Helmut Kohl

El fallecimiento en junio de 2017, a los 87 años, de Helmut Kohl no solo devolvió al recuerdo, en muchos que lo habían olvidado, al canciller de la reunificación de Alemania. También, suscitó la comparación en retrospectiva entre la UE del presente, lastrada por la parálisis política, el déficit de liderazgo, la pérdida de credibilidad ante los ciudadanos e incluso los retrocesos en terrenos ya andados, y la que el histórico gobernante germano, tan potente de físico como fornido en empuje y audaz en visión, contribuyó decisivamente a crear hace ahora un cuarto de siglo.

Presidente de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) desde 1973 y jefe del Gobierno Federal desde 1982, cuando desbancó al socialdemócrata Helmut Schmidt con la ayuda de los liberales del FDP, en adelante socios de cinco gobiernos de coalición delimitados por cuatro victoriosas elecciones al Bundestag (en 1983, 1987, 1990 y 1994), Kohl estableció con el presidente socialista francés François Mitterrand una estrecha colaboración binacional que repuso a pleno rendimiento el eje franco-alemán fundado por sus predecesores, Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. Este impulso formidable produjo los grandes hitos de la construcción europea en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX: el Acuerdo de Schengen, el Acta Única Europea, el Mercado Interior Único y el Tratado de Maastricht. Este último, en 1993, vino a profundizar la Comunidad Europea como el pilar supranacional de una Unión Europea más amplia, dotada de una Unión Económica y Monetaria (que para Berlín suponía renunciar al marco) y reforzada con elementos de cooperación intergubernamental como la Política Exterior y de Seguridad Común.

Este acelerón en la integración europea lo imprimió Kohl en paralelo a un compromiso indeclinable con las relaciones transatlánticas, que fiaba al paraguas estratégico de Estados Unidos y la OTAN la defensa nacional (una apuesta bien patente en los euromisiles instalados en 1983). Y, luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, junto al proceso, diseñado por él como un plan particular consultado únicamente con Moscú y Washington, de la absorción por la vía rápida de la RDA por la RFA. La desaparición de la Alemania del Este en octubre de 1990 plantó uno de los últimos jalones del desmantelamiento de la Guerra Fría, del que Kohl fue coartífice junto con el soviético Mijaíl Gorbachov y el estadounidense George Bush.

Para el canciller, la unificación nacional, vista con aprensión por muchos fuera de Alemania, y la unidad europea no eran sino "dos caras de la misma moneda"; la primera respondía a un deseo popular de los alemanes 45 años después de la destrucción del imperio nazi en la Segunda Guerra Mundial, mientras que la segunda debía contemplarse como un proyecto solidario y como una salvaguardia de paz y estabilidad en el viejo continente. "No quiero una Europa alemana, sino una Alemania europea", solía decir, parafraseando a su paisano Thomas Mann, quien luego, ya jubilado, reconoció haber actuado "como un dictador" para hacer del euro el emblema de la UE.

La superación de las últimas secuelas de la derrota bélica de 1945 alumbró una Alemania unida dentro la OTAN y sin limitaciones jurídicas al pleno ejercicio de su soberanía nacional. Para reducir la brecha entre la potencia económica y el enano político que la RFA siempre había sido desde su creación por las potencias occidentales en 1949, Kohl inauguró una política exterior más proactiva que incluyó la participación en operaciones militares de la ONU y la OTAN, y envites diplomáticos de calado como los reconocimientos, no exentos de controversia, de las independencias de las repúblicas yugoslavas de Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina en 1992.

En casa, el líder democristiano enfrentó los problemas del coste material, mayor de lo esperado, de la asimilación de los länder del Este, una recesión económica, una deuda pública elevada que, irónicamente, complicó la convergencia financiera para la adopción del euro en 1999, el estallido de brotes de violencia xenófoba y las trifulcas en la coalición gobernante de democristianos, socialcristianos bávaros y liberales. El desgaste natural que conlleva todo ejercicio del poder y el deseo de cambio de un electorado hastiado del conservadurismo de la CDU condujeron a la derrota electoral en 1998 a manos del SPD de Gerhard Schröder.

Kohl, que no había sabido retirarse a tiempo, vivió el cambio de ciclo de la democracia parlamentaria como un trauma personal. Su adiós a la política estuvo marcado por episodios amargos y polémicos, que dañaron su reputación: el descomunal escándalo de las donaciones ilegales a la CDU, las cuales reconoció haber orquestado, que le costó ser despojado por sus conmilitones de la presidencia honorífica del partido; el suicidio de su esposa Hannelore en tristísimas circunstancias; su posterior boda con su asistenta 34 años más joven, Maike Richter; y las críticas vertidas por sus dos hijos varones, que le retrataron como un mal padre y un mal esposo. En sus últimos años, Kohl, con la salud física quebrantada, dirigió vitriólicos comentarios a su antigua protegida y sucesora en el mando de la CDU y la Cancillería Federal, Angela Merkel. Antes de morir, el galardonado con el Premio Carlomagno, que aunaba en su personalidad los rasgos del patriarca autoritario y el sentimental de lágrima fácil, mereció varios gestos de rehabilitación y reconocimiento.

1. Del liderazgo de la CDU a la Cancillería Federal
2. Los años ochenta: entre los euromisiles y la integración europea
3. Artífice de la reunificación de Alemania en sintonía con Gorbachov
4. La resaca de la absorción de la RDA y nuevas incertidumbres
5. Definidor de la nueva política exterior alemana; los envites en la ex Yugoslavia
6. Dificultades para entrar en la moneda común europea
7. Desgaste final y derrota en las urnas ante los socialdemócratas de Schröder
8. Una jubilación tumultuosa: el escándalo de la financiación ilegal de la CDU, avatares familiares, tributos internacionales y críticas a Merkel
9. Fallecimiento y elenco de reconocimientos


1. Del liderazgo de la CDU a la Cancillería Federal

Hijo de un funcionario de finanzas profundamente católico sin ningún vínculo con el nazismo, como niño vivió el drama de la Segunda Guerra Mundial y los estertores del III Reich. Su hermano mayor, Walter, murió en el frente en otoño de 1944 y él, junto con otros niños de su edad, fue evacuado a un campamento de instrucción en Austria. La rendición alemana en mayo de 1945 le salvó por poco de ser movilizado en la Wehrmacht (en las últimas semana de la guerra los muchachos de 16 años fueron llamados a filas) y desde Austria regresó a pie a su Ludwigshafen natal, que halló ocupada por las tropas norteamericanas. En 1950 terminó el bachillerato e inició estudios de Derecho, Historia, Sociología y Ciencias Políticas en la Universidad de Frankfurt y, desde 1954, en la Universidad de Heidelberg. En 1958 obtuvo el doctorado en Historia y al año siguiente entró como director de sección en la Asociación de la Industria Química de Ludwigshafen, labor que desarrolló hasta 1969.

Militante de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) desde los 17 años, es decir, desde poco después de la fundación por Konrad Adenauer de la formación conservadora, en 1953 fue elegido miembro de la Junta Directiva de la asociación regional de la CDU en la región de Palatinado, puesto que desempeñó en las dos décadas siguientes pese a los cometidos más elevados que fue adquiriendo, y un año más tarde vicepresidente de la Joven Unión democristiana de Renania-Palatinado, labor que realizó hasta 1961. En este land o estado federado Kohl hizo toda su carrera política antes de alcanzar posiciones de responsabilidad federal en Bonn.

Así, sirvió sucesivamente como miembro de la Ejecutiva estatal de la CDU (1955-1966), diputado en el Landtag o Asamblea Estatal (1959-1967), presidente de la fracción de la CDU en el Ayuntamiento de Ludwigshafen (1960-1967), vicepresidente (1961-1963) y presidente (1963-1969) de la fracción de la CDU en el Landtag, vicepresidente del partido en el Palatinado (1962), presidente del mismo en todo el estado (1966-1973) y, finalmente, ministro-presidente del land de Renania-Palatinado entre 1969 y 1976. Miembro del Comité Ejecutivo o Presidium de la CDU desde 1964, todavía bajo el liderazgo de Adenauer, y vicepresidente del mismo desde 1969, en tiempos de la jefatura partidaria de Kurt Georg Kiesinger, el 12 de junio de 1973 salió elegido presidente del partido en sustitución de Rainer Barzel, quien solo llevaba dos años en el puesto, por 520 votos sobre 600.

Apelado el Gigante de Maguncia por su envergadura corporal (1,90 metros de estatura y una constitución maciza que le hacían sobresalir en las fotos de grupo) y diana de mordaces comentarios por su oratoria tosca y sus maneras "provincianas", carentes de sofisticación, Kohl asumió la misión de sacar a la CDU de la oposición, donde estaba confinada desde 1969 en virtud de la coalición de Gobierno entre los socialdemócratas (SPD) de Willy Brandt y los liberales (FDP) de Walter Scheel. Además, tras conquistar la primera posición en los seis primeros comicios nacionales celebrados en la República Federal de Alemania desde 1949, la CDU era en esta legislatura el segundo partido del Bundestag; el predecesor de Kohl derrotado por Brandt en las elecciones de noviembre de 1972, Barzel, había pasado a los anales como el primer líder de los democristianos al que se le había escapado la jefatura del Gobierno, tras los 20 años de cancilleratos seguidos de Adeanuer, Ludwig Erhard y Kiesinger.

Kohl aportaba una visión más pragmática y liberal a una CDU necesitada de remozar sus esquemas de política exterior, todavía presididos por el anticomunismo, en un momento en que la Ostpolitik de Willy Brandt estaba obteniendo espectaculares éxitos diplomáticos en la Europa del Este (el Tratado Básico con la República Democrática Alemana, el Tratado de Moscú con la URSS y el Tratado de Varsovia con Polonia, los tres en aras del modus vivendi pacífico, el reconocimiento mutuo, la amistad, la cooperación y la reconciliación), pilares de la distensión Este-Oeste en el contexto de la Guerra Fría y que habían hecho merecedor al canciller socialdemócrata del Premio Nobel de la Paz de 1971. Su enfoque posibilista de los tratos de la RFA con los países del otro lado del Telón de Acero le granjeó a Kohl un enfrentamiento con el muy derechista Franz-Josef Strauss, el líder de la Unión Social Cristiana (CSU), el partido bávaro hermano de la CDU.

En el debate interno, Kohl consiguió imponerse a Strauss y ganó la nominación para la Cancillería Federal de cara a las elecciones del 3 de octubre de 1976. Aunque la CDU/CSU ascendió al 48,6% de los votos, casi cuatro puntos más que en 1972, y recuperó la condición de primera fuerza del Bundestag, la coalición de socialdemócratas y liberales mandada por el canciller Helmut Schmidt, sucesor del dimitido Brandt en 1974, retuvo la mayoría absoluta. Kohl, no obstante, se hizo con el escaño de diputado y la jefatura del grupo parlamentario democristiano, afianzando así su presidencia orgánica en la CDU. En los comicios del 5 de octubre de 1980, celebrados al cabo de otra legislatura en la oposición, el cabeza de lista fue Strauss, dirigente susceptible de provocar más rechazo que Kohl en los electores moderados, y como resultado la CDU/CSU perdió un 4,1% de votos y 17 escaños.

La posición del canciller Schmidt parecía sólida, pero el 27 de septiembre de 1982 Kohl llegó a un acuerdo con Hans-Dietrich Genscher, el líder del FDP, quien 10 días antes había dejado al SPD en minoría con su abandono del Gobierno, para votar conjuntamente en una moción de censura constructiva, es decir, incluyendo la propuesta de un candidato a canciller alternativo, y formar un Gabinete de coalición. La sesión del Bundestag se desarrolló sin sorpresas el 1 de octubre Kohl fue investido canciller con 256 votos, siete más de los necesarios. El día 4 Kohl presentó su Gabinete, en el que Genscher volvía a ser vicecanciller y ministro de Exteriores, las mismas posiciones desempeñadas por el jefe liberal con los socialdemócratas desde 1974.


2. Los años ochenta: entre los euromisiles y la integración europea

Dos fueron las áreas que absorbieron el quehacer internacional de Kohl en sus primeros ocho años como canciller de la RFA: por un lado, la construcción europea en sus vertientes económica y política, que gracias a su estímulo experimentó un acelerón histórico; por otra parte, las cuestiones de seguridad y defensa, siempre vitales para un Estado cuya creación en 1949 había simbolizado la división del continente en dos bloques antagónicos y que, pese al final (por el Tratado General de 1952 y los Acuerdos de París de 1954, vigentes desde 1955) del régimen de ocupación de la posguerra y a la triple pertenencia a la UEO, la OTAN y las Comunidades Europeas, seguía sin disfrutar de la soberanía nacional propia de un país normal. En otras palabras, las consecuencias de la derrota en la Segunda Guerra Mundial continuaban pesando sobre Alemania por los imperativos de la dialéctica de los bloques de la Guerra Fría.

En el primer terreno, la excepcional relación de estadistas, llevada a la amistad personal, que el democristiano Kohl entabló con el presidente socialista francés François Mitterrand (en cuyo funeral en París, en 1996, el canciller iba a llorar a lágrima viva) dinamizó decisivamente a una Comunidad Económica Europea (CEE) bastante decaída desde la crisis económica de finales de los años setenta. A este dúo, digno continuador del eje franco-alemán inaugurado por Adenauer y de Gaulle dos décadas atrás y en sintonía con el impulso integrador conferido por el presidente de la Comisión Europea, el francés Jacques Delors, se debió el desarrollo de nuevas políticas comunitarias, el fortalecimiento de los fondos estructurales, la consolidación del Sistema Monetario Europeo (SME) como preámbulo de una futura moneda única y los progresos en la eliminación de controles fronterizos entre los estados miembros para que pudiera hablarse de un auténtico Mercado Común Europeo. Además, Kohl en particular fue el gran abogado de la firma en 1985 de los Tratados de Adhesión de España y Portugal a las Comunidades Europeas.

Los grandes hitos de la construcción europea en la primera mitad del cancillerato de Kohl fueron la adopción en 1986 del Acta Única Europea, primera revisión en profundidad del Tratado fundacional de Roma de 1957 y que sentó las bases para el establecimiento en 1993 de un Mercado Interior Único con vigencia de las cuatro libertades (los libres movimientos de bienes, servicios, capitales y personas), seguida del arranque en 1990 de los trabajos intergubernamentales que en 1991, con Alemania ya reunificada, iban a desembocar en el primer Tratado de la Unión Europea (TUE), el de Maastricht, texto medular que profundizaba la CEE, en adelante llamada solo Comunidad Europea (CE), con la formación por etapas de una Unión Económica y Monetaria (UEM) e incorporaba al proyecto europeo dos pilares no comunitarios encuadrados en la Unión Política, el de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y el de la Cooperación Policial y Judicial en Materia Penal. Bonn abonaba la tesis de que el nacimiento de la UE era la mejor garantía de paz y estabilidad en el viejo continente. Kohl llevó dos veces la presidencia semestral de turno del Consejo de las Comunidades Europeas en esta época, en las primeras mitades de 1983 y 1988.

En cuanto a la seguridad y la defensa enmarcadas en las relaciones transatlánticas, Kohl prosiguió los planes iniciados por Schmidt, en asunción de la célebre doble decisión adoptada por la OTAN en diciembre de 1979 en plena crisis de la distensión con el bloque soviético predominante en los años anteriores, para la instalación en territorio alemán de un centenar de misiles nucleares de alcance intermedio del tipo Pershing II, los popularmente llamados euromisiles, con el objeto de contrarrestar los misiles SS-20 soviéticos desplegados en Europa Oriental. La operación fue aprobada por el Bundestag el 22 de noviembre de 1983 y días después los primeros componentes de estos ingenios balísticos con cabeza nuclear construidos por Estados Unidos y con un alcance operacional de 1.770 km arribaron a suelo germano. En los meses siguientes quedaron operativas las rampas de Pershing II en las bases de Schwäbisch-Gmünd, Waldheide-Neckarsulm (ambas en Baden-Württemberg) y Neu Ulm (Baviera), a las que se sumó la dotación de Misiles de Crucero Lanzados desde Tierra (GLCM, con un alcance superior) en la facilidad de Wüschheim (Renania-Palatinado).

Con todo, Kohl no las tenía todas consigo, pues este aparatoso despliegue de armamento estratégico en la primera línea del frente de un potencial conflicto bélico con el Pacto de Varsovia podía arruinar la distensión conseguida por la RFA a título particular con la RDA y la URSS. La cuestión era muy delicada y encerraba poderosos pros y contras. Cuando en 1987, en el contexto de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov, Moscú y Washington decidieron eliminar de sus arsenales esta categoría de armas nucleares, reduciendo así el riesgo de que Alemania fuera el suelo principal de una aniquiladora guerra nuclear, el canciller dio rienda suelta a su desasosiego precisamente a causa de la situación creada, el desguarnecimiento del territorio nacional, pues hasta entonces Alemania había compensado la inferioridad de la OTAN en armamento convencional con el paraguas de protección estratégica que brindaban los misiles balísticos de medio alcance.

Sin embargo, la confianza en las buenas intenciones de Gorbachov ganó terreno y entre 1988 y 1989 Kohl se opuso abiertamente a la renovación de los misiles nucleares tácticos Lance de corto alcance, puesta sobre la mesa por la Administración Reagan, que estimaba inapropiada ante la avalancha de propuestas de desarme planteadas por el líder soviético.

Objeto en todo momento de fuertes protestas y presiones (del poderoso movimiento pacifista por la instalación de los euromisiles, de los sindicatos obreros por las medidas de austeridad económica), Kohl ganó para la CDU/CSU las elecciones del 6 de marzo de 1983, con una ganancia de 18 escaños, y las del 25 de enero de 1987, esta vez con una pérdida de 21 diputados, formando sucesivamente gobierno, siempre en coalición con los liberales, el 29 de marzo de 1983 y el 11 de marzo de 1987. La cuarta derrota consecutiva del SPD en una elección federal trajo la jubilación del legendario Willy Brandt como presidente de los socialdemócratas alemanes tras 23 años de liderazgo.


3. Artífice de la reunificación de Alemania en sintonía con Gorbachov

Cuando el final de su vida como canciller, a tenor de la sombrías perspectivas electorales que los sondeos adjudicaban a la CDU e incluso los indicios de rebelión contra su liderazgo dentro del partido, parecía cercano, las circunstancias internacionales se aparejaron súbitamente a favor de Kohl, resituándole en el primerísimo plano, permitiéndole recuperar todo el caudal político perdido tras años de erosión personal y poniéndole en bandeja la entrada en la Historia por la puerta grande.

El 9 de noviembre de 1989 el canciller acababa de llegar en visita oficial a Varsovia, donde tenía por delante una densa agenda de trabajo con el primer ministro del Gobierno poscomunista polaco, Tadeusz Mazowiecki, cuando llegó la noticia de la caída del Muro de Berlín bajo el empuje de las protestas populares prodemocráticas contra el régimen comunista de la RDA. La dictadura del defenestrado secretario general Erich Honecker y el Partido de la Unificación Socialista (SED) ya no podía recurrir al socorro de la URSS porque el líder del PCUS, Gorbachov, había decidido permitir que los satélites del Pacto de Varsovia siguieran su propio curso político sin intromisiones.

De repente, se abrió la posibilidad de una reunificación con el otro Estado alemán, una entidad nacional soberana que gozaba de pleno reconocimiento internacional pero que ahora, una vez liquidado el orden político que había hecho posible su fundación en 1949 —precisamente, en respuesta a la proclamación de la RFA por los aliados occidentales—, entró en una crisis irreversible de legitimidad. Desde Bonn, Kohl tomó al vuelo esta oportunidad histórica de ser el canciller de la superación definitiva de los estigmas de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, si bien hasta ahora, como el resto de la clase política alemana, se había guardado de exteriorizar simpatías por cualquier movimiento de disidencia en el bloque oriental, ya fueran el sindicato polaco Solidaridad de Lech Walesa o los grupos cívicos de protesta de la propia RDA, donde tenían una voz descollante los círculos cristianos protestantes.

En este sentido, Kohl había sido un firme adherente a los principios de no injerencia, intangibilidad de las fronteras y mantenimiento del statu quo que presidían los tratados bilaterales suscritos con los países del Pacto de Varsovia en los días de la Ostpolitik de Brandt, y que eran las bases también de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) y el Acta de Helsinki de 1975. En septiembre de 1987, próximos a cumplirse 15 años desde la firma del Tratado Básico interalemán, Erich Honecker había sido recibido con todos los honores en su primer y último viaje a Bonn. Pero ahora, los nuevos aires de libertad alentados por la URSS de Gorbachov despejaban el panorama para una revisión a fondo de todo este entramado jurídico. Kohl se puso manos a la obra, ingente, de la reunificación como quien iniciaba una empresa estrictamente personal, no de su Gobierno o de su partido, ni mucho menos como el fruto de un consenso político en la RFA.

Inicialmente (28 de noviembre de 1989), Kohl presentó un plan de diez puntos para la consecución de la unidad alemana en el marco de unas "estructuras confederales" que, transcurridos tres o cuatro años, debería culminar en una "federación", es decir, un único Estado. Este modelo de reunificación lenta fue en parte asumido por el primer ministro germanooriental, Hans Modrow, dirigente del nuevo SED-PDS convertido a las reformas democráticas, el cual sostuvo una reunión con Kohl el 20 de diciembre en Dresden, tratándose esta de la primera visita oficial del canciller germanooccidental a la RDA, donde la población local le tributó un recibimiento entusiasta.

No obstante, en febrero de 1990 Kohl logró imponer un modelo de unificación económica y monetaria rápida a los tres gobiernos directamente concernidos en la trascendental mudanza, el germanooriental, el soviético y el estadounidense, a cuyos dirigentes persuadió por separado con su inveterada capacidad para establecer relaciones personales, más allá de los formalismos y el protocolo, y ganarse la confianza de sus interlocutores. Tras muchas resistencias, Kohl obtuvo también el beneplácito de Gorbachov (Moscú, 16 de julio de 1990) a la permanencia de la futura Alemania unida en la OTAN, una transigencia crítica para la conclusión del orden de posguerra en el continente y que conllevaba el compromiso de retirada del Ejército Rojo de la RDA. El presidente George Bush recibió garantías en este sentido en Washington el 25 de febrero.

Más frialdad halló Kohl entre sus socios de la CEE cuando les expuso sus planes. Llamaron la atención las reticencias de Mitterrand, el amigo galo que en 1988 había recibido al alimón con él el prestigioso Premio Carlomagno "por sus servicios distinguidos a la unificación europea", consciente de que la suma de la RFA y la RDA daba una Alemania de 80 millones de habitantes que desnivelaba considerablemente el eje franco-alemán, hasta entonces bastante horizontal, así como la ambigüedad del primer ministro democristiano de Italia, Giulio Andreotti, por no hablar de la hostilidad manifiesta de la primera ministra británica, la conservadora Margaret Thatcher.

Como otros muchos veteranos de la política europea que habían vivido, en su infancia o su juventud, el ascenso del nazismo y el espanto bélico de 1939-1945, Thatcher temía profundamente el resurgimiento de una gran Alemania liberada de los complejos de la posguerra y, quién podía estar completamente seguro de que no iba a ser así, tentada de volver a las andadas nacionalistas y dominadoras fuera de la OTAN. De los países grandes de la CEE, solo la España del presidente socialista Felipe González, quien no olvidaba el papel fundamental de Bonn en las negociaciones para el ingreso de su país en el club europeo cuatro años atrás, apostó sin titubeos por la reunificación tal como la concebía Kohl.

Kohl y el nuevo primer ministro de la RDA desde abril, Lothar de Maizière, líder de la CDU germanooriental, el partido ganador de las elecciones libres del 18 de marzo, fueron quemando las etapas del procedimiento técnico, bastante arduo, que requería la fusión estatal, en realidad una pura y simple absorción del pequeño por el grande. De hecho, la expresión empleada en los documentos era Beitritt, adhesión, la de la RDA a la RFA. El 18 de mayo los gobiernos sellaron un tratado de unión económica y el primero de julio entró en vigor la unión económica y monetaria, por la que el marco alemán reemplazaba al marco germanooriental como moneda circulante en el Este.

Las partes siguieron levantando sin respiro todo el entramado jurídico que requería el magno objetivo y el 31 de agosto suscribieron en Berlín Oriental el Tratado, llamado indistintamente, de Unificación (Einigungsvertrag) o de Reunificación (Wiedervereinigungsvertrag), pero cuyo nombre oficial era Tratado entre la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana sobre el Establecimiento de la Unidad Alemana. Entre otras transformaciones, el Tratado panalemán establecía la inclusión de los cinco länder de la RDA (Brandemburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia) al ordenamiento federal, el reagrupamiento de los distritos de Berlín, la capitalidad alemana de la ciudad y la aplicación de la Ley Fundamental o Constitución de la RFA a los territorios incorporados.

En cuanto a los impedimentos jurídicos internacionales a la reunificación, estos fueron removidos con celeridad gracias al clima de entendimiento entre las grandes potencias, cuando ya podía hablarse con propiedad del final de la Guerra Fría. Primero, el 12 de septiembre, con la evacuación de las tropas soviéticas de la RDA en curso, los ministros de Asuntos Exteriores de las cuatro potencias tutelares desde el final de la Segunda Guerra Mundial, James Baker por Estados Unidos, Eduard Shevardnadze por la URSS, Douglas Hurd por el Reino Unido y Roland Dumas por Francia, renunciaron en Moscú a sus últimos derechos sobre Alemania y Berlín en virtud del denominado Tratado sobre el Acuerdo Final con Respecto a Alemania, más conocido como el Tratado Dos más Cuatro. Pergeñado a falta de un tratado de paz formal, nunca firmado desde 1945 y que la URSS no consideró necesario, el documento sumó las firmas de los representantes de las dos Alemanias, Genscher y de Maizière.

Tan solo un día más tarde, el 13 de septiembre, Genscher y Shevardnadze inicializaron en el mismo escenario un Tratado de Buena Vecindad, Asociación y Cooperación, concebido como la renovación, dadas las nuevas circunstancias, del Tratado de Moscú Brandt-Brezhnev de 1970. Kohl y Gorbachov iban a rubricar el nuevo Tratado en su encuentro del 9 de noviembre en Bonn. Antes de terminar septiembre, el día 24, los gobiernos de la RDA y la URSS adoptaron un Protocolo por el que el primer país procedía a abandonar la Organización del Tratado de Varsovia.

El 1 de octubre, por último, los ministros de Exteriores el G4 volvieron a reunirse, esta vez en Nueva York, para estampar sus firmas a una Declaración conjunta en la que ratificaban la completa cesión a Alemania de las cuotas de soberanía nacional retenidas por las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial. Este fue el clavo postrero en el ataúd de los Acuerdos de Potsdam de 1945 concernientes a los derechos de Alemania. En la mañana del día siguiente, 2 de octubre, la Kommandantur aliada de Berlín cedió su autoridad al alcalde de la ciudad occidental y en unas horas de la ciudad reunificada, el socialdemócrata Walter Momper, tras lo cual los soldados arriaron las banderas de las potencias que ejercían un vestigio de ocupación y esta estructura militar cuatripartita se disolvió.

En la madrugada del 2 al 3 de octubre de 1990, un exultante Kohl en el cenit de su carrera presidió desde las escalinatas del Edificio de Reichstag de Berlín la solemne ceremonia de la reunificación de Alemania tras 55 años de división. El izado de una enorme bandera de la RFA en la Platz der Republik bajo los resplandores de las bengalas y los fuegos artificiales, y a los sones del himno nacional, el Deutschlandlied, marcaron el momento culminante de la emocional cita, que congregó a cientos de miles de personas. En ese momento, la RDA dejó de existir al entrar en vigor en su territorio la Ley Fundamental de la RFA.


4. La resaca de la absorción de la RDA y nuevas incertidumbres

El 2 de diciembre de 1990 Kohl y su partido capitalizaron el fasto de la reunificación nacional en unas elecciones al Bundestag que fueron celebradas con un año de adelanto. Apoyada masivamente por los nuevos votantes del Este, la lista de democristianos y socialcristianos mereció el 43,8% de los votos, lo que se tradujo en 319 de los 662 escaños del nuevo hemiciclo ampliado. Los comentaristas destacaron la magnitud de la victoria del canciller, pero lo cierto era que la CDU/CSU, en términos proporcionales que no absolutos, había sacado menos votos que en 1987, además de quedarse a las puertas de la mayoría absoluta, de manera que el FDP seguía haciéndole falta como socio de gobierno. El electorado castigó al SPD y a su candidato a canciller, Oskar Lafontaine, popularmente llamado el Napoleón del Sarre y un dirigente de línea marcadamente izquierdista, al considerar que no se habían expresado contundentemente a favor de la unidad alemana desde la caída del Muro de Berlín.

El 18 de enero de 1991 Kohl inauguró su cuarto mandato como canciller. Los hombres fuertes de su nuevo Gobierno eran el incombustible Genscher (FDP) en la Vicecancillería y el Ministerio de Exteriores, Theo Waigel (CSU) en Finanzas, Wolfgang Schäuble (CDU) en Interior, Gerhard Stoltenberg (CDU) en Defensa, Klaus Kinkel (FDP) en Justicia, Jürgen Möllemann (FDP) en Economía y Rudolf Seiters (CDU) como jefe de la Cancillería y ministro de Tareas Especiales. Uno de los rostros nuevos del Gabinete, como ministra de la Mujer y la Juventud, era una desconocida política de la CDU del Este, de religión luterana y física de profesión, llamada Angela Merkel.

La euforia por la reunificación se disipó muy pronto al revelarse los costes de la reconversión y asimilación del obsoleto aparato industrial del Este mucho más dolorosos, económica y humanamente, de lo previsto. Kohl, que había vislumbrando el surgimiento de "paisajes florecientes" en lo que había sido la RDA, tuvo que aplicar una política de elevados tipos de interés y de fortaleza del marco para atraer los capitales que requería la transformación del aparato productivo de los länder orientales. Ello, a riesgo de desnivelar la cuenta corriente, incrementar la inflación, desbaratar el objetivo de la consolidación fiscal y cercenar el crecimiento económico, que en 1990 superó la tasa del 5%, sin olvidar las inquietantes perturbaciones en la balanza de paridades del SME y en las economías de los socios comunitarios.

La desilusión de los ciudadanos del Este, llamados ossis por sus paisanos occidentales con un retintín de suficiencia, que habían confiado en alcanzar rápidamente el elevado nivel de vida imperante en la sociedad del Oeste, se tornó en gran animosidad hacia el canciller, mientras que las medidas de rigor para contener el déficit y la inflación, aplicadas con tesón por el ortodoxo ministro de Finanzas socialcristiano, Waigel, generaron descontento en todo el país.

El transcurso de los primeros años noventa, con el nuevo orden internacional surgido del derrumbe del bloque del Este y la extinción de la URSS todavía en gestación, exigió una revisión total del pensamiento de la RFA sobre política exterior. Según las limitaciones impuestas en su día por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, Alemania había estado eximida de contribuir materialmente a las operaciones multinacionales de paz, como las organizadas por la ONU, y a cambio se le había pedido una diplomacia de talonario, alternativa de contribución a la protección armada de la paz y la seguridad que Bonn venía realizando sin dificultad. De hecho, la RFA se había arrellanado en este cómodo esquema, que únicamente costaba dinero y no entrañaba riesgos humanos o políticos.

Durante décadas, el mundo no había estado preparado para ver de nuevo a las tropas alemanas desplegándose en otros países aun con las más loables intenciones, por más que la Bundeswehr no tuviera nada que ver con la Wehrmacht, y a los alemanes, por lo visto, esta restricción no les parecía mal. Sin embargo, con la entrada en vigor del Tratado Dos más Cuatro el 15 de marzo de 1991 los frenos al libre ejercicio de la soberanía nacional en su dimensión exterior quedaban técnicamente abolidos. Otra cosa era que los alemanes abandonaran la inercia acumulada durante casi medio siglo y modificaran su mentalidad no intervencionista.

El ostensible desajuste entre el poderío económico y la pequeñez política de la nueva Alemania unida en el concierto mundial quedó de manifiesto durante la crisis y la guerra del Golfo de 1990-1991, de las que el país de Kohl se inhibió ampliamente, salvo en el capítulo de la tradicional chequera corredora de gastos, los que acarreó el enorme despliegue bélico de la coalición antiirakí. Con toda su prudencia ante tan sensible cuestión, el canciller no podía dejar de reconocer que la pérdida de los corsés de la Guerra Fría obligaba al país a asumir sus responsabilidades internacionales y a adoptar una postura mucho más activa en las crisis que pudieran sobrevenir.

Tras la reunificación, Kohl expresó en numerosas ocasiones su deseo de que Alemania tuviera un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, como el G5, pero era consciente de que semejante privilegio, de lograrse, llevaría implícito redoblar las participaciones alemanas en el extranjero, algo que no terminaba de gustar a la sociedad alemana. La cautela diplomática de Kohl y Genscher se advirtió en los primeros compases de la fallida involución comunista de agosto de 1991 en Moscú al no salir en defensa del temporalmente depuesto Gorbachov, el estadista cuya actitud dialogante y realista había hecho posible la reunificación pacífica y pactada; antes bien, Berlín tendió a contemporizar con el efímero Comité golpista formado por los jefes del ala dura del PCUS y al que no tardaron en neutralizar las fuerzas reformistas rusas lideradas por Borís Yeltsin

1993 puede considerarse el año en que el Gobierno Kohl empezó a romper los viejos tabús de la política exterior de la posguerra. Los envíos de 1.500 cascos azules a la operación de paz de la ONU en Somalia y de una dotación de pilotos para ponerse a los mandos de los aviones-radar AWACS de la OTAN que patrullaban los cielos de Bosnia fueron las primeras operaciones exteriores, sin contar ejercicios de maniobras, de la Bundeswehr y la Luftwaffe desde 1945. El 12 de julio de 1994 el Tribunal Constitucional de Karlsruhe, en un fallo histórico, dictaminó que no iba en contra de la pacifista Ley Fundamental de 1949 el envío de tropas al extranjero para realizar misiones exclusivamente de paz o humanitarias.

Por otro lado, empezaron a menudear los ataques terroristas de grupos neonazis contra residentes y ciudadanos de origen extranjero, creándose un clima de inseguridad y crispación social con siniestras reminiscencias del pasado y además potencialmente explosivo, en un país imán para foráneos donde solo los turcos constituían aproximadamente el 2% de la población.

Reforma constitucional imposible de disociar de estos brotes de xenofobia violenta, el 26 de mayo de 1993 el Bundestag aprobó una serie de restricciones a la legislación nacional en materia de asilo. En adelante, tal derecho no sería concedido los solicitantes provenientes o llegados a través de países considerados "políticamente seguros". Tan solo dos días después, Alemania fue estremecida por el ataque incendiario de un grupo de skinheads de tendencia neonazi contra una casa habitada por una familia turca en la localidad de Solingen, en Renania del Norte-Westfalia, resultado muertas tres niñas y dos mujeres, y sobreviviendo con heridas otros 14 ocupantes. El múltiple asesinato desató la furia de la comunidad turca, mientras que la oposición parlamentaria de socialdemócratas y verdes acusó al Gobierno de atizar con sus reformas legales el clima de racismo y odio al extranjero.

En conjunto, estos episodios hicieron creer a muchos que la reputación de Alemania como país de acogida y como remanso del orden público (solo violentado por el terrorismo residual de la ultraizquierdista Fracción del Ejército Rojo) había quedado hecha añicos. 1993 pasó a los anales también como el año de la peor recesión económica sufrida hasta entonces por la RFA, un 1% de contracción del PIB que puso en cuestión el mito de la locomotora alemana.

En el segundo semestre de 1994 Kohl pudo sortear la impopularidad de su Gobierno, en añadidura pasto de los escándalos ministeriales, como el que en enero de 1993 costó sus puestos de vicecanciller y ministro de Economía al liberal Jürgen Möllemann, gracias a la recuperación económica (tasa de crecimiento anual del 2,4%), a la incapacidad del SPD, mandado desde el año anterior por Rudolf Scharping en sustitución de Björn Engholm, para sacar réditos de los errores de sus adversarios y al propio peso de su figura, tan voluminosa en lo físico como en lo político, que se antojaba imbatible. Kohl seguía siendo por encima de todo el canciller de la reunificación, todavía reciente en la memoria de todos. En las elecciones federales del 16 de octubre de 1994 la CDU/CSU se mantuvo como la primera fuerza del Bundestag pese a descender al 41,4% de los votos y los 294 escaños. Al igual que Hans-Jochen Vogel en 1983, Johannes Rau en 1987 y Oskar Lafontaine en 1990, Scharping no cumplió las expectativas como candidato del SPD a canciller.

El 17 de noviembre siguiente arrancó el quinto cancillerato de Kohl. Renovaron en sus puestos el líder liberal Kinkel como vicecanciller y ministro de Exteriores (el veterano Genscher, el ingeniero de la reunificación, se había jubilado en 1992), el líder socialcristiano bávaro Waigel como ministro de Finanzas, el liberal Günther Rexrodt como titular de Economía, el democristiano Volker Rühe como responsable de Defensa y su conmilitón Manfred Kanther como ministro del Interior.


5. Definidor de la nueva política exterior alemana; los envites en la ex Yugoslavia

El 1 de septiembre de 1995 la Luftwaffe, dentro de la operación de bombardeos aéreos Deliberate Force conducida por cinco países de la OTAN contra las fuerzas serbobosnias, realizó en el asediado Sarajevo su primera acción de combate desde la Segunda Guerra Mundial. Meses después, el 6 de diciembre, el Bundestag aprobó despachar 3.000 soldados a Bosnia-Herzegovina y a Croacia como parte de la Fuerza de Implementación de la paz (IFOR) comandada por la OTAN. Con toda su carga simbólica susceptible de generar grandes resquemores (Yugoslavia, invadida por las tropas hitlerianas en 1941, fue uno de los países que más sufrió bajo la ocupación nazi, que entre otras cosas supuso la instalación en Croacia del régimen fascista títere de la Ustacha, feroz perseguidor de serbios y responsable de un auténtico genocidio), la decisión de Kohl de mandar aviones y soldados a Bosnia y Croacia puso punto final al abstencionismo alemán frente a las crisis más candentes del panorama internacional

De hecho, el escenario balcánico fue el primero en el que Alemania, unos años antes, comenzó a ejercer su nuevo liderazgo europeo, al literalmente imponerles a sus socios comunitarios el reconocimiento de las independencias unilaterales de Eslovenia y Croacia, el 15 de enero de 1992. Este polémico órdago exterior, secundado, aunque de mala gana, por Estados Unidos, así como el subsiguiente (7 de abril de 1992) reconocimiento por la CE de la autoproclamada independencia de la multiétnica Bosnia-Herzegovina fueron descritos por algunos observadores y especialistas como un estímulo irresponsable de movimientos secesionistas nacionales que contribuyó al agravamiento de la fatal secuencia de guerras civiles y masacres sectarias que se abatió sobre la antigua Yugoslavia.

Los defensores del bando serbio, responsable no de todos pero sí del mayor número y de los peores crímenes de guerra y contra humanidad, los que tuvieron como víctimas a las poblaciones civiles bosniomusulmana y croata, hablaron con evocaciones conspirativas de una conexión "germano-vaticana" para dar ímpetu al secesionismo de las católicas Eslovenia y Croacia, y propiciar en la región un reordenamiento geopolítico esencialmente antiserbio. Sin embargo, el discurso predominante, sostenido por los gobiernos de la CE y Estados Unidos, y admitido por el grueso de las opiniones públicas occidentales, era que el máximo e incluso el único responsable de la desintegración sangrienta de Yugoslavia entre 1990 y 1992 no era otro que el caudillo chovinista de Belgrado, Slobodan Milosevic, quien en 1991 había mandado al Ejército Federal Yugoslavo a aplastar a los rebeldes croatas y de paso practicar una guerra de rapiña, limpieza étnica y conquista territorial, y luego, en 1992, municionado hasta los dientes al Ejército serbobosnio alzado contra el Gobierno de Sarajevo.

Lo cierto fue que la desaparición del bloque soviético y la restauración de la plenitud de soberanía alemana permitieron a Kohl explorar la recuperación de lazos e influencias históricos con países del centro y el este de Europa, pero con tacto. La hipotética tentación pangermanista, acaso basada en una nueva Mitteleuropa configurada a espaldas del Oeste y a costa del Este, fue ahuyentada por el canciller, que eliminó los temores que los aliados y socios occidentales pudieran albergar sobre un resurgir del imperialismo alemán, comprometiendo las principales energías nacionales en la empresa de la construcción europea.

Asimismo, Polonia y Checoslovaquia, dos países eslavos que conservaban muy malos recuerdos de los apetitos expansionistas de su vecino y donde prosperaban las aprensiones por la reunificación alemana, recibieron garantías de que las fronteras salidas de la Segunda Guerra Mundial eran inamovibles. Alemania no tenía absolutamente ninguna reclamación territorial que hacer, y eso iba especialmente por las hoy polacas Pomerania y Silesia, y por la antigua Prusia Oriental, actualmente repartida entre Polonia y Rusia, de las que tras la derrota bélica en 1945 fueron expulsados con violencia millones de alemanes étnicos autóctonos.

Por el Tratado Fronterizo Germano-Polaco del 14 de noviembre de 1990, suscrito en Varsovia por los ministros Genscher y Skubiszewski, quedó ratificada la demarcación natural de los ríos Oder y Neisse tal como fue definida por la Conferencia de Potsdam. El 17 de junio de 1991 Kohl y su homólogo polaco, Jan Krzysztof Bielecki, firmaron en Bonn un Tratado de Cooperación Amistosa y Buena Vecindad a modo de suplemento del Tratado Fronterizo. Y el 27 de febrero de 1992 el canciller signó en Praga con el presidente Václav Havel un Acuerdo germano-checoslovaco de Relaciones de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa.

Con la Rusia postsoviética, sumida en un monumental desbarajuste y desprovista en la práctica de su condición de superpotencia, Kohl se mostró como un socio comprensivo en lo diplomático y muy generoso en lo económico, disposición sobre la que probablemente pesaron el recuerdo de los horrores de la guerra de 1941-1945 e incluso un cierto sentimentalismo hacia los actuales padecimientos de un gran país al que, era su absoluta convicción, había que ayudar siempre para tenerlo del lado de los amigos. El canciller mantuvo una relación especial con el presidente Yeltsin, huésped y anfitrión de numerosos encuentros bilaterales. El 31 de agosto de 1994 el dúo de dirigentes despidió en Berlín a las últimas tropas rusas acantonadas en la antigua RDA y el 8 de septiembre siguiente repitió la escena con Mitterrand y el primer ministro John Major con motivo de la partida de los últimos militares franceses y británicos asignados al régimen especial de control creado hacía medio siglo.


6. Dificultades para entrar en la moneda común europea

En junio de 1997 Kohl había batido el récord de Adenauer (1949-1963) en la Cancillería, se aprestaba a alcanzar el de Otto von Bismarck (1871-1890) y era con diferencia el estadista no monarca más veterano de Europa, luego de haber desaparecido de sus respectivas plazas nacionales de mando todos los gobernantes de su generación o que habían llegado al poder en torno a 1982. Eran por ejemplo los casos del francés Mitterrand, el español González, el holandés Ruud Lubbers, el belga Wilfried Martens, el danés Poul Schlüter y el luxemburgués Jacques Santer, todos ellos colegas en la procelosa aventura de la construcción europea.

Justamente entonces, su Gobierno afrontaba la, quizás, peor crisis de popularidad desde 1982, debido al imparable crecimiento del desempleo y a las prisas para hacer posible lo que hasta hacía poco nadie se habría atrevido a dudar: el acceso de Alemania a la tercera fase de la UEM, es decir, la adopción del euro como moneda única europea en los términos fijados por el Tratado de Maastricht, que era en buena medida una creación alemana.

Kohl, que el 12 de octubre de 1993 había ganado la batalla final de la ratificación del TUE con su declaración de constitucionalidad por el Tribunal de Karlsruhe (para incomodidad del canciller, el suyo fue el último país signatario en cumplir este requisito imprescindible, pero el hecho era que en Alemania muchos no terminaban de entender que el país renunciara a una moneda tan potente y respetada como el marco para adoptar una divisa inventada que no se sabía muy bien cómo iba a cotizar con el dólar y otras monedas en un régimen de libre fluctuación determinado por el mercado), tenía ganada a pulso la reputación del más celoso paladín de la responsabilidad fiscal y censor de las voces que, en la Unión Europea, solicitaban una extensión de los plazos de convergencia o la flexibilización de los criterios de disciplina fiscal y estabilidad monetaria recogidos por el nuevo Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) y previamente acuñados por el TUE.

Pues bien, ante la embarazosa tesitura del incumplimiento de alguno de sus deberes económicos por Alemania, sin cuya participación la UEM parecía poco menos que una entelequia, el Gobierno Kohl tuvo que recurrir a apaños de ingeniería contable y a una subida de los impuestos indirectos para enjuagar la deuda pública y situarla por debajo del 60% del PIB que prescribían las reglas europeas. El alza tributaria encolerizó al FDP, un partido liberal clásico defensor del libre mercado y ajeno a la tradición social de la CDU, que amenazó con abandonar la coalición. Pero, por otra parte, la vigilancia obsesiva de la inflación y el déficit, donde los criterios de convergencia sí eran satisfechos, despertó malestar en importantes figuras de la CSU bávara, y eso que el ministro Waigel, precisamente el padre conceptual del PEC, era nada menos que el presidente del partido. Por si fuera poco, los intentos del ministro de Finanzas de limitar las atribuciones del Bundesbank en materia monetaria hicieron saltar a la institución con sede en Frankfurt, que advirtió severamente contra cualquier maniobra política que acarreara un menoscabo de la credibilidad financiera de la patria del marco en transición al euro.

Más allá de la escena doméstica, surgieron divergencias con Francia por la insistencia del nuevo Gobierno de izquierda del primer ministro socialista Lionel Jospin de introducir en la reforma en curso del TUE, la que iba a alumbrar el Tratado de Ámsterdam, la comunitarización del empleo, cuando para Kohl la definición de esa política debía seguir incumbiendo exclusivamente a los estados miembros, y de establecer un "gobierno económico" que contrapesase al futuro Banco Central Europeo (BCE), visto como un verdadero poder ejecutivo en materia económica tan pronto como el euro empezara a circular. Ahora bien, la disonancia de mayor calado se arrastraba desde 1995 a raíz de la llegada al Elíseo del líder neogaullista Jacques Chirac. Las diferentes visiones de hacia dónde tenía que dirigirse Europa, esto es, la aspiración de tipo federalista y el proatlantismo de Kohl, y la preeminencia de la soberanía nacional y de los intereses franceses frente a Estados Unidos en materia de defensa sostenida por Chirac, afectaron a ojos vista el buen funcionamiento del eje franco-alemán y el ritmo de la construcción europea.

Era un hecho que, sin menoscabo de su intensa vocación europeísta y su apego particular a Rusia, Kohl siempre se había distinguido como el más importante y fiable aliado de Estados Unidos en esta orilla del Atlántico. Durante los actos conmemorativos, en mayo de 1998, del quincuagésimo aniversario del puente aéreo occidental de Berlín, que aprovisionó de víveres a la ciudad mientras duró el bloqueo ordenado por Stalin, el presidente Bill Clinton arrancó la emotividad de Kohl, hombre de carácter fuerte y a la vez de lágrima fácil, recordándole su condición de niño de la guerra y testigo del compromiso de Estados Unidos con su país.


7. Desgaste final y derrota en las urnas ante los socialdemócratas de Schröder

La CDU acudió a las elecciones federales de 1998 con un sentimiento de pesimismo, no ignorante de la extensión en la opinión pública de una sensación de cansancio y de que, tras 16 años de gobiernos democristianos, parecía haber llegado la hora del cambio de turno, normal en una democracia cortada por el patrón bipartidista. Sin embargo, Kohl se mostraba optimista, ilusionado con la posibilidad de seguir gobernando el país hasta 2002, año en que él ya habría batido el récord bismarckiano y se colocaría la última pieza en el edificio de la UEM, junto con la reunificación nacional su otro gran legado europeo.

El 18 de mayo, en la apertura de la X Conferencia del partido, celebrada en Bremen bajo el eslogan de Conducimos a Alemania al Siglo XXI, Kohl trató de animar a sus desmoralizadas huestes con un discurso fogoso donde subrayó tres consignas: recuperar el centro político que el SPD, encabezado por Lafontaine pero con el más pragmático Gerhard Schröder, ministro-presidente de Baja Sajonia, como aspirante a canciller, pretendía adjudicarse; reafirmar los valores socialcristianos tras una etapa de preeminencia de los criterios economicistas por las necesidades de la convergencia al euro; y desacreditar a los socialdemócratas como un partido tacticista y oportunista proclive a pactar con los ex comunistas de la RDA, reconvertidos en el Partido del Socialismo Democrático (PDS).

El programa electoral de la CDU contemplaba una reforma tributaria con la reducción del impuesto sobre la renta, medidas activas para la creación de empleo y el establecimiento de nuevos frenos a la inmigración, al considerar que Alemania ya había sido generosa con creces a la hora de acoger refugiados, sobre todo con la oleada de civiles huidos de las guerras de la ex Yugoslavia. El manifiesto también incidía en la respetabilidad internacional adquirida por Alemania durante la era Kohl, aureola que supuestamente decaería si los socialdemócratas retornaban al poder.

No obstante, el compromiso alcanzado con Francia en el Consejo Europeo Extraordinario de Bruselas del 2 mayo de 1998 (cita que aprobó la lista de los 11 países que estrenarían la tercera etapa de la UEM en enero de 1999 y fijó los tipos de conversión de sus monedas al euro) sobre la presidencia del BCE fue leído por algunos responsables del partido como una concesión a Chirac de Kohl, un estadista que había tomado por costumbre imponer sus criterios en los Consejos Europeos recurriendo a una mezcla de autoridad política y persuasión puramente personal, en las célebres "llamadas a confesionario", fuera de mesa, donde no era raro ver a un severo Kohl dirigiéndose en privado a un colega discrepante a la manera de un maestro regañando a un pupilo descarriado.

Tal como venían avisado las encuestas, Kohl no superó su quinta prueba electoral. El 27 de septiembre de 1998 el SPD venció con mayoría simple y el CDU/CSU, con el 35,1% de los votos y 245 escaños, encajó sus peores resultados desde 1953. La misma noche de las elecciones, al conocer el alcance de la debacle, Kohl, compungido, anunció la dimisión irrevocable como presidente de la CDU en asunción de sus responsabilidades personales por la derrota. El 27 de octubre Schröder tomó posesión de la Cancillería Federal para gobernar en coalición con los Los Verdes de Joschka Fischer y el 7 de noviembre Wolfgang Schäuble, jefe del grupo parlamentario y fidelísimo delfín político en la última década, ungido oficialmente como tal en la IX Conferencia de octubre de 1997 en Leipzig, fue aclamado como nuevo presidente del partido por la XI Conferencia celebrada en Bonn. Schaüble se encontraba postrado en una silla de ruedas desde octubre de 1990, cuando, siendo ministro del Interior, un esquizofrénico toxicómano efectuó varios disparos contra él y le dejó paralítico de cintura para abajo.


8. Una jubilación tumultuosa: el escándalo de la financiación ilegal de la CDU, avatares familiares, tributos internacionales y críticas a Merkel

Tras 16 años de canciller y 25 de líder del partido, Kohl, el patriarca renano de los democristianos, en las puertas de su séptima década de vida, permaneció en la política activa como un simple diputado, si bien la CDU le confirió la posición emérita de presidente de honor. En el Consejo Europeo de Viena, el 11 de diciembre de 1998, el ex gobernante, dejando aflorar de nuevo sus emociones, recibió el tributo unánime de los dirigentes de la UE, los cuales le confirieron la distinción de Ciudadano de Honor de Europa, un título que antes de él únicamente había merecido, en 1976, Jean Monnet, uno de los padres fundadores de las Comunidades Europeas, y que vino a sumarse al Premio Carlomagno otorgado en 1988.

Los meses siguientes registraron nuevos reconocimientos, como la concesión por Bill Clinton, el 20 de abril de 1999 en la Casa Blanca, de la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta condecoración civil de Estados Unidos, y el homenaje, en Berlín el 9 de noviembre siguiente y compartido con Bush y Gorbachov, tributado a los protagonista de la caída del Muro, al conmemorarse los 10 años del acontecimiento.

No obstante estas idas y venidas internacionales, el público advirtió que Kohl se había recluido en una privacidad, solo interrumpida por los honores públicos, que dejaba traslucir su desencanto, cuando no su depresión, por una derrota electoral mal encajada. La salida de la Cancillería la habría vivido el político como todo un trauma. En este sentido, algunos observadores apuntaron que el dirigente había cometido el gran error de su carrera al presentarse a una nueva reelección cuando las encuestas reflejaban sin lugar a dudas la existencia de un amplio descontento popular con los democristianos por la impresión de estancamiento y la falta de proyectos gubernamentales. No haber sabido retirarse a tiempo, como el canciller invicto orgulloso de su legado, habría arrastrado a su partido a un fracaso electoral histórico. Otro análisis incidía en que el cambio de ciclo parlamentario era inevitable y que la CDU habría perdido de igual manera con cualquier otro postulante a canciller.

En noviembre de 1999 la CDU fue sacudida por las ramificaciones que estaba adquiriendo una investigación parlamentaria sobre la donación de alrededor de un millón de marcos realizada al partido en 1991 por un conocido fabricante de armas local, Karlheinz Schreiber, transferencia que presumiblemente no había sido declarada al fisco y que ahora fue relacionada con la aprobación por el Gobierno Kohl aquel mismo año de una operación de venta de 36 unidades del vehículo blindado TPz Fuchs 1 al Ejército de Arabia Saudí. Responsables democristianos revelaron que la CDU había usado durante años una red de cuentas secretas para ocultar donaciones clandestinas y exhortaron a su antiguo líder a que saliera a aclarar el asunto para limpiar la imagen del partido.

Al principio, Kohl se resistió, pero el 30 de noviembre, ante el peso de las evidencias conocidas por el público, asumió su responsabilidad política por la existencia de una contabilidad paralela en la CDU. Más todavía, confesó que el partido, en el período comprendido entre 1993 y 1998, había ingresado sumas por valor de entre 1,5 y 2 millones de marcos en concepto de donativos y comisiones, dinero que no había sido depositado en las cajas oficiales del partido porque su única finalidad era pagar al momento una montaña de facturas y deudas. En su dramática comparecencia, Kohl admitió haber cometido un error, pero justificó tan grave irregularidad por la acuciante situación financiera de las secciones de la CDU en los estados del Este.

El descomunal escándalo dañó irremisiblemente el mito Kohl, al que, si bien era conocido su estilo de mando patriarcal y autoritario, que no toleraba cábalas sobre su sucesor o críticas a su gestión dentro del partido, también se le presuponía una honradez a toda prueba. Kohl, virtualmente jubilado de la política a pesar de conservar el escaño en el Bundestag, podía perder su prestigiosa reputación, caerse del pedestal, pero la CDU, arrinconada en la oposición al Gobierno roji-verde de Schröder, se jugaba prácticamente todo: el partido se sumergió en la peor crisis de su historia y llegó a temerse por su propia integridad orgánica.

El 19 de diciembre los miembros socialdemócratas de la comisión parlamentaria de investigación exigieron a Kohl que revelase los nombres de los donantes —las donaciones anónimas a partidos constituían delito en Alemania— a fin de poder determinar si sus ayudas se habían dirigido a influenciar las decisiones del Gobierno; de apreciarse un vínculo directo, se estaría ante un supuesto de cohecho. La negativa de Kohl a dar nota de esas identidades, alegando razones de lealtad y honor personales, provocó un motín en la misma CDU, que se desmarcó ostensiblemente de su anterior jefe. La secretaria general, Angela Merkel, antigua protegida del ex canciller pero resuelta a abrir un drástico cortafuegos de transparencia por temor a que el partido sufriera una catástrofe en las próximas citas electorales, declaró que la era Kohl estaba "terminada sin remedio", afirmación tajante que al aludido debió parecerle una muestra de ingratitud rayana en el ultraje. El presidente de la formación, Schäuble, se mostró más contenido, aunque también marcó las distancias de una figura cuyas revelaciones podían arrastrarle también a él.

El 29 de diciembre de 1999 la Fiscalía de Bonn abrió un sumario contra Kohl para investigar si había incurrido en delito cuando aceptó donaciones anónimas; en otras palabras, Kohl podía acabar siendo procesado por malversación. El Bundestag confirmó que convocaría una votación para levantarle la inmunidad parlamentaria al diputado si es que había suplicatorio del fiscal.

El 7 de enero de 2000 Schäuble, en la cuerda floja por sus propias imputaciones de corrupción (terminaría dimitiendo el 16 de febrero, dejando el camino libre para su sucesión por Merkel, luego de ser llamado "incompetente" por quien fuera su superior gubernamental y de multar el Bundestag a la CDU por haber violado la ley de financiación de partidos y ocultado donaciones ilegales), rompió públicamente con Kohl al manifestar que su época estaba efectivamente superada. La prensa germana describió este pronunciamiento del inválido ex ministro del Interior como un "parricidio político". El 18 de enero Kohl fue literalmente obligado a dimitir como presidente honorario de la CDU, si bien el político insistió en que de ninguna manera renunciaría a su escaño en el Bundestag, donde pensaba terminar la legislatura.

En agosto de 2000, cuando Merkel ya llevaba cuatro meses presidiendo la CDU, Kohl desmintió la declaración de un antiguo tesorero del partido sobre que él había estado al tanto de la liquidación en 1992 de 1,5 millones de francos suizos depositados en una cuenta bancaria secreta en el país helvético. Aunque el 27 de septiembre escenificó una reconciliación con Merkel durante el primero de una serie de actos conmemorativos del décimo aniversario de la reunificación organizados por la Fundación Konrad Adenauer, en noviembre siguiente, la publicación de su diario político, Helmut Kohl. Mein Tagebuch, 1998-2000, volvió a remover los ánimos. Rezumando resentimiento y a modo de ajuste de cuentas, en su libro de memorias el autor arremetía implacablemente contra Merkel y Schäuble, a los que presentaba como un par de conspiradores dedicados a desacreditarle y a destruirle políticamente. Kohl se tomó la vindicta el 8 de febrero de 2001 cuando la Fiscalía de Bonn cerró la investigación abierta en su contra a cambio del pago de una multa de 300.000 marcos. Empero, el Bundestag anunció que proseguiría sus indagaciones.

El macroescándalo de la financiación ilegal cometida por la CDU con su conocimiento y anuencia fue disipándose, si bien el caso siguió en los tribunales, pero Kohl siguió en el candelero informativo durante unos cuantos años más, esta vez, sobre todo, por unas vicisitudes estrictamente personales cuyo primer episodio estuvo impregnado de tristeza y dolor.

El 5 de julio de 2001 saltó la noticia de que su esposa desde 1960, Hannelore (nombre familiar empleado en lugar de su nombre de pila, Johanna Klara Eleonore, siendo su apellido de soltera Renner), quien fuera una discreta pero querida primera dama de Alemania, además de autora de un archipopular libro de recetas culinarias, acababa de ser hallada muerta en su hogar de Oggerheim, barrio residencial de Ludwigshafen. En apariencia, Hannelore Kohl, de 68 años de edad, se había quitado la vida con una sobredosis de pastillas para dormir y en el momento del fallecimiento se encontraba sola en su domicilio.

Los medios informaron que en 1993 a la madre de los dos hijos varones de Kohl, Peter y Walter, le habían diagnosticado una rara y dolorosa fotofobia, una forma de alergia a la luz solar, provocada probablemente por un tratamiento de penicilina y que en el último año y medio la había mantenido enclaustrada en su casa, no saliendo de la misma más que por las noches. La oficina del ex canciller en Berlín, ciudad donde el viudo tenía una segunda residencia cedida en alquiler por Schröder, propietario del inmueble, indicó que Hannelore se había suicidado por su "desesperado estado de salud" y que había dejado varias cartas de despedida donde explicaba su nula fe en su curación médica.

Tras los funerales de la señora Kohl, la prensa alemana volvió a hacerse eco de testimonios cercanos a la pareja que hablaban de desavenencias en el matrimonio, de hecho ya prácticamente separado, de la falta de comunicación entre los cónyuges y del trato displicente, incluso despectivo y humillante, que él le daba a ella en público. También resurgieron los viejos rumores de una relación de Kohl con la jefa de su gabinete privado, Julianne Weber, que iba más allá de lo profesional. Más todavía, a los pocos días del triste deceso el confesor católico de Hannelore, monseñor, Erich Ramstetter, en declaraciones al tabloide Bild, afirmó que la enfermedad de la difunta era "psicosomática" y en parte producida por el escándalo de las cuentas secretas de la CDU. En las semanas y meses siguientes, varios medios de comunicación nacionales y extranjeros plantearon interrogantes sobre la versión oficial de la muerte de la mujer de Kohl. Tampoco pareció que el estadista estuviera muy afligido por la pérdida de su esposa en tan dramáticas circunstancias.

En junio de 2002 Kohl hizo las paces con la CDU, que lo invitó a pronunciar un discurso en su XV Conferencia, en Frankfurt del Main, y en septiembre siguiente se despidió del Bundestag al constituirse la Cámara salida de unas elecciones federales, vueltas a ganar por el SPD de Schröder y en las que la CDU/CSU, con el socialcristiano bávaro Edmund Stoiber de candidato a la Cancillería en vez de Merkel, recuperó tres escaños. En enero de 2005, semanas después de vivir la angustiosa peripecia de ser rescatado por la Fuerza Aérea de Sri Lanka, junto con otros turistas extranjeros, de la azotea del hotel de lujo en que se había quedado atrapado al precipitarse en las costas del país asiático el devastador tsunami del terremoto del 28 de diciembre de 2014 en el océano Índico, Kohl hizo en un encuentro político-académico en Madrid un alegato en favor del proyecto, al poco arruinado por los referendos adversos de Francia y Holanda, del Tratado de la Constitución Europea. En abril del mismo año, fue homenajeado en Berlín por la CDU y la Fundación Konrad Adenauer, en un acto al que asistieron otros ilustres jubilados de la alta política internacional.

Tras la llegada de Merkel a la Cancillería Federal en noviembre de 2005 formando, como desenlace del empate registrado en las elecciones de septiembre, una incómoda gran coalición con el SPD de Franz Müntefering y Matthias Platzeck, la CDU tomó pasos para rehabilitar la figura de Kohl, pasando así definitivamente página al escándalo de la financiación ilegal, pero el antiguo canciller no recobró la condición de presidente de honor del partido. En febrero de 2008 la salud, ya debilitada, de Kohl experimentó un serio quebranto a causa de un derrame cerebral que le provocó una caída y graves lesiones en la cabeza. El accidentado pasó varios meses bajo cuidados intensivos e ingresado en planta, tras lo cual fue dado de alta, pero en un estado de gran fragilidad, dependiendo parcialmente de la silla de ruedas y con dificultades para hablar.

El 13 de mayo de 2008, estando aún hospitalizado, Kohl volvió a colarse en los titulares periodísticos con una noticia sorprendente: cinco días atrás se había casado en la misma clínica de Heidelberg donde convalecía con su asistente particular de 44 años, Maike Richter, una funcionaria en excedencia del Ministerio de Economía y ex empleada en la Cancillería, que desde hacía años venía acompañándole como su pareja de hecho. La boda, celebrada en la más estricta intimidad, sentó muy mal a los hijos del político retirado, mal encarados en público con él desde el suicidio de la madre en 2001, los cuales llegaron a presentar a Kohl como un anciano inválido "prisionero" y "sometido" a la voluntad de la 34 años más joven Richter, descrita como una especie de "bruja" manipuladora. En los años siguientes, Maike Kohl-Richter, responsable de la agenda de encuentros, públicos o privados, de su esposo, apenas permitió a Peter y a Walter Kohl, así como a sus hijos, tener contacto físico con el padre y abuelo de la familia.

El trío de estadistas eméritos formado por Kohl (79 años), Gorbachov (78) y Bush padre (85) volvió a