Emmerson Mnangagwa
Presidente de la República (2017-)
El primer golpe de Estado militar, dosificado e incruento, vivido por Zimbabwe desembocó en noviembre de 2017 en la remoción, celebrada en las calles, del nonagenario padre de la independencia, Robert Mugabe, y en la jura presidencial de quien durante décadas fue su brazo derecho, Emmerson Mnangagwa, de 75 años. Su destitución como vicepresidente provocó la intervención del Ejército, que vinculó el cese a las intrigas sucesorias de la ambiciosa primera dama del país, Grace Mubabe. El general Chiwenga desplegó a las tropas, puso bajo arresto a la pareja presidencial y presionó al dictador hasta arrancarle la dimisión. Mnangagwa ha anunciado la rehabilitación de una economía en ruinas donde el desempleo supera el 90% y una "democracia desarrollada" incompatible con la corrupción, pero la oposición no olvida que en estos 37 años él ha sido un alto lugarteniente involucrado en las tareas represivas. La lucha de clanes ("veteranos de guerra" contra "nuevas generaciones" del partido gobernante, el ZANU-PF) advertida en esta sacudida genera dudas sobre si Mnangagwa encarna realmente la ruptura con el pasado. Prueba de fuego de sus intenciones serán las elecciones generales de 2018.
(Nota de edición: esta biografía fue publicada el 8/2/2018. Emmerson Mnangagwa fue confirmado en la Presidencia de la República de Zimbabwe en las elecciones generales del 30/7/2018. Con el 51.4% de los votos, el candidato del partido oficialista ZANU-PF fue declarado vencedor sobre su adversario Nelson Chamisa, candidato de la opositora Alianza del Movimiento por el Cambio Democrático, quien denunció fraude. El 26/8/2018 Mnangagwa inauguró un mandato presidencial de cinco años. Mnangagwa obtuvo un segundo mandato en las elecciones presidenciales el 23-24/8/2023; en esta ocasión, se impuso a Chamisa con el 52,6% de los votos). |
1. Veterano del ZANU-PF a las órdenes de Robert Mugabe
2. Figura con altibajos de la cúpula del régimen zimbabwo
3. La crisis de noviembre de 2017: destitución como vicepresidente, intervención del Ejército y subida a la jefatura del Estado
1. Veterano del ZANU-PF a las órdenes de Robert Mugabe
El tercer presidente de Zimbabwe procede de una familia de pequeños granjeros Karanga, grupo perteneciente a la comunidad étnica más numerosa, los Shona, que a finales de los años cincuenta tuvo que abandonar su plantación en la entonces colonia británica de Rhodesia e instalarse en la vecina Zambia, en aquellos días conocida como Rhodesia del Norte y sujeta al protectorado de Londres también. Los Mnangagwa militaban en el movimiento de resistencia negro contra el dominio de los granjeros blancos y su retoño, como tantos muchachos de su generación, encaminó sus pasos a la lucha de liberación nacional.
En Zambia, el joven Mnangagwa conoció a un paisano profesor de escuela llamado Robert Mugabe, uno de los más activos cabecillas de los movimientos negros clandestinos, primero secretario de la Unión Popular Africana de Zimbabwe (ZAPU) de Joshua Nkomo y posteriormente, en 1963, fundador de la Unión Nacional Africana de Zimbabwe (ZANU). Impresionado por la figura de Mugabe, Mnangagwa decidió unirse a la ZAPU, en cuyas filas recibió su primer entrenamiento militar.
En 1963, al poco de instalarse en el campamento que la ZAPU tenía en Iringa, en la hacía poco independizada Tanganyka -luego Tanzania-, el aspirante a guerrillero tuvo la osadía de cuestionar las decisiones del jefe de la organización, Nkomo, por lo que fue sometido a una corte marcial, juzgado sumariamente y sentenciado a muerte. Su ejecución fue evitada por algunos mandos Karanga que también discrepaban de la estrategia de Nkomo, cuya etnia era la Ndebele. A continuación, todos ellos rompieron con la ZAPU y se pasaron a la recientemente fundada ZANU, de ideario socialista. El grupo de Mugabe también tenía su retaguardia en Tanganyka, pero su programa, que apostaba por la independencia total de una Rhodesia libre de la férula racista de la minoría blanca de raigambre británica, era más radical que el de la ZAPU.
En la década siguiente, Mnangagwa estuvo inmerso en las violencias y los peligros propios de una vida de subversivo armado. En 1965, tras recibir adiestramiento guerrillero en el Egipto nasserista y formación ideológica en la China de Mao, el veinteañero se infiltró en Rhodesia, donde el Gobierno racista de Ian Smith había declarado el Estado independiente del Reino Unido, y comenzó a perpetrar ataques de tipo terrorista, valiéndose de armas blancas y de fuego, contra granjas de blancos y otros objetivos. Su grupo, conocido como la Crocodile Gang por su agresividad, llegó a atentar con bomba contra un transporte ferroviario cerca de Fort Elizabeth, la actual Masvingo. Este ataque desató una batida general de la Policía rhodesiana, que logró capturar a Mnangagwa.
Las crónicas periodísticas y políticas cuentan que Mnangagwa fue sometido a brutales palizas por sus carceleros antes de ser juzgado y de caerle una condena a muerte, pena capital que sus abogados consiguieron evitar convenciendo al tribunal de que el reo no llegaba a los 21 años, la edad mínima para las ejecuciones, aunque en realidad era dos años mayor. Mnangagwa vio conmuntada su condena a muerte por una pena de 10 años de prisión. La misma que desde 1964 venía cumpliendo Mugabe, compañero de cautiverio que además de superior político fue para él un tutor lectivo. Con las clases que Mugabe le impartió en la celda, Mnangagwa consiguió el certificado de estudios secundarios y luego se animó a estudiar Derecho por correspondencia, a través de los cursos a distancia de la Universidad de Londres.
Los dos camaradas cumplieron íntegramente sus condenas. Mugabe recibió la liberación en noviembre de 1974, tras lo cual se trasladó a Mozambique, recién independizado de Portugal y gobernado por el marxista Frente de Liberación (FRELIMO), donde asumió el liderazgo absoluto de la ZANU. Meses después, Mnangagwa, que sirvió la última parte de su castigo en régimen de aislamiento, fue excarcelado también, aunque no recobró propiamente la libertad, ya que el Gobierno rhodesiano le deportó a Zambia. De todas maneras, este era el país donde había pasado su infancia y primera juventud; bajo la presidencia del socialista Kenneth Kaunda, Zambia era un sitio acogedor y seguro para los expatriados de la ZANU.
En Lusaka, Mnangagwa retomó sus estudios de Derecho, que culminó con la licenciatura por la Universidad de Zambia. Por un tiempo se ejercitó como abogado pasante en un bufete local regentado por su paisano Enoch Dumbutshena, quien más adelante sería el primer juez negro de Zimbabwe. Luego, marchó a Mozambique para reunirse con Mugabe, quien le reclutó para su círculo de colaboradores más cercanos y leales.
Durante un lustro, Mnangagwa, convertido en jefe de seguridad del partido y en guardaespaldas de su líder, no se separó de Mugabe, al que secundó en la ejecución de la estrategia de recrudecimiento de la lucha armada del brazo guerrillero de la ZANU, el Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbabwe (ZANLA), contra el Ejército rhodesiano, en los tratos con China y Corea del Norte para la obtención de ayuda militar, y en las conversaciones de alianza con la ZAPU de Nkomo, a fin de aglutinar fuerzas bajo la bandera del que dio en llamarse el Frente Patriótico (FP). Por último, Mnangagwa escoltó a Mugabe en las negociaciones cuatripartitas (Gobierno británico de Margaret Thatcher, Gobierno de Zimbabwe-Rhodesia del obispo Abel Muzorewa, sector blanco de Ian Smith y el FP) de Lancaster House, Londres, que culminaron en la firma en diciembre de 1979 del histórico Acuerdo que puso fin al dominio blanco y activó la cuenta atrás para la proclamación de la República de Zimbabwe el 17 de abril de 1980.
2. Figura con altibajos de la cúpula del régimen zimbabwo
Tras echar a andar el Zimbabwe independiente, hasta 1987 regido por el sistema republicano parlamentario, Mnangagwa afianzó su posición de mano derecha de Mugabe, investido primer ministro con amplios poderes ejecutivos, el cual le confió todo el aparato de seguridad. En los primeros tiempos de la independencia nacional, Mnangagwa fungió de ministro de Seguridad del Estado, responsable de la Organización Central de Inteligencia (CIO, la Policía secreta), sustituto del dimitido general británico Peter Wells al frente del Alto Mando Conjunto de las multiétnicas Fuerzas de Defensa de Zimbabwe (ZDF) y supervisor de la integración en las mismas de los ex combatientes del ZANLA y de su equivalente de la ZAPU, el ZIPRA.
En 1982, mientras el Gobierno de la mayoría negra hacía gala de pragmatismo y tolerancia en lo tocante a la integridad de las propiedades de la cada vez más reducida minoría blanca, sobre todo las eficientes explotaciones agrícolas, sus dos partidos socios rompieron con violencia. Espoleados desde el primer momento por la actitud sectaria y tribalista de Mugabe, quien favorecía a los mayoritarios shonas y hostigaba a los minoritarios ndebeles, grupo en el que la ZAPU basaba su peso electoral, los enfrentamientos armados entre las fuerzas militares leales al primer ministro y las huestes de Nkomo degeneraron en un conflicto bélico en toda regla en el bastión territorial de estas últimas, el Matabeleland. El grado de participación de Mnangagwa en esta sangrienta lucha por el poder político barnizada de inquinas étnicas, así como su responsabilidad en las atrocidades perpetradas por la ZANU y el Ejército Nacional de Zimbabwe (ZNA) contra la ZAPU y la comunidad Ndebele, son motivo de discusión.
Medios de comunicación y organismos gubernamentales como el Departamento de Estado de Estados Unidos consideran innegable que el entonces ministro de Seguridad del Estado y responsable de los servicios de inteligencia jugó un rol, posiblemente capital, en las conocidas en Zimbabwe como las Gukurahundi, el reguero de masacres ejecutadas, principalmente en 1983-1984 y por la V Brigada del ZNA, contra población civil del Matabeleland, con el resultado de entre 20.000 y 30.000 muertos, en su gran mayoría campesinos y paisanos inermes. Hasta el día de hoy, Mnangagwa ha negado cualquier responsabilidad en las matanzas y las operaciones de tierra quemada conducidas en el Matabeleland, y ha endosado aquellos terribles sucesos al ZNA. Sin embargo, queda abundante constancia documental de sus incendiarios discursos políticos durante el apogeo de la violencia en 1983, cuando llamaba "cucarachas" a los seguidores de Nkomo e instaba a erradicarlos como se fumigaba insectos con DDT.
Tras el aplastamiento militar de la ZAPU, Mugabe obligó a Nkomo, derrotado y resignado a servir de figura decorativa desde el puesto de vicepresidente segundo de la República, a la absorción de su partido por la ZANU. En 1987 arrancó una nueva fase, más personalista y autoritaria, de la teórica democracia zimbabwa con el nacimiento del nuevo ZANU-PF, que dejaba la oposición parlamentaria reducida a su mínima expresión, y la asunción por Mugabe, reforma constitucional mediante, de plenos poderes desde el cargo de presidente de la República, hasta entonces desempeñado a título ceremonial por Canaan Banana.
Mnangagwa siguió al mando de la Seguridad del Estado hasta 1988. En 1989 Mugabe le movió al Ministerio de Justicia y Asuntos Legales, cartera que iba a portar durante más de una década. Entre 1995 y 1996, años de reformas liberales de la economía que pugnaban con la ideología socialista del ZANU-PF y de crecientes dificultades en la producción de alimentos, el lugarteniente del jefe del Estado fue, además, ministro de Finanzas en funciones. Paralelamente a sus cargos en el Gobierno, Mnangagwa estrenó el escaño de diputado en la Asamblea del Parlamento unicameral, donde representó a la circunscripción de Kwekwe, en el distrito central del país.
La intervención, tan aparatosa como polémica e impopular, entre 1998 y 2002 de las ZDF en la segunda guerra civil de la República Democrática del Congo, donde Mugabe brindó una ayuda fundamental al presidente amigo Laurent Kabila, volvió a poner a Mnangagwa en el primer plano, y de nuevo con titulares acusatorios. A pesar de no dirigir oficialmente ningún departamento de fuerza, ni militar ni policial, el ministro fue unánimemente señalado dentro y fuera de Zimbabwe como uno de los cerebros de la aventura bélica en Congo-Kinshasa, la cual distó de ser desinteresada o sacrificada, como si fuera un mero ejercicio de solidaridad ideológica con el apurado Kabila por parte de Mugabe, el presidente de un país que arrastraba sus propios y graves problemas de índole económica.
Así, a partir de 2000 se acumularon los testimonios y los informes, divulgados por la prensa, organismos y gobiernos extranjeros, sobre la existencia de un extraordinariamente lucrativo comercio de diamantes congoleños cuyas ganancias terminaban directamente en los bolsillos de la familia del presidente y su camarilla política. Uno de los prebostes del régimen más beneficiados del trasiego sucio de piedras preciosas sería Mnangagwa, tal como mencionó el Informe Final del Panel de Expertos de la ONU sobre la Explotación Ilegal de los Recursos Naturales y Otras Riquezas de la República Democrática del Congo, documento que fue entregado al Consejo de Seguridad en octubre de 2002. En este memorándum de la ONU, el dirigente político era citado como el "estratega clave" de la "red elitista" dedicada a expoliar las riquezas del Congo en comandita con los hombres de Kabila, el oficial al mando de las ZDF, general Vitalis Zvinavashe, sus colegas de uniforme y la compañía minera internacional Oryx Natural Resources.
Para entonces, Mnangagwa ya no se sentaba en el Gobierno, sino que presidía la Cámara de la Asamblea. Ostentaba esta posición desde julio de 2000, al poco de lanzar Mugabe, irritado por el rechazo popular vía referéndum a su proyecto de reforma constitucional para ampliar sus poderes, una caótica reforma agraria. La ocupación violenta, sin faltar los asesinatos, los incendios y las destrucciones arbitrarias, de cientos de granjas y fincas rurales propiedad de ciudadanos blancos por bandas de veteranos de guerra y militantes radicales del ZANU-PF concitó una ola internacional de condenas contra Zimbabwe y arrastró al país por la pendiente de la catástrofe económica. Aunque en los años precedentes había sido uno de los adalides de la estrategia gubernamental de "indigenización y empoderamiento económico negro", Mnangagwa no estaba considerado un promotor de esta agresiva evicción agropecuaria.
Mugabe situó a Mnangagwa al frente del Legislativo como desagravio por su humillante derrota en las votaciones legislativas de junio de 2000, cuando su tentativa reeleccionista en Kwekwe fue noqueada por su adversario del Movimiento por el Cambio Democrático (MDC), el nuevo partido opositor fundado por el sindicalista Morgan Tsvangirai, que en su debut electoral dinamitó la vieja hegemonía parlamentaria del ZANU-PF. El ex ministro perdió su escaño en las urnas, pero luego Mugabe, haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, le incluyó en la docena de diputados reservados para su nombramiento discrecional.
A lo largo de esta legislatura, Mnangagwa, pese a las evidencias de su intensa participación en la explotación ilegal de los recursos naturales del Congo, no fue objeto de sanciones internacionales con mandato de la ONU. Sin embargo, en 2003 el Gobierno de Estados Unidos le incluyó en una lista de 77 personalidades del régimen, con Mugabe a la cabeza, a las que se bloqueaba toda propiedad en territorio estadounidense como castigo por la "socavación de los procesos o instituciones democráticos en Zimbabwe", una deriva patente en el desarrollo de las elecciones presidenciales de marzo de 2002, que dieron a Mugabe, vencedor sobre Tsvangirai, su tercer período sexenal y el cuarto mandato desde la reforma constitucional de 1987. Ya en 2002, en vísperas de las elecciones, la Unión Europea había abierto el camino de las "sanciones inteligentes" a Zimbabwe, en su caso aplicadas al presidente y a 19 ministros y oficiales, y acompañadas de medidas diplomáticas y la interrupción de la ayuda al desarrollo.
Al iniciarse la tercera década de la independencia de Zimbabwe, Mnangagwa portaba la aureola de favorito de Mugabe y probable delfín del régimen. Sin embargo, Mugabe, que en febrero de 2004 estrenó la octava década de vida, parecía aferrado a una presidencia vitalicia de facto y no toleraba que sus subalternos realizaran por su cuenta movimientos susceptibles de evocar un horizonte de sucesión.
En diciembre de 2004, súbitamente, Mnangagwa cayó en desgracia ante Mugabe por sus intrigas para hacerse con el puesto de vicepresidente primero de la República, vacante desde el fallecimiento de Simon Muzenda en septiembre de 2003. Acusados en el IV Congreso Nacional Popular del ZANU-PF de participar en reuniones no autorizadas de carácter conspirativo, relativas a la eventual retirada de Mugabe en las elecciones de 2008 e incluso antes, Mnangagwa, el ministro de Información Jonathan Moyo, Patrick Chinamasa y otros miembros del Buró Político del partido fueron degradados en la jerarquía. En el caso del presidente de la Asamblea, su sanción consistió en ceder la Secretaría de Administración para pasar a la Secretaría de Asuntos Legales, un departamento del ZANU-PF de menor rango. La vencedora en esta pendencia interna fue Joice Mujuru, dirigente de la Liga de Mujeres, esposa del general Solomon Mujuru, quien fuera comandante de las ZDF, y oficial con muchos apoyos en el partido. Mugabe promovió a Mujuru a la Vicepresidencia Primera, invitando a suponer que ella era la nueva heredera oficiosa del poder.
La mala racha de Mnangagwa se prolongó en marzo de 2005 al perder otra vez frente a su contrincante local del MDC, Blessing Chebundo, en los comicios de Kwekwe. Conservó el escaño porque Mugabe volvió a nombrarle a dedo, pero fue despojado de la presidencia de la Cámara en favor de John Nkomo, estrella ascendente del ZANU-PF. La pérdida de realce legislativo marcó su regreso al Ejecutivo, donde Mugabe le confirió un puesto de segunda fila, el Ministerio de Vivienda Rural y Servicios Sociales. Acaso para recobrar el favor de su susceptible jefe, Mnangagwa exhibió un gran celo en la ejecución de la llamada Operación Murambatsvina (literalmente, retirar la basura en el idioma shona), una brutal campaña de destrucción de barrios chabolistas y expulsión forzosa de sus moradores en diversas áreas suburbanas del país, precisamente allí donde el MDC cosechaba más votos, que afectó a cientos de miles de personas.
Las maquinaciones de altos vuelos volvieron a rondar peligrosamente a Mnangagwa en junio de 2007. Entonces, el Gobierno anunció el desbaratamiento de un complot militar para la captura del poder mediante un golpe de Estado, y trascendió que de los interrogatorios a los soldados detenidos se desprendía que los conspiradores, tras derrocar a Mugabe, planeaban pedirle a Mnangagwa que encabezara un Gobierno provisional junto con los comandantes de las ZDF. Mnangagwa replicó que él no tenía nada que ver en el complot y que su lealtad a Mugabe no podía ponerse en duda. Algunos comentaristas señalaron que ciertos mandos militares o políticos estarían intentando desacreditar al ministro involucrándole falsamente en dicho plan golpista de un sector del Ejército, y que este sobresalto no podía desligarse de la liza, nada soterrada, que venían librando las facciones de Mujuru y Mnangagwa.
Los vientos políticos volvieron a serle propicios a Mnangagwa a partir de 2008. En las elecciones legislativas del 29 de marzo consiguió revalidar por méritos propios el escaño de asambleísta, pero esta vez por la circunscripción rural de Chirumanzu-Zibagwe. Tres meses después tuvo lugar la segunda vuelta de las presidenciales, ganada por Mugabe con el 85% de los votos en un ambiente de intimidación, violencia y fraude. Al parecer, Mnangagwa orquestó desde los bastidores la campaña electoral de su superior y los abusos con que el oficialismo ensombreció el balotaje del 27 de junio, después de que Morgan Tsvangirai se pusiera en cabeza en la primera vuelta con un 48% de apoyos y de que su partido, por primera vez, le ganara la partida al ZANU-PF, bien que por la mínima, en las legislativas. En estas circunstancias, el líder del MDC decidió boicotear la segunda vuelta de las presidenciales.
Mnangagwa volvió a demostrar su utilidad a Mugabe arreglando en su nombre las negociaciones tripartitas abiertas en Sudáfrica con Tsvangirai y con una escisión del MDC, la liderada por Arthur Mutambara, para solucionar la grave crisis poselectoral instalada en el país, motivo de una considerable preocupación internacional. El 15 de septiembre de 2008 los tres cabezas de facción firmaron en Harare un acuerdo de reparto de poderes por el que el MDC-T entraría en el Ejecutivo y su líder sería nombrado primer ministro, cargo desempeñado por última vez en 1987 por Mugabe. Al constituirse el 13 de febrero de 2009 el nuevo Gobierno de coalición encabezado por Tsvangirai, Mnangagwa recibió en él un puesto de postín, el Ministerio de Defensa, donde sucedió a Sydney Sekeramayi.
Como ministro de Defensa, Mnangagwa fue recuperando el terreno perdido en su rivalidad con la vicepresidenta Mujuru, quien acabó cometiendo la misma imprudencia que él antes de 2004: especular sobre la jubilación, si no se producía el fallecimiento antes, del anciano padre de la independencia y postularse personalmente para sucederle. La sacudida en el vértice del régimen se fraguó tras las elecciones generales del 31 de julio de 2013, ganadas por Mugabe -quien en virtud de la nueva Constitución aprobada en mayo anterior obtuvo un mandato adicional de cinco años- sobre Tsvangirai y por el ZANU-PF sobre el MDC-T. Tsvangirai reiteró la denuncia de fraude electoral, el Gobierno de unidad colapsó y el 11 de septiembre tomó posesión un nuevo Gabinete, ya sin Tsvangirai de primer ministro ni representantes de su partido; en su seno, Mnangagwa retomó el ministerio del que fuera titular entre 1989 y 2000, el de Justicia y Asuntos Legales.
El 8 de diciembre de 2014, con el preámbulo escénico de la defenestración de sus posiciones ejecutivas partidarias por el VI Congreso del ZANU-PF, Joice Mujuru fue fulminantemente destituida como vicepresidenta primera por Mugabe, el cual la acusaba de "conspirar" contra él. Dos días después, ya sin sorpresas, el presidente nombraba nuevo número dos de la República a Mnangagwa, que prestó juramento del puesto dos días después, sin descargo de sus funciones como ministro de Justicia, y a la vez que Phelekezela Mphoko, nuevo vicepresidente segundo. A continuación, los partidarios de Mujuru, que acabaría siendo expulsada del ZANU-PF para rehacer su vida política como opositora al régimen, fueron purgados del Gobierno.
Zimbabwe asistió entonces al encumbramiento, aparentemente definitivo, de El Cocodrilo (en shona, Garwe o Ngwena, así apodado en recuerdo de sus años de luchador revolucionario y por su astucia y tenacidad en política, comparables supuestamente al hábito depredador del reptil acuático. Parecía que Mnangagwa, con 72 años, ya no tenía más que esperar el momento en que Mugabe, nonagenario, decidiera abandonar o falleciera. Sin embargo, el presidente subrayaba una y otra vez que quería presentarse a la reelección en 2018 y que no se le pasaba por la mente retirarse.
3. La crisis de noviembre de 2017: destitución como vicepresidente, intervención del Ejército y subida a la jefatura del Estado
En febrero de 2017 Mugabe, recién cumplidos los 93 años, volvió a insistir en que ni renunciaría a la Presidencia ni designaría a un sucesor. Por el momento, él se consideraba imprescindible para Zimbabwe, y desde luego no iba a permitir que un liderazgo débil o vacilante pusiera en peligro la reforma agraria y los otros logros de la lucha de liberación nacional. Aun cuando, por la razón que fuera, hubiera que escoger a un sustituto, esa tarea correspondería al partido, puntualizó. El mensaje presidencial suscitó dudas sobre el grado de confianza que el decano de los estadistas mundiales tenía depositada en su vicepresidente.
Llegado julio, la segunda esposa de Mugabe, Grace, una primera dama 41 años más joven y mujer dotada de fuerte personalidad, urgió públicamente a su marido a que nombrara un sucesor. El insólito pronunciamiento, no replicado por su esposo, de Grace Mugabe, quien desde 2014 era la jefa de la Liga de Mujeres y miembro del Buró Político del ZANU-PF, puso de relieve el creciente influjo de la primera dama de Zimbabwe, a la que todo el mundo adjudicaba grandes ambiciones políticas.
En los últimos tiempos, imperaba la tesis de que en la cúpula del partido-Estado estaba librándose una recia pugna entre una facción secreta organizada en torno a Grace Mugabe e integrada por cuadros ascendidos a posiciones directivas en las dos últimas décadas, la llamada Generación 40 (G40), y el campo del curtido Mnangagwa, que tendría de su lado a la vieja guardia, los veteranos de guerra y los militares, todos los cuales animarían la conocida por algunos como la facción Lacoste. Como responsable de la Comisión Anticorrupción, Mnangagwa no dudaba en impulsar investigaciones penales contra cuadros del ZANU-PF adheridos a la G40.
Las tensiones subterráneas subieron muchos peldaños después de que en agosto de 2017 Mnangagwa sufriera una indisposición digestiva aguda y tuviera que ingresar de urgencia en un hospital de Johannesburgo. Al cabo de unos días, el vicepresidente fue dado de alta y regresó a Zimbabwe plenamente restablecido, en medio de intensos rumores sobre la naturaleza de su percance de salud. El 3 de octubre Mnangagwa elevó la temperatura política al revelar que los médicos le habían dicho que había sufrido una grave intoxicación alimenticia, muy probablemente provocada y no accidental. Sobre quién estaría detrás de este aparente ataque contra su vida, él no tenía idea, aseguró.
Rápidamente, Grace Mubabe, con tono muy crudo y sarcástico, salió a aclarar que ella no había tenido nada que ver con esa acción criminal, pero acusó a Mnangagwa y sus partidarios de estar tramando un acaparamiento de poderes comparable a un golpe de Estado "¿Por qué mi negocio de productos lácteos [la productora estatal de leche Alpha Omega] tendría que preparar una sola copa de helado envenenado para él? ¿Por qué querría yo matarlo? Soy la esposa del presidente ¿Quién es Mnangagwa? ¿Qué querría yo de él?", espetó con despectivo desparpajo la primera dama por la televisión. El propio Mnangagwa tachó de "falsa y ridícula" la sugerencia de que la primera dama pudiera estar detrás de la tentativa de magnicidio. Al ruido ambiental se sumó el vicepresidente segundo, Phelekezela Mphoko, que afeó como "desestabilizadora" la declaración de su colega sobre que alguien había intentado envenenarlo.
Así de deletéreo estaba el ambiente en los altos escalafones el régimen cuando Mugabe decidió dar un puñetazo en la mesa, zanjando la agria disputa en favor de su mujer y en contra de su segundo institucional. El 9 de octubre Mnangagwa fue cesado como ministro de Justicia y el 6 de noviembre Mugabe le destituyó también como vicepresidente primero. Por el momento, el puesto quedaba vacante. Enfadado, el autócrata censuró la "deslealtad, el irrespeto, la falsedad y la falta de fiabilidad" mostrados por Mnangagwa.
Por lo que se veía, Mugabe había accedido a los deseos de su esposa, quien en la víspera le había dicho a un grupo de prosélitos que antes del VII Congreso del ZANU-PF, previsto para diciembre, había que "golpear en la cabeza a la serpiente que se oculta tras las facciones y divide el partido". Más aún, ese mismo 5 de noviembre, la primera dama, dicharachera, explicó a su auditorio que Mnangagwa no era más que un "violador" que ya había intentado derrocar a Mugabe en 1980, y confesó que ella le había pedido a su marido que le traspasara "el puesto", el cual no tenía "miedo" de ocupar. No había dudas de que Grace Mugabe, que tenía de su parte a la Liga de Mujeres y a la influyente Liga Juvenil, estaba moviendo los hilos para ser elegida vicepresidenta de la formación gobernante en su próximo cónclave, trampolín que sería de su nombramiento como vicepresidenta de la República, a su vez la escala previa a la meta de la Presidencia.
El 8 de noviembre Zimbabwe se estremeció con otras dos noticias explosivas: Mnangagwa fue expulsado del partido y el político, alegando las "amenazas incesantes" contra su persona y su familia, puso los pies en polvorosa rumbo a Sudáfrica. A continuación, circuló un comunicado supuestamente suyo donde el autor, que al expresarse así daba pie a las acusaciones de alta traición, reiteraba que siempre había sido leal a Mugabe, pero arremetía contra la pareja presidencial y sus corifeos en el partido, recordándoles que el ZANU-PF no era "su propiedad particular".
La defenestración y huida de Mnangagwa y el ya evidente plan "dinástico" del matrimonio Mugabe abrió una fractura insoluble en el régimen, y esa brecha tomó un rostro militar. El 13 de noviembre el general Constantino Chiwenga, comandante (desde 2003) de las ZDF, entró en escena y, flanqueado por los altos oficiales del ZNA y las Fuerzas Aéreas, lanzó una advertencia contundente: "La actual purga, dirigida claramente contra miembros del partido con un pasado de lucha de liberación, debe terminar en el acto (...) Debemos recordar a quienes están detrás de estos engaños traicioneros que cuando se trata de proteger nuestra revolución, los militares no dudarán en intervenir".
Al día siguiente, gran número de tropas y vehículos blindados tomaron posiciones en los puntos estratégicos de Harare sin dar lugar a incidentes. La población de Zimbabwe, uno de los pocos países africanos donde nunca se había producido un golpe de Estado, asistió perpleja a lo que parecía la toma del poder de facto por el Ejército, cuyo comandante era ahora acusado de "traidor" y de "incitar a la insurrección" desde el ZANU-PF. Tímidamente al principio y abiertamente después, miles de paisanos empezaron a expresar su alegría por la caída del "dictador", aunque oficialmente Mugabe seguía siendo el presidente.
El 15 de noviembre, el general Sibusiso Moyo leyó por la televisión un comunicado de las ZDF que decía lo siguiente: "Queremos asegurar a la nación que su excelencia el presidente de la República de Zimbabwe y comandante en jefe, camarada R. G. Mugabe, y su familia se encuentran sanos y salvos, y que su seguridad está garantizada. Solo actuamos contra los criminales de su entorno que han cometido crímenes que son causa de sufrimiento social y económico en el país, a fin de llevarlos ante la justicia. Tan pronto como hayamos cumplido con nuestra misión, esperamos que la situación vuelva pronto a la normalidad".
Empezó entonces un opaco forcejeo entre Mugabe y Chiwenga, quien deseaba conseguir la renuncia voluntaria del nonagenario estadista y entregar el poder a Mnangagwa, objetivo fundamental de la eufemísticamente llamada Operación Restaurar la Legalidad. El 19 de noviembre, en medio de un clamor popular apoyando al Ejército y exigiendo la marcha inmediata de Mugabe, el Comité Central del ZANU-PF, controlado totalmente por la facción de los veteranos de guerra, tomó la decisión trascendental de elegir a Mnangagwa, que seguía refugiado en Sudáfrica, presidente, primer secretario y candidato del partido de cara a las elecciones nacionales de 2018. Mugabe era apartado del liderazgo por ser "demasiado mayor para continuar al frente del país" y después de que varias personas de su círculo "se hubieran aprovechado de su frágil estado de salud para su enriquecimiento personal".
Mugabe, supuestamente bajo arresto domiciliario, ya no mandaba en la formación por él fundada hacía más de medio siglo y recibía 24 horas de plazo para firmar su dimisión como jefe del Estado; si no accedía por las buenas, sería objeto de un fulminante impeachment parlamentario sobre la base de una suerte de prevaricación constitucional, por haber permitido a su esposa "usurpar el poder". En cuanto a Grace Mugabe, la todavía primera dama, el partido la expulsaba de sus filas junto con varios de sus aliados en el Gobierno, algunos ya arrestados por los militares. Ese mismo día, sin embargo, en un movimiento inesperado que indicaba la conservación de cierta libertad de maniobra, Mugabe compareció para dar un discurso a la nación en el que, desafiante, afirmó que seguiría en la Presidencia de la República al menos hasta el congreso del partido en diciembre.
El 20 de noviembre el ultimátum del partido expiró sin ser acatado. El 21, Mnangagwa, desde una localización no revelada, tomó la voz en la crisis para exigirle a Mugabe que cediera a las presiones y renunciara ya mismo. A las pocas horas, el presidente de la Asamblea, Jacob Mudenda, en mitad del debate parlamentario del proceso de censura y apartamiento del poder, notificó la recepción de la esperada carta de dimisión, salida que Mugabe tomaba a los 93 años de edad "por el bien del pueblo de Zimbabwe y por la necesidad de una transferencia pacífica del poder". La noticia desató un estallido de júbilo en las calles de Harare. Con arreglo a la Constitución, al vicepresidente segundo, Phelekezela Mphoko, le tocaba asumir le jefatura del Estado en funciones. Sin embargo, Mphoko estaba considerado un oficial enteramente sumiso a Mugabe, acababa de ser expulsado del partido y de hecho se encontraba en paradero desconocido.
Ya solo restaba que Mnangagwa regresara al país, presumiblemente desde Sudáfrica, y fuera investido presidente de la República para completar el mandato de Mugabe en 2018 con el respaldo unánime del partido, el Ejército y el Parlamento. El Gobierno dijo que, como parte del acuerdo de dimisión, Mugabe y su familia obtenían inmunidad frente a eventuales acciones judiciales y plenas garantías personales, a fin de que pudieran permanecer en el país seguros y tranquilos.
El 22 de noviembre Mnangagwa arribó a Harare en olor de multitud y en un clima de febril celebración, lanzando promesas de revitalización económica, paz y trabajo, en un país donde más del 90% de la población activa estaba en el paro o malvivía con subempleos miserables. "Me informaron sobre un plan para eliminarme (...) La voluntad del pueblo siempre, siempre se cumple. La voz del pueblo es la voz de Dios (...) Hoy somos testigos del comienzo de una nueva democracia en desarrollo en nuestro país. Queremos que la economía crezca, queremos paz para nuestro país, queremos empleos, empleos, empleos", dijo el próximo presidente, protegido por un tupido cordón de guardaespaldas, a la extática muchedumbre congregada frente al cuartel general del ZANU-PF.
Desde la oposición, el MDC-T instó al nuevo hombre fuerte de Zimbabwe a "desmantelar los pilares opresivos de la represión" y a "poner fin a la cultura de la corrupción". Los de Tsvangirai se mostraban "cautelosamente optimistas" con las posibilidades que abría el histórico cambio de guardia y confiaban en que Mnangagwa no fuera a "imitar y replicar el régimen malvado, corrupto, decadente e incompetente de Mugabe".
Finalmente, el 24 de noviembre, Mnangagwa prestó juramento como presidente de la República con mandato hasta las elecciones que debían celebrarse en algún momento de 2018. En la ceremonia, celebrada en el Estadio Nacional de Deportes con las asistencias de 60.000 personas y de varios líderes africanos, no estuvo presente Mugabe, quien sin embargo hizo llegar sus "buenos deseos y apoyo" a su sucesor, el cual a su vez se refirió a él como "un padre, un mentor, un camarada de armas y mi líder".
En su discurso inaugural, caracterizado por el tono conciliador e integrador, el nuevo jefe del Estado reiteró sus promesas de desarrollo social y se comprometió a trabajar para atraer de nuevo las inversiones extranjeras generadoras de riqueza, y para que Zimbabwe, ausente de la Commonwealth desde 2003, restableciera lazos "con todas las naciones del mundo". Asimismo, pidió el levantamiento de las sanciones que la UE y Estados Unidos venían aplicado desde hacía década y media -las de Washington le seguían afectando personalmente a él-, y afirmó que "todos los actos de corrupción" tenían que "terminar".
El 27 de noviembre el presidente disolvió el Gobierno y a continuación ofreció una amnistía temporal, de tres meses, para que todos los que, individuos o compañías, hubieran sacado ilegalmente fondos públicos del país tuvieran la oportunidad de repatriarlos y de devolverlos a las arcas del Estado sin temor a sufrir represalias. Tres días más tarde, fue presentado el nuevo Gabinete de ministros. Su composición no respondía precisamente a las expectativas de renovación puesto que reservaba puestos clave a figuras de la milicia, los veteranos de guerra y el aparato de seguridad, a los que, podía decirse, Tsvangirai debía su llegada a la poltrona presidencial. Observadores y opositores opinaron que este Gobierno no representaba una ruptura radical con el pasado y no ayudaba a creer en el anuncio por Mnangagwa de una "nueva democracia" para el país.
Así, el general Sibusiso Moyo, uno de los artífices del golpe disfrazado de movimiento restaurador, era el nuevo ministro de Exteriores y Comercio Exterior; Kembo Mohadi, hasta ahora ministro de Estado de Seguridad Nacional y anteriormente del Interior, era el nuevo ministro de Defensa y Veteranos de Guerra; el general Perence Shiri, comandante de la Fuerza Aérea amén de primo de Mugabe, pasaba a ser ministro de Tierras, Agricultura y Reasentamientos Rurales; Obert Mpofu fue confirmado como ministro del Interior; Patrick Chinamasa volvía a ser el responsable de Finanzas; y Christopher Mutsvangwa, presidente de la Asociación Nacional de Veteranos de la Guerra de Liberación, tomaba la cartera de Información. Transcurridos solo dos días, Mnangagwa tuvo que prescindir de dos ministros cuyos nombramientos estaban causando vivo malestar, Clever Nyathi en Servicio Público, Trabajo y Bienestar Social, y Lazarus Dokora en Educación, Deportes y Cultura.
En cuanto al general Chiwenga, apeado de la comandancia de las ZDF para su salto a la dirección política del Estado, la gratificación recibida de Mnangagwa fue máxima. El 23 de diciembre fue nombrado vicepresidente y segundo secretario del ZANU-PF, el día 27 vicepresidente primero de la República y el 29 ministro de Defensa en sustitución de Mohadi, quien pasaba a ser el vicepresidente segundo.
Se cree que Emmerson Mnangagwa, padre de nueve hijos e hijas, ha estado casado tres veces. Su segunda esposa, y no la primera, como se dijo durante años, fue Jayne Tongogara, hermana del que fuera comandante de la guerrilla del ZANLA Josiah Tongogara y fallecida de cáncer en 2000. Tras enviudar, Mnangagwa contrajo terceras nupcias con Auxilia, actual primera dama de Zimbabwe, una miembro de la dirigencia del ZANU-PF con cargos oficiales y elegida en 2015 diputada de la Asamblea; precisamente, Auxilia Mnangagwa ocupa el escaño, por la circunscripción de Chirumanzu-Zibagwe, que su esposo desocupó cuando su nombramiento como vicepresidente de la República en 2014.
(Cobertura informativa hasta 1/1/2018)