Hosni Mubarak

El 11 de febrero de 2011, Hosni Mubarak, de 82 años, presidente de Egipto desde 1981 y símbolo de la solidez de los regímenes árabes, se vio obligado a abandonar el poder bajo el empuje de un vasto levantamiento popular iniciado tan sólo 17 días atrás por jóvenes activistas de Internet, y ante el desvalimiento, en los últimos instantes, de las Fuerzas Armadas, las cuales detentan ahora las riendas del país y han prometido realizar en breve plazo las transformaciones democráticas exigidas por la calle. Atrás quedaron las imágenes de una nación enardecida, un mandatario desconectado de la realidad y aferrado al cargo, y una represión inútil en El Cairo y otras ciudades que causó más de 800 muertos. La extraordinaria revolución egipcia, seguida en directo por un mundo atónito y segunda ficha del dominó que empezó en enero en la vecina Túnez y avanza imparable por el orbe árabe, terminó con la carrera de este antiguo héroe de guerra, mariscal del Aire y sucesor del asesinado Anwar al-Sadat, que durante tres décadas presentó su férula como garantía de estabilidad y orden.

Mientras daba cancha a una economía de mercado que generaba crecimiento pero no distribuía los ingresos y sí enriquecía a la oligarquía afecta, el rais toleró un pluralismo limitado y no permitió la competencia en lo que afectaba a su puesto, ritualmente refrendado en las urnas cada seis años, la última vez en 2005, en unas elecciones directas de múltiple candidatura pero sin credibilidad democrática. La lucha sin cuartel contra el integrismo islámico, que desafió al Estado con dos ofensivas terroristas en 1992-1997 y 2004-2006, fue otra tónica de su mandato. Los subversivos fueron derrotados, mientras que el estado de emergencia amparó los miles de arrestos, los juicios marciales y el uso sistemático de la tortura. Los Hermanos Musulmanes, principal fuerza política de la oposición, permanecieron en la ilegalidad y la semitolerancia electoral. Los fraudes de ley, la corrupción generalizada, las maniobras sucesorias en favor de su hijo Gamal y el fracaso socioeconómico terminaron enajenándole a Mubarak, en su papel de dictador paternalista, indispensable y presuntamente benévolo, la legitimación de sus gobernados.

De puertas al exterior, Mubarak jugó un papel de primera magnitud. Luego de confirmar la alianza estratégica con Estados Unidos, testimoniada por una copiosa ayuda económica, consiguió sacar a Egipto del aislamiento regional heredado de Sadat e hizo compatible la restaurada amistad de los vecinos con el tratado de paz con Israel, devolviendo a Egipto su posición señera en la Liga Árabe. Pionero en la defensa de la solución negociada del conflicto de Oriente Próximo, Mubarak ejerció una influencia positiva en la aplicación de los Acuerdos de Oslo sobre la autonomía palestina. Una vocación de puente mediador que fue perdiendo fuelle y credibilidad —cediendo parte de protagonismo a Arabia Saudí, el otro pilar de la estrategia estadounidense en la región— a medida que crecían la intransigencia y el belicismo de Israel, de cuyo bloqueo a Gaza fue cómplice. Hasta la misma víspera de su caída, el hombre fuerte de Egipto gozó del favor, el respeto y hasta la gratitud de Occidente, cuyo miedo al islamismo Mubarak explotó, presentándole un falso dilema: que la única alternativa a su autocracia era la teocracia.

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 18/3/2011. El 13/4/2011 ex presidente Hosni Mubarak y sus hijos Gamal y Alaa recibieron sendas órdenes de detención para ser procesados por cargos de negligencia en la muerte violenta de manifestantes. El juicio penal comenzó el 3/8/2011 y el tribunal administrativo de El Cairo encargado del caso le halló culpable de no detener la matanza de manifestantes por las fuerzas de seguridad y le condenó a cadena perpetua el 2/6/2012; otros cargos, como los de corrupción, fueron desestimados. El 13/1/2013 el Tribunal de Casación de Egipto anuló esta sentencia y ordenó un nuevo juicio contra el ex presidente y sus hijos. Mubarak volvió a ser condenado, esta vez por malversación de fondos y corrupción, el 21/5/2014 y de nuevo el 9/5/2015, cayéndole una pena de tres años de prisión. Con serios problemas de salud, Mubarak quedó detenido en un hospital militar, mientras que sus hijos fueron liberados el 12/10/2015. Finalmente, Mubarak fue absuelto del cargo de conspiración para el asesinato de manifestantes por el Tribunal de Casación el 2/3/2017 y puesto en libertad días después. Hosni Mubarak falleció el 25/2/2020 a los 91 años de edad).

1. Jefe de la Fuerza Aérea Egipcia y vicepresidente con Sadat
2. El magnicidio de 1981 y asunción de la Presidencia; el afianzamiento del nuevo poder
3. Confirmación de la alianza con Estados Unidos y la paz con Israel; la reconciliación con los países árabes
4. Las inercias de un régimen pseudodemocrático y especulaciones sucesorias
5. El embate del terrorismo islamista
6. Política económica promercado y fracaso social
7. Papel estimulador de la paz para Oriente Próximo e influencia declinante en el concierto regional
8. Cuenta atrás para una protesta nacional insospechada
9. La Revolución de 2011: repudio, obstinación y destronamiento del rais


1. Jefe de la Fuerza Aérea Egipcia y vicepresidente con Sadat

Procedente de una familia de la burguesía media radicada en la región del delta al norte de El Cairo, en 1947, en el duodécimo año de la monarquía de Faruk I, ingresó en la Academia Militar Egipcia con la intención de convertirse en soldado profesional. En febrero de 1949, nada más concluir la primera guerra árabe-israelí con derrota para las armas egipcias (si bien tras el armisticio el país se quedó con la franja de Gaza), obtuvo la graduación en Ciencias Militares. Inmediatamente después fue admitido en la Academia del Aire en El Cairo, de la que en marzo de 1950 salió convertido en oficial piloto junto con una titulación en Ciencias de la Aviación.

Desde entonces, el joven Mubarak desempeñó diversos mandos en la Fuerza Aérea Egipcia, que a partir de 1953, con la proclamación de la República por el Consejo del Mando Revolucionario del general Naguib y el coronel Gamal Abdel Nasser, perdió la condición de Real. A lo largo de la década de los cincuenta, Mubarak sirvió en varias unidades, desempeñándose como piloto de cazas Spitfire, instructor de vuelo, jefe de escuadrón y comandante de base, amén de profesor en la Academia del Aire. No hay constancia de que tomara parte en los combates de la crisis de Suez y la subsiguiente guerra contra Israel en 1956.

Entre febrero de 1959 y junio de 1961 recibió en la URSS, en Moscú y cerca de Frunze (la actual Bishkek, en Kirguizistán), un adiestramiento especial como piloto de bombarderos medios Ilyushin Il-28 y bombarderos estratégicos Tupolev Tu-16. En 1964 estuvo de vuelta en la URSS, principal proveedor de armamento del régimen de Nasser, como cabeza de una delegación militar en la Academia Militar de Frunze.

A su retorno a Egipto pasó a ocupar despachos castrenses de mayor responsabilidad, siendo sucesivamente comandante de la Fuerza Aérea en la región occidental, con base en El Cairo (octubre de 1966), y director de la Academia del Aire (noviembre de 1967). Desde la primera posición asistió con impotencia a la aniquilación de la casi totalidad de la flota aérea destacada en el desierto del Sinaí, más de 300 aparatos, destruida en los aeródromos por la aviación israelí en la ofensiva sorpresa que dio inicio a la Guerra de los Seis Días, el 5 de junio de 1967.

Ya general, en junio de 1969 fue promovido a jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea y el 23 de abril de 1972, año y medio después de fallecer Nasser y de sucederle Anwar al-Sadat en la Presidencia de la República, su carrera en dicho ejército llegó a la cima con su nombramiento como comandante en jefe de la Fuerza Aérea, en sustitución del general Ali Mustafa Baghdady. Además, asumió su primera tarea política en calidad de viceministro de Defensa.

En estos años, Mubarak jugó un papel destacado en los operativos bélicos de la llamada guerra de desgaste, librada con Israel a rebufo del desastre sufrido en la guerra de junio de 1967 y que se prolongó, con un sinfín de bombardeos y escaramuzas de diversa intensidad, hasta 1970, así como en la ejecución de la decisión de Sadat, en 1972, de expulsar a los consejeros militares soviéticos como expresión de enfado por la reticencia de la URSS a suministrar a Egipto —los dos países habían suscrito un Tratado de Amistad el año anterior— armamento ofensivo sofisticado.

En la siguiente conflagración abierta, la Guerra de Yom Kippur, de octubre a noviembre de 1973, el Ejército egipcio, que esta vez golpeó primero, volvió a ser derrotado por la formidable maquinaria bélica israelí, pero, a diferencia de la guerra de 1967, mostró unas notables determinación y valía, que pusieron en apuros al enemigo y le infligieron cuantiosas bajas. Mubarak, prestigiado como uno de los "cinco héroes de la travesía del Canal de Suez", en referencia al ímpetu atacante de las unidades egipcias en los primeros días de la guerra, fue elevado antes de firmarse el alto el fuego, el 11 de noviembre, a la condición de mariscal del Aire. En 1974 sumó el galón de teniente general.

El 15 de abril de 1975 Sadat premió la hoja de servicios de Mubarak, quien a diferencia de casi todos los colegas del alto mando no procedía del movimiento de los Oficiales Libres que hicieron la Revolución antimonárquica y antibritánica de 1952, nombrándole vicepresidente de la República en sustitución de Hussein al-Shafei, un veterano de la vieja guardia nasserista, quien ostentaba el puesto desde 1961; para la comandancia de la Fuerza Aérea fue designado el teniente general Mahmoud Shaker Abdel Monem. Al vínculo de confianza establecido entre Sadat y Mubarak no era ajena una circunstancia familiar: la segunda e influyente esposa del primero, Jehan, tenía un lejano parentesco con la mujer del segundo, Suzanne, una egipcia de madre inglesa nacida en 1941. Los Mubarak eran padres de dos chicos, Alaa y Gamal, el benjamín, nacido en 1963.

En el sexenio siguiente, Mubarak se fogueó en las palestras políticas, área donde apenas tenía experiencia, como enlace de El Cairo con los gobiernos amigos. Su identificación con Sadat, al que acompañó en varios viajes de alto nivel, en materia de política exterior fue total. Así, fue el encargado de explicar a los países del bloque soviético las razones del viaje de su jefe a Jerusalén en noviembre de 1977, espectacular movimiento que certificó el viraje estratégico de Egipto en un sentido favorable a la cooperación con el bloque occidental y al arreglo de la paz con Israel a cambio de la recuperación de la península del Sinaí perdida en 1967, pero que concitó la ira de los países árabes, los cuales lo tacharon de traición.

Las capacidades diplomáticas de Mubarak salieron a relucir en una iniciativa de mediación de El Cairo entre Marruecos, Argelia y Mauritania en relación con el conflicto del Sáhara Occidental. También a esta época se remontan sus buenos contactos con el Departamento de Estado de Estados Unidos, superpotencia que en 1976, cuando Sadat declaró abrogado el Tratado de Amistad de 1971, reemplazó a la URSS como principal interlocutora y socia de Egipto. Asimismo, el vicepresidente llevó las conversaciones con la República Popular de China para la firma de un acuerdo de cooperación militar.

Considerado un servidor fidelísimo de Sadat, Mubarak fue uno de los dignatarios del régimen que se movieron en las bambalinas diplomáticas previas a las signaturas por el líder egipcio y el primer ministro israelí Menahem Begin de los Acuerdos de Camp David en septiembre de 1978 y del Tratado de Paz Egipcio-Israelí en marzo de 1979, ambos bajo la égida del presidente anfitrión, Jimmy Carter.

Tras concluir la paz con los israelíes con el rechazo general, y en algunos casos, muy virulento, de los gobiernos árabes, Sadat encomendó a su mano derecha la complicada misión de intentar obtener de los regímenes moderados de la región con los que Egipto mantenía relaciones más fructíferas, el saudí del rey Jalid y el sudanés del general-presidente Jafar al-Numeiry, su visto bueno al tratado. En septiembre de 1980 Mubarak efectuó otra gira por Europa para exponer la posición egipcia en la cuestión de la autonomía palestina, otro de los temas acordados en Camp David pero devenida letra muerta. Al mes siguiente, aseguró en Washington que Egipto estaba dispuesto a conceder "facilidades militares" a Estados Unidos para "defender la región del Golfo".

En octubre de 1978 Sadat volvió a recompensar la lealtad del diez años más joven Mubarak orquestando su elección como vicepresidente también del nuevo Partido Nacional Democrático (PND), formación oficialista que tomaba el relevo al Partido Árabe Socialista Egipcio (PASE), a su vez heredero, dos años atrás, de la Unión Socialista Árabe (USA), fundada por Nasser en 1962.

En las elecciones legislativas de octubre de 1976, la tendencia ideológica que poco después dio lugar al PASE, la Organización Socialista Árabe, había capturado cuatro quintas partes de los escaños, condenando a la irrelevancia a las otras dos plataformas, una de izquierda y otra de derecha, que junto con la ganadora (ubicada teóricamente en el centro del espectro) se habían emancipado de la USA dentro del proyecto de Sadat de pasar página al sistema de partido único en beneficio de marco pluralista muy restringido y férreamente controlado por el Gobierno. En las siguientes elecciones, las de junio de 1979, el PND volvió a arrollar a los comparsas de este pluralismo de fachada, el izquierdista Partido Socialista Laborista y el derechista Partido Socialista Liberal.


2. El magnicidio de 1981 y asunción de la Presidencia; el afianzamiento del nuevo poder

El 6 de octubre de 1981 la plana mayor del Gobierno y las Fuerzas Armadas egipcios se congregó en el estadio-memorial de Medinet Nasr, en las afueras de El Cairo, para pasar revista al desfile conmemorativo del asalto y destrucción de la Línea Bar Lev, la cadena de fortificaciones israelíes a lo largo de la costa oriental del Canal de Suez, en el primer y triunfal día de la Guerra de Yom Kippur.

La tribuna estaba presidida por Sadat, con Mubarak a su derecha y el recién nombrado ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Abdel Halim Abu Ghazala, a su izquierda. Los tres vestían sus uniformes de gala, dando realce a la solemnidad del evento, e intercambiaban comentarios. Mubarak y Sadat se mostraban relajados y animosos, aunque corrían rumores de fuertes desavenencias entre ellos. De todas maneras, de cara al público, el vicepresidente, retratado como un hombre austero amante de la seguridad y la disciplina, aparecía investido como el virtual heredero del rais. 100.000 personas asistían a la ceremonia, dotada por el régimen del mayor boato.

En un momento de la parada militar, unos soldados saltaron de un camión y, antes de que nadie pudiera reaccionar, ametrallaron y arrojaron granadas de mano al estrado de autoridades, alcanzando fatalmente a Sadat (quien no murió en el acto, sino dos horas después, en la mesa de operaciones del hospital cairota a donde fue evacuado aún con vida), matando a otras 11 personas e hiriendo a una treintena más. Mubarak, milagrosamente, salió del brutal atentado prácticamente indemne, sólo con una herida superficial en una mano.

En las tensas horas que siguieron a la matanza de Medinet Nasr, Mubarak mostró rapidez de reflejos y resolución para cubrir el inquietante vacío de poder. Ese mismo día, por la noche, el Buró Político del PND le designó sucesor oficial del malhadado jefe del Estado y él mismo se encargó de anunciar por la televisión la celebración antes de 60 días, tal como dictaba la Constitución, de un plebiscito de validación o rechazo del candidato que presentara el régimen a la Presidencia de la República; hasta entonces, el puesto lo desempeñaba en funciones el presidente de la Asamblea Popular (Majlis Al-Shaab, la Cámara baja del Parlamento bicameral instituido en 1980), Sufi Abu Talib.

El estado de emergencia, levantado por Sadat el año anterior tras 13 años en vigor, fue restablecido en todo el territorio nacional, con las consiguientes restricciones de derechos y libertades. Al día siguiente, sin sorpresas, el Majlis, con la misma unanimidad con que se había decantado por la reelección de Sadat en 1976, proclamó la candidatura única de Mubarak, quien sin esperar hasta el plebiscito tomó las riendas del Gobierno como primer ministro, cargo dejado igualmente vacante por Sadat. De manera inmediata, Mubarak, autoinvestido de la autoridad de comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y el general Ghazala, comandante en jefe y ministro de Defensa, pusieron firmes y en guardia a los uniformados de los tres ejércitos.

La vindicación del magnicidio desde su exilio libio por el teniente general Saad-Eddine El Shazly, uno de los héroes de octubre de 1973, ex jefe del Estado Mayor, fuerte detractor de los Acuerdos de Camp David y líder del opositor Frente Nacional Egipcio, junto con el estallido, el mismo día 6, de una rebelión armada de signo religioso en la ciudad de Asyut, en el Alto Egipto, reciente escenario de pogromos musulmanes contra la minoría cristiana copta, indujeron a Mubarak a tomarse en serio la posibilidad de un golpe de Estado, o al menos de nuevos ataques contra la cúpula del régimen, por parte de elementos del Ejército conjurados contra la nueva orientación exterior de Egipto y en connivencia con alguna o varias de las organizaciones subversivas del fundamentalismo islámico que ya habían decretado la muerte de Sadat. En el tótum revolútum de enemigos del poder también cabía identificar a los nasseristas "auténticos" y a los comunistas.

La pista islamista adquirió plena certeza en el rastreo de los autores intelectuales del asesinato del rais. El oficial al mando del pelotón de soldados ejecutores del atentado, el teniente Jalid Islambouli, fue la clave que permitió esclarecer la responsabilidad de la Jihad Islámica Egipcia, si bien años después se destacó también la probable implicación de otra organización extremista más importante, Al Jamaa Al Islamiyya (La Asamblea Islámica). Islambouli y otros cuatro conspiradores que habían sido capturados vivos en el lugar del crimen fueron sometidos a juicio sumarísimo, condenados a muerte y ejecutados en abril de 1982.

El 6 de octubre, de hecho, los ambientes religiosos y estudiantiles estaban muy caldeados luego de que dos semanas atrás, Sadat ordenara encarcelar a 1.600 revoltosos y disidentes, muchos de ellos pertenecientes a los Hermanos Musulmanes, el más influyente partido-organización confesional, fundado en Egipto en 1928 pero con vocación transnacional, conforme al principio de la umma.

Prohibidos en 1954 por Nasser bajo la acusación de pretender asesinarle, los Hermanos egipcios, partidarios de implantar el Gobierno islámico regido por la sharía, aseguraban haber dejado atrás los métodos violentos de lucha política y aspiraban a participar en la vida política, aunque por el momento apenas podían esperar de la dictadura de hecho que era el Gobierno del PND algunos resquicios de tolerancia. El respaldo social de la Hermandad, incluidas las clases profesionales liberales, era amplio y su presencia en las esferas educativa y cultural más que notable.

Con el transcurrir de las semanas y los meses, quedó más o menos claro que la participación de militares renegados en las asechanzas de los grupos integristas se reducía a un sector muy limitado de la baja oficialidad del Ejército de Tierra, lo que no restó urgencia, a los ojos de Mubarak, a la intensificación de la campaña de depuraciones ya emprendida por Sadat en los medios castrenses y que, a tenor de lo sucedido, se había quedado corta. En cuanto a la insurrección en Asyut, fue aplastada con la ayuda de tropas paracaidistas enviadas desde El Cairo, con un balance, por parte del Estado, de 68 policías y soldados muertos.

La fuerte sensación de inseguridad en los días posteriores a la muerte de Sadat empujó a Mubarak y los demás capitostes a cerrar cuanto antes la interinidad institucional. El 13 de octubre tuvo lugar el referéndum de confirmación con un 98,5% de síes y una participación, siempre según las cifras facilitadas por el Gobierno, del 81,1%. En la jornada siguiente, Mubarak, con 53 años, prestó juramento como cuarto presidente de la República Árabe de Egipto, con un mandato de seis años.

En noviembre, en un discurso ante el Majlis, el flamante presidente desgranó los principios de su acción de gobierno y habló sobre el futuro de Egipto. Por de pronto, seguía intacta la política de apertura (infitah) inaugurada por Sadat tras la guerra de 1973 en el terreno económico, que entrañaba reformas liberalizadoras del sistema productivo con el fin de aligerar el peso del sector público y dar cancha a la empresa y las inversiones privadas, así como el diálogo crediticio con el FMI y el Banco Mundial. El dirigismo estatista heredado del la Revolución de 1952 no iba a ser abandonado sin más, pero sí paulatinamente reducido.

Los subsidios a los alimentos básicos, uno de los pilares del socialismo nasserista y cuya retirada anunciada por Sadat en enero de 1977 había provocado un descomunal estallido popular —la famosa revuelta del pan—, se mantendrían. En el terreno político, se permitiría actuar a partidos de oposición propiamente dichos. Y de puertas al exterior, el Tratado de Paz con Israel debía considerarse un hito inamovible.

El 2 de enero de 1982 Mubarak se desprendió de la jefatura del Gobierno con el nombramiento como primer ministro de Ahmed Fuad Mohieddin, un político del oficialismo civil con una reputación de socialdemócrata moderado. El 26 del mismo mes el PND celebró un congreso que eligió a Mubarak presidente de la formación. Por lo demás, el jefe del Estado dejó sin cubrir el puesto de vicepresidente. A pesar de ello, el número dos del régimen era indiscutiblemente el general Ghazala, quien sumó al Ministerio de Defensa el cargo de viceprimer ministro; además, fue promovido a mariscal de campo. Aunque el estado de emergencia entró en una dinámica de renovaciones regulares, Mubarak puso en libertad a los cientos de detenidos en la última operación represiva de Sadat.

Las promesas de Mubarak de mejorar el pluralismo político en Egipto se sometieron a su primera prueba en las elecciones legislativas del 27 de mayo de 1984. Los comicios presentaron dos novedades con respecto a los celebrados en 1979: el sistema electoral mayoritario a dos vueltas basado en 176 circunscripciones binominales fue reemplazado por otro de tipo proporcional basado en 48 circunscripciones multinominales, dando lugar a un Majlis de 448 escaños, a los que había que añadir la decena de puestos reservada al nombramiento personal por Mubarak. Para obtener representación, las listas debían superar la barrera del 8% de los votos en todo el país. Cuatro partidos además del PND fueron autorizados a concurrir.

El resultado de estas particulares reglas del juego fue que el PND, con el 72,9% de los votos, se quedó con 390 escaños y sólo un grupo alternativo consiguió entrar en el Majlis, el Neo Wafd, partido nacionalista liberal inscrito el año anterior, luego de ganar una batalla en los tribunales, y considerado el heredero directo del Wafd histórico, la fuerza predominante en tiempos de la monarquía y prohibida por la junta revolucionaria en 1952. Incluyendo a candidatos de los Hermanos Musulmanes en sus listas, el Neo Wafd sacó el 15,1% de los votos y 58 diputados, un resultado meritorio que causó sensación.

Luego, Mubarak dio al Majlis electo una pátina adicional de pluralismo simbólico nombrando a cuatro asambleístas del Partido Socialista Laborista (el 7,1% de los votos), a uno de los nasseristas de izquierda del Partido Unionista Progresista Nacional (Tagammu, el 4,2%) y a cuatro de la minoría copta. El gesto presidencial no sirvió ni para maquillar la realidad de la hegemonía abrumadora de su partido.


3. Confirmación de la alianza con Estados Unidos y la paz con Israel; la reconciliación con los países árabes

En el momento de la asunción de Mubarak, la comunidad internacional expresó dudas sobre su actitud con respecto a Israel y su capacidad para sobrellevar el riguroso boicot de los demás países árabes, que no perdonaban a El Cairo por el carácter unilateral y "traidor" de su paz con el Estado judío. Egipto sólo mantenía relaciones normales con su vecino sureño, Sudán, y desde marzo de 1979 estaba suspendido en la Liga Árabe, la organización de la que había sido artífice, a la que había dado todos sus secretarios generales y de la que había sido sede desde su fundación en 1945 (ahora, la Liga tenía sus cuarteles en Túnez).

Carecía del liderazgo mediático y el porte aristocrático de Sadat, y no poseía ni de lejos el carisma del gran conductor de masas que había sido Nasser, pero esto no impidió al reservado y casi taciturno Mubarak (un hombre de complexión maciza y en excelente forma física, como correspondía a un ávido practicante de deportes como el squash y la natación) demostrar la solidez de sus promesas continuistas. Israel recibió las debidas garantías de la intangibilidad del Tratado de Paz de 1979 y las relaciones diplomáticas establecidas en febrero de 1980, aunque a cambio le fue exigido el cumplimiento íntegro del plan de restitución por etapas del Sinaí.

En abril de 1982 las tropas y los colonos israelíes evacuaron la última gran porción del Sinaí aún no devuelta a la soberanía egipcia, el tercio oriental de la península hasta la frontera de 1967 (Gaza, que no entraba en el Tratado de Paz y donde vivían medio millón de palestinos, siguió siendo un territorio ocupado). La Fuerza Multinacional de Observadores, aprobada por las partes en un Protocolo anexo al Tratado de Paz en agosto de 1981, se encargó de supervisar la implementación de las provisiones de seguridad.

La península quedó organizada en tres zonas, A, B y C; en la primera, el tercio occidental hasta el Canal de Suez, Egipto podía estacionar una división de infantería mecanizada; en la segunda, el tercio central, cuatro batallones; y en la tercera, el tercio oriental hasta la frontera, sólo efectivos policiales. Sin embargo, Israel se resistió a devolver el emplazamiento costero de Taba, en los límites internacionales del golfo de Aqaba, donde había levantado un emporio turístico. Meses después de la retrocesión de la zona C se produjo la invasión de Líbano por Israel y Mubarak, obligado a expresar su disgusto, llamó de vuelta a casa al embajador en Tel Aviv.

En septiembre de 1986 el presidente y el entonces primer ministro israelí, Shimon Peres, mantuvieron en Alejandría la primera reunión de este nivel desde agosto de 1981. El rais expuso la necesidad de convocar una "conferencia internacional" sobre Oriente Próximo. Tras el encuentro, El Cairo nombró y despachó al nuevo embajador. Además, las partes aceptaron someter el contencioso sobre Taba a un arbitraje internacional; Egipto vio reconocida su reclamación, tal que en marzo de 1989 su bandera volvió a ondear en la ciudad bañada por el mar Rojo. En resumidas cuentas, Mubarak preservó la "paz fría" con Israel, una paz firme, pero desprovista de calidez.

El otro cimiento de la política exterior heredada de la era Sadat, la cooperación privilegiada con Estados Unidos, fue igualmente reafirmado y fortalecido por Mubarak, quien prestó su primera visita oficial a Washington en febrero de 1982, siendo recibido por Ronald Reagan en la Casa Blanca. Comenzada en 1974, nada más reanudarse las relaciones diplomáticas interrumpidas siete años atrás, cuando Nixon solicitó al Congreso un paquete de ayuda para la reconstrucción posbélica de Egipto por valor de 250 millones de dólares a modo de acicate de las negociaciones con Israel, la asistencia norteamericana fue renovada y aumentada cada año fiscal hasta superar con creces los 2.000 millones de dólares a partir de 1983; en 1986 la ayuda alcanzó la cifra récord de 2.539 millones de dólares, sólo superados por los 2.588 millones liberados en 1979, el año de la paz con Israel.

Semejante caudal de fondos convirtió al árabe en el segundo país del mundo más subvencionado por Estados Unidos después de Israel, una posición en la que había sustituido al Irán del Sha. La parte del león de la asistencia, 1.300 millones de dólares, era destinada a atender las necesidades de las Fuerzas Armadas más poderosas de África y Oriente Próximo salvo, claro estaba, las israelíes. Así, los arsenales egipcios fueron sustituyendo (aunque no totalmente) los viejos carros de combate y aviones de fabricación soviética por modernos equipamientos adquiridos con la financiación antedicha a Estados Unidos, mientras que los oficiales de los tres ejércitos recibían su formación superior en escuelas militares norteamericanas. En 1989 Egipto fue el primer país árabe en recibir de Estados Unidos la consideración de Aliado Importante No de la OTAN (MNNA), estatus estratégico que también tenían Israel, Australia, Japón y Corea del Sur.

Para entonces, y Estados Unidos lo apreciaba el que más, la influencia moderadora y conciliadora del Egipto de Mubarak se hacía sentir en todos los escenarios de enfrentamiento regionales. Al comenzar la última década del siglo XX, el país del Nilo era visto desde Washington como un puntal de su estrategia de paz para la región y concretamente para Palestina.

Egipto se sacude del ostracismo árabe
En efecto, la labor exterior del presidente egipcio, en sintonía con una personalidad sobria ajena a declaraciones estridentes y procederes erráticos (lo que podía ser visto como una valiosa virtud desde una capital occidental atribulada por la imprevisibilidad o la belicosidad de otros liderazgos en Oriente Próximo), se encaminó al apaciguamiento de conflictos. Sin embargo, Mubarak no habría resultado creíble como facilitador si antes no hubiera puesto en marcha una campaña diplomática para conseguir el levantamiento de la cuarentena de los mismos países en los que deseaba hacer sentir la vieja autoridad de Egipto, adalid indiscutible del mundo árabe hasta el dramático viraje de Sadat. Esta empresa de reconciliación con las naciones vecinas y hermanas, que tan tremendamente cuesta arriba se presentaba a priori, la realizó Mubarak con éxito total.

Los tanteos iniciales de Mubarak, dirigidos a los regímenes moderados y más susceptibles de asumir, respetándolo aunque no celebrándolo, el derecho de Egipto a hacer la paz con los israelíes por separado, encontraron un eco favorable al socaire de las dos grandes turbulencias que mantenían fracturado el Oriente Próximo de aquellos años: por un lado, la guerra irano-irakí, que alentó el apoyo de los moderados a la república baazista, en tanto que sirios y libios se alinearon con la república shií de Jomeini y los ayatolás; por otro lado, la lucha intestina que desangraba el campo palestino, donde los partidos y facciones radicales apadrinados por el dictador de Damasco, el intrigante e implacable Hafez al-Assad, libraban una lucha a muerte con el sector oficialista de la OLP encarnado por Yasser Arafat.

Fue Arafat quien abrió la primera grieta en el aislamiento egipcio visitando a Mubarak en diciembre de 1983, cuando su segunda expulsión de Líbano. El atribulado líder palestino acudió a El Cairo en busca de apoyo frente a la feroz persecución a que le sometían Siria y la disidencia radical palestina. Pocos meses después, en marzo de 1984, Egipto fue readmitido en la Organización de la Conferencia Islámica (OCI).

El 25 de septiembre de 1984 Mubarak obtuvo su primera victoria diplomática de gran calado al acceder Jordania a restablecer las relaciones bilaterales, anuncio que fue seguido, el 9 de octubre, por una histórica visita al rey Hussein en Ammán. El presidente egipcio, como el monarca hachemí, empezó a recomendar a Arafat que cambiara de estrategia en su lucha de liberación nacional, renunciando a emplear toda forma de violencia contra Israel y apostando exclusivamente por las vías políticas y diplomáticas.

Mientras tomaba forma un entendimiento tripartito egipcio-jordano-palestino, Mubarak, el mismo octubre de 1984, comunicó la retirada de su país de la Federación de Repúblicas Árabes, un proyecto de unión confederal con Siria y Libia que en realidad llevaba muerto hacía más de una década. En marzo de 1985 el presidente, acompañado por Hussein, viajó a Bagdad, donde se encontraron con Saddam Hussein. En abril de 1985 el rais brindó un seguro exilio al sudanés Numeiry, derrocado por una junta militar en Jartum luego de abrazar la fórmula islamista; Mubarak le estaba muy agradecido a Numeiry, quien había sido el único gobernante asistente a los funerales de Sadat y, junto al sultán de Omán, la excepción del boicot árabe.

Las pretensiones de Mubarak se apuntaron un tanto decisivo en noviembre de 1987, cuando la Liga Árabe, reunida en Ammán en su XVI Cumbre para analizar la guerra irano-irakí y la cuestión palestina, accedió a los deseos de El Cairo y dio luz verde a los estados miembros para que reanudaran sus relaciones diplomáticas con Egipto si así lo deseaban.

A estas alturas, los países árabes moderados estaban listos para pasar página al agravio de 1979 porque necesitaban la contribución egipcia en materia de seguridad en el golfo Pérsico, donde Irán era una amenaza constante para la navegación y las instalaciones petroleras, e incluso para la estabilidad de los propios gobiernos. Mubarak, por su parte, ansiaba la contribución financiera de las monarquías del Golfo para reactivar la economía egipcia. Pero también se involucró en los esfuerzos internacionales para dar una salida diplomática a la terrible guerra entre Irak e Irán, que en efecto llegó a su fin con un acuerdo de cese de hostilidades en agosto de 1988.

A partir del 14 de noviembre de 1987 optaron por restablecer las relaciones Marruecos, Kuwait, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Qatar, Yemen del Norte, Mauritania y Arabia Saudí. Túnez lo hizo el 24 de enero de 1988, Yemen del Sur en febrero de 1988, Líbano el 17 de agosto de 1989 y, finalmente, Siria el 27 de diciembre de 1989. En su cumbre de Casablanca de junio de 1989, con Mubarak presente y blanco de todos los focos, la Liga Árabe acogió de nuevo a Egipto en su seno. Quedó así revocada la decisión aplicada por la reunión de ministros de la Liga celebrada en Bagdad en marzo de 1979.

De la cascada de reconciliaciones con Egipto no se marginó Libia, cuyo líder, el coronel Muammar al-Gaddafi, se había llevado la palma en la visceralidad de las invectivas árabes contra Sadat a partir de 1977 (cuando el rais fue asesinado en 1981, el libio no ocultó su júbilo). Mubarak sostuvo sus primeros encuentros con Gaddafi el 16 y el 17 de octubre de 1989, el primer día en la localidad egipcia de Marsa Matruh y el segundo en Tobruk. Se trataba de la primera cumbre entre los dos países desde la celebrada en Bengasi en 1972.

El 24 de marzo de 1990 aconteció en Tobruk un significativo encuentro a tres que rememoró las cumbres Gaddafi-Assad-Sadat de comienzos de los años setenta; en la reunión, sólo Mubarak puso el rostro nuevo. En realidad, Assad y Gaddafi habían asistido con mucha frustración a la rehabilitación gradual de Egipto como actor político principal en el concierto árabe, pero no tuvieron más remedio que aceptar la nueva situación. El 2 de mayo de 1990 Mubarak fue recibido en Damasco con todos los honores por el presidente Assad, en el poder desde 1971 y, como él, un antiguo general en jefe de la fuerza área. En julio siguiente, Mubarak devolvió a Assad el hospedaje en Alejandría, alentando las expectativas del restablecimiento del eje El Cairo-Damasco, tan dinámico en el pasado. En septiembre de 1990, como colofón a este espectacular proceso restaurador, El Cairo volvió a ser la sede de la Liga Árabe. En mayo de 1991 la organización eligió de nuevo a un egipcio, Esmat Abdel Meguid, ministro de Exteriores desde 1984, como su secretario general.

Los dividendos de la guerra del Golfo
La compleción de la normalización de las relaciones de Mubarak con todos sus colegas regionales se produjo, con gran fortuna para él, justo en la víspera del estallido de la gran crisis militar del golfo Pérsico por la invasión irakí de Kuwait, el 2 de agosto de 1990. Fueron momentos de protagonismo para el mandatario egipcio, que presidió en El Cairo una cumbre de emergencia de la Liga Árabe, el 9 y el 10 de agosto, en la cual se decidió enviar de manera inmediata una fuerza panárabe de protección a la Arabia Saudí del rey Fahd. La medida, sin precedentes en la historia de la organización, no contó con la aprobación de varios gobiernos árabes, algunos de los cuales simpatizaban abiertamente con Irak. Los únicos estados miembros dispuestos a llegar a las manos, si era necesario, con Saddam fueron, además de Egipto y las monarquías del Golfo, Siria y Marruecos.

Mubarak aportó el grueso, 35.000 hombres, de los 52.000 soldados de la fuerza árabe tripartita, a la que se sumaron los efectivos movilizados por Arabia Saudí, Qatar, Omán y los Emiratos, y que se integró en la gran operación multinacional, Escudo del Desierto, capitaneada por Estados Unidos y autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU. Luego, en febrero de 1991, las unidades egipcias jugaron un papel muy menor (aunque no meramente simbólico, pues sufrieron nueve bajas de combate) en la campaña terrestre para la liberación de Kuwait, pero la experiencia forjó el nacimiento de una nueva era de relaciones con Siria y Arabia Saudí.

Acabadas las hostilidades en el Golfo, Egipto y sus dos aliados formaron un triángulo vigilante del status quo posbélico en tan estratégica zona. El nuevo sistema de seguridad panárabe quedó oficializado por la Declaración de Damasco, el 5 de marzo, suscrita por Egipto, Siria y el Consejo de Cooperación del Golfo. El 8 de mayo siguiente, sin embargo, El Cairo anunció la retirada de sus tropas de Arabia Saudí.

El presidente George Bush padre premió la valiosa contribución de Egipto a la alianza antiirakí cancelándole la deuda militar contraída con Estados Unidos, de 7.000 millones de dólares. Las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo hicieron sus propias condonaciones. Al final, la decisión de Mubarak de participar en la liberación de Kuwait le permitió ahorrarse a Egipto de manera inmediata 15.000 de sus 49.000 millones de dólares de deuda externa, provecho que compensó las pérdidas ocasionadas por la ruina de la temporada turística, la expulsión de cientos de miles de trabajadores egipcios de Irak y Kuwait, y el descenso también de los ingresos generados por el Canal de Suez.

Por otra parte, en mayo de 1990, con su desplazamiento a Moscú, Mubarak descongeló las relaciones con la URSS, que en la antesala de su colapso estaba haciendo un replanteamiento general de sus relaciones exteriores en consonancia con el final de la Guerra Fría. En esa misma gira, Mubarak recaló en Beijing, su cuarto viaje a una potencia asiática con la que las relaciones eran sumamente cordiales.


4. Las inercias de un régimen pseudodemocrático y especulaciones sucesorias

El régimen encabezado por Mubarak era indiscutiblemente autocrático (dos décadas después del cambio de liderazgo en 1981, y aún bastantes años después, muy raro era el despacho de prensa o el análisis politológico que lo tachaba de dictadura), pero el presidente mostró en todo momento un gran celo por recubrirlo de un barniz legalista: los procedimientos institucionales habían de seguirse al pie de la letra y cualquier acto político debía estar en consonancia con la Constitución de 1980. La legislación de emergencia, que mantenía en suspenso derechos constitucionales, autorizaba la censura informativa y expandía los poderes policiales, brindaba una amplia cobertura a las disposiciones represivas, concentradas sistemáticamente, pero no de manera exclusiva, en el Islam político y militante.

Para legitimarse ante la población, Mubarak y sus lugartenientes, que en su mayoría eran, como él mismo, mariscales y generales de uniforme o sin él, apelaban sobre todo al espíritu patriótico y a las hazañas bélicas de 1973, la única guerra en la que Egipto puso en aprietos a Israel. Los ecos de la Revolución de 1952, equivalentes al nasserismo, fueron desvaneciéndose de los discursos oficiales.

El poder se sustentaba en una burocracia militar amalgamada con unas élites civiles de economistas, juristas, empresarios y tecnócratas. Los rasgos unipersonales del mismo se acentuaron en abril de 1989, cuando Mubarak degradó a Ghazala a la condición de mero asistente presidencial luego de verse envuelto el mariscal en un escándalo de importación ilegal de misiles de Estados Unidos. Tres años antes, en febrero de 1986, Ghazala había demostrado su eficacia en la liquidación por las tropas de una furibunda asonada de 17.000 reclutas policiales amotinados en exigencia de mejores pagas.

Entonces, se dijo que el mariscal había salvado al régimen tras tres días de violencia y destrucción que se saldaron con un centenar de muertos y 1.300 arrestados. En diciembre de ese mismo año, 1986, el Ministerio de Defensa anunció la desarticulación de sendos complots urdidos por comunistas y la Jihad Islámica. La captura de algunos oficiales en la segunda operación antisubversiva constituyó el primer caso conocido de infiltración fundamentalista en las Fuerzas Armadas desde el magnicidio de 1981.

Para suplir a Ghazala en el puesto de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, Mubarak optó por el teniente general Youssef Sabri Abu Taleb, un oficial al que no se le presuponían ambiciones políticas. En mayo de 1991 Taleb fue relevado a su vez por el teniente general Mohammed Hussein Tantawi, en lo sucesivo un colaborador dócil de Mubarak y sin el menor atisbo de pretender su sucesión. En enero de 1990 Mubarak prescindió además del general Zaki Badr, ministro del Interior desde 1986 y bestia negra de los movimientos islamistas, a los que venía persiguiendo con una saña tal que incomodaba a otros dignatarios del régimen. El reemplazo del considerado máximo responsable de la generalización de la práctica de la tortura en los centros de detención egipcios fue Abdel Halim Moussa, partidario de un enfoque más conciliador de la insurgencia integrista.

La rutina de los formalismos electorales
Mubarak imponía el exiguo cauce a un proceso político que, año tras año, no veía cristalizar una verdadera reforma. El 12 de febrero de 1987 un referéndum aprobó la disolución del Majlis y la convocatoria de elecciones anticipadas sobre la base de un nuevo código electoral, aprobado dos meses antes en previsión de una declaración por el Tribunal Supremo Constitucional de la inconstitucionalidad de los comicios de 1984 porque no se había permitido la presentación a los mismos de candidaturas independientes. La nueva normativa permitía que 48 escaños fueran ocupados por independientes elegidos por el sistema mayoritario uninominal .

Las votaciones adelantadas tuvieron lugar el 6 de abril de 1987 y en ellas el PND revalidó su aplastante mayoría absoluta, aunque descendió a los 346 escaños. La Alianza formada por laboristas socialistas, laboristas liberales y, extraoficialmente, los Hermanos Musulmanes obtuvo un resultado relativamente bueno, 60 escaños, de los que 37 fueron ganados por los islamistas, obligados, como en 1984, a concurrir sin presentarse como tales y sin hacer propaganda de su partido. Se produjo así la paradoja de que el grupo opositor con más peso en el Parlamento pertenecía a una fuerza política ilegal. El Neo Wafd retrocedió sensiblemente pero no cayó por debajo del 8%, consiguiendo retener una representación de 35 diputados. Siete independientes ajenos a la Hermandad lograron el escaño.

Oficialmente, justo la mitad del censo acudió a votar, aunque observadores foráneos estimaron que la abstención real superó el 75%. Esto era así porque una parte muy considerable del cuerpo electoral no estaba inscrita en el registro de electores y no contaba para la estadística. El resultado era un Majlis muy poco representativo, tónica que iba a repetirse en las próximas convocatorias. En julio siguiente, el Majlis nominó a Mubarak para su segundo mandato sexenal con la preceptiva mayoría de dos tercios y el 5 de octubre de 1987 la candidatura única fue aprobada en referéndum nacional con el 97,1% de votos favorables y un 88,5% de participación. La Constitución no ponía límites a los mandatos presidenciales, y nada sugería que Mubarak descartara continuar indefinidamente al frente de la institución.

A las terceras elecciones legislativas desde 1981, las del 29 de noviembre y el 6 de diciembre de 1990, se llegó por el mismo atajo escandaloso que había privado de toda legitimidad a la legislatura iniciada en 1984. El 20 de mayo de 1990 el Tribunal Supremo Constitucional declaró no ajustados a la ley los comicios de 1987, obligando a Mubarak a disolver las cámaras y a convocar un referéndum de validación. Las subsiguientes votaciones fueron boicoteadas por las principales fuerzas opositoras, salvo los izquierdistas del Tagammu, al considerar que no se reunían las mínimas condiciones de transparencia y limpieza. En el nuevo Majlis de 454 miembros (444 elegidos directamente y 10 nombrado por el presidente), el PND recibió 348 escaños, a los que debían sumarse 56 de los 83 puestos adjudicados a candidatos concurridos fuera de sus listas con la etiqueta de independientes pero que en realidad eran afiliados suyos. El teatro electoral escenificó otro acto el 4 de octubre de 1993 con el referéndum de confirmación de Mubarak, reelegido por otros seis años con un 96,3% de votos afirmativos.

La resistencia de Mubarak a ensanchar, siquiera mínimamente, los límites al desenvolvimiento de los actores políticos y segmentos más amplios de la sociedad civil quedó especialmente de manifiesto en la Conferencia de Diálogo Nacional de junio y julio de 1994, abierta a los partidos y los colectivos sociales y profesionales, pero que excluyó de entrada a los Hermanos Musulmanes y que concitó el boicot del Neo Wafd. La Conferencia, dominada de principio a fin por los representantes del PND, soslayó la verdadera reforma política y concluyó con recomendaciones al Ejecutivo para que abordara cambios limitados.

En vísperas de la Conferencia, el poder había anunciado la supresión de las elecciones municipales y la asunción por el Ministerio del Interior de la prerrogativa de nombrar directamente a los alcaldes. En estos momentos, Mubarak tenía la coartada perfecta para negarse a liberalizar el régimen: la ofensiva terrorista sin precedentes de la Asamblea Islámica y la Jihad Islámica, que no cejaban en su empeño de derrocar el Gobierno e instaurar el Estado teocrático.

Las legislativas del 29 de noviembre y el 6 de diciembre de 1995 no registraron boicot y los Hermanos Musulmanes, sometidos a la estrecha vigilancia del Gobierno, presentaron 150 candidatos independientes para competir por los 44 escaños reservados al sistema mayoritario uninominal. Eso, pese a que la campaña estuvo trufada de desafueros sufridos por los partidos de la oposición, como la condena a penas de prisión por tribunales militares a varias decenas de militantes y dirigentes, el allanamiento y clausura de sedes y el hostigamiento sistemático de mítines. A la hora de votar, proliferaron las denuncias de intimidaciones y falsificaciones descaradas en muchos colegios, como el llenado de urnas con papeletas del PND y el robo o destrucción de otras con los colores de la oposición. Las violencias dejaron una cincuentena de muertos.

Al final, el PND vio disminuida su representación directa a los 318 diputados, pero al constituirse el Majlis, 99 de los 112 diputados electos como independientes se pasaron en bloque al grupo parlamentario oficialista. En las laminadas filas opositoras, los mejor parados fueron el Neo Wafd y el Tagammu, con 11 escaños entre los dos. Que las denuncias de los abusos tradicionales del régimen fueran especialmente airadas esta vez no hizo mella en la imperturbabilidad de Mubarak, refrendado ritualmente en la Presidencia por cuarta vez consecutiva el 26 de septiembre de 1999 con el 93,8% de los votos. Hecho significativo de los límites de la contestación legal, la postulación del rais fue apoyada por los principales partidos de la oposición legal con la excepción de los nasseristas. El 4 de octubre, en su discurso de investidura ante el Majlis, Mubarak anunció el cese del primer ministro Kamal al-Ganzouri, en el cargo desde 1996, y el nombramiento de Atef Ebeid, antiguo ministro de Desarrollo y de Planificación.

Tras la reelección de 1999, arreciaron las demandas desde los sectores políticos y sociales más reivindicativos para que el poder aflojara su dogal y emprendiera reformas políticas de calado. En particular, se exigía la abolición de la legislación de emergencia, el levantamiento de las restricciones a la formación de partidos y sindicatos, una mayor libertad de prensa y garantías judiciales de la libertad y la limpieza de las elecciones.

Como en ocasiones anteriores, fue el Tribunal Supremo Constitucional, abundando en su desconcertante proceder dentro del sistema autoritario del que era parte, la institución receptiva a las reclamaciones de juego limpio electoral. El 8 de julio de 2000, en un rapapolvo al poder político que no se sabía cuanto tenía de ejercicio de independencia y cuánto de pactado con la Presidencia para ofrecer una imagen de separación efectiva de poderes, el Tribunal dictaminó que el Majlis era inválido porque los comicios de 1995 no habían respetado el requisito constitucional de que los órganos de justicia fueran los únicos responsables de supervisar el proceso electoral. A toda prisa, el Majlis aprobó dos enmiendas al código electoral para asegurar la constitucionalidad de las siguientes votaciones.

La fijación por ley de la monitorización por los jueces de todos los colegios electorales despertó en la oposición fundadas esperanzas de que los comicios, esta vez sí, serían transparentes. Sin embargo, la decepción no tardó en llegar porque el Ministerio del Interior se arrogó el nombramiento de dichos magistrados y porque el fiscal general del Estado tomó para sí la presidencia del Comité Electoral Nacional. Celebradas en tres fases el 18 de octubre, el 29 de octubre y el 8 de noviembre, las legislativas de 2000 no depararon ninguna novedad democrática en cuanto al reparto de fuerzas: el partido gobernante ascendió a los 353 diputados, cuota que engordó al colocarse bajo sus órdenes 35 de los 72 independientes. 17 de estos últimos eran Hermanos Musulmanes.

El ascenso de Gamal Mubarak
A estas alturas de la presidencia de Mubarak, el sistema político egipcio se presentaba como uno de los menos evolucionados de entre los estados árabes, ya fueran repúblicas o monarquías, que toleraban un pluripartidismo más o menos representativo de la oposición. Así, el pluralismo parlamentario era superior en Líbano o Marruecos, mientras que Argelia y, en menor medida, Yemen, Mauritania y Túnez, al menos permitían más de una candidatura, en ocasiones no meramente testimonial, en las elecciones presidenciales.

Al producirse el cambio de siglo, sin embargo, la flagrante ausencia de alternativas electorales a Mubarak daba bastante menos que hablar que la incierta sucesión del rais dentro del régimen, la cual, nadie lo dudaba, no iban a decidirla las urnas, sino el presidente y, a lo sumo, un grupo muy selecto de colaboradores. Aunque al antiguo comandante en jefe de la Fuerza Aérea se le conocían pocos problemas de salud y su robusto aspecto físico, acentuado por un tinte capilar inmutablemente negro, no hacía justicia a su condición de septuagenario, Mubarak no podía eludir las elucubraciones sobre su sucesor, más a falta de un vicepresidente, delfín oficioso o cualquier otro notable que presentara el perfil de candidato al uso.

Al comenzar la tercera década de la presidencia de Mubarak, el Ejecutivo egipcio aparecía dominado por tecnócratas grises muy poco conocidos por el público. El generalato seguía involucrado en las tareas de gobierno, pero bajo el mando del mariscal Tantawi, oficial nada sospechoso de simpatizar con el aperturismo, las Fuerzas Armadas se amoldaron mejor al patrón profesional de no inmiscuirse en la política diaria, sin menoscabo de un papel vigilante y garante de la estabilidad del régimen por todos reconocido. Los sucesivos primeros ministros, seis entre 1982 y 1999, no contaban más que como hombres de servicio, encargados de despachar las directrices presidenciales, gestionar la economía y negociar con los donantes de fondos. De todos ellos, el más descollante fue el general Kamal Hassan Ali, antiguo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa con Sadat, el cual fungió de primer ministro entre 1984 y 1985 y luego dirigió la Inteligencia General hasta 1989.

Dado este vacío de liderazgo visible en torno a Mubarak, sólo matizado por una muy hipotética postulación del mariscal Tantawi (nacido en 1935, era siete años más joven que Mubarak), quien al parecer gustaba mucho en Washington, resultó inevitable la inclusión en las quinielas sucesorias de los dos hijos del rais, el primogénito, Alaa, dedicado a los negocios privados, y su hermano menor, Gamal, ejecutivo bancario, inversionista y consultor financiero igualmente próspero, con buenos contactos en los medios de negocios de Estados Unidos. El nombre de Gamal empezó a barajarse en serio a partir de febrero de 2000, cuando su padre dispuso su ingreso en el Secretariado del PND.

En julio siguiente, la sucesión directa en Siria del fallecido Hafez al-Assad por su hijo, Bashar al-Assad, instituyendo la primera dinastía republicana del mundo árabe, estimuló las especulaciones sobre una herencia similar en el Egipto de los Mubarak. Además, el Irak de Saddam Hussein hacía años que se movía en esa dirección, mientras que en la vecina Libia, en estos mismos momentos, se registraba el rápido ascenso del hijo de Gaddafi, Saif al-Islam, al primer plano de la actualidad. En septiembre de 2002, en el VIII Congreso del PND, Gamal fue puesto al frente del nuevo Comité Político, en lo sucesivo el órgano más influyente del partido, por delante del Buró Político, al poder decidir la titularidad de varios ministerios del Gobierno. Los medios afines comenzaron a retratar al vástago del jefe del Estado como un reformista que aspiraba a modernizar Egipto y traía ínfulas liberales.

En noviembre de 2003, la interrupción por un Mubarak indispuesto de un discurso ante el pleno del Majlis seguida de su incomparecencia, por primera vez desde 1981, en la entrega de los premios de un certamen de recitación coránica con mucha solera, desataron los rumores sobre un deterioro del estado de salud del rais, aquejado aquellos días de una gripe acompañada de hipotensión. Gamal fue el encargado de comunicar que el presidente sólo tenía una afección leve y que desempeñaba sus funciones con normalidad.

En los años siguientes, tanto el hijo como el padre desmintieron de manera reiterada que hubiera planes sucesorios en familia y subrayaron que la república egipcia no se heredaba al estilo de una monarquía. Gamal en particular negó expresamente que ambicionara la Presidencia, aunque matizó que él no podía evitar que otros, llegado el caso, le nominaran para el puesto. En realidad, el hijo menor de Mubarak aún debía ganarse el afecto de la calle y además tenía en su contra la frialdad del Ejército, que no apreciaba su nulo bagaje militar. Por otro lado, comenzó a adquirir relieve la figura del teniente general Omar Suleiman, el director desde 1993 de la omnipresente Inteligencia General, por cuyas manos pasaba todo lo relacionado con la seguridad interna, el espionaje y el contraterrorismo, así como, con una implicación más personal, los aspectos más sensibles de la asociación estratégica con Estados Unidos y las relaciones diplomáticas con Israel.

En septiembre de 2004, tres meses después de ser su padre intervenido quirúrgicamente en la espalda por una hernia discal en un hospital de Munich y dos mes después de dimitir en pleno el Gobierno encabezado por el septuagenario Atef Ebeid, a quien sucedió el ex ministro de Comunicaciones Ahmed Nazif a guisa de recambio generacional (y varios de cuyos ministros fueron escogidos por el Comité Político del PND), Gamal fue la estrella de la convención anual de su partido.

En este cónclave, con el asentimiento complacido de su padre allí presente, Gamal explicó en qué consistían el "nuevo pensamiento" y las "reformas prioritarias" a que se refería el eslogan de la asamblea partidaria; en síntesis, que adquirían prevalencia las "reformas económicas radicales" para elevar el nivel de vida de la población sobre cualquier reforma política, ya fuera la abolición de las leyes de emergencia (necesarias, según el responsable del Comité Político, para "combatir el terrorismo") o una enmienda constitucional para introducir la elección presidencial directa. En diciembre, un millar de personas se manifestó en El Cairo en contra tanto de la quinta postulación de Mubarak el año siguiente como de su sucesión algún día por Gamal, cuya "cualificación" para la Presidencia fue mencionada por el primer ministro Nazif en enero de 2005.

La elección presidencial de candidatura múltiple en 2005: ¿un plebiscito encubierto?
Las protestas callejeras, de pequeña magnitud pero estridentes, se repitieron en las siguientes semanas al grito de kefaya (basta), proferido a la vez por conservadores, liberales, islamistas, nasseristas y comunistas. Representantes de todos estos colectivos, junto con activistas de Derechos Humanos y otros ciudadanos sin filiación partidaria, pusieron en marcha el Movimiento Egipcio por el Cambio, el cual, con una claridad nunca vista antes, cargó las tintas en la deslegitimación de los Mubarak como detentadores del poder. Al presidente se le llamaba abiertamente, de viva voz o en pancartas, "dictador", agravio que las fuerzas de seguridad intentaban no dejar impune.

Pese a lo pregonado en el congreso del PND, Mubarak hubo de plegarse a una reforma política, la mayor de toda su presidencia, por las presiones de Estados Unidos, donde George Bush hijo, tras derrocar manu militari a Saddam Hussein en Irak, vislumbraba un "Gran Oriente Medio" transformado democráticamente. Egipto, corazón geográfico, líder cultural y gigante demográfico del mundo árabe, era el pivote esencial de la nueva estrategia de la Casa Blanca para la región, donde los cambios políticos debían ayudar a asentar "la paz y la estabilidad". El rais rechazó categóricamente un escenario de acatamiento de los sermones extranjeros sobre democracia y dio a entender que simplemente era sensible a lo que le pedían sus gobernados.

El 26 de febrero de 2005, por sorpresa, Mubarak anunció en un discurso televisado la encomienda al Parlamento de la reforma del artículo 76 de la Constitución para, por primera vez en la historia de Egipto, permitir a los ciudadanos elegir directamente al jefe del Estado entre varias candidaturas. "He tomado esta iniciativa para abrir una nueva era de reformas (…), para dar a los partidos políticos la oportunidad de tomar parte en las elecciones presidenciales y para permitir que más de un candidato pueda ser elegido libremente por el pueblo", explicó Mubarak, que definió dicho "cambio fundamental" como el "producto de la estabilidad política."

Figuras de la oposición dieron la bienvenida a la elección presidencial directa, pero reclamaron pasos adicionales, como el levantamiento del estado de emergencia, el respeto de los Derechos Humanos, la reducción de los poderes del jefe del Estado y la limitación de sus mandatos a dos, así como el recorte de la duración de los mismos, de los seis a los cuatro años. Obedientes, las dos cámaras del Parlamento dieron luz verde a la nueva modalidad electoral, a estrenar en el año en curso. En marzo, Gamal Mubarak terció para aclarar que él no sería candidato por el PND.

Los peores temores de la oposición quedaron confirmados al comprobar que las próximas elecciones presidenciales a dos vueltas iban a ser cualquier cosa menos equitativas y competitivas. Quedaron vetados para presentar candidatos los Hermanos Musulmanes, en tanto que no legales, y cualquier partido con menos de cinco años de antigüedad y por debajo del 5% de representación en las dos cámaras del Parlamento. Las candidaturas independientes debían contar con el aval de al menos 65 diputados del Majlis, 25 miembros del Consejo de la Shura y 10 miembros de cada uno de los consejos municipales de por lo menos 14 gobernaciones; 250 respaldos, entre unos y otros, eran el mínimo exigido para poder inscribirse fuera de un partido. Se trataba de otra fuerte cortapisa incluida en la enmienda constitucional pensando en la Hermandad. Y la Comisión Electoral Presidencial bajo estricto control judicial resultó ser un cuerpo híbrido de 10 miembros, la mitad jueces y la otra mitad "personalidades públicas" escogidas por el Parlamento. A mayor abundamiento, la Comisión prohibió a cualquier observador independiente o extranjero monitorizar la elección.

La movilización de la maquinaria del poder para apuntalar la segura candidatura de Mubarak con todos los mecanismos habituales de las elecciones legislativas en perjuicio de los adversarios (barreras normativas, ninguneo mediático, intimidación), incluyendo esta vez triquiñuelas legales para echar de la partida al contrincante de la oposición más prominente, el abogado Ayman Nour, del nuevo Partido del Mañana (Ghad, liberal) y recién salido de prisión, empujó al movimiento Kefaya, que estaba ganando miles de adhesiones, a solicitar el boicot al referéndum convocado por el régimen para ratificar la reforma constitucional. La Policía salió a dispersar las manifestaciones del Kefaya con gran violencia y practicó cientos de detenciones. La represión se cebó, como de costumbre, en los Hermanos Musulmanes. El 25 de mayo, el 53,5% del censo, según el Gobierno, votó en el referéndum y el 82,9% lo hizo en sentido favorable. Luego, el Kefaya quedó fracturado de manera irreversible porque algunos de sus miembros aceptaron participar en las elecciones, sometiéndose a las reglas del juego dictadas por el oficialismo

El 28 de julio, tal como se esperaba, Mubarak comunicó su candidatura reeleccionista. En la breve campaña electoral, desarrollada por su parte con el mínimo esfuerzo, el presidente prometió subidas salariales, empleos para los jóvenes, un ambicioso plan de inversiones públicas y el seguro médico universal, y dejó abierta la puerta al final del período de emergencia. Con Mubarak fueron autorizados a medirse nueve rivales. Otros 20 aspirantes no pasaron la criba de la Comisión Electoral; entre ellos estaba Talaat Sadat, sobrino del anterior presidente. Los Hermanos Musulmanes no respaldaron a ningún candidato, pero instaron a la población a acudir a votar, a cualquiera menos Mubarak.

Las elecciones del 7 de septiembre de 2005 discurrieron entre las quejas de irregularidades y coacciones violentas por parte de los partidos opositores y las ONG, estas autorizadas a última hora a realizar un seguimiento, bien que muy limitado, del desarrollo de la jornada en los colegios junto con los jueces asignados a los mismos. Dos días después fueron facilitados los resultados oficiales, que daban a Mubarak como ganador con el 88,6% de los sufragios. Ayman Nour quedó segundo con el 7,3% y Numan Gomaa, del Neo Wafd, tercero con el 2,8%. La participación reconocida por el régimen fue bajísima, del 22,9%, dato que deslució el elevado dígito cosechado por Mubarak.

Nour denunció de inmediato un cúmulo de violaciones de la normativa electoral y, en vano, exigió la repetición de las elecciones. En diciembre siguiente, el opositor iba a ser hallado culpable de falsificar firmas necesarias para la inscripción de su partido y condenado a cinco años de prisión con trabajos forzados. El movimiento Kefaya arguyó que, a la luz de los resultados, las elecciones presidenciales directas no se diferenciaban gran cosa de los anteriores referendos de aclamación, y llamaron a nuevas manifestaciones de protesta, si bien el eco de su rebeldía empezó a disiparse. Mubarak recibió las felicitaciones del presidente Bush y él mismo se congratuló porque la "verdadera victoria" fuera, no la suya en las urnas, sino de "la democracia y el pluralismo", al tiempo que enfatizaba el carácter "irrevocable" de la senda reformista. El 27 de septiembre prestó juramento de su quinto mandato, que expiraba en 2011; entonces, tendría 83 años.

El siguiente e inmediato test de la voluntad democratizadora del presidente fueron las elecciones legislativas celebradas por fases en diferentes gobernaciones (para que los jueces del país dieran abasto en su misión supervisora de todos los colegios electorales) el 9 de noviembre, el 20 de noviembre y el 1 de diciembre, con segundas vueltas el 15 de noviembre, el 26 de noviembre y el 7 de diciembre.

Aunque las votaciones comenzaron con abundantes denuncias de fraude —y terminaron con violentos choques entre policías y miembros de la principal fuerza islamista, con un balance de una decena de muertos—, los resultados dibujaron el Majlis menos desequilibrado desde los comicios de 1987: el PND retrocedió a los 311 escaños, conservando por poco la crucial mayoría de dos tercios, y los Hermanos Musulmanes, en el mejor rendimiento de su historia, se posicionaron como la segunda fuerza parlamentaria con 88 puestos, idos a otros tantos candidatos presentados como independientes. El PND hizo una lectura positiva de las elecciones, que enmarcó en el "maravilloso despertar" que experimentaba Egipto. Pero con la reciente reforma constitucional en la mano, resultaba que ningún partido reunía las condiciones para poder presentarse a las presidenciales de 2011.

En diciembre de 2006, en su lectura de la agenda legislativa para 2007, Mubarak anunció la reforma de 34 artículos de la Constitución para "consagrar la soberanía del pueblo como fuente de poder y dar al Parlamento más autoridad para controlar al Gobierno". Más aún, el estado de emergencia sería abolido tan pronto como entrara en vigor una nueva legislación antiterrorista. "El paso histórico de hoy abre la puerta de par en par a la democracia y su práctica", sentenció el rais.

La reforma constitucional, emanada directamente del Palacio de Heliópolis y la segunda en dos años, fue aprobada por el Parlamento y sometida a referéndum nacional en un tiempo récord (sólo seis días pasaron entre uno y otro trámite), sin un verdadero debate político y con el rechazo frontal de la oposición porque, entre otros puntos de improbable naturaleza democrática, establecía la prohibición de los partidos de base religiosa y eliminaba de un plumazo la supervisión judicial de las elecciones.

En cuanto al polémico artículo 76, sobre las condiciones para aspirar a la Presidencia, la reforma bajaba el listón representativo de los partidos del 5% al 3%, o bien la tenencia de un único escaño, en el Parlamento, y siempre que sus candidatos formaran parte de sus cúpulas dirigentes, aunque dejaba intactas las severas exigencias a los independientes. Por si fuera poco, el nuevo marco legal antiterrorista no iba a reemplazar, sino a solaparse, con las cláu