Leszek Miller
Primer ministro (2001-2004); eurodiputado (2019-)
Perteneciente a una familia de clase obrera, desde los 17 años trabajó como electricista en una planta textil en su ciudad natal, Zyrardów, al sudoeste de Varsovia. En 1969 recibió el carnet de miembro del Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR), la formación comunista que detentaba el monopolio del poder en la entonces República Popular Polaca. Por un tiempo continuó desempeñando el trabajo de electricista, antes de introducirse en el funcionariado del PZPR. Siguiendo la pauta clásica de los militantes políticamente activos y deseosos de ascender en el escalafón del partido, en 1977 Miller se graduó en Ciencias Políticas por la Academia de Ciencias Sociales de Varsovia y pasó a ejercer como burócrata a tiempo completo, primero, en las oficinas del Comité Central en la capital, y luego, desde 1986, en el Comité Provincial de Skierniewice, ya como primer secretario del mismo.
En 1988, cuando el general Wojciech Jaruzelski, primer secretario del PZPR y jefe del Estado, barajaba emprender una liberalización política de calado con el concurso del proscrito sindicato Solidaridad, Miller accedió al Secretariado del Comité Central. A comienzos de 1989 el partido le escogió para formar parte, en el puesto menor de vicepresidente del equipo encargado de los asuntos de la juventud, de la delegación del régimen en las históricas negociaciones de Mesa Redonda con el sindicato que lideraba Lech Walesa, las cuales comenzaron el 6 de febrero y culminaron el 7 de abril siguiente con un acuerdo para la vuelta a la legalidad de Solidaridad y la celebración de elecciones semicompetitivas a un nuevo Parlamento bicameral los días 4 y 18 de junio.
Miller fue designado miembro pleno del Buró Político, el supremo órgano dirigente del PZPR, el 29 julio de 1989, coincidiendo con la sustitución de Jaruzelski -que acababa de ser elegido, previo pacto con Solidaridad, presidente de la República- como primer secretario por Mieczyslaw Rakowski, quien, a su vez, días después dejó la jefatura del Gobierno cuando se imponía la perspectiva de un ejecutivo dominado por Solidaridad, toda vez que los comunistas habían sido vapuleados en extremo en los recientes comicios: la lista del Comité de Ciudadanos de Solidaridad ganó la totalidad de los 161 escaños del Sejm o Cámara baja abiertos a la libre competición, es decir, el 35% de la Asamblea, alimentando la sensación de que si el PZPR y sus partidos satélites no hubieran sustraído el 65% restante, adjudicado directamente, del envite de las urnas, se habrían quedado fuera del Sejm al igual que del Senado.
Miller era uno de los rostros del sector mayoritario del PZPR, enfrentado con el grupo leal al ortodoxo Rakowski, que deseaba romper con el pasado y convertir al partido en una fuerza de izquierda moderna y democrática, capaz de competir con el entorno de Solidaridad en la era política que comenzaba. En el pleno del Comité Central del 15 de septiembre de 1989 Miller presentó un informe en el que advertía que si el partido no se transformaba ideológicamente y no se abría a la sociedad, se exponía a la completa marginación de la vida política, y acaso a su extinción. En los días siguientes, un sondeo realizado a los más de dos millones de militantes del PZPR confirmó el amplio apoyo de las bases a la ponencia que proponía cambiar el nombre del partido, sus estatutos, su programa y su liderazgo, destinado a una generación más joven de dirigentes.
En el XI Congreso del partido, del 27 al 30 enero de 1990, los renovadores sacaron adelante su proyecto con el voto prácticamente unánime de los 1.402 congresistas. La formación surgida en 1948 de la fusión de los comunistas y los socialistas polacos y a instancias del ocupante soviético dio ahora paso a la Social Democracia de la República de Polonia (SdRP), con Miller de secretario general y Aleksander Kwasniewski de presidente. Por aquel entonces, a Miller se le tenía por un alto miembro del aparato del SdRP con una visión de las cosas más estrecha que el ocho años más joven Kwasniewski, exponente de los rangos ex comunistas medios y ducho en la gestión gubernamental de diversas áreas sociales. No se pasaba por alto el dato de que Miller y Zbigniew Sobotka eran los únicos de entre los 150 miembros del Consejo Supremo del SdRP que habían ocupado un asiento en el Buró Político del extinto PZPR. Sin embargo, Miller y Kwasniewski trabajaron codo con codo para asegurar a la nueva izquierda polaca un puesto de privilegio en el incipiente orden democrático.
En julio de 1991, con vistas a las elecciones generales del 27 de octubre, éstas ya enteramente democráticas, la SdRP constituyó la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD) con una treintena de organizaciones políticas y sindicales. La plataforma fue presentada por sus artífices como una demostración del compromiso asumido por el ex comunismo polaco para abrirse a la sociedad y sepultar viejos dogmatismos. La SLD hubo de competir con una miríada de partidos de orientaciones de lo más dispares y obtuvo un discreto segundo puesto con el 11,9% de los votos y 60 diputados, Miller entre ellos. Que la Unión Democrática (UD), partido de centroizquierda surgido de Solidaridad y animado por el ex primer ministro Tadeusz Mazowiecki ganase las elecciones con únicamente el 12,3% de los sufragios y 62 escaños, daba una idea del grado de atomización del sistema de partidos polaco y la generosidad del sistema electoral proporcional con las listas más minúsculas: nada menos que 29 agrupaciones obtuvieron representación.
En la primera legislatura propiamente dicha de la democracia polaca, Miller y sus colegas se vieron sistemáticamente ignorados por la pléyade de agrupaciones que, desde el centro progresista y socialmente orientado hasta la derecha reaccionaria y clerical, pasando por el liberalismo, tenían su origen en el sindicato Solidaridad y sus ámbitos políticos e intelectuales. La incapacidad de estos partidos para unificar criterios y las rencillas personales entre sus dirigentes hicieron inviables los gabinetes de coalición presididos por el centrista Jan Olszewski y, desde julio de 1992, por la demócrata unionista Hanna Suchocka, quien el 28 de mayo de 1993 perdió una moción de confianza en el Sejm y obligó al presidente Walesa a disolver las cámaras y convocar elecciones anticipadas.
Estos años en la oposición ahorraron a la SLD el tremendo desgaste que sufrieron los partidos del oficialismo, permitiendo a Miller y Kwasniewski aplicar a sus anchas una estrategia de cortejo y captación de distintos segmentos del electorado, muy en particular los jóvenes, para quienes la sordidez de la dictadura del PZPR era un recuerdo vago o inexistente, o bien, esgrimiendo un criterio pragmático, entendían que salir de las penurias socioeconómicas y tener oportunidades en el presente eran necesidades mucho más importantes que movilizarse contra “el retorno de la nomenklatura”. El SdRP se ofrecía a la opinión pública como una formación progresista, moderna y sinceramente reconvertida. Su aparato incluía, ciertamente, a numerosos cuadros del último PZPR, pero, se aseguraba, eran personas solventes, con un perfil técnico y profesional, sin alforjas ideológicas ni responsabilidad en la represión y la dictadura.
En los comicios del 19 de septiembre de 1993 la SLD atrajo el voto de electores bien dispares entre sí: por una parte, trabajadores decepcionados por la caída de su poder adquisitivo y el retroceso de los servicios de protección estatales, los cuales pensaban que las dolorosas medidas de ajuste liberales serían aliviadas por un gobierno de ex comunistas; por otro lado, estudiantes y jóvenes profesionales urbanos liberados de prejuicios ideológicos, que tenían la mirada puesta en el aperturismo y los intercambios con los vecinos europeos del oeste.
En añadidura, se hizo notar que el empresariado y los inversores polacos, e incluso los de nuevo cuño sin un pasado comunista, apostaban masivamente por la SLD, en la convicción de que las reformas de mercado no iban a sufrir menoscabo, y, antes bien, iban a salir reforzadas. Cabe decir, pues, que a la coalición que animaban Miller y Kwasniewski le salió un electorado con motivaciones contrapuestas: unos simpatizaban con la SLD porque creían que su principal integrante no había cambiado del todo e iba a hacer honor al enunciado socialdemócrata sin concesiones liberales, y otros se disponían a votarle precisamente por lo contrario. La consecuencia fue que la SLD se adjudicó la victoria con el 20,4% de los sufragios, lo que se tradujo en 171 escaños, luego mayoría relativa. El Partido Campesino Polaco (PSL), una de las formaciones satélites del extinto PZPR, le siguió con 132 diputados.
El 26 de octubre de 1993 se formó en Polonia el primer Gobierno ex comunista, de coalición entre la SLD y el PSL. El SdRP, en una decisión destinada a aquietar aprensiones sobre el “retorno de los ex comunistas” y como pago del elevado precio puesto por el PSL, cedió la jefatura del gabinete al líder de la agrupación agraria, Waldemar Pawlak. Miller se estrenó en las responsabilidades de gobierno como ministro de Trabajo, al tiempo que abandonaba la Secretaría General del SdRP para asumir una de las vicepresidencias. Si bien podía verse a la SLD y al PSL como aliados naturales, un aspecto central de las reformas económicas, el mantenimiento de los subsidios agrícolas, sostenido con denuedo por los campesinos, constituía un frente de fricción susceptible de llevar al Ejecutivo por el derrotero de una crisis.
Cuando el 6 de marzo de 1995, Józef Oleksy, como resultado de una relectura del programa de gobierno con los campesinos que salvó la coalición in extremis, tomó para el SdRP la jefatura del Ejecutivo, Miller añadió a su ministerio la gestión de la política social, tarea delicada por tocar de lleno el impacto de la dolorosa reconversión industrial y agrícola. En el gabinete presidido por el también socialdemócrata Wlodzimierz Cimoszewicz, desde el 7 de febrero de 1996 al 31 de octubre de 1997, Miller pasó, primero, a dirigir la Oficina del Primer Ministro, desde la que impulsó un proyecto de ley sobre la reforma de la administración pública en un sentido descentralizador, y posteriormente, a partir del 20 de diciembre de 1996, se desempeñó como ministro del Interior y de la Administración.
Los polacos reflejaron a las urnas su descontento y decepción por las secuelas sociales de las reformas estructurales aplicadas por el Gobierno de izquierda, y su deseo de otorgar una nueva oportunidad a los herederos de Solidaridad. En las elecciones generales del 21 de septiembre de 1997 se produjo la paradoja de que el SdRP y sus asociados, si bien incrementaron la cuota de voto hasta el 27,1%, fueron ampliamente batidos por la nueva Alianza Electoral de Solidaridad (AWS) que lideraban Marian Krzaklewski y Jerzy Buzek, el cual recibió el encargo de formar el Ejecutivo. En realidad, fue el PSL quien cargó con todo el desgaste del oficialismo; en cuanto a la SLD, su subida no le impido ser penalizado con siete escaños con respecto a 1993.
Oleksy, que en enero de 1996 había sustituido en la presidencia del SdRP a Kwasniewski, a su vez convertido en presidente de la República el mes de diciembre anterior, presentó la dimisión asumiendo su responsabilidad en el fracaso electoral. Cuando el Sejm se constituyó en octubre de 1997 Miller fue elegido jefe del grupo parlamentario de la SLD y el 6 de diciembre siguiente el III Congreso Nacional del SdRP le catapultó también a su presidencia con 311 votos frente a los 86 recibidos por su único rival, el ex ministro de Economía Wieslaw Kaczmarek. Como líder de la oposición, Miller criticó implacablemente la gestión política y económica de Buzek, que empezó a resentirse en demasía de las continuas intromisiones de los partidos componentes de la AWS, progresivamente minada por las peleas intestinas y la desorientación ideológica.
Cuando su elección en 1997, Miller anunció la segunda gran reorganización de la izquierda polaca, en el convencimiento de que sólo una fuerza vertebrada, al estilo de los partidos Social Demócrata de Alemania y Laborista del Reino Unido, podría asegurar la gobernabilidad del país y el éxito de las profundas transformaciones inherentes al ingreso en la Unión Europea (UE), que establecía una larga serie de requisitos económicos, políticos y de asunción del acervo comunitario. La meta era asumida por Miller, Kwasniewski y el propio Buzek casi como una obsesión, ya que daría satisfacción, junto con la entrada en la OTAN, producida el 12 de marzo de 1999, a las máximas aspiraciones históricas de Polonia.
Adaptando aspectos blairistas a la imagen y el discurso, Miller se presentó como un servidor público que había renegado del comunismo y abrazado con entusiasmo el libre mercado en un "acto de patriotismo", amén de un partidario de separar convenientemente Iglesia y Estado con el objeto de reforzar la sociedad civil. Esta defensa del carácter aconfesional del Estado quedó subrayada con la definición de sí mismo como un católico no practicante. Los ex comunistas no tardaron a aventajar en las encuestas a la AWS, y Miller, sin encontrar una contestación interna digna de mención, procedió a consumar el recorrido iniciado en 1990.
Así, el 27 de abril de 1999 la SLD se registró como partido político propiamente dicho y el 16 de junio siguiente el SdRP aprobó su desaparición por 275 votos contra uno en el IV Congreso Nacional. Miller justificó la metamorfosis porque “los objetivos trazados en 1990 ya se han alcanzado”, si bien desde la AWS se arguyó que lo que el SdRP pretendía era zafarse de las deudas contraídas con el Estado, y que la mejor manera para ello era disolverse en el seno de otra organización política. El 1 de julio de 1999 Miller fue elegido presidente del nuevo partido y su I Congreso, celebrado en Varsovia el 18 y el 19 diciembre del mismo año, le ratificó en el cargo. La rotunda reelección de Kwasniewski en las presidenciales de octubre de 2000 apuntaló la confianza de Miller en una victoria en las legislativas, cuyo adelanto desde el final del verano a la primavera de 2001 solicitó ante el progresivo deterioro de la economía y la sensación de parálisis en el Gobierno.
Miller se propuso la obtención de la mayoría absoluta para la alianza de la SLD y la pequeña formación izquierdista Unión del Trabajo (UP), y no consideró factible una coalición poselectoral con terceros, porque, en su opinión, ninguna formación presentaba un programa compatible con el de su partido. Durante la campaña electoral, Miller aseguró también el apoyo de Polonia a la coalición internacional contra el terrorismo puesta en marcha por Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, sin descartar la participación en la operación militar Libertad Duradera (extremo que se materializó).
Confirmando los peores pronósticos para Buzek y su gente, los comicios del 23 de septiembre de 2001 supusieron la aniquilación de la AWS (últimamente llamada Alianza Electoral de Solidaridad de la Derecha, AWSP, y reducida a tres formaciones), que se quedó fuera del Sejm, y un éxito sin precedentes de los ex comunistas, que, junto con la UP, rebotaron al 41% de los votos y los 216 escaños, entre ellos el de Miller, cabeza de lista por Lodz. Con todo, por 15 escaños, no se alcanzó la mayoría absoluta, provocando la decepción de no pocos gobiernos de la UE y de las instituciones de Bruselas, que se habían ilusionado con el escenario de un triunfo aplastante del partido de Miller, la formación de un gobierno monocolor fuerte y con garantías de estabilidad, y la interlocución con unos representantes no susceptibles de ser inducidos por líderes políticos con credenciales europeístas dudosas o más atentos a satisfacer los intereses de una particular clientela electoral. El objetivo era rematar las negociaciones a tiempo para la firma en 2003 del Tratado de Adhesión a la UE, pero Miller no iba a poder gobernar sin la ayuda de los campesinos.
A esta desazón parcial contribuyó también el notable ascenso electoral experimentado por fuerzas políticas nuevas que esgrimían un discurso agresivamente nacionalista, antirreformista, antieuropeo y clerical. El fenómeno decía a las claras que una parte sustancial de la población no quería saber nada, o como poco lo veía con el máximo escepticismo, del proceso de adhesión a las estructuras euroatlánticas perseguido con denuedo por todos los gobiernos polacos desde 1989, y era receptiva a los mensajes populistas y aislacionistas.
De mala gana, Miller entabló negociaciones con el PSL que dirigía Jaroslaw Kalinowski, cuyos 42 escaños aportaban la necesaria mayoría holgada. En el recuerdo pesaban las trifulcas de la experiencia gubernamental de 1993-1997, cuando el PSL se opuso reiteradamente a que se tocaran los subsidios agrícolas. A pesar de que la reforma del agro polaco, en curso y avanzada, encabezaba las demandas liberalizadoras de Bruselas, Miller prefirió arriesgarse a encajar el enésimo encontronazo con los campesinos en los dos años cruciales que tenía por delante a gobernar en minoría, un mal, con mucho, mayor porque entonces ninguna propuesta normativa, relacionado con el campo o no, tendría garantizada su aprobación y promulgación. Claro que Kalinowski exigió para él la sensible cartera de Agricultura.
El partido centrista Plataforma Ciudadana (PO) fundado por Donald Tusk, Andrzej Olechowski y Maciej Plazynski, que en parte llenaba el hueco dejado por la también barrida Unión de la Libertad (UW), ésta durante años paradigma del centroderecha liberal, promercado y proeuropeo, descartó formar parte del Ejecutivo, pero no el prestar apoyo parlamentario a determinados proyectos o proposiciones de ley sobre cuestiones críticas como los presupuestos generales o las reformas necesarias para el ingreso en la UE, aunque se reservaba la libertad de hacerlo caso por caso, sin el compromiso que conllevaba un pacto de legislatura. El PO contaba con 65 diputados y era la segunda fuerza parlamentaria.
Inesperadamente, la tercera lista más votada, la liga campesina Autodefensa de la República Polaca (Samoobrona) de Andrzej Lepper, tribuno carismático del chovinismo polaco y promotor de un sindicalismo agrario de tintes anarquistas que iba mucho más allá del proteccionismo caro al PSL, anunció que sus 53 diputados estaban listos para votar a favor en la investidura. Las otras dos novedades parlamentarias surgidas de los comicios, el partido Ley y Justicia (PiS) de Lech Kaczynski, un paladín de la lucha contra la corrupción, la moral tradicional y el euroescepticismo, y la Liga de las Familias Polacas (LPR) de Marek Kotlinowski, un católico integrista que pretendía que la entrada en la UE iba a suponer nada menos que la “descristianización” del país, no prometieron a Miller otra cosa que una oposición contundente.
El 4 de octubre Kwasniewski encomendó a Miller la formación del Gobierno, el 19 del mismo mes el dirigente socialdemócrata prestó juramento al frente del gabinete tripartito y siete días después el Sejm le confirmó con una amplia mayoría de 306 votos, los 258 del oficialismo más casi todos los de Samoobrona, contra 140. El nuevo primer ministro tomaba las riendas en un momento de alarma económica: la producción deceleraba de mes en mes y 2001 iba a terminar con una tasa promedio de crecimiento de sólo el 1,1%; el desempleo afectaba ya al 18% de la población activa, el índice de inflación rebasaba el 5% interanual y el déficit en las cuentas del Estado, descontrolado, equivalía al 11% del PIB. Miller prometió una gestión “eficiente” y sin “titubeos”, y anunció un plan de estabilización financiera cuya primera etapa iba a consistir en la elaboración de unos presupuestos de austeridad para 2002 con un déficit de 40.000 millones de zlotys (9.800 millones de dólares), esto es, el 5% del PIB, y un gasto máximo de 183.000 millones, y en un recorte de 8.500 millones de zlotys (1.900 millones de dólares) en los presupuestos de 2001.
La revisión del presupuesto sería acompañada de una batería de medidas monetarias y fiscales, con descenso de los tipos de interés, aumento de la carga tributaria sobre las rentas de capital y elevación de los tipos generales de retención, siendo su complicada pretensión estimular el crecimiento y la competitividad de la economía polaca, devolver los altos niveles de inversión productiva extranjera registrados en la década anterior y frenar los movimientos especulativos no generadores de riqueza. Miller señaló al paro como el principal problema del país y ofreció combatirlo, no flexibilizando el código laboral, sino concediendo incentivos fiscales a las empresas para la contratación de trabajadores. Antes de terminar el mes, el Consejo de Ministros aprobó la introducción de un impuesto del 20% a las rentas de capital.
Con todo, en la primavera de 2002 afloraron las diferencias entre Miller y su ministro de Finanzas, Marek Belka, un hombre de la órbita de Kwasniewski, a propósito del tope de la austeridad presupuestaria. Belka tenía un enfoque típicamente liberal del problema y demandaba más disciplina en el gasto y cálculos de déficit menos generosos. En Miller asomó el perfil de socialdemócrata clásico cuando impuso un déficit de 43.000 millones de zlotys para el ejercicio de 2003, 3.000 millones más que en los presupuestos de 2002. En julio el Consejo de Ministros aprobó estas cifras y Belka, contrariado, presentó la renuncia.
Los observadores apuntaron que las desavenencias entre Belka y Miller no eran meramente por una cuestión de balances financieros, sino que se inscribían en la pugna soterrada que venían librado el primer ministro y el presidente de la República, no obstante ser del mismo partido y compartir metas estratégicas, por las respectivas cotas de poder en el sistema político polaco, que la Constitución de 1997 había asentado como de tipo mixto, semipresidencialista y parlamentario, lo que hacía necesario un juego de equilibrios permanente entre las dos oficinas titulares del poder ejecutivo. Miller podía sentir cómo Kwasniewski le respiraba en la nuca, exhortándole a que aplicara las recetas liberales que hicieran falta para cumplir los exámenes del ingreso en la UE y acortar trecho en un sendero más proceloso, el acceso a la Unión Económica y Monetaria, meta que quedaba para años más tarde
Ciertamente, el ajuste de las cuentas y la estabilidad macroeconómica eran indisociables del esfuerzo de adaptación a los estándares comunitarios. En noviembre de 2001 la Comisión Europea informó que a Polonia, con 38 millones largos de habitantes, el único país grande que iba a incorporarse en la primera oleada, si bien avanzaba en la buena dirección, le quedaba no poco trabajo por hacer: culminar la reforma de la justicia, asimilar la legislación comunitaria sobre transporte, seguridad alimentaria, protección medioambiental y productos farmacéuticos, asimilar toda la normativa que prescribe la elevada competitividad del Mercado Interior Único, desmantelar el proteccionismo agrícola doméstico (que debía ser sustituido por el proteccionismo de la Comunidad), suprimir las trabas a la libre compraventa del suelo cultivable, mejorar los controles fronterizos al trasiego de personas y definir los sistemas de control y gestión de las ayudas europeas.
Todos los criterios económicos y los relacionados con el acervo comunitario debían estar cumplidos en el plazo de un año, so pena de no poder firmarse el Tratado de Adhesión en la primavera de 2003. Si Polonia no hacía bien sus deberes o no se ponía de acuerdo con Bruselas, el conjunto de la ampliación podría verse afectado por consideraciones geopolíticas. Alemania ya había dejado claro que no concebía un pelotón de nuevos países miembros en 2004 si entre ellos no figuraba Polonia. El calendario apremiaba y a 31 de diciembre de 2001 Polonia sólo tenía temporalmente cerrados 19 de los 29 capítulos de negociación, luego iba más rezagado que cualquiera de los doce aspirantes a excepción de Rumanía y Bulgaria, si bien éstos ya se sabía que no iban a poder entrar antes de 2007.
Miller no tardó en revelarse como un negociador duro y batallador, que estaba dispuesto a obtener el ingreso de su país en la UE en la fecha prevista y en las condiciones propias más favorables. A lo largo de 2002, el primer ministro y su todavía más exigente viceprimer ministro y ministro del ramo Kalinowski, se apoyaron en los números absolutos de la población y el PIB polacos (si bien en términos relativos, tal como reflejaba el PIB por habitante a paridad de poder adquisitivo, Polonia estaba a la cola en el grado de convergencia real junto con Letonia y Lituania) para reclamar un trato “no discriminatorio” en el reparto de los fondos estructurales agrícolas.
La Comisión Europea proponía que las ayudas directas a los campesinos polacos, luego la implementación de la Política Agraria Común (PAC), fueran progresivas a lo largo de un período de diez años; según esto, sólo en 2013 Polonia sería miembro pleno de la PAC. Por el contrario, Varsovia quería recortar la transición a tres años y ponía énfasis en el abono de una fuerte dotación inicial. El Consejo Europeo de Bruselas de octubre de 2002 sepultó la pretensión polaca, ya que los Quince, con el objeto de paliar el coste de la ampliación, aceptaron la propuesta franco-germana de congelar el importe de la PAC entre 2007 y 2013 y empezar a abonar las subvenciones a los diez países recién ingresados en 2004 de manera paulatina. En la capital belga se decidió también que de 2004 a 2006 Polonia y los otros nueve tendrían que repartirse los más de 40.000 millones de euros en créditos de compromiso y los 28.000 millones en créditos de pago presupuestados para financiar la PAC, las acciones estructurales y las políticas internas de los Diez. La precisión de las cuotas que iban a corresponder a cada uno, de las que Polonia, dado su tamaño y necesidades, debía llevarse la parte del león, quedó pospuesta para el siguiente Consejo.
El 18 de noviembre el Consejo de Ministros de la UE certificó que Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Letonia, Lituania, Estonia Chipre y Malta iban a ser miembros el 1 de mayo de 2004; los más adelantados de entre ellos, se deseaba que todos, podrían firmar sus tratados de adhesión el 16 de abril de 2003. Polonia había invertido un enorme esfuerzo contrarreloj y conseguido cerrar los capítulos de la negociación, pero aún tenían que detallarse las condiciones económicas del ingreso.
En el Consejo Europeo de Copenhague, el 12 y el 13 de diciembre, Miller peleó denodadamente por maximizar las cuantías de los créditos de compromiso para el primer trienio y obligó al líder del principal país aportador, el alemán Gerhard Schröder, a hacerle ofertas creativas. La propuesta inicial de la Presidencia danesa era que Polonia cobrase 19.000 de los 40.444 millones de euros presupuestados. Miller demandó 1.000 millones más, y en dinero líquido. Schröder y los otros dirigentes le plantearon la posibilidad de recibir en 2005 esos 1.000 millones a cuenta de los 8.600 millones reservados a Polonia en la partida de fondos estructurales regionales para 2004-2006, pero el primer ministro no dio su brazo a torcer.
Finalmente, a iniciativa del canciller alemán, los Quince le pusieron sobre la mesa un suplemento presupuestario de 408 millones de los que la cuarta parte, 108, serían para Polonia. Miller y sus homólogos húngaro y checo dijeron que sí. Así las cosas, Miller regresó a Varsovia con la aureola de “vencedor” de la porfía de Copenhague, máxime porque también se había salido con la suya en las pretensiones de mantener el tipo bajo del IVA del 7%, obtener una cuota de producción lechera de 8.500 toneladas anuales y la posibilidad para los países adherentes de cofinanciar en 2004-2006 las subvenciones a sus agricultores hasta un 60%, cuando los planes iniciales de Bruselas las circunscribían a una media del 30%. En conjunto, el campo polaco recibiría los tres primeros años 7.552 millones de euros, que era el doble de las ayudas nacionales actuales.
Kalinowski calificó los acuerdos de Copenhague de “oportunidad histórica” para el agro polaco. Miller también estaba exultante e instó a votar sí en el próximo referéndum vinculante sobre el ingreso en la UE. Sin embargo, la tormenta política estaba a la vuelta de la esquina. A comienzos de febrero el Gobierno dio el visto bueno a un plan de Bruselas para canalizar los fondos agrícolas con arreglo a un sistema mixto: en el primer año, todos los granjeros percibirían una media del 25% de los subsidios comprometidos en función de su nivel de producción, un 15% se distribuiría con arreglo a las partidas dedicadas al desarrollo rural y otro 15% correspondería a la financiación estatal de producciones especiales (como cereales, aceite, carne de vacuno y ovino) ya sujetas a las regulaciones comunitarias.
Este esquema contradecía las seguridades dadas por Miller a los interesados a su vuelta de Copenhague sobre que todos ellos, dependiendo siempre del tamaño de sus granjas, cobrarían íntegramente unos subsidios promedio del 55% en 2004, el 60% en 2005 y el 65% en 2006. Ahora, las ayudas directas medias quedaban reducidas al 25%, el 30% y el 35%, respectivamente. El PSL se dividió sobre este plan y las bases del partido amenazaron con desautorizar a Kalinowski y tumbar la coalición gubernamental. Los campesinos en la órbita del sindicato-partido Samoobrona, que ya habían expresado su tajante rechazo a los acuerdos de Copenhague al igual que el PiS y la LPR, redoblaron sus protestas con acciones directas como el bloqueo de carreteras, los asaltos a oficinas del Gobierno y los choques con la Policía.
A Miller le cayó una cascada de acusaciones: que en la capital danesa se había conformado con una declaración meramente verbal, que la Comisión Europea le había impuesto un plan que no se correspondía a lo anunciado en la cumbre intergubernamental, y que no estaba siendo transparente en sus informaciones a la opinión pública, la cual tenía derecho a conocer con pelos y señales lo que se estaba ventilando en Bruselas. La publicación de las cifras del paro, con una tasa del 19,8% en 2002 a pesar de la recuperación de la actividad y de haber terminado el año con un ritmo de crecimiento del 4,4%, dio pábulo a más reproches al Gobierno.
El 27 de febrero estalló la crisis política cuando el grupo parlamentario del PSL unió su voto al de la oposición y decidió la derrota de un proyecto de ley relativamente menor, sobre la introducción de un sello con tasa para todo vehículo circulante por las carreteras polacas, gravamen con el que el Ejecutivo pretendía financiar la mejora de la red vial nacional, en un pésimo estado de conservación y subdesarrollada. Todo indicaba que ésta era la forma escogida por los diputados campesinos para desquitarse por el veto del presidente Kwasniewski a otra iniciativa legal que habría introducido el biocarburante en Polonia, cuyos beneficios para el campesinado eran obvios. En principio, la controversia de los subsidios agrarios no era el desencadenante de la rebeldía de los legisladores del PSL, pero sin duda había contribuido a caldear el ambiente antigubernamental.
El 1 de marzo Miller reaccionó fulminantemente declarando rota la coalición con el PSL y destituyendo a los ministros Kalinowski y Stanislaw Zelichowski, el titular de Medio Ambiente. La pérdida de la mayoría parlamentaria llegaba en el momento más inoportuno, con la firma del Tratado de Adhesión a la vuelta de la esquina y, peor aún, con el referéndum a tres meses vista. Desde luego, el fracaso de la coalición SLD-PSL no ayudaba a consolidar las perspectivas de un resultado favorable en la consulta. La confusión y la incertidumbre aumentaron con las dimisiones de los ministros del Tesoro, Stanislaw Cytrycki, a causa del rechazo suscitado en otros miembros del gabinete a su plan de privatizaciones, y de Sanidad, Marek Balicki, en protesta por el nombramiento por Miller de un alto funcionario sanitario que no contaba con su aprobación.
Miller, cuya popularidad, según los sondeos de opinión, estaba por los suelos, aseguró que no consideraba dimitir, apeló al respaldo de los partidos comprometidos con Europa, desvinculó su suerte política del resultado del referéndum y, acuciado por Kwasniewski, que le instaba a que pusiera orden en el gabinete y devolviera la estabilidad al Ejecutivo, ofreció la convocatoria de elecciones anticipadas. El 16 de abril, en el Consejo Europeo informal de Atenas, Miller y el ministro de Exteriores, Cimoszewicz, con Kwasniewski en calidad de testigo, estamparon su firma al Tratado de Adhesión de Polonia a la UE. El 8 de junio tuvo lugar la trascendental consulta popular, que resultó incluso mejor de lo que auguraban las encuestas: con una participación del 59,6% -un índice inferior al 50% habría invalidado el referéndum-, el 78% votó a favor del ingreso en la UE y el 22% se pronunció en contra. Era el balón de oxígeno que el baqueteado primer ministro necesitaba.
Sin perder un segundo, Miller se lanzó al contraataque: anunció que descartaba el adelanto de los comicios y que prefería someterse al voto de confianza del Sejm, perdido el cual dimitiría al punto. Con actitud porfiada, declaró también su intención de presentarse a la reelección en la presidencia de la SLD y de someter a los diputados la introducción de un nuevo tipo fijo, del 18%, en el impuesto sobre la renta. El 13 de junio el primer ministro salió airoso en la arriesgada apuesta parlamentaria con un margen inesperadamente amplio, 236 votos contra 216.
En estos 20 meses de toma y daca con la UE, Polonia se involucró a fondo con sus aliados de la OTAN, o, más exactamente, con Estados Unidos. Sin menoscabo de su nutrida participación en las fuerzas de interposición comandadas por la Alianza Atlántica en Bosnia-Herzegovina (SFOR) y Kosovo (KFOR), el país centroeuropeo aportó unidades aeronavales y terrestres a la Operación Libertad Duradera que conducía Estados Unidos en los teatros de operaciones antiterroristas y antitalibán de Afganistán y el océano Índico. Los soldados polacos desplegados en el país asiático, pertenecientes a regimientos de ingenieros y zapadores, se subordinaron directamente al mando estadounidense y no formaron parte de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), autorizada expresamente por el Consejo de Seguridad de la ONU en diciembre de 2001 y cuya misión era garantizar la seguridad en Kabul y sus alrededores.
Las inclinaciones proestadounidenses de Miller –y de Kwasniewski- se pusieron más de manifiesto en vísperas de la invasión de Irak con el pretexto de atajar la amenaza que entrañaba la tenencia por el régimen de Saddam Hussein de unas armas de destrucción masiva prohibidas por la ONU, armas que, como se iba a comprobar más tarde, no existían. Polonia se alineó junto con el Reino Unido, España e Italia y fue uno de los aliados que más leal y vigorosamente secundó a la administración de George W. Bush en sus propósitos bélicos, finalmente ejecutados sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, luego ilegales a la luz del derecho internacional.
A finales de enero de 2003, cuando arreciaban la polvareda internacional y las divisiones en la ONU, donde Francia, Alemania, Rusia y China se oponían al recurso a la guerra, Miller agregó su firma a una misiva-manifiesto propiamente europea que ensalzaba el vínculo transatlántico, apelaba a la salvaguardia de los valores occidentales comunes puestos en peligro y subrayaba la unidad de acción con Estados Unidos para combatir el terrorismo internacional y acabar con Saddam Hussein, metido en el mismo saco de enemigos de Polonia donde ya estaban Osama bin Laden y Al Qaeda. Los promotores de la carta eran el británico Tony Blair, el español José María Aznar y el italiano Silvio Berlusconi, y los otros adherentes el portugués José Manuel Durão Barroso, el húngaro Péter Medgyessy, el checo Václav Havel y el danés Anders Fogh Rasmussen (el primer ministro eslovaco, Mikulás Dzurinda, pidió ser considerado el noveno cofirmante con posterioridad).
El 17 de marzo, tres días antes del inicio de la llamada Operación Libertad Irakí, y de común acuerdo con Miller, Kwasniewski autorizó el despliegue en Irak de 200 soldados de élite polacos. Las encuestas periodísticas decían que la decisión del Ejecutivo de hacer participar al Ejército en la guerra de Irak, en principio en la retaguardia, desempeñando tareas logísticas y de apoyo a la fuerza de invasión anglo-estadounidense, concitaba un rechazo popular que oscilaba entre el 60 y el 70%. El Gobierno sustrajo del aval parlamentario el despacho de las tropas y sólo a posteriori abrió un debate en el Sejm que, ciertamente, se saldó con la convalidación de la medida. El 26 de marzo Miller aleccionó a los legisladores asegurándoles que la entrada de Polonia en Irak se justificaba en aras de la “solidaridad entre aliados”. Al mismo tiempo, una pasmada opinión pública se enteraba de que comandos polacos acababan de participar subrepticiamente en la captura de la facilidad portuaria de Umm Qasr.
Luego de la toma de Bagdad y el derrumbe del régimen baazista (9 de abril), y de dar por concluidas Washington las operaciones bélicas propiamente dichas (1 de mayo), las autoridades de Varsovia respondieron positivamente a la petición estadounidense de una contribución sustancial, en lo civil y en lo militar, al régimen de ocupación puesto en marcha. A pesar de que en puridad no había cobertura legal, entendida por tal el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, para estos dispositivos, Miller y Kwasniewski coincidieron en que Polonia debía jugar un papel señero en la pacificación y la reconstrucción de Irak, incluso superando ampliamente a otros países que, por recursos económicos y militares, estaban más capacitados para asumir tan onerosa carga. La decisión era eminentemente política y no se iban a regatear los medios para llevarla a cabo.
El contingente polaco fue elevado en agosto hasta los 2.400 hombres, el tercero en fuerza detrás del británico y el italiano, y se le dotó de medios para el combate contra la insurgencia resistente que crecía de día en día. Más todavía, Estados Unidos, dando viva muestra de su agradecimiento y confianza en el aliado centroeuropeo, encomendó a Polonia el mando de la llamada División Multinacional Centro-Sur (MND-CS), la cual debía encargarse de la ocupación militar de cinco provincias de mayoría religiosa shií y que entonces no presentaban grandes problemas de seguridad: Najaf, Qadisiyah, Karbala, Babil y Wasit.
Precedida por la División Multinacional Sur-Este (MND-SE) que el Reino Unido había vertebrado en las cuatro provincias de los cursos bajos del Tigris y el Éufrates, la MND-CS se constituyó formalmente el 3 de septiembre de 2003 con una dotación prevista de 9.200 soldados, repartidos en tres brigadas: una comandada directamente por Polonia (en Babil y Karbala, con cuartel general en Hillah), otra por España (en Najaf y Qadisiyah, con cuartel general en Diwaniyah) y la tercera por Ucrania (en Wasit, con cuartel general en Kut). Unidades menores de Bulgaria, Hungría, Eslovaquia, Lituania, Letonia, Rumanía, Honduras, El Salvador, Nicaragua, la República Dominicana y Kazajstán se integraron a los batallones y el mando polaco quedó sometido al mando supremo de Estados Unidos.
En el apartado civil, Polonia tuvo una presencia igualmente conspicua, si bien la hegemonía correspondía a Estados Unidos. Fue por un acuerdo particular entre Kwasniewski y Bush que el ex ministro de Finanzas, Belka, se hiciera cargo en junio del llamado Consejo de Coordinación Internacional (CIC) de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), el órgano rector de la administración civil provisional extranjera en el Irak ocupado, y en noviembre de su Dirección de Política Económica. Hasta el 16 de octubre, a través de su resolución 1.511, el Consejo de Seguridad de la ONU no dio carta de legalidad al régimen de ocupación, legitimando el poder temporal de la CPA hasta la transferencia de la soberanía a un gobierno irakí y autorizando las tropas extranjeras como “fuerza multinacional bajo un mando unificado para contribuir al mantenimiento de la seguridad y la estabilidad” de Irak.
Sin embargo, en el último trimestre de 2003 las cuitas europeas volvieron a reclamar la atención preferente de Miller. Si el año anterior había pugnado para que Polonia gozara de plenitud de derechos financieros y tuviera las mismas condiciones de accesibilidad a los fondos comunitarios que los actuales estados miembros, con el resultado conocido de que tuvo que plegarse al principio de progresividad antes de arrancar unos dineros suplementarios, ahora la batalla se fraguaba en torno a las cuotas de poder institucional, fundamentalmente en el Consejo de la UE.
El Tratado de Niza, aprobado por el Consejo Europeo en la ciudad francesa en diciembre de 2000, había otorgado a Polonia 27 votos, los mismos que España y sólo dos menos que los cuatro estados miembros más grandes –Alemania, Francia, Reino Unido e Italia-, para la toma de decisiones no unánimes en el Consejo de la UE. Esto significaba que a partir del 1 de noviembre de 2004, cuando entrase en vigor esta disposición del Tratado y el país ya fuera miembro de la UE, y hasta 2009, Polonia podría bloquear las decisiones ministeriales aprobadas por mayoría cualificada (232 votos) de los 25 estados miembros con el apoyo de dos países grandes y un cuarto mediano. Para Miller y el conjunto de los dirigentes polacos esta cuota de poder institucional se ajustaba a sus reclamaciones de un trato igualitario: si España, país comunitario desde 1986, recibía 27 votos, Polonia, con prácticamente la misma población, no iba a ser menos. Ahora bien, objetivamente, podía asegurarse que la reforma del sistema de ponderación del voto había dejado a Polonia y España sobre representados en el Consejo, si se les comparaba con los cuatro países más grandes.
Sin embargo, la fórmula de Niza fue impugnada por la Convención sobre el Futuro de Europa, cuya misión era elaborar un borrador de Constitución Europea. El Consejo Europeo de Salónica, en junio de 2003, endosó el texto presentado por la Convención, que ahora debía ser estudiado y, eventualmente, enmendado por la Conferencia Intergubernamental (CIG) antes de su aprobación definitiva por el Consejo Europeo. Los polacos recibieron con estupefacción el nuevo sistema de voto mixto propuesto para entrar en vigor en 2009, que recortaba sustancialmente el peso decisorio otorgado en Niza: las decisiones ministeriales podrían ser aprobadas por una mayoría de estados, el 50% como mínimo, y de población, representando al menos el 60% de los habitantes de la Unión. Miller y Aznar, que en esto –y en la cuestión de Irak- iban en el mismo barco, menearon la cabeza, pero se plegaron al espíritu de unanimidad del momento.
La CIG arrancó el 4 de octubre en el Consejo Europeo de Roma y rápidamente se vio que sus trabajos de retoque del borrador constitucional no se encaminaban a satisfacer las demandas hispano-polacas. Blair y Berlusconi aceptaron el sistema de la doble mayoría y los gobernantes de países pequeños como Portugal, Austria, Grecia o Dinamarca, aunque también pensaban que Niza era lo mejor para ellos, empezaron a asumir que la fórmula definida en aquel tratado estaba periclitada. En Varsovia y Madrid se concluyó que la derogación sin más del sistema de Niza era inaceptable y que había llegado la hora de hacer bandera de la defensa de los intereses propios, no obstante haberse quedado solos. Precedido, por tanto, por los barruntos de una seria confrontación entre gobiernos, el Consejo Europeo que tenía que dar el visto bueno al texto constitucional comenzó en Bruselas el 12 de diciembre.
Aznar se presentó en la capital belga dispuesto a negociar sobre la base del sistema de la doble mayoría, pero incrementando los umbrales de estados y de población, de manera que el equilibrio de poderes favorable a España se mantuviera más o menos intacto. Por el contrario, Miller, compareciendo en una silla de ruedas a raíz de un accidente de helicóptero sufrido en Varsovia días atrás y que le provocó unos traumatismos curables con fisioterapia, se limitó a decir que no a la doble mayoría en cualquiera de sus modalidades, aferrándose al sistema de las cuotas nacionales de votos y derrochando intransigencia. La otra cuestión por la que no iba a pasar, advirtió, era la ausencia en la Constitución de una mención a las raíces cristianas de Europa. Hablaba por convicción propia, pero también presionado por el Sejm, que en la víspera había aprobado casi por unanimidad una resolución instándole a defender el procedimiento Niza frente a los Quince.
Fue tal el empecinamiento y la inamovilidad de Miller en la defensa del statu quo con criterios puramente nacionales que se le escuchó mascullar en su estrado: “¡Niza, Niza, Niza!”. El 13 de diciembre el Consejo concluyó en rotundo fracaso. Era la hora de enjarretar responsabilidades, y Francia y Alemania acusaron de lo sucedido a Aznar y a Miller, el cual, todavía más que el español, se volvió a Varsovia con el sambenito de saboteador de los esfuerzos para dotar a la UE de su primera Carta Magna. Una vez en casa, el primer ministro declaró que no iba a plegarse ante las “amenazas” de la UE, en alusión a una hipotética represalia franco-alemana en el capítulo financiero, ni a modificar su postura con respecto a la Constitución Europea.
Ahora bien, la demostración de firmeza en el Consejo de Bruselas no le deparó a Miller ningún beneficio político en el arranque de 2004. Si bien era cierto que había recibido las alabanzas de los liderazgos de la SLD, el PSL, la PO y hasta del habitualmente muy crítico PiS, los grupos parlamentarios de la oposición más posibilistas no renunciaban a vender caro su apoyo al nuevo plan de austeridad del Gobierno. Además, los míseros índices de popularidad del Gobierno, la SLD y el suyo mismo no mejoraron un ápice, y aún empeoraron, habida cuenta del paro masivo, acomodado en la tasa del 20% (y eso a pesar del robusto crecimiento económico, superior al 3%, y que además no generaba inflación), la profusión de escándalos de corrupción que salpicaban a miembros del Ejecutivo y el grupo parlamentario socialdemócrata, y el continuo baile de ministros, que daba una sensación de desorientación e insolvencia.
Y estaba la propia personalidad de Miller, político que no generaba empatías en sus comparecencias mediáticas y que les resultaba arisco y autoritario a no pocos compañeros del partido, donde cundía el nerviosismo por la suerte que la formación ex comunista pudiera sufrir en las próximas citas electorales, primero las europeas, y luego las generales. Un peso pesado como el ex primer ministro Oleksy, ahora vicepresidente del partido y viceprimer ministro y ministro del Interior, maniobraba sin tapujos contra su jefe. Precisamente, fue en el seno de la SLD donde se fraguó el movimiento contrario a Miller que desembocó en su renuncia anticipada.
Para aquietar los ánimos de sus conmilitones y concentrarse en el arduo trabajo de gobernar, Miller se desprendió de la presidencia del partido, para la que el 6 de marzo fue elegido Krzysztof Janik, jefe del grupo socialdemócrata en el Sejm y hombre de su confianza. Una semana después se produjo en España la inesperada derrota electoral del Partido Popular de Aznar a manos de los socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero, quien no obstante ser colega en la Internacional Socialista se disponía a formar gobierno con un programa de política exterior tremendamente lesivo para los intereses polacos: sí en principio a la Constitución Europea con el sistema de voto de la doble mayoría, y retirada de los 1.300 soldados españoles de Irak, lo que iba a dejar cojitranca a la MND-CS. Ido Aznar, Miller se quedaba sin aliados y su defensa de Niza se tornaba insostenible. Impelido por los acontecimientos, el 23 de marzo el primer ministro se reunió con el canciller Schröder en Varsovia para discutir la manera de salir del atolladero y, por primera vez, habló de un “compromiso” con el objeto de sacar adelante la Constitución Europea en el Consejo Europeo a celebrar en junio en Bruselas.
La puntilla a las esperanzas de Miller de sostenerse, por lo menos, hasta entonces la dieron Oleksy, con su solicitud al grupo parlamentario de que retirara la confianza al primer ministro, y un grupo de 21 diputados socialdemócratas que, capitaneados por el propio presidente del Sejm, Marek Borowski, se declaró en rebeldía y muy quejoso con las políticas liberales del Ejecutivo. Uno de los dirigentes de la UP, Tomasz Nalecz, terció con una declaración de lo más explícita: “un político que es valorado negativamente por el 90% de la población no puede presidir un gobierno, incluso si uno siente que esa evaluación es injusta”. Visto el pandemónium instalado en el oficialismo, a la oposición le faltó tiempo para exigir la cabeza de Miller y la convocatoria inmediata de elecciones anticipadas. Jan Maria Rokita, número dos de la PO, llegó a decir que cada día que Miller permaneciese en el Gobierno era “un día perdido para Polonia”.
No tenía que escuchar más. El 26 de marzo un cariacontecido Miller compareció para anunciar que la falta de apoyos políticos y la fractura en la SLD le obligaban a presentar la dimisión, efectiva el 2 de mayo, un día después del ingreso en la UE. En el ínterin, Kwasniewski debía designar un sustituto capaz de recomponer un consenso parlamentario básico y conferir credibilidad a la acción gubernamental. El mismo 26 de marzo los diputados desafectos lanzaron un partido de ideario orientado a la izquierda, la Social Democracia de Polonia (SdPl), nombre que traía a las mientes al extinto SdRP.
El 29 de marzo el presidente nominó para el puesto a Belka, al que le aguardaba una votación de confirmación parlamentaria harto complicada, y el 18 de abril Miller vio confirmado el aviso de Zapatero, recién investido presidente del Gobierno en Madrid, de la retirada de los efectivos españoles de Irak. El hecho consumado –imitado días después por Honduras y la República Dominicana- empujó a Miller a expresar sus primeras dudas sobre el futuro a medio plazo de la misión en Irak, cuya continuidad vinculó al “desarrollo de los acontecimientos” (refiriéndose al deterioro imparable de la seguridad por la confluencia de la insurgencia sunní, la revuelta shií y el terrorismo islamista), y a opinar que el conflicto debía resolverse por medios políticos antes que militares. El 1 de mayo Miller y Kwasniewski se unieron en Dublín a los líderes de los otros 24 países en el acto institucional convocado por la Presidencia irlandesa para celebrar la ampliación y al día siguiente, tal como había prometido, cesó en sus funciones como primer ministro.
(Cobertura informativa hasta 7/10/2004)