Michel Martelly

El malhadado Haití, tras un año catastrófico, confía en hallar un respiro y una oportunidad con la elección presidencial de Michel Martelly, cantautor del género kompa y estrella de carnaval que a los 49 años irrumpió ruidosamente en la campaña a rebufo de la descalificación del rapero Wyclef Jean y del descrédito general de los políticos tradicionales, incluido el mandatario saliente René Préval. Supliendo su déficit formativo y su inexperiencia con el carisma del ídolo musical de amplia discografía y estilo estrafalario y provocador, a Martelly, alias Sweet Micky, no le ha hecho falta presentar a sus frustrados paisanos un programa formal; tan sólo, ilusionarles con promesas elementales de reconstrucción, socorro social y honradez, en un país arrasado por el terremoto, el cólera, el paro y el subdesarrollo crónico, y que no termina de librarse de los ciclos de violencia política. Vinculado a los círculos neoduvalieristas en el pasado y fuerte detractor del ex presidente Aristide, el músico, sin partido propio y con una plataforma de circunstancias, Repons Peyizan, hace gala de una indefinición ideológica que apunta a posturas conservadoras.

En la caótica primera vuelta de las presidenciales, el 28 de noviembre de 2010, Martelly fue declarado perdedor tras el aspirante del Gobierno, Jude Célestin, de centroizquierda, y la opositora Mirlande Manigat, de centroderecha. Las denuncias de fraude masivo por sus seguidores, que protagonizaron graves disturbios, fueron confirmadas por la OEA, la cual, en una chapucera corrección, instó al Consejo Electoral Provisional a que otorgara al artista el segundo puesto para batirse con Manigat en una ronda resolutiva que hubo de ser postergada del 16 de enero al 20 de marzo de 2011. Celebrada por fin la segunda vuelta, Martelly tumbó a su rival con el 67% de los votos. El mandatario electo, que toma posesión el 14 de mayo, ha adelantado que pedirá la salida ordenada de la misión de cascos azules de la ONU, la MINUSTAH, y que fortalecerá las instituciones y promoverá la estabilidad, sin la cual Haití no podrá ingresar toda la ayuda comprometida por la comunidad internacional. También, desea restablecer las Fuerzas Armadas, abolidas por Aristide en 1995.


(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 13/4/2011. El mandato presidencial de Michel Martelly en Haití concluyó el 7/2/2016. Siete días después, ante el vacío de poder derivado del retraso de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2016, la Asamblea Nacional invistió presidente provisional de la República al senador Jocelerme Privert).

1. La carrera musical de Sweet Micky
2. Afinidades con la derecha neoduvalierista
3. Candidato outsider en la elección presidencial de 2010-2011
4. Triunfador final en unas votaciones caóticas


1. La carrera musical de Sweet Micky

Hijo de un supervisor de la planta petrolera que la compañía Shell tenía en Carrefour, en las afueras de Puerto Príncipe, su infancia transcurrió en un entorno de clase media tradicional, en los años de la tiranía familiar de los Duvalier. Heredero del espíritu musical de su abuelo materno, un trovador callejero conocido por sus canciones de protesta contra la ocupación estadounidense de Haití (1915-1934), el muchacho aprendió a tocar el piano de oído y desarrolló una personalidad lúdica y rebelde, que repercutió en su rendimiento escolar. Con todo, consiguió terminar la secundaria en el colegio Saint-Louis de Gonzague, un centro privado de Puerto Príncipe regido por frailes católicos –y que antes había tenido como alumno al dictador Jean-Claude Duvalier-, tras lo cual encaminó su interés a unos estudios universitarios que le permitieran labrarse una profesión acomodada.

Las fuentes periodísticas difieren sobre las andanzas académicas de Martelly entre finales de la década de los setenta y comienzos de los ochenta. Según parece, el joven intentó formarse sucesivamente como médico, ingeniero y militar, pero fracasó en todos los casos, a pesar de su amistad con personas que tenían conexiones en las altas esferas y que podían abrirle puertas. Así, vio denegada la admisión por la Escuela de Medicina, suspendió los exámenes en la Facultad de Ciencias y fue expulsado de la Academia Militar tras dejar embarazada a la hija de un general, escándalo que ha reconocido expresamente.

Tras esta acumulación de fracasos, en 1985, Martelly optó por emigrar a Estados Unidos acompañado por una ciudadana de ese país con la que acababa de casarse. La pareja se estableció en Lakewood, Colorado, donde él retomó los estudios y se ganó la vida trabajando en un supermercado. La aventura norteamericana no duró ni un año: en 1986, al poco de producirse la caída de Duvalier y recién divorciado, el veinteañero regresó a Haití, donde rehizo la relación con la novia a la que había dejado plantada el año anterior, Sophie, hija de una familia de la alta sociedad de Gonaïves y mulata como él. Contrariando el parecer de sus progenitores, la pareja formalizó su relación en boda el mismo 1986 y en Florida, donde tuvieron a su primer hijo, Michel-Olivier, al que iban a seguir tres hermanos, Michel-Alexandre, Michel-Yani y Malaika-Michel.

En el estado sureño, Martelly laboró como obrero de la construcción. Unos meses de duro trabajo fueron suficientes para hacer un capital que en 1987 le permitió volver a casa con la intención de empezar de cero, abriéndose camino profesional en el mundo de la música popular, su pasión desde la infancia. No tardaron en surgirle contratos para tocar el piano en locales de alterne de los suburbios de Puerto Príncipe, actuaciones que le granjearon el reconocimiento del mundillo. Uno de estos locales era el casino El Rancho, cuyo dueño era un hermano del general Henri Namphy, dictador del país desde la marcha de Duvalier hasta su derrocamiento en una asonada castrense dos años después.

En 1988 Martelly lanzó un primer single, Ou La La, que le reportó fama inmediata. Al año siguiente inauguró su discografía con Woule Woule, título que obtuvo un éxito resonante. El cantante y teclista se convirtió en un abanderado de la nueva generación de compositores e intérpretes de kompa, o compas, género musical cantado en el idioma creole, bailable y cadencioso, originario en estilos caribeños como el merengue, el son y el biguine, e influido también por el jazz y los ritmos africanos, que gozaba y goza en Haití de inmensa popularidad, hasta el punto de ser considerado su música nacional.

En las dos décadas siguientes, Martelly, desde mediados de los noventa más conocido con el alias comercial de Sweet Micky, fue cimentando su renombre como un artista de talento, avalado por una treintena larga de discos, entre álbumes de estudio y grabaciones en directo, e innovador, al apostar por las bandas de pocos miembros y los instrumentos electrónicos como los sintetizadores, al estilo del pop más comercial, e incorporar al kompa sones vecinos como el soca de Trinidad. También, por una puesta en escena que en ocasiones podía resultar muy provocadora, con letras satíricas, gestos machistas alternados con insinuaciones gays, comentarios mordaces sobre la convulsa actualidad política del país y actuaciones en las que consumía alcohol, lucía disfraces extravagantes o se despojaba de su indumentaria hasta quedar semidesnudo, mientras hacía ademanes obscenos.

El exuberante intérprete se convirtió en un reclamo imprescindible de los carnavales haitianos y colaboró artísticamente con otra celebridad musical, Wyclef Jean, estrella del hip-hop, al que le unía una buena amistad. En paralelo a su dedicación al micrófono y los teclados, Sweet Micky perfiló una faceta secundaria como activista social. En 2008 creó junto con su esposa la Fundación Rose et Blanc, centrada en las labores caritativas.


2. Afinidades con la derecha neoduvalierista

Su gran notoriedad permitió a Martelly codearse con algunas figuras políticas de ideología dispar, aunque en su mayor parte derechistas. A caballo entre las décadas de los ochenta y los noventa, época tenebrosa dominada por los golpes de Estado y las dictaduras militares, el cantante regentó un club nocturno, Le Garage, que frecuentaban oficiales del Ejército, paramilitares de los escuadrones de la muerte y miembros de las clases altas nostálgicas del duvalierismo. Esta añoranza de un pasado de ley y orden impuesto por el terror de los infames Tontons Macoute también la sentía él, según llegó a reconocer en unas declaraciones realizadas durante la campaña presidencial de 2010.

Dentro de esta línea, en los días de Le Garage, Martelly fustigó con dureza en sus canciones al movimiento izquierdista Lavalas y a su carismático y radical líder, el sacerdote salesiano Jean-Bertrand Aristide, bestia negra de los neoduvalieristas. En 1993, tras el derrocamiento del presidente, a los ocho meses de asumir el cargo, en el golpe de septiembre de 1991, el artista celebró un concierto gratuito en apoyo a la junta militar que encabezaba el general Raoul Cédras y en contra de las presiones internacionales para conseguir el retorno de Aristide y el despliegue de una fuerza de protección de la ONU.

Hoy, Martelly explica que accedió a cooperar con la propaganda de la junta responsable de al menos 3.000 asesinatos políticos porque no quería que Aristide volviera al poder y hubiera una invasión de Estados Unidos, no porque se lo pidiera uno de los miembros del triunvirato gobernante, el teniente coronel de la Policía Joseph-Michel François, del que era amigo. Este claro posicionamiento político no fue óbice para que quien se hacía llamar el presidente y el chico malo del kompa hiciera las delicias de su público con chanzas a costa de Cédras. Sorprendentemente, Martelly no fue objeto de ninguna represalia por mofarse públicamente del dictador.

Semblanzas periodísticas añaden que el cantante, años después, trabaría amistad, paradójica a la luz de lo expuesto hasta ahora, con una alta personalidad política del bando contrario, René Préval, quien en aquella época era el principal lugarteniente de Aristide, al que había servido como primer ministro, y que entre 1996 y 2001 iba a presidir el país por primera vez. Además, mantenía una buena relación con su colega de profesión Manno Charlemagne, cantante de estilo folk que ahora estaba en el exilio por sus denuncias de las injusticias sociales pero que tras la restauración de la democracia iba a ser elegido alcalde de la capital en las listas del Lavalas.

Tras la reposición de Aristide en octubre de 1994, al socaire de una fuerza de invasión en la que, chocantemente, figuraba su hermano mayor Gérard, oficial del Ejército de Estados Unidos, Martelly confió en proseguir su carrera musical sin encontronazos con las autoridades. Sin embargo, en febrero de 1995, mientras preparaba con su banda una gira de conciertos que tenía contratados en diversos lugares de Florida, se enteró a través de su mujer de que su nombre figuraba en una lista negra de supuestos enemigos del Gobierno a los que los anónimos redactores amenazaban de muerte.

En los últimos meses, varios ex soldados de las ahora disueltas Fuerzas Armadas y paramilitares de extrema derecha activos durante la dictadura de Cédras habían sido asesinados. Lo cierto era que entre los aristidianos, numerosísimos en las capas sociales más desfavorecidas, había quienes querían que el artista rindiera cuentas por su posible colaboracionismo con las fuerzas reaccionarias antes, durante y después del golpe de 1991. Cuando un político derechista que figuraba en la lista fue abatido a balazos, los Martelly decidieron que él permaneciera en Miami Beach hasta que el ambiente se calmara. En el año que vivió en la ciudad turística de Florida, el músico haitiano publicó su sexto álbum, Pa Manyen, y tocó regularmente en el paseo marítimo de Ocean Drive.

A principios de 1996 Martelly estaba de vuelta en Puerto Príncipe, a tiempo para ser el rey del carnaval por invitación del alcalde Charlemagne. En su espectáculo, el showman regocijó a la muchedumbre al conseguir hacer bailar a Préval, recién inaugurado en la Presidencia, al dictado de sus instrucciones.


3. Candidato outsider en la elección presidencial de 2010-2011

Tras ganar Aristide en las urnas su segundo mandato presidencial, iniciado en febrero de 2001, Martelly siguió fiel a la tradición carnavalesca de burlarse de los dirigentes políticos de turno, aunque en esta ocasión sus pullas fueron especialmente agresivas y soeces. Complacido por la segunda caída violenta de Aristide a raíz de una rebelión armada contra su Gobierno –puesto en la picota por sus expresiones de autoritarismo y radicalismo-, dos meses después de la remoción, en abril de 2004, el músico celebró un concierto en Puerto Príncipe bajo la consigna de que no se permitiera al polémico dirigente regresar del exilio. En 2006, luego de sacar a la venta su decimotercer disco de estudio, GNB, Sweet Micky anunció que se retiraba de las consolas de grabación y de los escenarios, pero el caso fue que siguió publicando conciertos en directo. En 2008 reanudó su producción original con los álbumes Bandi Légal y Vin' Pran Kompa.

Martelly llevaba muchos años alardeando de ser el "prezidan" del kompa y de la calle haitianos, arrogada condición simbólica que confrontaba a la condición oficial de Préval, nuevamente jefe del Estado desde mayo de 2006, al que solía dirigirse de tú a tú con total desparpajo. Así que en julio de 2010 sus incondicionales no se sintieron sorprendidos cuando Sweet Mickey les anunció su intención de presentarse candidato a la Presidencia de la República en las elecciones que, luego de suspenderse su convocatoria inicial para el 28 de febrero a causa del catastrófico terremoto del mes anterior, debían tener lugar el 28 de noviembre.

En el momento de presentar Martelly sus ambiciones políticas, Haití intentaba, peor que mejor, superar las horribles secuelas del seísmo del 12 de enero, que había matado en el acto a 220.000 personas (según el balance del Gobierno), dejado a otro millón largo de damnificados sin hogar y convertido en ruinas buena parte de Puerto Príncipe. Las pocas infraestructuras existentes habían quedado inutilizadas y el país, que antes del temblor ya era el más pobre de América, se hallaba virtualmente colapsado, no concibiendo más esperanzas de recuperación que las generadas por el socorro del exterior. En la calle, cundía la frustración por la falta de reflejos de las autoridades locales –Préval era particularmente criticado por su actitud huidiza de cara a los ciudadanos- y por la demora de la afluencia de los más de 9.000 millones de dólares comprometidos por los donantes internacionales, gobiernos y organizaciones, que requerían ser canalizados en unos programas de reconstrucción aún por implementar.

La tragedia humanitaria de los cientos de miles de supervivientes sin techo iba a agravarse en octubre y noviembre por las inundaciones propias de la temporada de huracanes y por la declaración de un violento brote de cólera, cuyo origen los furiosos haitianos achacaron, con fundamento al parecer, a unos residuos fecales del campamento que el contingente nepalí de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas, la MINUSTAH, tenía en las proximidades del río Artibonite. El balance de muertos por la epidemia, cuya propagación facilitaba la desastrosa situación hidrosanitaria en los núcleos de población golpeados por el terremoto, superó los 3.000 a finales de año. Comenzado 2011, el cólera seguía sin control en la machacada nación caribeña.

Al principio, Martelly sólo fue tomado en serio por los fans fervorosos de su música, que constituían un electorado eminentemente joven. Medios periodísticos y partidistas sacaron a relucir sus vínculos con los siniestros círculos de la derecha paramilitar, recordaron su historial de bufonadas carnavalescas y discotequeras, y arguyeron que ni de lejos reunía las cualificaciones para aspirar a la Presidencia. Además, quedó opacado por su colega y amigo Wyclef Jean, un artista mucho más conocido que él en el extranjero y en particular en Estados Unidos, su segunda patria, quien también quería ser presidente y que el 5 de agosto inscribió su candidatura.

El 20 de agosto, sin embargo, el Consejo Electoral Provisional (CEP) rechazó la postulación del antiguo líder del trío Fugees con el argumento de que no cumplía el requisito de haber vivido de seguido en Haití los cinco últimos años. La descabalgadura del famoso rapero repuso en el primer plano a Martelly, indiferente a las abundantes objeciones a su persona por su "inmoralidad" y que siguió adelante en la carrera como el más prominente aspirante surgido fuera de las lindes de la política convencional: la suya fue una de las 19 candidaturas a las que el CEP dio la luz verde.

En la lista de agraciados destacaban también los ex primeros ministros Yvon Neptune y Jacques-Édouard Alexis, el político democristiano Jean Chavannes Jeune, el magnate empresarial Charles Henri Baker y, como pretendientes con mayores posibilidades, dos: el ingeniero Jude Célestin, un miembro del oficialismo que fue sacado del anonimato por Préval (con cuya hija estaba prometido) para que le sucediera en representación del partido del Gobierno, Inité (sucesor del Fwon Lespwa, surgido a su vez en 2005 a partir del dividido movimiento Lavalas); y la veterana jurista Mirlande Manigat, esposa del ex presidente (1988) Leslie Manigat (quien había quedado segundo en las elecciones de 2006), la cual concurría por el centroderechista Reagrupamiento de Demócratas Nacionales Progresistas (RDNP).

Endosado por la plataforma Repons Peyizan (Respuesta Paisana), a la que daban vida dos micropartidos básicamente desconocidos, Martelly emprendió la campaña de las presidenciales sin elaborar un programa al uso, confiando únicamente en el tirón popular de su figura y en el calado de unas promesas tan básicas como ineludibles. La estrella del kompa preconizaba la movilización de los medios y capacidades con que contara el Gobierno para atajar la epidemia de cólera y dotar de cobijo decente a la inmensa muchedumbre de ciudadanos que malvivía en tiendas de campaña o en chabolas improvisadas, y, a un plazo más largo, la lucha sostenida contra la pobreza, la promoción de la educación y la creación de oportunidades laborales. Su visión del buen Gobierno y unas instituciones solventes que el país necesitaba como una cuestión de vida o muerte pasaba, por supuesto, por la ruptura tajante con las prácticas corruptas.

Según su web de campaña, prácticamente vacía de contenidos programáticos, Martelly se presentaba para conseguir "una presidencia orientada a los resultados, dirigida a la urgente necesidad de acción, recuperación y renovación". "Deben tomarse medidas concretas para mejorar las condiciones de vida, el bienestar y las perspectivas del pueblo haitiano", añadía, sin hacer ninguna precisión. Algo más de concreción asomó en sus afirmaciones de que contemplaba el restablecimiento de las Fuerzas Armadas, abolidas por Aristide en 1995, para reforzar la autoridad del Estado así como un calendario para la salida paulatina de las fuerzas de la MINUSTAH.

Inquirido por sus polémicos antecedentes, el candidato fue ambivalente. Por un lado, quiso disociarse de su lado más escandaloso, el protagonizado por Sweet Micky ante los focos, asegurando que "lo que hice en el pasado no puede en modo alguno obstaculizar mi capacidad para ser un buen líder". Por otro lado, no renegó de sus amistades con personajes como Joseph-Michel François, reconoció abiertamente que siempre se había opuesto a Aristide, tachó de "exagerados" los balances de violaciones masivas de Derechos Humanos imputados a la dictadura de 1991-1994 y dejó a las claras su indiferencia a que le llamaran lindezas como "tonton macoute".

La suya fue una campaña colorista y festiva, transportada por los sones de su último disco de canciones en directo, Kompa Prezidantiyèl, sacado para la ocasión, y asesorada por la consultora española Ostos & Sola, que ya había trabajado para el panista Felipe Calderón en las presidenciales mexicanas de 2006 y para el republicano John McCain en las estadounidenses de 2008. Preguntado por quiénes eran sus financiadores, Martelly se limitó a decir que eran unos "amigos de Haití y de Estados Unidos que decidieron darnos su apoyo". Las encuestas no vaticinaban el paso a la segunda vuelta, prevista para el 16 de enero de 2011, de Martelly, que con el 14% de intención de voto llegó al final de la campaña bastante rezagado por detrás de Manigat, la clara favorita, y Célestin.


4. Triunfador final en unas votaciones caóticas

Apoyadas por la MINUSTAH y la Unión Europea, que ignoraron las numerosas voces que pedían su posposición porque el desorden y la precariedad, diez meses después del terremoto, seguían siendo omnipresentes, así como las denuncias de ONG locales sobre que el CEP estaba obrando de manera poco transparente, tuvieron lugar las elecciones generales, presidenciales y legislativas, en la fecha señalada del 28 de noviembre de 2010. La jornada, precedida por casos de violencia entre militantes de candidatos rivales, discurrió en un ambiente de tensión en múltiples colegios electorales porque muchas personas no pudieron ejercer su derecho al voto al no aparecer su nombre en las listas del censo (en el que, por contra, sí aparecían personas fallecidas en el terremoto). En otros centros hubo casos de intimidación contra los votantes y de vandalismo contra los materiales electorales.

Tras cerrarse las urnas, el griterío de enfado fue inmediato. La misma noche electoral, Martelly, Manigat y otros diez candidatos reclamaron en una tumultuosa rueda de prensa conjunta la cancelación del escrutinio porque, según ellos, se estaba cometiendo un "fraude masivo" en favor de Célestin. La Misión de Observación Electoral Conjunta de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Comunidad del Caribe (CARICOM) constató, en efecto, la comisión de cierto número de "irregularidades", pero no de una magnitud como para anular las elecciones, posibilidad que el CEP se apresuró a descartar de plano.

El jefe de los 120 observadores americanos, Collin Granderson, afirmó que la petición en tal sentido formulada por Martelly y los demás candidatos que se sentían damnificados era "precipitada, atropellada y lamentable". Granderson instó a los denunciantes a presentar pruebas de que se había cometido un fraude de grandes proporciones y a que se atuvieran a los procedimientos contemplados por la norma electoral "para garantizar la transparencia y la equidad del proceso". En la calle, vocearon su indignación los partidarios del cantante, que invitó a Célestin y a Préval a "marcharse" del país. En cuanto a Manigat, se desvinculó a las pocas horas de la petición colectiva de anulación de los comicios porque, aun fraudulentos, ella tenía asegurado el paso a la segunda vuelta del 16 de enero.

Martelly bajó el tono de sus palabras al llegarle información extraoficial que le situaba en cabeza del recuento, seguido por Manigat. Estaba dispuesto a aceptar cualquier resultado siempre que le mandara a la segunda vuelta y que en ella se viera las caras con Manigat, no con Célestin. Pero el 7 de diciembre, el presidente del CEP, en un lugar tan impropio como un restaurante del suburbio capitalino de Pétionville, dio como ganadores de la primera vuelta a la candidata del RDNP con el 31,37% de los sufragios y al delfín de Préval, segundo con el 22,5%. En la estacada fue dejado Martelly, tercero con el 21,8% de los votos. Según el CEP, al cantante se había quedado fuera de la segunda vuelta por 6.845 papeletas. La participación había sido bajísima, del 22,8%, tasa no sorprendente, dadas las especiales circunstancias.

Nada más conocer el comunicado del CEP, cientos de encolerizados seguidores de Martelly levantaron barricadas en Pétionville y las prendieron fuego, arrojaron piedras contra coches y transeúntes, saquearon establecimientos y efectuaron disparos. Las oficinas de Inité en el barrio capitalino fueron incendiadas. Los disturbios, contemplados pasivamente por la Policía y la MINUSTAH, registraron particular virulencia en la ciudad occidental de Les Cayes, donde hubo que lamentar cuatro muertos hasta el día 8. Martelly no estimuló estas violencias espontáneas; al contrario, llamó a sus partidarios a mantener la calma, si bien emplazó a los actores internacionales a desautorizar los "incorrectos" resultados facilitados por el CEP.

Las urgencias de Martelly hallaron eco. El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, reconoció que las irregularidades electorales habían sido "más serias de lo pensando en un principio" y la Embajada de Estados Unidos manifestó su "preocupación" por la "inconsistencia" de las cifras oficiales. Un grupo de monitorización financiado por la UE, el Consejo Nacional de Observación Electoral, indicó que el CEP podría eliminar a Célestin para disputar la segunda vuelta y otorgar la plaza a Martelly. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, insistió en el carácter "provisorio" del conteo.

Visto el panorama, el CEP, el 9 de diciembre, informó que se disponía a revisar la tabulación de los resultados "preliminares" dados a conocer dos días atrás. La tarea se encomendaba a una Comisión Especial de Verificación, asistida por la Misión Conjunta de la OEA y el CARICOM. Comenzó entonces un período de incertidumbre que se dilató hasta lo inverosímil y que colocó en el alero el proceso democrático haitiano, amén de coronar el descrédito de la Administración saliente y de poner en solfa los mecanismos de asistencia y vigilancia de las organizaciones internacionales.

El 15 de diciembre venció el plazo para presentar ante el Tribunal Electoral impugnaciones (la mayoría de las formuladas afectaban a los comicios a la Cámara de Diputados y el Senado) y en el mes siguiente el CEP fue incapaz de proclamar los resultados definitivos de la ronda del 28 de noviembre. El 4 de enero de 2011 el CEP reconoció que no iba a ser posible celebrar la vuelta del 16 de enero.

El 10 de enero se filtró a la prensa un informe elaborado por la OEA a petición del Gobierno en el que la organización panamericana, después de un "concienzudo análisis estadístico" en el que había desechado miles de papeletas sospechosas de ser fraudulentas (problema que afectaba a todos los candidatos, pero mayormente a Célestin), declaraba su desconocimiento de los resultados oficiales de la primera vuelta y recomendaba a Préval que apeara a su candidato en favor de Martelly, quien aguardaba pacientemente el desenlace de la crisis poselectoral, absteniéndose de meter bulla que obstaculizara sus favorables perspectivas.

El cuestionado mandatario saliente se limitó a repetir que él sólo entregaría el poder a un sucesor electo, pero Estados Unidos estaba redoblando sus presiones para que diera el brazo a torcer y dejara caer a Célestin. El 15 de enero el CEP pospuso indefinidamente la votación, la cual no tendría lugar hasta que no se conocieran a los dos candidatos que habrían de disputarla. Al día siguiente, Haití experimentó un nuevo sobresalto con el retorno inesperado, tras 25 años de exilio francés, del ex dictador Jean-Claude Duvalier, quien venía a "ayudar" a sus paisanos; tres días después, el apodado Baby Doc fue puesto bajo custodia en el hotel que lo hospedaba al pesar sobre él unas acusaciones por corrupción, latrocinio y apropiación indebida de fondos cometidos en sus 15 años de presidencia.

El 25 de enero el embrollo empezó a clarificarse al decidir Inité no avalar a Célestin como su candidato para la segunda vuelta, cuando fuera que se celebrase. El ingeniero, sin embargo, insistía en concurrir. Cinco días después se produjo un hecho decisivo, la llegada a Puerto Príncipe de la secretaria de Estado Hillary Clinton, quien se reunió con Préval y los tres candidatos en discordia. Las gestiones de la responsable diplomática estadounidense dieron su fruto: el 3 de febrero, cuatro días antes de expirar el período constitucional de Préval, el CEP, por fin, anunciaba que la segunda vuelta enfrentaría a Manigat y Martelly, y en la fecha del 20 de marzo. El ganador de la misma recibiría el poder de Préval el 14 de mayo, transferencia retrasada que contaba con el visto bueno del Parlamento.

Martelly, al que no afectó lo más mínimo el sorpresivo anuncio por los animadores de Repons Peyizan de que esta plataforma política ya no tenía relación con él, reanudó su campaña dominada por el color rosa con un espíritu decididamente triunfal, optimismo que estimuló el respaldo obtenido de varios candidatos eliminados en la primera vuelta y también de Wyclef Jean, quien el 16 de febrero, aportando un punto muy valioso a las posibilidades de su amigo, pidió el voto para él.

El retorno de Aristide, oportunista como Duvalier (y cuyo partido, Fanmi Lavalas, había sido excluido de las elecciones, veto que no era ajeno a la altísima abstención), desde su exilio sudafricano preludió la votación del 20 de marzo, que discurrió sin incidentes y bajo la vigilancia más estrecha de la MINUSTAH y la OEA, que no estaban dispuestas a que se repitieran los episodios de intimidación y fraude.

El 4 de abril, el CEP, con más del 90% de los votos escrutados, adelantó que Martelly era el vencedor al haber logrado el 67,6% de los votos frente al 31,7% de su adversaria. Hasta el 16 de abril, una vez finalizado el período de impugnaciones, no se sabrían los resultados definitivos, pero los enfervorizados partidarios de Sweet Micky no esperaron ni un minuto para inundar las calles para celebrarlo por todo lo alto.

El 5 de abril el protagonista tomó la palabra para presentarse como el piloto de las transformaciones que precisaba el país y defender la unidad "de todas las fuerzas políticas que quieran poner a Haití por delante". Los ciudadanos habían votado por "el cambio en nuestras prácticas políticas, en nuestras opciones económicas y en nuestra organización social", resaltó Martelly, para añadir que, con su elección, los verdaderos ganadores eran "Haití, la democracia y las libertades públicas". Su llamamiento a la unidad y la reconciliación de todos los haitianos, afirmó, entrañaba dejar atrás "los viejos demonios y disputas de la política haitiana".

Los observadores subrayaron la envergadura, titánica como pocas veces en cualquier país y en cualquier momento, de la empresa que aguardaba a Martelly, quien de entrada no iba a poder inaugurar la "nueva era" por él prometida desde el despacho en el Palacio Nacional porque el blanco edificio decimonónico permanecía como desde el día del terremoto: en ruinas (de hecho, estaba prevista su demolición). Los análisis y comentarios pusieron de relieve también la incierta cohabitación entre el flamante presidente y el poder legislativo, donde la mayoría, de entrada, no iba a serle afecta, ya que el Congreso, cuya composición precisa todavía se ignoraba, iba a estar dominado por los partidos tradicionales.

(Cobertura informativa hasta 12/4/2011)