Francisco

El 13 de marzo de 2013 católicos y no católicos, creyentes y no, contemplaron la aparición en la balconada de la Basílica de San Pedro de la figura blanca de un argentino, hasta entonces cardenal primado de su país, llamado Jorge Mario Bergoglio, quien iniciaba su papado con el nombre de Francisco y bendecía Urbi et Orbi proyectando una imagen de modestia y humildad. Jesuita de 76 años, primer papa americano y el primero hispanohablante en cinco siglos, Francisco, desplegando una elocuencia desarmante tanto en el verbo como en el gesto, no perdió el tiempo a la hora de plantar los cimientos de su pontificado religioso con autoridad temporal. 

Este apuntaba a un giro reformista y progresista en la dirección de la institución católica, la cual arrastraba sonados escándalos sobre conductas deshonestas y prácticas delictivas (abusos sexuales de menores, lavado de dinero, despilfarro y apropiación de fondos) por parte de miembros situados en posiciones de poder, agudizando así una crisis de credibilidad que había alejado a la Iglesia de la opinión pública y de los mismos fieles, según reflejaban las caídas en picado de la feligresía practicante y las vocaciones sacerdotales. En los meses y años siguientes, la "marca Bergoglio" fue retratando a un papa nada convencional, diferente de los anteriores, a la luz de los mensajes y las acciones prodigados por quien pedía emular a San Francisco de Asís en pleno siglo XXI.

Muchos eran los gestos de esta nueva línea: rechazo al boato y la rigidez clericales, y búsqueda constante de la austeridad y la sencillez; prelación del estilo pastoral y el contacto físico con su grey, a la que se dirige con palabras de fraternidad y compasión; compromiso prioritario con los desfavorecidos ante las injusticias y las desigualdades sociales; denuncia incisiva, empleando un lenguaje claro y directo, de la "idolatría del dinero", "la dictadura de la economía" y la "cultura del descarte", tanto de personas como de cosas, subyacentes en las leyes del mercado y en el presente modelo de sociedad; activismo por la paz en el mundo; regeneración de la Curia y la Banca vaticanas, afectadas según él por un catálogo de "enfermedades" entre las que está el "Alzheimer espiritual"; "tolerancia cero" con los casos de pederastia, tachada de "lepra" del Clero; y un enfoque aperturista, menos obsesionado con la doctrina moral y los dogmas, y más pendiente de los problemas diarios de la gente, de temas como la homosexualidad, el control de natalidad, el celibato sacerdotal y el papel de la mujer en el seno de la Iglesia.

Francisco, siempre accesible y muchas veces sorprendentemente informal, rehúsa desplazarse en el papamóvil y prescinde de los ornatos lujosos, se salta espontáneamente los protocolos, puede llamar personalmente por teléfono al que le ha escrito pidiendo ayuda, anatemiza a los corruptos, empezando por los católicos y los que llevan la sotana, y no se cansa de invocar la doctrina social de la Iglesia, negando de paso la acusación de "comunista" que le endilgan sectores ultraconservadores del catolicismo a los que su pontificado disgusta vivamente. 

Desde el principio, dijo que quiere una Iglesia "pobre y para los pobres", que deje de ser "autorreferencial" y salga "a las periferias" para cumplir su misión básica de "evangelizar", proclamando el perdón y no la condenación de los pecadores. El radical cambio de estilo y la ruptura de moldes en la jefatura de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano han ido de la mano de la continuidad de tendencias precedentes, como el diálogo interreligioso y los guiños ecuménicos. La misma limpieza de las finanzas vaticanas y el giro en relación con la pedofilia clerical se iniciaron, tímidamente, bajo el Papa Ratzinger, pero con Bergoglio este proceso ha tomado un rumbo mucho más decidido.

Cumplidos (diciembre de 2015) mil días desde el Cónclave que cubrió la vacancia abierta por la renuncia del ahora Papa emérito Benedicto XVI, la revolución de Francisco se ha sustanciado en un balance productivo, aunque falto aún de compleción en lo que más toca a la cúpula de la Iglesia, que es su reestructuración interna. El Santo Padre creó el Consejo de Cardenales para asesorarle en el gobierno eclesial y la reforma de los dicasterios, auditó a fondo y transparentó el IOR, el polémico Banco Vaticano, además de instituir la Secretaría de Economía y la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores. 

También, convocó el Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, y publicó la exhortación apostólica Evangelii gaudium y la encíclica Laudato si', donde expone pormenorizadamente su pensamiento y programa reformistas para la Iglesia, amén de lanzar, en el último documento, todo un alegato de "ecologismo integral" para la conservación del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Además, canonizó a dos predecesores en la cátedra petrina, Juan XXIII y Juan Pablo II.

En el plano de la doctrina moral, Francisco ha mantenido inalterable la condena del aborto y, pese a las expectativas suscitadas por sus llamadas a la tolerancia, no admite el matrimonio civil de personas del mismo sexo y mantiene cerrada la puerta a la ordenación sacerdotal de las mujeres. La impresión es que, en estos casi tres años de pontificado, el Papa ha conseguido reconciliar a muchos fieles de base con la Iglesia institucional y avanzado en la reparación de la imagen del Vaticano, seriamente dañada por sus "ovejas descarriadas". 

Sin embargo, son patentes los recelos y resistencias que su talante y medidas están hallando en los mismos círculos que hicieron el vacío al fatigado Benedicto XVI, hasta conseguir arrancarle la renuncia. En 2015, el estallido de un nuevo escándalo de filtración de documentos confidenciales reveladores del desorden dinerario y las intrigas de poder que siguen agazapados en la Santa Sede, el ya bautizado como Vatileaks 2, ha sido interpretado como un intento de sabotaje a la empresa papal por aquellos que no están dispuestos a perder sus privilegios y a amoldarse a la nueva Iglesia, dedicada a "curar heridas" como un "hospital de campaña tras una batalla", que Francisco predica.

No menos destacada ha sido la consolidación de Francisco como un respetado actor global, cuyos llamamientos y prédicas han devuelto a la Iglesia Católica la relevancia perdida en la escena internacional. El Papa ha urgido a las potencias a pacificar los conflictos de Oriente Próximo (el de Siria en particular), ha denunciado las atrocidades del Estado Islámico, ha reclamado humanidad para con inmigrantes y refugiados, y ha jugado sus cartas diplomáticas con resultados fructíferos. Así, la mediación papal ha sido fundamental para el histórico deshielo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, mérito que ambos gobiernos han reconocido.

(Texto actualizado hasta 25 diciembre 2015).


La hoja de vida del sacerdote argentino Jorge Mario Bergoglio

El 266º papa de Iglesia Católica nació en la capital de Argentina el 17 de diciembre de 1936 en el hogar de clase trabajadora formado por los señores Mario José Bergoglio, oriundo de Italia, y Regina María Sívori, hija de inmigrantes italianos también. El mayor de cinco hermanos, estudió la primaria en el Colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, casa de estudios que los salesianos tenían en Ramos Mejía, en el cinturón oeste del conurbano, y la secundaria en la Escuela Técnica Nº 27 Hipólito Yrigoyen, en la Ciudad Autónoma, por la que se graduó como técnico en Química.

En estos sus años mozos, el futuro jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano ganó algunos modestos pesos fregando suelos en una floristería y ejerciendo de portero en un club nocturno, labor esta última que el propio Francisco reveló de manera casual en 2014, en una charla informal con los feligreses tras celebrar misa en un parroquia romana. Aunque empezó a trabajar en un laboratorio de análisis alimentario, la vocación religiosa prendió en él y en 1957, a los 21, decidió ingresar en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires, sito en el barrio porteño de Villa Devoto, para convertirse en sacerdote de la Compañía de Jesús. Más de medio siglo después, el clérigo iba a explicar que se unió a los jesuitas "atraído por su condición de fuerza de avanzada de la Iglesia, hablando en lenguaje castrense, desarrollada con obediencia y disciplina, y por estar orientada a la tarea misionera". El joven inició su noviciado en marzo de 1958.

Fue el comienzo de 12 años de formación y docencia eclesiásticos que Jorge Mario Bergoglio repartió en casas y colegios jesuitas de Santiago de Chile, Santa Fe y Buenos Aires. En el Colegio Máximo de San José, también conocido como el Centro Loyola, en la localidad bonaerense de San Miguel, tuvo como profesor de Teología a Juan Carlos Scannone, principal referente en Argentina de la corriente de pensamiento católico progresista Teología del Pueblo. Esta podía considerarse una vertiente local de la Teología de la Liberación que tras el Concilio Vaticano Segundo, con su opción preferencial por los pobres y su concepción de la espiritualidad y la salvación estrechamente ligadas a la superación de las situaciones socioeconómicas de exclusión e injusticia, tuvo una amplia difusión en América Latina.

Bergoglio fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, cuatro días antes de cumplir los 33 años, de manos de Ramón José Castellano, el antiguo arzobispo de Córdoba, quien desde su renuncia en 1965 estaba retirado en un monasterio benedictino. En 1971, una vez realizados los ejercicios espirituales, estudios ignacianos y experiencias apostólicas de su tercera probación, que tuvo lugar en la ciudad española de Alcalá de Henares, el jesuita argentino pasó a ser un miembro pleno de su orden religiosa. 

En julio de 1973, al poco de hacer la profesión perpetua, el prepósito general, Pedro Arrupe, le nombró provincial de la Compañía de Jesús en Argentina. Como tal, Bergoglio vivió los difíciles años de la dictadura militar implantada por el golpe de Estado de 1976, caracterizados por el secuestro, tortura, desaparición y exterminio de aquellos a los que el general Jorge Videla y sus compañeros de junta consideraban enemigos de la nación. La persecución sistemática por ideología política, un terrorismo de Estado de vastas dimensiones que las Fuerzas Armadas desataron en el marco del llamado Proceso de Reorganización Nacional, se cebó en las organizaciones de izquierda, pero alcanzó también a muchos clérigos y laicos de comunidades de base vinculados a la Teología del Pueblo y al afín Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

La conducta de Bergoglio durante los años de la guerra sucia dio lugar a una polémica de cierta intensidad nada más producirse su proclamación papal con el nombre de Francisco en marzo de 2013. En aquella ocasión, la prensa recordó unos reportajes publicados en Argentina años atrás donde se decía que el entonces provincial de la Compañía de Jesús había "colaborado" con la dictadura al rehusar dar protección a dos curas de su orden, Francisco Jálics y Orlando Yorio, que desarrollaban labores pastorales en barrios marginales y que sufrieron cinco meses de cautiverio con torturas en la siniestra Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), hasta que fueron liberados. 

Incluso llegó a sugerirse que Bergoglio, más que favorecerlos con su actuación de desamparo, pudo haber tomado parte activa en la comisión por el Ejército de estos secuestros. De hecho, en 2010 una antigua catequista, María Elena Funes de Perinola, presentó una querella contra el ya cardenal Bergoglio acusándolo directamente de facilitar el secuestro de los curas jesuitas.

En 2010 Bergoglio salió al paso de estas acusaciones, y por vía doble. Primero, refutándolas expresamente en el libro autobiográfico de conversaciones El jesuita, donde contaba que, al contrario, había dado refugio en el Colegio Máximo a varias personas que huían de las represalias de los militares, entre ellas tres seminaristas, además de prestar su identidad a otra persona que gracias al ardid consiguió cruzar la frontera brasileña. "Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas (...) me moví dentro mis pocas posibilidades y mi escaso peso", cuenta Bergoglio en esta obra, escrita por los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, y reeditada con gran éxito de ventas luego de acceder al solio de san Pedro en 2013.

La refutación figuró también en la declaración que, en calidad de testigo y desde su oficina en el Arzobispado de Buenos Aires, realizó en noviembre de 2010 en el juicio por el secuestro de los dos sacerdotes en cuestión, donde aseguró que había conseguido reunirse con el general Videla y el almirante Massera para interceder por los jesuitas, una revelación que Bergoglio hace también en su citada autobiografía. En aquella declaración judicial, el eclesiástico fue interrogado por la abogada pro Derechos Humanos y política de orientación trotskista Myriam Bregman, quien cinco años después iba a ser candidata a vicepresidenta de la Nación por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. En esta causa, Bregman llevaba la representación legal de la querellante María Elena Funes, cuya denuncia fue desestimada.

En apoyo del testimonio del nuevo papa acudió en 2013 su paisano y Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el cual afirmó que Francisco "no tenía nexos con la dictadura", de la que en cambio sí fueron "cómplices" algunos obispos. Para el activista argentino, antiguo represaliado de la junta militar, el Bergoglio de aquella época "no era de los religiosos que iba al frente", sino que "dentro de su comunidad hacía una política silenciosa". Otros defensores del Sumo Pontífice corroboraron sus relatos de que había ayudado a ponerse a salvo a varios perseguidos del régimen. Al hilo de esta controversia, se hizo viral en Internet  —herramienta tecnológica que, por cierto, Francisco ha elogiado como un "regalo de Dios"— una fotografía de 1990 en la que aparecía el ex presidente Videla recibiendo la comunión de un sacerdote medio de espaldas que supuestamente era Bergoglio. Sin embargo, la identidad del eclesiástico era falsa.

En 1980 la dictadura militar estaba en su apogeo cuando Bergoglio se hizo cargo de la rectoría del Centro Loyola de San Miguel y de sus facultades de Filosofía y de Teología, donde él se había licenciado respectivamente en 1963 y 1970. Fuera de las aulas era el titular de la Parroquia del Patriarca San José, cuya feligresía la componían mayormente vecinos de clase humilde de esta zona del noroeste del Gran Buenos Aires. En marzo de 1986 se trasladó a Alemania para rematar su tesis doctoral. 

De vuelta a Argentina, sus superiores lo destinaron al Colegio de El Salvador en Buenos Aires, en el cual había dado clases en su etapa de novicio, y poco después a la iglesia que la Compañía de Jesús tenía en la ciudad de Córdoba, donde se desempeñó de director espiritual y confesor. En 1986 publicó también su segundo libro personal, Reflexiones sobre la vida apostólica, que continuaba la línea conceptual de Meditaciones para religiosos, escrito en 1982, y al que iba a seguir una tercera obra de temática espiritual, Reflexiones de esperanza, en 1992. En 1995 iba a aparecer su artículo La vida sagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.

Las cualidades pastorales e intelectuales del jesuita, al que nadie dejaba indiferente por su carácter sencillo, bondadoso y austero, algo cohibido pero accesible en el trato personal, y por una capacidad de liderazgo basada en la humildad, llamaron la atención del cardenal Antonio Quarracino, quien le reclutó para su Arzobispado de Buenos Aires y movió los hilos para que Roma le elevara a la condición episcopal. Así, el 20 de mayo de 1992 el papa Juan Pablo II designó a Bergoglio obispo titular de Auca (antigua diócesis altomedieval que tuvo su sede episcopal en la localidad española de Villafranca Montes de Oca, en la provincia castellana de Burgos, luego un obispado histórico meramente titular, sin jurisdicción territorial y no presencial) y obispo auxiliar de Buenos Aires, uno de los cuatro que tenía la Archidiócesis, siendo ordenado como tal por Quarracino el 27 de junio siguiente. Tenía 55 años.

A partir de este momento, el ascenso del obispo Bergoglio en la jerarquía eclesiástica se hizo imparable. En diciembre de 1993 asumió la vicaría general de la Archidiócesis porteña, en junio de 1997 fue promovido a arzobispo coadjutor de Buenos Aires y el 28 de febrero de 1998 sucedió al fallecido Quarracino como titular de la Archidiócesis y primado de Argentina, el primero jesuita. Asimismo, tomo posesión de la Gran Cancillería de la Pontificia Universidad Católica Argentina de Buenos Aires. La imposición del capelo cardenalicio de manos de Juan Pablo II le llegó en el Consistorio Ordinario Público del 21 de febrero de 2001, ceremonia en la que fueron ordenados otros 43 cardenales, incluido un segundo argentino, Jorge María Mejía. Entonces, el Papa le asignó el título de San Roberto Belarmino.

El nuevo cardenal presbítero, que no se cansaba de subrayar la importancia de que los obispos hicieran "profesión de justicia", predicaran "incesantemente" la doctrina social de la Iglesia y expresaran "juicios auténticos en materias de fe y de moral", incrementó su popularidad entre los fieles diocesanos con sus campañas de evangelización y caridad social orientadas a los más necesitados, y por la importancia que concedía al ministerio pastoral, no solo el litúrgico, de los párrocos, a los grupos católicos de barrio y a la implicación de los seglares en las labores de la Iglesia. También llamaba positivamente la atención su sencillísimo estilo de vida, bien lejos de las profusiones que suelen rodear a su dignidad eclesiástica, incluso rayano en el ascetismo. 

Desde la perspectiva de la doctrina de la fe, Bergoglio estaba considerado un clérigo conservador. En 2013, siendo papa, Bergoglio declaró en una entrevista para la revista jesuita La Civiltà Cattolica que él "jamás había sido derechas", y que la aureola de clérigo "ultraconservador" que le crearon algunos se había debido a su "forma autoritaria rápida de tomar decisiones", particularmente cuando era un joven provincial de la Compañía de Jesús, en una época en la que había que "afrontar situaciones difíciles", y él tomaba decisiones "de manera brusca y personalista".

El caso fue que su nombradía comenzó a extenderse por América Latina y la Santa Sede empezó a tenerle en cuenta también. En octubre de 2001 Roma le nombró relator general adjunto para la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en sustitución del cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, al que los atentados terroristas del 11-S le obligaban a permanecer en Estados Unidos. Posteriormente, el cardenal Bergoglio pasó a integrar varios órganos colegiados de la Curia Vaticana: la Congregación para el Clero, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el Pontificio Consejo para la Familia y la Pontificia Comisión para América Latina, entre otras instancias.

En abril de 2005 Bergoglio participó en el Cónclave del Colegio Cardenalicio convocado tras el fallecimiento de Juan Pablo II y del que Joseph Ratzinger salio investido papa con el nombre de Benedicto XVI. En noviembre del mismo año, luego de declinar su elección para el cargo en 2002, el arzobispo de Buenos Aires fue escogido por sus colegas presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en sucesión del arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Mirás.

Aunque traía una reputación de obispo poco comunicativo —no concedía entrevistas a la prensa—, reacio a las manifestaciones públicas estridentes y a entrar en controversias con las autoridades políticas por determinados aspectos de la legislación federal que afectaban a la Iglesia, el cardenal primado mantuvo, y exhibió en público, unas relaciones bastante tirantes con los gobiernos peronistas de Néstor Kirchner y, desde 2007, su esposa Cristina Fernández de Kirchner

Los principales puntos de fricción entre el kirchnerismo y el cabeza de la Conferencia Episcopal, quien expresó los argumentos de la moral de la Iglesia con acentos beligerantes, fueron la aprobación del matrimonio homosexual (julio de 2010) y el debate suscitado en el oficialismo sobre un mayor grado de despenalización del aborto. El primado de Argentina también arremetió contra la fuga de capitales y la generación de pobreza social en el país, dos situaciones que el Gobierno kirchnerista decía combatir.

En noviembre de 2011 expiró su segundo e improrrogable mandato de tres años como jefe de los obispos argentinos, cometido que transfirió al arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo. En diciembre siguiente, al cumplir los 75 años, Bergoglio comunicó su deseo de renunciar al Arzobispado porteño de conformidad con el Derecho Canónico. Su intención era jubilarse tan pronto como Roma nombrara un sucesor y retirarse a un hogar para sacerdotes. Licenciado del ministerio activo, pensaba llevar una vida de oración y de vicaría espiritual, confortando a los necesitados. En la última década, Bergoglio había enriquecido su bibliografía con una veintena de ensayos, artículos, colaboraciones, ponencias y recopilaciones de homilías.

La elección papal de 2013 y los primeros cien días de pontificado: un cambio de estilo en el solio de san Pedro y la prioridad de los pobres

Cuando el fallecimiento del luego por él canonizado Juan Pablo II, Bergoglio, que entonces contaba con 68 años, ya fue barajado por analistas y vaticanólogos como uno de los candidatos a llevar el solideo blanco. Desde entonces, se ha especulado insistentemente con que el cardenal argentino reunió el segundo mayor número de votos, hasta 40 papeletas en la tercera votación, por detrás del finalmente ganador, el alemán Ratzinger, desde 1981 poderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tenido por el guardián de la ortodoxia religiosa y el favorito para suceder al papa polaco. 

Sin embargo, dado el secretismo oficial que envuelve a las deliberaciones del Sacro Colegio —los cardenales electores están obligados a no desvelar detalles de lo decidido a puerta cerrada en la Capilla Sixtina bajo pena de excomunión— estas informaciones, basadas en las al parecer habituales filtraciones pese a la severa prohibición canónica, han de tomarse con cautela.

El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI anunció su renuncia como jefe de la Iglesia Católica, efectiva el último día del mes. Al dar cuenta de la primera dimisión de un papa desde su predecesor Gregorio XII en 1415, Benedicto XVI adujo su avanzada edad, 85 años, y su escasez de fuerzas, que "ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino". 

La prensa internacional se hizo amplio eco de la inédita decisión papal y la enmarcaron en las duras críticas, vertidas contra la Santa Sede en su conjunto pero también contra su cabeza en particular, que venían suscitando los casos de pederastia que involucraban a sacerdotes católicos, así como al gran escándalo conocido como Vatileaks, la filtración en 2012 por el mayordomo papal Paolo Gabriele de una serie de documentos confidenciales, fruto de una investigación interna, que involucraban a personas de la Curia en un amplio catálogo de situaciones de sobornos, desvíos de fondos y chantajes a obispos homosexuales, todo ello enmarcado en un sombrío escenario de corrupción, despilfarro, intrigas y luchas constantes entre facciones vaticanas.

El 28 de febrero, al hacerse efectiva la renuncia de Benedicto XVI, quien partió en helicóptero a un retiro temporal en el Palacio de Castel Gandolfo en calidad, por primera vez en la historia, de papa emérito, la Ciudad del Vaticano entró en Sede Vacante. Mientras durase la vacancia del soberano, la Santa Sede y el Estado Vaticano pasaban a estar gobernados y administrados por el Colegio de Cardenales con su decano, Angelo Sodano, y por el cardenal camarlengo de la Santa Iglesia Católica y jefe de la Cámara Apostólica, Tarcisio Bertone, quien era además el secretario de Estado, titular del dicasterio responsable de las funciones políticas y diplomáticas. Fue Sodano el encargado de convocar a todos los cardenales del orbe católico romano, 217, a un cónclave que iba a iniciarse en la Basílica de San Pedro el 12 de marzo.

Al excusar su presencia dos cardenales (el arzobispo emérito de Yakarta, Julius Darmaatmadja, por problemas de salud, y el arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo, Keith O'Brien, quien había renunciando a su puesto episcopal al pesar en su contra varias denuncias por "conducta sexual impropia"), el Sacro Colegio quedó integrado por 115 de los 117 cardenales menores de 80 años y por tanto habilitados para ejercer el voto; los restantes 90 prelados presentes para el Cónclave que tenían 80 años o más, no podían votar al nuevo papa, pero sí ser elegidos. Así lo establecía la Constitución Apostólica Romano Pontifici Eligendo, promulgada por Pablo VI en 1975 y luego modificada en tres ocasiones por sus sucesores.

A diferencia de 2005, el argentino Bergoglio, con 76 años, no fue incluido en las quinielas de papables más plausibles. Como favoritos para la tiara, las cabeceras de prensa mencionaron a los italianos Angelo Scola y Gianfranco Ravasi, al austríaco Christoph Schönborn, al húngaro Péter Erdő, al filipino Luis Antonio Tagle, al ghanés Peter Turkson y a cinco americanos, los estadounidenses Timothy Dolan y Séan P. O'Malley, los brasileños Odilo Scherer y Joao Braz de Aviz, y el canadiense Marc Ouellet. Incluso se mencionó a un cardenal argentino que no era el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Leonardo Sandri, desde 2007 el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales.

Sin embargo, Bergoglio hizo que muchos colegas purpurados se fijaran en él con una ponencia, virtualmente un discurso de presentación de candidatura papal, dada a conocer durante las Congregaciones Generales previas al Cónclave. En este texto, el cardenal jesuita explicaba su visión de una Iglesia obligada a dejar de ser "autorreferencial", replegada sobre sí misma, y a "ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria". "Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, deviene autorreferencial y entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico", sentenciaba Bergoglio en su pronunciamiento.

El primer día del Cónclave concluyó con la fumata negra resultante de la quema de los votos del primer escrutinio. Al día siguiente, 13 de marzo de 2013, los cardenales efectuaron otras tres rondas de voto también infructuosas. Ningún papable conseguía alcanzar la mayoría cualificada de dos tercios de preferencias de los electores presentes, es decir, 77 votos como mínimo. Transcurridos unos minutos de las siete de la tarde, de la chimenea de la Capilla Sixtina salió la fumata blanca esperada por los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.

Aproximadamente una hora más tarde, desde la balconada de la Basílica, el protodiácono del Colegio de Cardenales, el francés Jean-Louis Tauran, anunció en latín el familiar habemus papam: el nuevo soberano pontífice era Jorge Mario Bergoglio, quien tomaba el nombre de Francisco (Franciscum). A continuación, el mundo vio asomarse la figura blanca de un hombre que desde el primer instante, por su apariencia física y por sus palabras preliminares, ya transmitía una imagen nítida de modestia y benevolencia. Por de pronto, Francisco compareció ataviado solamente con la sotana y la esclavina papales, sin el tradicional hábito coral compuesto de sobrepelliz, muceta roja y estola bordada, y, colgándole del pecho, con el crucifijo plateado que había llevado como arzobispo, no la cruz dorada y enjoyada portada por los anteriores papas.

En su primera alocución en italiano, terminada con la tradicional Bendición Urbi et Orbi inaugural del pontificado, Francisco comentó que parecía que sus hermanos cardenales habían ido a buscar al nuevo obispo de Roma "casi al confín del mundo", rezó un padrenuestro y una avemaría por su antecesor, Benedicto XVI, anunció el comienzo de un "camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros", y pidió a los fieles que oraran por él "para que el Señor me bendiga". Los comentaristas se apresuraron a recordar que Francisco era el primer papa de la Compañía de Jesús, el primero americano y el primero hispanohablante desde el español Alejandro VI cinco siglos atrás, en 1492-1503.

También se supuso que el cardenal Bergoglio había escogido el nombre de Francisco en honor a san Francisco de Asís, subrayando así su énfasis en la entrega a los pobres, la austeridad y la máxima humildad de los miembros de la Iglesia. No faltaron, sin embargo, los que creían que la evocación apuntaba más bien a Francisco Javier, el santo de los jesuitas, o a san Francisco de Sales. 

El Vaticano aclaró que el nombre del Papa era Francisco, no Francisco I, sin el ordinal, mencionado erróneamente por muchos comentaristas al percatarse de que en la historia del Papado ningún pontífice había portado ese nombre, y dio a conocer su escudo papal, que se basaba en los anteriores escudos episcopal y cardenalicio de Jorge Bergoglio. Este recogía el cristograma IHS, símbolo de los jesuitas, la estrella dorada en representación de la Virgen María y el ramo de nardos o Vara de san José, e incorporaba el lema Miserando atque eligendo (Lo miró con misericordia y lo eligió).

Los devotos de la grey católica, pero también no pocos no fieles y no creyentes, se pusieron a escrutar con mayor o menor interés los primeros pasos de Francisco para tratar de discernir la dirección que pudiera tomar el nuevo papa en tiempos de crisis para la Iglesia, la cual, era una opinión muy extendida, pedía a gritos revisiones y reformas de calado en gran número de ámbitos, si es que quería reparar su imagen tras la avalancha de escándalos de pedofilia y los casos de corrupción en su seno, y cortar la sangría de fieles en muchas partes del mundo, donde ganaban terreno otras opciones religiosas. Pues bien, al soberano venido de Argentina le falto tiempo para empezar a emitir señales inequívocas en tromba.

Solo en su primera semana de pontificado, en los oficios religiosos y en las audiencias, Francisco, que decidió residir en la Casa de Santa Marta —antigua casa de acogida de enfermos y refugiados reconvertida en residencia de huéspedes, habitualmente obispos y cardenales, como los que habían asistido al reciente cónclave—, y no en el suntuoso y descomunal Apartamento Pontificio del Palacio Apostólico Vaticano —usado por todos los papas en el último siglo—, asentó de cara al público su particular estilo, inconfundiblemente pastoral: expresándose con tono didáctico pero claro y directo, sin fárragos doctrinales, para que todo el mundo le entendiera, prodigando salidas espontáneas ante el micrófono y gesticulaciones desprovistas de solemnidad, predicando el mensaje de los Evangelios, invocando la figura de Cristo y celebrando "la misericordia de Dios, que nunca castiga". 

Además, confirmó que había escogido su nombre religioso pensando en el santo de Asís, su dedicación a los pobres y sus mensajes de paz. La explicación la hizo el 16 de marzo en su encuentro con los representantes de los medios de comunicación en el Aula Pablo VI. En un momento de su discurso a los periodistas, el Papa dijo una frase que podía valer como prontuario de su misión: "¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!", exclamó. Dos días después, Francisco recibió en el Vaticano a la primera autoridad extranjera, la presidenta y compatriota Cristina Fernández, aún de luto desde la muerte de su marido Néstor Kirchner en 2010. La audiencia borró de un plumazo años de pésimas relaciones institucionales entre el Gobierno y el primado argentinos, y marcó el comienzo de un diálogo sumamente cordial. 

El 19 de marzo, festividad de san José, tuvo lugar la misa de investidura de Francisco, quien en su desplazamiento por la Plaza de San Pedro usó un todoterreno blanco descubierto, en lugar del famoso papamóvil blindado, y del que se apeó varias veces para tener contacto físico con las personas congregadas. A la ceremonia asistió el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, máxima autoridad espiritual de los 300 millones de cristianos ortodoxos, hecho que no tenía precedentes desde el Cisma de Oriente en 1054. Luego, el 23 de marzo, Francisco visitó al emérito Benedicto XVI en Castel Gandolfo, dando lugar a unas imágenes insólitas: dos papas de blanco dispensándose atenciones y rezando hombro con hombro.

En la Semana Santa de 2013, con su profusión de oficios litúrgicos y ritos religiosos, Francisco, que, en otras rupturas consuetudinaria se negaba a sentarse en el pomposo trono papal, portaba un Anillo del Pescador hecho de plata (argentum) y no de oro, y calzaba sus propios zapatos negros en vez de los zapatos rojos confeccionados a la medida del Santo Padre (y, como en el caso del anillo de oro, usados por todos los pontífices desde la Edad Media), tuvo ocasión de multiplicar las llamadas a la pacificación de los conflictos internacionales, así como las denuncias de las corrupciones materiales y espirituales de los hombres, y de las desigualdades sociales impuestas "por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias".

También, aprovechó para reforzar su mensaje de pobreza con actos ricos en simbolismo. El Jueves Santo el Papa alteró una tradición arraigada al celebrar misa no en la Archibasílica de San Juan de Letrán, sede episcopal del obispo de Roma, sino en una cárcel de menores de la capital de Italia, el Casal del Marmo, ya visitado anteriormente por Juan Pablo II y por Benedicto XVI. Tras la ceremonia, el sacerdote lavó, secó y, arrodillado, besó los pies a una docena de reclusos, entre los que había dos mujeres, una de ellas musulmana. Hasta ahora, el lavatorio de los pies, recordatorio del gesto de Jesucristo con sus discípulos en la Última Cena, lo hacía el Papa en la Catedral de Roma, a doce miembros del Clero, todos varones, y empleando recipientes de oro.

Los aires de cambio en el Vaticano siguieron acumulándose en las semanas subsiguientes al ritmo que marcaba un papa sui géneris, que venía a romper moldes y posiblemente, aunque esto todavía estaba por confirmar con hechos, a introducir reformas profundas en el funcionamiento de la sede de la Iglesia Católica. Definitivamente, Francisco era un pontífice con carisma, aunque un carisma diferente del que había gozado Juan Pablo II, y su popularidad no podía sino crecer.

El primero de mayo, fiesta católica de san José obrero, el Papa celebró una audiencia general en la que solicitó la creación de puestos de trabajo "para dar esperanza a los trabajadores". Al día siguiente, volvió a encontrarse con Benedicto XVI pero esta vez en el Vaticano, en cuyo recinto, concretamente en el Monasterio Mater Ecclesiae, el papa emérito había fijado su residencia definitiva. El 10 de mayo Francisco hizo otro notable gesto de ecumenismo el recibir a Teodoro II, patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Alejandría y de toda África.

Dos jornadas más tarde, el Papa canonizó a 815 personas, de las que 813 eran los conocidos como los mártires de Otranto (un grupo de habitantes de la ciudad italiana asesinados en 1480, tras ser conquistada Otranto por los turcos otomanos, por negarse a convertirse al Islam, y a cuyo frente estuvo Antonio Primaldo), los cuales tenían la condición de beatos desde el siglo XVIII y cuya canonización ya había sido anunciada por Benedicto XVI poco antes de renunciar.

Aunque el registro canónico se limitaba a consignar a "Antonio Primaldo y sus 812 compañeros", esta fue con diferencia la mayor canonización colectiva en la historia de la Iglesia, así que, en sentido estricto, Francisco, de buenas a primeras, superó con creces a Juan Pablo II como el papa que más hombres y mujeres había incorporado al santoral católico; en sus 26 años de pontificado, el papa polaco había aprobado 110 causas de canonización y proclamado santos a 482 personas individuales.

El 16 de mayo el Papa condenó el "culto al dinero" y la "dictadura de la economía", "nuevas y desalmadas formas" adoptadas por la "antigua veneración del becerro de oro", y subrayó la "necesidad de una reforma financiera junto con líneas éticas que produzca una reforma económica para beneficiar a todos". Días después, Francisco la emprendió contra las organizaciones mafiosas, que se dedicaban a "explotar y esclavizar a la gente". Las arremetidas contra el capitalismo, el afán de lucro económico y la explotación de las personas fueron la tónica en las declaraciones de Francisco en la recta final de sus primeros cien días de papado, el 20 de junio de 2013.

Hasta entonces, el soberano vaticano aseveró que en el mundo "no manda el hombre, sino el dinero"; que aunque la crisis era profunda, "el sistema continúa como antes, ya que lo que domina es una economía y unas finanzas carentes de ética"; que eran "millones, sobre todo niñas, los menores obligados a trabajar, principalmente en el trabajo doméstico, lo que comporta abusos y maltratos", situación que no era sino "esclavitud" y una "auténtica plaga"; y que "el dinero y los otros medios políticos y económicos deben servir y no gobernar". Esta última afirmación constó en una carta dirigida al primer ministro británico, David Cameron, en la víspera de la Cumbre del G8 en Irlanda del Norte. Dos días antes de esta misiva, el 14 de junio, Francisco realizó un tercer guiño ecuménico al dar la bienvenida en Roma al arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana, Justin Welby.

La revolución de Francisco: la espinosa reforma vaticana y reacción enérgica frente a los casos de pederastia

En tres meses de pontificado, a golpe de gestos y de palabras, Francisco, daba la impresión, había conseguido reducir el profundo foso abierto entre la institución dirigente de la Iglesia Católica y la opinión pública. Su doctrina y su pensamiento ya estaban bien claros en varios apartados, mientras que en otros aún debían perfilarse. 

Pero si algo parecía urgente era la reforma de la Curia y de los órganos de gobierno y administración seculares del Vaticano, puestos seriamente en entredicho desde hacía años no solo por el escándalo Vatileaks y sus ramificaciones, sino también por el largo historial de oscurantismo, irregularidades y operaciones abiertamente ilícitas (típicamente, el lavado de dinero) que arrastraban las finanzas vaticanas y el banco que las gestionaba, el Instituto para las Obras de Religión (IOR). Con Benedicto XVI, el comúnmente llamado Banco Vaticano, presidido desde febrero de 2013 por el laico alemán Ernst von Freyberg, quien preconizaba "tolerancia cero" con las transacciones sospechosas por parte de trabajadores de la entidad, ya había iniciado un programa de reestructuración y transparencia, y ahora, con Francisco, este proceso se aceleró.

El 24 de junio de 2013 Francisco creó una Comisión Referente Pontificia de cinco miembros con la tarea de acometer una revisión integral del estatus y las actividades del IOR, la llamada CRIOR. No se descartaba que el Papa, al final, decidiera disolver el IOR si llegaba a la conclusión de que el desacreditado banco era irreformable. 

La presión sobre el Vaticano para que pusiera orden y control en sus entresijos financieros, pantalla para la comisión de delitos y desmanes económicos del tipo de los que Francisco tanto recriminaba al capitalismo global, se incrementó pocos días después al conocerse la noticia de la detención por la Guardia di Finanza italiana de monseñor Nunzio Scarano, el obispo de Salerno, al que la Fiscalía de Roma acusaba de fraude y corrupción en relación con la entrada ilegal en Italia de 20 millones de euros procedentes de Suiza y pertenecientes a amigos del religioso, el cual habría sobornado a un ex agente de los servicios secretos italianos para que le ayudara a introducir en el país esa suma de dinero en billetes de 500 euros y en el flete de un jet privado.

Según parecía, Scarano ayudaba a blanquear capitales a sus socios haciéndolos pasar por donaciones para los pobres e ingresándolos en las cuentas del IOR. Scarano fue inmediatamente suspendido como responsable de la contabilidad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), el dicasterio que gestiona los bienes patrimoniales de la Santa Sede. En su caída, el obispo, quien resultaba que vivía en una lujosa casa de 17 habitaciones llenas de valiosas antigüedades en su diócesis de Salerno, arrastró al director y al subdirector del IOR, Paolo Cipriani y Massimo Tulli, cuyas dimisiones fueron aceptadas por la Comisión Cardenalicia y el Consejo de Superintendencia del IOR.

El enésimo escándalo concerniente a los dineros de la Santa Sede reafirmó a Francisco en su convicción de que la limpieza interna del IOR era una tarea absolutamente crucial, so pena de producir un daño irreparable a la credibilidad de su pontificado reformista. En octubre siguiente, el Banco Vaticano hizo público su primer balance anual de cuentas, cuentas previamente auditadas por la firma KPMG, desde que fuera creado por Pío XII en 1942. El documento, descargable en Internet, informaba que en 2012 el IOR había tenido un beneficio neto de 86 millones de euros, de los que más de la mitad habían sido transferidos al presupuesto de la Santa Sede.

En abril de 2014 el Papa, no sin antes cesar a cuatro miembros de la Comisión Cardenalicia, entre ellos Tarcisio Bertone, aceptó las propuestas hechas por la CRIOR, así como por la Comisión Pontificia Referente de la Organización de la Estructura Económico-Administrativa de la Santa Sede (COSEA), y por los mismos Consejo de Superintendencia (a cuyo cabeza, Ernst von Freyberg, tomó el relevo poco después Jean-Baptiste de Franssu) Comisión Cardenalicia, sobre que era pertinente mantener en funcionamiento el Banco Vaticano, dada "la importancia de su misión para el bien de la Iglesia Católica", pero ajustándolo a las "mejores prácticas" internacionales de regulación y transparencia, indicó el cardenal australiano George Pell, ex arzobispo de Sydney, recién nombrado por el Papa prefecto de la nueva Secretaría de Economía de la Santa Sede. 

La supervisión del IOR empezaba en el mismo Vaticano a través de la Autoridad de Información Financiera (AIF), órgano de control instituido por Benedicto XVI en 2010 y que ahora veía reforzadas sus atribuciones en virtud de los motu proprio, o decretos papales, de agosto y noviembre de 2013, así como de la Ley número XVIII, sobre normas de transparencia, vigilancia e información financieras, adoptada por la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano en octubre de 2013.

Tanto o más complicada que el saneamiento a fondo del IOR y el entramado financiero del Vaticano era la reforma de la estructura organizativa de la Curia, los dicasterios, instrumento operativos, integrado por varios cientos de personas, sin cuyo concurso Francisco no podría hacer realidad la Iglesia que tenía en mente. El soberano veía a la Curia como una organización necesaria, la "intendencia" de la Santa Sede, pero tenía "defectos", como su carácter "vaticanocéntrico", una tendencia "burocrática" y cierta actitud "inquisidora". Era deber de la Curia luchar contra las "enfermedades" que acechaban a la Iglesia, un amplio catálogo de dolencias entre las que figuraba el "Alzheimer espiritual". Más allá de la Curia, y en parte interpenetrándola, estaba "la Corte" eclesiástica, un colectivo difuso dedicada al "chismorreo" y al que Francisco consideraba directamente parasitario, "la lepra del Papado".

Al mes justo de ser proclamado, el 13 de abril de 2013, el Papa nombró un nuevo Consejo de Cardenales integrado por ocho purpurados de los cinco continentes; sus tareas, "asesorarle en el gobierno de la iglesia universal y estudiar un plan para la revisión de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana, Pastor Bonus", promulgada en 1988 por Juan Pablo II. El G8 Vaticano, como la prensa dio en llamar a este grupo permanente de consulta papal, lo instituyó Francisco de manera oficial el 28 de septiembre y en su primer año de funcionamiento celebró seis reuniones. Su séptima reunión tuvo lugar en diciembre de 2014, a la que siguieron otras cinco a lo largo de 2015.

El Consejo de Cardenales fue puntualmente informado del curso de las reformas en las estructuras económicas y financieras, y se puso manos a la obra con la reforma curial. Uno de los dicasterios creados en 2014 fue la ya citada Secretaría de Economía que desde el 24 de febrero encabezaba el cardenal Pell. El otro fue la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores, activada por el Papa al cabo de unas semanas, el 22 de marzo, tras meses haciendo hincapié en la condena sin paliativos de los abusos sexuales a niños y adolescentes, pero también a "adultos vulnerables", por parte de curas pedófilos, y en plena controversia con el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, el cual, en su último informe, había denunciando que el Vaticano, pese a su anunció de "tolerancia cero", continuaba encubriendo casos de abusos infantiles por parte de curas.

Ya en abril de 2013, en la primera audiencia de su pontificado, Francisco había pedido seguir la línea emprendida por Benedicto XVI de "actuar con determinación" contra los abusos de naturaleza sexual cometidos por miembros del Clero, promoviendo "las medidas de protección de los menores, la ayuda a quienes en el pasado han sufrido tal violencia, los procedimientos debidos hacia los culpables, y el compromiso de las Conferencias Episcopales en la formulación y ejecución de las directivas necesarias". 

Ahora, el Papa reconocía que esos "dolorosos hechos" habían impuesto "un profundo examen de conciencia por parte de la Iglesia", la cual elevaba una "petición de perdón a las víctimas y a la sociedad por el mal causado". Él, como cabeza de la Iglesia, realizaba "humildemente" esa petición de perdón por una "lepra" que afectaba, según datos facilitados por sus colaboradores, "al dos por ciento" del Clero, sacerdotes "e incluso obispos y cardenales", lo que era "gravísimo".

En aras de "la tutela efectiva de los menores y el compromiso de garantizar su desarrollo humano y espiritual conforme a la dignidad de la persona humana", y con el fin de "reparar el daño, hacer justicia y prevenir con todos los medios posibles que se repitan episodios similares en el futuro", explicaba Francisco en su quirógrafo del 22 de marzo de 2014, nacía esta comisión pontificia ad hoc, que asumía competencias hasta ahora propias de la Congregación para la Doctrina de la Fe y a cuyo frente Francisco puso al cardenal y arzobispo de Boston, el capuchino Sean P. O'Malley, uno de los papables del Cónclave de 2013. Ya miembro del Consejo de Cardenales, O'Malley era famoso por las estrictas medidas aplicadas en su archidiócesis para erradicar la pederastia sacerdotal.

En diciembre de 2014 el Papa, luego de disponer el arresto domiciliario en el Vaticano para monseñor Josef Wesolowski, sometido a juicio penal por prácticas pedófilas en su etapa de nuncio apostólico en la República Dominicana y ya apartado del sacerdocio por sentencia canónica emitida por la Congregación para la Doctrina de la Fe, completó la composición de la Comisión para la Protección de los Menores; uno de sus 17 miembros, hombres y mujeres de los cinco continentes, era una antigua víctima de abusos, el británico Peter Saunders, dirigente de la National Association for People Abused in Childhood (NAPAC) del Reino Unido.

Por otro lado, el Consejo de Cardenales recomendó la puesta en marcha, en junio de 2015, de un tercer dicasterio, la Secretaría de Comunicaciones, con autoridad sobre todos los órganos de difusión de la Santa Sede. En cuanto a la Congregación para la Doctrina de la Fe, esta siguió teniendo como prefecto al alemán Gerhard Ludwig Müller, al que el Papa concedió el capelo cardenalicio en el Consistorio Ordinario Público, el primero de su pontificado, de febrero de 2014.

El caso del cardenal Bertone, considerado el más poderoso e influyente miembro de la Curia y el protagonista de un buen número de polémicas por sus declaraciones (en 2010 afirmó que la psiquiatría moderna había demostrado la no relación entre celibato y pedofilia, y sí en cambio los nexos entre esa última y la homosexualidad), por su acomodado estilo de vida y por la aparición de su nombre en los escándalos del IOR (acusaciones de apropiación indebida y malversación de varios millones de euros) y Vatileaks (imputaciones de favoritismo y de laxitud o encubrimiento ante los casos de corrupción), fue esclarecedor del deseo por parte de Francisco de renovar la dirección de ciertos departamentos clave de la Santa Sede.

El 31 de agosto de 2013 el Papa aceptó la renuncia —en realidad, lo destituyó— del veterano cardenal como secretario de Estado, cargo que ocupaba desde 2006, la cual se hizo efectiva en octubre con el nombramiento en su lugar del también italiano Pietro Parolin. Luego, en diciembre de 2014, Bertone, al cumplir los 80 años y perder la elegibilidad para participar en futuros cónclaves, cesó también como cardenal camarlengo de la Santa Iglesia Católica; el protodiácono, Jean-Louis Tauran, pasó a ser el nuevo jefe de la Cámara Apostólica. 

Para muchos observadores, Bertone encarnaba de manera emblemática la resistencia a las reformas en el seno de la Curia, donde al parecer había temor a la pérdida de privilegios y cotos privados por la llegada de directrices de disciplina mucho más estrictas. El 1 de septiembre el prelado hizo saber su indignación por su apartamiento de la Secretaría de Estado como colofón del reguero de acusaciones en su contra desde el inicio del Vatileaks. Fue a la salida de una ceremonia religiosa en Siracusa, donde Bertone comentó: "he sido víctima de una red de cuervos y víboras".

El Papa ante las grandes cuestiones de la doctrina moral del Catolicismo: aborto, matrimonio homosexual, celibato sacerdotal

El 24 de noviembre de 2013 Francisco, al poco de lanzar un duro anatema contra los cristianos corruptos con doble moral ("los devotos de las comisiones ilegales", les llamó no sin mordacidad, merecedores de "ser lanzados al mar con una piedra al cuello", sentenció en una de sus misas matinales en la Casa de Santa Marta), publicó la exhortación apostólica Evangelii gaudium

El texto, de 142 páginas, recordaba que la misión principal de la Iglesia era "la evangelización del mundo actual", y que tal misión no podía pasar por alto el "compromiso comunitario" y la "dimensión social" del mensaje de los Evangelios. "La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo", explicaba el autor de la carta para justificar su rechazo a la "nueva idolatría del dinero".

Si bien funcionaba como un epílogo o recapitulación de lo discutido en la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de octubre de 2012, dedicada a la La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristianaEvangelii gaudium podía verse también, principalmente incluso, como el manifiesto o declaración de principios e intenciones de Francisco para su papado. De hecho, el Papa apuntaba en su exhortación que "lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes", aunque sin olvidar que "ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos".

Fruto de la primera ronda de reuniones del Consejo de Cardenales, en octubre de 2013, fue la convocatoria de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en el Vaticano en octubre de 2014 bajo el lema Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización. Los trabajos del Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, evento que adquirió una considerable repercusión mediática y que alimentó las comparaciones con nada menos que el Concilio Vaticano II, tuvieron continuidad en octubre de 2015 en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema fue La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo

Los padres sinodales abordaron los distintos aspectos pastorales y doctrinales de las familias católicas, y no omitieron el tratamiento de cuestiones referentes a las nuevas realidades familiares en el mundo, como la familia monoparental, las parejas de hecho, las uniones de personas del mismo sexo, los matrimonios interreligiosos, las fórmulas no convencionales de adopción de hijos y el paulatino retroceso de las bodas religiosas (poco antes del Sínodo extraordinario, el Papa impartió el sacramento del matrimonio a 20 parejas de la Diócesis de Roma) frente a las ceremonias civiles.

El arzobispo Bergoglio, en sus años de ministerio en Argentina, había dejado muy claro su rechazo a la interrupción voluntaria del embarazo y a la eutanasia, prácticas identificadas por él como "cultura de muerte" y contrapuestas a la "cultura de vida", vida que se iniciaba en el momento de la concepción y terminaba cuando llegaba la "muerte natural", puntualizaba el cardenal. Esta postura era totalmente acorde con la doctrina oficial de la Iglesia, que considera el aborto un pecado mortal, y su nuevo cabeza la mantuvo inalterable, manifestándola sin ambages en varias ocasiones.

Para empezar, en mayo de 2013, montado en su jeep blanco sin cabina, Francisco apareció por sorpresa en una marcha pro-vida en Roma, arrancando el entusiasmo de los asistentes. En septiembre siguiente, realizó una clara condena del aborto durante un encuentro en el Vaticano con la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC). "Cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro del Señor", aseveró entonces el Papa, al tiempo que se refirió implícitamente a la eutanasia al deplorar la "cultura del descarte que requiere que se eliminen seres humanos, sobre todo si son física y socialmente más débiles".

En Evangelii gaudium Francisco, al igual que luego iba a hacer en la encíclica Laudato si', hacía una censura del aborto, aunque solo de pasada ("no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana", decía en su exhortación apostólica, para añadir que "también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias"). En enero de 2014, ante el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, el Papa fue más vehemente en su postura sobre el particular: "Suscita horror la sola idea de que haya niños que no podrán nunca ver la luz, víctimas del aborto", enfatizó en esta ocasión.

Ahora bien, en septiembre de 2015 el pontífice, con motivo del próximo Jubileo de la Misericordia 2015-2016, Año Santo Extraordinario convocado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, y de acuerdo con su convicción de que "Dios perdona siempre y perdona todo", emitió una bula, Misericordiae vultus, por la que concedía a todos los sacerdotes la facultad de absolver el pecado del aborto aun sin el permiso previo de sus obispos.

En el tema de los anticonceptivos, Bergoglio venía igualmente de difundir un mensaje de oposición frontal, pero como Vicario de Cristo deslizó ciertos comentarios que sugerían su aceptación de algún tipo de control de natalidad o, supuestamente, de planificación familiar "no natural", algo que la Iglesia Católica oficialmente no admite bajo ningún concepto. Así se interpretaron sus palabras, expresadas en enero de 2015 en su viaje de regreso de Sri Lanka y Filipinas, sobre que "ser bueno y católico" no implicaba tener hijos "como conejos"; "no. Paternidad responsable", zanjaba Francisco en sus valoraciones ante los periodistas a bordo del avión. 

Estas declaraciones del Papa generaron estupor y malestar en grupos católicos conservadores que creían que, al expresarse así, el Santo Padre animaba a la contracepción artificial o incluso al aborto. Sin embargo, Francisco, cuando habló de "responsabilidad" paternal, no dijo en ningún momento que admitiera otro método anticonceptivo fuera de evitar el contacto sexual en los períodos de fertilidad de la mujer. Ahora bien, también comentó que "tres por pareja" era el número de hijos que "los expertos dicen que es importante para mantener la población".

La postura de Bergoglio en relación con los matrimonios de gays y lesbianas, cuya legalización avanzaba imparable en distintas partes del mundo, era también de sobra conocida, al menos en su país de origen, y se ajustaba a la ortodoxia católica: de rechazo, así como a la adopción de niños por parejas del mismo sexo, aunque siendo cardenal primado sí había admitido este tipo de uniones civiles en el contexto argentino. 

Sin embargo, el papa Francisco no tardó en transmitir su preocupación por los problemas religiosos que implicaban los hijos de las parejas homosexuales, que en muchas legislaciones nacionales sí podían adoptar en las mismas condiciones que las parejas tradicionales de distinto sexo. El pontífice opinaba que la fe de estos niños debía ser salvaguardada a toda costa, evitando inculcar en ellos sentimientos de repudio a la doctrina católica. En Argentina, Bergoglio había predicado las tesis de la Iglesia sobre la "inmoralidad intrínseca" de las prácticas homosexuales, pero al mismo tiempo había urgido a respetar a las personas con esta orientación sexual.

En julio de 2013 Francisco concedió una entrevista al periódico argentino La Nación en el avión que le traía de vuelta de su gira por Brasil. En un momento de la misma, fue preguntado por el escándalo suscitado por el señalamiento hecho desde la revista italiana L'Espresso a monseñor Battista Ricca, nombrado recientemente por el Papa prelado en el IOR para ayudarlo en las labores de limpieza de la entidad bancaria, por su "escandaloso amor" con un capitán de la Guardia Suiza cuando trabajaba en la Nunciatura Apostólica de Montevideo y por su pertenencia al llamado "lobby gay" del Vaticano, "un poder paralelo que trama contra el pontífice", sostenía la publicación. 

En su respuesta, el Papa dijo: "Se escribe mucho del lobby gay. Todavía no me encontré con ninguno que me dé el carnet de identidad en el Vaticano donde lo diga. Dicen que los hay. Cuando uno se encuentra con una persona así, debe distinguir entre el hecho de ser gay del hecho de hacer lobby, porque ningún lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la Iglesia Católica lo explica de forma muy linda esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby".

En esa misma entrevista, Francisco aclaró que durante su visita a Brasil no había hablado ni del matrimonio entre personas del mismo sexo ni del aborto por innecesario, porque la Iglesia se había "expresado ya perfectamente" sobre eso; su postura como pontífice era, por supuesto, "la de la Iglesia". Meses después, el Papa volvió a pronunciarse con un tono que volvió a sugerir una presunta apertura de la Iglesia ante estos asuntos. 

"No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos, es imposible", dijo en septiembre en una entrevista para la revista jesuita La Civiltà Cattolica, en la que comentó también que "una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente", y que "no es posible una injerencia espiritual en la vida personal". Posteriormente, en octubre de 2014, el Sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia manifestó que "los homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer".

En 2015, empero, el Papa se refirió en varias ocasiones al matrimonio homosexual en unos términos inequívocos. Así, declaró que la familia, descrita por él como la "célula vital de la sociedad", estaba siendo "amenazada por los esfuerzos de algunos para redefinir la institución del matrimonio", y sugirió que tras la promoción de las uniones conyugales de personas del mismo sexo había "fuerzas poderosas que amenazan con desfigurar el plan de Dios para la creación". En mayo, el cardenal secretario de Estado, Parolin, declaró que la aprobación en referéndum del matrimonio de gays y lesbianas en la muy católica Irlanda constituía una "derrota para la humanidad". 

En diciembre, fue el propio Papa el que tomó la voz para instar a los eslovenos a votar negativamente en el referéndum nacional sobre la cuestión (a diferencia de Irlanda, la también católica Eslovenia rechazó por amplia mayoría legalizar el matrimonio gay). Esta sucesión de valoraciones fue vista como un drástico y decepcionante paso atrás por los creyentes católicos partidarios de que la Iglesia asumiera como una realidad generalizada y reconociera los emparejamientos formales de personas de igual sexo dotados de los mismos derechos y deberes que las parejas de distinto sexo, ya fuera con vínculos de unión civil o matrimoniales.

En septiembre de 2013, el recién nombrado secretario de Estado, monseñor Pietro Parolin, causó sorpresa al señalar que el celibato obligatorio de los sacerdotes "no es un dogma de fe y puede ser discutido porque es una tradición eclesiástica". La declaración, hecha desde Caracas, donde se despedía como nuncio apostólico en Venezuela, de uno de los máximos colaboradores del Papa y en breve la segunda autoridad del Vaticano levantó expectación sobre que este asunto, centro de un viejo debate instigado desde los sectores más aperturistas y progresistas de la Iglesia, pudiera entrar en la agenda rupturista de Francisco. 

En mayo de 2014 el Papa prácticamente repitió las palabras de Parolin, al que acababa de ascender al cardenalato, al referirse al celibato como una práctica que no era artículo de fe, sino "una regla de vida que yo aprecio mucho y que es un don para la Iglesia". Puesto que quedaba fuera de la dogmática religiosa, continuaba razonando Francisco, para la cuestión del celibato "la puerta siempre está abierta", además de recordar que en la Iglesia Católica ya había curas casados, los de las Iglesias Orientales en comunión con Roma o uniatas, luego este debate afectaba exclusivamente a la Iglesia Latina u Occidental.

En cuanto a la ordenación de las mujeres, el Papa la descartaba de plano ("esa puerta está cerrada"), lo que no obstaba para que la Iglesia revisara a fondo el papel de la mujer en su seno, donde ella resultaba "imprescindible", siendo necesario "ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva", pero sin recurrir a fórmulas de refuerzo de ese rol "inspiradas en una ideología machista". "Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer", declaró Francisco en 2013 en la entrevista para La Civiltà Cattolica. Y "sufro cuando veo en la Iglesia que la mujer queda relegada a un papel de servidumbre y no de servicio" dijo ese mismo año en el discurso a los participantes en la convención celebrada con ocasión de los 25 años de la carta apostólica Mulieris dignitatem de Juan Pablo II sobre la mujer.

Un actor de primer orden en la política global: llamamientos a la paz, diplomacia activa y pronunciamiento sobre el cambio climático

Para la opinión pública, los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, recordados sobre todo por el agónico declive físico de Karol Wojtyla, y los ocho que había durado el de Benedicto XVI, un papa con un perfil fundamentalmente intelectual y teológico, se habían traducido en una pérdida apreciable del papel activo de la Iglesia Católica en el plano internacional. Esto cambió drásticamente tras la proclamación de Francisco.

Ya desde los primeros momentos como portador del anillo de San Pedro, Francisco transmitió su especial consternación por la convulsa situación que vivía Oriente Medio. En lo sucesivo, fueron incesantes sus llamadas a la paz en la región, particularmente en Siria, devastada por una guerra civil progresivamente internacionalizada. La sangrienta irrupción en 2014, como una escisión de Al Qaeda, de la organización jihadista y terrorista Estado Islámico, que capturó extensos territorios en Siria e Irak en los que proclamó un Califato, vino a empeorar hasta extremos inimaginables el estado de violencia en varios países del mundo árabe, escenarios de atrocidades sin cuento. Entre las minorías religiosas perseguidas por estos fanáticos salafistas del Islam sunní estaban las diversas confesiones cristianas orientales, cuya protección efectiva el Santo Padre, alzado contra las "formas tergiversadas de religión", imploró reiteradamente.

El escenario cambiante de la guerra de Siria tuvo un eco en la actitud del Papa ante el que era el conflicto armado más mortífero del momento: si en septiembre de 2013 lanzó una ofensiva diplomática para que las grandes potencias, en particular Estados Unidos, evitaran la intervención militar en Siria a raíz del revuelo suscitado por la denuncia de que el Gobierno de Damasco había atacado con armas químicas a los rebeldes que lo combatían, en 2014 el Vaticano pasó a apoyar la campaña de bombardeos aéreos de varios países occidentales y árabes contra el Estado Islámico y en 2015 abogó porque una fuerza internacional terrestre actuara contra el Califato y detuviera el "sufrimiento" y la "intolerable brutalidad" que este infligía a los cristianos y a otras minorías religiosas y étnicas en Siria e Irak. Este posicionamiento del Papa concitó amenazas directas del Estado Islámico contra su persona.

Por lo que se veía, Francisco estaba dispuesto a hacer del activismo político-religioso en la escena mundial una característica de su papado, pero su locuacidad valorativa podía acarrearle críticas no circunscritas a un segmento concreto o minoritario de la opinión pública, típicamente porque no simpatizaba con su pontificado aperturista. 

Así se vio en enero de 2015 en relación con el atentado del Estado Islámico contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, cuando Francisco estableció "límites" a la libertad de expresión, ya que: "Si (él) insulta a mi madre, puede esperarse un puñetazo, ¡es normal!. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No puede burlarse uno de la fe", peroró en uno de sus ya habituales salidas espontáneas en pleno vuelo de viaje pastoral. Desde medios no religiosos fueron multitud los comentaristas que consideraron estas palabras del Papa bastante desafortunadas, tanto más porque podían interpretarse como una cierta justificación del asesinato de doce personas que habían publicado viñetas humorísticas a costa de la religión musulmana. La prensa habló del "primer resbalón mediático" de Francisco.

En junio de 2013, en el curso de un encuentro en el Aula Pablo VI con alumnos y ex alumnos de colegios jesuitas de Italia y Albania, Francisco explicó que "involucrarse en la política es una obligación para un cristiano" y que "nosotros no podemos jugar a Pilato, lavarnos las manos". Aunque la política estaba "demasiado sucia", continuaba ponderando el Papa, los cristianos debían inmiscuirse en la misma "porque es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común", algo que ya proclamaba la doctrina social de la Iglesia Católica. 

En septiembre del mismo año, en la homilía de una misa celebrada en la Casa de Santa Marta, el oficiante volvió a referirse a esta idea, que era de "buen católico" meterse en política "ofreciendo lo mejor de sí, para que el gobernante pueda gobernar". En septiembre de 2014, durante un oficio religioso en el cementerio militar italiano de Fogliano Redipuglia para conmemorar el centenario de la Primera Guerra Mundial —en la que por cierto combatió su abuelo, como soldado del Ejército italiano en las ofensivas contra el Imperio Austro-Húngaro en el frente alpino—, el Santo Padre pintó un cuadro apocalíptico de la situación internacional, parangonable a una "tercera guerra mundial, una librada por partes, con crímenes, masacres y destrucción".

Las inquietudes de Francisco por la situación del mundo y las múltiples crisis que lo acosaban no se limitaban a los ámbitos religioso, político, económico y social; también abarcaban la problemática medioambiental, lo que según él estaba en consonancia con las enseñanzas franciscanas de respeto a la naturaleza y amor por todas las criaturas de Dios. Esta incursión papal en un terreno poco tocado por los pronunciamientos de la Iglesia quedó espectacularmente de manifiesto con la publicación el 18 de junio de 2015 —aunque el documento llevaba firma del 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés—, de la encíclica Laudato si', dedicada al "cuidado de la casa común". 

En Laudato si', Francisco incidía en la necesidad de preservar el medio ambiente y la biodiversidad, de luchar contra el cambio climático e invertir el calentamiento global causado por los combustibles fósiles con "decisiones drásticas", de buscar una "ecología integral para un desarrollo pleno de la humanidad", de adoptar políticas de desarrollo sostenible basadas en las energías limpias y renovables, y de pasar página al "consumismo obsesivo y sin ética" que estaba en el origen de los graves desbarajustes medioambientales.

Para el Papa, el deterioro de la naturaleza de la Tierra, que parecía "convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería", era paralelo al aumento de la inequidad social a una escala global; en otras palabras, tal como lo veía él, pobreza, explotación humana, degradación ecológica y cambio climático estaban íntimamente conectados, pues eran otras tantas consecuencias de unos "estilos de vida" y unos "modelos de producción y consumo" perniciosos. 

Más allá de la consideración de metas de carácter técnico para mitigar los efectos adversos de la actividad humana sobre el clima del planeta, objetivos que podían resultar fácilmente desvirtuados por el "sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas", el autor de la encíclica reclamaba un cambio radical de mentalidad, una nueva forma de concebir la civilización para, por ejemplo, superar lo que él llamaba la "cultura del descarte", concepto ya expuesto en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, que afectaba "tanto a lo seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura".

"Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo", se decía en el capítulo dedicado a diagnosticar "lo que le está pasando a nuestra casa". La doctrina social de la Iglesia impregnaba varios apartados del documento, como cuando el redactor señalaba que "la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada". Algunos comentaristas hicieron conjeturas sobre el impacto que la encíclica papal pudiera tener en los preparativos y el desarrollo de la trascendental XXII Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático, a celebrar en París en noviembre y diciembre de 2015.

De un papa que ensalzaba su ministerio pastoral y evangelizador (en mayo de 2014 aseguró que estaría dispuesto a "bautizar marcianos" si un buen día estos se le presentaran en el Vaticano portando ese ruego), que instaba a acudir en busca de los pobres y que no se mordía la lengua a la hora de opinar sobre mil y un temas, tanto si tocaban directamente a los asuntos de la Iglesia como si no, se esperaba un espíritu peregrino que acaso pudiera rivalizar con el de San Juan Pablo II. Sin embargo, Francisco empezó su pontificado con parsimonia viajera.

Su primera salida fuera de Italia, a Brasil en la segunda mitad de julio, a renglón seguido de su visita a la isla italiana de Lampedusa, donde clamó contra la "globalización de la indiferencia" frente al drama de los inmigrantes irregulares (en octubre del mismo año, el naufragio registrado cerca de esta isla mediterránea con el resultado de más de 80 inmigrantes muertos fue tachado de "vergüenza" por Francisco), fue la única realizada en 2013. En el país sudamericano Francisco comentó la preocupación que le causaba el desempleo juvenil, afirmó que "el diablo, el mal, existe", pero que "el más fuerte es Dios", y que la Iglesia debía "librarse de las estructuras caducas que no favorecen la transmisión de la fe" y dejar de "tener el aspecto del que está en luto perpetuo". Así se expresó durante la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Río de Janeiro.

En 2014, año que arrancó pidiendo por carta a los gobernantes asistente al Foro Económico Mundial de Davos (al que de hecho fue invitado, participación presencial que prefirió declinar) que se asegurasen "de que la riqueza está al servicio de la humanidad pero no la gobierna" (en noviembre iba a enviar una misiva en similares términos a la Cumbre del G20 en Brisbane), Francisco hizo cinco viajes pastorales al exterior.

En mayo fue a Israel, Jordania y Palestina, periplo por una vieja zona de conflicto que, como no podía ser de otra manera, fue pródigo en oraciones pacifistas y gestos de diálogo interreligioso en los Santos Lugares, y al que iba a seguir, en junio, una histórica recepción en el Vaticano de los presidentes israelí, Shimon Peres, y palestino, Mahmoud Abbas, para una oración colectiva por la paz (en este singular encuentro, el anfitrión instó a sus huéspedes a "derribar los muros de enemistad y tomar el camino del diálogo"). En agosto se dirigió a Corea del Sur. En septiembre marchó a Albania, donde proclamó que nadie podía "escudarse en Dios cuando proyecta y realiza actos de violencia y abusos". 

En noviembre viajó a Francia, para una estadía de pocas horas limitada a pronunciar un discurso de carácter histórico en la Cámara de Estrasburgo, nunca antes pisada por un papa, y dirigido a los miembro del Parlamento Europeo y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en el cual denunció como "intolerable" la conversión del Mediterráneo en un "gran cementerio" de inmigrantes e instó a los eurodiputados a "construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables". Por último, en noviembre, llegó a Turquía, cuyo Gobierno, meses después, encajó con irritación el reconocimiento papal del polémico genocidio armenio.

En 2015 las salidas fueron también cinco: a Sri Lanka y Filipinas (enero); a Bosnia-Herzegovina (junio); a Bolivia, Ecuador y Paraguay (julio); a Cuba y Estados Unidos (septiembre); y a Kenya, Uganda y la República Centroafricana (noviembre). Cada uno de estos viajes pastorales tuvo su narrativa especial de hitos y repercusiones. En Manila, Francisco batió un récord litúrgico al celebrar misa campal para una descomunal muchedumbre de entre seis y siete millones de fieles, y eso que una fina lluvia descargaba sobre los asistentes. 

En el vuelo de Ecuador a Bolivia bebió un té confeccionado con hojas de coca para prevenir el mal de altura. En la boliviana Santa Cruz de la Sierra, pidió "humildemente perdón, no solo por las ofensas de la Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América". Y en la República Centroafricana, un destino potencialmente peligroso al hallarse el país en un estado de virtual guerra por los ataques entre milicias musulmanas y cristianas, y que muchos le recomendaron que excluyera de su gira africana, visitó un campo de refugiados y la mezquita central de Bangui para elevar un llamamiento de paz.

Sin embargo, fue el viaje a Cuba y Estados Unidos el que más escrutinio mediático atrajo porque aconteció en pleno deshielo de las relaciones entre los dos países tras más de medio siglo de férreo bloqueo de la isla caribeña por la superpotencia norteña y de mutua hostilidad ideológica. Francisco ya había recibido en audiencia al presidente Barack Obama en marzo de 2014, y a su homólogo cubano Raúl Castro le llegó el turno en mayo de 2015. 

Este encuentro en el Vaticano tuvo un carácter totalmente privado y Castro, a la salida del mismo y visiblemente contento, explicó que su país le estaba muy agradecido al Papa por "su contribución al reacercamiento entre Cuba y Estados Unidos". Más todavía, Castro se confesó "muy impresionado por la sabiduría, la modestia y todas las virtudes" de Jorge Mario Bergoglio. "Yo me leo todos los discursos del Papa. Si continúa hablando así, les aseguro que volveré a rezar y regresaré a la Iglesia. Y no lo digo en broma", manifestó el presidente cubano en Roma.

El reconocimiento elogioso de Castro se sumó a los que ya venían prodigando funcionarios y autoridades de los dos países desde diciembre de 2014, cuando Obama y Castro anunciaron el comienzo de negociaciones oficiales para la normalización de las relaciones políticas y económicas, proceso que registró un hito en julio de 2015 con la reapertura de las respectivas embajadas en La Habana y Washington. Los contactos secretos que desembocaron en el histórico anuncio de diciembre de 2014 resultaba que habían contado con los buenos oficios facilitadores de la diplomacia vaticana, la cual jugó un papel clave para el éxito de este diálogo. De hecho, el Papa aceptó el rol de puente a solicitud de Obama, quien le transmitió el ofrecimiento en su audiencia vaticana de marzo de 2014.

Durante su visita a Cuba, iniciada el 19 de septiembre, el Papa fue agasajado por Raúl Castro, sostuvo una reunión de cortesía con Fidel Castro y no emitió ningún mensaje crítico con la política del régimen o la situación de los Derechos Humanos en Cuba. Esto último no ayudó a rebajar los recelos y la hostilidad hacia su persona de los sectores más conservadores, católicos y no católicos, de Estados Unidos, país al que el avión papal arribó el 22 de septiembre. El plato fuerte de los seis días de viaje pastoral de Francisco a la nación norteamericana, luego de ser recibido por Obama en la Casa Blanca y de canonizar a Fray Junípero Serra, el evangelizador de California, en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington, fue su recepción y alocución en el Capitolio el 24 de septiembre.

El primer papa invitado a dar un discurso en el Congreso de Estados Unidos, reunido en sesión conjunta de las dos cámaras, retó a la derecha estadounidense con un mensaje con acentos progresistas que incluyó exhortaciones a abordar la llegada de inmigrantes y refugiados con mentalidad acogedora, a "erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud", a aplicar una política que no fuera "esclava de la economía y las finanzas", a combatir la pobreza, a abolir la pena de muerte y a "cuidar la naturaleza". El orador puso en guardia también contra "el reduccionisno simplista que divide la realidad en buenos y malos", y mencionó una "regla de oro" que "nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo". Al día siguiente, 25 de septiembre, el Papa pronunció otro solemne discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Otra muestra de dinamismo diplomático en 2015 la dio el Papa en relación con el conflicto de Palestina, prioritario en su agenda desde el viaje pastoral a Tierra Santa y la impactante oración conjunta por la paz con los presidentes Peres y Abbas en el Vaticano en 2014. En mayo, Abbas fue recibido en una nueva audiencia por el Papa, quien le comunicó la próxima firma de un tratado entre la Santa Sede y el "Estado de Palestina" para apoyar la solución de los dos estados independientes y regular las actividades de la Iglesia Católica en las áreas controladas por la Autoridad Palestina. El papa latinoamericano se interesó vivamente también por el proceso de paz en Colombia, a cuyo presidente, Juan Manuel Santos, Francisco se ofreció como mediador en las negociaciones entre su Gobierno y la guerrilla de las FARC.

Balance de mil días de pontificado

El 8 de diciembre de 2015 Francisco cumplió mil días de pontificado. En ese tiempo, el papa argentino había publicado dos encíclicas, Lumen fidei, firmada el 29 de junio de 2013 y centrada en la cuestión de la fe (de las otras dos virtudes teologales, la esperanza y la caridad, ya se había ocupado Benedicto XVI en sus encíclicas Spe salvi y Caritas in veritate; de hecho, el papa emérito era coautor de Lumen fidei), y la ya comentada Laudato si' de mayo de 2015, amén de la exhortación apostólica Evangelii gaudium de noviembre de 2013.

Hasta el 8 de diciembre de 2015 Francisco había visitado 19 países fuera de Italia. Sin abandonar la Santa Sede, había creado 39 cardenales, en los consistorios de febrero de 2014 y febrero de 2015, así como tres nuevos dicasterios de la Curia. Uno de los monseñores en recibir de Bergoglio el capelo rojo había sido Mario Aurelio Poli, su sucesor como cabeza de la Archidiócesis de Buenos Aires y primado de Argentina. 

Asimismo, había declarado 129 venerables, 49 beatos, entre ellos el papa Pablo VI y monseñor Álvaro del Portillo, primer prelado del Opus Dei, y 26 santos, entre los que estaban Antonio Primaldo y sus 812 compañeros, y los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, elevados a los altares a la vez en una jornada histórica el 27 de abril de 2014. El 23 de septiembre siguiente Francisco canonizó, no sin una encendida polémica suscitada por comunidades indígenas de Estados Unidos, al misionero franciscano español Junípero Serra.

También había dado que hablar la beatificación, en mayo de 2015, de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador, asesinado por los escuadrones de la muerte de la ultraderecha salvadoreña mientras celebraba misa en 1980. La beatificación de monseñor Romero, considerado por el Papa "ejemplo de siervo de Dios" y "padre de los pobres", avivó las especulaciones sobre las viejas simpatías que el jesuita Bergoglio mantendría hacía la Teología de la Liberación, doctrina que, sin embargo, ya había repudiado en alguno de sus escritos, básicamente a causa de su cercanía, en los casos más militantes, a la ideología marxista. 

En diciembre de 2013 el Papa, en respuesta a las acusaciones de ser un "comunista" por parte de determinados sectores ultracatólicos de Estados Unidos a los que no habían gustado las durísimas críticas al capitalismo y los mercados financieros contenidas en Evangelii Gaudium (y que tampoco iban a recibir nada bien la encíclica "ecologista" de 2015), afirmó que el marxismo era una ideología "errónea", pero que "no le ofendía" que le llamaran "marxista", ya que "en mi vida he conocido a muchos marxistas buenas personas", indicó. "Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres", cuando "la bandera de los pobres es cristiana", comentó posteriormente, en junio de 2014, en una entrevista publicada por el diario italiano Il Messagero.

Francisco podía provocar estupor, reticencias o rechazo en los católicos más conservadores o tradicionalistas también en el terreno puramente teológico, como cuando en octubre de 2013 sermoneó desde el altar de la capilla de la Casa de Santa Marta que "Jesús no es un espíritu, Jesús es una persona, un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria". Dos años después, en septiembre de 2015, el Papa volvió a sorprender con otra alusión a la figura de Jesucristo durante la homilía en el rezo de las Vísperas en la Catedral de San Patricio de Nueva York; esta vez, afirmó que la vida del fundador del Cristianismo, "humanamente hablando, acabó en un fracaso, en el fracaso de la cruz". 

Estas manifestaciones han sido consideradas abiertamente heterodoxas, si no "blasfemas" y "herejía", por varios comentaristas católicos, que creen que el Papa pone en entredicho la naturaleza divina de Jesús y el valor salvífico de su muerte y resurrección. Para algunos grupos fundamentalistas, Francisco es, lisa y llanamente, un "antipapa", cruda imputación, paralela a la de "comunista", de la que el propio pontífice se hizo eco en el vuelo que lo llevó de La Habana a Washington en septiembre de 2015, es decir, justo antes de su comentario sobre "el fracaso de Cristo en la cruz". Entonces, Francisco replicó que él nunca había dicho "una cosa que no fuera en la doctrina social de la Iglesia".

En vísperas de la Navidad de 2015 al Papa le llegó la noticia de que la ciudad alemana de Aquisgrán le había escogido para ser el laureado del prestigioso Premio Carlomagno correspondiente a la edición de 2016. Con este galardón, se reconocía el "mensaje de amor y aliento" que Su Santidad hacía llegar "en estos tiempos en que muchos ciudadanos de Europa buscan orientación".

A pesar de su aún corto pontificado, ya se han estrenado, en 2015, dos películas sobre la vida de Jorge Mario Bergoglio: Francisco: El padre Jorge, dirigida por el argentino Beda Docampo Feijóo, y Chiamatemi Francesco: Il Papa della gente, del realizador italiano Daniele Luchetti. En estos filmes, el papel del protagonista es interpretado respectivamente por Darío Grandinetti y Rodrigo de la Serna. En 2013 el director argentino Alejandro Agresti anunció el rodaje de Historia de un cura, pero este proyecto, del que sería el primer biopic del nuevo papa, no llegó a materializarse.

(Cobertura informativa hasta 25/12/2015).

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