Jalal Talabani

El primer jefe del Estado irakí de etnia kurda y uno de los tres grandes líderes contemporáneos del movimiento soberanista del Kurdistán de este país de Oriente Próximo es oriundo de una aldea próxima al lago Dokán, sita al norte de la provincia de Sulaymaniyah y no lejos de la frontera iraní, en una región donde los kurdos constituían y constituyen una amplia mayoría con respecto a los ciudadanos árabes. Crecido en un entorno tribal profundamente celoso de preservar sus tradiciones y su cultura multiseculares frente a las apetencias hegemónicas de los poderes circundantes, recibió la educación básica en la localidad de Koya y la secundaria en escuelas de Arbil y Kirkuk.

Su familia era seguidora del Islam sunní, la fe predominante en esta comunidad, aunque también hay kurdos shiíes, cristianos, yazidíes (una antigua religión sincrética con orígenes preislámicos y fuertes influencias zoroástricas) e incluso judíos. La principal seña de identidad de este pueblo siempre ha sido el idioma kurdo (o idiomas kurdos, si bien algunos lingüistas prefieren hablar de variedades dialectales), que pertenece a la rama indo-aria de la familia indoeuropea. Cuando han entablado una dialéctica de tintes chovinistas, por lo general en situaciones defensivas contra las persecuciones de las que históricamente han sido objeto, los kurdos han alardeado de su filogenia indoeuropea frente a los pueblos no indoeuropeos de su entorno, ya sean los árabes semitas o los turcos.

Por lo demás, procede recordar que los kurdos constituyen el pueblo o nación –como indistintamente se les suele denominar- más grande del mundo que no posee un Estado propio. Aunque las cifras bailan enormemente según sean las fuentes, muchas veces sectarias, y también debido a la falta de censos recientes, a la tendencia de los gobiernos estatales a opacar la especificidad kurda y a la ausencia de divisiones étnicas claras en no pocas áreas densamente pobladas, estudios académicos serios sitúan su número entre los 25 y los 27 millones en todo el mundo, la mitad de los cuales vivirían en Turquía. En Irán serían algo menos de 5 millones, en Irak entre 4 y 5 millones, y en Siria alrededor de 1.800.000. Azerbaidzhán, Líbano, Armenia y Georgia acogen en número decreciente a varias decenas de miles más. Fuera de Asia, la comunidad de emigrantes kurdos (de nacionalidad turca) es importante en Alemania, donde están establecidos unos 500.000. Como les sucede a los palestinos, varios cientos de miles de kurdos son refugiados alóctonos o, a efectos legales (retirada de la ciudadanía), son apátridas en su propio país

En los años 40, los kurdos irakíes tenían razones para sentirse víctimas de los manejos geopolíticos de los poderes de Oriente y Occidente. Los millones de kurdos diseminados por Turquía, Irak, Irán, Siria y las repúblicas soviéticas transcaucásicas pensaban que las potencias occidentales, y el Reino Unido en particular, habían cometido contra ellos una traición al relegar al olvido el punto del Tratado de Sèvres de 1920, que estableció las gravosas condiciones de la paz con Turquía al cabo de la Primera Guerra Mundial, concerniente a la creación de una entidad autónoma en el Kurdistán, y al haberles impuesto el Tratado de Lausana de 1923, que vino a corregir el anterior y contribuyó a la consolidación de la triunfante república kemalista en Turquía.

Siendo todavía un mozalbete, Talabani se lanzó al activismo en pro de la causa nacional de los kurdos de Irak, que no tenía engarce posible en el Estado centralizado caro a la dinastía hachemí, instaurada por los británicos en 1921 tras cuatro siglos de dominación turca otomana. Esta pretensión de soberanía iba a chocar más violentamente aún con el poder bagdadí de turno a partir de 1958, fecha del derrocamiento de la monarquía y de la instauración de la república, detentado sucesivamente por los nacionalistas irakíes, los nacionalistas panárabes y el partido Baaz.

Según su biografía oficial, Talabani contaba con 14 años cuando se unió al clandestino Partido Democrático del Kurdistán (KDP), agrupación fundada apenas hacía unos meses, en 1946, por Mustafá al-Barzani y otros notables de clan que habían participado en varias revueltas contra los otomanos y luego contra los hachemíes y sus protectores británicos. Aquel año, Barzani y sus huestes intentaron reorganizarse en el Kurdistán iraní bajo la protección del Ejército Rojo y enarbolando la bandera de la autoproclamada República Kurda de Mahabad, pero la retirada soviética ese mismo año en virtud de un pacto de reciprocidad con el Reino Unido dejó a los kurdos, así como a los comunistas iraníes que eran sus compañeros de aventura secesionista, a merced de las tropas del sha. Los supervivientes, comandados por Barzani, consiguieron ponerse a salvo en la URSS.

En Irak, Talabani y otros militantes jóvenes mantuvieron viva la llama nacionalista. Sus actividades políticas ilegales le acarrearon un breve período de detención en 1950, a cuyo término fue admitido en el Comité Central del partido. Una vez concluida su formación escolar en Kirkuk, marchó a Bagdad para labrarse una carrera profesional. Su primera intención, convertirse en médico, quedó frustrada al seguir figurando su nombre en las listas negras del reino. En 1953, empero, se las arregló para ingresar en la Escuela de Derecho con la determinación de obtener el título de abogado.

En aquel auténtico vivero de la subversión contra la monarquía de Faysal II que era la Universidad de Bagdad, Talabani y sus paisanos norteños compartían las aulas con comunistas, nasseristas, baazistas y otras camarillas políticas cuyo único nexo era el odio a los hachemíes, a los que consideraban unos títeres de los británicos y el imperialismo occidental. Los primeros pusieron en marcha la Unión de Estudiantes del Kurdistán Democrático, sindicato que en secreto emprendió labores de propaganda y proselitismo en favor del KDP, y del que Talabani fue elegido secretario general en 1954.

Las actividades extraacadémicas de Talabani fueron descubiertas por la Policía en 1956, pero el joven consiguió zafarse del seguro castigo de las autoridades y durante una temporada se mantuvo oculto, aguardando a que escampara el temporal. La oportunidad se presentó a raíz del sangriento golpe de Estado de julio de 1958, que inauguró la dictadura militar del general Abdel Karim Kassem, un oficial nacionalista y prosoviético a la vez que antinasserista, y que abrió una etapa de distensión y posibilismo en las relaciones históricamente malas, políticamente hablando, entre árabes y kurdos. En octubre de aquel año, acogidos a la amnistía de Kassem, Barzani y sus combatientes peshmergas (en kurdo, los que están listos para morir) regresaron del exilio y tuvieron un recibimiento triunfal en Bagdad, donde el primer ministro les ofreció una mesa de negociaciones al amparo de la nueva Constitución provisional, que definía a Irak como una nación formada por los pueblos árabe y kurdo.

Ya sin temor a sufrir represalias, Talabani retomó sus estudios en la Universidad. En 1959 se graduó y quedó apto para el servicio militar obligatorio, que realizó en una unidad de blindados del arma de caballería y en una batería de artillería. Entre tanto, los más negros nubarrones se cernían sobre el Kurdistán. En septiembre de 1961, como colofón de un cruce de recriminaciones que por la parte kurda incluyó la denuncia de que el régimen kassemista no estaba haciendo nada por la efectiva salvaguardia de los derechos colectivos de los kurdos y, al contrario, propiciaba la arabización de los usos y las costumbres, estallaron violentos combates entre tropas gubernamentales y las huestes del KDP, que se reorganizaron rápidamente como fuerza guerrillera.

Talabani jugó desde el principio un papel descollante en la fase de "revolución nacional" decretada por Barzani. Como comandante de unidades de peshmergas, participó en las refriegas por el control de las ciudades de Kirkuk y Sulaymaniyah, y en marzo de 1962 coordinó una ofensiva que condujo a la captura del distrito de Sharbazher, al norte de la segunda capital provincial citada. Cuando no empuñaba las armas, servía al movimiento en misiones diplomáticas en países como Egipto, Argelia, la URSS, Alemania Occidental, Reino Unido y Francia. En estos viajes, Talabani debió de percatarse de que la rebelión de los kurdos irakíes suscitaba interés sólo como instrumento para dañar a los dictadores de turno en Bagdad, luego el elenco de patrocinadores y suministradores de armas no podía ser más que cambiante e inseguro. Dentro del partido, tomó asiento en el selectivo Buró Político y entró a formar parte del aparato de interlocución.

El derrocamiento de Kassem a manos de una inestable coalición de militares y civiles nasseristas y baazistas en febrero de 1963, y la toma de todo el poder por el Baaz de Ahmad Hassán al-Bakr y Saddam Hussein en julio de 1968, salvo el acuerdo de alto el fuego de un año de duración entre 1964 y 1965, al que se llegó tras unas prolijas discusiones en las que Talabani participó como miembro de la delegación del KDP, y una efímera tregua en 1966, supusieron la prolongación de esta fase bélica durante un septenio. El Ejército irakí redobló los bombardeos y las prácticas de tierra quemada contra los asentamientos rurales que consideraba leales al KDP, y entre las miles de propiedades destruidas estuvo la vivienda que la familia de Talabani tenía en Koya.

Barzani estaba en condiciones de infligir reveses a las tropas regulares irakíes gracias a las ingentes cantidades de armamento que le enviaba el sha Mohammad Reza Pahlavi, al que desagradaba en extremo el sistema de Gobierno republicano, nacionalista árabe e izquierdista de su vecino occidental, pero no podía evitar los ataques indiscriminados contra la población civil kurda, que él denunció como actos de genocidio en sus misivas al secretario general de la ONU. Los caminos de Talabani y Barzani empezaron a desviarse precisamente a raíz del proceso negociador, fracasado a la postre, que el segundo entabló con el entonces presidente irakí, Abdel Salam Muhammad Aref, en 1964. Talabani y otros altos oficiales se negaron a acatar la orden del cese de hostilidades y completaron su desafección escapando a Irán y organizándose como Partido Democrático del Kurdistán-Buró Político (KDP-PB). El veterano ideólogo Ibrahim Ahmad, un urbanita secularizado que pronto iba a convertirse en el suegro de Talabani, se erigió en el principal cabecilla de la facción escindida.

Ahora bien, el conflicto excedía las consideraciones sobre la estrategia a seguir frente al enemigo: también era un reflejo de las tensiones entre conservadores y progresistas por su diferente forma de entender la organización de una sociedad que, en muchos aspectos (empezando por el nivel de alfabetización), estaba atrasada. Así, el KDP-PB hizo de portavoz de ciertos sectores del movimiento kurdo que estaban descontentos con los cabildeos, las relaciones de propiedad feudales y otras usanzas tradicionales de que hacían gala los dirigentes de extracción rural, de ahí que también se conociera a la escisión de 1964 como la "revuelta de los intelectuales". Los dos KDP rivalizaron en los intentos de arrancar por separado un proceso de paz al Gobierno irakí e intercalaron los amagos de reconciliación con las hostilidades abiertas. La firma por Barzani en junio de 1966 de un alto el fuego sobre la base de un programa político de doce puntos, que también fue papel mojado como consecuencia de una nueva mudanza palaciega en Bagdad, sentó tan mal a Talabani y los suyos que no tuvieron remilgos en aliarse de hecho con los militares irakíes para combatir en paralelo al KDP mayoritario.

Esta dinámica terminó en marzo de 1970, cuando Barzani y los prebostes del Baaz volvieron a concertar un arreglo por el que los peshmergas cancelaban las hostilidades a cambio de un marco autonómico para las regiones de mayoría kurda, la protección jurídica del idioma kurdo y la entrada del KDP en el Gobierno de Irak. Aunque el autogobierno de los kurdos nunca iba a ver la luz, y menos con arreglo a la pretensión de Barzani de incluir en la autonomía al centro urbano de Kirkuk y los vastos campos petrolíferos de la provincia de Tamín, por de pronto, Talabani y su grupo no tuvieron más remedio que entregar las armas y volver al redil del KDP. Barzani, con todo, seguía sin fiarse de Talabani, que fue enviado a Beirut en calidad de representante del partido en Líbano.

La impaciencia de Barzani por el incumplimiento de los compromisos políticos de 1970 se agotó en 1974. La guerra resurgió con toda su furia, pero el 6 de marzo de 1975 el sha de Irán y Saddam Hussein, vicepresidente de Irak aunque el virtual mandamás del país, firmaron un Argel un acuerdo sobre la delimitación fronteriza del Chatt Al Arab, la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates antes de desaguar en el golfo Pérsico, por el que Irak cedía la orilla izquierda del estuario a cambio del cese por Irán de su ayuda material y humana a la guerrilla kurda. El acuerdo de Argel fue una catástrofe para el KDP, que sin el grifo de los suministros persas (israelíes y estadounidenses también interrumpieron los suyos) no podía sostener su lucha y quedaba a merced de la maquinaria de guerra irakí. En consecuencia, Barzani ordenó el repliegue general a bases de retaguardia en Irán, donde el sha no les dio precisamente una cordial bienvenida. En junio de 1975, mientras decenas de miles de civiles y combatientes terminaban de atravesar la frontera iraní, Talabani reapareció en Damasco como el secretario general de la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), de orientación socialista o socialdemócrata.

Al principio una amalgama de grupos más que un partido unificado, y basada en las pujantes capas de trabajadores y profesionales liberales urbanos, menos interesados en la confesionalidad religiosa que sus paisanos del campo, la PUK proclamaba su determinación de revitalizar la resistencia, no cejar en la lucha armada hasta arrancar de Bagdad una autonomía para el Kurdistán, abolir viejos esquemas feudales y tribales, y propiciar la reforma de la sociedad kurda en unos sentidos democrático y modernizador.

En 1976, los peshmergas de Talabani empezaron a hostigar al Ejército irakí a la vez que ganaban ímpetu también las tesis belicistas en el KDP, donde las riendas las asumió Massud al-Barzani, el hijo del líder histórico, el cual residía en Estados Unidos aquejado de una enfermedad y que acabó por fallecer en un hospital de Washington en marzo de 1979. Si las relaciones de Talabani con Barzani padre, después de años de obediencia y lealtad, habían terminado siendo tormentosas, los tratos con Barzani hijo, que encontró a su patrocinador en Turquía, resultaron ser aún peores. Dio así comienzo una rivalidad deletérea que iba a ocasionar a la causa política de los kurdos tanto o más daño que los tanques y los aviones de Saddam o que la acostumbrada pasividad de la comunidad internacional ante las terribles atrocidades de las que este pueblo era objeto.

Con la protección del dictador sirio Hafez al-Assad, que encabezaba una rama nacional del Baaz enemistada con la que gobernaba en Irak, Talabani retornó en 1978 al Kurdistán irakí, donde se le unieron muchos congéneres de la comunidad Faili, de fe shií. El triunfo a principios de 1979 de la revolución islámica en Irán fue visto tanto por Talabani como por Barzani como una oportunidad histórica para doblegar al régimen de Bagdad, pero, en realidad, lo que se avecinaba era uno de los capítulos más trágicos en la historia de su pueblo. La temeraria invasión por Saddam en septiembre de 1980 del nuevo Irán republicano y clerical shií provocó una guerra a gran escala entre los dos estados, con la apertura de varios frentes a lo largo de su frontera, desde las marismas del Chatt Al Arab en el sur hasta los montes Zagros en el norte. El Gobierno jomeinista aceptó de buena gana pertrechar a los rebeldes kurdos irakíes, en especial al grupo de Talabani.

Toda vez que Saddam hizo exactamente lo mismo con los kurdos iraníes, es decir, azuzarles y armarles para que pelearan contra su enemigo (y, por ende, se pusieran en contra de sus hermanos de etnia irakíes), podía hablarse de algo parecido a una guerra por delegación en la que los kurdos hacían muchas veces la labor de tropas auxiliares lanzadas a inútiles operaciones de desgaste en frentes secundarios, por más que proclamaran que estaban guerreando por ellos mismos, continuando su vieja lucha. La terrible matanza duró ocho años y costó la vida a cientos de miles de kurdos de las dos nacionalidades. En el lado irakí, las deportaciones, las ejecuciones y otras atrocidades cubiertas con tintes de represalia multiplicaron los padecimientos de la población civil.

A medida que la guerra, que tenía su principal frente de operaciones en el sur, lejos de la región kurda, se prolongaba sin permitir avizorar un desenlace positivo para su grupo, Talabani exploró sus bazas en el frente político. Las rogativas a la Administración de Ronald Reagan para que Estados Unidos sostuviera las demandas autonómicas de los kurdos no hallaron mucho eco toda vez que Washington, entonces, estaba volcado en asistir a Saddam con la esperanza de que éste fuera capaz de poner de rodillas a los ayatollahs iraníes, a los que consideraba una seria amenaza para sus intereses estratégicos en el Golfo. De hecho, parte de las armas vendidas por los norteamericanos (y por los soviéticos, y los franceses) a Saddam eran destinadas a masacrar a los kurdos.

Tras las corteses largas de los estadounidenses, Talabani, en 1983, sondeó un entendimiento con el régimen baazista, al que le estaba resultando excesivamente oneroso mantener abierto el frente contra los kurdos. No está claro si el líder de la PUK pretendió negociar en serio con Bagdad, pese a las descorazonadoras experiencias anteriores, un acuerdo global de paz y la renuncia a toda veleidad separatista, o si tan sólo buscaba un balón de oxígeno. Sea como fuere, a finales de diciembre de 1983 Talabani y Saddam firmaron personalmente un documento que recogía los puntos del alto el fuego, la materialización de una "amplia autonomía", la celebración de "elecciones libres y democráticas" a unos consejos ejecutivo y legislativo en la región autónoma, y la reconstrucción de las zonas kurdas devastadas por la guerra. La PUK, incluso, aceptó en principio sumarse al Frente Patriótico Nacional y Progresista, una sombrilla que cobijaba al Baaz, la Unión Nacional Kurda, el Partido Revolucionario del Kurdistán y los panarabistas, con el primer partido ejerciendo de fuerza hegemónica y de vanguardia.

El pacto Talabani-Saddam de 1983 fue vigorosamente denunciado por Barzani y, peor todavía, fue papel mojado desde el primer día, ya que Saddam no tenía la menor intención de dar a los kurdos el autogobierno que reclamaban. Al despuntar 1985 Talabani dio por rotas las conversaciones con el Baaz y las refriegas volvieron por sus fueros, pero durante un tiempo el líder de la PUK se desenvolvió con ambigüedad, ya que siguió cooperando estrechamente con la guerrilla de exiliados kurdos iraníes que combatía a Teherán con la asistencia entusiasta del Gobierno irakí. De todas maneras, Saddam estaba furioso con Talabani, al que castigó con el asesinato de un hermano y dos sobrinos a manos de milicianos kurdos progubernamentales.

En 1986 Talabani y Barzani subsanaron sus desavenencias a instancias del Gobierno iraní, que requería un frente kurdo unido para mantener a Saddam lo más ocupado posible en el norte mientras el grueso de su Ejército se lanzaba en tromba tras el Chatt Al Arab a la conquista de la gran ciudad sureña de Basora. Contingentes de Guardianes de la Revolución iraníes, los Pasdarán, cruzaron la frontera para lanzar operaciones combinadas contra los centros urbanos –Sulaymaniyah, Arbil, Kirkuk, Dahuk- bajo control del Ejército irakí. Los peshmergas de Talabani rehicieron y agrandaron los viejos bastiones de la resistencia en las provincias de Sulaymaniyah y Arbil, hasta hacerse con grandes porciones de sus territorios, y los peshmergas de Barzani hicieron lo mismo en Dahuk, en el extremo septentrional, y en áreas al norte de Mosul, en la provincia de Ninawá.

Envalentonados con sus éxitos, Talabani y Barzani lanzaron en julio de 1987 el Frente del Kurdistán Irakí (IKF), cuyos propósitos eran pura y simplemente derrocar la dictadura saddamista y establecer "un Kurdistán autónomo en un Irak democrático". No se mencionaba ni la secesión ni la independencia, por más que el sueño de la autodeterminación a través de un Estado propio, una perspectiva indigerible para las potencias internacionales y para todos los países de la región por sus implicaciones geopolíticas y geoeconómicas, siguiera tan vivo como siempre.

Para entonces, la aviación irakí ya había empezado a arrojar sobre poblaciones kurdas bombas con carga química. Estas agresiones, destinadas a minar la moral de los kurdos y constitutivas de verdaderos crímenes contra la humanidad, tuvieron su apogeo al principio de la Operación Anfal, en la primavera de 1988, y alcanzaron la cúspide de la barbarie con el bombardeo el 16 y el 17 de marzo de la villa de Halabja, al sudeste de Sulaymaniyah, cerca de la frontera, que había sido conquistada en la víspera por los iraníes con el apoyo de la PUK. Entre 3.000 y 5.000 civiles indefensos murieron de golpe por los efectos de los gases mostaza y neurotóxicos en Halabja, un triste recordatorio de que en el Kurdistán irakí se estaba librando una guerra de exterminio con visos de genocidio.

Al desastre humano para la gente de Talabani se le añadieron los reveses diplomático, ya que la comunidad internacional no reaccionó con la contundencia que semejante atrocidad habría merecido (el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una breve y generalista resolución de condena del uso por Irak e Irán de este tipo de armamento no convencional a lo largo de la contienda, y los medios gubernamentales se abonaron alegremente a la tesis de un "daño colateral"), y militar, ya que la ofensiva Anfal 1 acarreó la pérdida de los cuarteles generales de la PUK en las áreas de Sergalou, Bergalou y el valle de Jafati. Saddam continuó perpetrando desmanes con impunidad y Talabani, el 9 de junio, en una audiencia que le concedieron un poco por su cuenta unos funcionarios del Departamento de Estado en Washington, escuchó las explicaciones recurrentes de la Administración Reagan, a saber, que Estados Unidos se mantenía "neutral" en el presente conflicto.

Peor todavía, las ofensivas del aliado iraní en el frente de Basora habían fracasaron una detrás de otra, y unas semanas después del bombardeo de Halabja las fuerzas irakíes lanzaron una potente contraofensiva en el sector sur que les permitió recuperar todos los territorios propios perdidos desde 1982 y volver a invadir el Juzestán iraní. El 18 de julio Irán, completamente agotado, se plegó al alto el fuego y el 20 de agosto los dos gobiernos declararon concluidas las hostilidades, lo que llevaba implícito el cese de todo apoyo militar a las rebeliones kurdas del contrario.

La guerra había terminado para los iraníes, pero no para los kurdos de Irak, o, para ser más precisos, para los kurdos insurrectos y los sospechosos de ser desafectos, ya que muchos notables tribales y no tribales no habían mudado sus lealtades al Gobierno central. Las baqueteadas huestes de la PUK continuaron sufriendo los embates de la operación Anfal, con una novena ofensiva que se prolongó hasta el 6 de septiembre y a cuyo término Talabani, como en 1975, no tuvo otro remedio que abandonar el país. Atrás quedaban alrededor de 180.000 paisanos represaliados en menos de un año, la mayoría muertos y desaparecidos, y los restantes deportados y dejados a su suerte en áreas inhóspitas.

Talabani, refugiado en Irán, y Barzani, refugiado en Turquía, emplearon los siguientes meses en recomponer sus filas y en denunciar en ágoras internacionales, aunque hallando un muy escaso eco en las opiniones públicas, la naturaleza criminal del régimen de Saddam Hussein. Pero este conflicto interminable parecía seguir una trayectoria cíclica, y la inesperada y torpe invasión de Kuwait el 2 de agosto de 1990, de la noche a la mañana, insufló un torrente de esperanza y optimismo en la PUK y el KDP.

En el semestre largo que duraron las operaciones prebélica Escudo del Desierto y bélica Tormenta del Desierto, con la participación de una amplia coalición de países liderada por Estados Unidos y perfectamente legitimada por el Consejo de Seguridad de la ONU, Talabani, galvanizado por la súbita demonización universal de Saddam, desarrolló una febril actividad política a caballo entre Damasco, Washington y Londres, donde exploró las posibilidades de emprender acciones militares coordinadas con Barzani bajo la bandera del IKF y de establecer un frente común de todos los grupos de la resistencia en el exilio, por encima de los encasillamientos étnico-religiosos y las diferencias ideológicas, desde los comunistas hasta la derecha religiosa, para derrocar a la dictadura baazista y establecer un régimen de libertades. Los jerifaltes kurdos propusieron a los opositores sunníes y shiíes el aprovechamiento común de las "zonas liberadas" del Kurdistán como puntos de partida de lo que debía ser una sublevación general contra los baazistas.

Ahora bien, los aliados de la coalición antiirakí, y los anglo-estadounidenses en particular, le recomendaron a Talabani máxima prudencia, en asunción de las advertencias de Turquía, que tenía su propia insurgencia kurda –la del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), de Abdullah Ocalan- y que temía el contagio de los arrebatos separatistas, de que bajo ningún concepto debía permitirse a las guerrillas kurdas de Irak, aprovechando la previsible anarquía militar y política, la captura de ciudades estratégicas como Mosul y Kirkuk.

Ignoraba Talabani hasta que punto estas exhortaciones, contradictorias por otra parte, ya que fueron parejas a una serie de estímulos al levantamiento, encerraban el aviso de las potencias occidentales de que iban a mover todos los dedos que fueran necesarios para restablecer el derecho internacional y echar a los irakíes de Kuwait, pero muy pocos, o ninguno, para ayudar a los kurdos a realizar sus sueños políticos, confesos o callados. Estados Unidos no iba a permitir el colapso del Gobierno central ni a arriesgarse a que los kurdos proclamaran la independencia o que las provincias de mayoría shií del sur entraran en tratos particulares con Irán. El 27 de febrero de 1991 el Ejército irakí abandonaba Kuwait a la desbandada y hecho jirones, pero Saddam conservaba suficientes tropas y armamento para hacer frente a las rebeliones internas.

El 11 de marzo de 1991, unos días después de plegarse Irak a la rendición incondicional con arreglo a las resoluciones de la ONU, cuando todo el sur ardía ya en rebelión, y mientras Talabani y otros jefes opositores inauguraban un congreso en Beirut, el mando de la PUK anunció que sus hombres habían entrado en Sulaymaniyah, Arabit, Darbandijan, Jurmal, Chamchamal y otros núcleos de la provincia natal de Talabani. En los días siguientes, Dahuk, Arbil y, finalmente, el 19 de marzo, Kirkuk, prolongaron la secuencia de conquistas de la PUK y el KDP. El 22 de marzo los peshmergas combatían ya en Mosul, la gran urbe del Kurdistán –aunque esta ciudad era ampliamente multiétnica y no pocos de sus habitantes eran fieles a Saddam-, y amagaban con bajar hasta Tikrit y Samarra, al norte de Bagdad. El éxito total parecía al alcance de su mano, pero Talabani y Barzani no habían contado con que el Ejército estadounidense les fuera a dejar en la estacada en los momentos decisivos.

Viendo que los estadounidenses y sus aliados no movían pieza, Saddam desató una furiosa y despiadada contraofensiva el 28 de marzo. Kirkuk fue escenario de durísimos combates y, como Arbil, Dahuk y Zajo, quedó firmemente en manos del Ejército irakí el último día del mes. Sulaymaniyah, el último baluarte que le quedaba a la rebelión, cayó el 3 de abril. La venganza de Saddam se abatió sobre los kurdos, que protagonizaron un gigantesco éxodo de dos millones de personas en dirección a las carreteras y los pasos de montaña que conducían a Siria, Turquía e Irán. Atónitos y furiosos, Talabani y Barzani se desgañitaron en las acusaciones de que las fuerzas irakíes estaban disparando indiscriminadamente contra las columnas de refugiados con artillería y desde helicópteros, y que la ONU y los gobiernos se limitaban a contemplar el drama de brazos cruzados.

No fueron estas denuncias, sino las presiones de unas conmovidas opiniones públicas occidentales lo que obligó a intervenir, y a regañadientes, a la Administración de George Bush, en lo que fue secundada por sus aliados. Con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, que en su resolución del día 5 condenó la represión de los kurdos y apeló a la asistencia humanitaria internacional, la ayuda de emergencia empezó a llegar el 7 de abril mediante un puente aéreo y el 17 de abril Estados Unidos inició el despliegue de 10.000 soldados dentro de la operación Proveer el Consuelo (Provide Comfort), cuya misión fundamental era levantar campos de acogida para los 700.000 refugiados que no habían conseguido cruzar las fronteras y que vagaban en penosas condiciones, muchos heridos, enfermos y moribundos. Varios miles, quizá decenas de miles, de civiles kurdos perecieron en estas trágicas jornadas por la inacción de la comunidad internacional.

Aunque bramó contra la "injerencia" en sus asuntos internos, el Gobierno irakí ordenó a sus tropas que abandonasen la zona de seguridad establecida por los aliados (a los estadounidenses se les sumaron efectivos británicos, franceses, españoles, holandeses, italianos, canadienses y australianos), que desde el 19 de mayo hasta el 15 de julio fueron retirando los 4.500 soldados de protección a sus bases en Turquía para dar paso al personal policial de la ONU. Sintiéndose seguros, Talabani y Barzani retornaron a sus feudos, a Sulaymaniyah el primero y a Arbil el segundo.

El 20 de abril, cuando la crisis humanitaria distaba de estar superada y las tropas irakíes remoloneaban en su retirada hacia el sur, Talabani se presentó en Bagdad al frente de una delegación del IKF, que aglutinaba al PUK, el KDP, el Partido Socialista Kurdo Irakí y el Partido Democrático del Pueblo Kurdo, para negociar con Saddam su enésima oferta de autonomía. El 24 de abril, para sorpresa de todo el mundo, sobre todo de la oposición irakí no kurda, que acogió la noticia con recelo y disgusto, Talabani anunció que la delegación kurda había obtenido del poder baazista un acuerdo sobre el cese de hostilidades y el arranque de una autonomía que podría tener jurisdicción sobre Kirkuk. Más todavía, el acuerdo reafirmaba "el principio de la democracia en Irak" y la libertad de prensa, por todo lo cual Talabani animaba a los paisanos desarraigados a retornar a sus ciudades y pueblos.

Barzani, aunque estuvo representado en estas negociaciones a través de un pariente, no pudo menos que alarmarse ante imágenes como la de Talabani y Saddam dándose un efusivo abrazo, tal que inició un movimiento de diálogo por su cuenta para cerciorarse de que lo acordado el 24 de abril le protegía a él también. En realidad, el astuto Saddam estaba empleando la vieja táctica de la siembra de desconfianzas y fricciones en el campo enemigo, y explotando la tradición tribal del conciliábulo entre notables, impelidos a parlamentar con teatrales formas de cortesía aun existiendo un odio mortal entre ellos, para coaccionar y gratificar a su antojo.

Razonablemente a salvo de las iras de Saddam gracias más al compromiso de protección asumido por estadounidenses, británicos y franceses, que establecieron una zona de exclusión aérea al norte del paralelo 36 (la cual, sin embargo, no cubría a Sulaymaniyah) patrullada por sus aviones de combate diariamente, que a las muy poco fiables garantías dadas por el dictador, Talabani, siempre trajeado a la occidental, y Barzani, inseparable de su uniforme de peshmerga, sin dejar de vigilarse mutuamente con prevención, intentaron levantar unas instituciones políticas representativas y una administración comunes que dieran una continuidad jurídica y legal a una entidad que, de facto, funcionaba como una porción autónoma de Irak bajo una suerte de protectorado internacional.

Con la aquiescencia de Estados Unidos, el 19 de mayo de 1992 se celebraron elecciones presidenciales y a una Asamblea Nacional del Kurdistán de 105 miembros. Los históricos comicios discurrieron en un ambiente festivo y resultaron en un reparto a partes iguales de los 100 escaños en juego (los cinco restantes estaban reservados a la minoría cristiana asirio-caldea): el KDP, con el 45% de los votos, ganó 50 diputados y la PUK, con el 43,6%, metió 47 en la Asamblea, si bien Talabani, que se declaraba socialdemócrata y que causó sensación con su audaz programa feminista (estricta equiparación de derechos de los dos sexos, abolición de la poligamia y de los matrimonios concertados) concurría aliado con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, socialista, que se adjudicó las otras tres actas.

Por lo que se refiere a las presidenciales, se informó que Barzani había superado a Talabani con un punto de diferencia (50% contra 49%). Los partidos minoritarios denunciaron que las formaciones dominantes habían pactado de antemano este resultado electoral, tan sospechosamente proporcional, así que Talabani y Barzani se apresuraron a anunciar la creación de un Gobierno de coalición bicéfalo. Sin embargo, ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a su coto particular de poder. Más allá de una rudimentaria administración civil, la cacareada unificación nacional del Kurdistán irakí resultó ser una entelequia. En cuanto a Saddam, le faltó tiempo para imponer un bloqueo total, cortando los suministros de luz, agua y petróleo que seguían el eje norte-sur.

El precario consenso surgido del experimento democrático de 1992 saltó por los aires en mayo de 1994, cuando peshmergas de la PUK y el KDP empezaron a enfrentarse a tiro limpio en varios puntos de la provincia de Sulaymaniyah. Los detonantes de esta contienda intestina debían buscarse en los forcejeos por el usufructo de las propiedades, las tierras y las aduanas, que procuraban los únicos ingresos fiscales dignos de consideración, pero también en la imposible conciliación de las estrategias de uno y otro líder, a saber: Talabani consideraba prioritario el sostén de Irán para avanzar hacia el objetivo soberanista y arguía –después de haber predicado con el ejemplo contrario- que los kurdos de ninguna manera podían confiar en "el carnicero de Saddam"; Barzani, en cambio, insistía en el resguardo del Gobierno turco, pese a sentir Ankara escalofríos cada vez que los kurdos del país vecino hacían alarde de poder político o militar, y se mostraba receptivo a los cantos de sirena que le llegaban desde Bagdad. En diciembre de 1994, la PUK arrebató Arbil a la KDP, provocando la alarma de Saddam.

El 31 de agosto de 1996, tras varios meses de luchas intermitentes, algunas de gran virulencia, y de un rosario de acuerdos de paz incumplidos, 30.000 soldados de élite irakíes penetraron en la zona de exclusión sin ser molestados por la aviación aliada, tomaron Arbil para devolvérsela en bandeja a Barzani y continuaron su cabalgada hacia el este en persecución de Talabani y sus hombres, hasta obligarles a cruzar la frontera de Irán. El 9 de septiembre los peshmergas del KDP entraron en Sulaymaniyah y afianzaron su control sobre todo el Kurdistán, pero el 13 de octubre los milicianos de la PUK contraatacaron con éxito y recobraron la capital provincial junto con Chamchamal y Darbandijan. Desprovisto esta vez del paraguas militar de Saddam, que recibió de Estados Unidos una oportuna advertencia en forma de ataque con misiles de crucero en la zona de exclusión del sur, Barzani tuvo que retirarse a sus reales norteños y renunciar a adueñarse de todo el Kurdistán, pero no sin lanzar imprecaciones contra la "brutal invasión iraní".

Por otro lado, los espasmos bélicos de agosto y septiembre de 1996 terminaron de desbaratar unos planes muy avanzados de la CIA y el Acuerdo Nacional Irakí (INA), partido de la resistencia en el exilio que dirigía desde Jordania el shií laico (y ex oficial baazista) Iyad al-Allawi, para derrocar a Saddam a través de un golpe de Estado perpetrado por quintacolumnistas en Bagdad con retaguardia en el Kurdistán, precisamente en la zona bajo el control de Talabani. En 1995, la PUK ya había colaborado en Arbil con otro grupo de la oposición no kurda, el Congreso Nacional Irakí (INC) del también shií Ahmad al-Chalabi, quien fantaseaba con un vasto alzamiento popular al que se sumarían facciones kurdas y árabes. El caso fue que estas luchas fratricidas entre kurdos, incomprensibles para la comunidad internacional, hicieron frotarse las manos de contento a Saddam, que se vio aliviado por el flanco norte de la presión punitiva que los anglo-estadounidenses le ejercían por el sur, amén de un flaco servicio a la credibilidad de la causa de los kurdos irakíes en el resto del mundo.

Talabani, apodado por sus subordinados Mam (Tío) y un hombre de carácter sanguíneo que alternaba la afabilidad del comensal en sociedad con las violentas explosiones de cólera del jefe quisquilloso, fue recibido en agosto de 1997 por la secretaria de Estado de la Administración de Bill Clinton, Madeleine Albright, y el 17 septiembre de 1998 la mediación norteamericana hizo posible en Washington una cumbre con Barzani de la que salió una declaración sobre el cese de las hostilidades y un cronograma para el restablecimiento de las instituciones comunes. De paso, se aceptó colaborar con Turquía en la supresión de las actividades subversivas del PKK desde suelo irakí, un compromiso que fue subrayado el 8 de noviembre siguiente en un nuevo encuentro celebrado en Ankara, donde los dos discutieron la cuestión con responsables del Gobierno turco.

Como premio a su reconciliación, la PUK y el KDP, al igual que otras cinco organizaciones "representativas de la diversidad" de la oposición irakí (inclusive el INC y el INA), empezaron a recibir del Gobierno estadounidense ayuda económica sin subterfugios legales. La calma regresó al Kurdistán irakí, con la PUK asentada en Sulaymaniyah y el KDP en Dahuk, la mitad norte de Arbil y el extremo nororiental de Ninawá. Así se llegó al escenario radicalmente nuevo que abrieron los atentados islamistas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, la declaración por la Administración republicana de George W. Bush de la guerra a la organización Al Qaeda y la colocación del régimen irakí en el punto de mira bélico de Estados Unidos.

A medida que ganaba verosimilitud la perspectiva del asalto a Irak para derrocar a Saddam, al que Washington y Londres, falsamente a la sazón, acusaban de esconder armas de destrucción masiva prohibidas por la ONU en 1991 y de mantener vínculos con la organización de Osama bin Laden, entrañando con ello una grave amenaza para la paz y la seguridad internacionales que era necesario cercenar sin demora, Talabani, esta vez evitando los encontronazos con Barzani e informándose mutuamente de sus movimientos con el fin de que el mundo percibiera de ellos un mensaje unívoco, multiplicó su actividad internacional, con muchos desplazamientos a Teherán y Ankara para entrevistarse con otros jefes opositores y concertar estrategias políticas. El 4 de octubre de 2002 la Asamblea Nacional del Kurdistán celebró una sesión en la que Talabani propuso elaborar una ley que prohibiera y criminalizara las violencias civiles entre los kurdos.

Aunque no podía menos que recibir con los brazos abiertos a los "liberadores" de Irak cuando éstos se presentaran (y, antes, obviar sin miramientos la insuficiente base jurídica para desencadenar una guerra de invasión a la luz del derecho internacional, guerra, que, por otra parte, mal ocultaba unos intereses estratégicos particulares de Estados Unidos muy relacionados con el control del petróleo y la expansión de su hegemonía mundial), Talabani parecía estar genuinamente preocupado por salvaguardar los intereses de su colectividad a la vez que por evitar que la PUK pareciera un mero observador pasivo de los acontecimientos, o bien un títere colaboracionista de los invasores occidentales, o bien un partido sectario y egoísta que sólo se afanaba en realizar sus ansias de autodeterminación a costa de la unidad territorial y la estabilidad democrática del nuevo Irak.

El secretario general de la PUK halló en el federalismo la noción que podía hilvanar la madeja de intereses aparentemente contrapuestos de kurdos (entre el 15% y el 20% de la población), árabes sunníes (entre el 16% y el 18%), árabes shiíes (entre el 60% y el 65%) y minorías étnicas como la turcómana, que tenía su hogar precisamente en el Kurdistán, y la asiria. Talabani entonó una vibrante defensa del modelo federal para el Irak posterior a Saddam en la conferencia que del 13 al 16 de diciembre de 2002 reunió en Londres a una veintena larga de partidos y grupos de la oposición al régimen del Baaz. Ante un auditorio donde abundaban las actitudes escépticas y recelosas, sobre todo entre los sunníes, Talabani afirmó: "el federalismo consolidará la unidad de Irak y reforzará la hermandad".

De la conferencia londinense no salió un manifiesto político a modo de programa del futuro gobierno provisional de Irak, sino un Comité de Preparación y Seguimiento (FUAC) de 65 miembros, entre ellos Talabani. El FUAC celebró su primera reunión en la ciudad de Salah ad-Din, al norte de Arbil, en el feudo del KDP, del 24 al 28 de febrero de 2003 (cuando los países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que eran partidarios de "desarmar" a Saddam por la fuerza y sin más demora -Estados Unidos, Reino Unido y España- intentaban, sin éxito, convencer al bloque de países hostiles a la guerra y favorables a conceder más tiempo a los equipos de inspección de la ONU –Francia, Alemania, Rusia y China- de la necesidad de una segunda resolución del Consejo autorizando expresamente el inicio de las hostilidades), y allí decidió dotarse de un consejo nacional del liderazgo de seis miembros, a saber, Talabani, Barzani, Allawi, Chalabi, el sunní laico Adnán Pachachi y el shií confesional Abdel Aziz al-Hakim, del Congreso Supremo para la Revolución Islámica en Irak (SCIRI). Por su cuenta, el 2 de marzo, Talabani y Barzani anunciaron la creación de un "liderazgo supremo conjunto" en el Kurdistán irakí.

Tal como se esperaba, los peshmergas de la PUK entraron en acción después de iniciarse los bombardeos aéreos por todo el país y la invasión terrestre desde Kuwait en el frente meridional, el 20 de marzo de 2003. Primero, facilitaron la entrada de unidades de comandos de Estados Unidos para hostigar a las tropas irakíes, que no dieron muchas muestras de combatividad, y poner en fuga a la guerrilla islamista Ansar Al Islam, relacionada con Al Qaeda y sospechosa de estar conchabada con Saddam, que últimamente se había mostrado muy activa en la región montañosa comprendida entre Halabja y Jurmal, en abierto desafío a la férula regional de Talabani. Y segundo, a partir del 26 de marzo, rompieron junto con fuerzas aerotransportadas norteamericanas la línea del frente que había permanecido inalterable desde 1996.

Este avance no fue espectacular hasta después de producirse la toma de Bagdad por los marines y la desintegración del régimen baazista el 9 de abril, ya que el Gobierno de Estados Unidos refrenó los ímpetus de sus aliados locales para no generar enfrentamientos con Turquía, que no quería ver a los guerrilleros kurdos pasearse por Kirkuk y Mosul. Sin embargo, el 10 de abril efectivos de la PUK acompañaron a los estadounidenses, cuyo objetivo fundamental era poner a buen recaudo los campos petrolíferos, en la toma de Kirkuk y al día siguiente miles de peshmergas entraron también en Mosul.

El día de la "total liberación" del Kurdistán había llegado, pero la región, como sucedía a lo largo y ancho de un país quebrantado tras años de embargo internacional, abusos represivos de los dictadores y ahora una invasión extranjera, sufrió, sin solución de continuidad, una nueva calamidad destructiva en forma de pillajes generalizados, ajustes de cuentas, choques interétnicos y asesinatos sectarios. Los soldados estadounidenses dispararon indiscriminadamente contra turbas que protestaban por mil y un agravios y por momentos tomó cuerpo el espectro de una limpieza étnica al desatar peshmergas exaltados, no se sabe muy bien si acatando o no las órdenes de Talabani y Barzani, persecuciones y violencias contra residentes árabes y turcómanos.

Con todo, las presiones de la Casa Blanca obligaron a los dos partidos a cancelar o a reducir la presencia de sus huestes armadas en las dos ciudades conquistadas, y a delegar el control al mando estadounidense, que estableció un régimen de ocupación militar en las cinco provincias de la región kurda. El liderazgo conjunto de Talabani y Barzani se coordinó con los oficiales de la CI División Aerotransportada y la IV División de Infantería, y, en el terreno civil, con la Oficina de Reconstrucción y Asistencia Humanitaria (ORHA) y con el organismo que relevó a esta última, la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), encabezada por el diplomático Paul Bremer, el virtual procónsul norteamericano en Bagdad.

Ahora bien, el hundimiento de toda estructura nacional de administración y orden, la inexplicable prolongación del vacío de poder y la acumulación de errores en el manejo de la volátil situación por los ocupantes estadounidenses y sus aliados (pasividad ante los saqueos, disolución de las Fuezas Armadas irakíes, no vigilancia de las fronteras) favorecieron la instalación en el país de un caos de violencia guerrillera y terrorista que iba a crecer de mes en mes y que amenazó con hacer descarrilar cualesquiera planes que el Gobierno de Washington albergara para Irak. La posguerra de la Operación Libertad Irakí fue, de hecho, un mortífero estado de guerra en el que una vasta aunque amorfa nebulosa de rebeldes (baazistas proscritos, nacionalistas sunníes, radicales shiíes, islamistas autóctonos y foráneos) atacaba implacablemente a las tropas de ocupación y el protoejército irakí, con las consiguientes represalias y ofensivas de éstos.

Para Talabani, lo prioritario en esta peligrosa etapa de transición era, por un lado, mantener al Kurdistán al margen de las violencias, cosa que no consiguió a medio plazo, ya que los atentados terroristas de tintes sectarios y los golpes de la insurgencia sunní contra las tropas estadounidenses y las fuerzas de seguridad irakíes en fase de adiestramiento terminaron por afectar con intensidad a las áreas de Mosul, Kirkuk y Arbil, y, por otro lado, acelerar la constitución del gobierno interino multipartito, que era el primer jalón en el complicadísimo camino para poner término al régimen de ocupación, levantar unas instituciones nacionales democráticas en Irak y hacer realidad las aspiraciones federalistas de los kurdos.

El frente común de la PUK y el KDP se desenvolvió sin fisuras aparentes ante la formación el 13 de julio de 2003 del Consejo de Gobierno de Irak (IGC), órgano nombrado por Bremer siguiendo las instrucciones de sus superiores en Washington y en el que obtuvieron representación los principales partidos y colectivos étnico-religiosos del país. Desprovisto de poderes ejecutivos y legislativos, el IGC se componía de 25 miembros, cinco de ellos kurdos: Talabani, Barzani, Salah ad-Din Muhammad Baha’ ad-Din, secretario general de la Unión Islámica del Kurdistán, el juez Dara Nur ad-Din y el político independiente Mahmud Alí Othmán. Incapaces de consensuar una jefatura personal del IGC, los cabezas de facción se decantaron por una presidencia colectiva de nueve miembros, los cuales se irían rotando como primus inter pares con carácter mensual. El IGC, en septiembre, se dotó también de un Gabinete de ministros con cartera.

Ibrahim al-Jaafari, shií del Partido Islámico Dawa (DIP), principió los turnos presidenciales del IGC el primero de agosto. A Talabani le correspondió presidir el cuarto turno, correspondiente a noviembre. Para entonces, la violencia terrorista y partisana había alcanzado tal magnitud –en Irak, virtualmente, nadie estaba a salvo de las bombas- y el proceso político parecía tan frágil que el administrador Bremer, a principios de ese mes, se declaró "profundamente frustrado" con el trabajo realizado hasta ahora. Los ocupantes se quejaban de que sus colaboradores irakíes no estaban "actuando como un cuerpo legislativo o gubernamental", y que dedicaban demasiado tiempo a las intrigas y las reyertas políticas, en perjuicio de las tareas de reconstrucción, restablecimiento de los servicios básicos y salvaguardia del orden público. Ahora bien, esta reprimenda pasaba por alto que Talabani y sus consocios carecían de competencias sustanciales y de medios, y que, en la práctica, estaban atados de pies y manos ante los embates de los enemigos internos.

Ante el imparable deterioro de la seguridad y la necesidad de irakizar la posguerra antes de que se echara encima la campaña de las elecciones presidenciales de 2004, la Administración Bush decidió agilizar el proceso de transferencia de la soberanía, tal como le estaban urgiendo Talabani y otros dirigentes. El 15 de noviembre el IGC y la CPA presentaron un cronograma con arreglo al siguiente esquema: ambos transmitirían el poder antes del 31 de mayo de 2004 a una Asamblea Nacional transitoria cuyos miembros serían elegidos por el IGC, los consejos provinciales y los consejos locales –todos ellos, órganos controlados por la CPA-; dicha Asamblea nombraría a continuación un Gobierno Provisional, que sería el receptor de la soberanía por la CPA el 30 de junio; en una tercera etapa, hacia marzo de 2005, se convocaría una Asamblea Constituyente; finalmente, el texto de la nueva Constitución sería sometido a referéndum y antes de terminar el año el proceso sería coronado con la celebración de elecciones generales directas al primer Parlamento democrático en la historia de Irak. Talabani fue el encargado de presentar el plan a la ONU.

A los kurdos en particular este calendario les parecía idóneo, pero en enero de 2004 el principal líder espiritual de los shiíes de Irak, el gran ayatollah Sayyid Alí al-Husseini as-Sistani, lo rechazó de plano con el argumento de que Estados Unidos no podía ceder la soberanía a un ejecutivo no emanado de elecciones populares. El huidizo pero omnipresente Sistani exigía celebrar votaciones directas a una asamblea legislativa antes que nada, para conferir una legitimidad democrática al proceso desde el principio. En realidad, los shiíes confesionales, sabiéndose mayoría y, con mucho, más organizados y movilizados que los sunníes –a pesar de no comportarse como un bloque monolítico y de seguir las consignas de diferentes clérigos y banderas, algunos mortalmente rivales-, querían asegurarse un papel preponderante en el proceso político que se iniciaba.

El Gobierno de Washington no consideraba factible el adelanto de los comicios a algún momento del primer semestre de 2004 y, por cuestiones de política interna, tampoco estaba dispuesto a retrasar la fecha de la transferencia de la soberanía. Claro que también era plenamente consciente de que sin la aquiescencia de Sistani, seguramente la personalidad más influyente del país, y el conjunto del shiísmo militante, todo su plan se vendría abajo. La controversia se complicó cuando el Consejo de Ulemas, la máxima autoridad religiosa de los sunníes, demandó que la cita con las urnas sucediera a la transferencia de la soberanía porque le parecía inadmisible que fuesen los ocupantes quienes convocasen las elecciones. De nuevo, mediaron aquí los intereses comunitarios: los sunníes necesitaban tiempo para organizarse y recortar su desventaja cualitativa con los shiíes. Eso sí, tanto unos como otros aceptaban en principio la fecha del 30 de junio. En esta trifulca, el bando kurdo, y Talabani en particular, jugó unas cartas apaciguadoras, aunque tácitamente había coincidencia con los sunníes: primero, la asunción formal de la soberanía; luego, las elecciones.

A mediados de febrero, días después del terrible doble atentado suicida contra las sedes de la PUK y el KDP en Arbil, que causó 109 muertos, entre ellos varios dignatarios de ambas formaciones, y que sólo sirvió para que Talabani y Barzani cerraran filas en pro del autogobierno y el federalismo, se llegó a una solución que satisfizo a la CPA y los shiíes: las elecciones directas serían, en efecto, después del 30 de junio de 2004, pero el plan trazado en noviembre, que se fundaba en una modalidad tan dudosamente democrática como las consultas entre notables, era sustituido por otro en el que esos comicios generales se adelantaban a diciembre del año en curso, a enero de 2005 a más tardar. Hasta entonces, seguiría rigiendo el IGC, aunque transformado en un verdadero Gobierno interino con atributos de soberanía. El 31 de diciembre de 2005, como muy tarde, deberían estar funcionando el Gobierno, la Asamblea y la Constitución nacionales.

Los kurdos, así como los sunníes y los shiíes laicos, no parece que desempeñaran un rol destacable en los conciliábulos que se trajeron Bremer, Sistani y el enviado especial del secretario general de la ONU, el diplomático argelino Lajdar Brahimi, los tres personajes clave en la solución de este embrollo. La susceptibilidad y el celo de Talabani asomaron sobre todo a la hora de redactar la llamada Ley de Administración del Estado de Irak para el Período de Transición, remedo de Carta Magna interina que, tras una laboriosa brega, terminó por definir a Irak como una república "federal, democrática y plural", con la precisión de que ese federalismo se fundaba en "las realidades geográficas e históricas, y en la separación de poderes", no en "el ancestro, la raza, la etnia, la nacionalidad o la confesión".

Los kurdos estaban satisfechos porque se consagraba el principio federal, su Gobierno Regional y la cooficialidad de su lengua con el árabe quedaban reconocidos y, en teoría, se cerraban las puertas a una República Islámica al definirse al Islam como la "religión oficial del Estado" y como fuente suprema de derecho, pero sin vigencia de la sharía. Naturalmente, todo esto podía cambiar cuando entrara en vigor la Constitución propiamente dicha, aunque a nadie se le escapaba que el texto interino iba a servir de armazón para la futura Carta Magna.

El 8 de marzo de 2004 el IGC firmó la Ley de Administración, acontecimiento que prologó el estallido de las rebeliones, y muy violentas, de aquellos que se oponían al nuevo marco legal: en las regiones centro-meridionales de mayoría shií, y con bastión principal en la ciudad santa de Najaf, se alzó en armas la facción radical del joven clérigo Muqtada as-Sadr; y en el llamado triángulo sunní, al noroeste de Bagdad, y con principal foco de actividad en Fallujah, se desmandaron los ataques de todo tipo contra las tropas de la coalición y los efectivos de la Policía y la Guardia Nacional irakíes, agresiones en las que adquiría un peso creciente el núcleo alqaedista del jordano Abú Musab az-Zarqawi, un sanguinario y escurridizo terrorista que se reconoció como un sicario de Osama bin Laden. Los estadounidenses intentaron aplastar, con escaso o nulo éxito, ambas subversiones mediante la pura fuerza bruta (bombardeos aéreos dudosamente discriminados), con el resultado de muchos cientos de muertos, tanto combatientes como civiles.

Con todo, el paroxismo de violencia no detuvo el proceso político. El 1 de junio el IGC se autodisolvió y dejó paso a un Consejo de Ministros interino, previó a la constitución del Gobierno Interino de Irak (IIG). Allawi, el protegido de los estadounidenses, se convirtió en primer ministro y tomó como adjunto, en calidad de viceprimer ministro para asuntos de Seguridad Nacional, a un hombre de confianza de Talabani, Barham Saleh. El mismo día, el jeque tribal sunní Ghazi al-Yawar, último presidente del IGC y personalidad próxima a la tradición nacionalista, fue seleccionado para futuro presidente del Estado, secundado por dos vicepresidentes e integrando las tres personas lo que luego quedaría institucionalizado con el nombre de Consejo Presidencial, tercer vértice de la autoridad ejecutiva transitoria junto con el primer ministro y el Consejo de Ministros. Para vicepresidentes fueron escogidos el shií Jaafari y el kurdo (KDP) Rowsch Nuri Shaways.

El 8 de junio, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el –cuarto- borrador del marco jurídico que iba a regir con posterioridad al régimen de ocupación. El calendario de la transición negociado por Brahimi, la CPA y el IGC quedaba respaldado: el IIG convocaría una Conferencia Nacional de la que saldría un Consejo Consultivo con funciones asesoras de aquel; las elecciones a la Asamblea Nacional transitoria serían entre el 31 de diciembre y el 31 de enero de 2005; luego, de la Asamblea emanarían un Gobierno Transitorio de Irak (ITG) y la Constitución permanente, que debería estar redactada antes del 15 de agosto de 2005 y validada en referéndum antes del 15 de octubre. Como colofón, se celebrarían unas segundas elecciones parlamentarias antes del 15 de diciembre. Para el 31 de diciembre de 2005 tendrían que estar formados la Asamblea Nacional y el Gobierno permanentes.

En vísperas de la transmisión de la soberanía y la conclusión del régimen de ocupación, el 28 de junio, formalizadas con la autodisolución de la CPA y la asunción del IIG presidido por Allawi, Talabani y Barzani arrancaron del gobernante shií un privilegio considerable, la exención de sus respectivos ejércitos de peshmergas del acuerdo multipartito para disolver las diversas milicias e integrarlas en las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional y la Policía irakíes. Pero también reaccionaron furibundamente contra la exclusión, pactada por Sistani y Estados Unidos, de toda referencia a la Ley de Administración en la resolución de la ONU del 8 de junio. En una carta enviada al presidente Bush, amenazaron con separarse del IIG, boicotear las elecciones de 2005 e impedir la entrada de representantes del Ejecutivo central en el Kurdistán a menos que recibieran garantías de que Bagdad no modificaría la Constitución interina en lo tocante al autogobierno kurdo.

Las seguridades que recibieron de Washington aquietaron las aprensiones de Talabani y Barzani, que se concentraron en los preparativos de las elecciones. Los comicios, después de algunos amagos de postergación que fue solicitada por los propios kurdos, habida cuenta de las desastrosas condiciones de seguridad, quedaron programados para el 30 de enero de 2005 e iban a ser múltiples: a la Asamblea Nacional transitoria de 275 miembros, a la Asamblea Nacional del Kurdistán de 111 miembros y a los 18 consejos provinciales.

Aquel día, los kurdos dieron un ejemplo de movilización democrática, con una tasa participativa en torno al 80% del censo frente al 59% de media nacional. La lista conjunta de la PUK y el KDP, la Alianza Democrática Patriótica del Kurdistán, metió 75 escaños en la Asamblea estatal con el 25,7% de los votos, convirtiéndose en el segundo bloque parlamentario por detrás de la Alianza Irakí Unida (SCIRI, DIP, INC y shiíes independientes) y por delante de la Lista Irakí de Allawi. En la Asamblea regional se hizo con 104 escaños con el 89,5% de los sufragios. Estos magníficos resultados, facilitados, eso sí, por el boicot mayoritario de los sunníes, reafirmaron a Talabani, que era el cabeza de lista de la Alianza kurda para la Asamblea Nacional transitoria, en su decisión de exigir una mayor cuota de poder para los partidos kurdos en el nuevo Ejecutivo estatal y también mayores competencias para el Gobierno Regional del Kurdistán, autónomo a todos los efectos.

El acuerdo informal entre los máximos dirigentes de la PUK y el KDP suponía promover a Talabani para un puesto señero en Bagdad, nada menos que la Presidencia del Estado, que era una oficina representativa, desprovista de poder político efectivo, pero con una fuerte carga simbólica y susceptible de permitir importantes acciones moderadoras y equilibradoras, en tanto que Barzani se quedaba como la figura preponderante del autogobierno kurdo. La Presidencia para Talabani; más carteras ministeriales para los kurdos (Hoshyar Zebari, del KDP, ya venía portando la de Asuntos Exteriores); la inclusión de las milicias de peshmergas en el Ejército nacional, con