Mohammed El Baradei

En sus doce años como director general de la AIEA, entre 1997 y 2009, el egipcio Mohammed El Baradei se acreditó como el alto funcionario que, negándose a decir a Estados Unidos lo que quería oír sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Irak y oponiéndose a un ataque a Irán por su sospechoso programa de enriquecimiento de uranio, confirió a su puesto técnico un sentido político desconocido. Su defensa de las fórmulas diplomáticas y su activismo en pro de la no proliferación nuclear, que él liga al desarme sincero de las grandes potencias, le hicieron merecedor del Nobel de la Paz en 2005. En 2010 regresó a Egipto dispuesto a aglutinar tras su figura de prestigio a la oposición, impotente y sin líderes, contra el régimen de Hosni Mubarak. Sus exigencias de reformas democráticas, formuladas en la Asociación Nacional por el Cambio (ANC), y su negativa a la confrontación directa fueron superadas por la revolución popular iniciada por la juventud el 25 de enero de 2011, a la que se unió sobre la marcha y cuyas proclamas maximalistas asumió, pero sin afán de protagonismo. Tras la caída del dictador, Baradei ha criticado el calendario constitucional diseñado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y ha confirmado su candidatura en las próximas elecciones presidenciales, a las que acudirá con una plataforma de corte socialdemócrata.

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 14/3/2011. Mohammed El Baradei fundó el Partido de la Constitución para concurrir en las elecciones presidenciales egipcias de 2012, pero finalmente retiró su candidatura. Más tarde, entre el 14/7/2013 y el 14/8/2013, Baradei sirvió brevemente como vicepresidente interino de la República bajo la autoridad de facto del general golpista Abdel Fattah al-Sisi).

1. El paso por la Dirección General de la AIEA: retos nucleares y proyección internacional
2. Regreso a Egipto, posible alternativa presidencial a Mubarak y papel menor en la revolución de 2011


1. El paso por la Dirección General de la AIEA: retos nucleares y proyección internacional

Hijo del insigne jurista liberal Mustafa El Baradei, presidente del colegio de abogados cairota y detractor habitual del régimen nasserista por sus cortapisas a los Derechos Humanos y las libertades civiles, estudió Derecho en la Universidad de El Cairo y en 1964, dos años después de licenciarse, fue reclutado por el Ministerio de Exteriores egipcio, en cuyo seno emprendió una sólida carrera diplomática. Su primer destino fue en Ginebra, en la misión permanente de Egipto ante la sede europea de las Naciones Unidas, donde empezó a familiarizarse con las cuestiones relativas al control de armas.

De ahí pasó a la sede central de la ONU en Nueva York, estadía que aprovechó para sacarse una maestría en Leyes (1971) y el doctorado en Derecho Internacional (1974) por la Universidad de Nueva York. En la década que repartió entre Suiza y Estados Unidos, el joven diplomático egipcio participó en las actividades de muchas organizaciones regionales e internacionales, incluidas: la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU; la Conferencia del Comité de Desarme (CCD); la Comisión de Derechos Humanos (UNCHR); la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS); la Organización Internacional del Trabajo (OIT); la Organización Mundial de la Salud (OMS); la Organización para la Unidad Africana (OUA); y la Liga Árabe, que hasta 1979, cuando el Tratado de Paz adoptado por el presidente Sadat con Israel condenó a Egipto al ostracismo regional, tuvo su sede en el país del Nilo y un secretario general de esa nacionalidad.

En 1974 Baradei estuvo de vuelta en El Cairo para ejercer de asistente especial del entonces ministro de Exteriores, Ismail Fahmi. En los años siguientes, fue uno de los funcionarios negociadores que facilitaron los acuerdos de separación de tropas en el Sinaí, ocupado por Israel desde la Guerra de los Seis Días en 1967 y campo de batalla de nuevo en la Guerra de Yom Kippur de 1973, así como los históricos Acuerdos de Camp David, firmados por Sadat y Begin en 1978. En 1980 dejó el servicio diplomático y volvió al ámbito de la ONU para hacerse cargo del Programa de Derecho Internacional del Instituto de las Naciones Unidas para la Formación y la Investigación (UNITAR). En 1981 se puso a dar clases como profesor asociado en su alma máter, la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York, compromiso académico que mantuvo durante seis años.

El vínculo de Baradei con la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) se remonta a 1984. Ese año fue contratado como asesor legal por la organización con cuartel general en Viena y entre sus primeros cometidos estuvo la apertura de la nueva oficina de enlace en Nueva York. En 1993 se convirtió en el asistente para las Relaciones Exteriores del director general de la Agencia, el sueco Hans Blix, en el cargo desde 1981. Finalmente, el 1 de diciembre de 1997, el egipcio sucedió a Blix como el cuarto director general de la AIEA desde su creación en 1957, el primero no europeo o estadounidense, por decisión de la Junta de Gobernadores del organismo.

Tras estrenarse al frente de esta organización internacional autónoma aunque conexa al sistema de las Naciones Unidas, Baradei lanzó un programa destinado a implementar el nuevo Protocolo de salvaguardias adicionales, con el que la Agencia esperaba reforzar su misión principal de verificar, ejerciendo la autoridad en el ámbito del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968, el uso pacífico de material fisible y tecnología nuclear, así como de detectar las actividades nucleares no declaradas y sospechosas de encerrar una finalidad armamentística.

Para empezar, era menester que todos los países que ya tenían suscritos con la AIEA los llamados Acuerdos de Salvaguardias, 126 en diciembre de 1997, abrazaran también el Protocolo Adicional, y que quienes siguieran fuera de cualquier ámbito de salvaguardia se sometieran a ambos instrumentos, ardua empresa que Baradei asumió con determinación. En los años siguientes, las dos listas de la AIEA iban a engordar con la suma de decenas de nuevos países que aceptaron someterse a la verificación internacional en materia nuclear.

Casos destacados fueron los de Brasil y Cuba, luego de adherirse al TNP en 1998 y 2002, respectivamente, así como el de Libia, que en 2004 firmó el Protocolo Adicional a su Acuerdo de Salvaguardias, permitiendo a los inspectores de la Agencia un acceso ilimitado a todas sus instalaciones de tecnología atómica. Dos países no signatarios del TNP pero potencias nucleares reconocidas (desde sus tests de 1998, condenados por la comunidad internacional), India y Pakistán, así como Israel, país no signatario y que mantenía su indefinición sobre si poseía armas nucleares o no (oficiosamente, era de dominio público que las tenía), siguieron ateniéndose a sus Acuerdos de Salvaguardias específicos.

En noviembre de 2001 Baradei fue reelegido para un segundo mandato y en marzo de 2002 la Junta de Gobernadores aprobó su propuesta, hecha a raíz de los atentados del 11-S, de crear el Fondo de Seguridad Nuclear. Se trataba de un mecanismo de financiación, a sostener voluntariamente por los estados miembros, para combatir los riesgos del terrorismo nuclear mediante el refuerzo de la vigilancia y la protección de las instalaciones nucleares y el material fisible.

Los retos nucleares de Corea del Norte e Irán
Durante su gestión, Baradei hubo de hacer frente a tres escollos de envergadura. Especialmente peligroso fue el caso de Corea del Norte, que entre diciembre de 2002 y enero de 2003 retiró los sistemas de seguridad y vigilancia en su planta nuclear de Yongbyon, expulsó a los inspectores de la AIEA y se retiró del TNP, para a continuación tomar parte en unas engañosas conversaciones sexpartitas en Beijing sin que por ello dejara de desarrollar su programa "secreto" de armas atómicas. Este, tras varios anuncios de desarme y cooperación con la AIEA que el régimen de Pyongyang incumplió flagrantemente con actitud chantajista, desembocó en las detonaciones subterráneas de octubre de 2006 y mayo de 2009, las cuales provocaron una airada conmoción internacional y agravaron la tensión prebélica en la península coreana.

En paralelo al desafío norcoreano, en el que Baradei no jugó un papel destacable, discurrió el interminable juego del gato y el ratón con Irán, cuyo Gobierno, pese a ser parte del TNP, insistió en ejecutar un programa de enriquecimiento de uranio, descubierto por la AIEA en agosto de 2002, para usos pretendidamente civiles y pacíficos y que en opinión de Baradei incumplía las obligaciones del Acuerdo de Salvaguardias. El funcionario egipcio manifestó que Irán no garantizaba de manera fehaciente la inexistencia de actividades nucleares no declaradas y le pidió reiteradamente plena transparencia.

Entre tanto, las potencias occidentales se mostraban convencidas de que el régimen de Teherán se afanaba en adquirir la bomba atómica. En particular Estados Unidos, cuyo Departamento de Estado urgió a Baradei a "endurecer" su postura sobre Irán so pena de no ser reelegido para un tercer mandato en la reunión de la Junta de Gobernadores de la AIEA de junio de 2005; llegada la fecha, Washington no materializó su amenaza y Baradei fue renovado.

El informe técnico de conclusiones entregado por Baradei, recién galardonado con el Premio Nobel de la Paz, a la Junta de Gobernadores sobre la cooperación de Irán con los equipos de inspectores y su voluntad de detener la conversión de uranio susceptible de municionar armas de destrucción masiva, el cual daba cuenta de una serie de deficiencias y violaciones que impedían restablecer la confianza, fue la base del expediente remitido en marzo de 2006 por la Junta de la AIEA al Consejo de Seguridad de la ONU, que tomó cartas en el asunto.

En julio siguiente, el Consejo dio a Irán un plazo de un mes para que suspendiera el enriquecimiento del uranio y a últimos de año, en diciembre, le impuso un ultimátum de dos meses y de manera inmediata un embargo de materiales relacionados con la investigación nuclear así como la congelación de activos financieros. Toda vez que Teherán no dio su brazo a torcer, la ONU endureció sucesivamente el régimen de sanciones armamentísticas, económicas y comerciales mediante tres resoluciones aprobadas en marzo de 2007, marzo de 2008 y junio de 2010.

En todo este tiempo, Baradei reiteró su opinión contraria al empleo de la fuerza militar contra Irán, opción barajada con seriedad por la Administración Bush y acariciada también por Israel, y pidió contención y paciencia a los miembros del Consejo de Seguridad, que junto con Alemania formaban el llamado Grupo 5+1, cuyo representante negociador con Teherán era el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE, Javier Solana.

Tras enero de 2009, Baradei saludó la iniciativa de la Administración demócrata de Barack Obama de abrir un diálogo directo con Irán, si bien la nueva estrategia estadounidense tampoco iba a dar resultados. Marchado Bush, el funcionario se despachó a gusto con la administración republicana, a la que definió como una "combinación de ignorancia y arrogancia".

En abril de 2009 Baradei, en declaraciones a The New York Times, advirtió que un ataque israelí a las instalaciones atómicas de Irán sería una "absoluta locura", ya que convertiría a todo Oriente Medio en una "bola de fuego" y empujaría a Irán a un "rumbo de colisión nuclear con el apoyo de todo el mundo islámico". En septiembre siguiente, próximo a terminar su mandato, el director de la AIEA tachó de "exagerado" el peligro nuclear que podía suponer Irán en las actuales circunstancias e instó a las potencias nucleares a predicar con el ejemplo poniendo en marcha un drástico y creíble proceso de reducción de sus arsenales si de verdad querían que quienes aspiraban al arma atómica renunciaran a ella.

Baradei se iba de la AIEA con la conclusión de que las inspecciones in situ no habían hallado pruebas concretas de que Irán tuviera activo un programa ilegal de armas nucleares, aunque reconoció que la transparencia del gobierno persa, con sus constantes trabas al libre acceso a varias instalaciones sospechosas, dejaba mucho que desear. El Nobel de la Paz tenía la impresión de que a Irán "le gustaría tener" la tecnología que le permitiera dotarse de armas nucleares y que su mensaje al mundo era que, si lo quisiera, dicha capacidad militar sería adquirida. En 2007 Baradei opinó que a Irán Ie faltaban "entre tres y siete años" para estar en condiciones de fabricar una bomba atómica, si es que realmente la perseguía.

El caso fue que Teherán, aferrado a la intransigencia, se negó a aplicar el Protocolo Adicional, firmado en diciembre de 2003, y en noviembre de 2009 dio largas también al plan propuesto por Estados Unidos, Rusia y Francia consistente en la transferencia a los dos últimos países de dos tercios del uranio iraní ligeramente enriquecido para que fuera enriquecido allí al nivel necesario para ser usado por un reactor de investigación médica. En resumen, Baradei concluyó sus doce años al frente de la AIEA sin haber conseguido resolver el embrollo nuclear iraní.

La voz de Baradei durante la crisis prebélica de Irak
Pero la pelotera sobre armas de destrucción masiva que confirió fama internacional a Baradei y dio pie a la concesión del Premio Nobel fue la de Irak, cuyo Gobierno Estados Unidos y el Reino Unido deseaban liquidar manu militari con la explicación de que representaba un gravísimo peligro para la seguridad mundial porque podía entrar en tratos con Al Qaeda y sobre todo porque, burlándose de las resoluciones impuestas por la ONU tras la derrota en Kuwait en 1991, escondía armas prohibidas, en particular químicas y bacteriológicas. La AIEA conocía bien la propensión al escamoteo de Saddam Hussein, que en diciembre de 1998 expulsó a sus inspectores, interrumpiéndose así siete años de rastreo de evidencias de la persecución por Irak de una capacidad militar nuclear.

Entonces, la AIEA reportó que ya en 1994 había conseguido neutralizar el programa nuclear de Saddam destruyendo, confiscando o clausurando todas las instalaciones, equipamientos y materiales susceptibles de permitir la construcción de armas atómicas. Aquel año, la Agencia había sacado de Irak o precintado todo el plutonio y el uranio enriquecido que había hallado. Cuando, cuatro años después, Saddam cortó la cooperación, el organismo de Baradei expresó su confianza en que no se hubiera dejado atrás "ningún componente significativo" del programa nuclear irakí, aunque tampoco podía tener una "certeza absoluta" al respecto.

Sin embargo, la inteligencia británica, en un dossier que fue divulgado a la opinión pública por el Gobierno británico en septiembre de 2002, aseguraba que Irak, entre otras violaciones, había intentado recientemente adquirir unas "cantidades significativas de uranio de África" y que estaba en condiciones de recomponer su programa de armas nucleares. La AIEA no tenía constancia de nada de ello; en realidad, como iba a saberse después, las informaciones contenidas en el llamado "dossier de septiembre" y en otros análisis anglo-estadounidenses deliberadamente alarmantes eran meros bulos.

La resolución 1.441 del Consejo de Seguridad de la ONU, que concedía a Saddam una "última oportunidad para cumplir con sus obligaciones de desarme", preludió las llegadas a Bagdad el 18 de noviembre de 2002 de Baradei y Hans Blix al frente de las respectivas misiones de la AIEA y de la Comisión de Inspección, Vigilancia y Verificación de las Naciones Unidas (UNMOVIC), encargada de rastrear el armamento químico, biológico y los misiles convencionales de largo alcance. Las inspecciones arrancaron el 27 de noviembre, el 8 de diciembre la AIEA recibió una declaración irakí de 2.400 páginas sobre sus actividades nucleares y el 19 de diciembre Baradei remitió su valoración preliminar al Consejo de Seguridad, en la cual hacía constar la existencia de múltiples "cuestiones abiertas" en el informe del Gobierno.

Mientras Estados Unidos y el Reino Unido continuaban con los preparativos de una invasión decidida de antemano, Baradei y Blix se dirigieron al Consejo de Seguridad, donde Francia, Rusia y China estaban haciendo piña contra la posibilidad de una guerra, para dar cuenta de dos meses de pesquisas sobre el terreno. Para irritación de Washington, ninguno de los dos puso sobre la mesa datos inequívocamente comprometedores que permitieran justificar con una legitimación añadida la operación bélica en ciernes.

Las comparecencias fueron tres. En la primera, el 27 de enero, Baradei fue menos crítico que Blix al explicar que no tenía evidencias de que Irak hubiera reactivado su programa nuclear, y reclamó más tiempo para completar su misión y estar en condiciones de certificar el resultado negativo. En su segundo informe, leído el 14 de febrero, el jefe de la AIEA sólo dijo de nuevo que las inspecciones se estaban "intensificando y avanzando", y que era menester la "cooperación completa y activa" del Gobierno irakí en el proceso.

El 7 de marzo, con los ánimos muy tensados en el dividido Consejo de Seguridad, vino la tercera comparecencia de Baradei y Blix. En ella, el funcionario egipcio, claramente preocupado por evitar el estallido de la guerra, fue bastante tajante: tras tres meses de inspecciones, la AIEA no había hallado "evidencia o indicación plausible" de una vivificación del programa de armas nucleares irakí. Además, refutó la veracidad de varias aseveraciones hechas por la Administración Bush; así, calificó de "infundado" el informe sobre un tráfico clandestino de uranio desde Níger y negó que los esfuerzos del Gobierno irakí por importar tubos de aluminio reforzado tuvieran que ver con un intento de construir centrifugadoras de uranio.

El 18 de marzo, coincidiendo con el ultimátum de Bush a Saddam, Baradei trajo de vuelta a sus hombres a Viena y dos días después las fuerzas anglo-estadounidenses rompieron las hostilidades con Irak. Meses después, en el período de ocupación posbélica, los propios equipos de inspección de Estados Unidos hubieron de reconocer que Saddam no tenía armas de destrucción masiva y que en el caso del programa nuclear, este había cesado en la práctica en 1991, tras lo cual Saddam no había intentado reiniciarlo.

Abogado del desarme nuclear y concesión del Nobel de la Paz
La experiencia de Irak perfiló a Baradei como un funcionario internacional poco acomodaticio a los intereses de las grandes potencias y en especial crítico con las estrategias de Estados Unidos, cuyos esfuerzos, abandonados en 2004, por encontrar armas de destrucción masiva en el Irak ocupado puso en solfa.

En febrero de 2004 el director general publicó en The New York Times un artículo, Salvándonos de la autodestrucción, en el que reclamaba a las cinco potencias nucleares signatarias del TNP que hicieran la mejor contribución a la no proliferación nuclear en el planeta adoptando una "hoja de ruta clara" hacia el desarme completo y dando cumplimiento al Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT, firmado en 1996 pero pendiente de entrar en vigor por la no firma y/o no ratificación de países tan significativos como Estados Unidos, China, Irán, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte).

Baradei insistía en la necesidad de "ir a las raíces de la inseguridad", puesto que en áreas crónicamente conflictivas como Oriente Próximo, el sur de Asia y la península coreana la persecución de armas de destrucción masiva, "aunque nunca justificada, es previsible en tanto fracasemos en la aplicación de medidas alternativas que compensen los déficits de seguridad". "Debemos abandonar la noción inviable de que es moralmente reprensible para algunos países intentar dotarse de armas de destrucción masiva y al mismo tiempo moralmente aceptable para otros confiar en ellas por su seguridad", declaraba el autor, quien lanzaba una ominosa advertencia: "si el mundo no cambia este curso, nos arriesgamos a la autodestrucción".

Unas informaciones periodísticas sobre que el espionaje estadounidense tenía pinchado el teléfono del egipcio para ver si podía sacarle algún trapicheo comprometedor y la pública irritación del Departamento de Estado con su supuesta actitud "proiraní" precedieron la votación del 13 de junio de 2005 por la Junta de Gobernadores de la AIEA, en la que, como se adelantó arriba, Baradei, pese a todo, fue reelegido por unanimidad para un tercer mandato de cuatro años. Su confirmación en el puesto por la Junta, donde estaban representados 35 países en igualdad de condiciones, puso de manifiesto la excelente consideración que Baradei tenía en prácticamente todos los gobiernos, que confiaban en su imparcialidad y profesionalismo. Estados Unidos no pensaba lo mismo, pero no pudo hacer valer su criterio minoritario.

En estas circunstancias, el anuncio el 7 de octubre de 2005 por el Comité Nobel Noruego de la concesión del Premio Nobel de la Paz a Baradei y la AIEA, en distinción conjunta, "por sus esfuerzos para impedir que la energía nuclear se emplee para fines militares y para asegurar que la energía nuclear con fines pacíficos se utilice del modo más seguro posible", fue interpretado por la prensa mundial como un "bofetón" a la Administración Bush, la cual no tuvo más remedio que felicitar cortésmente al galardonado. En unos tiempos en que "la amenaza de las armas nucleares crece de nuevo", cuando "los esfuerzos de desarme parecen bloqueados" y cuando "existe el peligro de que las armas nucleares se extiendan tanto a los estados como a los grupos terroristas", explicaba el Comité de Oslo, "el trabajo de la AIEA es de una importancia incalculable".

Al recoger el premio el 10 de diciembre, Baradei, poniendo acentos sombríos pero haciendo votos por un cambio global a mejor, realizó un diagnóstico de la inseguridad en el planeta que excedía con mucho las cuestiones relacionadas con las armas de destrucción masiva; su existencia y proliferación, destacó, sólo suponían una categoría más en una lista de grandes amenazas, junto con el terrorismo, el crimen organizado, los conflictos armados inter e intraestatales, la pobreza, las enfermedades infecciosas y la degradación medioambiental.

Cuarto egipcio en conseguir el Nobel tras Sadat (de la Paz en 1978), Naguib Mahfouz (de Literatura en 1988) y Ahmed Zewail (de Química en 1999), Baradei donó la dotación económica de su premio a obras de caridad con los niños huérfanos de El Cairo. La medalla y el diploma noruegos pasaron a ocupar un lugar de excepción en una vitrina personal de laureles, condecoraciones y doctorados honoríficos otorgados por gobiernos, organizaciones y universidades de todo el mundo. Dicho sea de paso, la esposa de Baradei, Aida El Kachef, profesional de la pedagogía, también ejercía en la capital austríaca, como profesora de niños en la Escuela Internacional de Viena. El matrimonio tenía dos hijos, Laila y Mustafa.


2. Regreso a Egipto, posible alternativa presidencial a Mubarak y papel menor en la revolución de 2011

En septiembre de 2008 Baradei anunció que descartaba un cuarto mandato como director general de la AIEA. El 3 de julio de 2009 la Junta de Gobernadores escogió como sucesor al japonés Yukiya Amano y el 30 de noviembre el egipcio, a los 67 años, quedó desligado de su compromiso con la AIEA.

Irrupción en la política nacional con una plataforma de oposición
Bastante antes de esa fecha, el nombre de Baradei ya venía circulando entre los grupos de la débil y fragmentada oposición egipcia como un posible candidato presidencial alternativo para batirse en las elecciones de 2011 con Hosni Mubarak, el incombustible mandamás del país, sucesor del asesinado Sadat en 1981 y un autócrata cada vez más cuestionado por sus gobernados. Con el octogenario dirigente o quizá, si la edad y la enfermedad no se lo permitían, con su hijo Gamal, cuyo ascenso político en los últimos años venía alimentando unas consistentes especulaciones sucesorias. Aunque el presidente en persona, en febrero de 2006, le había colocado el Gran Collar de la Orden del Nilo, la máxima condecoración nacional, Baradei apenas disimulaba su nula devoción por Mubarak.

Incluso siendo aún director general de la AIEA, el 5 de noviembre, Baradei alentó las expectativas sobre que él podría ser la figura capaz de retar a Mubarak, insuflar aire fresco al esclerotizado régimen republicano y articular una especie de tercera vía independiente de los Hermanos Musulmanes al reconocer, en una entrevista televisada de la CNN, que "uno nunca debería decir nunca" a la posibilidad de la postulación presidencial, para matizar al instante que sólo consideraría dar ese paso si se reunían ciertas "garantías", a saber, que la elección presidencial fuera "libre y limpia".

Las reservas de Baradei tenían plena justificación. En 2005, año en que se estrenó el mecanismo de la elección presidencial directa por sufragio universal (anteriormente, el Parlamento nominaba al candidato único y luego los electores se limitaban a refrendarlo en las urnas), Mubarak había ganado su quinto mandato sexenal consecutivo, con un arrollador 88% de los votos, cómodamente recostado en un colchón legal confeccionado a su medida y servido por una maquinaria administrativa y policial dedicada a coartar y reprimir.

La reforma constitucional de 2007 apenas había aliviado las severísimas condiciones para poder presentar candidaturas presidenciales fuera de la formación gobernante, el Partido Nacional Democrático (PND). Las cláusulas seguían siendo abusivas, radicalmente antidemocráticas: sólo podían concurrir a las elecciones los candidatos de partidos legales con más de cinco años de antigüedad y por encima del 3% de representación parlamentaria, sumando las cuotas de las dos cámaras o sólo la de una, o bien que tuvieran un único escaño, y que además formaran parte de sus cúpulas dirigentes; fuera de los partidos, un candidato independiente podía inscribirse a condición de presentar el aval de al menos 65 diputados de la Asamblea Popular, 25 miembros del Consejo de la Shura y 10 miembros de cada uno de los consejos municipales de por lo menos 14 gobernaciones del país, esto es, 250 respaldos de cargos electos en total. Por si fuera poco, el poder judicial estaba vetado de realizar cualquier supervisión electoral.

Azuzado por los partidos moderados Neo Wafd, Social Liberal Constitucional y Generación Democrática (Geel), que mostraron diversos grados de interés en endosar una hipotética candidatura suya, y por el más dinámico y contestatario Movimiento de la Juventud 6 de Abril, que le animaba a desembarcar en Egipto para enfrentarse a Mubarak y que empezó a promocionarle en Internet, Baradei aceleró su cautelosa revelación de intenciones tan pronto como dejó el despacho en Viena. A principios de diciembre de 2009, reiteró que su "posición final" sobre las elecciones de 2011 dependía de si las mismas contaban con supervisión judicial y observación internacional, y de si la campaña y el escrutinio reunían las debidas garantías. De presentarse, lo haría como independiente.

Entre tanto, otros representantes del deslavazado arco opositor, como los partidos Unionista Progresista Nacional (Tagammu, socialista), Nasserista y el del Frente Democrático (liberal), deslizaron su escepticismo con la irrupción en la política nacional de una personalidad vista como elitista que, pese a todo su prestigio, no había arriesgado nada en lo personal para favorecer la llegada de la democracia a Egipto y que, a fuerza de tanta alta función internacional, no estaba familiarizado con los agudos problemas que el ciudadano de a pie debía afrontar todos los días.

Para sus partidarios, por contra, Baradei era el hombre ideal para impulsar el cambio de rumbo en Egipto precisamente por su inexperiencia en lo que se disponía a abrazar: sus credenciales era impecables, su capacidad de cohesionar por encima de divisiones partidistas resultaba evidente y su perfil internacional le hacía poco menos que inmune a las corruptelas de la política local. Desde el oficialismo, los medios de comunicación controlados por el Gobierno y próximos al PND pusieron en marcha una campaña de vituperios contra Baradei, quien llegó a ser retratado como agente al servicio de potencias extranjeras –ora de Estados Unidos, ora de Irán-, cuya virulencia era proporcional a la inquietud del poder.

El 19 de febrero de 2010 Baradei protagonizó su esperado retorno a Egipto. En el aeropuerto de El Cairo, medio millar de admiradores le tributaron un ruidoso recibimiento. El regreso a su país del ex director general de la AIEA con intenciones oposicionistas encontraba el terreno abonado en lo político, lo económico y lo social: Egipto se parecía cada día más a una caldera a punto de estallar tras décadas de autoritarismo, conculcación de derechos, limitación de libertades, manipulación electoral, corrupción galopante, pobreza, paro, precios encarecidos y flagrantes injusticias sociales. Además, estaban el deterioro físico y las operaciones en Europa de Mubarak, enfermo al parecer de un cáncer en fase muy avanzada, que ponían la incertidumbre política al rojo vivo.

Sin pérdida de tiempo, Baradei se juntó con un grupo de políticos partidistas, intelectuales y otros representantes de la sociedad civil para lanzar la plataforma democrática y multiconfesional Asociación Nacional por el Cambio (ANC). El proyecto fue anunciado al cabo de una reunión celebrada en la residencia cairota de Baradei el 24 de febrero y su reclamación al Gobierno no admitía matices: antes de las elecciones de 2011, el sistema político debía liberalizarse a fondo, aplicando todos los cambios legales que hicieran falta.

La ANC, que recabó la adhesión de la principal, más antigua y más reprimida fuerza política y social de la oposición egipcia, los ilegales Hermanos Musulmanes, cuyo programa era abiertamente islamista, planteó en su manifiesto una serie de reformas constitucionales urgentes, cuatro fundamentalmente: el levantamiento del estado de emergencia, calificado de "draconiano" por Baradei; la plena supervisión judicial de los procesos electorales para impedir el fraude; la limitación de los mandatos presidenciales; y, lo que concernía directamente a Baradei, la remoción de las "restricciones arbitrarias" a la presentación de candidaturas alternativas al PND, las cuales debían recibir también un acceso justo a los medios de comunicación para poder difundir sus mensajes.

Sus promotores declararon abierta la ANC a cualquier egipcio interesado en acabar con la férula de Mubarak y el PND, y en llevar "a la realidad" una democracia que sólo existía "en la teoría". Sin embargo, por el momento, Baradei no dijo una palabra sobre sus posiciones en lo que atañía a la política exterior de Egipto, particularmente las frías relaciones con Israel, cuyo cimiento era el Tratado de Paz de 1979, y la cuestión de Gaza, de cuyo bloqueo por la frontera sur el país árabe era partícipe.

El temple movilizador de Baradei, visto todavía como un hombre más bien frío y reservado, demasiado cerebral, un improbable arengador de masas en suma, comenzó a ponerse a prueba. Entre marzo y mayo se dio pequeños baños de multitudes en distintos puntos del país, asistió a oficios religiosos musulmanes, se reunió con líderes de la minoría cristiana copta y promovió una campaña de recogida de firmas en apoyo al manifiesto de la ANC. El 4 de junio celebró en Fayyum, al sur de El Cairo, un mitin popular con el mínimo aparato al que asistieron 3.500 personas. Semanas después, el día 26, participó en su primera manifestación de protesta en Alejandría, donde se unió a una concentración de unas 5.000 personas que, desafiando el estado de emergencia, clamaban contra la brutalidad policial.

Tras estos movimientos, Baradei intensificó su discurso político opositor, aunque incurrió en algún tropezón. Así, su llamamiento al boicot a las elecciones legislativas del 28 de noviembre de 2010, justificado a su entender por las señales abrumadoras de que iban a ser cualquier cosa menos libres y limpias (lo que, efectivamente, sucedió), sólo fue asentido por el Partido del Mañana (Ghad, liberal) de Ayman Nour, quien quedara segundo en las presidenciales de 2005 con un 7% de votos. Los Hermanos Musulmanes, ganadores de 88 escaños en 2005, decidieron participar bajo la fórmula habitual de las candidaturas independientes, pero tras comprobar que no se les había adjudicado ningún escaño en la primera vuelta, optaron por boicotear la segunda.

A estas alturas, el conductor de la ANC ya estaba siendo objeto de una "campaña de difamación", según sus propias palabras, en toda regla que incluía la aparición en la red social Facebook de una página a nombre de un supuesto "amigo" anónimo de Laila El Baradei. En la misma podían verse fotos de la hija del opositor en poses vacacionales, en bañador y con una copa de vino en su boda, acompañadas de comentarios del misterioso internauta que presentaba a los Baradei como una familia "que no profesa ninguna religión" y de una captura del perfil de la supuesta cuenta de Laila en Facebook, donde ella se describía como "agnóstica".

Rol discreto en la revolución popular
El 18 de enero de 2011 el diario británico The Guardian publicó una entrevista a Baradei en la que el opositor advertía de lo inevitable del estallido en Egipto de una "revolución a la tunecina" (cuatro días atrás, el dictador de aquel país, Zine El Abidine Ben Alí, había sido derrocado y puesto en fuga por un levantamiento popular sin precedentes) si el poder no implementaba reformas urgentes y propiciaba mejoras drásticas. Los ciudadanos "anhelaban desesperadamente el cambio económico y social", desesperación que ya estaba dando lugar a formas de protesta individuales tan dramáticas como las inmolaciones a lo bonzo.

El entrevistado aseguraba estar dispuesto a valerse de "todos los medios disponibles dentro del sistema para forzar el cambio", lo que significaba apostar por las peticiones públicas al Gobierno; sólo más adelante, si aquel no movía pieza, procedería considerar "otras opciones" que podrían incluir las protestas en la calle y la huelga general. Pero, por el momento, convenía confiar en que el cambio llegara de manera "planificada" y "ordenada", no por la vía del "modelo tunecino", si bien el "estado general de inestabilidad" que vivía el país no podía ignorarse. Significativamente, Baradei se guardó de respaldar, a través de su cuenta en la red social Twitter, la convocatoria por el Movimiento 6 de Abril y otros activistas organizados en Internet de un "día de la revuelta" para el 25 de enero.

Los convocantes de la protesta nacional contra Mubarak encontraron decepcionante la postura de Baradei, al que reprocharon exceso de timidez y que perdiera una oportunidad de oro para demostrar que no estaba desconectado del latido de la calle. Sin embargo, reconocían que su querencia por los cambios pacíficos y graduales, y por la interlocución con y dentro del establishment eran consustanciales con su bagaje exclusivamente diplomático y funcionarial.

Sin solución de continuidad, los acontecimientos se precipitaron. El 25 de enero miles de personas salieron a manifestarse de manera pacífica en El Cairo y otras ciudades, prendiendo la mecha de una agitación general que de inmediato adquirió características tunecinas, en la mente de todos. La intervención de las fuerzas del orden produjo las primeras víctimas. No había rastro de Baradei y los portavoces de la ANC, acuciados por las preguntas, salieron a explicar que el premio Nobel se encontraba "en el extranjero", pero que regresaría en breve. Sin embargo, la extrañeza y el malestar por la ausencia en momentos de ebullición popular de quien se había perfilado como la gran esperanza democrática de Egipto eran patentes en las mismas filas de la ANC, más testigo que actor de la protesta en marcha.

El 27 de enero Baradei aterrizó en el aeropuerto de El Cairo procedente de Viena. Rodeado de una nube de periodistas, declaró que el cambio político en Egipto era "inevitable" y que él estaba allí para "seguir dando apoyo" a quienes se habían "dado cuenta de que el régimen no está escuchando nada" y habían "tenido que salir a la calle". Sobreponiéndose a las críticas recibidas por su tibieza, se declaró listo para "liderar la transición" si ese era "el deseo de la gente, en especial de los jóvenes".

En la mañana del día siguiente, viernes de oración, Baradei acudió a pie al centro de El Cairo con la intención de rezar en la Mezquita Al Azhar y a continuación unirse a las decenas de miles de manifestantes que exigían la caída del régimen. Interceptado por la Policía, que dispersó con porras y cañones de agua a la muchedumbre que lo escudaba, el opositor fue, según las primeras informaciones, arrestado, aunque luego se matizó que sólo estaba "retenido".

El 28 de enero, bautizado "día de la ira" por los manifestantes, conoció violentas refriegas callejeras con las fuerzas antidisturbios en El Cairo y las principales ciudades del país, el ataque e incendio de edificios oficiales, la declaración por el Gobierno del toque de queda y la aparición de las primeras unidades del Ejército, tropas y blindados, para apoyar a la desbordada Policía. Egipto entró en una fase de rebelión total contra el régimen, con su cohorte de actos vandálicos y anarquía. Por la noche, Mubarak se dirigió a la nación para anunciar el cese del primer ministro Ahmed Nazif, medida que no tuvo ningún efecto lenitivo.

En la jornada posterior, 29 de enero, Baradei recobró la voz para reclamar abiertamente la dimisión del presidente: "si no se va, la intifada del pueblo continuará", afirmó al canal qatarí Al Jazeera. Tras calificar de "dictatorial" al régimen, rechazó por "insuficiente" el nombramiento de dos generales vestidos de civil, Omar Suleiman y Ahmed Shafiq, como nuevos vicepresidente de la República y primer ministro, y, en palabras para la televisión France 24, tachó de "insulto a la inteligencia" el discurso presidencial de la víspera.

El domingo, 30 de enero, Baradei pareció ponerse al frente de la revuelta al plantarse en la plaza Tahrir, epicentro de la misma y sobrevolada por cazas de la Fuerza Aérea, y, con indumentaria informal, sin afeitar y megáfono en mano, dirigirse al gentío para alentarle con estas palabras: "Este es el comienzo del fin (…) Nos han robado nuestra libertad (…) Habéis recuperado vuestros derechos y lo que hemos comenzado no tiene marcha atrás. Tenemos una sola exigencia: el fin del régimen y el comienzo de una nueva era".

Instantes antes de esta comparecencia, trascendió que la ANC y los Hermanos Musulmanes habían designado un comité de sabios de diez miembros, entre los que se encontraban Baradei, el secretario general de la Liga Árabe Amr Moussa y el Nobel de Química Ahmed Zewail, para analizar un escenario de transición post Mubarak con el alto mando de las Fuerzas Armadas, la única institución capaz de decidir la suerte del impugnado rais y que hasta el momento estaba ofreciendo un comportamiento vigilante y pretendidamente neutral, aunque equívoco: así, los militares, por un lado, se erigían en defensores del orden establecido, con lo que implícitamente expresaban lealtad al régimen del que eran soportes; pero, por otro lado, no hacían cumplir el toque de queda, se guardaban de reprimir a los manifestantes y reconocían que sus reclamaciones eran "legítimas".

El 1 de febrero, mientras la editorial neoyorkina Metropolitan Books anunciaba que el libro de Baradei The Age of Deception: Nuclear Diplomacy in Treacherous Times adelantaba su salida al mercado de junio a abril, el autor egipcio manifestó al canal Al Arabiya que el inicio de un diálogo nacional Gobierno-oposición estaba condicionado al abandono del poder por Mubarak, al que conminó a que se fuera antes del día 4, viernes. Se trataba de "evitar un derramamiento de sangre", más de la que ya había corrido en una semana de revuelta, pero el poder debía plegarse además a la disolución del Parlamento y a la suspensión de la Constitución, otros dos pasos imprescindibles para iniciar una "etapa interina".

A continuación del segundo discurso televisado de Mubarak, quien anunció que no sería candidato presidencial en las elecciones de septiembre pero que dejó clara su negativa a truncar su mandato y a acatar el ultimátum opositor para que arrojara la toalla en el llamado "día de la partida", Baradei fue testigo del crudo contraataque parapolicial del régimen, que con extrema violencia intentó arrebatar el control de la calle cairota a los antigubernamentales. Las crudas batallas del 2 y el 3 de febrero en la plaza Tahrir y sus alrededores, provocadas por las turbamultas de los partidarios de Mubarak valiéndose de todo tipo de objetos arrojadizos y que causaron una veintena de muertos, fueron denunciadas por Baradei, que acusó al régimen de emplear "tácticas de amedrentamiento" y de poner en evidencia su "carácter criminal" al recurrir a "matones" y "policías vestidos de civil". Asimismo, volvió a comentar su disponibilidad a candidatear a la Presidencia, aunque sólo "si lo pide el pueblo".

La capacidad de Baradei de influir en los acontecimientos quedó seriamente cuestionada por la frustrante reunión que, como miembro más destacado de la delegación formada, con predominancia de representantes partidistas, para negociar con el Gobierno en nombre de los movimientos juveniles, sostuvo con el vicepresidente Suleiman el 6 de febrero.

El encuentro terminó con un vago compromiso del régimen de poner en marcha un comité para la reforma constitucional. Era lo máximo que ofrecía, luego de la renuncia de Mubarak al sexto mandato y del anuncio de que su hijo tampoco se presentaría a las urnas. Los delegados de la oposición quedaron completamente decepcionados, ya que se hacía caso omiso a sus reclamaciones fundamentales, pero en las masas sublevadas la frustración dio paso a la cólera. Al final, el desenlace de la insólita revolución egipcia lo iban a forzar los cientos de miles de egipcios anónimos, no los partidos ni los notables de la sociedad civil montados en la ola sobre la marcha, que habían desencadenado el movimiento y que en estas dos semanas no habían dejado de marcarle el paso al país.

Las manifestaciones, pacíficas y gigantescas, fueron extendiéndose por el centro de El Cairo a partir de la plaza Tahrir los días 8, 9 y 10 de febrero. En la noche del tercer día, Mubarak, desmintiendo los insistentes rumores, alimentados incluso desde una cúpula militar sumida en la ambigüedad más sospechosa, de que su dimisión se produciría hoy mismo, emitió una tercera alocución televisada en la que no dijo nada de renunciar; al contrario, se reafirmó en su decisión de agotar el mandato para "garantizar el marco de una transición pacífica". De paso, reiteró su compromiso con la reforma constitucional e informó de una "delegación de poder" a Suleiman cuyo contenido y alcance quedó en el misterio.

Alarmado por el aferramiento al poder de Mubarak y temeroso por lo que fuera a suceder en Egipto al día siguiente, el "viernes de la despedida", Baradei dejó en su página de Twitter un mensaje que sonaba a un S.O.S.: "Egipto va a explotar. El Ejército debe salvar al país ahora". Entre tanto, el diario austríaco Die Presse tenía lista para publicar al día siguiente una entrevista realizada antes del discurso presidencial y en la que el opositor calificaba de "caos total" la situación en el seno del régimen, al que comparó con el Titanic yéndose a pique, y donde propugnaba la creación de un "consejo presidencial de tres miembros" así como de un "gobierno de unidad nacional" que incluyera a "tecnócratas de indudable credibilidad".

A su entender, debía abrirse un período de transición de un año de duración en el curso del cual se tendría que redactar una "Constitución transitoria", previa a la celebración de "elecciones libres y justas". Suleiman no podía tomar parte en la transición porque era un "mero espejo de Mubarak". En cuanto al Ejército, que hasta ahora había sido "bastante neutral", debía tomar partido por el pueblo.

Críticas a la dirección de la transición democrática por la junta militar
Pues bien, eso último fue lo que sucedió en la tarde del viernes, 11 de febrero: con cientos de miles, probablemente millones de cairotas clamando por la marcha inmediata de Mubarak, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en su segundo comunicado en menos de 24 horas, expresó su vocación de "asegurar la transferencia pacífica de autoridad y el logro de la sociedad libre y democrática que el pueblo demanda", tras lo cual el vicepresidente Suleiman hizo una brevísima aparición para comunicar la renuncia de Mubarak y la transferencia de todo el poder al órgano castrense de 13 altos oficiales que encabezaba el, desde ya mismo, hombre fuerte del país: el mariscal Mohammmed Hussein Tantawi, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa.

Baradei se sumó al júbilo general por la caída del dictador ("el país ha sido liberado", "es el día más grande de mi vida", manifestó), pero en la incierta etapa de transición que comenzaba adoptó una actitud de escrutinio crítico de los primeros pasos tomados por la junta militar de hecho. Sin poner en duda las "buenas intenciones" de Tantawi y los generales, que a golpe de comunicado insistían en su compromiso con las transformaciones democráticas, el Nobel de la Paz reclamó a los militares un "cambio de mentalidad" para que la mudanza del régimen fuera real y completa.

Tras anunciar el Consejo Supremo, el 13 de febrero, la suspensión de la Constitución, la disolución del Parlamento, el gobierno por decreto hasta la celebración de elecciones generales en seis meses y la formación de un comité para una reforma constitucional que sería sometida a referéndum en breve plazo, Baradei reclamó a Tantawi que no se precipitara en poner fecha de caducidad al período de transición, pues se requería tiempo, un año al menos, para desmantelar el entramado legal autoritario y construir un sistema de partidos en condiciones de competir con el PND. El opositor insistió en que el levantamiento del estado de emergencia no admitía demora, al igual que la liberación de los presos políticos. Además, pidió a los generales que integraran a los civiles en la gestión de la transición con la creación de un consejo presidencial mixto y de un Gobierno de unidad nacional.

El 9 de marzo, luego de cesar el Gobierno de Ahmed Shafiq y de nombrar el Consejo Supremo otro Gabinete interino purgado de integrantes de la vieja guardia de Mubarak, Baradei aclaró que, en efecto, estaba decidido a presentarse a las elecciones presidenciales –días antes había manifestado idéntica intención Amr Moussa-, con un programa que haría hincapié en las cuestiones sociales del empleo, la educación y la provisión social, y que daría prioridad a las necesidades de los pobres.

También, explicó que estaba en contra de la celebración dentro de diez días del referéndum para sancionar el paquete de enmiendas constitucionales, ya elaboradas por los juristas designados por el Consejo Supremo y consistentes en la limitación de los mandatos presidenciales a un máximo de dos consecutivos de cuatro años, la flexibilización de las condiciones para poder ser candidato presidencial, el restablecimiento del control judicial de las elecciones y la previsión de una Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Constitución tras las elecciones legislativas y presidenciales.

Baradei no quería que se enmendara una Constitución en suspenso, sino que se derogara de raíz, dando paso a otra Carta Magna. Sólo bajo un marco jurídico de nueva planta cabían celebrar elecciones presidenciales y legislativas con las debidas garantías democráticas, opinaba. En añadidura, ligaba la credibilidad de la transición a la aceleración del arresto de más dignatarios del anterior régimen para que rindieran cuentas ante la justicia por su papel en la represión y la corrupción, y a la destitución de responsables de los medios de comunicación del Estado por la cobertura mendaz de las jornadas revolucionarias.

(Cobertura informativa hasta 14/3/2011)