Kurmanbek Bakíyev

En 1976, tras completar sus estudios de ingeniería eléctrica en el Instituto Politécnico de la ciudad rusa de Kuybyshev, hoy llamada Samara, y los dos años del servicio militar en el Ejército soviético, entró a trabajar en la Planta Industrial Maslennikova (ZIM), sita en la misma Kuybyshev y especializada en suministros militares. En 1979 retornó junto con su esposa, una rusa a la que había conocido en Kuybyshev, a la entonces República Socialista Soviética Kirguisa (RSSK), concretamente a su región natal de Jalal-Abad, para desempeñarse de ingeniero jefe en una fábrica de tuercas y tornillos. Seis años más tarde, sus superiores en la administración estatal de la industria metalúrgica le destinaron al puesto de director de la planta Profil, en la ciudad de Kok-Yangak.

En 1990 abandonó aquella función técnica para emprender una carrera política en el aparato del Partido Comunista de Kirguistán (PKK), la rama republicana del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en el oblast (región) de Jalal-Abad. De primer secretario del PKK de Kok-Yangak y presidente del Consejo Municipal de la ciudad, pasó a presidente del Consejo de Diputados Populares del oblast y, al cabo de un año, jefe de la administración del distrito de Toguz-Toro, uno de los ocho de que se compone Jalal-Abad.

La subida de Bakíyev al puesto legislativo con sede en la capital homónima del oblast se produjo en 1991; fue el año en que la República de Kirguistán accedió a la independencia como resultado de la disolución de la URSS, y de la confirmación en la Presidencia de Askar Akáyev, otro profesional de la ingeniería, y antiguo responsable de la Academia de Ciencias de la RSSK, mediante elecciones populares directas. En 1994, el Gobierno de Akáyev, un ex comunista que adquirió una merecida fama, en aquellos años, de dirigente reformista y liberal, nombró a Bakíyev vicepresidente del Fondo de Propiedad Estatal, coincidiendo con el lanzamiento de la primera tanda de transformaciones económicas de común acuerdo con el FMI, que demandaba a las autoridades de Bishkek enérgicas medidas promercado si querían beneficiarse de planes de reescalonamiento o reducción de la asfixiante deuda externa.

La reforma estructural emprendida en Kirguistán, país pobre, montañoso en extremo, poco industrializado y predominantemente agropecuario, que hasta 1995 no fue capaz de detener el catastrófico hundimiento de la producción como consecuencia de la desmembración de la URSS y la desaparición de los mercados concertados (la hiperinflación, que alcanzó el 1.300% anual, pudo ser domeñada dos años antes), supuso la acuñación de moneda propia (el som, que reemplazó al rublo ruso), el levantamiento de subsidios agrícolas, la liberalización de la compraventa de la tierra, la concesión de facilidades a la inversión foránea y la privatización de empresas estatales. Éste último fue, precisamente, el ámbito de actuación de Bakíyev en su primer trabajo para la administración nacional.

De todas maneras, el paso de Bakíyev por el Fondo de Propiedad Estatal fue breve, ya que en 1995 ya estaba de vuelta en la administración regional como gobernador del oblast de Jalal-Abad. La capital regional dominaba el recodo oriental del conflictivo valle de Fergana, el cual discurre longitudinalmente por territorios de Tadzhikistán y Uzbekistán, que muy pronto iba a ser el epicentro de muy graves tensiones políticas y religiosas en esta parte de Asia central por el tránsito fronterizo de subversivos islamistas, uzbekos en su mayoría, bregados en la guerra civil de Afganistán. En abril de 1997 Akáyev le nombró para hacerse cargo de la misma función gubernativa en el oblast de Chüy, al nordeste, a lo largo de la frontera con Kazajstán.

Bakíyev hizo su verdadero salto político el 21 de diciembre de 2000, cuando Akáyev, a quien hasta ahora había servido leal y eficientemente, le nombró primer ministro del Gobierno nacional en sustitución de Amangeldy Muralíyev, que pagaba, entre otros fiascos, por el severo impacto económico de los cortes del suministro de gas y petróleo y la obstrucción al tráfico transfronterizo impuestos por el vecino Uzbekistán.

En los pasados años, Uzbekistán, país con pruritos de potencia regional y regido con puño de hierro por el dictador Islam Karímov, había mantenido unas estrechas relaciones de cooperación y amistad con Kirguistán, ya que ambas naciones compartían la turcofonía, el modelo musulmán secularizado y problemáticas de seguridad. Pero ahora, Karímov le exigía a Akáyev mano dura contra los islamistas locales y, sobre todo, que impidiera las incursiones al valle de Fergana de los guerrilleros fundamentalistas del Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), los cuales, procedentes de Tadzhikistán o Afganistán, penetraban en Uzbekistán con intenciones belicosas a través de los oblasts kirguises de Osh y Batken. Otro factor en la creciente fricción interestatal era la situación de la minoría de uzbekos étnicos de Kirguistán, que se concentraba en Osh y que suponía el 13% de la población nacional.

El nombramiento de Bakíyev, que, como Akáyev, no estaba adscrito a ningún partido político, fue respaldado por 34 de los 45 miembros de la Asamblea de Representantes Populares (El Okuldor Jyiyny), la Cámara alta del Consejo Supremo (Joghorku Kenesh), el cual, desde los comicios de febrero y marzo de 2000, estaba dominado por una nebulosa mayoría de diputados propresidenciales, distribuidos en varios partidos o registrados como independientes. Los observadores enmarcaron la promoción del sureño Bakíyev en los intentos de Akáyev, que había dejado atrás las ponderaciones de demócrata y adoptado actitudes autoritarias a medida que crecían la degradación socioeconómica, las tensiones con los islamistas y las críticas de la oposición legal, de aplacar a los clanes y categorías sociales de las regiones de Jalal-Abad y Osh, que, con todo fundamento, acusaban al poder central de Bishkek de apoyarse exclusivamente en las élites enriquecidas de la capital y del oblast de Chüy, del que era oriundo el presidente.

En el año y medio que fungió de primer ministro, Bakíyev dispuso una segmentación del gigante estatal de la energía, Kyrgyzenergo, en cinco compañías menores como alternativa a los anteriores planes de privatización integral y rápida de la empresa, que pretendían ser la panacea para la aguda crisis que sufría el sector, con abundantes cortes y desabastecimiento en los servicios de electricidad, gas y calefacción. Sin embargo, al cabo de unos meses se desdijo de sus promesas iniciales de no privatizar las plantas hidroeléctricas y las estaciones de alto voltaje. El Legislativo rechazó estas novedades en el proyecto de ley de reestructuración del sector energético y sólo accedió a aprobar un texto enmendado, que limitaba el alcance de las privatizaciones.

También, Bakíyev negoció la reanudación de los suministros de gas uzbekos con el Gobierno de Tashkent –con escaso éxito, ya que Karímov sacó a colación, entre otras exigencias, la cesión de un corredor de comunicación con el enclave de Sokh, territorio de Uzbekistán inserto en el oblast de Batken- y el reescalonamiento de la deuda bilateral con los gobiernos ruso y turco, intentó atraer la muy necesaria inversión extranjera en el sector de la energía, combatió con éxito la inflación (del 18% a finales de 2000 se pasó al 2% dos años después) y puso sobre el tapete los agudos problemas de la pobreza, que padecía ya el 55% de los ciudadanos, una de las tasas más elevadas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), el desempleo y la desaforada corrupción, para cuya supresión sustancial en la próxima década planteó un programa denominado Marco de Desarrollo Integral, el cual recibió el apoyo del Banco Mundial.

Los graves sucesos políticos de marzo de 2002, muestra de hasta qué punto había llegado la intolerancia de Akáyev con la oposición, y producidos no por casualidad justo después de sumarse Kirguistán a la operación antiterrorista global Libertad Duradera mediante la cesión al Ejército estadounidense de amplias facilidades operativas en el aeropuerto de Manas, cerca de Bishkek, que se convirtió en uno de los pivotes de retaguardia de las operaciones militares en Afganistán, impelieron a Bakíyev a romper con el oficialismo.

Aquel mes, cristalizó en forma de manifestaciones de protesta el malestar que había causado el año anterior la sentencia judicial de siete años de prisión -por abuso de poder supuestamente cometido en el desempeño de cargos públicos- contra Feliks Kúlov, ex vicepresidente de la República, ex ministro de Seguridad, ex gobernador de Chüy y ex alcalde de Bishkek, a quien se habían puesto todo tipo de obstáculos para impedirle participar en las elecciones presidenciales de octubre de 2000 como el candidato del partido Ar-Namys (Dignidad). Kúlov, cuyo idioma materno era el ruso, quedó descalificado al rehusar someterse a un examen de conocimiento del kirguís, lo que facilitó la reelección de Akáyev por amplia mayoría.

Repercusiones dramáticas tuvo el encarcelamiento del diputado opositor Azimbek Beknazárov, muy popular en Jalal-Abad, al que la fiscalía del Estado acusaba de prevaricación: el 17 de marzo, varios miles de sus partidarios en la ciudad de Kerben, en el distrito de Aksy, se echaron a la calle y se toparon con la represión brutal de las fuerzas de seguridad, que causaron cinco muertos y decenas de heridos. Los enfrentamientos se prolongaron al día siguiente y sumaron la sexta víctima mortal. El 19 de marzo, Bakíyev se presentó en Kerben para calmar los ánimos, informando a los lugareños que Beknazárov había sido liberado y prometiendo una investigación gubernamental para esclarecer quién había ordenado disparar contra los manifestantes.

Sus parlamentos con sus paisanos de Jalal-Abad indispusieron a Bakíyev con el círculo de Akáyev, que le acusó de haberse extralimitado en su misión. Frustrado, el primer ministro presentó la dimisión el 13 de mayo de 2002, coincidiendo con la jornada de protestas a nivel nacional en contra de la ratificación del nuevo acuerdo fronterizo con China (por el que Kirguistán cedía a su vecino 95.000 hectáreas de territorio), la permanencia en prisión de Kúlov y la continuidad del proceso criminal contra Beknazárov, pero Akáyev no se la aceptó. El 22 de mayo volvió a entregar la carta de renuncia y esta vez el presidente se apresuró a nombrar un sustituto en la persona de Nikolay Tanáyev.

En adelante, Bakíyev se situó en el terreno de la oposición “independiente”, aunque procedió con cautela no exenta de ambigüedad, esquivando una confrontación personal con Akáyev e intentando no caldear el ambiente más de lo que ya estaba. Su primer paso fue candidatear a uno de los 60 asientos de la Asamblea Legislativa (Myizam Chygaruu Jyiyny), la Cámara baja del Joghorku Kenesh, en una elección parcial en Jalal-Abad. El 20 de octubre de 2002 el ingeniero ganó con el 67,3% de los votos el escaño por el distrito de Ala-Buka, que también codiciaban cinco contrincantes. Con este manto de legitimidad popular, su siguiente paso fue, el 15 de noviembre, anunciar su intención de concurrir a las elecciones presidenciales de octubre de 2005, a las que no podía presentarse Akáyev por limitación constitucional.

En febrero de 2003, Bakíyev, cuya popularidad iba en aumento, sobre todo en las regiones del sur, entre los trabajadores industriales rusos (los ciudadanos eslavos, habida cuenta del auténtico éxodo iniciado en 1991, disminuían de año en año, aunque aún suponían el 13% de la población) y entre las capas más instruidas de Bishkek, se convirtió en copresidente de la facción parlamentaria Regiones de Kirguistán, que reunía a 11 diputados de orientación centroderechista preocupados con la situación socioeconómica declinante en los oblasts, y que decían abogar por “el sentido común y el compromiso” a la hora de posicionarse políticamente, lo que, según ellos, dejaba abiertas las puertas a colaboraciones concretas con el Gobierno de Tanáyev.

Las ambiciones políticas de Bakíyev fueron consolidándose y ganaron ímpetu a lo largo de 2004. En junio, el bloque opositor Por el Poder del Pueblo, creado en enero por los partidos Republicano (RPK), Asaba (Bandera), Kairan-El, Kirguistán Libre (ErK), Erkindik (Libertad) y Movimiento Democrático de Kirguistán (DDK), le endosó como su candidato. El 22 de septiembre, el liderazgo suprapartidista de Bakíyev propició la presentación del Movimiento Popular de Kirguistán(KEK), un bloque electoral más amplio que agrupaba a las seis formaciones antedichas más el Nuevo Kirguistán (JK), el Partido de los Comunistas de Kirguistán (que era el continuador directo del extinto PKK) y una escisión de este último, el Partido Comunista de Kirguistán, que portaba el nombre vigente en la época soviética.

El 5 de noviembre, en el congreso constituyente del KEK, Bakíyev fue proclamado presidente del bloque secundado por tres vicepresidentes, a saber, el ya citado Beknazárov, Nikolay Baiko y Ishengul Boljurova, que eran respectivamente el líder del Asaba, el líder del PKK mayoritario y una ex ministra de Educación perteneciente al DDK. Previamente, el 21 de octubre, el KEK decidió aunar fuerzas con otro bloque electoral de signo opositor, la unión cívica Por unas Elecciones Limpias, fundado en mayo por los partidos Ar-Namys, Ata-Meken y Social Demócrata y capitaneado por Misir Ashyrkúlov, uno más en la larga lista de tránsfugas del bando presidencial.

Bakíyev advirtió que las elecciones del 27 de febrero de 2005 al nuevo Joghorku Kenesh unicameral de 75 escaños (la reforma del poder legislativo había sido aprobada en referéndum en febrero de 2003 y concitó severas censuras en la oposición, que criticó sobre todo la generalización del sistema electoral mayoritario y las circunscripciones uninominales) eran un test crucial de las intenciones del régimen de Akáyev, ya que si el Joghorku Kenesh salido de los comicios no representaba “a todos los segmentos de la sociedad” (en implícita referencia a un posible escamoteo de los resultados), la “desestabilización” y la “protestas” serían “inevitables”. Aunque su apuesta presidencial seguía sobre la mesa, por el momento quería renovar su escaño de diputado, para lo que se registró en la circunscripción de Karaunkur. En Jalal-Abad se presentó también un hermano, Jusupbek Bakíyev.

En las semanas y días previos a las elecciones de 2005, miles de kirguises de diferentes regiones realizaron marchas y cortes de carreteras en protesta por las decisiones judiciales que habían excluido a diferentes candidatos, en algunos casos en circunscripciones donde se presentaban miembros de la familia de Akáyev. Así le sucedió, en Bishkek, a Roza Otunbáyeva, antigua ministra de Asuntos Exteriores, de claras simpatías proestadounidenses y proeuropeas, y copresidenta del movimiento Ata-Jurt (Patria), que perjudicaba las aspiraciones de la hija del presidente, Bermet Akáyeva, jefa de un partido montado para la circunstancia, Alga Kyrgyzstan (Adelante Kirguistán), y a la que los medios señalaban como probable candidata del oficialismo en las presidenciales de octubre, eso si a última hora no se imponían las argucias legales que permitirían a Akáyev concurrir por cuarta vez.

El mismo Bakíyev habría estado a punto de ser descalificado para las legislativas, de creer ciertas informaciones que circularon por el país. El ex primer ministro no sufrió el temido interdicto, pero los rumores sobre las intenciones aviesas de las autoridades bastaron para soliviantar a las bases del KEK, muy sólidas en Jalal-Abad y Osh. La verdad era que todo el mundo tenía en la mente una revolución rosa o una revolución naranja, es decir, el estallido de un levantamiento popular como los que, sin derramamientos de sangre, habían llevado al poder a los frentes opositores de Georgia en 2003 y Ucrania en 2004 como resultado de unas elecciones amañadas (legislativas en el primer país y presidenciales en el segundo). El caso fue que los colores políticos también tuvieron en Kirguistán una carga emblemática: la plataforma unitaria de la oposición se decantó por una abigarrada paleta en la que dominaban el amarillo, el rojo y el verde.

Por momentos, pareció que quienes más evocaban ese fantasma eran Akáyev y sus colaboradores, que advirtieron con tono tremendista contra la conversión de Kirguistán en el tercer escenario “revolucionario” de la CEI. El presidente, que no debía sentirse nada seguro de su posición para alimentar las analogías entre él y sus colegas georgiano Eduard Shevardnadze y ucraniano Leonid Kuchma –según esta perspectiva, Bakíyev se prefiguraba entonces como una versión local de Mijeil Saakashvili y Viktor Yushchenko-, acusó a los “partidarios de realizar una revolución de terciopelo” en Kirguistán de “no darse cuenta de que en Asia central tales esquemas de cambio de poder pueden degenerar fácilmente en una guerra civil”.

En añadidura, algunos prebostes del oficialismo no tuvieron ambages en vincular, sin precisar nombres y sin aportar la menor evidencia de semejante conexión, a candidatos de los partidos parlamentarios con el movimiento fundamentalista clandestino Hizb ut-Tahrir, el cual, a través de aquellos, pretendería hacerse con el control del país para luego establecer un califato islámico “en todo el valle de Fergana”. Por lo demás, las elecciones en un país que hasta ahora había pasado casi desapercibido para la opinión pública internacional merecieron el atento seguimiento de Rusia y Estados Unidos, que tenían allí sendas bases militares.

La jornada electoral transcurrió sin incidentes dignos de consideración, pero tras el cierre de los comicios la confrontación estuvo servida. En varios distritos y también en la capital, algunos miles de votantes de los candidatos opositores salieron a protestar contra el, según ellos, fraude que se estaba cometiendo en los escrutinios con el objeto de declarar a los candidatos oficialistas ganadores del escaño en la primera vuelta o bien los más votados con mayoría simple, prefigurando su victoria en la segunda vuelta. De los 32 escaños adjudicados, sólo dos lo fueron a candidatos opositores. En Karaunkur, Bakíyev se encontró con que la Comisión Electoral Central le ponía a la zaga con el 37,8% de los votos frente al empresario progubernamental Saydilla Nishanov, que había cosechado el 44,2%.

El 28 de febrero, las denuncias opositoras fueron parcialmente sostenidas por los monitores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que en su informe preliminar declararon a la primera vuelta electoral no conforme con los estándares internacionales, no obstante tratarse de los comicios más competitivos de los celebrados hasta la fecha en el país. Un balance similar realizó la embajada de Estados Unidos. Entre las irregularidades detectadas por la OSCE estaban la descalificación de candidatos, la tendenciosidad de los medios de comunicación públicos y la compra de votos, aunque el organismo rehusó hablar de fraude poselectoral.

Hasta la segunda vuelta del 13 de marzo el país fue presa de una enorme agitación, sobre todo en los oblasts de Osh y Jalal-Abad, donde se produjeron asaltos a edificios administrativos, agresivas manifestaciones y otros disturbios con la violencia a flor de piel. Bakíyev, que no ejercía un liderazgo caudillista o especialmente descollante, ya que la oposición no andaba escasa de personalidades carismáticas (de hecho, el líder del movimiento nacional contra Akáyev habría sido, seguramente, Kúlov de haber gozado de libertad de movimientos) intensificó su actuación como tribuno popular exigiendo la anulación de la primera vuelta, la celebración de nuevas legislativas en seis meses, la dimisión de Akáyev y el adelanto de las presidenciales al mes de julio.

El 10 de marzo, los integrantes del Foro de Fuerzas Políticas, sombrilla que cobijaba a los partidos del KEK y Por unas Elecciones Libres más el Ata-Jurt de Otunbáyeva, el Jany Bagyt (Nuevo Curso) y el Congreso Popular de Kirguistán, anunciaron su “unificación” bajo el liderazgo de Bakíyev: era la génesis del Consejo Coordinador de la Unidad Popular (CCUP), la más vasta coalición de fuerzas opositoras desde la independencia, si bien su naturaleza era puramente coyuntural. Aquel mismo día, Bakíyev y una veintena de diputados aprobaron una “moción de censura” contra el Gobierno y la Comisión Electoral. La votación revistió un carácter simbólico, por carecer de quórum y por desarrollarse en el exterior del edificio del Parlamento, que se encontraba cerrado por obras.

La crisis entró en una fase de no retorno tras la ronda del 13 de marzo, que la oposición consideró más fraudulenta aún que la de febrero. Según los datos del recuento facilitados por la Comisión Electoral, en Karaunkur Bakíyev fue vapuleado por Nishanov con 20 puntos de diferencia, lo que resultaba difícil de creer teniendo presente la enorme popularidad del ex primer ministro entre sus paisanos. En el conjunto del país, con el 90% del voto escrutado, la oposición habría ganado cuatro de los 43 escaños en juego, aunque aquella había presentado candidaturas sólo en 12 circunscripciones. A tenor de estos resultados, el Parlamento electo se presentaba copado por los candidatos de los partidos oficialistas Alga y Adilet (Justicia), y por los independientes más o menos progubernamentales, con 69 de los 75 escaños. La OSCE volvió a constatar irregularidades como las observadas en la primera ronda, y tanto Bakíyev como Akáyev y Tanáyev endurecieron sus discursos.

Sin saberse muy bien cuánto de espontáneo y cuánto de trazado por los responsables del CCUP tenían estas algazaras, el 14 de marzo de 2005 comenzó un rosario de actos de protesta, boicot y desobediencia civil que en las ciudades de Jalal-Abad, Osh y Özgön, es decir, en la Fergana, tomó el cariz de una insurrección popular en toda regla. El 20 de marzo, miles de manifestantes asaltaron una comisaría en Jalal-Abad, la incendiaron y rescataron a 70 detenidos que acababan de ser arrestados por participar en las protestas. En la refriega murieron 10 personas al hacer uso de sus armas los policías que defendían el cuartel. Al día siguiente, muchedumbres enardecidas se hicieron con el control de los edificios gubernativos y policiales de la ciudad, y lo mismo sucedió en Osh, la segunda ciudad más importante del país, y otros núcleos urbanos del sudoeste.

Mientras las calles de Osh, Jalal-Abad y Talas eran patrulladas por improvisadas milicias civiles que esgrimían cócteles-molotov y quemaban retratos de Akáyev ante la total inacción de las fuerzas del orden, las cuales, o bien pusieron los pies en polvorosa, o bien confraternizaron con los revoltosos, en Bishkek, los jefes opositores, que parecían un tanto perplejos ante la rápida evolución de los acontecimientos, se afanaron en reconducir la situación en su favor, subrayando su liderazgo para canalizar unas violencias que amenazaban con desbordarse y supervisando las tomas de centros administrativos como el primer paso para la constitución de unas estructuras paralelas de poder. Por un momento, se atisbaron discrepancias sobre la estrategia a seguir, con Bakíyev resistiéndose a cerrar las puertas al diálogo con el Gobierno y Otunbáyeva llamando a su derrocamiento sin contemplaciones.

Pero la dinámica de los hechos consumados impidió cualquier arreglo negociado de la crisis sin arriscar el orden constitucional. El 22 de marzo, el Joghorku Kenesh electo celebró su sesión inaugural con la asistencia de Akáyev, que a lo más que estaba dispuesto era a que la Comisión Electoral y el Tribunal Supremo investigaran las denuncias en las circunscripciones conflictivas, sólo en una de las cuales se admitió la repetición de la votación.

La reacción opositora, el 24 de marzo, fue fulminante: en Bishkek, miles de militantes, muchos de ellos uzbekos venidos del sur (realidad que, empero, no reflejaba una revuelta de cariz sectario étnico) asaltaron la sede del Gobierno, los ministerios y el edificio de la televisión estatal, retuvieron brevemente en sus despachos a los titulares de Seguridad, Kalyky Imankúlov, y Defensa, coronel general Esen Topóyev, y sacaron de la cárcel a Feliks Kúlov, aunque también se dijo que al antiguo vicepresidente de la República lo pusieron en libertad sus propios guardianes. Megáfono en mano, Bakíyev anunció a los participantes en la toma del complejo presidencial que el CCUP estaba listo para asumir el control del país.

Las fuerzas del orden, éstas, tras comprobar que no podían contener a los manifestantes, y el Ejército, que no recibió la orden de intervenir porque el Gobierno se negó a declarar el estado de excepción, se inhibieron y dejaron en manos de unos piquetes progubernamentales no uniformados la inútil tarea de reprimir a los opositores. En los enfrentamientos y los destructivos saqueos que les acompañaron murieron tres personas y un centenar más resultaron heridas. Todo en un día, Akáyev, su familia y algunos colaboradores abandonaron precipitadamente el país en dirección a Kazajstán (cuyo presidente, Nursultán Nazarbáyev, era consuegro del mandatario derrocado), el primer ministro Tanáyev firmó su dimisión antes de darse también a la fuga, el Tribunal Supremo declaró nulas las dos rondas electorales, luego despojaba de legitimidad al Joghorku Kenesh entrante, y la Cámara alta del antiguo Joghorku Kenesh, reunida con toda urgencia, eligió presidente del hemiciclo, y por ende jefe del Estado en funciones, al diputado opositor Ishenbay Kadyrbekov.

En la jornada siguiente, 25 de marzo, Bakíyev usufructuó el desenlace de la ya bautizada como revolución de los tulipanes (por el aspecto floral que ofrecían las concentraciones de la oposición, con el despliegue de lazos y banderas de varios colores, siendo el rosa el más exhibido ahora mismo) al ser investido primer ministro y presidente de la República en funciones por la Asamblea Legislativa saliente. El nombramiento fue certificado por el Tribunal Constitucional. Bakíyev tenía mandato para formar un Gabinete interino de tres meses de duración, hasta la celebración de elecciones presidenciales el 26 de junio (la fecha se trasladó después al 10 de julio). Sin pérdida de tiempo, comunicó los nombramientos ministeriales: Otunbáyeva recobraba la cartera de Exteriores, Kúlov se ponía al frente de las agencias de seguridad del Estado, el general Ismail Isákov asumía la Defensa y Myktybek Abdyldáyev hacía lo propio en Interior.

La insurrección democrática de marzo de 2005 había triunfado, pero la crisis política distaba de estar superada. Los retos más acuciantes que Bakíyev afrontaba eran cuatro: el retorno al orden público y al principio de autoridad, ya que la prolongación del desgobierno podría dar alas a los integristas del Hizb ut-Tahrir en la Fergana o fracturar el país “en un norte y un sur”; la resolución del conflicto legislativo por la existencia de dos parlamentos rivales (sesionando en distintas plantas del mismo edificio), el antiguo bicameral, que se amparaba en la resolución del Tribunal Supremo, y el nuevo unicameral, cuyos diputados electos exigían tomar posesión de sus escaños, pretensión que salió a respaldar el Tribunal Constitucional el 27 de marzo en un auto contrario a la decisión del Supremo; la obtención de la dimisión formal de Akáyev, sin la cual la legalidad de la mudanza en el poder ejecutivo quedaba en la picota; y, no menos importante y ligado a lo anterior, la obtención del beneplácito de Rusia, que –nadie se llamaba a engaño en Kirguistán- era una potencia con la que había que entenderse y llevarse bien por vitales necesidades económicas y de seguridad.

Haciendo gala de moderación, realismo y capacidad para parlamentar a múltiples bandas, Bakíyev fue superando las dificultades comentadas, aunque no pudo evitar la desintegración del CCUP, que sólo vivió unos días, y la aparición de fracturas en el propio KEK. Una oposición de nuevo cuño empezó a formarse cuando todavía no se habían apagado los rescoldos del 24 de marzo. Estos sectores acusaron a Bakíyev de haber “traicionado al pueblo” tan pronto como apreciaron su disposición a negociar con Akáyev su renuncia oficial a cambio de ciertas garantías personales, y a reconocer la validez de los comicios.

Con la inestimable ayuda de Kúlov, cuyo predicamento popular era igual o superior, el primer ministro en funciones consiguió convencer a los civiles sureños que campaban por la capital para que retornaran a sus hogares y a quienes ocupaban edificios gubernativos en las regiones para que dejaran hacer su trabajo a los funcionarios. Bakíyev y el jefe del Ar-Namys pactaron con los diputados electos, que en su gran mayoría estaban encuadrados en el antiguo oficialismo, la validez de sus actas a cambio del reconocimiento del nuevo Gobierno. El 28 de marzo, 54 de los 56 diputados presentes en la sesión del Joghorku Kenesh unicameral (14 escaños seguían en el alero por las impugnaciones de irregularidades) confirmaron a Bakíyev como primer ministro y la antigua Asamblea Legislativa, en aras de la concordia, aprobó dejar de sesionar. El 29 de marzo fue la Asamblea de Representantes Populares la que aceptó autodisolverse.

El embrollo jurídico-institucional terminó de resolverse el 11 de abril, cuando el Joghorku Kenesh, después de mucho porfiar, aceptó la carta de dimisión enviada hacía una semana desde su exilio ruso por Akáyev, que ya el 3 de abril se había resignado a lo que días atrás, con tono amargo, había tachado de “golpe de Estado inconstitucional” perpetrado por un “grupo de irresponsables políticos aventureros y conspiradores”. Y, también, Bakíyev se las arregló para aplacar al Gobierno de Moscú, que, después de las caídas de Shevardnadze en Georgia y de Kuchma en Ucrania no podía menos que contemplar con enorme irritación la defenestración de un presidente de la CEI todavía más cooperativo con sus intereses, y aún imaginar injerencias de países occidentales detrás de la revolución de los tulipanes. Akáyev, de hecho, había integrado con el kazajo Nazarbáyev y el bielorruso Alyaksandr Lukashenko el trío de presidentes del espacio ex soviético que, primero con Borís Yeltsin y luego con Vladímir Putin, más y mejor habían servido a los designios del Kremlin.

Una de las primeras cosas que hizo Bakíyev al asumir el poder fue garantizar todos los compromisos internacionales de Kirguistán, lo que suponía validar la doble presencia militar extranjera, estadounidense y rusa, en el país, y los tratados de integración de la CEI, los marcos multilaterales con los países miembros más promoscovitas y los acuerdos bilaterales con Rusia, todo ello en los terrenos de la seguridad colectiva, la unificación aduanera y el libre comercio.

No conforme con aquello, el líder kirguís afirmó que su país esperaba de Rusia “ayuda para estabilizar la situación y para decidir sobre cuestiones económicas urgentes”. Putin criticó la “manera ilegítima” de resolver la crisis poselectoral en Kirguistán, pero añadió que “el desarrollo de los acontecimientos fue el resultado de la acumulación de problemas socioeconómicos”. Los poderes tanto de Rusia como de Kazajstán, de manera un tanto inesperada, prefirieron criticar la “debilidad” de Akáyev y no recriminaron, o incluso elogiaron, a Bakíyev, al que el Kremlin situó en un grupo de dirigentes políticos kirguises “bien conocidos en Rusia”. El 7 de mayo, Bakíyev, después de declarar su apoyo al concepto de la doble nacionalidad y a unas mejores condiciones de la enseñanza del idioma ruso en Kirguistán, como fórmulas para detener el éxodo de ciudadanos de esta etnia, que resultaba muy lesivo para las estructuras productivas del país, se personó en Moscú para participar en su primera cumbre de la CEI, bajo la presidencia de Putin.

En cuanto a Estados Unidos, el 14 de abril, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld fue informado personalmente por Bakíyev en Bishkek de que su país no tenía nada que temer con respecto a la base militar de Manas, que en principio se trataba de una cesión temporal, mientras durara Libertad Duradera en Afganistán. En otras palabras, Kirguistán no iba a seguir los pasos de Uzbekistán, donde el dictador Karímov, furioso con la condena por Washington del aplastamiento a sangre y fuego de un motín antigubernamental en la Fergana en el mes de mayo, iba a ordenar en julio la evacuación de todo el personal militar de Estados Unidos.

Hasta las elecciones presidenciales del 10 de julio de 2005, Bakíyev tuvo que lidiar con dos alarmantes disturbios en Bishkek. El primero, el 22 de abril, mientras estudiaba con Nazarbáyev en Almaty el envío de suministros de trigo y combustible kazajos, fue la ocupación del edificio del Tribunal Supremo por partidarios de candidatos a diputados declarados perdedores en sus respectivas circunscripciones, con el fin de arrancar las dimisiones del presidente de la corte y de varios jueces; el 1 de junio, los congregados fueron desalojados por unos grupos voluntarios de autodefensa que obedecían al Gobierno. El segundo tumulto, similar al anterior aunque más agresivo, sucedió el 17 de junio, cuando una turba allanó la Comisión Electoral en protesta por su decisión de no inscribir la candidatura presidencial del empresario Urmat Bariktabásov. Esta vez, Bakíyev recurrió a la Policía antidisturbios para restablecer el orden y acusó a círculos económicos del anterior régimen de estar azuzando una “contrarrevolución”.

Bakíyev llegó a las elecciones presidenciales con todas las de ganar, después de haber declinado concurrir auténticos pesos pesados como Otunbáyeva, Beknazárov, el socialdemócrata Almazbek Atambáyev y Kúlov, que aceptó retirar su candidatura a cambio del puesto de primer ministro. El 20 de junio, los dos hombres suspendieron sus respectivas funciones gubernamentales, las de primer ministro Bakíyev y las de primer viceprimer ministro Kúlov, mientras durase la campaña para que no pudiera acusárseles de aprovecharse de los recursos públicos con fines electoralistas. En el ínterin, las funciones –que no la titularidad- de Bakíyev en el Gobierno las desempeñó el otro primer viceprimer ministro, Medetbek Kerimkúlov.

Más allá de las consideraciones políticas puramente personales, el pacto Bakíyev-Kúlov fue valorado como un auténtico compromiso para preservar la paz y la unidad nacionales, ya que en las jornadas revolucionarias, y aún después, se había observado una preocupante territorialización de los diversos liderazgos y asomos de fractura entre el centro-oeste y el sur islamizados, agrícolas y de fuerte componente uzbeko, regiones sobre las Bakíyev tenía ascendiente, y el norte industrial, secularizado, más próspero y más kirguís en el aspecto étnico, que obedecía sobre todo a Kúlov, quien era natural de Bishkek.

Así las cosas, el 10 de julio el líder del KEK se proclamó presidente con un arrasador 88,7% de los votos frente a seis contrincantes, de los cuales superaron el 1% de los votos (el 3,8% y el 3,6%, respectivamente) dos, Tursunbái Bakir-uulú, el defensor del pueblo, y Akbaralí Aitikéyev, presidente de la Unión de Industriales y Empresarios. La participación fue elevada, el 74,9%. Los observadores de la OSCE dictaminaron que las elecciones se habían desarrollado en unas condiciones bastante más democráticas que anteriores consultas, en ausencia de compra de votos, trabas a las campañas o interferencia estatal, aunque aún quedaban deficiencias técnicas por subsanar.

El 14 de agosto de 2005 Bakíyev tomó posesión de la Presidencia de la República con un mandato de cinco años, período en el que tendría que enmendarse la Constitución para transferir poderes desde la Presidencia al Gobierno y el Parlamento, tal era uno de los puntos acordados con Kúlov y consensuados en el seno del KEK. Bakíyev ya había establecido los objetivos de combatir la corrupción, la criminalidad ligada al narcotráfico, la pobreza y el desempleo (el 18%), y otorgar máximas facilidades al capital inversor ruso.

En el discurso inaugural, afirmó: “debemos y podemos aplicar una política económica y social que asegure el bienestar de cada familia y cada persona. Vamos a erradicar la corrupción y a sacar a la economía de las sombras. Los frutos del crecimiento económico estarán a disposición de todos en función del trabajo de cada uno, y en todas las regiones del país, incluso las más remotas, la gente podrá tener iguales oportunidades para adquirir beneficios sociales y desarrollar su potencial”. El 15 de agosto, conforme a lo estipulado, Bakíyev nombró primer ministro a Kúlov, que recibió la preceptiva aprobación parlamentaria el primero de septiembre.

(Cobertura informativa hasta 15/10/2005)