Christine Lagarde

Con su nominación el 2 de julio de 2019 para presidir el Banco Central Europeo, dentro de la cuota del Partido Popular Europeo (PPE) en el reparto de altos puestos institucionales de la UE acordado por el Consejo Europeo, la francesa Christine Lagarde, de 63 años, pone la guinda a un currículum prestigioso y a una carrera llena de momentos intensos. Sus etapas anteriores fueron el Ministerio de Economía y Finanzas de su país, conducido entre 2007 y 2011, y luego, durante ocho convulsos años, la Dirección Gerente del FMI, donde suplió a su compatriota Dominique Strauss-Kahn.

Abogada privada de altos vuelos y gestora de credenciales liberales partidaria del equilibrio fiscal aunque abierta al gasto extra en caso de necesidad, en su etapa en el Gobierno conservador de Nicolas Sarkozy Lagarde transmitió las consignas de desregular los mercados laborales en aras de la competitividad, poner coto a los abusos de la banca especulativa y retrasar la edad de jubilación por el alargamiento de la esperanza de vida, tema este último que volvería a plantear como cabeza del FMI.

Su marcada personalidad, que aúna las formas gentiles y una franqueza declarativa que puede llegar a resultar hiriente, ha puesto varias veces en la vorágine de la controversia a esta funcionaria de complexión atlética, tez bronceada, pelo plateado y amplia sonrisa, de la que se ha dicho que oscila con soltura entre la seda y el acero. Como directora gerente del FMI, la primera tras una decena de titulares varones, Lagarde, con silla reservada en las cumbres del G7 y el G20, fue una de las mujeres más poderosas del planeta, la jefa de la institución de Bretton Woods encargada de fomentar la cooperación monetaria internacional, procurar la estabilidad cambiaria en los mercados y ayudar a corregir los desequilibrios de las balanzas de pagos de sus estados accionistas. Un organismo capaz de marcar el destino de gobiernos y países, y blanco habitual de críticas por la efectividad e incluso la legitimidad de sus programas de asistencia crediticia condicionada al cumplimiento de unos paquetes ortodoxos de reformas estructurales y austeridad fiscal.

Lagarde, nadadora experta, surcó las aguas turbulentas de la crisis global iniciada en 2008 por culpa, según ella, por un "exceso de testosterona", y que en 2011, en mitad de un respiro entre recesión y recesión europea, tenía en el huracán de las deudas soberanas de la Eurozona su principal foco desestabilizador. Junto con Mario Draghi, el presidente del BCE al que ahora sucede, y el presidente de la Comisión Europea, primero José Manuel Durão Barroso y luego Jean-Claude Juncker, compuso el trío de mandamases de la famosa Troika de acreedores. Solo en Europa, el FMI puso sobre la mesa más de 100.000 millones de euros de los rescates multilaterales de Grecia, Irlanda y Portugal, cuyos gobiernos, acorralados por el riesgo-país y firmantes de sendos memorandos de entendimiento, debieron ejecutar unos drásticos programas de ajuste antidéficit por la vía traumática de los recortes sociales y la disminución de rentas, esto es, la devaluación interna. Mientras duraron estas polémicas intervenciones, la voz de Lagarde estuvo entre las más apremiantes y admonitorias, tono que quedó especialmente patente en 2015 durante las tormentosas negociaciones con el Gobierno izquierdista de Atenas sobre el tercer rescate financiero.

Pero también, y en esto se distinguió de Draghi, la Comisión Barroso y el Eurogrupo, Lagarde reconoció autocríticamente el pésimo cálculo de los dos primeros rescates de Grecia, que infravaloraron el coste devastador de la contracción económica forzada por la austeridad, y cuestionó sin pelos en la lengua varias de las estrategias y medidas adoptadas por gobiernos e instituciones para enfrentar el desbarajuste que amenazaba la integridad de la Eurozona. Abogó antes que la mayoría porque se reestructurara con quita la insostenible deuda helena y criticó la eficacia de los tests de resistencia de la banca privada. Reclamó que el fondo permanente de estabilización, el MEDE, recapitalizara directamente los bancos débiles sin pasar por los gobiernos, que se mutualizara la deuda de los estados en apuros y que el Eurosistema practicara una política monetaria "creativa" para impulsar el crecimiento. Su prioridad era transmitir una imagen de independencia del FMI, como institución preocupada por los escenarios de desconfianza de los mercados y de riesgo de contagio global, y que no empleaba en sus evaluaciones distintas varas de medir. Tampoco eludieron sus advertencias la Reserva Federal de Estados Unidos, los BRICS y otras economías emergentes.

Por otro lado, Lagarde se negó a dimitir a lo largo de su prolongado embrollo con la justicia francesa por su discutible papel en el llamado Affaire Tapie. Investigada desde 2011 e imputada en 2014, en 2016 fue juzgada y declarada culpable de negligencia por el desvío de fondos públicos en el laudo arbitral de 2008 favorable al empresario galo, pero quedó exonerada de cualquier condena penal o sanción. En su último par de años al frente del FMI, la funcionaria orquestó los socorros financieros a Argentina (crédito de 57.000 millones de dólares, el más voluminoso en la historia del organismo) y Ecuador, expresó su inquietud por las pobres tasas de crecimiento, alertó sobre los riesgos de la colosal burbuja de deuda mundial, pidió no infravalorar el impacto negativo de un Brexit desordenado y arremetió contra el proteccionismo y las guerras comerciales propiciados por la Administración Trump.

Como directora del FMI, cargo del que dimitió el 16 de julio y se separó efectivamente el 12 de septiembre (el 1 de octubre la Dirección Gerente pasó a ocuparla otra mujer, la búlgara Kristalina Georgieva), Lagarde, quien en realidad no es economista, no se cansó de animar al BCE a que exprimiera sus opciones de política monetaria para aumentar la oferta de dinero y transferir liquidez al consumo y los negocios de la zona euro. Cuando Draghi se decantó por toda una batería de estímulos no precisamente ortodoxa (tipo de interés base congelado en el 0% desde 2016, ampliación y reactivación del programa de compra masiva de activos de deuda pública y privada -Quantitative Easing-, penalización a los bancos con excedentes de liquidez por recurrir a la Facilidad Marginal de Depósito del BCE, subastas de préstamos bancarios a largo plazo TLTRO) aun a costa de provocar la irritación de gobiernos como el alemán, ella no pudo menos que asentir.

Con estos antecedentes, no se espera que a partir del 1 de noviembre de 2019 el BCE de Lagarde modifique la discutida estrategia de política monetaria superexpansiva, que alienta la anomalía de los tipos de interés negativos, y actuaciones conexas no convencionales, máxime mientras la economía de los 19 apenas crezca por encima del 1% anual. De hecho, ella ya ha asegurado que mantendrá el rumbo emprendido por su predecesor. De todas maneras, muchos observadores apuntan que el arsenal del BCE para obligar a los bancos a conceder préstamos a particulares y empresas ya no da más de sí y que el objetivo principal de la autoridad monetaria, lejos de alcanzarse, no es otro que mantener la inflación estabilizada en un nivel inferior, pero cercano, al 2%. Lagarde evoca esta cuestión cuando, al alimón con Draghi, reclama a los gobiernos una política fiscal más decidida.


(Texto actualizado hasta noviembre 2019)

1. De abogada de postín a ministra de Economía de Francia con un programa de austeridad
2. Directora del FMI durante la crisis de la Eurozona y la recuperación mediocre de la Gran Recesión; el Affaire Tapie
3. Aspectos personales

1. De abogada de postín a ministra de Economía de Francia con un programa de austeridad

La primera directora gerente del FMI y la primera presidenta del BCE nació en 1956 en el hogar parisino formado por un matrimonio de profesionales de la docencia: el padre, Robert Lallouette, era profesor universitario de inglés y la madre, Nicole Carre, daba clases de latín en un colegio de secundaria. La muchacha y sus tres hermanos menores crecieron en El Havre, en la costa normanda, y recibieron la instrucción escolar en liceos locales. Christine, una joven alta y esbelta, destacó en la práctica deportiva de la natación y llegó a formar parte del equipo nacional femenino de la modalidad sincronizada.

En 1974, una vez aprobado el bachillerato y luego de perder a su padre, fallecido a causa de una dolencia neurodegenerativa, Lagarde marchó a Estados Unidos para disfrutar de una beca preuniversitaria en la Holton-Arms School de Bethesda, Maryland. Fue un fructífero año académico en el que tomó un contacto privilegiado con la política estadounidense, en plena efervescencia por el escándalo Watergate. En concreto, realizó en el Capitol Hill de Washington unas prácticas de asistente bilingüe adjunta al despacho del joven congresista republicano William Cohen, futuro secretario de Defensa y entonces miembro del Comité Judicial de la Cámara de Representantes que reunía pruebas para sacar adelante la destitución del presidente Nixon.

De regreso a Francia, Lagarde se graduó por el Institut d'études politiques d'Aix-en-Provence (Sciences Po Aix). Su proyecto original era entrar en los escalafones administrativos del Estado a través de la École nationale d'administration (ENA), la célebre cantera de altos funcionarios y dirigentes políticos de la República Francesa, pero no consiguió superar el exigente examen de ingreso. A cambio, se labró un currículum multidisciplinar en la Universidad de Nanterre (París X), por la que obtuvo una doble maestría en Idioma Inglés y en Derecho Laboral, más un título de posgrado en la segunda especialidad.

Corría 1981 y Lagarde, con 25 años, redirigió su interés hacia la abogacía privada. Surgió así un contrato por la firma internacional Baker & McKenzie, con sede en Chicago y oficinas en más de 30 países. Desde la delegación de París, la abogada francesa empezó llevando casos sobre conflictos laborales, demandas antitrust y fusiones y adquisiciones (M&A). Al cabo de seis años, fue admitida en la sociedad del bufete parisino y ascendida a jefa de la división de Europa Occidental. La carrera legal de Lagarde, apreciada como uno de los profesionales más capaces con que contaba la firma, recibió nuevos lustres en 1991, al otorgársele la condición de socia ejecutiva, y en 1995, al recibir asiento en el Comité Ejecutivo Global en Chicago. También, empezó a codearse con personalidades de la élite estadounidense como el politólogo y ex consejero presidencial de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, para el que trabajó en el Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington y en su lobby en favor del desarrollo del comercio entre Estados Unidos y Polonia.

En octubre de 1999 Lagarde, a los 43, culminó su brillante recorrido en el mundo del derecho con el acceso a la presidencia de Baker & McKenzie. Bajo su liderazgo, el vasto bufete aumentó significativamente su volumen de facturación, éxito que fue destacado por la prensa económica. The Wall Street Journal Europa incluyó a la abogada gala entre las mujeres de negocios europeas más poderosas. En 2004 Lagarde añadió a su rango de competencias ejecutivas la presidencia del Comité Estratégico Global de Baker & McKenzie, pero meses después, a finales de mayo de 2005, recién estrenado un puesto de supervisora en la compañía holandesa de servicios financieros ING, la política francesa llamó a su puerta. Fue a instancias de Dominique de Villepin, el nuevo primer ministro nombrado por el presidente Jacques Chirac en sustitución del dimitido Jean-Pierre Raffarin, quien la telefoneó para preguntarle si estaba dispuesta a ser la ministra delegada de Comercio Exterior de su próximo Gabinete. Lagarde aceptó la oferta sin pestañear y el 2 de junio estaba en París para prestar juramento de su nuevo cargo gubernamental.

Nada más estrenarse en la política republicana, Lagarde, seguidora confesa de las ideas de Adam Smith, hizo efusión de mentalidad liberal al criticar la rigidez del mercado laboral francés. Los comentarios de la nueva ministra de Comercio recibieron comentarios muy negativos, tal que en lo sucesivo Lagarde guardó discreción y se atuvo a su cometido de naturaleza esencialmente técnica, orientada a abrir nuevos mercados de exportación para los productos nacionales, sobre todo en el sector tecnológico. El 18 de mayo de 2007 el nuevo primer ministro de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), François Fillon, nombrado en la víspera por el recién inaugurado presidente de la República, Nicolas Sarkozy, movió a Lagarde al Ministerio de Agricultura y Pesca.

Tan solo un mes después, al constituir Fillon su segundo Gabinete como resultado de las elecciones a la Asamblea Nacional, saldadas con mayoría absoluta de la UMP, Lagarde hizo historia al asumir el Ministerio de Economía y Finanzas en sustitución de Jean-Louis Borloo. No solo era la primera mujer en hacerse cargo de la política económica del Gobierno de Francia, sino también la primera ministra de Finanzas de una economía del G8. Además, adquirió la cartera de Empleo, que retuvo hasta noviembre de 2010, cuando Fillon alineó su tercer Gabinete. Entre medio, en marzo de 2008, asumió el departamento de Industria. Entonces, el Ministerio de Economía, Finanzas y Empleo adquirió la denominación de Ministerio de Economía, Industria y Empleo, antes de pasar a llamarse Ministerio de Economía, Finanzas e Industria en noviembre de 2010.

En este período de gran exposición mediática nacional e internacional, Lagarde, concurrentemente miembro del Consejo Municipal del distrito 12 de París desde las elecciones locales de marzo de 2008, fue coejecutora del paquete de reformas estructurales de signo liberal concebido por Sarkozy y Fillon, y que hasta el advenimiento de la Gran Recesión en 2008 estuvo acompañado de una política presupuestaria expansiva. En particular, la ministra condujo la elaboración de las leyes TEPA, que eximía del pago de impuestos las horas extraordinarias, y de Modernización de la Economía (LME), dirigida a incentivar la inversión empresarial para mejorar la competitividad. Escudada por Sarkozy, que tenía una visión similar, Lagarde dejó patentes su nula simpatía por la semana laboral de las 35 horas introducida por el anterior Gobierno del Partido Socialista y su interés en poner fin a los regímenes especiales de pensiones anticipadas en el sector público, muy onerosos para la caja de la Seguridad Social.

Al declararse la economía en recesión en el tercer trimestre de 2008, el trío formado por Sarkozy, Fillon y Lagarde decidió imprimir un drástico giro a la austeridad, sustanciada en la reducción del funcionariado, un repertorio de recortes sociales, subidas de impuestos y el retraso de la edad mínima de jubilación, defendido con el argumento de la prolongación de la esperanza de vida, de los 60 a los 62 años. Estas medidas de ajuste, contrastadas con una inyección de capital por el Estado de 10.500 millones de euros a los seis principales bancos privados para asegurar su liquidez, enfureció a los sindicatos, pero la protesta social no disuadió al equipo dirigente de perseverar en las medidas de ahorro y de aumento de la recaudación fiscal a través del impuesto especial temporal a las grandes fortunas, sendas subidas del IVA y del impuesto de sociedades, y la congelación de exenciones fiscales.

Con todo, a pesar de la austeridad fiscal, mantenida aun cuando el PIB galo recuperó la senda del crecimiento en 2010 con una tasa del 1,9% anual tras el retroceso del -2,9% sufrido en 2009, Lagarde fracasó en su objetivo, trazado en 2007, antes del estallido de la crisis, de alcanzar el equilibrio presupuestario aquel mismo 2010: en vez de ser cero, el déficit, ya desbocado en 2009, alcanzó aquel año el 7% del PIB. La tasa constituía una violación flagrante del tope del 3% fijado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, el cual también se saltaba la deuda pública, trepada al 82% del PIB.

A lo largo de 2010 la opinión pública francesa especuló con el reemplazo de Fillon por Lagarde, muy bien situada en los sondeos de valoración de líderes y considerada la segunda mujer más poderosa de la política nacional por detrás de su colega de partido Michèle Alliot-Marie, dirigente de la UMP, ex ministra del Interior, actualmente ministra de Justicia y dentro de poco responsable de Exteriores. Lagarde sonaba para ocupar el despacho principal del Hôtel de Matignon, cuyos titulares solían hacer de escudos del presidente y cargar con el desgaste del Ejecutivo de turno. Sin embargo, ella insistió en que seguía comprometida con el Ministerio de Economía y Finanzas, labor esta que para The Financial Times había sido la más meritoria de todos los colegas de la UE. En efecto, la abogada renovó cartera, vuelta a denominar de Economía y Finanzas, al constituirse el Tercer Gobierno Fillon el 14 de noviembre de 2010.

A estas alturas de su aún no dilatada carrera política, Lagarde podía presumir de un elevado caché internacional construido a golpe de actuaciones descollantes en foros como el G20, donde defendió las tesis francesas de que había que poner coto a los peligrosos hedge funds (los fondos de inversiones especulativas de alto riesgo característicos del capitalismo anglosajón) y avanzar en la gobernanza financiera global, y de reflexiones de índole más personal.

Incorregiblemente propensa a decir lo que pensaba sobre una serie de cuestiones candentes a sabiendas de que sus palabras no eran del gusto de todos, en febrero de 2011 la ministra gala se metió en los titulares cuando achacó el desaguisado bancario de 2008 a, en buena medida, el "exceso de testosterona" en el mundo de las finanzas. El ácido comentario fue visto como un recordatorio de la necesidad de incrementar la presencia de mujeres en puestos de responsabilidad. En una entrevista para el diario británico The Independent, Lagarde afirmó que: "Los entornos dominados por el género no son buenos, en particular los del sector financiero, donde hay muy pocas mujeres (...) Los hombres tienen la tendencia a exhibir sus torsos velludos, comparándose con los que se sientan a su lado. Honestamente, pienso que nunca debería haber demasiada testosterona en una sala".


2. Directora del FMI durante la crisis de la Eurozona y la recuperación mediocre de la Gran Recesión; el Affaire Tapie

La sobresaliente singladura de Christine Lagarde en las aguas bravías de la abogacía y las finanzas quedó coronada en 2011 con la arribada a la sede del FMI a orillas del Potomac y a raíz de un episodio escandaloso de gran repercusión internacional. Fue precisamente el año en que Francia ejercía las presidencias pro témpore del G8 y el G20, con cumbres de gobernantes previstas en Deauville, en mayo, y en Cannes, en noviembre.

El 14 de mayo de 2011 el director gerente de la institución desde noviembre de 2007, Dominique Strauss-Kahn, dirigente del Partido Socialista francés y ministro de Economía y Finanzas en el Gobierno de Lionel Jospin a finales de los años noventa, fue detenido en el aeropuerto de Nueva York por la Policía estadounidense para responder de una denuncia de abuso sexual presentada contra él por una empleada de hotel. Cuatro días después, coincidiendo con el auto de acusación judicial en su contra, Strauss-Kahn dimitió y la Dirección Gerente del FMI recayó en funciones en el subdirector, John Lipsky.

Tocaba elegir al nuevo director del FMI, cuyo mandato era de cinco años, y todas las miradas se tornaron hacia Lagarde, vista por muchos como la sucesora natural de su compatriota caído en desgracia, si es que se asumía como válida la regla no escrita que asignaba el liderazgo del Fondo a un europeo, francés para más señas en las actuales circunstancias, en tanto que la presidencia del Banco Mundial, la otra institución de Bretton Woods, recaía en un estadounidense. Sin embargo, por otra parte, este esquema parecía superado tras el estallido en Occidente de la crisis global y la alteración de la balanza de poder mundial por las potencias emergentes de Asia y América Latina, así que el proceso de selección del nuevo director gerente, durante décadas un coto cerrado de las potencias desarrolladas del Norte, forzosamente tenía que adquirir características novedosas.

El 25 de mayo, desde París, Lagarde confirmó que era candidata a la Dirección del FMI con el respaldo expreso de, además de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y la Comisión Europea, amén del aval implícito de Estados Unidos. Desde el grupo de los emergentes se materializó la postulación alternativa de Agustín Carstens, el gobernador del Banco de México y anteriormente, entre 2003 y 2006, subdirector gerente del FMI. Sin embargo, los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), pese a su comunicado conjunto en el que arremetían contra la "obsoleta convención no escrita que requiere que el jefe del FMI proceda necesariamente de Europa", no alcanzaron una postura de consenso en torno a Carstens. Las opciones para el mexicano, apoyado por varios gobiernos latinoamericanos además del español, el canadiense y el australiano, se desvanecieron cuando China, Rusia, India y Brasil, alineándose con las grandes potencias occidentales, indicaron que preferían a Lagarde.

La ministra de Sarkozy, enaltecida por los elogios pronunciados para la ocasión por varios colegas europeos y norteamericanos, que ensalzaron una serie de virtudes personales y profesionales (por ejemplo, el secretario del Tesoro de la Administración Obama, Timothy Geithner, destacó su "talento excepcional"), se metió la elección en el bolsillo. Sin embargo, Lagarde, para ganarse la confianza de los emergentes más recelosos, suscribió la tesis de que la tradición de adjudicar el puesto a un representante del Viejo Mundo estaba ciertamente "obsoleta", y aseguró que ella no pretendía ser "la candidata francesa ni la candidata europea".

Lagarde expuso los méritos objetivos de su currículum y, replicando a quienes sugerían que su nacionalidad podría dar pie a algún conflicto de intereses, enfatizó que ella, como directora de la entidad prestamista no bancaria más importante del planeta, dedicada a fomentar la cooperación monetaria internacional, a procurar la estabilidad cambiaria en los mercados y a ayudar a corregir los desequilibrios de las balanzas de pagos de sus estados miembros -que eran casi todos los del mundo-, no daría ningún trato de favor a los gobiernos de la Eurozona metidos en graves apuros financieros y que ya estaban acogidos a severos programas de ajuste económicos y austeridad fiscal a cambio de sendos paquetes de rescate crediticio. Estos eran Grecia, Irlanda y, justamente a partir de ahora, Portugal; en total, el FMI se había comprometido a auxiliar a los tres países con 80.000 millones de euros, cuota conjunta que era sustancialmente menor que la aportada por los gobiernos de la Eurozona y la Comisión Europea.

En añadidura, Lagarde restó importancia al único aspecto oscuro que podía perjudicarla, su discutido proceder en el conocido como Affaire Tapie, objeto de escrutinio por la justicia francesa y presuntamente constitutivo, según la fiscalía del caso, de un abuso de autoridad con negligencia por su parte. Los hechos se remontaban a la resolución en 2008 por un tribunal especial de arbitraje, constituido el año anterior por decisión de la ministra contra las recomendaciones de los servicios jurídicos del Gobierno, de otorgar una indemnización estatal de 404 millones de euros por daños y perjuicios al conocido empresario Bernard Tapie.

Aquella decisión arbitral pretendía zanjar la disputa que había entre el Consorcio de Realización (CDR), entidad heredera de los activos tóxicos del banco Crédit Lyonnais y el ex ministro de los gobiernos del PS y actualmente en 2011 aliado político del presidente Sarkozy, quien culpaba al Crédit Lyonnais de haberle acarreado perjuicios en la venta por encargo de Adidas, compañía de su propiedad, al empresario Robert Louis-Dreyfus en 1993, cuando el banco, entonces propiedad del Estado francés, estaba al borde de la quiebra. En 2008 Tapie se había embolsado su compensación millonaria del CDR, banco malo del Estado que seguía funcionando una década después de la reprivatización del Crédit Lyonnais. En relación con este tema, Lagarde expresó su convicción de haber actuado "en beneficio del Estado y en estricto cumplimiento de la ley", y aseguró tener "la conciencia tranquila".

El 10 de junio se cerró el período de recepción de candidaturas y el 28 de ese mes los 24 directores del Consejo Ejecutivo del FMI, aunque no dudaban de la "cualificación" de Carstens, seleccionaron "por consenso" a Lagarde como el undécimo director gerente de la institución, el primero de sexo femenino y sin formación de economista en sus 64 años de funcionamiento. Ahora bien, Lagarde era el quinto director de nacionalidad francesa, luego de los ejercicios de Pierre-Paul Schweitzer (1963-1973), Jacques de Larosière (1978-1987), Michel Camdessus (1987-2000) y últimamente Dominique Strauss-Kahn. Sarkozy saludó la designación de su ministra, a la que el 29 de junio tomó el relevo en el Ejecutivo galo François Baroin, hasta entonces ministro del Presupuesto y portavoz del Gobierno, como una "victoria para Francia".

El 5 de julio de 2011 Lagarde tomó posesión de su despacho en Washington lista para encarar el "desafío inmenso" que suponía la prolongación, con múltiples frentes, de la crisis global iniciada en 2008 y que ahora tenía su flanco más vulnerable en la UE, azotada por la tormenta de las deudas soberanas del euro y atosigada por el fantasma de una segunda recesión tras el paréntesis de la recuperación, llamado a ser breve, que había seguido al histórico desplome de 2008-2009.

En sus primeros mensajes como directora gerente del FMI, Lagarde hizo una defensa cerrada de las exigencias de ajustes presupuestarios y reformas estructurales a Grecia, cuyo eventual colapso financiero comparó con la quiebra en 2008 del banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers, para recortar su desorbitado déficit público a cambio de 80.000 millones de euros en préstamos, de la Eurozona y del FMI. En este sentido, instó a los políticos helenos a tomar "decisiones valientes". De paso, a través de un informe publicado ahora por el Fondo, Lagarde dio un tirón de orejas a la UE, que, aseguraba el documento oficial, no había elaborado "ningún tipo de plan coherente" para gestionar la voraz crisis de Grecia, negligencia que junto con el fiasco de las pruebas de resistencia a la banca bien podía provocar un "contagio europeo y global".

En dicho informe, el FMI solicitaba que la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF), el fondo de rescate temporal creado por el Consejo de la UE en mayo de 2010 para socorrer a los países de la periferia del euro con serios problemas de financiación en los mercados y en riesgo de iliquidez, tuviera la capacidad de adquirir en los mercados de deuda bonos soberanos de los países intervenidos por la Troika que formaban el FMI, el Banco Central Europeo que presidía Jean-Claude Trichet y la Comisión Europea que presidía José Manuel Durão Barroso. Puesto que había sido ministra del Ecofín y el Eurogrupo, ella tenía un conocimiento preciso de los instrumentos temporales (FEEF y MEEF) y permanente (el Mecanismo Europeo de Estabilidad, MEDE) creados por la UE para financiar los sucesivos rescates europeos. La directora manifestó asimismo que la banca europea no había sido suficientemente recapitalizada y debía mejorar su liquidez, valoración que molestó al comisario de Asuntos Económicos de la UE, Olli Rehn, y que también fue rechazada por Trichet.

Por otra parte, Lagarde se comprometió a continuar el programa de reformas internas perseguido por Strauss-Kahn, continuadoras de las iniciadas bajo Camdessus y el alemán Horst Köhler (2000-2004), las cuales habían devuelto al FMI el protagonismo y el dinamismo perdidos bajo la dirección del español Rodrigo Rato (2004-2007). La apertura democratizadora impulsada por DSK había permitido a las potencias emergentes en rápido desarrollo tener una mayor presencia en la institución. Con ella al timón, recalcó Lagarde, este proceso seguiría adelante, aunque guiado por un "estilo de gestión basado en el trabajo en equipo y en las consultas a los demás".

Al debutar en la jefatura del FMI, Lagarde, cuyos emolumentos anuales netos iban a ser de 467.940 dólares (salario que era un 11% superior al cobrado por Strauss-Kahn y un 20% mayor que el de Rato, y al que debía sumarse una partida de 83.760 dólares para cubrir dietas y gastos de representación de justificación no obligada), tuvo que suscribir un nuevo código de conducta, elaborado a toda prisa a raíz del escándalo provocado por Strauss-Kahn, que afectaba a todos los funcionarios de la institución y a ella en particular. Así, la directora gerente debía satisfacer "los más altos estándares éticos" y evitar "cualquier apariencia de comportamiento inapropiado".

Lagarde podía acatar a pies juntillas el muy exigente reglamento ético del FMI, pero la justicia de casa la mantenía fiscalizada en el marco del Affaire Tapie. El 4 de agosto de 2011 Lagarde no llevaba ni un mes dirigiendo el FMI cuando la Corte de Justicia de la República (CJR), institución encargada de juzgar a los aforados, accedió a la demanda del procurador general de la Corte de Casación, Jean-Louis Nadal, de abrir una investigación judicial para determinar el papel de la ex ministra en el laudo del litigio CDR-Tapie, saldado en grave perjuicio económico para el Estado y no recurrido en su momento por Lagarde. Los magistrados de la CJR resolvieron dar luz verde a la investigación, que podía derivar en consecuencias penales para Lagarde si llegaba a ser imputada, al apreciar indicios de base para formular cargos por abuso de autoridad, malversación de fondos públicos y complicidad en falsedad de documento público.

El primer mandato de Lagarde en el FMI resultó frenético. Entre 2011 y 2013 la directora, preocupada también por la "retroalimentación negativa" entre la espiral deudora de los estados y las tensiones que afectaban a los bancos privados, no se cansó de urgir a los bancos centrales, el BCE en especial, a que redoblaran sus intervenciones compradoras en los mercados de deuda soberana (la llamada expansión cuantitativa) y sus políticas monetarias laxas (bajadas del tipo de interés oficial a valores mínimos) para aumentar la oferta de dinero, proporcionar más recursos a los gobiernos, empujar a los bancos comerciales a otorgar más crédito y más barato, y, en definitiva, estimular la inversión y el consumo, conjurando así el peligro de una recaída de la economía mundial. Un escenario negativo, por cierto, que la UE y la Eurozona no pudieron evitar, al experimentar una segunda recesión, menos profunda que la de 2009, entre 2012 y 2013.

Pero si Lagarde se hizo un rostro muy conocido para el gran público europeo fue por su protagonismo en el seno de la Troika. En Europa, el FMI, que entre 2008 y 2011 ya había transferido préstamos por valor de 23.000 millones de euros a Hungría, Letonia y Rumanía, mantuvo su intervención de las economías de Irlanda y Portugal hasta la conclusión en 2013 y 2014 de los respectivos programas de ajuste estructural. Además, participó en el segundo (2012-2015) y el tercer (2015-2018) rescates financieros de una Grecia interminablemente amenazada de quiebra total. En conjunto, el FMI desembolsó más de 100.000 millones de euros en los tres países intervenidos. En 2012 Lagarde predicó la necesidad de aumentar la dotación y las capacidades del MEDE para evitar que economías importantes del euro como la italiana y la española cayeran en una "crisis de solvencia".

Los pronunciamientos de Lagarde en torno a la desventurada Grecia fueron numerosos y polémicos por ásperos, cuando no hirientes. Por ejemplo, en mayo de 2012 la directora evocó el desenlace de una "salida ordenada" de la Eurozona si el Gobierno no cumplía los "compromisos exigidos" y, en una entrevista para el periódico británico The Guardian, acusó a los ciudadanos helenos de no pagar impuestos y comparó sus problemas con los de los niños de Níger. Las palabras exactas para el medio fueron: "Yo pienso más en los niños de una escuela de un pequeño pueblo de Níger que reciben al día dos horas de enseñanza, que comparten una silla para tres y que tienen muchas ganas de recibir educación. Los tengo en mente todo el tiempo, porque pienso que necesitan incluso mas ayuda que la gente de Atenas (...) En lo que se refiere a Atenas, pienso también en todas esas personas que tratan de eludir los impuestos todo el tiempo (...) Creo que deberían ayudarse a sí mismos colectivamente, pagando todos sus impuestos".

Las duras declaraciones levantaron furia en Grecia, donde representantes de diferentes partidos hablaron de "cinismo", "humillación" e "insulto" a un pueblo que sufría una cruda crisis y estaba sometido a la austeridad draconiana de la Troika, así como reacciones no menos indignadas en la propia Francia. El clamor y el aluvión de críticas, de las que no se sustrajo el nuevo Gobierno socialista francés de François Hollande, obligaron a Lagarde a hacer una rectificación ("les tengo mucha simpatía a los griegos y los desafíos que está enfrentando", escribió en su cuenta de Facebook) y a pedir disculpas por unas afirmaciones hechas "en un contexto incendiario" y que "ofendieron" a la gente.

Posteriormente, en junio de 2013, el FMI entonó una especie de mea culpa al concluir que había subestimado el impacto de la austeridad en la recesión masiva de Grecia y que la quita de deuda incluida en el segundo rescate de 2012 se había acometido con tardanza, retraso que atribuía a la resistencia de algunos gobiernos de la Eurozona. La Comisión Europea y el BCE, desde noviembre de 2011 presidido por el italiano Mario Draghi, se desmarcaron de las "erróneas e infundadas" críticas del FMI a cómo se estaban ejecutando los salvamentos de Grecia.

La llegada al poder en Atenas en enero de de 2015 del izquierdista Alexis Tsipras, enemigo declarado de los memorandos de la Troika, partidario de romper el "círculo vicioso de la austeridad" y defensor de una reestructuración con quita de la "insostenible" deuda griega, aseguró el choque verbal entre el Gobierno griego y Lagarde. En efecto, la directora gerente fue una de las voces más apremiantes, urgiendo a Atenas a que transigiera con más recortes fiscales y diera un tijeretazo extra a las pensiones de los jubilados, durante las tormentosas negociaciones para la definición del nuevo marco de ayudas y asistencia financiera tras la expiración en junio del segundo programa de ajuste económico, marco que acabó adoptando la forma de un rescate financiero en toda regla, el tercero desde 2010, esta vez por valor de 86.000 millones de euros en créditos a tres años del MEDE y el FMI.

Antes de sucumbir a la enorme presión ambiental y dar su brazo a torcer sobre las condiciones, en extremo severas, del tercer rescate, Tsipras reclamó que del nuevo programa de ajuste fuera excluido el FMI, institución que según el primer ministro actuaba con "extremismo" y tenía una "responsabilidad criminal" en los padecimientos de los griegos. Aquel mismo día, el 30 de junio, el FMI declaró a Grecia "en mora" (in arrears), en lugar de hablar de "suspensión de pagos" (default). Para muchos observadores, Lagarde, pese a sus conminaciones sobre la austeridad, en realidad, actuaba como una aliada de Tsipras, ya que el FMI era el único miembro de la Troika que reconocía que la astronómica deuda griega, equivalente al 180% del PIB, era ciertamente insostenible, y que una profunda reestructuración, con reprogramación de los plazos de pago y grandes quitas, resultaba inevitable.

El enrevesado Affaire Tapie puso a Lagarde en serios aprietos judiciales entre 2013 y 2016. En marzo de 2013 la directora vio registrada su vivienda parisina por la Policía francesa en busca de pruebas y en abril siguiente la CJR la llamó a declarar como "testigo asistido" ante la judicatura del caso. La temida imputación por la CJR por un supuesto de negligencia en el desvío de fondos públicos llegó en agosto de 2014, si bien Lagarde dejó claro que ni se le pasaba por la cabeza renunciar a su alto cargo en Washington. El Consejo Ejecutivo del FMI manifestó que sería "improcedente pronunciarse sobre una causa abierta en el sistema judicial francés", pero que de todas maneras mantenía su "confianza en la capacidad de la directora gerente para desempeñar debidamente sus funciones".

En diciembre de 2015 la CJR ordenó la apertura de un juicio por negligencia a Lagarde, que de ser hallada culpable y condenada podría afrontar una pena de hasta un año de cárcel y 15.000 euros de multa. La mala noticia no afectó a la doble decisión de la procesada, que seguía considerando su actuación en el Affaire Tapie "en interés del Estado y conforme a la ley", de no dimitir ni de renunciar a repetir al frente del FMI. En enero de 2016 Lagarde confirmó que era candidata al segundo mandato porque contaba con el respaldo de "muchos países", además del suyo. El 19 de febrero, en efecto, la directora gerente, única nominada, fue reelegida por el Directorio Ejecutivo del FMI en consideración de su "liderazgo fuerte y sabio durante los tiempos turbulentos en la economía global".

El segundo ejercicio de Lagarde comenzó el 5 de julio de 2016. Días después, la Corte de Casación de Francia rechazó el recurso de los abogados contra la imputación de su cliente. El 19 de diciembre, por último, la CJR dictó su veredicto, que no dejó de causar sorpresa por cuanto la fiscalía ya había pedido la absolución de la acusada: Lagarde era culpable de negligencia en la indemnización millonaria en 2008 vía arbitraje de Bernard Tapie; ahora bien, el alto tribunal no le imponía a Lagarde ninguna condena penal, ni sanción alguna. Al punto, el FMI se reafirmó en su "confianza plena" en la directora gerente y el Gobierno socialista francés se apresuró también a brindar su apoyo a la ex ministra.


3. Aspectos personales

Christine Lagarde, ordenada por el presidente Sarkozy oficial de la Legión de Honor en abril de 2012 y descrita como una entusiasta, además de la natación, del buceo, el yoga y la jardinería, que sigue una dieta vegetariana y que apenas prueba una gota de alcohol, estuvo primero casada con Wilfrid Lagarde, analista financiero del que conservó el apellido y que es el padre de sus dos hijos, Pierre-Henri, nacido en 1986, y Thomas, nacido en 1988. La relación conyugal no funcionó y luego ella, mientras dirigía el bufete Baker & McKenzie desde Chicago, inició con el empresario británico Eachran Gilmour un idilio que desembocó en segundas nupcias. También este matrimonio terminó en divorcio. Desde 2006, Lagarde mantiene una relación formal y pública con Xavier Giaconti, un hombre de negocios corso-marsellés y padre igualmente de dos hijos, fruto de un anterior matrimonio.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2017)