Mwai Kibaki

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 10/1/2003. Mwai Kibaki fue reelegido para un segundo ejercicio el 27/12/2007 y el 9/4/2013 traspasó la Presidencia de la República de Kenya a su sucesor electo, Uhuru Kenyatta. El 21/4/2022 el ex presidente Kibaki falleció a los 90 años de edad).

Miembro de la tribu kikuyu, gran subgrupo etnolingüístico bantú al que pertenecen algo más de la quinta parte de los kenyanos, recibió la educación primaria en la misión de Karima y en la escuela de Nyeri, un próspero distrito del centro del país, y la secundaria en la escuela Mangu de Thika. Su acceso en 1951 al Colegio Universitario Makerere de Kampala, Uganda, para estudiar Economía, Historia y Ciencia Política le convirtió en un auténtico privilegiado entre sus compatriotas, que apenas podían aspirar a terminar la educación elemental. La Makerere de Kampala estaba considerada en aquellos años de dominio colonial británico la más prestigiosa institución de enseñanza de toda África oriental.

En 1955 se graduó y empezó a trabajar en la división para Uganda de la compañía petrolera Shell East Africa, pero a los pocos meses la organización de la Commonwealth le concedió una beca para perfeccionar su formación en la London School of Economics de Londres. Conseguida la diplomatura en Finanzas Públicas, en 1959 retornó de la metrópoli y se estrenó como docente en la Universidad Makerere, labor que también le duró poco porque se involucró en la efervescencia política de su país como uno de los redactores de los estatutos de la Unión Nacional Africana de Kenya (KANU), partido fundado el 14 de mayo de 1960 por el líder independentista Jomo Kenyatta.

La prensa kenyana informa que Kibaki fue un juramentado del movimiento clandestino Mau Mau, que, basado fundamentalmente en la comunidad kikuyu y con Kenyatta como más que probable organizador e instigador, combatió a los británicos con métodos terroristas hasta su aplastamiento en 1956. Según estas fuentes, un hermano de Kibaki fue un jefe de partida Mau Mau que murió en una escaramuza con las fuerzas de seguridad.

En las elecciones a la Cámara de Representantes de la colonia celebradas en mayo de 1963, Kibaki, representando a un distrito de Nairobi, se metió entre los 83 candidatos de la KANU que obtuvieron escaño. Tras la consecución de la independencia el 12 de diciembre de aquel año, Kenyatta, convertido en primer ministro (y en presidente de la República justo un año más tarde), le nombró secretario parlamentario en el Ministerio del Tesoro e inmediatamente después ministro de Estado para la Planificación y el Desarrollo Económicos. Convertido en un joven miembro de la élite dirigente, en 1966 Kibaki fue promocionado a instancias de Kenyatta a ministro de Comercio e Industria y también a vicepresidente de la KANU, compartiendo jerarquía con otros siete oficiales del partido.

En 1969 pasó a ocuparse del Ministerio de Finanzas y ganó por segunda vez la reelección como diputado, una renovación de su mandato popular ininterrumpido hasta el presente. Ello fue en los comicios de diciembre, a los que la KANU concurrió como virtual partido único luego de ordenar Kenyatta la disolución del partido opositor Unión Popular de Kenya (KPU) y el arresto de su dirigente, el número dos del régimen caído en desgracia en 1966, Jaramogi Odinga Odinga, quien se convirtió así en el chivo expiatorio por las tensiones interétnicas suscitadas a raíz del asesinato, nunca satisfactoriamente esclarecido, meses atrás del secretario general de la KANU, Tom Mboya, como Odinga Odinga, un tribuno de la etnia luo, segunda más numerosa de país, y de paso un potencial competidor de Kenyatta por el ascendiente del poder.

Durante estos graves sucesos, Kibaki se mantuvo absolutamente leal a Kenyatta y su postura ortodoxa tampoco varió a medida que el régimen fue acentuando sus caracteres autoritarios, hasta tomar la forma de una dictadura personalista. Presidente de la sección de la KANU en su terruño de Nyeri desde 1976, tras la muerte de Kenyatta en agosto de 1978 y la confirmación en octubre siguiente en las jefaturas del Estado y el partido del hasta entonces vicepresidente en ambas instancias y ministro del Interior, Daniel arap Moi, Kibaki fue nombrado por éste vicepresidente de la República, manteniendo la cartera de ministro de Finanzas, además de reforzar su liderazgo en la KANU, que le designó su único vicepresidente.

Durante una década Kibaki fue el segundo puntal del régimen autocrático de Moi, que en junio de 1982 estableció por ley el sistema de partido único. Precisamente ese año, Moi le convirtió en su ministro del Interior, dejando claro el grado de confianza en su colaborador. El primer signo de desavenimiento se percibió tras las elecciones generales de marzo de 1988, que, en virtud de su única candidatura, otorgaron a Moi un tercer mandato quinquenal al amparo de la Constitución de 1964. Kibaki fue primero cesado, el 24 de marzo, como vicepresidente de la República y ministro del Interior, y puesto al frente de un ministerio de menor rango, el de Salud; después, en la convención de la KANU en septiembre, perdió también la vicepresidencia del partido.

En la amordazada opinión pública del país cundió la creencia de que Kibaki, siguiendo los pasos de Odinga Odinga 22 años atrás, podría abandonar el Gobierno y la KANU como protesta por su rebajamiento político, y maniobrar en la oposición, pero el caso es que siguió desempeñando sus funciones ministeriales durante tres años. La ruptura con Moi no se escenificó hasta diciembre de 1991, cuando el presidente, presionado desde dentro por organizaciones populares y desde fuera por los proveedores de fondos, se vio obligado a reintroducir el multipartidismo y convocar un proceso de transición democrática. Para Kibaki, el anuncio de Moi fue como una señal: el 25 de diciembre dimitió del Gobierno, se dio de baja de la KANU y puso los cimientos de una agrupación propia con la que participar en el nuevo curso político, el Partido Democrático (DP), que recibió la carta de registro el 17 de enero de 1992.

El DP se dispuso a rivalizar con la KANU por la clientela del voto kikuyu en las regiones centrales, aunque a los ojos de la principal fuerza opositora de reciente creación también, el Foro para la Restauración de la Democracia (FORD), Kibaki era un oportunista que se había apuntado al discurso democrático sólo después de que las contestaciones de la disidencia, jugándose la vida, y la presión de la calle hubieran obligado a Moi a abrazar las reformas políticas, cuando no un sospechoso de seguir brindando servicios a su antiguo partido, haciendo de cuña contra una eventual captación de la mayoría electoral por la oposición genuina.

En las históricas elecciones del 29 de diciembre de 1992 Kibaki quedó con el 19,4% de los votos en tercer lugar tras Moi (que consiguió la reelección gracias al fraccionamiento del campo opositor) y Kenneth Matiba, cabeza del FORD-Asili, y superando al veterano disidente Odinga Odinga, al frente de la fracción FORD-Kenya (FORD-K). En la votación para la Asamblea Nacional o Bunge, el DP se quedó con 23 de los 188 escaños en disputa. El espectáculo de las luchas cainitas en el FORD benefició a Kibaki, que fue adquiriendo el perfil de verdadero líder de la oposición al régimen de Moi, capitaneando un partido estable, unificado y alternativo a la cada vez más desacreditada KANU. Esta imagen de primacía en el campo opositor se intensificó con los eclipses políticos de Odinga Odinga (por fallecimiento, en enero de 1994) y Matiba.

Así prestigiado, en las segundas elecciones democráticas, las del 29 de diciembre de 1997, Kibaki se alzó hasta el segundo lugar con el 31,1% de los votos, dejando muy atrás a los candidatos salidos del FORD original, sigla que, ahondando en su proceso de divisiones, estuvo representada por tres listas rivales ahora. Como en 1992, y con más fuerza si cabe, la jornada electoral estuvo caracterizada por un clima de violencia interétnica, que reclamó cientos de vidas, atizada por el poder, intimidaciones y fraude, arrojando serias dudas sobre la realidad del 40,1% de sufragios atribuido al septuagenario Moi. El resultado de Kibaki fue tanto más meritorio por cuanto que el DP acaba de sufrir la escisión de Charity Kaluki Ngilu, quien se pasó al Partido Social Demócrata (SDP) y tomó parte en las presidenciales como su candidata, arrebatando el 7,8% de los sufragios.

Airado, Kibaki organizó una rueda de prensa con los otros dos aspirantes derrotados más votados, Raila Amollo Odinga (hijo de Odinga Odinga), del Partido del Desarrollo Nacional (NDP), y Michael Kijana Wamalwa, del FORD-K, para denunciar lo que para ellos habían sido unas elecciones amañadas. A la vista de todos se ofreció el dato de que si la oposición hubiese participado con un candidato unitario, Moi habría sido, seguramente, descabalgado. Por lo que se refiere a los comicios parlamentarios, el DP elevó su representación a los 41 escaños (sobre un total de 222 esta vez).

Con vistas a las elecciones, en enero de 1996 Kibaki había establecido con los dos partidos FORD una Alianza Nacional, pero esta estructura no terminó de cuajar y sus integrantes llegaron a las urnas por separado. Además, en 1998 Moi, en una demostración de su inveterada habilidad para sobornar políticamente a sus detractores y ganar oxígeno para el régimen, se aseguró la mayoría parlamentaria mediante un pacto con el NDP de Odinga. Sin embargo, la proximidad de las elecciones de 2002 y la confirmación por Moi de que no iba a cuestionar la enmienda constitucional de 1992 que le impedía optar al tercer mandato, aceleraron las pugnas por la sucesión y, por ende, la descomposición de un partido, la KANU, incapaz de regenerarse y de dejar atrás sus reflujos autoritarios y sus costumbres corruptas.

El escarmiento por lo sucedido en 1992 y en 1997, más la convicción de que con la KANU más debilitada que nunca, la mudanza en el poder era posible en Kenya, espolearon a Kibaki para promover una gran alianza opositora. La fusión (en realidad, una absorción) del NDP con la KANU en marzo de 2002 se interpretó inicialmente como un serio revés al proyecto de Kibaki, pero la aceptación ritual el 14 de octubre por la convención de la KANU del designado por Moi para aspirar a sucederle en diciembre, Uhuru Kenyatta -un poco experimentado político kikuyu que debía su relieve a su condición de hijo de padre de la independencia y que ofrecía el perfil de hombre de paja sujeto al arbitrio de Moi-, arrojó instantáneamente al bando opositor a los dirigentes de la KANU que aspiraban personalmente a la nominación, el vicepresidente de la República desde 1989, George Saitoti, y el propio Odinga, premiado por Moi con la secretaría general del partido y el Ministerio de Energía tras acceder a disolver el NDP, los cuales acababan de ser destituidos por replicar las directrices del presidente y arrastraron en el motín a los miembros del gabinete Kalonzo Musyoka y Moody Awori.

En un tiempo récord, Kibaki fue capaz de amalgamar en torno a sí una pléyade de personalidades y grupos cuya única coincidencia parecía residir en la hostilidad y el resentimiento hacia Moi. Por un lado, mientras la KANU se estremecía por el autoritarismo interno de su jefe, el avezado ex vicepresidente selló con éxito sus conversaciones con el FORD-K, el Partido Nacional de Kenya (NPK, la nueva agrupación montada por Charity Ngilu) y otras ocho formaciones para la constitución de la Alianza Nacional por el Cambio (NAC), acto seguido denominada Partido de la Alianza Nacional de Kenya (NAK). El 18 de septiembre Kibaki fue proclamado aspirante presidencial del NAK, con Kijana Wamalwa como compañero de fórmula y Ngilu en la reserva para una eventual cartera ministerial. El 22 de octubre, finalmente, fueron los escindidos de la KANU, antes conocidos como grupo Arco Iris y ahora organizados como el Partido Liberal Democrático (LDP), quienes aceptaron cerrar filas con Kibaki, dando lugar a la Coalición Nacional Arco Iris (NARC).

Vendiendo como mejor activo la dimensión multiétnica y nacional de la NARC, puesto que cada integrante aportaba un segmento de votantes característico -el DP, los kikuyus centrales; el LDP, los luos de la populosa provincia de Nyanza; el FORD-K, los luhyas de la aledaña provincia Occidental; y el NPK, los kambas de la oriental Ukambani-, y haciendo hincapié en un nuevo modelo de desarrollo económico para Kenya socialmente orientado e incompatible con la corrupción, lacra de dimensiones gigantescas bajo Moi, Kibaki vio subir su popularidad como la espuma, acentuando la expectación dentro y fuera del país por la posibilidad del final del reinado de la KANU.

Al margen de su extenso pasado de alto dirigente de la dictadura de la KANU y de sus gustos elitistas -los ataques populistas del régimen de Moi incidieron en su devoción por el golf, su asiduidad de los clubes para ricos y su supuesto desapego por las penurias del pueblo llano-, amén de la posible desventaja de su edad -71 años frente a los 42 de Kenyatta-, una parte significativa de la opinión pública le reconoció a Kibaki su experiencia como economista y su eficiencia como gestor, recordada desde sus años de ministro, y, lo que era más importante, le aparejó una credencial de hombre honesto y limpio, conformando una imagen positiva en un país categorizado como de los más corruptos del mundo y que a la sazón estaba registrando agónicas tasas de crecimiento económico en el último bienio.

Ciertamente, en 2000 Kenya entró en recesión técnica por primera vez desde la independencia y en 2001 la recuperación apenas remontó al 1% del PIB, un ritmo ampliamente inferior al del crecimiento de la población, la mitad de la cual, dicho sea de paso, vive con menos de un dólar diario, luego se encuentra en el umbral de la pobreza extrema. Claro que quienes superan ese nivel de ingresos tampoco lo tienen mejor: en 2002 la organización Transparency International estimó que los kenyanos de las ciudades, donde el salario mensual medio ronda los 130 dólares, pagan en el mismo período de tiempo unos 51 dólares a los funcionarios, ya sean policías u operarios de telefonía, en concepto de sobornos.

Efectivamente, el 27 de diciembre de 2002 Kibaki, que acudió a votar en silla de ruedas a causa de un accidente de circulación sufrido a comienzos de mes, se cobró los frutos de su esforzado trabajo preelectoral con un espectacular 62,2% de los votos, frente al 31,3% de Kenyatta y el 5,9% de Simeon Nyachae, postulante del FORD-People. El éxito quedó redondeado en las legislativas al capturar la NARC 132 escaños, duplicando la cuota de la otrora todopoderosa KANU. Un dato a tener en cuenta es que Kibaki ganó la mayoría absoluta, empero, con un 44% de abstención. Los monitores de la Commonwealth y la Unión Europea alabaron la consulta como la más limpia, libre y pacífica en la historia del país (como siempre en estos casos, la derrota del candidato gubernamental es el mejor aval del no fraude) y la elevaron a la condición de paradigma para todo un continente donde no abundan los cambios de guardia por medios democráticos.

El 30 de diciembre Kibaki prestó juramento de su mandato quinquenal en el Uhuru Park de Nairobi, ante Moi y los presidentes de Tanzania, Uganda y Zambia, y arropado por una muchedumbre enfervorizada. En su discurso de investidura, Kibaki declaró heredar "un país destrozado por el mal gobierno y la ineptitud", prometió liderar la nación desde su actual estado de "desolación y zozobra" hasta "la tierra prometida", y tendió a la KANU "la mano del perdón y la reconciliación", aunque insinuó que podría investigar y hacer justicia con los excesos cometidos por el anterior régimen.

Los observadores locales y foráneos destacan el cúmulo de tareas que aguarda al tercer presidente de Kenya: reactivar la economía, muy afectada por la caída de las inversiones privadas y los ingresos del Estado por las tres principales industrias, las del té, el café y el turismo (esta última, nuevamente sobresaltada por los ataques terroristas perpetrados por la organización islamista Al Qaeda en Mombasa el 28 de noviembre), y crear empleo; normalizar el diálogo con los organismos multilaterales de crédito y los donantes bilaterales, lo que pasará, inexcusablemente, por un combate a fondo contra la corrupción desaforada; la transformación de las corporaciones públicas, verdaderos focos del fraude y el marasmo financieros y del compadreo político, que gangrenan los recursos del Estado; y, destinar fondos públicos a la abandonada red de servicios básicos (agua, electricidad) y educativos, en el pasado considerados entre los más avanzados de África oriental.

En cuanto a la política exterior, se espera de Kibaki la continuación de la estrecha cooperación forjada por Moi con Estados Unidos frente al enemigo común del terrorismo internacional de naturaleza islamista, con la red Al Qaeda como absoluto representante, que tiene en Kenya, para desesperación de las autoridades, un centro de operaciones privilegiado, según se desprende de los brutales atentados de Nairobi en agosto de 1998 y los recentísimos de Mombasa. Los estados de la región también esperan que el gobierno kenyano mantenga su activismo en la mediación de conflictos, faceta que ha distinguido a Moi en sus últimos años de gobernante.

Por lo demás, y aún compartiendo la sensación general de satisfacción por el histórico relevo, por pacífico y democrático, en Kenya, que sigue la senda de las remociones del poder -registradas a cuentagotas en la última década- de los equivalentes a la KANU en Zambia, Malawi o Senegal, en algunos análisis periodísticos de la región se pide cautela ante lo que podría ser un cambio engañoso, considerando que la NARC, de hecho, está trufada de antiguos prebostes de la KANU y de prófugos de última hora, empezando por la mayoría de sus líderes, que podrían exhibir en su actuación en el poder los mismos hábitos políticos que han causado la ruina del partido de Moi.

También se hace notar que la NARC es un entramado nacido con un objetivo estratégico compartido por una pléyade de líderes políticos de fuerte personalidad y ambiciones, y tras lograrse aquel, la aparente unidad podría desembocar en trifulcas. Por de pronto, Kibaki, tras tomar posesión junto con Wamalwa, ha distribuido carteras ministeriales a sus compañeros de viaje, siendo así que el DP concentra por sí mismo una cuota limitada de poder. Así, Odinga es ministro de Obras Públicas, Vivienda y Comunicaciones; Saitoti, de Educación, Ciencia y Tecnología; Nguilu, de Salud; Musyoka, de Asuntos Exteriores; y Awori, de Interior. En aras de la estabilidad, Kibaki deberá seguir ejerciendo su habilidad para forjar consensos.

Claro que de no romper Kibaki con la impunidad de los corruptos, o al menos de no refrenar sus desafueros, quedaría constancia del pesado fardo, en forma de generalización de una cultura política, de 40 años de monopolio de la KANU, además de generar una decepción popular como la que, en mayor o menor medida, ha acosado a todos los que han protagonizado similares relevos esperanzadores a lo largo y ancho del continente desde el arranque de los vientos democratizadores: Frederick Chiluba en Zambia en 1991, Pascal Lissouba en Congo-Brazzaville en 1992, Alpha Oumar Konaré en Malí en 1992, Ange-Félix Patassé en la República Centroafricana en 1993, Mahamane Ousmane en Níger en 1993, Bakili Muluzi en Malawi en 1994, Abdelaziz Bouteflika en Argelia en 1999, Olusegun Obasanjo en Nigeria en 1999, Laurent Gbagbo en Côte d'Ivoire en 2000, Abdoulaye Wade en Senegal en 2000 y John Kufuor en Ghana en 2001.

(Cobertura informativa hasta 10/1/2003)