Michel Suleiman

La elección el 25 de mayo de 2008 por el Parlamento de Líbano del general cristiano maronita Michel Suleiman como presidente de la República ha cerrado seis meses de vacancia institucional, tras expirar el mandato de Émile Lahoud, y, pretendidamente, una grave crisis política de 18 meses de duración. Hasta ahora el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Suleiman es un oficial respetado por su personalidad unificadora y por haber preservado la integridad del Ejército libanés en las explosiones de violencia sucedidas desde el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri en febrero de 2005. La última y más peligrosa, por su carga sectaria, fue la toma de Beirut por el partido shií Hezbollah, desafío que colocó al país al borde de una nueva guerra civil y que empujó a los bloques políticos radicalmente enfrentados, el gubernamental antisirio y el opositor prosirio, a desbloquear la elección del militar..

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 20/6/2008. El ejercicio de Michel Suleiman como presidente de Líbano concluyó el 25/5/2014, sin que el Parlamento hubiera elegido a un sucesor; en consecuencia, la jefatura del Estado permaneció vacante y sus funciones fueron asumidas temporalmente por el primer ministro Tammam Salam. El 31/10/2016 Michel Aoun fue elegido nuevo presidente de la República).

1. Un abstinente profesional de la milicia
2. Presidente por consenso de una república desvertebrada


1. Un abstinente profesional de la milicia

Nativo de la localidad costera de Amshit, en el Monte Líbano, unos 40 km al norte de Beirut, y miembro de una familia árabe de la comunidad cristiana maronita, predominante en la región, tras acabar la formación escolar en 1967 ingresó en las Fuerzas Armadas con la intención de convertirse en soldado profesional. En 1970 se graduó en la Academia Militar de Beirut con el rango de subteniente y a continuación marchó a Bélgica para realizar un cursillo de capacitación de medio año de duración.

Sumamente opaca es la biografía oficial de Suleiman a la hora de reseñar sus actividades en los quince años, entre 1975 y 1990, que duró la devastadora guerra civil libanesa, tiempo en el cual las Fuerzas Armadas y en particular el Ejército de Tierra quedaron completamente anulados por su incapacidad para interponerse entre las numerosas milicias políticas y religiosas que se combatían a muerte y por la desbandada sectaria de sus miembros, así como suplantados y eclipsados por el Ejército sirio, desplegado desde 1976 y convertido en una fuerza de ocupación de hecho al tiempo que en un actor beligerante más.

En esta sombría época Suleiman fue añadiendo méritos a su hoja de servicios como oficial y ascendiendo en el escalafón, llegando a comandante de batallón antes de asignársele funciones instructivas en la Academia Militar y la Escuela de Suboficiales. Su currículum castrense sólo explicita dos fechas, de febrero a julio de 1981 y de junio de 1988 a septiembre de 1989, períodos en los que estuvo fuera del país –y que coincidieron con algunos de los peores fragores bélicos de la larga contienda-, en Francia y Estados Unidos, respectivamente, recibiendo formación específica para oficiales de Estado Mayor. En diciembre de 1990, recién terminados los combates en Beirut con la derrota por las tropas de Damasco del general cristiano Michel Aoun, anterior comandante de las Fuerzas Armadas y jefe de gobierno en rebeldía, y ocupando la Presidencia el maronita prosirio Élias Harawi, en virtud del consenso intercomunitario alcanzado en la ciudad saudí de Ta’if en 1989, Suleiman fue nombrado jefe de la Inteligencia Militar (Mujabarat) en el Monte Líbano y en agosto de 1991 secretario general del Estado Mayor del Ejército, entonces mandado por el general Riad Takyedin.

En junio de 1993 sus superiores le pusieron al mando de la 11ª Brigada de Infantería, una unidad estacionada en las gobernaciones de Beqaa y el Sur, convertida en testigo no beligerante, pese a encarar una agresión del territorio nacional, de las operaciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), que desde 1985 mantenían ocupada una zona de seguridad al sur del río Litani, contra la milicia shií proiraní de Hezbollah o Partido de Dios, muy activa en el bombardeo con cohetes de las poblaciones de Galilea. En enero de 1996 Suleiman fue ascendido a general de brigada y tomó el mando de la 6ª Brigada de Infantería. La carrera militar de Suleiman llegó a la cima el 21 de diciembre de 1998 con su nombramiento por el recién formado Gobierno de Selim al-Hoss como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, con el galón de teniente general. Suleiman tomaba el relevo al general Émile Lahoud, llegado al cargo en 1989 y convertido el 24 de noviembre anterior en el presidente de la República por decisión de la Cámara de Representantes.

Su hasta ahora superior en el mando castrense era, como él, un cristiano maronita con una reputación de oficial apolítico, lo que en las actuales circunstancias equivalía a un acatamiento estricto del statu quo de Líbano, donde Siria seguía manteniendo miles de soldados y ejerciendo una tutela política al amparo del Tratado de Hermandad, Coordinación y Cooperación firmado en 1991. Así, tanto el acceso a la jefatura del Estado de Lahoud como el salto de Suleiman a la comandancia de las Fuerzas Armadas contaron con la necesaria aquiescencia del régimen baazista de Damasco, a su vez protector de Hezbollah, única milicia sectaria que se zafó del proceso de desarme y desmovilización emprendido en 1990.

Lahoud, además, satisfacía con su perfil religioso la norma consuetudinaria no escrita pero aplicada a rajatabla desde la independencia de Francia en 1943, el Pacto Nacional, según la cual el presidente de la República ha de ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunní y el presidente de la Cámara de Representantes un musulmán shií; esta ponderación institucional había sido ratificada en el Acuerdo de Ta’if. Cauteloso pero diligente, Suleiman tomó las riendas de una institución armada que había conseguido regenerar su componente no sectario, adquiriendo una dimensión nacional y aparentemente neutral ante las pendencias de los partidos políticos libaneses, aunque al precio de abstenerse de desarmar a los milicianos de Hassan Nasrallah, cuya actividad guerrillera era considerada legítima resistencia contra la ocupación israelí del extremo sur, y de hacer frente a las FDI, cuyas potencia de fuego y cualificación para el combate eran incomparablemente superiores a las de la tropa regular libanesa.

La amenaza israelí perdió intensidad en mayo de 2000, cuando el Gobierno presidido por el laborista Ehud Barak retiró a las FDI de la franja de seguridad, poniendo término a 18 años de ocupación; en agosto siguiente, luego de acordar Lahoud con la ONU la nueva área desmilitarizada y de tomar posiciones en la frontera con Israel los cascos azules de la Fuerza Interina (FINUL), Suleiman ordenó el despliegue del Ejército nacional, que empezó a patrullar áreas del sur, aunque el principal beneficiario del vacío dejado por la evacuación israelí fue Hezbollah. Posteriormente, Suleiman fue testigo silencioso del paulatino deterioro de la situación política en Líbano, que entró en una etapa de violencia con múltiples frentes y de profunda división social, al polarizarse las diversas fuerzas y partidos en un bando prosirio y en otro antisirio. La sucesión de crisis amenazó con volar por los aires los precarios equilibrios interconfesionales y con reactivar la guerra civil, que se creía desterrada desde 1990.

La ominosa serie de acontecimientos comenzó en febrero de 2005 con el asesinato en Beirut del ex primer ministro Rafiq Hariri, un sunní que había abrazado el liderazgo de la oposición antisiria luego de la grosera injerencia de Damasco en la prolongación del mandato sexenal de Lahoud por otros tres años, hasta 2007. Gran parte de las comunidades sunní y maronita, así como los drusos, acusaron del magnicidio a los servicios de inteligencia sirios, omnipresentes en el país, y desataron una vasta protesta nacionalista y antisiria, a la vez que antigubernamental y contra el presidente Lahoud. Durante esta crisis, Suleiman certificó la neutralidad de la institución bajo su mando, que garantizaba los derechos democráticos de los libaneses, incluido el de protestar pacíficamente, pero que rehusaba convertirse en el instrumento represor del Gobierno de turno.

Las consecuencias de la conocida como Revolución de los Cedros, pese a la reacción, igualmente masiva en las calles, del bloque prosirio capitaneado por los shiíes de Hezbollah, fueron inmediatas y de gran alcance: la dimisión del primer ministro Omar Karame, la aceptación por Lahoud de una comisión internacional de investigación del asesinato de Hariri y, sobre todo, la retirada por Siria, sometida a fortísimas presiones internacionales, de los 15.000 soldados y la no menos voluminosa red de agentes de inteligencia y policías secretos que tenía desplegados en el país, proceso que concluyó oficialmente el 26 de abril. En mayo y junio tuvieron lugar en cuatro rondas las elecciones legislativas, que alumbraron una Cámara con mayoría (72 diputados) para el bloque de partidos antisirios, denominado Alianza 14 de Marzo, cuyo cabeza de lista era Saad Hariri, hijo de Rafiq, y un Gobierno de coalición presidido por Fouad Siniora.

Sin embargo, la inestabilidad y la tensión continuaron por el reguero de magnicidios de dirigentes políticos, diputados y periodistas del bando antisirio, crímenes sin resolver tras los que la mayoría gubernamental adivinó el largo brazo de Damasco, que oficialmente ya no ejercía ningún dominio sobre Líbano. 2006 fue un año especialmente dramático por el violentísimo enfrentamiento, convertido en una guerra abierta, entre Hezbollah y las FDI, que el 12 de julio emprendieron la más destructiva operación de represalia por los ataques de la potente guerrilla shií desde la invasión de 1982. El 14 de agosto, tras un mes de intensos combates terrestres y bombardeos aéreos que devastaron muchas infraestructuras y áreas urbanas en las principales ciudades del país y causaron un millar largo de muertos, la mayoría civiles libaneses, entró en vigor el alto el fuego reclamado tres días atrás por el Consejo de Seguridad de la ONU en su resolución 1.701, seguido al día siguiente del inicio de la retirada escalonada de las tropas israelíes.

El 17 de agosto, Suleiman, en cumplimiento de la resolución 1.701, ordenó el despliegue al sur del río Litani de 15.000 uniformados bajo su mando, y el 23 de septiembre siguiente, por primera vez desde 1968, la tropa regular libanesa tomó posiciones de vigilancia a lo largo de la frontera con Israel, en coordinación con los cascos azules de la FINUL. En su despliegue meridional, los soldados libaneses ocuparon posiciones abandonadas voluntariamente por Hezbollah, pero no desarmaron a la guerrilla, asunto sumamente espinoso que el Gobierno de Siniora optó por no abordar. A lo largo de esta guerra, las Fuerzas Armadas Libanesas, conscientes de sus limitaciones, no entraron en combate más allá de algunos amagos de repeler a los cazabombarderos israelíes con artillería antiaérea y a los comandos que el 5 de agosto atacaron la ciudad de Tiro.

La hora de la acción sonó de verdad para Suleiman en mayo de 2007, tras meses de renovada tensión política provocada por Hezbollah y su aliados Amal, el partido shií prosirio liderado por Nabih Berri, y el Movimiento Libre Patriótico de Michel Aoun, los cuales en diciembre de 2006, a rebufo de la salida de los dos primeros del Gobierno de coalición, arrancaron una campaña de movilizaciones populares para obligar a dimitir al primer ministro Siniora, al que detestaban por su proximidad a Estados Unidos y Francia, y por su entendimiento con la ONU sobre la creación de un tribunal especial internacional para juzgar por terrorismo a los responsables del asesinato de Hariri. Nasrallah y los suyos se encontraban crecidos tras el ambiguo resultado de la guerra del verano, que ellos consideraban una clara victoria, sobre todo política, sobre Israel.

El 20 de mayo de 2007 estallaron violentos enfrentamientos entre el Ejército y milicianos de la organización extremista sunní Fatah al-Islam, vinculada a Al Qaeda, en el campo de refugiados palestino de Nahr al-Bared y en la cercana Trípoli; tras un día de disparos y explosiones, que dejaron 48 muertos, los jihadistas quedaron cercados en Nahr al-Bared. El 1 de junio el Ejército reanudó los bombardeos contra Nahr al-Bared y en los días siguientes hubo de repeler nuevos focos de hostilidad en Trípoli, a los que se incorporaron efectivos de otro grupo integrista sunní, Jund al-Sham, atrincherado en el campo de Ain al-Hilweh. La autoridad civil –y aquí Lahoud, Siniora y sus respectivos partidarios estaban mayormente de acuerdo- descartó explorar la vía negociada y resolvió acabar con la grave crisis de seguridad manu militari.

Aunque los subversivos estaban rodeados y su derrota era cuestión de tiempo, Suleiman llevó la primera campaña bélica del Ejército libanés desde el final de la guerra civil de una manera metódica y parsimoniosa, con el objeto de minimizar las bajas de civiles cogidos entre los dos fuegos, muchos de los cuales eran refugiados palestinos, y para reducir los riesgos de un contagio de la violencia a los forcejeos políticos entre las alianzas 14 de Marzo y 8 de Marzo, agrupando esta última a los prosirios. Seis ofensivas de desgaste en las que participaron infantería, artillería, carros de combate y helicópteros armados con misiles aire-tierra precedieron el ataque final del 2 de septiembre, día en que el Ejército tomó al asalto Nahr al-Bared y aplastó al reducido grupo de milicianos que resistía. El líder de los rebeldes, Shaker al-Abssi, resultó muerto –aunque luego este extremo fue puesto en duda- junto con 39 de sus hombres. 105 días de combates se cobraron la muerte de 170 soldados, 226 islamistas (otros 215 fueron hechos prisioneros) y 64 civiles.

Las precauciones del teniente general no consiguieron achicar el doloroso balance de bajas, sobre todo las propias, y tal vez prolongaron en demasía las luchas, pero el desenlace del 2 de septiembre fue celebrado como una gran victoria por la población, que por encima de sus filiaciones sectarias consideraba a Fatah al-Islam un agente terrorista extraño al tejido nacional libanés cuya liquidación era pertinente, si bien su verdadera naturaleza no dejó de suscitar controversia, ya que políticos antisirios y miembros del Gobierno no dudaron en negar la conexión con Al Qaeda y en señalar, antes bien, el patrocinio del poder de Damasco, del que sería una mera criatura al servicio de su supuesto plan de desestabilización de Líbano, junto con la campaña de asesinatos selectivos de personalidades.


2. Presidente por consenso de una república desvertebrada

Tras el final de la crisis de Nahr al-Bared, el prestigio de la Fuerzas Armadas aumentó notablemente y Suleiman fue felicitado por la mayoría de los partidos, aunque su mentís de la tesis del secreto apoyo del régimen de Bashar al-Assad a Fatah al-Islam suscitó alguna irritación en el campo antisirio, mientras que, en el otro lado, Hezbollah lamentó que no se hubiese solucionado la crisis por medios políticos. Calladas las armas en el norte, Líbano volvió a enfrascarse en su laberinto político. La capacidad de las alianzas antagónicas para establecer los consensos más básicos para la operatividad del Estado fue puesta a prueba y tropezó en la elección parlamentaria del sucesor de Lahoud, cuyo mandato ampliado de nueve años expiraba sin posibilidad de prórroga el 23 de noviembre de 2007. Para sentarse en el beirutí Palacio Baabda, su sucesor debía cumplir tres requisitos: ser cristiano maronita, someterse a votación en la Cámara con un quórum mínimo de dos tercios de los 128 diputados y ser elegido con mayoría de dos tercios en la primera votación, o bien con mayoría absoluta en la ronda o rondas subsiguientes.

Que el requisito del quórum –de hecho, no estipulado en la Constitución- afectara también a la segunda votación, era puesto en duda por algunos expertos legales; el Gobierno, que confiaba en la investidura de un candidato afín gracias a la ligera mayoría de los partidos antisirios, afirmó que en tal caso no sería necesario. Varias personalidades indicaron su intención de postularse para el puesto, destacando Michel Aoun por la Alianza 8 de Marzo, y Nassib Lahoud –primo de Émile- y Boutros Harb por la Alianza 14 de Marzo. El primer intento de celebrar la votación, el 23 de septiembre, fracasó al ausentarse del hemiciclo los diputados de Hezbollah y el Movimiento Libre Patriótico; no alcanzado el quórum de dos tercios, el presidente de la Cámara, Nabih Berri, pospuso la sesión hasta el 23 de octubre. Ya entonces quedó patente la necesidad de encontrar un candidato de compromiso, una figura neutral y que gozara de respetabilidad en las dos alianzas partidistas. El nombre de Suleiman comenzó a circular entre políticos y analistas, al igual que el del cabeza de la otra institución del Estado considerada eficiente y libre de la parálisis sectaria, Riyad Salameh, gobernador del Banco Central.

Un día antes de la nueva fecha electoral, el 22 de octubre, el desacuerdo político obligó a retrasar la sesión parlamentaria hasta el 12 de noviembre. El bloqueo se petrificó y Líbano quedó sumido en la máxima de las incertidumbres al irse posponiendo las sucesivas convocatorias de la elección presidencial: el 10 de noviembre se trasladó la fecha al 21 de ese mes, el 20 al 23, el 23 al 30 y el 29 al 7 de diciembre. Por si el impasse institucional no generase suficiente tensión, el país se estremeció con los asesinatos, claramente provocadores, del ministro de Industria Pierre Gemayel, hijo del ex presidente Amin Gemayel y miembro del Partido de la Falange (Kataeb, a su vez integrante de la Alianza 14 de Marzo), el 21 de noviembre, y del general François al-Hajj, jefe de Operaciones del Ejército, el 12 de diciembre. Hajj estaba señalado como el probable sucesor de Suleiman en el mando castrense en el caso de salir éste elegido presidente de la República; oficiosamente, ya existía un consenso básico sobre la candidatura del teniente general, pero los partidos seguían sin ponerse de acuerdo sobre cuestiones añadidas, como la posible formación de un gobierno de unidad nacional y la normativa que regularía las elecciones legislativas de 2009.

Entre tanto, el mandato de Lahoud expiró el día 23, abriéndose un inquietante vacío institucional que obligó a las autoridades civiles y militares a repartirse interinamente las competencias propias del jefe del Estado: Siniora y el Gobierno asumieron las funciones políticas, mientras que el Ejército se encargó de todo lo referente a la seguridad. El 21 de noviembre Suleiman alzó la voz como comandante en jefe para advertir que los soldados saldrían al paso de cualquier intento de "agresión" a la seguridad y la estabilidad de la nación, aunque luego guardó mutismo ante el comentario, hecho por Lahoud en su despedida, sobre la posibilidad de declarar del estado de excepción para asegurar el orden y la seguridad.

El asesinato del general Hajj, sentido como un torpedo en la línea de flotación del Ejército y por ende de la unidad nacional, no enflaqueció la intransigencia negociadora de los partidos, que prolongaron, para exasperación de una ciudadanía atemorizada, la cadena de cancelaciones electorales: el 7 de diciembre se produjo la séptima postergación, al 11 de diciembre, a la que siguieron nada menos que otros diez retrasos hasta el 22 de abril de 2008. Las sucesivas convocatorias electorales fueron el 10 de diciembre, el 17 de diciembre, el 21 de diciembre, el 28 de diciembre, el 11 de enero, el 20 de enero, el 9 de febrero, el 25 de febrero, el 10 de marzo y el 24 de marzo, cuando se fijó la fecha del 22 de abril.

El 6 de enero Siria formuló su apoyo a un plan de la Liga Árabe para zanjar la crisis constitucional que pasaba por la elección presidencial de Suleiman, la formación de un gobierno de unidad nacional sin mayorías de bloqueo y la reforma de la ley electoral. El 27 de enero el Ejército, por primera vez, chocó violentamente con manifestantes shiíes de los suburbios meridionales de Beirut que protestaban por los cortes en el suministro de luz; las protestas se extendieron a puntos del Sur y la Beqaa, contabilizándose al final de las mismas ocho muertos. El 22 de abril la Cámara intentó reunirse en sesión electoral, pero el quórum volvió a fallar. El 26 de abril, por décimo octava vez, Berri pospuso la votación, ahora al 13 de mayo.

El brote de violencia de enero palideció, empero, ante los sucesos de mayo, que colocaron a Líbano al borde de la guerra civil, y con su rostro más sectario. El 8 de mayo, bastó el conato por el Gobierno de intervenir la extensa red de comunicaciones telefónicas por cable que Hezbollah operaba a título privado en sus bastiones de Beirut meridional, el Sur y la Beqaa –infraestructura que el partido consideraba imprescindible para defenderse de un ataque israelí- y de destituir al general responsable de la seguridad del aeropuerto internacional de Beirut -por su presunto espionaje para la milicia shií-, para que Nasrallah acusara a Siniora de hacerles una "declaración de guerra abierta" y movilizara a sus hombres en son de batalla.

Al instante, en Beirut y la Beqaa, milicianos de Hezbollah, Amal, el Partido Democrático Libanés (parcialmente druso y próximo a Aoun) y el Partido Social Nacionalista Sirio (PSNS, defensor de la Gran Siria y con una sección hermana en Damasco, donde funcionaba como un satélite del Baaz en el poder) se enzarzaron en sangrientos combates callejeros con militantes armados del Movimiento Futuro de Saad Hariri y el druso Partido Socialista Progresista, del veterano ex señor de la guerra Walid Jumblatt. Fogueados en la lucha contra Israel, armados hasta los dientes y dispuestos a todo, los milicianos de Hezbollah, bien pronto se vio, tenían todo a su favor para imponer su ley por la fuerza, máxime cuando el Ejército adoptó una actitud pasiva. Suleiman se guardó de intervenir contra Hezbollah y sus aliados prosirios; a cambio, ordenó a los soldados que limitaran su actuación a intentar separar a los contendientes y a proteger a la población civil y a las figuras políticas de la Alianza 14 de Marzo.

El día 9 los shiíes se hicieron con el control de todo Beirut occidental, inclusive los barrios de mayoría sunní y los bastiones del Movimiento Futuro, poniendo en fuga a los partidarios del Gobierno. En la jornada siguiente, Hezbollah, convertida en dueña absoluta de la situación, consintió en retirarse de las calles de la capital para que el Ejército empezara a patrullarlas, pero a continuación, conjuntamente con fuerzas del PSNS, desató una ofensiva en el Monte Líbano, donde ajustó cuentas con los drusos de Jumblatt. Los enfrentamientos de entidad se prolongaron en Trípoli hasta el 12, día en que la Cámara de Representantes resolvió retrasar la elección presidencial por enésima vez, hasta el 10 de junio. El 14 la violencia cesó definitivamente con el anuncio por el Gobierno de su renuncia a ejecutar las dos disposiciones que habían provocado la cólera de Hezbollah. La cruenta y victoriosa exhibición de fuerza (unos 70 muertos entre milicianos y civiles) de la organización de Nasrallah desequilibró la balanza de la larga crisis libanesa a favor del campo prosirio y proiraní.

Suleiman volvió a ser criticado desde la Alianza 14 de Marzo por haber permitido actuar a Hezbollah con humillante impunidad, luego descuidando su misión de defender el orden democrático y la paz nacional. Pero para sus numerosos partidarios, el teniente general había tenido un proceder, precisamente, de gran calado patriótico, al no involucrar al Ejército en los combates y salvaguardar así su integridad multiconfesional; según este análisis, si los soldados hubiesen intervenido en un sentido o en otro, se habría quebrado el último dique de contención de una guerra civil general. La elección presidencial de Suleiman ganó adhesiones y se antojó más urgente que nunca. Además, se convino en que la prohibición, formulada en el artículo 49 de la Constitución –y ya ignorada en 1998 con Lahoud-, de elevar a la suprema magistratura del Estado a "jueces, funcionarios de grado uno o sus equivalentes en todas las instituciones públicas" que no se hubieran desprendido del cargo con una antelación de por lo menos dos años, no venía a colación en este caso.

Los partidos se apresuraron a negociar el desbloqueo de la situación política antes de que otro espasmo de violencia prendiera una mecha similar a la del fatídico 13 de abril de 1975. Desarrollada en la ciudad qatarí de Doha con los buenos oficios del estadista anfitrión, el emir Hamad Al Thani, la Conferencia del Diálogo Nacional Libanés produjo el 21 de mayo el acuerdo que debía poner término a la crisis. Sus principales puntos eran tres: la elección parlamentaria de Suleiman como presidente de la República en el plazo de 24 horas; la redacción de una nueva ley de elecciones legislativas; y la formación de un gobierno de unidad nacional consistente en 16 ministros de la Alianza 14 de Marzo, 11 de la oposición y tres de nombramiento presidencial.

La sesión electiva de la Cámara tuvo finalmente lugar el 25 de mayo. Suleiman recibió los votos de 118 diputados; seis papeletas fueron en blanco y otras tres portaban los nombres del diputado Nassib Lahoud, el ex ministro de Exteriores Jean Obeid y "Rafiq Hariri y Mártires". A continuación, el ya ex militar prestó juramento con un mandato de seis años. En su discurso de aceptación, el flamante presidente saludó a "una nación que está empezando a despertar de la autodestrucción" e instó al conjunto de los partidos y los ciudadanos libaneses a "trabajar unidos" en aras de una "nueva era" dominada por una "sólida reconciliación", la "prioridad de los intereses nacionales sobre los intereses sectarios", una "relación de hermandad con Siria" y una "postura estratégica nacional" frente al "enemigo", en mención implícita a Israel. El 28 de mayo, acatando la propuesta hecha por la mayoría parlamentaria, volvió a nombrar primer ministro a Siniora.

El presidente de Líbano está casado y es padre de tres hijos.

(Cobertura informativa hasta 20/6/2008)