas que venían formando a los llamados "monjes-soldado" corrieron a socorrer a los talibanes con miles de reclutas e ingentes cantidades de armas y suministros.

Con estas unidades de refresco y el vuelco material de sus amigos pakistaníes, los talibanes montaron en el verano de 1998 una potente contraofensiva que entre otras victorias puso en sus manos de manera definitiva Mazar-e-Sharif, donde lo primero que hicieron fue asesinar a 6.000 hazaras (y a varios diplomáticos iraníes, con la consiguiente cólera de Irán, que amenazó con invadir Afganistán) y uzbekos a modo de venganza. La masiva asistencia militar a los talibanes tuvo que suceder con el pleno conocimiento y la aquiescencia de Nawaz Sharif, más allá de las dudas que pudiera haber sobre si el primer ministro tomaba personalmente estas decisiones o si bien dejaba hacer a sus teóricos subordinados militares y religiosos.

Y sin embargo, ya entonces, unos años antes del 11-S, algunos observadores consideraban insensata la estrategia protalibán seguida en Afganistán, que podía deparar a Pakistán más perjuicios que beneficios. Periodistas locales como Ahmed Rashid, reputado analista de la cuestión afgana, vaticinaban que la estabilidad del Estado pakistaní quedaría seriamente comprometida a medio o largo plazo por volverse en su contra, desde su propia sociedad, las fuerzas destructivas que había alentado con la mirada puesta en el país vecino. Según esta visión pesimista, el Pakistán de Nawaz Sharif afrontaba un peligroso proceso de "talibanización" por el avance de la cultura de las armas, el narcotráfico y el fundamentalismo religioso, cada vez más proclive a las manifestaciones violentas del jihadismo y el terrorismo.

El retorno de Nawaz al Gobierno de Pakistán en febrero de 1997 hizo renacer las esperanzas de una reconducción de las pésimas relaciones con India a causa de Cachemira. Las mismas estaban montadas en un pico de tensión desde las graves escaramuzas de 1995 y 1996 en el disputado glaciar de Siachen, donde había habido encontronazos entre las tropas de tierra y combates aéreos con el resultado de decenas de bajas, llevándose el Ejército pakistaní la peor parte.

En mayo de 1997 Nawaz se reunió en Maldivas con su homólogo indio, Inder Kumar Gujral, y en junio siguiente los respectivos ministros de Exteriores celebraron en Islamabad una segunda ronda de diálogo de la que salió una agenda de ocho puntos para alcanzar la paz y la normalización. Sin embargo, en agosto, una semana después de conmemorar los dos países el cincuentenario de la independencia de los británicos, las tropas destacadas en la cordillera del Karakorum volvieron a enzarzarse en uno de sus habituales duelos artilleros y poco después las conversaciones diplomáticas quedaron en punto muerto. El 22 de septiembre Nawaz, en un intento de salir del impasse, y desde la palestra de la Asamblea General de la ONU, ofreció a India la apertura de unas conversaciones orientadas a la firma de un pacto de no agresión. Aunque Nawaz y Gujral presumían de amistad personal, sus nuevos encuentros cara a cara en Nueva York y Edimburgo, donde volvieron a coincidir con motivo de la cumbre de la Commonwealth, no dieron ningún fruto.

La oportunidad política se desvaneció en febrero de 1998 cuando en India ganó las elecciones la derecha nacionalista hindú de Atal Bihari Vajpayee. Ahora, en los dos países gobernaban formaciones políticas conservadoras y confesionales, lo que no parecía augurar nada bueno. En efecto, el cambio de guardia en Nueva Delhi se tradujo inmediatamente en un vendaval de retórica nacionalista con exhibición de músculo militar. Nervioso por los nuevos aires beligerantes que venían del país vecino, el Gobierno de Nawaz optó por realizar unas pruebas con su misil Ghauri, de 1.200 km de alcance.

La alarma se disparó hasta las nubes el 11 de mayo de 1998, día en que India hizo explotar bajo el suelo del desierto de Rajasthán, a menos de 100 km de la frontera, tres armas nucleares, una de ellas una bomba de hidrógeno. El 13 de mayo otras dos bombas fueron detonadas. El espectacular ingreso de India, que ya en 1974 había realizado un test (sólo que entonces le atribuyó un carácter "pacífico"), en el restringido club de las potencias nucleares declaradas suponía un gravísimo desafío que casi nadie en Pakistán estaba dispuesto a pasar por alto. Pakistán tenía que restablecer a toda costa el equilibrio estratégico dramáticamente desnivelado, aunque ello desatara una peligrosa escalada nuclear.

Las presiones desde la opinión pública, los partidos y los lobbies militar y científico al Gobierno, que hasta ahora había mostrado su disposición a firmar el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT) a condición de que India lo hiciera antes, para que diera una respuesta contundente fueron prácticamente unánimes. El primer ministro titubeó durante unos días, pero finalmente dio luz verde a un ejercicio de fuerza nuclear, ignorando los llamamientos a la contención de la Administración Clinton en Estados Unidos, que le venía advirtiendo de la imposición de un paquete de sanciones similar al aplicado a India.

El 28 de mayo Nawaz, con su habitual estilo seco y serio, comunicó a la nación que el país acababa de realizar no una, sino cinco pruebas nucleares en el distrito de Chagai, en la provincia de Beluchistán. En su discurso, el dirigente afirmó que: "El día de hoy hace historia. Hoy Dios nos ha dado la oportunidad de dar este paso en la defensa de nuestro país, el cual es inevitable. Nunca quisimos participar en esta carrera nuclear. Hemos probado al mundo que ni aceptamos ni aceptaremos lo que nos ha sido impuesto". El 30 de mayo un sexto ingenio (y quizá también un séptimo) se sumó al testeo atómico, que se dio por concluido. Pakistán ya era oficialmente una potencia nuclear de facto, es decir, fuera del Tratado de No Proliferación (TNP), del que no era signatario, y la primera del mundo islámico.

La condena exterior, casi universal, no enturbió el clima de entusiasmo patriótico que se apoderó de todo el país. Nawaz vivió en estas horas de fervor nacionalista su momento de mayor gloria al ser retratado como el líder fuerte que había salvado la seguridad nacional mediante la carta de la disuasión nuclear, la cual había sido obligada por la arrogancia y la temeridad de India. Atrás quedaban las solemnes declaraciones políticas, realizadas durante muchos años, sobre la finalidad estrictamente pacífica y civil de las investigaciones nucleares de Pakistán, garantías que ya habían sido reconocidas como falsas por el propio Nawaz en septiembre de 1997, cuando confirmó que el país disponía de "capacidad nuclear" desde 1978. Prácticamente todo el arco de partidos, incluido el PPP, que de hecho había exigido a gritos los tests, saludó el nuevo estatus nuclear del país y aplaudió la decisión tomada por el Gobierno.

Tras los vítores, vino el baño de realidad, pues las sanciones de Estados Unidos y otros países no tardaron en llegar. Nawaz, que por de pronto decretó un paquete de medidas de emergencia, inclusive el bloqueo de todas los depósitos bancarios en moneda extranjera para prevenir una fuga de divisas y la interrupción temporal de los mercados bursátiles, no ignoraba que las represalias financieras y comerciales iban a ser para Pakistán más lesivas que para India, pues su economía era mucho menos fuerte, disponía de limitados recursos propios y estaba poco diversificada. Se imponía, pues, una desescalada con India.

El 11 de junio Nawaz anunció una moratoria nuclear unilateral e invitó a Vajpayee a que le secundara. El indio respondió que estaba dispuesto a dialogar, pero se resistió a anunciar también la suspensión de las pruebas nucleares. Sin embargo, estas tampoco se repitieron, pues la demostración de fuerza ya estaba hecha. Dos primeras rondas de conversaciones diplomáticas de alto nivel tuvieron lugar en Islamabad y Nueva Delhi en octubre y noviembre. En diciembre, el levantamiento parcial por Estados Unidos de sus paquetes de sanciones a los dos países fue visto como una señal de estímulo a los interlocutores. Los primeros ministros se reunieron en Colombo el 29 de julio con motivo de la X Cumbre de la Asociación de Asia del Sur para la Cooperación Regional (SAARC), de nuevo el 23 de septiembre en Nueva York y por tercera ocasión en Lahore el 21 de febrero de 1999, en el curso de la primera visita oficial a Pakistán de un primer ministro indio desde 1989.

Ninguno de estos encuentros, pese a los apretones de manos y las poses sonrientes, arrojó resultados tangibles, si bien del último salió un documento, la llamada Declaración de Lahore, por la que Nawaz y su huésped se comprometían a trabajar conjuntamente por la salvaguardia de la paz, ahorrando tensiones innecesarias en el terreno nuclear, donde era menester eliminar "el riesgo de un uso accidental o no autorizado" de este tipo de armas, y dialogando sobre Cachemira. La Declaración de Lahore, como otros gestos similares realizados en el pasado, resultó ser completamente inane y estéril en lo concerniente al intratable problema cachemir, pues no había voluntad política de aplicarla más allá del contencioso nuclear. Sin embargo, Nawaz tampoco cumplió su anuncio de que metería a Pakistán en el CTBT.

El 26 de mayo de 1999, a rebufo de una exhibición de las capacidades de los respectivos arsenales de misiles balísticos (India hizo volar sus misiles Agni, con capacidad nuclear, y Pakistán respondió disparando varias unidades de sus Ghauri II), resurgió con la máxima virulencia la crisis militar a raíz de la infiltración, cruzando impunemente la Línea de Control establecida en 1972 en los límites del alto el fuego de 1948 y que funcionaba como la frontera internacionalmente reconocida, de numerosos combatientes musulmanes en el área de Kargil de la Cachemira india. Estas brigadas de irregulares, nacionales pakistaníes en su mayor parte, fortalecieron la capacidad guerrillera del secesionista Frente de Liberación de Jammu y Cachemira (JKLF).

El 29 de mayo Vajpayee ordenó una ofensiva militar a gran escala, la Operación Vijay, que arrastró a los dos ejércitos regulares a una conflagración en toda regla. Podía hablarse sin reservas de una guerra indo-pakistaní, la cuarta desde 1948. Por más que la contienda pareciera controlada, limitada en el espacio físico y en el armamento —convencional— empleado, el hecho de que la libraran dos potencias nucleares que un año atrás habían enseñado sus dientes en este terreno provocó la lógica consternación de Estados Unidos, Rusia y China, la superpotencia, medio tutelar, que suministraba de manera generosa vitales equipamientos militares a Pakistán.

Nawaz no ocultaba su inquietud por el curso del conflicto bélico, favorable a las armas indias, y el 4 de julio realizó una visita privada a la Casa Blanca, donde el presidente Clinton le dijo sin rodeos que debía ordenar el repliegue de todas las fuerzas pakistaníes, las regulares y las irregulares. Dicho y hecho, el 12 de julio el primer ministro, en un discurso televisado a la nación, anunció de manera implícita la retirada de los subversivos al oeste de la Línea de Control. La misma se había comunicado a India el día anterior. Nueva Delhi se jactó de haber concluido con victoria total una campaña que había causado más de un millar de bajas a los dos bandos.

Como era de esperar, Nawaz, el héroe que había dejado bien alto el pabellón nacional cuando los ensayos nucleares de 1998, se convirtió de la noche a la mañana en un villano, en un traidor que había claudicado vergonzosamente ante India y dejado en la estacada a los combatientes cachemires. Así lo vocearon los estridentes partidos integristas, los mismos que antes habían coqueteado con la PML-N. Se recordó ahora que el 3 de enero anterior el gobernante había salido ileso de un intento de asesinato con bomba cuando se dirigía por carretera a su suntuosa residencia privada en Raiwind, al sur de Lahore. En el atentado, luego reivindicado por la organización integrista sunní Lashkar-e-Jhangvi, murieron cuatro personas.

El 10 de agosto, el derribo por cazas indios a la altura de la frontera entre Sindh y Gujarat de un avión de reconocimiento de la Armada pakistaní con 16 oficiales navales a bordo, ninguno de los cuales sobrevivió al ataque, y que según la Fuerza Aérea india estaba violando el espacio aéreo, volvió a agitar los tambores de guerra, dando lugar a represalias artilleras en Cachemira y a declaraciones altisonantes más agresivas de lo habitual. Luego, las aguas volvieron a su cauce, aunque el riesgo de desbordamientos siguió siendo muy alto.

Divergencias con el estamento militar y derrocamiento por Musharraf
El desenlace de la guerra de Kargil dejó un muy mal sabor de boca en las Fuerzas Armadas pakistaníes. En realidad, las relaciones entre Nawaz y los militares andaban turbias desde la renuncia forzada en octubre de 1998, tres meses antes de concluir su mandato, del general Karamat, el jefe del Estado Mayor del Ejército y presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, tras sugerir que Pakistán debía dotarse de un Consejo de Seguridad Nacional a través del cual los militares pudieran intervenir en la toma de decisiones políticas en materia de defensa y seguridad. Entonces, Nawaz, que defendió el despido de Karamat como un ejercicio de autoridad gubernamental normal en cualquier democracia civil, escogió como sucesor del cesado a un general de cuatro estrellas con una intachable hoja de servicios y reputación de moderado próximo al secularismo, Pervez Musharraf.

La promoción de Musharraf, empero, resultó polémica porque se saltó el escalafón de antigüedad de la milicia; de acuerdo con el mismo, el puesto de jefe del Estado Mayor del Ejército debió haber correspondido de manera preferente al general Ali Kuli Khan Khattak, entonces jefe del Estado Mayor General. Khattak no sólo no sucedió a Karamat, sino que fue relevado del Estado Mayor General en favor de Mohammad Aziz Khan. Además, sondeos del momento indicaron que la defenestración de Karamat, un general muy respetado, no era bien acogida por la opinión pública.

Luego, el resultado de la guerra de Kargil, del que Nawaz se empeñaba en desligarse, acentuó el malestar en los círculos militares, donde muchos uniformados, algunos del muy alto rango, no dudaban en alzar la voz para hablar de "debacle" y de "desastre histórico". Idénticas opiniones se escuchaban en la sociedad civil, donde crecía el descontento por el perceptible impacto en la economía de las sanciones internacionales y de las propias medidas de emergencia aplicadas por el Gobierno a raíz de los ensayos nucleares del año anterior, que vinieron a sumarse a las impopulares recetas de austeridad fondomonetaristas.

El más vehemente era el almirante Fasih Bokhari, el jefe del Estado Mayor Naval, quien desde la televisión cargó contra la gestión política de aquella crisis y reclamó un proceso penal para Musharraf, considerado por él el cerebro y prácticamente el ejecutor exclusivo de aquella temeraria aventura militar. Otro que se sumó a las críticas fue el jefe del Estado Mayor del Aire, el general Parvaiz Mehdi Qureshi, quien se había mostrado remiso a implicar a la Fuerza Aérea en los recientes enfrentamientos terrestres con India. El destituido general Karamat también desaprobaba la estrategia seguida en Cachemira. La marejada castrense subió de tono el 6 de octubre de 1999 al hacerse público que Musharraf, pese a saberse que el general y Nawaz se culpaban mutuamente del fracaso de Kargil, asumía también la presidencia de la Junta de Jefes del Estado Mayor. Al punto, el almirante Bokhari, quien por mayor veteranía aspiraba legítimamente al puesto, expresó su protesta dimitiendo al frente del Estado Mayor Naval.

En estos momentos, Pakistán se hallaba al borde de la bancarrota por la desaceleración del crecimiento, el descontrol del déficit comercial, la depreciación en picado de la rupia, el desplome de las inversiones extranjeras y la caída pareja de las remesas migratorias. La deuda externa ascendía a los 39.000 millones de dólares y las reservas de divisas se habían evaporado. La credibilidad de Nawaz y su Gobierno estaba hecha pedazos.

El 12 de octubre el primer ministro, de improviso, destituyó a Musharraf como jefe del Estado Mayor. El cese se conoció cuando el alto oficial se disponía a retornar a Pakistán de una visita oficial en Sri Lanka. Aunque andaba escaso de combustible, el piloto del avión que trasladaba al general y a otros 197 pasajeros vio denegado el aterrizaje en Karachi o en cualquier otro punto del territorio pakistaní. El intento, un tanto burdo, de Nawaz de deshacerse de Musharraf por las bravas tuvo un contraefecto fulminante. Desde su avión en vuelo, el general ordenó al Ejército que asumiera el control de todos los puntos estratégicos del país y pusiera "bajo custodia" a Nawaz y al general Ziauddin Butt, el director general del ISI, nombrado para sustituirle en la jefatura del Estado Mayor. Tras tomar tierra y asir directamente las riendas del golpe de Estado en marcha, Musharraf saló por la televisión para anunciar su toma del poder con el fin de "salvar al país de la ruina y prevenirlo de futuras desestabilizaciones", presentando la intervención del Ejército como un "último recurso" frente a los males que afligían a Pakistán.

El golpe, limpio y sin violencias, no halló ningún conato de resistencia, ni en los cuarteles ni en la calle. Nadie salió a defender a Nawaz. Es más, la quiebra del orden constitucional tras once años de turbulenta democracia fue acogida con una mezcla de alivio y satisfacción por buena parte de la opinión pública y por el PPP. Benazir Bhutto, que estaba exiliada en Londres y que recientemente había sido condenada por corrupción por un tribunal de Lahore, no ocultó su contento por el derrocamiento de su acérrimo adversario político. Musharraf cerró el Parlamento federal, suspendió la Constitución, disolvió los gobiernos provinciales y declaró el estado de emergencia. Asimismo, se autoinvistió "jefe del poder ejecutivo" y presidente de un Consejo de Seguridad Nacional cívico-militar. El presidente de la República, Tarar, una figura irrelevante, se mantuvo por el momento en la jefatura simbólica del Estado.


4. Ocho años fuera de juego: condena judicial y exilio pactado

A pesar de que los liguistas no plantearon ninguna oposición al golpe, Musharraf desencadenó contra la PML-N redadas masivas y una purga de altos funcionarios asociados a prácticas ilícitas. El blanco principal de la represión era Nawaz, cuya eliminación política se pretendía a toda costa tras ser señalado como el máximo responsable de la calamitosa situación en que se encontraba el país. El gobernante depuesto y su hermano Shahbaz, también removido del Gobierno punjabí, permanecieron arrestados en un edificio propiedad del Gobierno antes de ser trasladados a la prisión de Adiala, en Rawalpindi, donde un tribunal antiterrorista presidido por un magistrado militar preparaba contra ellos un proceso por una serie de cargos criminales. En noviembre Nawaz fue formalmente acusado de piratería aérea, secuestro, intento de asesinato y terrorismo, todo ello por haber intentado que el avión de Musharraf no tomara tierra en el aeropuerto de Karachi el 12 de octubre.

En marzo de 2000 arrancó el juicio con las peores perspectivas para el acusado, ya que su principal abogado fue asesinado en Karachi y había indicios abrumadores de que Musharraf estaba interfiriendo en el proceso para asegurarse de que al ex primer ministro le cayera el castigo más severo. Corrió el rumor de que Nawaz iba a ser condenado a la pena de muerte, reclamada por el fiscal, lo que de confirmarse reproduciría lo sucedido con Ali Bhutto en 1979 bajo la dictadura de Zia ul-Haq. Estados Unidos y Arabia Saudí se hicieron eco de estos temores e instaron a Musharraf a respetar la vida de Nawaz. El 6 de abril de 2000 se conoció la sentencia: Nawaz Sharif era culpable de los delitos de piratería aérea y terrorismo, por lo que recibía sendas condenas a cadena perpetua. De los cargos de secuestro e intento de asesinato quedó absuelto. De paso, el juez Rehmat Hussain Jafri ordenó al reo pagar 37.000 dólares (al cambio) en costas y otros 18.000 dólares en multas, y que sus propiedades fueran embargadas. El resto de acusados, Shahbaz Sharif y otras cuatro personas, obtuvieron veredictos de inocencia.

En junio, Nawaz fue acusado de nuevo, esta vez de evadir impuestos. El cargo se basaba en la adquisición en 1993 de un helicóptero civil no declarado al fisco federal. El 22 de julio el Alto Tribunal de Lahore sentenció a Nawaz en esta causa imponiéndole una pena de 14 años de cárcel, una sanción económica de 20 millones de rupias, unos 400.000 dólares al cambio, y la inhabilitación para desempeñar cargos públicos durante 21 años. Como en la sentencia de abril, el reo acusó al "vengativo" Gobierno militar de someterle a una feroz persecución por razones únicamente políticas.

Meses después, Nawaz se plegó a pactar secretamente con Musharraf un perdón condicional con la mediación del Gobierno saudí. A cambio del compromiso de automarginarse de la política nacional durante diez años y de la irrevocabilidad de las multas impuestas y de las confiscaciones de propiedades por valor de 8,3 millones de dólares, el ex primer ministro recibió del dictador la garantía de su liberación seguida de su marcha al exilio en Arabia Saudí. La excarcelación, previa conmutación de las penas de prisión, y la partida de Nawaz tuvieron lugar el 10 de diciembre de 2000. Dos de sus hermanos, Shahbaz y Abbas, que estaban cumpliendo sus propias sentencias de cárcel por corrupción, fueron igualmente puestos en libertad y autorizados a salir del país si lo deseaban. Según el Gobierno saudí, el asilo brindado a Nawaz tenía un carácter estrictamente "humanitario".

A bordo de un jet privado facilitado por la casa real saudí, el político pakistaní partió de Islamabad con destino a la ciudad de Jeddah, su nuevo hogar, acompañado de 18 miembros de su familia, incluidos su esposa Kalsoom, quien desde el golpe del año anterior ejercía como presidenta de la PML-N en funciones, y sus tres hijos. Lo primero que hizo Nawaz al llegar a Arabia Saudí fue peregrinar al santuario de La Meca. A continuación, se sometió a un chequeo médico en Riad, pues traía un cuadro de insuficiencia cardíaca e hipertensión.

División en el partido, acercamiento a Bhutto y tentativas de regreso
Cómodamente alojado en Jeddah, el ilustre exiliado se benefició de la generosidad del rey Fahd Al Saud, quien puso a su disposición una línea de crédito para retomar la actividad empresarial. En el país de acogida, Nawaz no tardó en poner en marcha una fundición de acero que le reportó cuantiosos beneficios. El confort material de su exilio saudí no podía enjuagarle a Nawaz la amargura por todo lo sucedido desde aquel fatídico 12 de octubre de 1999. Su nada honrosa componenda con Musharraf para eludir la cadena perpetua había desmoralizado a sus leales en el partido, que intentaban articular algún tipo de frente opositor al nuevo régimen militar. Aún peor, la PML-N se fracturó entre los defensores de la legitimidad democrática anterior al golpe de Estado y los partidarios, bastante numerosos, de hacer borrón y cuenta nueva de las vicisitudes, invariablemente ligadas a la corrupción, el clientelismo y la inepcia, de un partido desprestigiado, y colaborar con Musharraf y su dudoso plan de restauración constitucional.

En julio de 2002, luego de desligarse de las consignas opositoras de boicot al referéndum del 30 de abril, por el que Musharraf ganó, con clamorosas muestras de fraude, la continuidad en la Presidencia de la República (en la que había sucedido a Tarar en 2001) hasta 2007, y con vistas a participar en las elecciones legislativas convocadas para el 10 de octubre, los liguistas agrupados en la facción disidente de Shujaat Hussain, quien fuera ministro del Interior de los dos gobiernos de Nawaz, dieron el paso de segregarse con el nombre de Liga Musulmana de Pakistán-Quaid e Azam (PML-Q). La nueva agrupación se impuso en los comicios y su secretario general, Mir Zafarullah Khan Jamali, antiguo ministro jefe de Beluchistán, fue investido por la Asamblea primer ministro en noviembre con el visto bueno de Musharraf.

La intención de Nawaz fue participar en estas votaciones con su propia candidatura a diputado, pero la Comisión de Elecciones se la vetó. Musharraf recordó que ni él ni Bhutto podían tomar parte en el proceso político, para el que estaban inhabilitados por ley, y que si se les ocurría poner pie en Pakistán serían detenidos en el acto. Conducido en casa por el ex ministro de Finanzas Javed Hashmi, nombrado por Nawaz "presidente central" del partido pero subordinado a Shahbaz, a su vez elegido presidente orgánico a principios de agosto en el exilio saudí, la PML-N sufrió un tremendo varapalo al no alcanzar más que el 9,4% de los votos y 19 escaños, quedando muy lejos de la PML-Q de Jamali y de la segunda lista más votada, el Partido Popular de Pakistán-Parlamentarios (PPPP) de Bhutto.

Compartir exilio (forzoso él, autoimpuesto ella) y proscripción política, amén de estrategia opositora en el seno de la Alianza para la Restauración de la Democracia (ARD, integrada por 18 partidos), empujaron a Nawaz y a Bhutto a tomar un paso que parecía obvio en las actuales circunstancias, pero que para ellos era difícil de dar dado el implacable antagonismo político y personal que les había separado desde la restauración democrática de 1988: formar un frente dual contra la dictadura de Musharraf y su fachada parlamentaria. La histórica convergencia, dejando a un lado los viejos rencores y desconfianzas, fue propiciada por la aprobación en diciembre de 2003 de la Decimoséptima Enmienda, que vino a revertir los cambios introducidos en 1997 por la Decimotercera Enmienda, de manera que Pakistán volvió a tener un sistema de Gobierno de tipo semipresidencial. Además, Musharraf dio carpetazo a su promesa de separarse de la jefatura del Ejército, prolongando por tanto su doble rol de general al mando y presidente de la República con arrogada legitimidad constitucional.

El 10 de febrero de 2005 los dos antiguos primeros ministros sostuvieron en Jeddah una cumbre sin precedentes en la que hablaron de "responsabilidad", "cooperación" y "superación de errores pasados", y donde decidieron redactar una Carta de la Democracia. Los observadores describieron la cita de Nawaz y Bhutto en la ciudad saudí de "ejercicio de madurez política". El 14 de mayo de 2006 los dirigentes volvieron a encontrarse, esta vez en Londres, para estampar su firma al manifiesto anunciado en Jeddah. En la Carta de la Democracia, Nawaz y Bhutto proclamaban la necesidad de abrogar todas las enmiendas y añadidos de Musharraf a la Constitución de 1973, y de celebrar elecciones "libres, limpias y transparentes". Además, los dos signatarios subrayaron su intención de retornar a Pakistán para participar en los próximos comicios, previstos para finales de 2007 o principios de 2008.

El pacto con Bhutto entró en crisis en agosto de 2007 al saberse que la líder popular estaba negociado por su cuenta con Musharraf el apoyo del PPP a la candidatura reeleccionistas del presidente en las elecciones indirectas de octubre, a condición de que Musharraf se diera de baja en el Ejército y le permitiera a ella regresar para presentarse a las posteriores elecciones legislativas y optar a la jefatura del Gobierno. Aunque saltaba a la vista que Bhutto y Musharraf no terminaban de entenderse, Nawaz temió quedar completamente marginado del curso político en ciernes, siguiendo unas reglas del juego urdidas a sus espaldas, así que decidió no demorar más el final de su exilio.

El 10 de septiembre de 2007, ignorando la advertencia, hecha llegar por Musharraf a través del político libanés Saad Hariri, de que se abstuviera de retornar antes de las elecciones, pero alentado por una sentencia favorable del Tribunal Supremo, dictada el 23 de agosto, que reconocía su "derecho inalienable" a residir en su país, Nawaz y su séquito tomaron un avión en Londres y tras un vuelo sin incidentes se plantaron en el aeropuerto de Islamabad. La reacción de Musharraf fue fulminante. Los miles de seguidores que acudieron en tropel a dar la bienvenida al líder conservador vieron impedido el acceso al aeropuerto y Nawaz, transcurridas cuatro horas desde que tomó tierra, fue detenido y montado en un vuelo especial de vuelta a Jeddah. Antes de ser expatriado sin contemplaciones, el político conoció por boca de un funcionario del Tribunal de Cuentas unas acusaciones sobre fraude y lavado de dinero presuntamente cometidos en sus mandatos como primer ministro.

Los abogados de Nawaz denunciaron que su cliente había sido "secuestrado" y que el Ejecutivo había "violado flagrantemente" el auto favorable del Tribunal Supremo emitido en agosto. Los controles policiales y las detenciones en masa abortaron la jornada de protesta nacional convocada por la PML-N contra la deportación de su líder. Que la tentativa del 10 de septiembre había sido un paso en falso quedó patente horas después del aterrizaje de Nawaz en Jeddah, donde el jefe de la inteligencia saudí, el príncipe Muqrin ibn Abdulaziz Al Saud, quien se había reunido por separado tanto con Musharraf como con Nawaz, recordó que su Gobierno ya había recomendado al ilustre huésped pakistaní que no violara los términos del pacto de 2000 sobre permanecer al margen de la política durante una década.

El 5 de octubre Musharraf firmó la llamada Ordenanza de Reconciliación Nacional, que retiraba a Bhutto y otros políticos que habían desempeñado funciones públicas entre 1988 y 1999 todas las investigaciones y cargos judiciales abiertos contra ellos. Significativamente, Nawaz fue excluido de la amnistía. Al día siguiente tuvo lugar la reelección presidencial de Musharraf por otros cinco años. La votación, efectuada por un colegio electoral formado por más de un millar de legisladores federales y provinciales, registró la abstención del PPP y el boicot de la PML-N.

En las semanas que siguieron, Nawaz fue testigo impotente de una trepidante sucesión de acontecimientos que tuvieron a otros por protagonistas: el tumultuoso regreso de Bhutto a Karachi, la exigencia de dimisión hecha por la líder popular a Musharraf, el enfrentamiento entre este y el presidente del Tribunal Supremo, Iftikhar Mohammad Chaudhry, a propósito de la validez de las recientes elecciones y la declaración por el autócrata, el 3 de noviembre, del estado de emergencia. El fracaso del acuerdo entre Bhutto y Musharraf, quien era consciente de su situación de debilidad, para repartirse el poder propició un cambio de estrategia. Nawaz pasó a ser ahora el líder opositor cortejado por el presidente, cuyos emisarios fueron a visitarle con propuestas de "reconciliación". El líder liguista negó tajantemente que estuviera dispuesto a pactar con Musharraf y se limitó a exigir el levantamiento del estado de emergencia, la colgadura por el jefe del Estado del uniforme militar y la restitución de Chaudhry y los restantes jueces del Supremo apartados en el golpe autoritario del 3 de noviembre.

Luego de ser recibido en Riad por el rey Abdullah Al Saud, quien dio luz verde a sus planes, Nawaz, acompañado por su esposa, su hermano Shahbaz y otros familiares, aterrizó en Lahore procedente de Medina el 25 de noviembre, poniendo fin a siete años de exilio y entre el delirio de miles de partidarios congregados para recibirle, a los que el férreo dispositivo de seguridad no pudo contener. Sin ocultar la emoción, y antes de ser alzado a hombros por la multitud eufórica en el mismo aeropuerto, el re