Kevin Rudd
Primer ministro (2007-2010 y 2013)
En Australia, el 26 de junio de 2013, Kevin Rudd, quien fuera primer ministro y líder del gobernante Partido Laborista entre 2007 y 2010, ha recuperado de Julia Gillard el mando interno y nacional que ella misma le arrebató tres años atrás. La votación del grupo parlamentario laborista, saldada pues con revancha, pone fin a un período de intensa rivalidad personal entre dos colegas de partido empujados no tanto por diferencias ideológicas como por las más prosaicas ambiciones de poder. Este rocambolesco pugilato ha dominado la política australiana mientras la economía nacional, a contracorriente del resto de países de la OCDE, marcha envidiablemente bien, y ha dado alas a la oposición conservadora encabezada por el Partido Liberal, que espera ganar las elecciones anticipadas del otoño.
En los comicios de 2007, Rudd, retratado entonces como un laborista moderado escorado al centro en un partido de fuerte tradición izquierdista, condujo a los suyos a la victoria tras once años de gobiernos liberales presididos por John Howard. En la primera etapa de su mandato, este antiguo funcionario del servicio diplomático, chinoparlante, con una moral profundamente cristiana y de simpatías republicanas cumplió la mayor parte de su programa electoral, concebido para hacer borrón de las principales señas de identidad de la era Howard, que él consideraba lesivas para los intereses de Australia. Así, emitió una disculpa oficial por los abusos históricos contra la población aborigen, ratificó el Protocolo de Kyoto, canceló la desregulación neoliberal del mercado de trabajo, puso fin a las deportaciones forzosas de inmigrantes asiáticos, retiró a las tropas de Irak (pero por otro lado incrementó el contingente de Afganistán) e imprimió un giro multilateralista a las relaciones exteriores, hasta entonces muy centradas en la alianza con Estados Unidos, orientándolas al espacio geográfico de Asia-Pacífico.
Sin embargo, el logro más reconocido de su primer Gobierno fue, en buena medida gracias a unos agresivos paquetes de estímulo, haber mantenido a Australia a salvo de la Gran Recesión, preservando al mismo tiempo el gasto público en sanidad, educación y otros aspectos del welfare state. La continuidad del crecimiento y el bajísimo paro llevaron al gobernante a alardear de políticas socialdemócratas, cuando traía una reputación de conservador fiscal. Rudd llegó a convertirse en el primer ministro más popular en la historia de Australia. Pero en 2010, la aceptación del público se desplomó por el rechazo general a su superimpuesto a los beneficios de las compañías mineras y por la postergación de una de sus banderas de campaña, la aplicación de un vasto plan de objetivos para ir reduciendo las emisiones de efecto invernadero y desarrollar las energías limpias y renovables.
El temor a un revés en las urnas y el malestar con Rudd por su estilo autoritario animaron a Gillard, entonces su viceprimera ministra, a defenestrarle en un golpe parlamentario en junio de 2010. Tras las elecciones federales de agosto, que permitieron a los laboristas retener el Ejecutivo por los pelos, Gillard trajo de vuelta a Rudd como ministro de Exteriores. Las desavenencias entre ellos no tardaron en resurgir y en febrero de 2012 Rudd dio portazo al Gabinete. Las espadas se mantuvieron en alto hasta que 16 meses después el ex primer ministro, al segundo intento, consiguió recobrar el liderazgo.
(Texto actualizado hasta junio 2013)
1. Trayectoria como oficial del laborismo australiano
2. Salto a las jefaturas del partido y el Gobierno
3. Cumplimiento de promesas electorales y el curso positivo de la economía
4. El tropezón de 2010: pasos en falso y el golpe interno de Julia Gillard
5. Ministro de Exteriores, forcejeo con Gillard y recuperación del liderazgo
1. Trayectoria como oficial del laborismo australiano
Crecido en un entorno rural costero del estado oriental de Queensland y el benjamín de cuatro vástagos de una familia de cultivadores de caña de azúcar, recibió su primera educación en el College Ashgrove de Brisbane, un centro regido por la Congregación de los Hermanos Maristas, y luego cursó la secundaria en State High School de su Nambour natal. Cuando el muchacho tenía 11 años, la muerte prematura del padre, fatalmente herido en un accidente de tráfico, obligó a su viuda, una católica devota, a abandonar la granja que los Rudd explotaban como aparceros en las proximidades de la población de Eumundi, sumiéndose la familia en un período de graves dificultades económicas. Hasta que la madre, dos años más tarde, consiguió un trabajo como enfermera en un hospital y pudo asegurar el sustento de sus hijos pequeños, Rudd y una hermana tuvieron que acogerse a la protección caritativa de un internado católico.
Las inquietudes políticas de signo progresista afloraron muy pronto en el futuro primer ministro, que en 1972, con 15 años, alejándose de la militancia que su progenitor fallecido había mantenido en el conservador Partido Campesino (CP), se afilió a la rama juvenil del Partido Laborista Australiano (ALP), entonces liderado por el socialista Gough Whitlam, convertido a la sazón en primer ministro federal en diciembre de aquel año. Las semblanzas publicadas por la prensa australiana aseguran que la amarga experiencia infantil de Rudd, desarraigado de un hogar campestre con el que sentía plenamente identificado, le colocaron en la órbita de la formación política más identificada con la protección social de los ciudadanos.
En 1975 se trasladó a Canberra para estudiar historia y lenguas asiáticas en la Universidad Nacional Australiana (ANU). Allí se especializó en el idioma chino mandarín, llave profesional que iba a abrirle las puertas de una enriquecedora carrera en el servicio diplomático australiano. En 1981, luego de graduarse con una tesina que fue evaluada por el reputado sinólogo Pierre Ryckmans, fue contratado por el Departamento de Asuntos Exteriores y Comercio del Gobierno, iniciando un septenio de servicios consulares que desarrolló en las embajadas de Australia en Estocolmo y Beijing seguidos de funciones técnicas en el Ministerio en Canberra. En 1981 contrajo también matrimonio con Thérèse Rein, una titulada en psicología por la ANU a la que había conocido en un encuentro del Movimiento Australiano de Estudiantes Cristianos. De fe anglicana, Rein, luego convertida en una próspera mujer de negocios, influyó sin duda en la paulatina participación de su marido en los oficios religiosos del anglicanismo australiano, dejando atrás un bagaje católico que le parecía demasiado dogmático. Hasta 1993 la pareja tuvo tres hijos, una chica y dos varones.
Deseoso de introducirse en el mundo de la política representativa, en 1988 Rudd se despidió del Departamento de Asuntos Exteriores y se puso al servicio de Wayne Goss, líder de la oposición laborista en Queensland, quien le reclutó como jefe de su gabinete particular. Cuando en diciembre de 1989 el ALP ganó las elecciones regionales y Goss saltó a la jefatura del Gobierno del estado, Rudd vio potenciado su cometido de organizador con un cariz institucional. En 1992 Goss le nombró director general de la Oficina del Gabinete, cargo que le consolidó como un influyente burócrata involucrado en la elaboración de las diversas políticas del ejecutivo estatal y que de paso le convirtió en el principal artífice, rigiendo los gobiernos laboristas de Bob Hawke y Paul Keating, de una reforma educativa federal centrada en la enseñanza en las escuelas australianas de idiomas asiáticos como el chino y el japonés.
Esta primera experiencia en la gestión política con barniz tecnocrático tocó a su fin en febrero de 1996 al abandonar Goss la jefatura del Gobierno de Queensland a raíz de la derrota del ALP frente al Partido Nacional (NPA, denominación actual del viejo CP) en las elecciones estatales. Rudd empezó a trabajar como especialista en cuestiones chinas para la compañía de consultoría y auditoría KPMG, pero con la determinación de convertirse en un político profesional con mandato electoral en Queensland.
Lo intentó por primera vez en las elecciones parlamentarias federales del 2 de marzo de 1996 postulándose al escaño de la circunscripción de Griffith, que desocupaba su correligionario Ben Humphreys tras 19 años de titularidad, pero perdió la partida ante Graeme McDougall, candidato del Partido Liberal (LP), formación conservadora que ganó los comicios y que regresó al Gobierno federal de la mano de su nuevo líder, John Howard, y en coalición con el NPA de Tim Fischer. Rudd realizó su siguiente tentativa en las elecciones adelantadas del 3 de octubre de 1998: esta vez su partido, pese a recuperar votos, volvió a ser derrotado por la alianza del LP y el NPA, pero él se tomó la revancha frente a McDougall en la liza particular en Griffith. En la Cámara de Representantes de Canberra, Rudd se distinguió como un legislador laborioso y concienzudo, acrecentando la reputación de servidor competente, aunque en exceso cerebral e incluso cuadriculado, que ya en su etapa de alto funcionario del Gobierno de Brisbane le había granjeado el mote de Doctor Muerte.
En las elecciones del 10 de noviembre de 2001, nuevamente ganadas por Howard, Rudd renovó el escaño y a continuación fue nombrado por Simon Crean, sucesor de Kim Beazley en el liderazgo del ALP, ministro de Asuntos Exteriores en el shadow cabinet de la formación opositora. En el lustro siguiente, el antiguo diplomático y perfecto conocedor del idioma chino arremetió reiteradamente contra la política exterior del Gobierno liberal-nacional, que consideraba excesivamente inclinada a la alianza estratégica con Estados Unidos. Sin renegar de la participación de Australia en Libertad Duradera, la operación militar liderada por la Administración de George W. Bush para combatir el terrorismo global de la organización islamista Al Qaeda en el escenario abierto por los atentados del 11-S, el dirigente laborista reclamaba una política exterior más equilibrada, que conjugara la incuestionable cooperación en seguridad con Estados Unidos con el compromiso por el multilateralismo en el seno de la ONU y las buenas relaciones con los vecinos asiáticos. Estas prioridades fueron convertidas por Rudd en los "tres pilares" de la doctrina del ALP sobre las relaciones internacionales de Australia.
A comienzos de 2003 Rudd manifestó su oposición a la invasión de Irak y a la inclusión de Australia por Howard en la coalición de países que secundaba a Estados Unidos en esta campaña militar, justificada por la presunta tenencia por el régimen de Bagdad de armas prohibidas de destrucción masiva. Cuando la ulterior ocupación del país árabe, el diputado recomendó al Gobierno que no enviara tropas de combate sino un pequeño contingente de militares con la misión de instruir a los integrantes del nuevo Ejército irakí.
En 2004, la polémica participación de soldados australianos en la ocupación y reconstrucción de Irak presidió contradictoriamente los manifiestos hechos por el ALP de cara a los comicios federales del 9 de octubre de aquel año: Rudd y el nuevo líder del partido, Mark Latham, aseguraron primero que si ellos llegaban al poder repatriarían íntegramente el contingente allí desplegado, 850 hombres, para las Navidades, siguiendo el ejemplo de retirada rápida aplicada por el nuevo Gobierno socialista de España. Pero en junio, ante el aluvión de críticas recibidas desde la coalición gobernante y Estados Unidos, Latham salió a matizar que un ejecutivo del ALP emprendería una retirada parcial y escalonada.
De todas maneras, los laboristas hubieron de aguardar a otra ocasión para imprimir el cambio de rumbo que prometían en la política exterior, ya que Howard y los liberales, en un éxito sin precedentes desde la larga gobernación de Robert Menzies (1949-1966) medio siglo atrás, se impusieron a sus adversarios del centroizquierda en las urnas por cuarta vez consecutiva.
2. Salto a las jefaturas del partido y el Gobierno
La ambición de Rudd de convertirse en líder del ALP se manifestó a las claras a finales de 2003, cuando el laborismo convocó una elección interna para definir al sustituto del dimitido Crean. En aquella ocasión, Rudd no llegó a competir por el puesto porque declinó en favor del anterior líder, Beazley, que aspiraba a retomar el mando a pesar de las dos derrotas en unas elecciones federales que constaban en su historial. En diciembre de aquel año Beazley perdió frente a Latham, quien luego, en aras de la armonía, confirmó en sus puestos en el shadow cabinet a Rudd y al propio Beazley. El doloroso varapalo electoral de 2004 desató a su vez una crisis en el liderazgo de Latham, quien, acuciado además por problemas de salud, arrojó la toalla en enero de 2005. Rudd seguía siendo un claro candidato potencial, pero tampoco esta vez quiso enfrentarse a su amigo Beazley, quien una vez ganado el liderazgo le recompensó ampliando sus responsabilidades en el shadow cabinet a las áreas de Seguridad Internacional y Comercio Exterior.
La autocontención política de Rudd tocó a su fin tras el verano de 2006. Desanimado por los sondeos de popularidad que le situaban a la zaga del incombustible Howard y presionado desde dentro del partido, Beazley pactó con el impaciente Rudd la celebración de una elección interna en la que se enfrentarían ambos. La misma se prometía ampliamente favorable al representante de Queensland, luego de asegurarse el apoyo de la poderosa sección laborista de Nueva Gales del Sur, el estado más populoso de la federación. La votación tuvo lugar el 4 de diciembre de 2006 y Rudd, sin sorpresas, con 49 votos frente a los 39 recibidos por Beazley, fue proclamado decimonoveno líder del ALP desde la fundación del partido en 1891. Julia Gillard, estrecha colega en el grupo parlamentario y el shadow cabinet laborista, perteneciente al ala izquierdista moderada del partido, fue elegida vicelíder.
El flamante cometido de líder de la oposición parlamentaria le duró a Rudd menos de un año, ya que llegó al liderazgo del ALP en la recta final de una legislatura que iba a finiquitar la era de Howard, un primer ministro propenso a generar controversias pero de gran peso político y con un carisma persistente, quien ya no pudo ganar la quinta elección consecutiva por simple desgaste natural de su largo ejercicio en el poder. Sin embargo, Rudd no sólo se benefició de esta circunstancia ajena; sus posibilidades de convertirse en el próximo primer ministro de Australia se vieron magnificadas con la proyección de una imagen atractiva de renovación generacional -18 años de diferencia con Howard, lo que le convertiría en el primer jefe de gobierno nacido después de la Segunda Guerra Mundial- y de ofrecedor de cambios y reformas en aquellos terrenos donde el Gobierno liberal-nacional había exudado conservadurismo y rigidez.
Prácticamente sin solución de continuidad, Rudd movilizó al partido para librar una campaña electoral que se vaticinaba más rentable que las anteriores y diseñó un Plan para el Futuro de Australia que se apoyaba en seis pilares, cuatro relacionados con las cuestiones domésticas y dos de dimensión exterior. Los primeros eran: el mantenimiento de la robustez económica –el PIB crecía por encima del 4% anual-, pero sin sacrificar el estado del bienestar y destinando más recursos públicos a los beneficios sociales de las familias; una reforma para introducir más "equilibrio" y "limpieza" en el mercado de trabajo, sobre todo en la pequeña empresa, que pasaría por la abrogación de parte del marco normativo conocido como las WorkChoices, promulgado recientemente por el Parlamento y sumamente impopular a tenor de las encuestas, el cual favorecía las negociaciones individuales entre patronos y trabajadores frente a los convenios colectivos, disminuía el poder de los sindicatos y facilitaba el despido; un plan nacional, consensuado con los gobiernos estatales, para mejorar los servicios de salud y acortar las listas de espera en los hospitales públicos; y, una "revolución educativa", aumentando significativamente la partida presupuestaria en este ámbito, hasta hacer de Australia "la nación más educada del mundo".
De cara al exterior, llamaron la atención sobre todo las dos grandes promesas laboristas de impacto internacional, que suponían un vuelco con respecto a las políticas de Howard. La primera era una "acción decisiva" sobre el cambio climático que empezaría a ejecutarse inmediatamente con la ratificación del Protocolo de Kyoto para la limitación de las emisiones de gases de efecto invernadero (Australia y Estados Unidos eran los únicos países industrializados occidentales que no habían dado ese paso) y que incluiría también una apuesta decidida por las energías renovables y no contaminantes que, como la solar y la eólica, estaban ampliamente infrautilizadas en Australia, pese a ofrecer el país vastas posibilidades en este terreno. En concreto, los laboristas se fijaron las metas de producir un 20% de energía limpia para 2020 y reducir en un 60% hasta 2050 los niveles de emisiones contaminantes que había en 2000.
En segundo lugar, un gobierno encabezado por Rudd emprendería la retirada, por fases y negociada con los aliados, de los 550 soldados con capacidad de combate que permanecían en Irak, proceso que podría quedar completado a mediados de 2008. Ahora bien, continuaría desarrollando su misión el millar de miembros de la Fuerza de Defensa Australiana que desarrollaban labores de entrenamiento y de seguridad en la retaguardia irakí y en el teatro de operaciones regional. Así se lo comunicó Rudd al presidente Bush en un encuentro celebrado el 6 de septiembre en Sydney en vísperas de la XV Cumbre de la Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC).
Además de estas grandes áreas de acción, el programa del ALP para las elecciones federales del 24 de noviembre de 2007 avanzaba medidas para ayudar a la industria nacional, en particular la del automóvil, allá donde el libre mercado no podía por sí solo conjugar la generación de riqueza, la competitividad y el respeto al medio ambiente, y una política fiscal que el propio Rudd calificó de "conservadora" y no muy diferente de la practicada por Howard. Él se mostraba partidario de los presupuestos con superávit y de la independencia del Banco de Reserva de Australia, pero en modo alguno era un neoliberal que comulgaba con el "thatcherismo y sus derivados australianos", según palabras pronunciadas en su primer discurso parlamentario en noviembre de 1998.
El perfil moderado de Rudd, con seguridad el líder menos susceptible de admitir la etiqueta de izquierdista en la historia del laborismo australiano, saltaba a la vista también en su rechazo al matrimonio homosexual y a la investigación con células madre, así como en su escepticismo con la legislación (competencia de los estados) permisiva del aborto, posturas todas dictadas por una moral impregnada de valores cristianos. Más que por socialdemócrata, Rudd podría pasar por un socialcristiano. La riqueza de matices en el pensamiento del político, que por la heterogeneidad de sus enfoques cabría calificar de centrista, incluía una abierta simpatía por el republicanismo y la perspectiva de la convocatoria de un nuevo referéndum sobre el sistema de gobierno, para satisfacción del Movimiento Republicano Australiano, deseoso de cesar los vínculos institucionales con la monarquía británica, así como una sensibilidad especial con los problemas de la minoría étnica aborigen, la cual acusaba al Gobierno saliente de interesarse únicamente en la persecución de los delitos provocados por algunos de sus miembros y no en la mejora de sus precarias condiciones de vida,
A los aborígenes, Rudd prometió una solemne disculpa oficial en nombre de todos los australianos por el trato dispensado por la mayoría blanca desde la llegada de los colonos británicos a finales del siglo XVIII. En particular, el Estado debía pedir perdón por las llamadas "generaciones robadas", los hijos de la población aborigen arrebatados a sus familias por los gobiernos federal y los gobiernos estatales, y entregados para su "protección", dado el catastrófico declive demográfico de su raza, a centros educativos y misiones cristianas. Para algunos comentaristas, esta práctica, efectuada con plena cobertura legal entre 1909 y 1969 y que afectó a unos 100.000 niños, escondía intenciones genocidas. Sin embargo, numerosos historiadores rechazaban de plano esta interpretación. El aspirante a primer ministro manifestó en sus mítines que deseaba convertirse en un estadista de todos los australianos, "de los indígenas, los nacidos aquí y los que han venido de lejos y han contribuido a nuestra diversidad".
Rudd y el ALP encabezaron los sondeos de preferencia electoral desde el momento en que aquel fue elegido líder del partido, y esta ventaja sobre Howard y la coalición bipartita no dio la sensación de correr peligro en ningún momento toda vez que la oposición laborista acertó a privilegiar en su programa una reforma sociolaboral, la que aliviaría de carga liberal las WorkChoices, que era reclamada por el grueso del electorado.
El 24 de noviembre las mejores perspectivas sonrieron al ALP con una victoria comparable a la obtenida en 1993 cuando su líder era Paul Keating: con el 43,4% de los votos y 83 representantes sobre 150, que suponían una ganancia de 5,7 puntos y 23 escaños con respecto a las elecciones anteriores, Rudd y los suyos sacaron mayoría absoluta en la Cámara baja del Parlamento y ganaron el derecho a formar gobierno. El triunfo, empero, quedó un poco deslucido por la ligera mayoría preservada por liberales y nacionales en los comicios parciales al Senado, donde los laboristas se quedaron con 32 escaños sobre 76. Para sortear este déficit legislativo, los laboristas en el poder tendrían que establecer pactos con los pequeños partidos Verde, izquierdista, y La Familia Primero (FFP), derechista.
Tras conocer los resultados, Rudd hizo profesión de fe en el multilateralismo ("extiendo mis saludos a nuestros amigos y socios de América, de Asia y el Pacífico, de Europa y del resto del mundo; queremos trabajar juntos con todas esas naciones", proclamó) y volvió a poner de manifiesto su interés en conciliar el interés público y los intereses privados, las necesidades sociales y los derechos de la libre empresa, en el manejo de la economía. Asimismo, confirmó que todas las tropas de combate australianas acantonadas en el sur de Irak estarían de vuelta a mediados de 2008.
El 26 de noviembre el gobernador general Michael Jeffery, representante de la reina Isabel II en tanto que jefa nominal del Estado australiano, invitó formalmente a Rudd a formar el nuevo Gobierno, el cual quedó listo y tomó posesión el 3 de diciembre con las presencias destacadas de Julia Gillard como viceprimera ministra –primera mujer en alcanzar este puesto-, Wayne Swan en el Departamento del Tesoro y Stephen Smith en Exteriores. A diferencia de sus predecesores en el cargo, incluidos los de su propio partido, el flamante primer ministro no prestó acatamiento a la reina en la fórmula de juramento leída ante Jeffery, sino que prometió "servir lealmente a la Commonwealth de Australia y a su gente". La novedad, lejos de entrañar un mero simbolismo, reforzó la impresión de que Rudd estaba decidido a convertir a Australia en una república por la vía del referéndum nacional.
3. Cumplimiento de promesas electorales y el curso positivo de la economía
El arranque del Gobierno laborista se caracterizó por el brío y la solvencia. Rudd y Gillard, formando por el momento un tándem bien conjuntado, se repartieron la labor de dar pronto cumplimiento a la batería de promesas electorales. Así, el primer ministro, nada más tomar posesión de su despacho, firmó el instrumento de ratificación australiano del Protocolo de Kyoto y comunicó al Gobierno de Indonesia su asistencia a la Conferencia de Naciones sobre el Cambio Climático que iba a celebrarse en Bali en los próximos días. A continuación, el 15 de diciembre, el Gobierno publicó un libro blanco con un plan de acción para conseguir reducir las emisiones de efecto invernadero desde 2010 hasta 2020 entre un 5% y un 15% en relación con los niveles de 2000.
El 13 de febrero de 2008, tal como había prometido, Rudd emitió una disculpa oficial y solemne por las "generaciones robadas" a los aborígenes de su país. El histórico pronunciamiento, que fue aprobado por unanimidad por las dos cámaras del Parlamento y que, según los sondeos, condujo a elevadas cotas la popularidad del líder laborista, tuvo lugar al día siguiente de una ceremonia simbólica en la sede del Legislativo de Canberra en la que representantes de las tribus aborígenes brindaron un recibimiento tradicional a los parlamentarios con motivo de la inauguración de la legislatura e hicieron entrega a Rudd de un bastón de mando.
El Ejecutivo, además, negoció con el Consejo de Gobiernos Indígenas (COAG) un programa nacional de seis objetivos para mejorar los estándares de vida de la población indígena. Por su parte, la viceprimera ministra Gillard se concentró en el desmantelamiento de las WorkChoices y su reemplazo por la Fair Work Act, que ofrecía un marco flexible en las relaciones laborales pero ya no privilegiaba las negociaciones individuales entre patronos y trabajadores frente a los convenios colectivos, así como en el programa de "revolución educativa", que destinaba 16.000 millones de dólares australianos a la construcción de instalaciones escolares perfectamente equipadas con las últimas tecnologías de la información.
Por lo que se refería a la política de inmigración, siempre sensible en un país de acogida por antonomasia como es Australia, el Gobierno Rudd empezó mostrándose flexible: elevó la cuota de ingresos autorizados a las 300.000 personas por año, la mayor desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y en julio de 2008 dio carpetazo a la llamada solución del Pacífico, una drástica batería de medidas militarizadas para atajar la afluencia de inmigrantes ilegales. Esta política, iniciada por el anterior Gobierno liberal, consistía en la detención de los extranjeros indocumentados, asiáticos todos (la mayoría, procedentes de Afganistán y Sri Lanka), y su deportación forzosa a diversos microestados del Pacífico con los que Australia tenía convenios de cooperación, y en la interceptación en el mar por buques de la Armada de navíos sospechosos de llevar a bordo boat people.
En el capítulo exterior el dinamismo fue también la tónica. La retirada escalonada de las tropas de combate de Irak, pactada con los gobiernos estadounidense e irakí, se llevó efectivamente a cabo a partir del primero de junio de 2008. El contingente, de 515 hombres y estacionado en la provincia de Dhi Qar, terminó de ser evacuado el 28 de julio de 2009, un año más tarde de lo asegurado por el ALP en la campaña electoral. Rudd compensó a Estados Unidos por el final de la misión en Irak con un refuerzo significativo de la implicación australiana en las tareas de seguridad en Afganistán, a pesar del aumento de bajas propias en la guerra contra los talibanes en el país asiático (diez entre 2007 y 2009, y otras tantas sólo en 2010). Así, en abril de 2009 el primer ministro anunció el envío de 450 soldados más a Afganistán, donde ya servían 1.100 militares. Rudd visitó a las tropas destacadas en la provincia de Oruzgán en diciembre de 2007, salida al exterior que incluyó una parada con idéntico propósito en Irak, y de nuevo en diciembre de 2008 y en noviembre de 2009.
En sus encuentros con el presidente afgano, Hamid Karzai, Rudd ofreció plenas seguridades del compromiso "a largo plazo" de Australia con la seguridad y la reconstrucción de Afganistán. En junio de 2010 el entonces ministro de Defensa, John Faulkner, iba a anunciar que las tropas australianas podrían estar de vuelta en un período de entre dos y cuatro años, dependiendo del cumplimiento de los objetivos de entrenamiento del Ejército afgano. Similares garantías dio Rudd al frágil Gobierno de Timor-Leste, acosado por las rebeliones militares. En febrero de 2008 Canberra despachó unidades de refuerzo a su continente militar en la isla vecina del Sudeste Asiático en respuesta a los fallidos atentados, en el curso de una aparente intentona golpista, contra las vidas del presidente José Ramos-Horta y el primer ministro Xanana Gusmão. Rudd mismo se desplazó a Dili para reconfortar a ambos dirigentes, que agradecieron la continuidad reforzada de la Operación Astute, el dispositivo de pacificación multinacional liderado por la Fuerza de Defensa Australiana y establecido con la autorización de la ONU tras la ola de violencia política de la primavera de 2006.
Desde una perspectiva global, la Australia de Rudd se afanó en profundizar las relaciones con los países ribereños de Asia Oriental y América. La intensificación de los intercambios con los socios de la vasta "vecindad" del Pacífico, que era uno de los tres pilares de la política exterior establecidos por Rudd desde su etapa como shadow Foreign minister laborista en la oposición al Gobierno Howard, halló su mejor cauce de expresión en las cumbres anuales de la APEC, cuya decimoquinta edición el australiano orquestó en Sydney en septiembre de 2007. El perfil internacional alto de Rudd quedó subrayado por su participación como miembro oficial en las cumbres del nuevo G20, en Washington en 2008 y en Londres y Pittsburgh en 2009, y como interlocutor invitado, en representación del llamado Foro de Economías Principales, en las cumbres del G8 de Toyako en 2008 y L’Aquila en 2009.
A todos estos encuentros multilaterales, acuciados por la necesidad de dar respuestas coordinadas y globales a la vorágine de inclemencias financieras y económicas desatada en Estados Unidos y Europa, Rudd pudo asistir con la cabeza bastante alta porque su país fue de los pocos de la OCDE (junto con Corea del Sur, Polonia e Israel) que esquivó la recesión, la más profunda desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX, que se abatió sobre el conjunto de las economías desarrolladas en 2008 y 2009. El PIB australiano registró un crecimiento negativo, del -0,5%, en el cuarto trimestre de 2008, pero en el siguiente período, de enero a marzo de 2009, la tasa intertrimestral marcó un 0,4%, así que técnicamente el país no entró en recesión. Para el conjunto de 2008, el avance fue de un sorprendente 2,3%, seguido de un 1,2% en 2009 y de un 2,7% en 2010. Este ritmo de crecimiento no tuvo parangón en el mundo desarrollado.
Al espectacular aguante de la economía australiana, que tenía como colchones el superávit comercial y la robustez del consumo, el Gobierno contribuyó decisivamente con la aplicación de dos agresivos paquetes de medidas de estímulo. El primero, anunciado en octubre de 2008, destinó 10.400 millones de dólares australianos a deducciones fiscales para pensionistas, familias y compradores de vivienda. El segundo, anunciado en febrero de 2009 y con una dotación de 42.000 millones, se centró en la construcción de infraestructuras públicas y viviendas, y en la entrega de un bono de 950 dólares a todos los hogares y personas físicas con rentas medias y bajas. El buen rumbo económico a lo largo de 2009 dio margen al Gobierno, que quería volver a elaborar unos presupuestos sin déficit cuanto antes (preveía que el superávit podría regresar en el presupuesto de 2012-2013), para ir retirando progresivamente las medidas de estímulo. Además, Rudd planteó una reforma fiscal que ponía el punto de mira en los "superbeneficios" de las compañías mineras, las cuales tendrían que tributar con un correspondiente "superimpuesto" del 40%.
En octubre de 2009 el Banco de Reserva de Australia (RBA), que había inyectado cerca de 1.500 millones de dólares al sistema financiero, bastaste más de lo que lo que los mercados creían necesario, se animó a subir los tipos de interés desde el 3%, el valor más bajo en 49 años, al 3,25%. Australia, habida cuenta de que la reactivación había sido más rápida de lo esperado, fue el primer país de la OCDE y el G20 en dar ese paso, más propio de coyunturas bonancibles con recalentamiento de precios. En cuanto al desempleo, subió algo, pero no llegó al 6%.
En febrero de 2009, en un ensayo para la revista The Monthly titulado The Global Financial Crisis, Rudd desmontaba el "mantra" de los mercados autoregulados, defendía el "papel fundamental" del Estado a la hora de evitar crisis como la presente y de preservar la eficiencia económica, arremetía contra "esa marca particular de fundamentalismo pro libre mercado, capitalismo extremo y avaricia excesiva", y subrayaba la ironía de que tuvieran que ser las políticas y los gobiernos socialdemócratas los responsables de "rescatar al capitalismo de sí mismo".
"Ha llegado el momento de proclamar que el gran experimento neoliberal de los últimos 30 años ha fracasado, que el emperador se ha quedado desnudo. El neoliberalismo y el fundamentalismo pro libre mercado a que este ha dado lugar se han revelado poco más que codicia personal disfrazada de filosofía económica. E, irónicamente, ahora le toca a la socialdemocracia impedir que el capitalismo liberal se canibalice a sí mismo", explicaba el autor, que parecía mostrar ahora un pensamiento de izquierda más contrastado. Rudd trazaba una comparación implícita entre sus políticas y las adoptadas por la Administración demócrata de Barack Obama en Estados Unidos, a su vez heredera de la tradición rooseveltiana y keynesiana, políticas que podían encuadrarse en una tendencia deseable hacia el modelo de "capitalismo social", marginado antes del estallido de la crisis.
4. El tropezón de 2010: pasos en falso y el golpe interno de Julia Gillard
Ya en 2009, con sus índices de popularidad por las nubes, Rudd empezó a encajar una serie de traspiés que por el momento no erosionaron de manera perceptible su Gobierno. En mayo el primer ministro anunció que el Ejecutivo iba a retrasar la aplicación del plan de reducción de emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, que estaba encontrando bastante rechazo en sectores políticos y de la opinión pública, a 2011-2013. El plan de acción, conocido como el Carbon Pollution Reduction Scheme (CPRS), debía haberse puesto en marcha en julio de 2010. Poco después, a principios de junio, el ministro de Defensa, Joel Fitzgibbon, presentó la renuncia tras aflorar ciertos vínculos privados con una empresaria chino-australiana que podrían dar pie a un conflicto de intereses.
Al cabo de unos días, Rudd fue instado a dimitir por el líder de la oposición, Malcolm Turnbull (al frente de los liberales desde el año anterior, cuando desbancó del puesto a Brendan Nelson, a su vez sucesor de Howard en 2007), sobre la base de una indagación parlamentaria de un presunto trato de favor a un empresario de Queensland por parte del primer ministro y del responsable del Tesoro, Wayne Swan, en las ayudas oficiales al sector del automóvil. La imputación se vino abajo cuando se comprobó que la denuncia, filtrada por un funcionario del Departamento del Tesoro, era una falsificación.
Al comenzar 2010, Rudd todavía gozaba de unos buenos índices de aceptación y presumía de eficacia doméstica e internacional. Pero en los meses siguientes, la popularidad del primer ministro comenzó a deteriorarse con insólita rapidez debido a una serie de haberes o deberes en su gestión. El desplome de Rudd en los sondeos dejó aturdido a todo el mundo. Así, una medida que de entrada parecía popular, la imposición del superimpuesto del 40%, el llamado Resource Super Profits Tax (RSTP), a los beneficios de las pujantes compañías mineras con el fin de acelerar la consolidación de las finanzas públicas, se volvió en contra del Gobierno aún antes de ejecutarla porque resultaba que muchos australianos participaban del capital de estas compañías de manera directa, como accionistas, o bien a través de fondos privados de pensiones. El RSTP mereció una fuerte desaprobación en los sondeos y fue denunciado por los patronos, los sindicatos –que temían, como resultado, despidos masivos- y los inversores.
A este paso en falso se le sumaron los anuncios de que el CPRS, que en diciembre anterior no había conseguido la aprobación del Senado pese a las enmiendas negociadas con Turnbull (el proyecto de ley quedó bloqueado justamente a raíz de la llegada de Tony Abbott, contrario al esquema de reducciones de gases contaminantes, al liderazgo de los liberales), quedaba pospuesto hasta después de la expiración del Protocolo de Kyoto en 2012, y de la cancelación del programa, costeado por el Estado, de aislamiento eléctrico de los tejados de cerca de tres millones de viviendas, luego de producirse varios accidentes, con incendios y muertes laborales, en los trabajos de instalación. El Gobierno dejó también de subvencionar la instalación en las casas unifamiliares de sistemas de generación eléctrica y calentamiento de agua mediante energía solar. Los votantes laboristas del segmento joven y más a la izquierda encontraron otro motivo de decepción en la reactivación de las medidas expeditivas para controlar la inmigración clandestina de origen asiático, que se había incrementado considerablemente luego de cancelar el Ejecutivo, el cual habló de un indeseado efecto llamada, la polémica solución del Pacífico
En 2011 a más tardar tocaban las elecciones federales y en el ALP cundía la inquietud. A comienzos de mayo de 2010 Julia Gillard salió al paso de las especulaciones sobre un inminente recambio en el liderazgo laborista asegurando de manera tajante que ella no iba tras el puesto de Rudd. Sin embargo, este escenario de cambio de guardia fue adquiriendo relieve en las siguientes semanas a medida que se ensanchaba la brecha entre la popularidad de Rudd –a la baja- y la de Gillard –al alza-, y que veteranas personalidades del partido, como Bob Hawke y Kim Beazley, apostaban sin disimulos por el encumbramiento de la vicelíder. El 12 de junio Rudd fue defendido por Gillard frente a las críticas de la industria minera a propósito del RSTP e insistió en que su liderazgo no estaba en cuestión. Ocho días después, Rudd aseguraba que su lugarteniente sería una "excelente primera ministra", pero "en el futuro", ya que quien conduciría al partido y el Gobierno en las próximas elecciones sería él.
Pero para entonces, el ALP ya era un hervidero de presiones y rumores. El ambiente que se respiraba era de motín. El 23 de junio de 2010, al término de una tensa reunión de la dirigencia, Rudd anunció que Gillard acababa de darle a elegir entre dimitir inmediatamente o someterse, al día siguiente, a una votación de los 115 miembros del grupo parlamentario para determinar quién debía encabezar el partido y por ende el Gobierno. El primer ministro se declaró listo para enfrentarse a su retadora, quien explicó que su golpe interno obedecía a la necesidad de encarrilar un "buen Gobierno que estaba perdiendo el rumbo" tras realizar una serie de acciones positivas en varios terrenos, enumeradas por ella en términos elogiosos para Rudd, ante lo cual "no podía quedarme mirando".
Ahora bien, el 24 de junio, horas antes de la elección interna, Rudd, tras constatar que su adversaria gozaba del respaldo de una mayoría de parlamentarios y, ostensiblemente, del influyente Sindicato de Trabajadores Australianos (AWU) y del ala derecha del partido, mientras que la llamada izquierda dura, paradójicamente, se disponía a socorrerle a él, comunicó su renuncia. La votación laborista devino por tanto mera aclamación de la única postulante. Avanzada la jornada, Gillard acudió a la Casa del Gobierno en Canberra, donde la gobernadora general, Quentin Bryce, le tomó juramento como primera ministra de Australia. Tras ella lo hizo Wayne Swan, nuevo vicelíder del partido, como viceprimer ministro, posición que sumaba a su ministerio del Tesoro.
Por el momento, Rudd se quedaba fuera del primer Gabinete encabezado por una mujer en la historia de Australia. Arropado por su familia, con un tono emocional inédito en él, entre lágrimas y sollozos a duras penas contenidos, que interrumpieron varias veces el hilo del discurso, el descabalgado gobernante declaró a los medios: "Fui elegido por el pueblo de este país para devolverles un trato justo a todos los australianos, y di lo mejor de mí para lograrlo (…) Ahora dedicaré todos mis esfuerzos a asegurar la reelección de este Gobierno laborista (…) son un buen equipo, liderado por un buen primer ministro". En su alocución de despedida, el cesante proclamó reiteradamente su "orgullo" por los "logros" obtenidos en los tres últimos años, a los que pasó revista, empezando por el logro de "haber mantenido a Australia fuera de la crisis financiera global". "Lo que menos orgullo me produce es que ahora he lloriqueado", añadió el primer ministro saliente.
5. Ministro de Exteriores, forcejeo con Gillard y recuperación del liderazgo
Parecía que Gillard no contaba con Rudd para el nuevo equipo gobernante, pero el ex primer ministro se reincorporó a las tareas del Gabinete a rebufo de la ajustada reválida obtenida por el ALP en las elecciones federales, anticipadas por Gillard, del 21 de agosto. Aunque los laboristas sufrieron un retroceso hasta los 72 representantes y empataron exactamente con la Coalición conservadora encabezada por el LP de Abbott, Gillard se aseguró la continuidad en el poder al obtener el apoyo de tres diputados independientes y uno verde. Con estos cuatro escaños, los laboristas subsanaban la minoría salida de los comicios y podían seguir gobernando.
El 14 de septiembre Gillard alineó su segundo Gobierno y en él Rudd, reelegido por Griffith, adquirió asiento como ministro de Exteriores. El hasta ahora titular, Stephen Smith, se hizo cargo de la cartera de Defensa. La impresión de que las heridas abiertas en el laborismo habían cicatrizado y de que Rudd y Gillard eran capaces de trabajar juntos sin suspicacias ni rencores, nunca muy convincente, saltó en pedazos a los pocos meses. A lo largo de 2011, la prensa aventó los rumores de que el responsable de Exteriores no estaba a gusto como número tres del Gabinete y de que planeaba arrebatar su anterior posición cimera. Las especulaciones fueron alimentadas por algunos miembros del partido.
En junio, Rudd salió al paso del runrún general negando que tuviera intenciones conspirativas e insistiendo en que su trabajo y su misión eran ser un buen ministro de Exteriores. Sin embargo, en diciembre, durante la Conferencia Nacional del ALP en Sydney, Gillard, que hacía frente a unos sondeos de opinión nefastos en tanto que la popularidad de Rudd remontaba como la espuma, confirmó de manera implícita que había un conflicto entre ambos al mencionar en su discurso a todos los primeros ministros que había dado el laborismo desde la Segunda Guerra Mundial, salvo su directo predecesor.
Al iniciarse 2012, en el grupo parlamentario laborista se empezó a hablar abiertamente sobre una inminente pelea por el liderazgo, con comentarios favorables o desfavorables a los dos supuestos competidores. Algunos diputados se posicionaron contra Gillard, mientras que otros arremetieron contra Rudd, quien fue descrito como un jefe colérico y desagradable con sus subordinados en su etapa de primer ministro. Un representante le llamó en Twitter "psicópata con un ego gigantesco". El 20 de febrero, mientras participaba en una reunión de ministros de Exteriores del G20 en Los Cabos, México, Rudd aseguró a los periodistas que las informaciones sobre que pensaba retar a Gillard eran "inciertas" y que una competición interna "no está en perspectiva porque tenemos una primera ministra y yo soy el ministro de Exteriores".
Ahora bien, tan sólo dos días después, de la manera más abrupta y desde Washington, el responsable diplomático presentó la dimisión. En una abarrotada rueda de prensa, Rudd explicó que se iba del Gobierno porque su jefa no había salido a defenderle de los ataques que compañeros del partido le estaban dirigiendo, y que el silencio de Gillard en este asunto era una muestra palpable de su falta de apoyo y confianza en él. Mientras algunos miembros del Gabinete, como Wayne Swan y Tony Burke, ponían a Rudd de vuelta y media por su intempestiva marcha, Gillard guardó silencio. Craig Emerson se hizo cargo de la cartera de Defensa en funciones.
La guerra entre Rudd y Gillard estaba servida. En la mañana del 23 de febrero, el primero dijo de la segunda que no la veía capaz de derrotar a la Coalición de Abbott en las próximas elecciones, y que ya estaba recibiendo numerosos ánimos desde el grupo parlamentario laborista para que disputara su liderazgo. De inmediato, la aludida, desde Adelaida, respondió al envite convocando una elección interna que tendría lugar dentro de cuatro días. "En el Partido Laborista llevamos demasiado tiempo peleando, lo que ha oscurecido los logros del Gobierno (…) los australianos están bastante hartos de todo esto, y quieren que se le ponga fin", manifestó Gillard. Al día siguiente, Rudd confirmó que era candidato al puesto de líder. Si perdía, aseguró, no volvería a lanzarle el guante a Gillard, aunque no descartó presentarse de nuevo a una elección interna si ella posteriormente perdía el apoyo del partido. El resultado de la votación efectuada el 27 de febrero por los representantes y senadores del ALP no dejó lugar a dudas sobre el balance actual de fuerzas: Gillard fue reelegida con 71 votos y Rudd sólo capturó 31 apoyos.
Tras conocer su inapelable derrota, Rudd reiteró su promesa de que no volvería a retar a Gillard: "El caucus ha hablado. Acepto el veredicto sin reservas, sin rencor. Me dedicaré a trabajar plenamente para conseguir su reelección como primera ministra de Australia", indicó. Sin embargo, a través de sus colaboradores, volvió a deslizar el mensaje de que seguía vigilante, listo para ofrecerse al partido si Gillard no conseguía remontar los sondeos nacionales. A estas alturas de la pintoresca reyerta entre los dos dirigentes, que medios locales empezaron a calificar con sorna de "soap opera", los comentaristas tenían claro que esta no era una batalla por diferencias ideológicas, sino, lisa y llanamente, por el poder.
La elección interna de febrero de 2012 no sirvió para aplacar las tensiones abiertas en el laborismo australiano; al contrario, estas se recrudecieron en 2013. El 30 de enero Gillard, acuciada por las malas valoraciones de su dirección de Gobierno y el auge de la Coalición de los liberales, anunció elecciones federales anticipadas para el 14 de septiembre. El 21 de marzo Simon Crean, el antiguo líder del ALP y ahora ministro de Desarrollo Regional y Gobiernos Locales, distinguido en los pasados meses como uno de los más acerbos detractores de Rudd, se descolgó ahora con que el partido debía celebrar una nueva elección interna y que él apoyaría al ex primer ministro si decidía presentarse. Con rapidez de reflejos, Gillard expulsó a Crean del Gabinete y aceptó someterse a una elección interna, que iba a tener lugar horas después ese mismo día. Al punto, Rudd terció con el anuncio de que se descartaba para la contienda porque no se daban "las circunstancias". Única candidata, Gillard retuvo su puesto sin oposición. En las horas que siguieron, el Gabinete y la ejecutiva del partido fueron estremecidos por una cascada de dimisiones y destituciones de partidarios de Rudd, quien en mayo siguiente, por cierto, anunció que pasaba a apoyar el matrimonio homosexual.
Llegado junio, la posición de Gillard se tornó insostenible al quedar en minoría en el caucus laborista, donde se habían desatado todas las alarmas por los últimos sondeos de intención de voto, que auguraban una derrota catastrófica al partido en las elecciones de septiembre. Resignada a los hechos pero dispuesta a pelear por su supervivencia, Gillard anunció el 26 de junio otra votación interna, la tercera en 16 meses; si la perdía, afirmó, se retiraría de la política. Esta vez Rudd salió a batirse, con la apostilla de que si fracasaba, él también dejaría la política. El destino de Gillard quedó sellado al cambiar de bando Bill Shorten, el ministro de Empleo y Relaciones Laborales, considerado su principal "pretoriano".
Tal como se esperaba, Rudd ganó la partida, por 57 votos contra 45. Con la presteza característica del sistema parlamentario australiano, Gillard dimitió al minuto. El segundo de a bordo, Swan, hizo lo mismo. Entonces, el puesto de vicelíder se lo disputaron Simon Crean y Anthony Albanese, ministro multicartera del Gobierno, quien se impuso. En la mañana del día siguiente, 27 de junio de 2013, la gobernadora general, Quentin Bryce, invitó a Rudd a prestar juramento como primer ministro, cosa que este hizo instantes después en la Casa del Gobierno de Canberra. En sus primeras palabras, Rudd se mostró magnánimo y rindió tributo a su predecesora, a la que describió como "una mujer de extraordinaria inteligencia, con una gran fuerza y energía". En cuanto a él, reasumía el liderazgo "con humildad, con honor y con un importante sentido de la energía y el propósito". Al día siguiente, el primer ministro, saliendo al paso de las acusaciones de haber conducido el Gabinete entre 2007 y 2010 con tics de arrogancia y autoritarismo, aseguró que: "Una de las cosas que he aprendido es la absoluta importancia de consultar de manera apropiada y ordenada con los colegas del Gabinete cualquier decisión relevante del Gobierno".
Del nuevo Ejecutivo se apearon por voluntad propia la mayoría de los ministros que habían mantenido la lealtad a Gillard hasta el final. Fueron los casos de Wayne Swan, Craig Emerson, Peter Garrett, Stephen Conroy, Joe Ludwig y Greg Combet. Anthony Albanese reemplazó a Swan como viceprimer ministro y Chris Bowen tomó de él la cartera del Tesoro. La excepción fue Stephen Smith, quien continuó en Defensa. Por lo demás, Bob Carr, Jason Clare y Penny Wong, que habían votado por Rudd, renovaron en Exteriores, Justicia e Interior, y Finanzas y Administración, respectivamente. Los primeros sondeos periodísticos tras el cambio de guardia reflejaron una notable recuperación de las perspectivas de voto del ALP. La mudanza de Gillard por Rudd había tenido un efecto fulminante: en vísperas del 26 de junio, la ventaja de la Coalición conservadora sobre los laboristas rondaba los 14 puntos; ahora, al cerrar el mes, esta brecha se había reducido a los dos puntos, y algún medio incluso ponía por delante al partido en el poder.
(Cobertura informativa hasta 1/7/2013)