Gyanendra Bir Bikram

En abril de 2006 el público internacional siguió con estupor el intento del rey de Nepal, a la postre fracasado, de aplastar el levantamiento popular contra la dictadura regia implantada en febrero de 2005, cuando el monarca disolvió el Parlamento, restringió las libertades y asumió plenos poderes entre acusaciones a los partidos políticos que integraban el Gobierno de incompetencia en la lucha contra la rebelión armada de los maoístas. La entronización de Gyanendra en junio de 2001 a rebufo de las muertes de su hermano, el rey Birendra, y de su sobrino, Dipendra, en una extraña matanza palaciega causada por el segundo inauguró en el país asiático una etapa de retrocesos democráticos al ritmo de las irrupciones autoritarias de su impopular monarca.

(Nota de edición: esta biografía fue publicada originalmente en 5/2006. El reinado de Gyanendra Bir Bikram llegó a su fin el 28/5/2008, día en que fue depuesto por una Asamblea Constituyente que abolió el sistema monárquico de gobierno y proclamó la República Federal Democrática de Nepal).

1. El príncipe en los contextos familiar e histórico
2. Acceso al trono de resultas del regicidio provocado por su sobrino
3. Imposiciones autoritarias con el pretexto de la rebelión de los maoístas
4. Violento pulso con el frente político-popular y derrota del rey


1. El príncipe en los contextos familiar e histórico

El duodécimo maharajadhiraja o monarca de la dinastía Shah, fundada en 1768 por el dirigente gurkha Prithivi Narayan Shah, es el segundo hijo varón de Mahendra Bir Bikram Shah, rey que fuera de Nepal entre 1955 y 1972, y de la princesa Indra Rajya Laxmi Devi. Su entronización en 2001 a los 53 años, bajo la conmoción del mayor asesinato colectivo de miembros de una familia real desde el exterminio de los Romanov rusos en 1918, avivó entre los nepaleses el recuerdo de dos acontecimientos históricos: la matanza cortesana de 1846, que inauguró un siglo de despotismo, y la primera y efímera coronación de Gyanendra, a la más tierna edad, cinco décadas atrás, cuando fue títere inconsciente de las fuerzas reaccionarias que rodeaban al trono.

El primer episodio venido a la memoria es la llamada masacre de Kot, que costó la vida al entonces hombre fuerte del reino, Gagan Singh, al primer ministro Fateh Jang Chautaria y a buen número de aristócratas de las familias Pande y Thapa, y que dejó al general de origen indio Jang Bahadur Rana el camino libre para proclamarse primer ministro y convertirse en el nuevo mandamás efectivo luego de obligar al rey Rajendra a abdicar en su hijo, Surendra, el cuarto abuelo de Gyanendra en línea paterna ascendente, quien terminó siendo un mero peón en las manos del antiguo militar. Bahadur Rana fundó una dinastía ministerial paralela a la de los reyes Shah, que continuaron como jefes nominales del Estado aunque eran los Rana, primeros ministros por derecho de herencia familiar, los verdaderos detentadores del poder absoluto. Por lo demás, la oligarquía de los Rana se amoldó cooperativamente al protectorado de hecho instalado por Gran Bretaña en 1816 y que duró hasta 1923, cuando el país vio reconocida su soberanía.

Este orden de cosas empezó a resquebrajarse a finales de 1950, cuando Gyanendra era un jovencísimo príncipe de tres años que acababa de quedar huérfano de la madre, la princesa Indra, fallecida a finales de agosto por causas naturales a la edad de 25 años. Su abuelo, el rey Tribhuván Bir Bikram, hastiado tras cuatro décadas desempeñando un papel de figurón medio secuestrado en el palacio real de Katmandú, se fugó a India junto con el príncipe heredero Mahendra y otros miembros de la familia real, y desde allí, con la ayuda del Gobierno de Nehru, se puso al frente de un poderoso movimiento opositor contra los Rana.

La respuesta de éstos fue, el 7 de noviembre, declarar a Tribhuván desposeído del trono y sentar en el mismo al niño Gyanendra. Pero los Rana, odiados por el pueblo, ya sólo podían sostener su dictadura con la fuerza de las armas y al precio del derramamiento de sangre. Confrontados con su derrota, el 7 de enero de 1951 se resignaron a devolver a Tribhuván el reconocimiento como rey. El 18 de febrero el monarca retornó triunfalmente a Katmandú y proclamó el comienzo de una era de democracia en Nepal. El príncipe Mahendra se reunió con su hijo menor, que inexplicablemente no había llevado consigo a India junto con el primogénito dos años mayor, Birendra Bir Bikram. Además de estos dos varones, los príncipes herederos tuvieron un tercer hijo, el príncipe Dhirendra Bir Bikram (1950), y tres hijas, las princesas Shanti Rajya (1941), Sharada Rajya (1942) y Shobah Rajya (1950).

Tras quedar viudo de Indra, Mahendra contrajo segundas nupcias con una hermana de ella, Ratna Rajya, con la que no tuvo descendencia. Algo más de dos años después, en marzo de 1955, se produjo la muerte prematura del rey Tribhuván, que todavía no había cumplido la cincuentena. No obstante haber incumplido sus promesas de traer la democracia y de haber preservado celosamente el sistema de monarquía absoluta, su desaparición fue muy llorada por el pueblo debido a su carácter tolerante y benévolo. Su sucesor, Mahendra, un aristócrata cosmopolita, familiarizado con las costumbres de Occidente y aficionado a las composiciones poéticas, adquirió un prestigio, si bien efímero, como liberalizador del régimen merced a la reforma política de 1959, que alumbró la primera Constitución nacional y permitió la celebración ese mismo año de elecciones a una Cámara de Representantes o Pratinidhi Sabha.

Estos primeros comicios fueron ganados por el conservador Partido del Congreso Nepalí (NC), aliado de los Shah desde la revolución de 1951, pero los resultados no agradaron al padre de Gyanendra, que en diciembre de 1960, como ya había hecho nada más asumir el poder en 1955 y de nuevo en noviembre de 1957, despidió al primer ministro, en aquel momento Bishewar Prasad Koirala. Pero el rey no se detuvo ahí, y también suspendió la Constitución, cerró el Parlamento y mandó encarcelar a los dirigentes del NC. Cuatro décadas después, su hijo menor iba a calcar este autogolpe real que abrió una nueva etapa reaccionaria en el Estado del Himalaya. En 1962 Mahendra certificó el final del experimento democrático con el otorgamiento de una Constitución que prohibía los partidos políticos y establecía el sistema de gobierno conocido como panchayat, por el que el monarca ejercía sobre sus súbditos el poder absoluto sin control institucional y a través de una pantalla formada por el Gobierno, los consejos de notables, las organizaciones corporativas, las familias oligárquicas y las camarillas cortesanas. Hasta abril de 1963 Mahendra no renunció a presidir él mismo el Gobierno y nombró un primer ministro.

Gyanendra, al igual que su hermano mayor, recibió una educación exclusiva en el Saint Joseph´s College de Darjeeling, India. Luego, mientras Birendra se formaba en Occidente, en el Eton College y la Universidad de Harvard, Gyanendra pasó por las aulas de la Universidad Tribhuván de Katmandú, por la que se graduó en 1969. En mayo de 1970 contrajo matrimonio con Komal Rajya, nacida en 1951 y hermana de la joven con la que Birendra acababa de desposarse hacía dos meses, Aishwarya Rajya. Las dos princesas eran hijas del teniente general del Ejército Kendra Shumsher, destacado miembro de la familia Rana, ahora apartada del Gobierno pero que conservaba un importante ascendiente en palacio por la vía de los enlaces matrimoniales. Así, la esposa del príncipe Dhirendra, Prekshya Rajya, no era sino hermana de Komal y Aishwarya, luego los tres hermanos Shah y las tres hermanas Rana eran cuñados entre sí por partida doble. Igualmente, la desaparecida princesa Indra y la reina Rajya eran unas Rana. Gyanendra y Komal tuvieron dos retoños, el príncipe Paras, nacido en 1971, y la princesa Prerana Rajya, nacida en 1978.

Gyanendra tenía 24 años cuando su padre falleció el 31 de enero de 1972. La disposición sucesoria convirtió a su hermano mayor en el décimo monarca Shah. En los años siguientes, mientras Birendra se afanaba en perpetuar el sistema no democrático del panchayat y se complacía en la veneración que, continuando la tradición de sus antepasados, algunos nepaleses le tributaban como monarca, no ya de derecho divino, sino divino él mismo en tanto que reencarnación del dios hindú Vishnú, su hermano menor adoptó un perfil de oscuro miembro de la familia real dedicado a negocios muy lucrativos en el sector de los transportes y en las producciones del té y el tabaco, que se contaban entre las pocas industrias procesadoras de este país pobre, subdesarrollado y eminentemente agrícola.

En añadidura, Gyanendra no desperdició la oportunidad de sacar beneficio particular del boom del turismo, uno de los emblemas de esta época de desarrollo sin reformas, adquiriendo propiedad sobre algunos hoteles de Katmandú. Fuera de éste ámbito, patrocinaba actividades en aras de la conservación del medio ambiente y la biodiversidad del país. Aunque no estaba involucrado en tareas gubernativas, Gyanendra era visto como un elemento ultraconservador, enemigo de todo cambio que fuera en detrimento del poder regio.

El estilo de vida opulento y retraído del príncipe Gyanendra no cambió tras los graves acontecimientos de 1990, cuando las élites profesionales y las clases populares, capitaneadas por el NC y las facciones comunistas agrupadas en el Frente Unido de Izquierda (ULF), se echaron a la calle para exigir a Birendra la promulgación de una Constitución democrática, el establecimiento de la monarquía parlamentaria y la convocatoria de elecciones de lista múltiple. La bárbara represión de las fuerzas de seguridad a las órdenes del rey, que mataron a cientos de manifestantes y realizaron detenciones masivas durante las dramáticas jornadas de febrero, marzo y abril de 1990, no consiguió acallar el Movimiento Popular, o Jana Andolan.

El 8 de abril, Birendra aceptaba el multipartidismo y la formación de un gobierno de coalición presidido por el NC. A continuación, el 9 de noviembre, era proclamada una Constitución que sometía las intervenciones del soberano en los ámbitos ejecutivo y legislativo a las decisiones del Gobierno y el Parlamento bicameral. Finalmente, el 12 de mayo de 1991, los nepaleses votaron en las primeras elecciones legislativas plurales en 32 años, con el resultado de mayoría absoluta para el NC; el líder congresista Girija Prasad Koirala fue nombrado primer ministro. Los comentaristas de la política nepalesa aseguran que Gyanendra reaccionó negativamente ante las concesiones democráticas de su hermano, que vio así perdonadas por el pueblo las atrocidades represivas de la primavera de 1990. Ciertamente, Birendra se convirtió en un monarca muy popular y el lustre de la dinastía reinante, en su conjunto, experimentó un notable realce.

No obstante el malestar que pudiera albergar por el curso político del reino, de puertas afuera de palacio el príncipe Gyanendra fue un testigo silencioso de los avatares de la joven democracia nepalesa. Las siguientes elecciones a la Pratinidhi Sabha, el 15 de noviembre de 1994, fueron ganadas con mayoría simple por la principal fuerza de la izquierda, el Partido Comunista de Nepal (Marxista Leninista Unificado), NKP(EML), que se convirtió en la primera agrupación de esa ideología en alcanzar el poder de manera incontestablemente democrática en el continente asiático, y cabe decir que en todo el mundo. Sorprendentemente, el rey no puso obstáculos a esta histórica alternancia.

El presidente del NKP(EML), Man Mohan Adhikari, formó un gobierno de minoría que no llegó al año de vida porque fue derribado en una moción de censura presentada por los congresistas en septiembre de 1995, tras lo cual volvieron a gobernar en inestables coaliciones las dos formaciones conservadoras y liberales más influyentes y que eran adictas a Birendra, a saber: el NC de Prasad Koirala, Sher Bahadur Deuba y Krishna Prasad Bhattarai, y el Partido Nacional Democrático (RPP) de Lokendra Bahadur Chand y Surya Bahadur Thapa, todos ellos primeros ministros por cortos períodos de tiempo. Las sucesivas crisis del sistema parlamentario, cuajado de disensiones intestinas y mociones de censura, permitieron a Birendra ejercer un papel suprapartidista y arbitral similar al que caracterizaba a su colega más próximo en el aspecto geográfico, el rey de Tailandia Bhumibol Adulyadej.

Las elecciones del 3 y el 17 de mayo de 1999 devolvieron el predominio parlamentario al NC, pero para entonces el reino ya llevaba tres años haciendo frente a la rebelión armada del Partido Comunista de Nepal (Maoísta), NKP(M), que había llegado a la conclusión de que sólo a través de una “guerra del pueblo” podría conquistar sus objetivos políticos de derrocar la monarquía “reaccionaria”, establecer la “nueva democracia” a través de una “república popular y acabar con las desigualdades sociales y los vestigios de feudalismo en las relaciones económicas en el medio rural.

Aunque su capacidad para reclutar combatientes de manera no forzosa era harto limitada debido a los escasos escrúpulos de que hacía gala —para financiarse, los guerrilleros igual atracaban bancos que extorsionaban a campesinos y comerciantes con recursos—, la subversión maoísta, bien pertrechada por los comunistas indios e inspirada en el Sendero Luminoso peruano, reflejó de alguna manera un malestar social creciente por la falta de progresos en la lucha contra la pobreza, que golpeaba a más del 40% de la población, y por las interminables peleas políticas y corruptelas de las élites dirigentes, que se comportaban como castas exclusivistas, de manera no diferente a la época del panchayat. Los capitostes del NC y el RPP se sucedían al frente del Ejecutivo los unos a los otros de manera casi rotatoria, sin que se apreciara una gestión más eficiente o socialmente sensible.

A pesar del buen rendimiento económico de la industria textil y el sector turístico, cundía una sensación de marasmo. Diez años después del fin de la era de absolutismo, Nepal no había conseguido despegarse de su condición de país de desarrollo bajo, a la cola de Asia. Al finalizar la década, la guerra civil de baja intensidad se había cobrado ya un millar largo de vidas entre insurgentes, policías y civiles, pero Birendra, temeroso de una extensión del conflicto, se resistía a lanzar al Ejército Real contra los rebeldes que tenían sus bastiones en las montañas occidentales. De nuevo, Gyanendra habría murmurado con desagrado por la actitud contentiva de su hermano en la conducción de esta crisis de seguridad. Éste era el telón de fondo de la tragedia palaciega desarrollada en dos actos a principios de junio de 2001, que catapultó a Gyanendra al poder.


2. Acceso al trono de resultas del regicidio provocado por su sobrino

En las primeras horas del día 2 de ese mes, los medios de comunicación internacionales dieron noticia de un espeluznante regicidio cometido en el Palacio Narayanhiti de Katmandú, residencia oficial de los Shah, en la noche de la víspera: el príncipe heredero, Dipendra Bir Bikram, un robusto y barbado joven de 29 años educado en Eton, coronel honorario del Ejército Real y cinturón negro de kung fu, aparentemente en un arrebato de vesania, había disparado con armas automáticas contra sus familiares más directos, matando a la mayoría en el acto y dejando malheridos a los demás.

Bajo una lluvia de balas cayeron asesinados el rey Birendra, la reina Aishwarya y sus otros dos hijos, el príncipe Niraján y la princesa Shruti (recién salida del parto de su segunda hija), amén de dos de los cinco hermanos del monarca, las princesas Shanti y Sharada, el esposo de esta última, Kumar Khadga (cuya madre falleció también víctima de un síncope al enterarse de lo sucedido), y una prima de Birendra, la princesa Jayanti. El príncipe Dhirendra fue también mortalmente herido por su sobrino, pero no falleció al instante. El ametrallamiento indiscriminado alcanzó asimismo a la otra hermana de Birendra, la princesa Shobah, a la esposa de Gyanendra, la princesa Komal, al marido de la princesa Shruti, Kumar Gorakh, y a otra prima de Birendra, la princesa Ketaki, quienes, aunque no ilesos, salvaron la vida.

El primogénito de Gyanendra, el príncipe Paras, muy impopular por su carácter despótico y libertino, pero sobre todo por haber provocado el año anterior (al poco de casarse con Himani Rajya, quien ahora acababa de dar a luz a una niña) un accidente de tráfico que causó la muerte de un cantante de moda y no ser llamado a comparecer ante la justicia por ese homicidio involuntario, acompañaba a sus familiares en Narayanhiti y presenció la masacre, pero salió sano y salvo de la misma. En cuanto a su padre, no se encontraba en Katmandú, y posteriormente se dijo que estaba en la ciudad de Pokhara.

Siempre de acuerdo con la versión oficial de los hechos facilitada por el Gobierno de Prasad Koirala, que se basaba en los testimonios de los supervivientes y del personal del palacio, el príncipe heredero se encontraba en estado de embriaguez cuando efectuó los disparos en la sala de billar donde estaba congregada la familia real, y en la que irrumpió vestido con ropas militares y armado con un fusil de asalto M-16 con mira telescópica, una metralleta MP-5K y una pistola. Algunas de las víctimas fueron acribilladas por Dipendra en el jardín interior del palacio. Saciada su ansia criminal, Dipendra se apuntó a la sien con la pistola, apretó el gatillo y, aunque no se mató en el momento, se provocó una lesión mortal que le sumió en un coma irreversible. Aunque la mudanza dinástica rayaba en lo grotesco, puesto que aún estaba con vida en el hospital, Dipendra, conforme a lo establecido, adquirió automáticamente la condición de rey. Al despuntar el 4 de junio, pocas horas antes de expirar su tío Dhirendra, el regicida, suicida y monarca durante menos de 72 horas, abandonó este mundo. Puesto que el segundo en la línea de sucesión, el príncipe Niraján, figuraba entre las víctimas, la corona recaía en el tercero, Gyanendra, quien desde el día 2 ejercía las funciones de regente.

La misma mañana del 4 de junio, Gyanendra fue proclamado rey de Nepal por el Consejo de Estado y sin perder un minuto fue coronado por un oficiante hindú en una sobria ceremonia que tuvo lugar junto a la puerta del Palacio Hanuman, lugar tradicional de entronización de los reyes de Nepal. Gyanendra, componiendo una curiosa estampa con su corona emplumada y enjoyada, y su traje con chaqueta de rayas cruzadas, lucía un semblante grave y parecía estar abstraído. La muchedumbre concentrada no secundó con entusiasmo los vivas al rey proferidos por los funcionarios palaciegos. Nada más terminar el acto, en las cercanías, la policía antidisturbios comenzó a disolver a bastonazos y con gas lacrimógeno a una multitud de ciudadanos airados que proclamaban la “inocencia” de Dipendra y exigían al Gobierno una completa investigación del regicidio, cual fue precisamente la primera decisión anunciada por el flamante monarca. Por segunda noche consecutiva, rigió el toque de queda en la capital.

Los interrogantes sobre lo sucedido en Narayanhiti la noche del 1 de junio de 2001 fueron abundantes dentro y fuera de Nepal. Por de pronto, costaba creer que un hombre solo, por muy enajenado que estuviera, y más si, como aseguraban las autoridades, estaba borracho, había podido deambular por el palacio real con tres armas automáticas en ristre y ejecutar a quemarropa a nueve aterrorizados familiares sin ser neutralizado por los numerosos funcionarios palaciegos o encontrar resistencia de sus víctimas. El informe del comité de indagación nombrado por Gyanendra, dado a conocer el 14 de junio, asentó la tesis oficial de que el príncipe había actuado sin ayuda de nadie y apuntó datos difícilmente verosímiles, como que Dipendra vació un total de 78 cargadores; disparar semejante cantidad de munición debió de costarle, y dando por supuesto que tenía gran destreza en el manejo de este tipo de armas, varios minutos (un testigo aseguró que invirtió en la matanza un cuarto de hora), además de necesitar un receptáculo para acarrear los cargadores.

En cuanto a las razones de Dipendra para actuar así, el informe sugirió implícitamente la rabia del príncipe por el veto de sus padres al matrimonio con su novia Devyani, una Rana, quien también estaba en el edificio. Este conflicto paternofilial no era desconocido fuera de palacio, y antes de la masacre corrió el cuchicheo de que Birendra había amenazado a su hijo con despojarle de sus derechos dinásticos si se casaba con Devyani sin su consentimiento. Nada de todo esto satisfizo a parte de la opinión pública nepalesa, que no simpatizaba con Gyanendra y que prestó crédito a las inevitables teorías de la conspiración. Con variaciones, estas teorías se resumían en una siniestra elucubración: que Gyanendra habría ordenado el exterminio de su hermano y su descendencia para que el trono de los Shah pasara a él y a su familia.

Quienes así especulaban, numerosos entre los partidos de izquierda, aducían que el ahora príncipe heredero Paras y la ahora reina Komal se habían salvado. Pero la esposa de Gyanendra había sufrido graves heridas, luego, desde el punto de vista incrédulo con la teoría conspirativa, sólo podía afirmarse que Dipendra sí había intentado asesinar a su tía. El dato más sólido para echar por tierra la hipótesis de una matanza provocada por alguien más que Dipendra o incluso por un sigiloso comando de sicarios lo sustentaban las declaraciones coincidentes de los supervivientes y el resto de testigos.

Claro que el Gobierno contribuyó a levantar las sospechas sobre algún tipo de encubrimiento porque el día 3 la radio nacional, extrañamente, ofreció una versión diferente de los hechos, versión que fue rápidamente acallada al considerarla todo el mundo ridícula: que el baño de sangre lo había producido un fusil que había “estallado accidentalmente”. El propio Gyanendra aseguró ese día que todo se había debido a un “accidente”, una declaración peregrina que encrespó los ánimos en la calle en la víspera de su coronación. Otro comportamiento de las autoridades que produjo perplejidad fue la apresurada cremación del cuerpo de Dipendra, al que no se le examinó para saber si tenía alcohol o drogas en la sangre, o para determinar si la bala que había perforado su cabeza se la había disparado él mismo u otra persona. Y un testigo de la matanza que habría podido arrojar más luz, la joven novia del príncipe, puso tierra de por medio y desapareció, se dijo que por motivos de seguridad.


3. Imposiciones autoritarias con el pretexto de la rebelión de los maoístas

Mientras el país seguía conmocionado y enfrascado en las cábalas sobre los verdaderos móviles y la autoría del múltiple regicidio de junio, Gyanendra dio sobrados indicios de que pretendía ser un rey no meramente simbólico de la unidad nacional, representativo del Estado y arbitral del sistema parlamentario, sino también políticamente activo. La Constitución de 1990 era muy clara en la preservación de dos importantes prerrogativas reales: la primera, la disolución del Parlamento, bajo recomendación del primer ministro y sujeta a la comunicación en el plazo de seis meses de la fecha de celebración de nuevas elecciones (art. 53); la segunda, la declaración del estado de emergencia “si surge una grave crisis en relación con la soberanía o la integridad del Reino de Nepal, o con la seguridad en cualquier parte del mismo, por causa de guerra, agresión externa, rebelión armada o desorden económico extremo” (art. 115). Además, tras la entrada en vigor del estado de emergencia, el rey adquiría poderes ejecutivos. En los años que fungió como monarca constitucional, Birendra se había abstenido de activar estos mecanismos, pero su hermano no iba a tener esos escrúpulos.

Gyanendra dio su primer golpe de mano el 26 de noviembre de 2001, en medio de la mayor ola de violencia insurgente desde el inicio del conflicto en febrero de 1996. Fue nada más romper el NKP(M) una tregua declarada en julio, tras dimitir Prasad Koirala por su incapacidad para detener la espiral de ataques contra comisarías y edificios gubernamentales, con el objeto de permitir unas conversaciones de paz con el nuevo primer ministro, Bahadur Deuba. En estas conversaciones, los representantes del movimiento extremista que lideraba el enigmático Pushpa Kamal Dahal, más conocido por su alias de Prachanda, vieron desestimadas sus demandas políticas de formar un ejecutivo de unión nacional, convocar elecciones a una Asamblea Constituyente para enmendar la Carta Magna y, la más desairada de todas por maximalista, abolir la monarquía.

El 26 de noviembre, el rey declaraba el estado de emergencia, anunciaba restricciones a las libertades de movimientos y de expresión, ordenaba a la Policía el arresto de sospechosos de terrorismo y, por primera vez, movilizaba al Ejército Real, que había sido objeto de ataques y del que era comandante en jefe, en las operaciones contrainsurgentes, hasta ahora montadas sólo por fuerzas policiales. Los militares recibieron la consigna de aplastar la rebelión maoísta, lo que equivalía a reconocer una situación de guerra civil. Bahadur Deuba subrayó que el estado de emergencia lo había declarado el rey a petición del Gobierno, pero esta precisión de legalidad no resultó convincente; al contrario, parecía que era el monarca el que había tomado la iniciativa y logrado que el Gobierno adoptara un papel de comparsa.

Toda vez que la ofensiva del Ejército no conseguía su propósito, y que varias regiones del occidente nepalés eran escenario de violentos combates en los que perecían centenares de policías, soldados y rebeldes, Gyanendra endureció su postura. El 22 de mayo de 2002, en medio de un motín contra Bahadur Deuba desatado en su propio partido, que le rescindió la militancia, Gyanendra, siempre “por recomendación del primer ministro”, decretó la disolución del Parlamento y la celebración de elecciones anticipadas el 13 de noviembre. No por casualidad, el Legislativo se disponía a debatir la renovación del estado de emergencia, que expiraba en la medianoche del 24 de mayo, por tres meses más, que era lo que quería el rey, y la defección de varios diputados congresistas hacía insegura esa prórroga. Al quedar cerrado el Parlamento, la prolongación del estado de emergencia correspondió al Gobierno, cosa que hizo, con fecha de caducidad el 24 de agosto.

El 4 de octubre de 2002 Gyanendra volvió a sobresaltar al país con sus decisiones expeditivas. En un discurso televisado a la nación, comunicó la destitución de Bahadur Deuba por su incapacidad para organizar las elecciones anticipadas, la cancelación de los comicios, solicitada en la víspera por el Gobierno, y la asunción por él de plenos poderes ejecutivos hasta que se formara un nuevo gobierno. La interinidad terminó el 11 de octubre con el nombramiento como primer ministro del nacionaldemócrata Bahadur Chand. En estos momentos, la economía nacional se resentía duramente de la inestabilidad política y la inseguridad, produciéndose mermas en los ingresos por el turismo y en las producciones agrícola e industrial textil destinadas a la exportación.

Una esperanza de paz y normalización se abrió el 29 de enero de 2003 con el anuncio por los insurgentes de una tregua ligada a la reanudación de las conversaciones con el Gobierno. Los contactos informales produjeron un código de buena conducta por el que las dos partes combatientes se comprometían a terminar con las violaciones de los Derechos Humanos y los abusos contra población civil, cada vez más frecuentes, tal como denunciaban las ONG. Luego de serles retirada por el Gobierno la categoría de terroristas, el 28 de marzo regresaron a Katmandú el número dos y principal ideólogo del NKP(M), Baburam Bhattarai, y el comandante del Ejército Popular de Liberación, el ala militar del partido, Ram Bahadur Thapa, alias Badal, para encabezar unas negociaciones que contaban con el beneplácito de Gyanendra y que excluyeron, para su alarma, a los partidos institucionales. Temerosos de una aproximación entre palacio y los maoístas, estas formaciones, con el NKP(EML) y el NC a la cabeza, emprendieron una campaña en exigencia de la restauración del Parlamento.

El prometedor vericueto iniciado en enero empezó a torcerse el 20 de mayo con la dimisión de Bahadur Chand, al que cinco partidos acusaban de ser un primer ministro inconstitucional. El 4 de junio Gyanendra nombró para sustituirle a su conmilitón Bahadur Thapa, un añoso político de fuertes convicciones monárquicas que ya había ocupado el puesto cuatro veces desde 1963.

El colapso del alto el fuego y el proceso de paz se produjo el 27 de agosto por la misma razón de fondo que en noviembre de 2001: la negativa del Gobierno, que era como decir de Gyanendra, a abrir un proceso constituyente para convertir al rey en una figura estrictamente simbólica y ceremonial, o, si así lo decidían los miembros de la Asamblea Constituyente, abolir la monarquía y proclamar la república. Pero los maoístas también mostraron su intransigencia en la mesa de negociaciones, ya que rechazaron la oferta gubernamental de tomar asiento en un ejecutivo de transición. La guerrilla lanzó una andanada de ataques a capitales de distrito y atentados terroristas contra las ciudades. Los combates con el Ejército se reanudaron. En octubre, Katmandú rechazó una propuesta de mediación hecha por la ONU. Al finalizar el año, los muertos desde el inicio de la guerra ascendían a 8.000.

Este ominoso estado de cosas se prolongó en 2004. En febrero, en un discurso pronunciado a los paisanos de la región de Nepalgunj, una de las más castigadas por la violencia política, el monarca, cada vez más proclive a las poses de uniforme con rostro pétreo y gesto agrio, dijo unas palabras que sonaron a amenaza a los políticos: “Los días en que la monarquía era mirada pero no escuchada, observando las dificultades de la gente pero sin enfrentarlas, y siendo un espectador silencioso ante sus rostros llorosos, se han terminado”.

El 7 de mayo, al cabo de una semana de furiosas protestas encabezadas por los congresistas y los comunistas, quienes, desafiando la prohibición de manifestarse al precio de enviar a los calabozos policiales a cientos de sus militantes, exigían la vuelta de la normalidad democrática, Bahadur Thapa arrojó la toalla, no dejando a Gyanendra, que empezaba a tener demasiados frentes abiertos, otra opción que reponer en el puesto a Bahadur Deuba el 2 de junio. El rey encomendó a Bahadur Deuba, quien desde su remoción en 2002 había perdido disposición acomodaticia a los requerimientos de palacio, una tarea que se antojaba muy complicada y cuyo presumible fracaso bien podría ser aprovechado para justificar la segunda destitución de un primer ministro designado bajo presión: organizar las postergadas elecciones generales, una vez vencido el período natural de una legislatura en suspenso, para marzo de 2005. La respuesta de los maoístas fue, en agosto, bloquear las comunicaciones a Katmandú, que durante una semana vio interrumpidos los accesos por carretera.

Al punto quedó claro que Gyanendra no se entendía con Bahadur Deuba, quien se mostraba celoso de preservar su autonomía al frente de una coalición cuatripartita que incluía al NKP(EML). Con la guerra civil fuera de control (11.000 muertos ya) y los maoístas fortaleciéndose y exigiendo conversaciones directas con él, el rey que nunca había mostrado querencia por el sistema parlamentario se atrevió con el más grave de los menoscabos a la democracia: el autogolpe palaciego. Aunque contaba con el imprescindible respaldo del Ejército, la jugada era altamente arriesgada y bien podía acelerar el desenlace que temía y que le habría empujado a actuar así, cual era la pérdida de la corona.

El 1 de febrero de 2005 Gyanendra se convirtió en un dictador de hecho con la destitución del Gobierno en pleno, la declaración del estado de emergencia y la asunción de plenos poderes ejecutivos para los siguientes tres años. Las tropas reales se desplegaron por las calles de Katmandú y cercaron las viviendas de Bahadur Deuba, del secretario general del NKP(EML), Madhav Kumar Nepal, y de otros dirigentes políticos y gubernamentales, quienes quedaron bajo arresto domiciliario. Las líneas telefónicas y las conexiones de Internet fueron cortadas, y el aeropuerto internacional cerrado.

En un discurso emitido por la radio y la televisión estatales, el monarca acusó al primer ministro defenestrado de no haber cumplido sus compromisos de terminar con la subversión y preparar las elecciones, censuró a los cabezas de la clase política por "pelearse entre ellos" en vez de "unirse para proteger la democracia y la soberanía nacional, así como la infraestructura económica del país", y anunció la formación, cosa que hizo realidad al día siguiente, de un Gabinete bajo su mando directo y con la misión de “restaurar la paz y la democracia efectiva en el país”. "Niños inocentes fueron masacrados y el Gobierno no logró ningún resultado importante". "A la Corona se la considera tradicionalmente responsable de la soberanía nacional, de la democracia y del derecho del pueblo a vivir en paz", afirmó Gyanendra para justificar su decisión. El 3 de febrero, el nuevo Gobierno formado por una decena de leales monárquicos lanzó una oferta de diálogo al NKP(M), pero al mismo tiempo prohibió a todos los medios de comunicación difundir opiniones críticas con el estado de emergencia durante seis meses. Esta draconiana censura periodística se sumaba a la suspensión de derechos básicos como la libertad de reunión, el derecho a la privacidad y la protección contra la detención preventiva.

Las reacciones domésticas e internacionales no se hicieron esperar. La oposición de congresistas y comunistas acusó a Gyanendra de haber violado la Constitución y de haber perpetrado lisa y llanamente un golpe de Estado, como afirmó Prasad Koirala. Los maoístas advirtieron que, en las presentes circunstancias, no tenían nada que negociar con palacio, y llamaron a la huelga general. Los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido, que venían cooperando con Nepal en el terreno militar para derrotar a los insurgentes, emitieron duras notas de protesta, al igual que la ONU. También el Gobierno de India, sin cuyo apoyo Gyanendra difícilmente podría sostenerse, hizo saber su disgusto y alarma. Numerosos embajadores destacados en Katmandú fueron llamados a consultas por sus gobiernos. El 22 de febrero, británicos e indios anunciaron la suspensión de sus envíos de armas, mientras que los estadounidenses se reservaban adoptar la misma sanción en cualquier momento. China y Pakistán, escudados en el principio de no injerencia en los asuntos internos, optaron por proporcionar sendos balones de oxígeno diplomático.

Aunque sometido a muy fuertes presiones desde el exterior, Gyanendra y sus colaboradores recibieron un respiro desde el interior porque no se desató un movimiento de protesta popular, al menos por el momento. Las redadas masivas de dirigentes políticos, diputados y activistas sociales (Amnistía Internacional denunció 3.000 detenidos), y la mordaza a la prensa abortaron marchas y concentraciones, pero la debilidad de la hostilidad de la calle no sólo se debió a una represión eficaz a la generalización de una atmósfera de miedo. En realidad, una parte no desdeñable de los nepaleses acogió positivamente los decretos del rey en la creencia de que sólo un régimen autocrático de férula real podía revertir las fortunas del país, que había conocido 15 primeros ministros en 15 años. Estos ciudadanos manifestaban su hartazgo con la corrupción y la incompetencia de los políticos tradicionales, a los que culpaban de la crónica inestabilidad del sistema parlamentario.

Gyanendra no desconocía este estado de ánimo de parte de sus súbditos, y se propuso rentabilizarlo con disposiciones de corte populista. Antes de terminar febrero, el Consejo de Ministros adoptó un programa de 21 puntos que daba prioridad al desarrollo económico, la descentralización administrativa, la modernización del agro y el reparto de tierras a los campesinos sin propiedad, e instituyó una Comisión Real para el Control de la Corrupción capaz de investigar los delitos económicos, de encausar a los presuntos corruptos y hasta de juzgarlos y sentenciarlos, como si fuera un tribunal de justicia penal. "Los bienes amasados gracias al abuso del poder, el contrabando, la evasión fiscal y las comisiones serán confiscados y nacionalizados", advirtió el Ejecutivo.

El anuncio de esta declaración de guerra a la corrupción, uno de los mayores males del país y del que el aparato cortesano era de hecho un pilar, habría arrancado el aplauso general si no pareciera una medida oportunista y un instrumento político destinado a neutralizar a Bahadur Deuba, Prasad Koirala y otros antiguos ministros y funcionarios que podían articular en la calle un frente de rechazo al absolutismo del rey.

Así, si los ex primeros ministros Prasad Bhattarai y Bahadur Chand, y otros cinco políticos de relieve conocidos por su conservadurismo recuperaron la libertad de movimientos el 9 de febrero, Bahadur Deuba, Prasad Koirala, el ex viceprimer ministro del NKP(EML) Bharat Mohan Adhikari, el también destituido ministro Interior Puna Bahadur Khadka, y los líderes comunistas Kumar Nepal y Amik Sherchan conocieron la orden de la extensión de su arresto domiciliario por dos meses más a principios de marzo. Inesperadamente, Bahadur Deuba fue liberado el 11 de marzo, pero sólo para ser arrestado de nuevo a finales de abril por negarse a declarar ante la Comisión Real para el Control de la Corrupción, que le acusaba de malversar fondos públicos.

Al comenzar abril, el descontento popular con los pronunciamientos altaneros de Gyanendra, que se arrogaba la condición de único garante de la “democracia” nepalesa, por encima de las formaciones políticas, decía “compartir los objetivos, pero no los métodos” de los países democráticos —Reino Unido e India— que habían suspendido la ayuda militar, y subrayaba la amenaza del “terrorismo” como una especie de cajón de sastre donde podían ir a parar todo tipo de enemigos políticos, unido a la consolidación del estado policial, cristalizó en las primeras protestas de entidad en Katmandú y otras ciudades. Convocadas y dirigidas por los cinco principales partidos, las manifestaciones fueron contundentemente reprimidas por las fuerzas del orden. Simultáneamente, el Ejército y la guerrilla libraban mortíferos combates en las regiones occidentales.

El 30 de abril, Gyanendra, de regreso de la cumbre especial de estadistas asiáticos y africanos en Yakarta (donde se entrevistó con el primer ministro indio, Manmohan Singh, y el secretario general de la ONU, Kofi Annan, quienes le instaron a que restableciera la democracia y las garantías constitucionales), para apaciguar al frente opositor, levantó el estado de emergencia, que expiraba el 1 de mayo y podía ser prorrogado, pero ni se desprendió de sus supremas atribuciones, ni canceló la prohibición que pesaba sobre las concentraciones y las huelgas en Katmandú, ni disolvió la Comisión Real para el Control de la Corrupción, ni liberó a Bahadur Deuba y a otros detenidos políticos relevantes.

El 10 de mayo, India, como premio por el levantamiento del estado de emergencia, reanudaba sus suministros de armas a Nepal. Doce días después, siete partidos de todo el arco ideológico ponían en marcha una campaña no violenta de manifestaciones sostenidas hasta obligar a Gyanendra a revocar la autocracia. En julio, los partidos rechazaban la petición del rey de proponerle candidatos de entre sus filas a puestos ministeriales. Al finalizar el mes, Bahadur era condenado a dos años de cárcel y a una multa de 90 millones de rupias como culpable de corrupción.

El 1 de septiembre, el NC rompía su compromiso escrito, vigente desde hacía seis décadas, de apoyar a la monarquía de los Shah. Dos días más tarde, Prachanda declaraba una tregua unilateral de tres meses como preludio del anuncio, el 22 de noviembre, de que el NKP(M) y los partidos parlamentarios habían llegado a un acuerdo por el que el primero accedía a abandonar la lucha armada y a sumarse al bloque de fuerzas civiles que luchaba por el restablecimiento de la democracia por medios pacíficos. El 2 de diciembre, la guerrilla extendía la tregua por otro mes, sin que el Gobierno moviera pieza. Acabado ese plazo, los rebeldes volvían a las andadas de los atentados y los asaltos con fiereza redoblada. La ONU denunció que tanto las tropas gubernamentales como la guerrilla practicaban sistemáticamente la tortura a prisioneros e infligían atrocidades a la población civil.


4. Violento pulso con el frente político-popular y derrota del rey

El discurso pronunciado por Gyanendra el 1 de febrero de 2006, en el primer aniversario de su toma del poder, fue recibido como un jarro de agua fría por los partidos, si no como una provocación. Puesto que “las primeras y más importantes precondiciones para consolidar la democracia” eran “ganar el apoyo del pueblo a través de votaciones y respetar su mandato”, el Ejecutivo presentaba un “mapa de ruta” cuyo primer hito eran las elecciones municipales que iban a tener lugar al cabo de una semana y su colofón unas elecciones parlamentarias programadas para abril de 2007. Los comicios locales del 8 de febrero se caracterizaron por el boicot partidista y la baja participación, y sólo sirvieron para caldear los ánimos. Cada vez más aislado, Gyanendra recibió un duro varapalo el 13 de febrero con el fallo del Tribunal Supremo que declaraba inconstitucional y contrario a la justicia natural la Comisión Real para el Control de la Corrupción. El órgano quedaba disuelto y todas sus decisiones anuladas. La consecuencia inmediata fue la excarcelación de Bahadur Deuba, quien veía así ganado el recurso que había interpuesto ante la corte.

Envalentonado con esta victoria, el frente opositor lanzó un embate total contra palacio. El 6 de abril de 2006 comenzó una campaña de manifestaciones seguida de una huelga general indefinida que no se detuvieron cuando las fuerzas del orden empezaron a abatir manifestantes con sus armas de fuego. El 14 de abril los convocantes de las protestas rechazaron tajantemente un llamamiento de Gyanendra al diálogo político para avanzar por consenso hacia las elecciones generales prometidas. De día en día, un número creciente de encolerizados nepaleses, hasta congregarse varias decenas de miles de una vez en Katmandú, desafiaban las prohibiciones y exigía la rendición del rey e incluso su destronamiento. El 21 de abril, tras una semana dramática en la que la represión policial alcanzó cotas de virulencia desconocidas desde el movimiento popular de 1990, Gyanendra hizo otra tentativa de desactivar la protesta consistente en ofrecer la designación de un primer ministro por los partidos y la devolución de parte de los poderes ejecutivos al gobierno que aquellos formaran.

Se trataba de una cesión importante, y de hecho fue acogida positivamente por la comunidad internacional, la cual presagiaba ya una revolución antimonárquica en Nepal, escenario que parecía no favorecer los intereses estratégicos de ninguna potencia. Pero el ofrecimiento del monarca-dictador no satisfizo a la alianza de siete partidos, que a estas alturas de la crisis no se conformaba con menos que la inmediata reapertura del Parlamento, la convocatoria de una Asamblea Constituyente y el despojamiento de todos los poderes reales por ley. Los líderes de las protestas menos radicalizados advirtieron a Gyanendra que aún estaba a tiempo de, por lo menos, conservar el trono, pero que esto sólo dependía de él.

Gyanendra claudicó por fin el 24 de abril, tras 18 días de disturbios con un balance de 19 muertos y con la economía al borde del colapso por el cese de las actividades laborales, la paralización del transporte y el encarecimiento desmesurado de los productos de primera necesidad. Ese día, el autócrata anunció la restauración del Legislativo, pidió disculpas a los familiares de las víctimas y exhortó a los partidos a que asumieran “la responsabilidad de conducir a la nación por la senda de la unidad nacional y la prosperidad, mientras aseguran una paz permanente y la salvaguardia de la democracia multipartidista”.

Aunque el rey no habló expresamente de celebrar elecciones a una Asamblea Constituyente, la alianza de partidos opositores consideró que con la reanudación de la actividad parlamentaria y el Gobierno bajo su control ese proceso estaba encarrilado, así que al día siguiente puso término a las protestas. El 27 de abril, sometiéndose a la designación de los partidos y horas después de anunciar el NKP(M) que levantaba el bloqueo a la capital y silenciaba sus armas durante tres meses para facilitar el proceso democrático, Gyanendra nombraba primer ministro al octogenario, y mermado de salud, líder del NC, Prasad Koirala, quien tomó posesión de su cargo tres días después.

El 28 de abril, en su primera sesión desde 2002, la Cámara de Representantes aprobó el plan de Prasad Koirala de emprender un proceso de paz con los maoístas y llamar a elecciones a una Asamblea Constituyente. El 4 de mayo, el nuevo Gobierno anunció un alto el fuego indefinido en respuesta a la tregua declarada por la guerrilla. Los vencedores de la confrontación tenían prisa por cambiar las reglas del juego en Nepal.

El 18 de mayo los diputados fueron unánimes en su decisión de elaborar una Carta Magna que recortara drásticamente las atribuciones del monarca, hasta reducirlo a una figura decorativa: en el futuro, éste, —y con él, los demás miembros de la familia real—, tendría que pagar impuestos, no podría interrumpir la actividad legislativa, perdería la comandancia del Ejército, que quedaría bajo el control del Parlamento y el Gobierno, sería responsable de sus actos ante la justicia, perdería todo atributo religioso hindú y ni siquiera podría elegir a su sucesor en el trono, prerrogativa que asumiría también el Parlamento. En añadidura, eRl eal Consejo Asesor, órgano palaciego que se había convertido en una camarilla reaccionaria en torno a Gyanendra, sería abolido.

(Cobertura informativa hasta 19/5/2006)