Maaouya Ould Taya

El más dilatado ejercicio presidencial en Mauritania, de 21 años de duración, comenzó y terminó con sendos golpes de Estado, el último adelantado un sexenio a la Primavera Árabe de 2011. En 1984 el coronel Maaouya Ould Taya, uno de los hombres fuertes de la junta militar instalada en 1978, se hizo con el poder dispuesto a acabar con seis años de pendencias entre los colegas de escalafón y asentar un gobierno duradero. Las iniciativas para explotar los grandes recursos mineros y pesqueros con que contaba este país desértico y profundamente subdesarrollado, y la acentuación de la tradicional discriminación de la población negroafricana -con tintes de arabización forzosa y útil a la pervivencia de prácticas esclavistas-, que en 1989 dio lugar a violentos pogromos y a una crisis fronteriza con Senegal, precedieron la transición al Estado constitucional y las elecciones pluralistas en 1992, año en que Taya siguió adelante como presidente civil revestido de una dudosa legitimidad democrática.

En la década que siguió, el mandatario ligó el desarrollo económico y el alivio de la deuda externa a los programas de ajuste pactados con el FMI, obteniendo en algunas macromagnitudes resultados que no tuvieron consonancia en los indicadores sociales más acuciantes. De puertas al exterior, el siempre opaco Taya mejoró las relaciones de vecindad en el Magreb (sin faltar Marruecos, pese al reconocimiento por Nouakchott de la República Saharaui) y realizó un sorprendente viraje en relación con Irak, pasando de una desafiante solidaridad durante la crisis del Golfo en 1990 a la ruptura total en 1999 como corolario del establecimiento, aún más notable, de relaciones diplomáticas con Israel, casi excepcional en el contexto árabe. Tras el 11-S, Taya forjó con Estados Unidos una cooperación en materia de seguridad que implicó a su país en la lucha contra el terrorismo globalizado de Al Qaeda en esta parte del planeta.

Al comenzar la primera década del siglo XX, el autócrata mauritano, de una manera bastante imprudente, fue segando la hierba a sus pies al ritmo de sus decisiones impopulares y sus abusos autoritarios. La incuria del Estado, las denuncias de fraude en las reelecciones presidenciales de 1997 y 2003, el hostigamiento de la oposición democrática y la represión en los ambientes islamistas para complacer a Estados Unidos alimentaron el descontento social y, más importante, la desafección en los cuarteles el Ejército, donde una facción nacionalista conspiró activamente. Una intentona fallida y dos complots desbaratados a tiempo precedieron el golpe triunfante de agosto de 2005, perpetrado por oficiales del círculo de confianza del presidente sin hallar apenas oposición y sí contento popular. Incapaz de revertir el golpe desde donde este le había sorprendido, en el extranjero, y abandonado por las potencias (Estados Unidos, Francia) que lo habían asistido con condescendencia y mimo, Taya se desvaneció en el olvido del exilio qatarí.

(Texto actualizado hasta agosto 2005)

1. Papel en las juntas militares posteriores a 1978
2. Tras el golpe de 1984: proyectos desarrollistas, violencia interétnica y prolongación de la dictadura
3. Una transición democrática espuria
4. Paulatino afianzamiento de la línea exterior prooccidental; las arriesgadas cartas israelí y estadounidense
5. Inercias en el terreno político
6. Las amenazas domésticas: asechanzas en los cuarteles y la sombra islamista
7. Golpe y derrocamiento en 2005


1. Papel en las juntas militares posteriores a 1978

Miembro de la tribu árabe norteña de los smacidas, asistió a la escuela primaria en la localidad de Rosso, junto al río Senegal, y en 1961, el año en que el país, bajo la jefatura de Moktar Ould Daddah, obtuvo la independencia de Francia, se enroló en el Ejército, donde fue seleccionado para la escala de oficiales. En 1967 ascendió a capitán y en 1973 a comandante adjunto al Ministerio de Defensa. Entre 1974 y 1979 recibió formación castrense con carácter intermitente en la antigua metrópoli colonial, concretamente en la Escuela Superior de la Guerra, la Escuela Militar de Blindados y la Escuela Militar de Infantería, donde adquirió una especialidad en topografía.

En el momento de la proclamación, el 27 de febrero de 1976, por el Frente Polisario (FP) de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) en respuesta al pacto de noviembre de 1975 entre España, Mauritania y Marruecos -por el que, violando los compromisos internacionales de descolonización, los dos últimos países se repartían el territorio tan pronto como concluyera la administración española-, Taya formaba parte de la alta oficialidad del Estado Mayor del Ejército mauritano.

El Gobierno de Nouakchott pretendía la anexión de Tiris al-Gharbia, el tercio sur del territorio saharaui, que era parte del antiguo Río de Oro español, pero el FP, que ya venía combatiendo a los marroquíes, abrió un segundo frente en este sector y desde el principio puso en jaque a las limitadas tropas mauritanas. Durante la guerra contra el FP, Taya sirvió primero como jefe de operaciones militares del Estado Mayor y en 1977, con el galón de teniente coronel, fue destinado al frente como comandante del primer sector militar y de la guarnición de Bir Moghrein.

El ruinoso curso de la contienda, en la que las guerrillas del FP no sólo desbarataban las ofensivas mauritanas sino que atacaban objetivos económicos muy en el interior del país vecino, generó un amplio descontento social del que no se sustrajo la cúpula del Ejército. Como consecuencia, el 10 de julio de 1978, el presidente Daddah, siguiendo el sino de tantos otros mandatarios africanos, fue derrocado en un golpe de oficiales, entre los que se incluía Taya.

Los golpistas constituyeron una junta denominada Comité Militar para la Recuperación Nacional (luego, Comité Militar para la Salvación Nacional, CMSN) cuya jefatura recayó en el teniente coronel Moustafa Ould Salek hasta el 3 de junio de 1979, fecha en que fue relevado por el teniente coronel Mohammed Ould Louly. Desde ese momento, en el CMSN se impuso la línea pacifista que admitía la inutilidad se seguir guerreando contra el FP del lado de Marruecos. La aventura bélica estaba provocando un grave quebranto a las finanzas del depauperado Estado y además aislándolo en el contexto africano.

En efecto, el 5 de agosto de 1979 Nouakchott renunció a la administración de Tiris al-Gharbia y reconoció al FP como legítimo representante del pueblo saharaui. Días después, el 19 de agosto, restableció con Argel –principal valedor de la causa saharaui- las relaciones diplomáticas rotas en marzo de 1976. Sorprendido e indignado por esta defección, Ejército real marroquí se lanzó de inmediato a la ocupación del territorio abandonado por los mauritanos.

Entre tanto, Taya consolidaba su posición en el régimen militar: en 1979 Louly le confirió la dirección de la Gendarmería Nacional y la Secretaría del CMSN, un puesto de rango ministerial, y en 1980 el reemplazo de aquel como jefe de la junta, el teniente coronel Mohammed Ould Haidalla, le confió la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Convertido en la mano derecha de Haidalla, el 25 de abril de 1981, a rebufo del anuncio por aquel de la desarticulación de un complot golpista patrocinado por Marruecos, Taya fue nombrado primer ministro y ministro de la Defensa Nacional sin renunciar a la jefatura del Estado Mayor del Ejército, siendo ascendido para la ocasión al rango de coronel. De entrada, Taya afrontó los problemas derivados de la ruptura, el 17 de marzo anterior, de las relaciones diplomáticas con Marruecos, heridas de muerte desde el final unilateral de las hostilidades con los saharauis.


2. Tras el golpe de 1984: proyectos desarrollistas, violencia interétnica y prolongación de la dictadura

El 8 de marzo de 1984 Haidalla destituyó a Taya al frente del Gobierno y el Estado Mayor y asumió él mismo ambos cometidos. Aunque este movimiento fáctico en el seno del CMSN, como otros anteriores y posteriores desprovistos en apariencia de carga ideológica, no fue suficientemente explicado por su responsable, los observadores optaron por ligarlo a las divergencias surgidas en torno a la intención de Haidalla de reconocer oficialmente a la RASD. Dicho paso diplomático fue efectivamente adoptado en junio con la oposición de altos mandos castrenses entre los que figuraría Taya, que no deseaban crispar más a Marruecos.

Este razonamiento se aplicó como trasfondo del golpe de fuerza incruento dado por Taya el 12 de diciembre de 1984, en el que el coronel descabalgó a Haidalla, ausente de Nouakchott por asistir a una cumbre franco-africana en Burundi, de la presidencia del CMSN y por ende de la jefatura del Estado. No obstante, Taya, que retomó el mando de las Fuerzas Armadas y también el puesto de primer ministro, omitió en sus declaraciones cualquier cuestionamiento del reconocimiento de la RASD; antes bien, confirmó el apoyo a la lucha saharaui y, sin precisar más, justificó su maniobra por razones de política interior, alimentando la sensación de que tras el golpe no se escondían más que las regulares pendencias por el poder exclusivo entre los cabecillas del CMSN.

Taya decretó una amnistía de los presos políticos, buscó la reconciliación con Marruecos hasta el restablecimiento de las relaciones diplomáticas en abril de 1985 (al que siguió el mes siguiente un acuerdo fronterizo con Argelia, que había suscrito con Mauritania un Tratado de Fraternidad el 13 de diciembre de 1983) y lanzó un plan de recuperación de la economía.

La economía se encontraba en un estado comatoso por el agravamiento de la sequía, arrastrada desde 1972, que había hecho avanzar el desierto y provocado una crisis alimentaria (causas, a su vez, de un éxodo masivo de la población hacia las ciudades y en especial a la capital), por el peso asfixiante de la deuda externa y por la escasa o nula explotación de los ricos recursos naturales con que contaba el país, como los fosfatos, el hierro, el cobre, el oro y la pesca; de hecho, los bancos pesqueros situados en aguas territoriales mauritanas venían siendo explotados por las flotas de España, Portugal, Japón y la URSS sin pagar ninguna compensación económica a Nouakchott.

El plan de desarrollo cuatrienal hasta 1988, pactado con el FMI, tenía como eje el reescalonamiento de los débitos contraídos con los donantes internacionales a cambio de aplicar políticas de ajuste. Asimismo, se negociaron nuevos créditos para relanzar el sector minero y se crearon empresas mixtas para participar en la actividad pesquera. En 1987 la Comunidad Económica Europea accedió a ratificar un convenio específico del sector a cambio de importantes ayudas al desarrollo.

Desarrollo económico, estabilidad interior y normalización exterior fueron las consignas iniciales del régimen de Taya, a las que pronto se sumó una liberalización política de ritmos muy lentos y cautelosos, ya que para el nuevo hombre fuerte del país magrebí lo principal era su arraigo personal en el poder así como la salvaguarda de la dominación tradicional de la mayoría árabe-bereber (maure), y más exactamente de los denominados beydanes o moros blancos, conglomerado étnico que había aportado todos los cuadros dirigentes desde la independencia, sobre las minorías negroafricanas, que entonces suponían el 25% de la población pero que registraban un rápido crecimiento demográfico.

En un permanente ejercicio de equilibrio de los diferentes clanes árabes, facciones militares y tendencias religiosas islámicas, pero también de vigilancia de potenciales elementos sediciosos dentro de la junta, Taya reorganizó en numerosas ocasiones el equipo dirigente sin menoscabo de algún que otro signo de distensión, como el levantamiento del arresto a Haidalla el 12 de diciembre de 1988, en el cuarto aniversario del golpe de 1984.

No pocas veces estas mudanzas revistieron el carácter de purga en toda regla, a raíz de la revelación de complots más o menos reales: el 27 de octubre de 1987 se anunció la desarticulación de una conspiración de oficiales de raza negra, fundamentalmente de las etnias soninke y toucouleur; a continuación, una intensa represión se abatió sobre militares de esa filiación. Los arrestos condujeron a procesos sumarísimos zanjados con sentencias draconianas, algunas a la pena capital.

Lo cierto era que para entonces ya llevaban cuatro años operando en el extremo sur del país unas clandestinas Fuerzas de Liberación Africanas de Mauritania (FLAM), integradas por miembros de tribus negroafricanas y basadas en Senegal. Las FLAM denunciaban que el régimen de Taya estaba intensificando la arabización forzosa de la multiétnica sociedad mauritana, condenando a los negroafricanos a una especie de apartheid de hecho, y ponían como ejemplo la persistencia de numerosas situaciones de esclavitud pese a que sobre el papel esta estaba solemnemente abolida desde 1981.

El antagonismo étnico-social se nutría también de un largo conflicto por el usufructo de pastos en la ribera norte del río Senegal, que hace de frontera con el país subsahariano, entre pastores moros y campesinos soninkes y mandés. El 9 de abril de 1989, los sangrientos enfrentamientos en aquella área se extendieron a Nouakchott con el estallido de pogromos contra mauritanos negros e inmigrantes senegaleses, ataques racistas que a su vez desencadenaron represalias contra residentes mauritanos en Dakar.

Los dos gobiernos, desbordados por las matanzas, organizaron la repatriación respectiva de decenas de miles de nacionales, pero el de Taya aprovechó para expulsar a muchos ciudadanos mauritanos de color con el argumento de que eran senegaleses que habían adquirido la nacionalidad mauritana de manera irregular. El 21 de agosto de 1989 Nouakchott rompió las relaciones diplomáticas con Dakar después de librar los respectivos ejércitos una serie de escaramuzas artilleras en la frontera.


3. Una transición democrática espuria

La crisis de 1989 demoró en el país norteafricano el proceso de normalización democrática que había comenzado en diciembre de 1986 con la celebración de comicios municipales en las principales ciudades y había proseguido en enero de 1989 con la elección de los consejos locales en las áreas rurales. Las votaciones de 1986 marcaron un hito en un país que desde la independencia sólo había conocido el sistema de partido único y la férula militar. En 1990, la aparición de nuevos focos de insurgencia armada además de las FLAM llevó a Taya a ordenar, en octubre y noviembre, redadas masivas de oponentes en Nouakchott con el pretexto de un nuevo complot urdido por negroafricanos.

El 12 de julio de 1991 los mauritanos fueron convocados a pronunciarse en referéndum sobre la nueva Constitución otorgada por la junta. El texto introducía el multipartidismo y un Parlamento bicameral, otorgaba amplios poderes y la reelección sin límite de mandatos (de seis años de duración) al presidente de la República Islámica, fijaba la musulmana como "la religión del pueblo y del Estado" (un artículo no especialmente problemático al ser musulmanes casi el 100% de los habitantes) y, en su preámbulo, definía al Islam como "la única fuente de ley", en la línea del decreto de 1980 sobre la implantación de la sharía (si bien, en la práctica, el código legal islámico no venía aplicándose a los ámbitos jurídicos considerados "modernos", donde continuaban rigiendo los códigos basados en el derecho civil francés).

En su articulado, además, la Carta Magna establecía un punto que amenazaba con perpetuar la fractura étnica y social del país: aunque el árabe, el poular, el soninke y el wolof compartían la condición de "idiomas nacionales", sólo el primero merecía la condición de "oficial". En sectores de la minoría negroafricana cundió el temor a que esa jerarquía idiomática constitucionalmente asentada fuera el coladero de violaciones de las garantías de igualdad jurídica de todos los ciudadanos sin distinción de raza, origen o condición social. La oposición civil al régimen, apenas estructurada, acusó a Taya de manipular la consulta, que oficialmente registró un 85% de participación (sólo el 10% según aquella) y se saldó a favor del Gobierno con un 97,9% de votos afirmativos.

En un ambiente de desconfianza por la limpieza del proceso tuvieron lugar el 24 de enero de 1992 las quintas elecciones presidenciales en la historia del país, pero primeras con más de un candidato. Taya, apoyado por el grueso de los colectivos de beydanes y haratines o moros negros (desdendientes de esclavos negros arabizados), venció con un contundente 62,9% de los votos a tres adversarios sin posibilidades reales: Ahmed Ould Daddah, hermano del ex presidente y candidato de la Unión de Fuerzas Democráticas (UFD), partido que nutría su militancia fundamentalmente en las masas populares negras del sur; el antiguo jefe militar del Estado Moustafa Ould Salek, que concurría como independiente; y Mohammed Mahmoud Ould Mah, de la Unión Popular Social y Democrática (UPSD). La participación fue muy baja incluso con las cifras oficiales: según las autoridades, sólo votó el 47,4% del censo.

Daddah, colocado en segundo lugar con el 32,9% de los sufragios, calificó la elección de "mascarada" porque la tinta para marcar a los votantes no era indeleble y porque muchos habitantes del sur, potenciales votantes suyos, no habían podido ejercer su derecho constitucional al no repartírseles la tarjeta de elector. Los disturbios protagonizados por los seguidores de Daddah se saldaron con varios muertos y Taya quiso atajarlos decretando el toque de queda.

La Corte Suprema dictaminó que las votaciones habían sido legales, pero el principal partido de la oposición insistió en que el fraude había prevalecido. Para dejar su enfado bien patente, la UFD boicoteó las elecciones a los 79 escaños de la Asamblea Nacional que fueron celebradas a dos vueltas el 6 y el 13 de marzo de 1992. En estas circunstancias, la fuerza política puesta en marcha por Taya para servirle de soporte en su nueva andadura, el Partido Republicano Democrático y Social (PRDS), obtuvo en bandeja 67 escaños, repartiéndose los 12 restantes entre dos partidos menores y una decena de candidatos independientes. La participación ahora fue incluso menor que en enero, del 39%.

El 18 de abril de 1992, una vez concluida la reforma del sistema político, el CMSN, la junta militar, procedió a su disolución y Taya inauguró su mandato sexenal como presidente constitucional civil y revestido de legitimidad democrática a título, en opinión de muchos dentro y fuera de Mauritania, puramente formal. Al mismo tiempo, se desprendió de la jefatura del Gobierno que había detentado desde el golpe de 1984 con el nombramiento de un primer ministro en la persona de Mohammed Ould Boubacar, economista formado en Francia que venía de dirigir el Ministerio de Finanzas y que había aceptado dirigir el nuevo partido presidencial, el PRDS.

Por otro lado, el éxodo de miles de campesinos negros y el descenso de los precios del hierro en los mercados internacionales se hicieron sentir en la economía. En octubre de 1992 el anuncio por Taya, en la línea de lo demandado por el FMI y el Banco Mundial, de la devaluación de la moneda, el uguiya, en cerca de un 30% y el encarecimiento en consonancia de los productos de primera necesidad desencadenaron en la capital un violento motín popular que fue sofocado sin contemplaciones por las fuerzas de seguridad. Una nueva medida de ajuste, la aplicación del IVA a algunos consumibles básicos, provocó más tumultos a comienzos de 1995. El Gobierno impuso el estado de emergencia y aprovechó el paréntesis legal para arrestar como medida de amedrentamiento a Ahmed Ould Daddah y otros líderes opositores, quienes, lejos de capitalizar el descontento popular por el ajuste económico, cargaron con las destemplanzas del poder.

El cuadro de los Derechos Humanos en Mauritania, pintado con tonos francamente sombríos por Amnistía Internacional, incluía la detención y apaleamiento de oponentes, los encarcelamientos sin juicio, el encubrimiento todavía de prácticas esclavistas (que convertían al país norteafricano en el último refugio mundial de tan indigno anacronismo) padecidas por hasta 100.000 mauritanos negros y restricciones decisivas a la libertad de información.

Los relativos éxitos macroeconómicos del país desde finales de la década de los noventa (crecimiento con inflación baja) le granjearon la confianza de las instituciones crediticias. En 1999 Taya accedió a enjuagar la abultada deuda externa, unos 2.500 millones de dólares –equivalente al 61% del PIB-, a cambio de lanzar reformas estructurales de calado, como la privatización de empresas públicas. Acometidos estos deberes, en febrero de 2000 Mauritania pudo acogerse a la Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE/HIPC) del FMI, lo que de entrada supuso un alivio de deuda por valor de 1.200 millones de dólares.


4. Paulatino afianzamiento de la línea exterior prooccidental; las arriesgadas cartas israelí y estadounidense

De puertas al exterior, antes de escribir sus principales capítulos la parsimoniosa transición política, Taya procedió con éxito a completar la normalización de las relaciones de Mauritania con los otros cuatro países de la región magrebí, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. El reencuentro con Marruecos, en particular, fue uno de los procesos bilaterales que allanó el camino para la puesta en marcha de la Unión del Magreb Árabe (UMA), a cuya cumbre de lanzamiento en Marrakech en febrero de 1989 el coronel mauritano no dejó de asistir.

El retorno de Mauritania al foro de naciones árabes, del que había estado marginada por largo tiempo, a través de los nuevos vínculos intramagrebíes sufrió una convulsión con motivo de la invasión de Kuwait por Irak en agosto de 1990.

Taya se encontró ante el dilema de alinearse con los países moderados de la Liga Árabe en el seno de la coalición internacional antiirakí liderada por Estados Unidos o bien respaldar al régimen de Saddam Hussein, que en la década anterior había brindado a Mauritania una asistencia militar muy beneficiosa en los momentos de mayor animosidad de Marruecos o de Senegal. La amistad mauritano-irakí fue cimentada durante la primera guerra del Golfo que enfrentó al país mesopotámico con Irán; de hecho, en junio de 1987 Nouakchott rompió las relaciones diplomáticas con el régimen jomeinista de Teherán.

A pesar de que se jugaba las vitales ayudas a la cooperación de Francia (primer socio comercial), la CEE y, sobre todo, de los países árabes aliados de Occidente, Taya anunció su apoyo sin reservas a Bagdad en los meses que duró la crisis, convirtiendo a Mauritania en el único país de la UMA donde no se advirtió una discordancia de fondo entre la posición oficial y el sentir popular. La postura abstencionista de Mauritania en la condena emitida por la Liga Árabe testimonió una actitud solidaria con Irak, al que sólo se le censuraba que invadiera el emirato, para a continuación descalificar Nouakchott cualquier intervención militar de Occidente aun contando con el mandato expreso de la ONU.

Saldada la segunda guerra del Golfo con la victoria de la coalición antiirakí, Taya cambió de lenguaje diplomático y regresó a la moderación y el prooccidentalismo, y aún los intensificó. Con Senegal se restablecieron las relaciones en abril de 1992 después de reunirse con el presidente Abdou Diouf en París en noviembre de 1991, si bien el problema de los miles de mauritanos negros forzados a abandonar el país siguió intacto, rehusando realizar Nouakchott cualquier gesto de apaciguamiento o reintegración. En agosto de 1992 Taya, Diouf y su colega de Malí, Alpha Oumar Konaré, reanudaron en Nouakchott las conversaciones en el ámbito del aprovechamiento mancomunado de las aguas del río Senegal.

El apoyo de Francia, dispuesta a mirar a otro lado en el expediente de los Derechos Humanos, se hizo incondicional a partir de la visita realizada por Taya a París en diciembre de 1993, cuando fue recibido en el Elíseo por François Mitterrand. En cuanto a la Unión Europea, invitó a Mauritania a la Conferencia Euromediterránea (CEM) y el Proceso de Barcelona, arrancados en 1995, para luego negociar un convenio pesquero en términos ventajosos para el país magrebí.

El viraje más llamativo, espectacular incluso, de la diplomacia mauritana con Taya a la batuta fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. El inopinado acercamiento, estimulado por el proceso de paz en Oriente Próximo, arrancó el 12 de junio de 1995 con un encuentro oficial entre los respectivos ministros de Exteriores que tuvo lugar en Madrid por mediación del Gobierno español.

Aprovechando su coincidencia en la CEM de Barcelona, el 27 de noviembre de 1995, los cancilleres mauritano e israelí firmaron un acuerdo de normalización que ponía las relaciones al nivel de secciones de intereses, las cuales fueron inauguradas en las embajadas españolas en Tel Aviv y Nouakchott en mayo y junio de 1996, respectivamente. Finalmente, el 28 de octubre de 1999, los ministros Ahmed Ould Ahmed y David Levy establecieron relaciones diplomáticas plenas y se procedió al intercambio de embajadores en una ceremonia que tuvo lugar en Washington en presencia de la secretaria de Estado Madeleine Albright. Mauritania se convirtió así en el tercer miembro de la Liga Árabe, tras Egipto en 1980 y Jordania en 1994, que adoptaba ese paso.

A mayor abundamiento, días después del evento de Washington, que recibió las críticas del secretario general de la Liga Árabe, el Gobierno de Nouakchott anunció la ruptura de las relaciones con su homólogo de Bagdad alegando ser objeto por este de "actos de hostilidad". La inesperada decisión puso final a la larga amistad mauritano-irakí y mereció encendidos elogios de Estados Unidos.

El estallido en septiembre de 2000 de la segunda intifada contra Israel en los territorios palestinos, que destruyó el proceso de paz de Oslo y principió una etapa de violencia extrema en la zona, colocó en una situación comprometida a Taya, más cuanto que su Policía había reprimido severamente las manifestaciones populares de adhesión a la causa palestina. Pese a la patente impopularidad de las relaciones con el Estado judío, y a que egipcios y jordanos sí materializaron esta forma de protesta diplomática, Taya, deseoso de seguir beneficiándose de la cooperación israelí en algunos terrenos, rehusó llamar a consultas al embajador en Tel Aviv, el cual continuó en su puesto como el único representante diplomático de un Estado árabe (en octubre de 2001 Israel sí clausuró su legación en Nouakchott, pero de manera temporal, con motivo del cambio de embajador).

Taya perseveró en su línea internacional contra viento y marea, aun a riesgo de levantar una peligrosa ola de descontento social y de enajenarle el acatamiento de sectores de las Fuerzas Armadas. Los atentados del 11-S fueron tomados al vuelo por el poder mauritano, que se apresuró a expresar su solidaridad con Estados Unidos y a ofrecer su colaboración en la anunciada guerra global contra el terrorismo, la Operación Libertad Duradera. Fue el comienzo de un diálogo en materia de seguridad que se tradujo en una cooperación conjunta para la vigilancia y persecución de los elementos islamistas locales susceptibles de ser reclutados por la organización terrorista Al Qaeda.

Dos meses antes de la invasión de Irak en marzo de 2003, el Gobierno prohibió las manifestaciones antiestadounidenses convocadas por partidos opositores y organizaciones civiles, y desplegó un fuerte dispositivo policial para cerciorarse de que no habría quema de banderas o consignas injuriosas. A lo largo del año, como premio por romper a tiempo con Irak y sumarse a Libertad Duradera, la Administración Bush suscribió con el régimen de Taya varios convenios de pesca, energía y agricultura, y le concedió gratificaciones financieras.

Washington comprendió que Mauritania prefiriera quedarse al margen de la relación de países, una treintena, que quisieron ser citados como aliados formales en la campaña bélica en ciernes contra Irak. En realidad, ningún Estado árabe apareció como copatrocinador de una guerra de agresión no avalada por la ONU y que tenía en contra al grueso de la opinión pública mundial, cuanto más a la calle árabe. Ahora bien, en sus dos décadas largas como jefe del Estado, Taya no consiguió mantener un solo encuentro oficial con el inquilino de la Casa Blanca en Estados Unidos.


5. Inercias en el terreno político

El soporte de los principales organismos y gobiernos occidentales permitió al autócrata mauritano afianzarse en el poder sin hacer concesiones aperturistas. En las elecciones legislativas del 11 y el 18 de octubre de 1996, segundas desde la promulgación de la Constitución pluripartidista, el PRDS aumentó su representación a los 71 escaños, y eso que en esta ocasión no hubo boicot general de la oposición. La UFD de Daddah, dividida entre contemporizadores e intransigentes, llegó a los comicios fracturada: el sector mayoritario enfrentado al régimen, denominado Unión de Fuerzas Democráticas-Nueva Era (UFD-NE), llamó al boicot, mientras que una escisión, la Acción por el Cambio (AC), dirigida por el haratín Messaoud Ould Bouljeir, participó pero sólo consiguió un escaño. Taya azuzó astutamente las contradicciones que desgarraron a la UFD, tentando con la cooperación y la prebenda a los disidentes. El talante colaborador no le sirvió de nada a Bouljeir, que en enero de 1997 fue arrestado bajo la acusación de mantener tratos sospechosos con Libia.

En las elecciones presidenciales del 12 de diciembre de 1997, boicoteadas por el Foro de Partidos de la Oposición (FPO), donde superaron sus diferencias la UFD-NE, la AC y otras tres formaciones, Taya se atribuyó un segundo mandato de seis años con el 90,9% de los sufragios. Cuatro contrincantes de valor sólo testimonial se avinieron a hacer de comparsas en un proceso que presentó tintes de plebiscito encubierto. El FPO llamó la atención sobre la inexistencia de una comisión electoral independiente y además denunció como un respaldo manifiesto a Taya por parte de Francia la visita realizada por su colega galo, Jacques Chirac, el 5 de septiembre anterior.

Indiferente a las impotentes críticas domésticas, el presidente nombró un nuevo primer ministro del PRDS en la persona de Mohammed Lamin Ould Bah, quien menos de un año después, en noviembre de 1998, iba a devolver el testigo a El Afia Ould Mohammed Jouna, su predecesor en el Gobierno desde enero de 1996. En octubre de 2000, con el pretexto de que estaba incitando a la violencia y "dañando los intereses de la nación", la UFD-NE fue disuelta por el Gobierno. El grupo opositor se reconstituyó como Reagrupamiento de Fuerzas Democráticas (RFD), a cuyo frente volvió a ponerse Daddah en enero de 2002.

Las terceras elecciones legislativas tuvieron lugar el 19 y el 26 de octubre de 2001 y no alteraron sustancialmente el statuo quo, aunque sí produjeron la primera Asamblea auténticamente pluralista en la historia del país, bien que incapaz de oponerse a los designios del Ejecutivo, luego inoperante. El PRDS vio reducida su representación a los 64 escaños; los 17 puestos restantes se los repartieron de manera bastante proporcional seis agrupaciones, de las cuales cuatro, la AC, el RFD, el Frente Popular (FP) y la Unión de Fuerzas del Progreso (UFP, una escisión de la UFD-NE en 1998), eran de oposición y sumaban 11 diputados. Los otros dos partidos que obtuvieron representación, la Unión por la Democracia y el Progreso (UPD) y el Reagrupamiento por la Democracia y la Unidad (RDU), pasaban por satélites del PRDS.

En total, 15 partidos participaron en los comicios de 2001. Las formaciones opositoras levantaron el boicot al considerar que el poder había transigido con algunas de sus demandas sobre medidas de control y transparencia indispensables, principalmente el empleo de una tarjeta de identificación censal difícil de falsificar y el permiso a sus representantes para supervisar el desarrollo de la jornada en los colegios electorales. Ahora bien, seguía sin haber una comisión electoral independiente y la observación internacional brilló por su ausencia. En enero de 2002 el régimen engordó su historial de arbitrariedades decretando la disolución de la AC con la explicación de que alentaba un discurso "violento y racista" encaminado a soliviantar a los mauritanos de color. Su líder, Bouljeir, se mantuvo en la brecha al frente de una nueva formación, la Alianza Popular Progresista (APP).

Las presidenciales del 7 de noviembre de 2003 concedieron el tercer mandato sexenal a Taya, que poseía los instrumentos legales para perpetuarse en el poder, pero deterioraron considerablemente el clima político. Su victoria oficial con el 67,4% de los votos desató un vendaval de denuncias de fraude por parte de los tres perdedores más destacados, Haidalla (quien tenía una sentencia suspendida de cinco años de inhabilitación y que tras estas protestas la vio confirmada y además dio con sus huesos en la cárcel acusado de conspirar con acopio de armas), Daddah y Bouljeir.

Estados Unidos y, sobre todo, la Unión Europea valoraron de manera muy condescendiente las elecciones, prefiriendo no pronunciarse sobre el contenido de las denuncias opositoras. Un mes más tarde, Taya participó en Túnez en la primera Cumbre del Diálogo 5+5 del Mediterráneo occidental, que reunió a los dirigentes de los cinco estados del Magreb y a sus cinco vecinos ribereños del norte, Francia, España, Portugal, Italia y Malta. El autócrata mauritano no escuchó de los europeos ninguna palabra de reproche por la reciente controversia electoral.


6. Las amenazas domésticas: asechanzas en los cuarteles y la sombra islamista

Los riesgos de la doble apuesta proisraelí y proestadounidense de Taya, mandamás de una nación de intensos sentimientos propalestinos y donde el Islam sunní, omnipresente y muy conservador, era uno de los pocos factores de cohesión social, quedaron de manifiesto más pronto que tarde. Las interdicciones arbitrarias contra la oposición política, la represión primero y la prohibición después de las manifestaciones que desafiaran las prioridades internacionales del régimen, las redadas en los círculos religiosos para aprehender a supuestos maquinadores de ataques terroristas y a reclutadores de combatientes islámicos para luchar en Irak y Afganistán, y el cierre de mezquitas por el mismo motivo fueron un reguero de medidas ejecutivas con las que Taya, sin advertirlo, se segaba la hierba a los pies.

La posible falsificación de las elecciones presidenciales de noviembre de 2003 puso la guinda a un cúmulo de actuaciones que enemistó al presidente con los partidos opositores y los sectores islamistas de manera irreversible. A esta coalición informal del descontento se sumaron, y aquí residía el principal peligro para Taya, fatal a la postre, miembros de las Fuerzas Armadas que asistían con desagrado a la campaña represiva contra los clérigos y las mezquitas sospechosos (en algunos casos, fundadamente) de tener nexos con las tramas de Al Qaeda en la región, y que consideraban impropio de Mauritania mantener relaciones diplomáticas con Israel.

El primer aviso desde este lado vino el 8 de junio de 2003, cuando un grupo de militares encabezados por Saleh Ould Hanenna, un mayor de caballería que había sido expulsado del Ejército el año anterior por su supuesta pertenencia al proscrito movimiento baazista proiraquí, se hizo con una compañía de tanques y abriéndose paso a tiros llegó a capturar el palacio presidencial de Nouakchott. La violenta sublevación fracasó el 9 de junio gracias al decidido contraataque de las tropas lealistas, aunque en los combates murió el jefe del Estado Mayor del Ejército, Mohammed Lamin Ould N’Deyan, quien según los informes se negó a rendirse a las fuerzas rebeldes que le tenía rodeado. De Hanenna se dijo en un principio que también había muerto, pero luego se supo que había conseguido escapar. Estados Unidos felicitó calurosamente a Taya por el aplastamiento de la intentona.

El segundo sobresalto se produjo justo después de las elecciones presidenciales, al ser arrestado el candidato Haidalla bajo la acusación de estar fraguando un golpe de Estado. El ex presidente militar, que contaba con partidarios entre sus antiguos camaradas uniformados, fue sometido a juicio sumario y condenado en diciembre a la pena de cinco años de prisión.

El 9 de agosto de 2004, con el país afligido por una devastadora plaga de langostas que amenazaba con generar hambruna en las áreas rurales más expuestas, rompió la tercera ola reveladora de una fuerte marejada de fondo. El Gobierno anunció entonces la detención de una treintena de oficiales que habrían pretendido hacerse con el poder aprovechando que Taya se hallaba ausente del país, de visita en Europa. Los facciosos pertenecían a una célula clandestina militar de orientación nacionalista árabe conocida como los Caballeros del Cambio: uno de sus jefes era el mayor Hanenna, el cabecilla del desbaratado cuartelazo del año anterior. Nouakchott dirigió su dedo acusador también hacia Libia y Burkina Faso como los presuntos padrinos exteriores de los Caballeros, y también de Haidalla en su supuesto plan golpista. Los gobiernos de Trípoli y Ouagadougou negaron enfáticamente las imputaciones. En septiembre, las autoridades dieron parte de la desarticulación de otra trama subversiva, la tercera en 15 meses, con la implicación de nuevo del insidioso Hanenna.

El 22 de noviembre de 2004 dio comienzo el macrojuicio a 181 acusados, 170 militares y 11 civiles, de participar en tres intentos de golpe de Estado. Los veredictos de culpabilidad se conocieron el 3 de febrero de 2005: cuatro reos de la oficialidad, el mayor Hanenna –capturado en octubre-, el comandante Mohammad Ould Cheijna –considerado el máximo jefe de los Caballeros del Cambio, en situación de prófugo-, el capitán Abderrahman Ould Mini y el capitán Mohammad Ould Salek –como Cheijna, en rebeldía también- fueron condenados a trabajos forzados a perpetuidad. A otros 80 condenados les cayeron diversas penas de prisión firme y trabajos forzados hasta un máximo de 15 años. Tres enjuiciados de la oposición civil, el ex presidente Haidalla, Ahmed Ould Daddah y Cheij Ould Horma, quedaron absueltos. Portavoces oficiales destacaron que el tribunal no aplicara ninguna condena a la pena capital.

En junio de 2005, sin relación aparente con esta secuencia de hechos aunque contribuyendo a enrarecer aún más el ambiente, quince soldados resultaron muertos en un ataque de hombres armados contra una remota base militar del nordeste, no lejos de las fronteras con Argelia y Malí. El mando castrense imputó la agresión a integristas argelinos del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC).


7. Golpe y derrocamiento en 2005

Tras hacer este escarmiento ejemplar con el ala desafecta de la milicia, Taya pudo concebir unas razonables expectativas de tranquilidad, pero el zarpazo definitivo del colectivo que era el suyo propio, el militar, le sobrevino a las primeras de cambio, y por parte de quien menos podía esperar.

En la madrugada del 3 de agosto de 2005, mientras el dictador se encontraba en Arabia Saudí para asistir a las exequias del rey Fahd, cientos de soldados del Batallón de Seguridad de la Presidencia de la República (BASEP, guardia presidencial de élite), a las órdenes del coronel Mohammed Ould Abdelaziz, tomaron posiciones en las calles de Nouakchott y rodearon los principales edificios, incluidos el palacio presidencial, el cuartel general de las Fuerzas Armadas, la radiotelevisión nacional y el aeropuerto internacional. Tras unas horas de confusión, con informaciones que aseguraban que el levantamiento había fracasado y que los leales al presidente habían recobrado el control de la situación, se impuso la evidencia del desenlace contrario.

Ni en el Ejército, ni en la Guardia Nacional ni en la Gendarmería hubo oposición al golpe más allá de algunos conatos de resistencia, a tenor de los disparos de armas pesadas y las ráfagas de ametralladora que pudieron escucharse en las primeras horas del día, aunque después no hubo un parte de muertos o heridos. Las dudas se disiparon por completo avanzada la jornada, cuando los golpistas proclamaron la asunción del poder por un Consejo Militar para la Justicia y la Democracia (CMJD) de 17 miembros, todos coroneles excepto uno, un capitán de fragata.

Al frente del mismo se situaba el coronel Ely Ould Mohammed Vall, director general de la Seguridad Nacional (Sûreté Nationale) desde 1985 y con una reputación de fidelísimo al presidente, del que de hecho se le consideraba amigo personal; su colega en el escalafón Mohammed Ould Abdelaziz aparecía como el número dos del CMJD. Estos oficiales representaban al Estado Mayor del Ejército, la Armada, la Guardia Presidencial y la Gendarmería, y en su mayoría venían formando parte del círculo más próximo a Taya.

Los portavoces de la junta justificaron la quiebra del orden constitucional para “terminar con las prácticas totalitarias del régimen que tanto han hecho sufrir al pueblo estos últimos años” (régimen del que ellos mismos habían sido pilares) y se comprometieron a "crear las condiciones favorables para el desarrollo de un juego democrático abierto y transparente en el que la sociedad civil y los actores políticos se pronuncien libremente". El CMJD se arrogó dos años de permanencia en el poder, período que consideraba “indispensable para la preparación y la puesta en marcha de verdaderas instituciones democráticas". No había ninguna duda de que el golpe había sido minuciosamente planeado desde tiempo atrás y que sus autores habían tejido una vasta conspiración en el mismo corazón del régimen, a las puertas del despacho de Taya.

Mientras la Unión Europea, la Unión Africana, la ONU y Estados Unidos hacían llegar unas condenas que no sonaban muy contundentes –permitiendo intuir que, como ya había sucedido con la mayoría de los golpes militares perpetrados con éxito en el continente en la última década, la comunidad internacional y las organizaciones regionales iban a terminar haciendo la vista gorda, si bien la UA se apresuró a suspender de membresía al país magrebí-, representantes de la oposición mauritana de dentro y fuera del país se congratulaban por el derrocamiento de Taya, que también fue celebrado por residentes de la capital a pie de calle, y hacían votos porque el nuevo régimen tomara el camino de una verdadera normalización democrática. Sólo el PRDS rechazó el "cambio anticonstitucional”.

Al día siguiente, 4 de agosto, mientras se multiplicaban las expresiones de alegría de la población civil, la radio difundió un comunicado del coronel Vall en el que este anunciaba la asunción de plenos poderes ejecutivos y legislativos por el CMJD, lo que suponía la clausura de la Asamblea Nacional. El Gobierno que desde julio de 2003 encabezaba el primer ministro Sghaier Ould Mbarek se mantuvo hasta el 7 de agosto, día en que la junta puso otro dirigido por el ex primer ministro Mohammed Ould Boubacar.

Entretanto, Taya se afanaba en dar una salida honorable a su peripecia personal, pero su batalla legitimista estaba perdida de antemano. Desde Riad, una vez informado de los sucesos en Nouakchott, el mandatario depuesto voló a la capital de Níger, Niamey, donde fue recibido por el presidente amigo Mamadou Tandja (dicho sea de paso, un civil sucumbido a la tentación autoritaria que cinco años más tarde iba a correr su misma suerte, la remoción manu militari).

El 5 de agosto, contactado vía telefónica por Radio France Internationale, el dirigente condenó la usurpación del CMJD y valoró lo sucedido con palabras que denotaban sobre todo estupor: "Estoy profundamente sorprendido por el golpe de Estado que ha tenido lugar en Nouakchott, cuando el país estaba de duelo, y más sorpresa me ha causado enterarme de quiénes son sus autores. En términos de logros, como todo el mundo sabe, este régimen ha hecho mucho más de lo que razonablemente podía esperarse de él. Las perspectivas políticas, económicas, sociales y culturales han sido prometedoras. El país vivía una pacífica democracia pluralista y el foro de partidos iba a mejorar las relaciones entre la oposición y nosotros en grado significativo. Nunca ha habido en África un golpe de Estado tan insensato, ni tan dramático para la gente. Por lo que se refiere a mi situación personal, me viene a la mente la sabiduría de los que decían "Dios mío, líbrame de mis amigos, que de mis enemigos me libro yo",

Durante varios días, Taya amagó con tomar un avión y aterrizar en Nouakchott, movimiento irrealizable al tener los golpistas el control del espacio aéreo mauritano y dejar claro estos que no tolerarían el retorno del derrocado. El 8 de agosto, en palabras para el canal Al Arabiya, Taya aseguró que su regreso, "si Dios quiere", se produciría en cuestión de días; hasta entonces, él, "en tanto que presidente de la República", ordenaba a todos los miembros del Ejército y las fuerzas de seguridad que pusieran "fin a esta situación criminal a fin de restablecer el orden natural". En la jornada posterior, se desplazó a Banjul, Gambia, un lugar más cercano a Mauritania. Sin embargo, en las semanas siguientes, el derrocado pudo comprobar lo ilusorio de sus expectativas: la junta golpista era la dueña absoluta del país, todos los partidos dialogaban ya con los militares que prometían una transición limpia a la democracia, el propio PRDS le dio la espalda y la comunidad internacional, más allá de las condenas formales, aceptó tácitamente los hechos consumados.

Taya arrojó la toalla el 22 de agosto, cuando, en compañía de su familia, abandonó Banjul camino de Qatar, en lo sucesivo país de exilio. En abril de 2006 Vall dijo que el ex presidente podría regresar a casa como ciudadano libre y sin temor a persecución, pero a condición de que no se mezclara en las elecciones democráticas de 2007. La oferta fue ignorada y su destinatario no se movió de Qatar.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2011)