Boyko Borisov

Las elecciones anticipadas búlgaras del 26 de marzo de 2017, al igual que los tres comicios anteriores (2009, 2013 y 2014), fueron ganadas con mayoría simple por el partido liberal conservador Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB) de Boyko Borisov, sin duda uno de los políticos más habilidosos de Europa. Su estrategia, flexible y oportunista, consiste en apartarse a tiempo cuando los vientos le son adversos y ahorrarse así un desgaste mayor, para al poco regresar al poder avalado por las urnas y plenamente tonificado. Su estilo apunta a un populismo limitado a la consecución de unos objetivos prácticos e inmediatos -ganar las elecciones-, y para ese fin no considera necesarios ni las estridencias identitarias, tan en auge en Europa, ni las poses caudillistas, ni el discurso euroescéptico; al contrario, su orientación, explícita en el nombre de su partido, es firmemente proeuropea. Desde el 4 de mayo de 2017 Borisov encabeza su tercer Gobierno en ocho años, un Gabinete inédito en Bulgaria desde la caída del comunismo en 1989 porque incorpora como socios de coalición a las fuerzas del pujante nacionalismo de derechas, algo que no levanta excesivas aprensiones en las capitales de la UE en la creencia de que Borisov, pese a las periódicas llamadas de atención y a ciertos rasgos turbios de su trayectoria, merece confianza.

Poseedor de un pintoresco currículum de bombero, policía, guardaespaldas, karateka y futbolista, Borisov construyó desde 2001, en sus etapas de secretario de Estado del Interior en el Gobierno de su patrocinador en política, el ex rey Simeon, y alcalde de Sofía, un perfil carismático de hombre de acción enfrentado al crimen organizado y la corrupción. Tras fundar el GERB, este diestro autodidacta en las artes de seducir al electorado y administrar los tiempos políticos solo necesitó tres años para noquear a los partidos tradicionales y coronar su vertiginoso recorrido político.

En su primer mandato (2009-2013), Borisov aplicó medidas económicas ortodoxas de estabilidad monetaria y consolidación fiscal que dejaron a Bulgaria en una situación financiera desahogada, a la vez que el país con la renta per cápita más baja de la UE pasaba página a la recesión. Además, acometió reformas y ordenó actuaciones encaminadas a acabar con el clima de impunidad que alimentaban mafiosos y corruptos, y a restaurar la confianza de Bruselas para el desbloqueo de los fondos comunitarios, pero este proceder no impresionó a los socios europeos, que consideraron insuficientes los progresos hechos por la nación balcánica en la integridad de la administración, la transparencia judicial y el control de las fronteras. Las lagunas constatadas en estas materias postergaron sine díe el acceso de Bulgaria al Área de Schengen, aunque las autoridades de Sofía se quejaron de que esta exclusión obedecía a intereses de política interna de países como Francia y Alemania, pues según ellas los requerimientos técnicos ya se cumplían. Además, el Gobierno monocolor del GERB fue pasto de escándalos de corrupción y espionaje político, y Borisov mismo fue acusado de tener nexos con organizaciones delictivas, de no hacer nada por cortar las expresiones de racismo antigitano, de intimidar a periodistas incómodos y de poner en solfa el imperio de la ley.

En febrero de 2013 Borisov sucumbió con facilidad a una explosión de ira ciudadana detonada por la subida desorbitada del recibo eléctrico, pero que se nutría del magma de descontento por el auge del desempleo, el estancamiento económico, la mezquindad crónica de salarios y pensiones, y, en definitiva, las precarias condiciones de vida y la falta de perspectivas de futuro. En aquella protesta popular también afloró el hartazgo por la venalidad de la clase política. Ahora bien, esta estrepitosa caída no puso ningún epitafio a la carrera política de Borisov, que preservó una importante cuota de popularidad y la condición de su partido como fuerza dominante, aunque con menos músculo que en 2009, del turbulento panorama nacional. Si bien no logró terminar la legislatura -y en esto no fue ninguna excepción en el mudable sistema parlamentario búlgaro-, el GERB de Borisov siguió siendo la fuerza más votada en las elecciones anticipadas de mayo de 2013 y octubre de 2014. En la primera ocasión, el resiliente dirigente no pudo formar Gobierno y este lo asumió una frágil coalición formada por los socialistas y el partido de la minoría turca, al que un nuevo estallido social no tardó en derribar. Pero la segunda vez, pese al retroceso de escaños, Borisov forjó una coalición tripartita con dos formaciones moderadas de centro que el 7 de noviembre le devolvió el puesto de primer ministro.

El segundo Gobierno Borisov (2014-2017) volvió a combatir con éxito el déficit público, consiguió reducir fuertemente el paro, se alineó ostensiblemente con los poderes euro-atlánticos en las medidas de firmeza frente a Rusia y aprovechó la crisis de los refugiados para demostrar las capacidades del país en la protección de las fronteras exteriores de la UE y la lucha contra el tráfico de personas, exhibición de rigor policial y judicial que sin embargo ni abrió el candado de Schengen ni permitió cancelar la vigilancia de la Comisión Europea a través de su Mecanismo de Cooperación y Verificación. En noviembre de 2016, a punto de cumplirse el décimo aniversario de la entrada de Bulgaria en la UE, Borisov volvió a recular: esta vez dimitió como reacción por la derrota de su candidata en las elecciones presidenciales a manos de Rumen Radev, un militar independiente pero respaldado por la oposición socialista y partidario del acercamiento a Rusia. Tras la interinidad de rigor, Borisov no tuvo excesivos problemas para recobrar la jefatura del Gobierno rodeándose de ministros de los Patriotas Unidos, alianza de tres partidos (BMRO-BND, NFSB y Ataka) euroescépticos, antiinmigración y antiturcos que ya apoyaron desde la Asamblea su segundo Gobierno, pero entonces sin entrar en él.

Al frente de su primer Gabinete técnicamente de mayoría, Borisov detecta que la UE, al parecer, prefiere un Gobierno de estas características derechistas pero estable, capitaneado por un GERB inequívocamente comprometido con la integración europea y la consolidación fiscal, en vez de una alternativa socialista, fiscalmente expansionista y prorrusa. El elemento más perturbador, el Ataka de Vlan Siderov, un partido de extrema derecha, racista e intensamente rusófilo, queda atenuado al no haberle concedido Borisov puestos en el Ejecutivo.


(Texto actualizado hasta mayo 2017)

1. Un profesional de la protección de las personas al servicio del ex rey Simeón
2. De adjunto al ministro del Interior a alcalde de Sofía
3. Victoria electoral del GERB y primer ministro de Bulgaria
4. El primer Gobierno Borisov (2009-2013): consolidación financiera, dudosa campaña anticrimen y estallido social
5. El segundo Gobierno Borisov (2014-2017): barreras a los refugiados, logros económicos y fracaso del oficialismo en las elecciones presidenciales de 2016
6. Cuarta mayoría simple consecutiva en las urnas y formación del tercer Gobierno en coalición con la derecha nacionalista


1. Un profesional de la protección de las personas al servicio del ex rey Simeón

Hijo de un funcionario del Ministerio del Interior del Gobierno comunista y de una profesora de escuela infantil, recibió la educación en un centro formativo especial del propio Ministerio, donde se adiestró profesionalmente para servir en el cuerpo de bomberos, que tenía una estructura policial. En 1982 Borisov obtuvo el puesto de jefe de una brigada de bomberos con el rango de teniente. De la extinción de incendios pasó a desempeñar labores de protección civil y vigilancia policial, y, desde 1985, a impartir docencia sobre su especialidad en la Academia de Policía de Sofía y en el Instituto Superior de Formación de Oficiales e Investigación del Ministerio del Interior. Como el resto de funcionarios de su rango, era miembro con carné del Partido Comunista Búlgaro (BKP).

Según su biografía oficial, en estos años Borisov se facultó como "doctor en ciencias" con una tesis titulada Entrenamiento psico-físico del personal de operaciones. Fuera del trabajo, su gran pasión era el karate, arte marcial del que se convirtió en uno de los más destacados practicantes en Bulgaria. Desde 1978 Borisov compitió en campeonatos internacionales de karate, arbitró combates y durante muchos años entrenó al equipo nacional; alcanzó el cinturón negro y el séptimo dan, y en la actualidad sigue vinculado al arte marcial como presidente de la Federación Búlgara de Karate.

La caída del régimen comunista y el advenimiento de la democracia parlamentaria entre 1989 y 1990 obligaron a Borisov, un corpulento treintañero de rostro granítico y presencia intimidatoria, a abrirse a un nuevo horizonte profesional. Manteniendo por el momento su militancia en el BKP, pronto transformado en el Partido Socialista Búlgaro (BSP), abandonó el Ministerio del Interior, sometido a un proceso de despolitización, y se instaló por su cuenta para ofrecer sus servicios como guardaespaldas a quien quisiera contratarlos. Valiéndose de sus excelentes aptitudes físicas, de sus conocimientos técnicos en materia de protección y de sus contactos en el aparato policial del antiguo régimen, Borisov abrió en 1991 su propia empresa de seguridad privada, IPON-1, con la que no tardó en hacer fortuna brindando escoltas y guardaespaldas a hombres de negocios y políticos de elevada posición que pagaban bien. IPON-1 ofrecía otros servicios especializados, como el cobro de deudas a morosos o el alquiler de vehículos blindados.

Lejos de apoltronarse en un despacho de empresario, Borisov escoltaba personalmente a los clientes en compañía de sus hombres, muchos de los cuales procedían, como él, de los antiguos cuerpos de seguridad y vigilancia del Estado o de los ambientes karatekas. El principal cliente de Borisov durante la primera y complicada década de la democracia búlgara fue nada menos que Todor Zhivkov, el anciano mandamás comunista defenestrado por las protestas populares en 1989 tras pasarse más de tres décadas al frente del BKP. En una imagen tomada a Zhivkov antes de fallecer en 1998 y facilitada a los medios internacionales por la Televisión Nacional Búlgara, se aprecia al ex dictador saludando a sus partidarios en la calle y, justo a sus espaldas, a un joven Borisov con gesto adusto, barbado y con más pelo en la cabeza.

En 2001 su trabajo reportó a Borisov unos beneficios insospechadamente pingües, toda vez que le catapultó directamente a la alta función gubernamental y, en un segundo tiempo, a la política de partidos. El sorprendente salto comenzó a fraguarse cuando sus referencias profesionales le pusieron en contacto con el ex rey Simeón II, que en abril de aquel año, tras aceptar las reglas del juego del sistema republicano, aterrizó en Sofía procedente de su exilio en España y, en un tiempo récord, fundó un partido político con su nombre, el Movimiento Nacional Simeón II (NDSV), y se registró para concurrir en las elecciones legislativas de junio como aspirante al puesto de primer ministro.

El antiguo monarca, que adoptó el nombre privado de Simeón Borisov, contrató a su tocayo guardaespaldas para que controlara la seguridad de sus apariciones públicas. Luego de ganar las elecciones con un espectacular resultado y de obtener el mandato para formar el nuevo Gobierno, Simeón volvió a requerir los servicios de Borisov, pero desde una instancia radicalmente distinta: el Ministerio del Interior, para el que un día trabajara como funcionario de bajo rango y donde ahora recibió el segundo puesto en el escalafón como secretario jefe del ministro del NDSV, el jurista Georgi Petkanov.


2. De adjunto al ministro del Interior a alcalde de Sofía

El 1 de septiembre de 2001, luego de asumir el nuevo Ejecutivo simeonista, que tomó como socio de coalición al Movimiento por los Derechos y las Libertades (DPS, partido representante de la minoría turca), Borisov estrenó un importante cargo gubernamental que puso en sus manos, en tanto que responsable de ejecutar con solvencia técnica las instrucciones políticas de su jefe directo, la coordinación de los cuerpos y fuerzas de la seguridad del Estado, encargados de la lucha contra el extendido crimen organizado.

Aunque en los cuatro años siguientes la eficacia del Ministerio en este combate, en opinión de la oposición parlamentaria y los medios de comunicación, dejó bastante que desear, Borisov fue sucesivamente ascendido a los rangos de coronel, general y, en junio de 2004, teniente general, unos rimbombantes galones, bien que simbólicos, bastante insólitos al no tratarse el promocionado de un oficial de la Policía o del Ejército. Además, el Estado búlgaro e instituciones policiales extranjeras le otorgaron una serie de condecoraciones civiles en reconocimiento de servicios concretos. Borisov, entre cuyas misiones estaba la de informar a la opinión pública de las operaciones del Ministerio, adquirió una insospechada popularidad y una reputación de tipo duro frente a la delincuencia y la corrupción. Sus comparecencias televisivas para dar cuenta de ciertas detenciones espectaculares, que explicaba con un tono desapasionado pero valiéndose de un lenguaje llano y sin tecnicismos, levantaban expectación y entusiasmo.

En marzo de 2002 un periódico nacional especuló con que el primer ministro tenía pensado dimitir en breve y designar como sucesor al número dos de Interior. La especie fue desmentida por los hechos, pero su mera divulgación fue demostrativa del elevado influjo que el secretario de Estado, sobre el papel solo un tecnócrata, había alcanzado ya entonces, cuando ni siquiera llevaba un año en el Gobierno. Por esas mismas fechas, un sondeo de valoración de líderes situó a Borisov por delante del mismísimo Simeón, quien estaba decepcionando rápidamente a los búlgaros por el incumplimiento de sus promesas populista de elevar el nivel de vida de la población.

En 2003 Borisov generó estupor con unas duras críticas al conjunto del liderazgo político del país, en los poderes ejecutivo y legislativo, por, según él, regatearle apoyos en la lucha contra el crimen. También, arremetió contra la judicatura y la fiscalía, a las que acusó de dictar sentencias blandas contra jefes mafiosos detenidos por la Policía y de abusar de la figura de la libertad condicional. En abril de ese año el funcionario levantó una auténtica polvareda al informar que su ministerio había elaborado un voluminoso dossier en el que, con fotos inclusive, se ponían de manifiesto las relaciones subterráneas entre políticos, jueces, abogados y destacados personajes del hampa. El 25 de abril el escándalo empujó a Borisov a presentar la dimisión, pero esta no le fue aceptada por Simeón, quien expresó su total confianza en la "responsabilidad" y la "lealtad" del intendente policial.

Las ambiciones políticas del secretario ministerial afloraron al finalizar la legislatura en 2005, cuando, a instancias de Simeón e ignorando las exigencias de dimisión lanzadas desde las filas opositoras (si bien aceptó desprenderse de sus funciones gubernamentales de manera interina, mientras durase la campaña electoral, traspasándolas al director del Servicio de Seguridad Nacional del Ministerio, general Iban Chobanov), presentó su candidatura a dos escaños de la Asamblea Nacional en las elecciones generales del 25 de junio y en las listas del NDSV.

Borisov ganó ambas diputaciones, pero rehusó ocupar cualquiera de ellas, dejando patente su nulo interés en un envite electoral que, aseguró, solo había lanzado para satisfacer un deseo del primer ministro. La jugada, sin embargo, le permitió conocer de primera mano lo que era disputar un mandato electivo. Luego, el 16 de agosto, de resultas de la derrota del NDSV, cantada en las encuestas, frente a la coalición de izquierda liderada por el BSP, Simeón hubo de entregar la jefatura del Gobierno al líder de los socialistas, Sergey Stanishev, sobre la base de un acuerdo de coalición tripartita y mayoritaria en la que el BSP, el NDSV y el DPS se repartieron las carteras con arreglo al nuevo equilibrio parlamentario. El puesto de ministro del Interior fue para un socialista, Rumen Petkov, pero Borisov continuó como secretario jefe del Ministerio.

Sin embargo, Borisov acariciaba un proyecto político más personal. El 14 de septiembre de 2005 presentó la dimisión con el pretexto de que la reforma estructural en ciernes en el Ministerio del Interior iba a suponer que las atribuciones del "liderazgo político", es decir, el ministro, invadirían el área de competencias del "liderazgo profesional", o sea, el secretario jefe, un solapamiento de funciones del que no quería formar parte. El Consejo de Ministros dio luz verde esta vez a la partida de Borisov, que encontró el camino expedito para realizar su verdadera pretensión, cual era inscribir su candidatura al cargo de alcalde de Sofía en las elecciones municipales del 29 de octubre. La jefatura del Ayuntamiento de la capital, una plaza muy importante de la política búlgara y de elección directa, estaba vacante desde la marcha en junio a la Asamblea Nacional de su titular durante una década, el popular y ex primer ministro Stefan Sofiyanski.

Borisov se lanzó a la arena municipal sin el soporte de ningún partido, ya que el NDSV, su formación hasta la fecha, no quiso avalar su candidatura y presentó como postulante al ex ministro de Finanzas Milen Velchev, debiendo registrarse como independiente. Pero su fortísima popularidad fue abatiendo todos los obstáculos: el 29 de octubre ganó el paso a la segunda vuelta en compañía de la aspirante del BSP, Tatyana Doncheva, y el 5 de noviembre se proclamó alcalde con un avasallador 68,5% de los votos. Borisov debió de acordarse entonces de su abuelo paterno, que había sido alcalde de un villorrio próximo a Sofía, Bankya, de donde la familia era oriunda, y quien resultó muerto en las purgas desatadas por los comunistas cuando se hicieron con el poder en 1944.

El 10 de noviembre de 2005 Borisov tomó posesión como el tercer alcalde de Sofía elegido democráticamente desde el final de la dictadura, pero rápidamente dejó claro que este puesto no colmaba sus elevadas ambiciones políticas. En mayo de 2006, mientras desataba en el Ayuntamiento una ola de despidos de funcionarios y de rescisiones de contratistas sospechosos de corrupción, su nombre sonó con insistencia como el más potente precandidato para batirse con Georgi Purvanov, titular del puesto desde 2002 y predecesor de Stanishev en el liderazgo del BSP, por la Presidencia de la República en las elecciones convocadas para el mes de octubre.

A finales de julio el interesado salió a desmentir que tuviera pensando dar ese paso, aunque para entonces ya estaba haciéndose oír con bastante ruido una ONG animada por simpatizantes del alcalde. Se trataba de Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB), que tenía por principal divisa un europeísmo de signo liberal y cuyo objetivo manifiesto era forzar la convocatoria de elecciones generales anticipadas tan pronto como Bulgaria ingresara en la Unión Europea, histórica mudanza que iba a tener lugar el primer día de 2007, una vez firmado el Tratado de Adhesión en abril de 2005.

De cara a las presidenciales del 22 de octubre de 2006, el GERB, en lo que se alineó con otras formaciones del centro y la derecha, la mas destacadas de las cuales era la Unión de Fuerzas Democráticas (SDS, en el Gobierno nacional en los períodos 1990-1992 y 1997-2001), pidió el voto para el jurista independiente Nedelcho Beronov, quien quedó tercero, muy lejos del contundente ganador, Purvanov. No había dudas de que el GERB era un movimiento pensado para brindar una plataforma política a Borisov, que apenas disimulaba su condición de conductor de la ONG. El siguiente y lógico paso era la conversión del GERB en un partido político. La transformación se ejecutó con presteza y el 3 de diciembre de 2006 el GERB celebró en el Palacio Nacional de Cultura de Sofía una asamblea fundacional que aprobó los estatutos y el manifiesto del partido y eligió a su mesa ejecutiva; Tsvetan Tsvetanov, teniente de alcalde de Sofía y mano derecha de Borisov, que le conocía desde su etapa en común en el Ministerio del Interior en los últimos años del régimen comunista, fue elegido presidente orgánico de la formación, si bien el incuestionable liderazgo de la misma quedó en manos de Borisov de manera oficiosa.

El GERB reclamó un ideario de centro-derecha liberal, moderno y europeísta, volcando en la defensa de los derechos y las libertades de los ciudadanos, así como en la atención de sus problemas cotidianos, que incluían la precariedad económica, la venalidad de los funcionarios y la inseguridad ciudadana. Tsvetanov subrayó el interés de la flamante agrupación en aglutinar a todo el voto de la derecha democrática búlgara, que desde el hundimiento de la SDS, otrora una fuerza dominante, y la fulgurante irrupción del NDSV, prólogo de su prematuro declive, estaba disperso y desorientado, siendo los beneficiarios de esta desunión el BSP y el DPS. Borisov en persona se encargó de poner las cartas más claras sobre la mesa: el tripartito gobernante era una fórmula agotada, el DPS, en particular, merecía ser mandado a la oposición porque no hacía más que "generar tensión", y solo el GERB tenía la voluntad y el empuje para derrotar a la corrupción, el narcotráfico y las mafias, preservar a la familia como el pilar de la sociedad y obtener la independencia energética nacional.

Arrollador, en los meses siguientes Borisov asombró a la opinión pública búlgara apuntándose un éxito tras otro. En las primeras elecciones al Parlamento Europeo, celebradas el 20 de mayo de 2007 con un bajísimo índice de participación (el 28,6%), su partido se alzó como la primera fuerza del país con el 21,7% de los votos, superando en algo más de 5.000 papeletas a la lista capitaneada por el BSP y adjudicándose cinco de los 18 diputados que el país balcánico enviaba a Bruselas y Estrasburgo. En la eurocámara, el GERB se acomodó en el Grupo del Partido Popular Europeo (PPE), que como colectividad le admitió en su seno en febrero de 2008; entonces, Bulgaria ya estaba representada en el PEE por otras cuatro agrupaciones: la SDS, el Partido Democrático (DP), la Unión Popular Agraria (ZNS) y los Demócratas por una Bulgaria Fuerte (DSB), el partido que animaba el ex primer ministro (1997-2001) Ivan Kostov.

La briosa entrada del GERB en la política europea con tan solo unos meses de vida debió mucho a una eficiente labor de relaciones públicas de Borisov, que sedujo a los democristianos alemanes de la canciller Angela Merkel.Sin perder un minuto, Borisov se dedicó a arrojar dardos contra el Gobierno Stanishev, al que reclamó elecciones generales anticipadas, y a coquetear con el populismo, incorporando a su perfil de político no convencional de estilo franco y directo algunos comentarios y ordenanzas municipales que sugerían una hostilidad racista hacia la minoría gitana o romaní. Luego, el 28 de octubre de 2007, el GERB dio su segunda campanada en cinco meses al obtener una serie de victorias arrolladoras en las elecciones municipales: Borisov fue reelegido en Sofía en la primera vuelta con el 54,3% de los votos y el partido se hizo con la mayoría en la asamblea municipal de la capital y con las alcaldías de Plovdiv (para Slavcho Atanasov, miembro del partido nacionalista BMRO-BND pero apoyado por el GERB) y Burgas (para Dimitur Nikolov), segunda y cuarta ciudades del país. En conjunto, el GERB volvió a ser el partido más votado a nivel nacional.


3. Victoria electoral del GERB y primer ministro de Bulgaria

Borisov afrontó el decisivo año electoral de 2009, con la doble cita de las segundas europeas, en junio, y a renglón seguido, en julio, las legislativas, de las que los comicios europeos iban a ser una especie de primarias, convertido en la estrella absoluta de la política búlgara. Con su cabeza rapada, sus atuendos informales y con un punto de agresividad, su corpachón de guardaespaldas y su verbo grave y tajante pero con concesiones a la sonrisa y la simpatía, el alcalde capitalino exudaba un carisma viril de aspecto rudo que a nadie dejaba indiferente. Los analistas políticos se tomaron muy en serio el aviso de que Borisov ejercía un fuerte tirón en el electorado femenino por sus características físicas y psicológicas.

Apodado Batman por su celo por la acción y su imagen de látigo de delincuentes, Borisov explicó que era un apasionado de la práctica deportiva y la preparación física (lo que no le impedía deleitarse con el tabaco), y un gran fan del actor Sylvester Stallone, a quien, por cierto, tuvo la oportunidad de conocer personalmente en Sofía en septiembre de 2008, aprovechando que el intérprete norteamericano se encontraba en Bulgaria buscando exteriores para el rodaje de su próxima película, Rambo 5. Además, ahí estaba su fichaje, camino de los 50 años y nada menos que como delantero, por el FC Vitosha Bistritsa, un club de fútbol de tercera división. Celoso de su vida privada, el político mantenía una relación formal no conyugal con Tsvetelina Borislavova, presidenta de la junta supervisora del Cibank, uno de los principales bancos comerciales del país. Y era padre de Veneta, fruto de su anterior matrimonio, terminado en divorcio en 1988, con una física llamada Stela.

El eclipse alrededor de Borisov era prácticamente total: erosionados, desacreditados o faltos de fuelle, el horizonte político era de lo más sombrío para el primer ministro socialista, Stanishev, para el ex rey Simeón y para los cabezas del viejo centro-derecha búlgaro, como Ivan Kostov y el líder de la SDS, Martin Dimitrov. Todos ellos tenían razones para temer una hemorragia masiva de votos, desvanecidos por los colectores del GERB. Incluso el estridente líder de la derecha nacionalista radical y xenófoba, Volen Siderov, al frente de la Unión Nacional Ataka, que fuera la gran sensación de las elecciones de 2005, cuando irrumpió en el Parlamento con 21 escaños y el 8,1% de los votos (para luego ascender al 14% en las europeas de 2007), y que disputara la segunda vuelta a Purvanov en las presidenciales de 2006, podía dar por agotado su impulso proselitista; ahora, quien cautivaba con el discurso y la presencia era Borisov.

Las promesas electorales de Borisov fueron tan simples como predecibles: descalabrar la corrupción y la delincuencia organizada, rescatar al país de su peor coyuntura económica desde la gran recesión de 1997 –el PIB se había contraído un 3,5% en el primer trimestre del año, el déficit por cuenta corriente alcanzaba el 24% y el superávit se había despedido de los presupuestos generales- y recuperar unos subsidios no estructurales de la UE, más de 500 millones de euros destinados a proyectos agrícolas e infraestructuras de transporte, que la Comisión Europea había congelado en 2008 por la incapacidad del Gobierno de Stanishev para introducir una reforma jurídica y administrativa que garantizase el manejo transparente de estos fondos. Borisov habló de llevar a juicio a los ministros socialistas supuestamente implicados en casos de fraude y soborno, pero él mismo fue vinculado por algunos comentaristas con las mafias del narcotráfico y el contrabando en su etapa como proveedor de servicios de seguridad privada e incluso desde su despacho de secretario del ministro del Interior. Ante estas imputaciones, el alcalde proclamó la limpieza de su historial profesional y acusó a sus acusadores de practicar la calumnia por motivos políticos.

Las elecciones del 7 de junio de 2009 al Parlamento Europeo confirmaron los pronósticos, de manera que el GERB ascendió al 24,7% de los votos y consiguió distanciarse del BSP, que retrocedió al 18,5%. Finalmente, las generales del 5 de julio depararon a Borisov unos resultados aún mejores de lo que le prometían la mayoría de las encuestas: su partido se disparó hasta el 39,7% de los sufragios y debutó en la Asamblea Nacional con 117 diputados, quedándose a solo cuatro escaños de la mayoría absoluta y superando holgadamente al tripartito gobernante. De los 31 diputados elegidos por el sistema mayoritario uninominal, el GERB colocó 26.

La debacle fue inmensa para el BSP y sus pequeños adláteres de la izquierda, que vieron recortarse su grupo parlamentario de 82 miembros a la mitad, y total para los simeonistas, llamados ahora Movimiento Nacional para la Estabilidad y el Progreso (NDSV), que se quedaron fuera del Parlamento; el monarca destronado por los comunistas tras la Segunda Guerra Mundial, a los 72 años, dimitió como líder de su partido, agudizando la incertidumbre sobre el futuro de un movimiento eminentemente personalista y sin ideología clara. En cuanto a La Coalición Azul, que agrupaba a la SDS, los DSB y otras tres formaciones menores, quedó relegada al quinto lugar. El GERB se convirtió en el dueño y señor de la franja electoral del centro-derecha búlgaro.

Por lo demás, sobre los comicios de 2009 flotó una mácula de deslegitimación por los numerosísimos intentos, detectados por los monitores electorales, de compra de votos. También, porque un puñado de personajes sospechosos (incluso algún reconocido jefe mafioso) sobre los que pesaban imputaciones de graves delitos fueron autorizados a presentarse candidatos y porque mientras duró la campaña todos los candidatos gozaron de inmunidad legal, estatus de privilegio normalmente reservado a los parlamentarios electos. Tras convertirse en el primer ministro in péctore, Borisov indicó su disposición a emprender conversaciones con el Ataka y la Coalición Azul. Dimitrov y Kostov se arrogaron la llave de la gobernabilidad y aseguraron que el GERB tenía en ellos a unos socios naturales por las muchas coincidencias programáticas, como las prioridades otorgadas a la "expulsión de la mafia del poder" y a la aplicación de un programa anticrisis sujeto a un préstamo del FMI para asegurar la estabilidad monetaria y no malograr la transición del lev al euro.

Además, el GERB y la Coalición Azul compartían una profunda antipatía hacia el DPS de Ahmed Dogan. Sin embargo, a los pocos días, Borisov descartó cualquier fórmula de coalición con ministros de otros partidos y optó por formar un gabinete monocolor cuya exigua minoría podría ser fácilmente superada con acuerdos parlamentarios. El 16 de julio el presidente Purvanov transmitió el mandato formal de formar el nuevo Gobierno a Borisov, quien, prudente, comentó: "Teniendo en cuenta lo que hemos heredado, no puedo prometer milagros en los próximos cinco o seis meses".

El 23 de julio el mandatario presentó la composición del Gabinete, que dominaban personalidades técnicas conocidas por su profesionalidad, su independencia y su talante reformista. Las figuras más destacadas eran los dos viceprimeros ministros, el presidente nominal del GERB, Tsvetanov, que tomó además la cartera de Interior, y el ex alto ejecutivo del Banco Mundial Simeon Djankov, asimismo titular de Finanzas. El departamento de Exteriores fue para Rumiana Jeleva, el Defensa para Nikolay Mladenov y el de Justicia para Margarita Popova. Tras pactar la investidura con el Ataka, la Coalición Azul y el partido populista conservador Orden, Ley y Justicia (RZS) de Yane Yanev, Borisov y sus ministros obtuvieron la aquiescencia de la Asamblea el 27 de julio con 162 votos a favor y 77 en contra.

Los mensajes del nuevo primer ministro y su equipo incidieron en las urgencias de rescatar a la economía de la recesión (2009 iba a concluir con una contracción del PIB del 3,6%), generar empleo (el paro andaba en el 8%), reducir el déficit (superior al 4% del PIB) mediante un vigoroso recorte del gasto público, pero no a costa de los salarios y las pensiones, sino mediante la cancelación de programas de infraestructuras de dudosa utilidad, y, por supuesto, atajar la corrupción y la delincuencia con represión policial y reformas legales, ya que solo así se podría "recobrar la confianza" de la UE en su Estado miembro más pobre y más corrupto. Una cuestión vital, pues "sin el dinero de la UE", advirtió Borisov, "no seremos capaces de librarnos de la crisis".


4. El primer Gobierno Borisov (2009-2013): consolidación financiera, dudosa campaña anticrimen y estallido social

Borisov, que el 10 de enero de 2010 fue elegido por el congreso del GERB presidente de la formación en lugar del viceprimer ministro Tsvetanov, se puso manos a la obra para aplicar su programa de corregir los desequilibrios financieros, limpiar de corruptos la administración, mejorar las infraestructuras de comunicaciones y hacer las reformas de modernización y transparencia que la UE vinculaba a la entrega de los esperadísimos fondos comunitarios. Los resultados de esta gestión de menos de cuatro años de duración fueron dispares y, a la luz del enérgico dictamen popular de febrero de 2013, decepcionantes, Si bien el Gobierno informó con pelos y señales de la creciente efectividad de las campañas anticorrupción y antimafias, la situación del imperio de la ley en Bulgaria quedó seriamente en entredicho por la profusión de escándalos políticos de altos vuelos, como los protagonizados por el número dos de Borisov, Tsvetanov.

En 2011 el polémico ministro del Interior no pudo justificar el pago de varias propiedades lujosas y en mayo de 2013, con el Gobierno ya disuelto, fue llevado a la justicia sobre la base de la acusación, confirmada por el que había sido ministro de Agricultura, Miroslav Naydenov (a su vez investigado por la Fiscalía General y las autoridades tributarias como sospechoso de aceptar sobornos), de haberse dedicado a grabar conversaciones telefónicas de colegas del Gobierno. Estas actividades clandestinas, efectuadas al parecer sin autorización judicial, afectaron al mismísimo Borisov, pero con su consentimiento, como parte de oscuras vendettas políticas. También, a diputados de su propio partido, así como a parlamentarios de la oposición y empresarios. Ya en enero de 2011 Borisov no tuvo inconvenientes en reconocer que, ciertamente, había ordenado someter a espionaje telefónico a miembros de su Ejecutivo y a importantes autoridades del país balcánico por presuntas actividades ilegales, las cuales no especificó.

Al margen de este escándalo, Borisov y su pareja, la ejecutiva bancaria Tsvetelina Borislavova, fueron los blancos de un reguero de alegaciones sobre turbias connivencias con organizaciones criminales y manejos ilícitos que, aunque no llegaron a ser sustentadas con pruebas y eludieron la fiscalización judicial, contribuyeron a entenebrecer la imagen del poder. Por si fuera poco, el primer ministro fue acusado desde medios políticos, periodísticos y sociales de estar creando un ambiente de intimidación a periodistas que no pintaban en sus crónicas un retrato favorable de su persona. En la situación de la libertad de prensa en Bulgaria se encendió una luz de alarma en enero de 2010 con el asesinato de Boris Tsankov, conocido periodista especializado en rastrear las actividades criminales de las mafias locales. Más todavía, Borisov suscitó las imputaciones de hacer la vista gorda ante las expresiones organizadas del racismo antigitano.

La UE tomó buena nota de estas situaciones. En septiembre de 2010 el Consejo de Ministros de Exteriores, haciendo lectura del informe de progreso emitido en julio anterior por la Comisión Europea, instó a Bulgaria (y a Rumanía, sometida igualmente al Mecanismo comunitario de Cooperación y Verificación (MCV) de la reforma judicial y la lucha contra la corrupción, todo un régimen especial de vigilancia a ambos países) a emprender "acciones inmediatas" contra el crimen organizado y la corrupción administrativa, y a corregir las "importantes deficiencias", persistentes tres años después del ingreso del país en la UE, en los procedimientos de los tribunales de justicia, cuya transparencia estaba lejos de cumplir los estándares europeos.

Tres meses después, los ministros del Interior de Francia y Alemania, esgrimiendo la postura compartida por otros colegas europeos, bloquearon el acceso de Bulgaria al Área de Schengen, la libre circulación de ciudadanos de la UE sin control de identidad, a partir de 2011 con la explicación de que el país tenía pendientes de hacer "progresos irreversibles" en la lucha contra el delito y en la vigilancia de las fronteras exteriores para el control de los flujos migratorios. Estas severas amonestaciones europeas llegaron precisamente cuando Borisov era galardonado por la Europol, el Crans Montana Forum y la DEA de Estados Unidos por su "compromiso" con la persecución de las actividades criminales.

En septiembre de 2011 el Consejo de Ministros de Justicia e Interior de la UE, esta vez a instancias de Holanda y Finlandia, volvió a postergar el acceso rumano al espacio comunitario de la libre circulación de personas. El veto reiterado de los socios europeos recrudeció el enfado de las autoridades de Sofía, que pusieron sobre la mesa el historial de trabajos de armonización legislativa efectuados desde 2007 e insistieron en que Bulgaria ya cumplía los requerimientos técnicos de Schengen; si los países ricos de la UE persistían en el bloqueo, así lo veía el Gobierno Borisov, ya solo era por cuestiones políticas o electorales de índole doméstica. En enero de 2012 el Ejecutivo dio otro paso para sacudirse el sambenito de gobernar el país más corrupto de la UE con el anuncio de la puesta en marcha del primer tribunal especial antimafia de la Europa oriental. En esta polémica llevó la voz cantante el ministro de Exteriores, Nikolay Mladenov, reemplazo en enero de 2010 de la dimisionaria Rumiana Jeleva, quien optó por marcharse del Gabinete al toparse con la hostilidad parlamentaria a su envite de convertirse en comisaria europea.

En el frente económico, la labor del primer Gobierno Borisov podía ser valorada en términos más positivos. Una lectura descontextualizada del balance de las principales variables, sustancialmente mejores que los promedios de la UE de 28 miembros, parecía arrojar pocas dudas: la recesión fue superada y en 2011, el mejor año para el crecimiento, el PIB búlgaro avanzó un 1,9%, aunque luego ese ritmo aminoró bastante; los precios, expuestos tradicionalmente a tensiones inflacionistas, crecieron menos del 4% anual y en 2013 solo lo hicieron en un 0,4%; el déficit público pasó del 4,1% del PIB en 2009 a tan solo el 0,4% en 2013 (mientras que la media comunitaria volvió a superar ese año el tope del 3% fijado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento); y la deuda pública, aunque creció ligeramente, no llegó ni al 20% del PIB, cuando en la UE era cuatro veces superior.

Ahora bien, este panorama de estabilidad económica y desahogo financiero ofrecía una serie de puntos oscuros que se resumían en la eterna asignatura pendiente del país con la menor renta por habitante de la UE: la precariedad social. A pesar de la recuperación económica, el paro no hizo más que crecer en todo el período, pasando del 7% que había en julio de 2009 al 12,6%, casi tres puntos por encima de la media comunitaria, en marzo de 2013. El acentuado conservadurismo fiscal del Gobierno, que, con rigor alemán, se prohibió a sí mismo incurrir en déficits presupuestarios por encima del 2%, exigía una gran austeridad, manifiesta en reformas como la de las pensiones. El proyecto de ley sobre el retraso de la edad de jubilación motivó una fuerte protesta sindical en diciembre de 2011. Las huelgas y marchas celebradas entonces, en retrospectiva, pueden verse como un aviso de lo que estaba por venir.

Sin embargo, hasta meses antes de su caída, Borisov se apuntó varios tantos políticos. En octubre de 2010 el Gobierno, justo después de sacrificar el primer ministro a la cuestionada titular de la cartera de Salud, Anna-Maria Borisova, superó una moción de censura lanzada en la Asamblea por el BSP y el DPS con el argumento del fracaso del Ejecutivo en el sostenimiento del sistema sanitario, plagado de problemas. Justo un año después, el oficialismo volvió a derrotar a la oposición socialista, esta vez en las elecciones presidenciales que debían proclamar al sucesor de Purvanov. Las mismas fueron ganadas por el candidato del GERB y hombre de confianza de Borisov, Rosen Plevneliev, hasta entonces ministro de Desarrollo Regional y Obras Públicas. La tercera prueba institucional superada con éxito por Borisov fue la nueva moción de censura presentada por la oposición en julio de 2012.

Fuera del ámbito de la UE, el dirigente búlgaro estuvo presente en dos eventos multilaterales europeos: la conmemoración en Gdansk, Polonia, del 70º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 2009, y los actos que rodearon la firma en Praga en abril de 2010 del tratado Nuevo START de reducción de armas estratégicas por los presidentes Obama de Estados Unidos y Medvédev de Rusia. Dentro de la crónica de sucesos, el Gobierno Borisov encajó uno particularmente singular y luctuoso en julio de 2012. Fue el atentado terrorista perpetrado por un suicida contra un autobús que trasladaba a un grupo de turistas israelíes en la ciudad de Burgas, en la costa del mar Negro. El ataque con bomba causó siete víctimas mortales, incluido el kamikaze, y no fue reivindicado, aunque el Ministerio del Interior lo imputó al grupo shií libanés Hezbollah.

En febrero de 2013, el descontento popular por el impacto en las prestaciones públicas de la disciplina presupuestaria, la subida del paro y el mal momento del crecimiento económico, apenas despegado de cero, se unió al crónico malestar por los bajos salarios, las pensiones mezquinas, el aumento del coste de la vida y la omnipresente corrupción para desencadenar la tormenta social perfecta. Esta tuvo un desarrollo explosivo y en un tiempo récord consiguió su propósito más audaz: tumbar al Gobierno Borisov, el cual no pudo completar la legislatura. El 10 de febrero los ciudadanos búlgaros, de manera espontánea, sin responder a la convocatoria de sindicatos o partidos, empezaron a echarse en masa a las calles de las principales ciudades del país en protesta por el encarecimiento desorbitado de las facturas eléctricas. La protesta escaló rápidamente y el 18 de febrero Borisov, para aplacar a los manifestantes, soltó lastre aceptando la dimisión del viceprimer ministro y ministro de Finanzas, Simeon Djankov, máximo ejecutor de la disciplina de austeridad prescrita por la UE y objeto de la inquina popular.

Al día siguiente, el primer ministro, viéndose acorralado, anunció multas para las operadoras eléctricas por sus tarifas abusivas. Las empresas afectadas eran las tres que venían funcionando como unos monopolios en la práctica: la austríaca EVN y las checas Energo-Pro y CEZ; esta última, además, veía rescindida su licencia de distribución. La protesta multitudinaria no aflojó y el centro de Sofía fue el escenario de unos violentos choques entre manifestantes y policías, con el resultado de decenas de heridos y contusionados. El 20 de febrero, Borisov, viendo el cariz que tomaba la protesta, realizó el anuncio sorprendente de que, puesto que no estaba dispuesto a "participar en un Gobierno bajo el cual la Policía apalea a la gente", presentaba la dimisión con carácter irrevocable.

Planteada esta situación, la Asamblea Nacional, por 209 votos contra cinco, aceptó la renuncia en bloque del Ejecutivo en la jornada siguiente. Puesto que ninguno de los partidos principales se mostró dispuesto a integrar un Gobierno interino hasta las elecciones generales que tocaban en julio, el presidente de la República, Plevneliev, tomó una doble decisión: convocar comicios anticipados para el 12 de mayo y nombrar un Gabinete meramente provisional y apartidista, que hiciera de puente hasta entonces. La persona escogida para presidir este Ejecutivo interino de gestión fue el diplomático de carrera Marin Raykov.


5. El segundo Gobierno Borisov (2014-2017): barreras a los refugiados, logros económicos y fracaso del oficialismo en las elecciones presidenciales de 2016

Los observadores destacaron la habilidad política, si no el desparpajo populista, de Borisov, quien, escurriendo el bulto a la hora de establecer responsabilidades por el tarifazo eléctrico, la degradación de los ingresos de las familias, el auge del paro y los escándalos políticos del oficialismo, arrojó la toalla y se apartó del poder sin resistencias con el objetivo básico de impedir un daño mayor a su imagen personal -las encuestas daban a entender que los búlgaros, si bien estaban muy enfadados con su clase política, todavía eran receptivos al carisma del primer ministro saliente- y proteger al GERB de cara al próximo examen en las urnas.

Las votaciones adelantadas del 12 de mayo de 2013 depararon una complicada aritmética parlamentaria. El partido de Borisov, y esto no resultó sorprendente, volvió a ganar, pero con un importante retroceso en votos y escaños, que pasaron de 117 a 97, en una Asamblea de 240 miembros. Solo otras tres formaciones obtuvieron representación, el recrecido BSP de Stanishev (84 escaños), el DPS de Lyutvi Mestan (36) y el ultranacionalista Ataka de Volen Siderov (23). Además, la participación, del 51,3%, fue la más baja de la democracia; en las primeras elecciones democráticas, las de 1990, votaron el 90% de los electores. Con estos resultados, técnicamente no era posible formar un Gobierno de mayoría a menos que el GERB pactara una gran coalición con el BSP o el DPS, algo que no cabía en la cabeza de ninguno de los dirigentes concernidos. Tanto una coalición GERB-Ataka (en realidad, Siderov había dejado clara su negativa a llegar a acuerdos con Borisov, pese a haber apoyado su investidura en 2009) como la más obvia BSP-DPS sumarían 120 escaños y se quedarían a uno de la mayoría absoluta. La otra alternativa, el Gobierno del GERB en solitario, no era considerada factible por nadie.

Borisov dio rienda suelta a su frustración al advertir que podría solicitar la anulación de las votaciones que en puridad había ganado con un argumento no baladí: la incautación policial de hasta 350.000 papeletas electorales ilegalmente empresas, que había enzarzado al GERB y el BSP en un cruce de acusaciones sobre presuntos intentos de manipulación electoral en la tarde del sábado 11 y en la mañana del domingo 12, el día de los comicios. Este incidente y la violación del silencio electoral, apuntaba Borisov, habían disuadido a muchos búlgaros de ir a votar. Borisov también se mostró disconforme con la fórmula propuesta por Stanishev de permitir la formación de un Gobierno de tecnócratas, al estilo del de Mario Monti en Italia. Finalmente, el escenario insinuado por Borisov, la repetición de los comicios, se desvaneció.

El 21 de mayo se constituyó la Asamblea Nacional electa y dos días después el GERB comunicó al presidente Plevneliev que desistía de intentar formar el Gobierno. El turno recayó entonces en el segundo partido más votado, el BSP, que presentó para tal efecto, no a su cabeza de lista, Stanishev, sino al ex ministro de Finanzas de este, Plamen Oresharski, un experto económico cuya no militancia partidaria, a pesar de sus obvios vínculos socialistas, podía facilitar su investidura como primer ministro. El mismo 23 de mayo Plevneliev transmitió a Oresharski el encargo de formar el nuevo Ejecutivo, de minoría, el cual quedó constituido con ministros del BSP, del DPS y tecnócratas independientes.

Desde el 29 de mayo de 2013 Boyko Borisov prosiguió su andadura política como líder de la oposición búlgara al Gobierno Oresharski, cuya debilidad congénita era tan acusada que el caudillo del GERB, si bien intentó acelerar el desgaste de su adversario mediante la moción de censura parlamentaria, prácticamente podía sentarse a esperar a que se desplomara bajo la presión continuada de la calle. En efecto, la salida de Borisov del poder, lejos de sosegar a los descontentos, fue el preámbulo de una segunda y aún más estridente ola de protestas que voceó la cólera popular por las lamentables condiciones de vida, la corrupción de los poderosos, la creciente influencia política de los magnates locales y, como remate, en junio de 2014, una confusa crisis bancaria que hizo disparar los rumores de iliquidez y sembró el pánico entre los ahorradores.

El resultado de las elecciones europeas del 25 de mayo, en las que el GERB cosechó el 30,4% de los votos y seis de los 17 eurodiputados en disputa, y las últimas turbulencias en el sector financiero empujaron a Oresharski a entregar la carta de renuncia el 23 de julio de 2014. Repitiendo la secuencia de acontecimientos del año anterior, Plevneliev, el 6 de agosto, firmó la convocatoria de nuevas elecciones y el nombramiento de un Gabinete técnico interino de ministros no afiliados que colocó bajo la jefatura de Georgy Bliznashki.

Tras dejar que los socialistas se cocieran en el fuego del descontento popular durante más de un año, Borisov encaró las votaciones anticipadas del 5 de octubre de 2014 esperanzado con una victoria contundente del GERB. Lo que se encontró fue, sin embargo, una nueva mayoría simple de 84 diputados, 33 menos que en 2009 y 13 menos que en 2013. Paradójicamente, lo que no había podido hacer el año anterior con más escaños quedo a su alcance ahora al producirse el hundimiento del BSP y la irrupción parlamentaria de algunos partidos nuevos susceptibles de pactar con el GERB y dar lugar a un bloque oficialista, si no recostado en mayoría absoluta, si al menos no muy vulnerable en la Asamblea. Estos socios resultaron ser el conservador Bloque Reformista (RB), recomposición parcial de la extinta Coalición Azul, y la Alternativa para el Renacer de Bulgaria (ABV), el novísimo partido de centroizquierda montado por el ex presidente Purvanov. Juntas, las tres formaciones sumaban 118 escaños en la Cámara, tres por debajo de la mayoría absoluta, si bien una cuarta fuerza, el Frente Patriótico (PF, una alianza de dos partidos nacionalistas de derechas), se comprometió a prestar apoyo externo.

El 5 de noviembre Plevneliev encargó formar Gobierno a quien había sido su superior partidario. En la jornada siguiente, Borisov presentó la lista de ministros y el 7 de noviembre el nuevo Ejecutivo de coalición fue investido por la Asamblea con 136 votos a favor, 97 en contra y una abstención. En la votación particular del primer ministro, Borisov, primer dirigente que repetía como jefe de Gobierno desde la restauración democrática de 1990, consiguió el visto bueno de 149 diputados. De los 18 puestos ministeriales, el GERB se quedó con 10, el RB nombró siete y la ABV se conformó con uno. El Gabinete se dotó de cuatro viceprimeros ministros: Rumyana Bachvarova (GERB), con la cartera de Interior; Tomislav Donchev (GERB), responsable de los fondos comunitarios y de la política económica; Meglena Kuneva (RB), al frente de las políticas de la UE; e Ivaylo Kalfin (ABV), a la vez ministro de Trabajo y Política Social.

Una de las primeras decisiones importantes del segundo Gobierno Borisov, adoptada en enero de 2015, fue añadir 130 km de alambrada a la valla, fortificada y electrificada, de 33 km ya operativa en la frontera con Turquía en Tracia para impedir el paso de refugiados e inmigrantes irregulares procedentes de Oriente Medio. La vasta obra empezó a ser ejecutada a pesar de las quejas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y adquirió todo su relieve a partir del verano, cuando los Balcanes y Europa Central fueron el escenario del gigantesco éxodo de refugiados huidos de la guerra civil de Siria y que en su gran mayoría ansiaba obtener el asilo en Alemania.

El flujo de refugiados sirios, irakíes y afganos, si bien de dimensiones mucho menores que el que subía por el sudoeste desde Grecia y Macedonia, que empezó a agolparse en la valla búlgara no deseaba permanecer en el poco atractivo país eslavo, para ellos mera etapa de paso, al igual que Rumanía, Serbia y Hungría, para alcanzar los países ricos del norte de la UE, pero de todas maneras las autoridades de Sofía dieron a esta crisis humanitaria el tratamiento propio de una fractura en la seguridad territorial, enviando cientos de soldados para apoyar a la desbordada policía guardafronteras y endureciendo las penas por el tráfico de personas.

El 15 de octubre de 2015 Borisov interrumpió su participación en el Consejo Europeo al saber que un refugiado afgano había muerto de un disparo en un altercado con guardias búlgaros en la provincia de Burgas. 10 días después, el primer ministro estaba de vuelta en Bruselas para sostener una reunión especial con las máximas autoridades de la UE y los colegas gobernantes de los otros países -Alemania, Austria, Hungría, Serbia, Eslovenia, Croacia, Rumanía, Macedonia, Albania y Grecia- involucrados en la crisis de los refugiados.

Con su proceder doméstico en esta crisis, dando prelación al control de la seguridad y el mantenimiento del orden, es decir, los imperativos jurídicos, pero absteniéndose de hacer valoraciones interpretativas de sabor nacionalista o identitario sobre las amenazas que pudiera entrañar la entrada masiva de refugiados e inmigrantes en su mayor parte musulmanes (a diferencia por ejemplo del húngaro Viktor Orbán o el eslovaco Robert Fico), el primer ministro búlgaro quería demostrar a los socios de la UE que su país se tomaba muy en serio la vigilancia de las fronteras exteriores y que estaba preparado para entrar en el espacio de Schengen. Borisov insistía asimismo en que la reforma judicial marchaba a buen ritmo y que la Comisión Europea debía considerar el levantamiento del MCV en un futuro próximo. Los guiños a Bruselas incluían también la postura de distanciamiento y firmeza ante Rusia, a la que Sofía aplicaba disciplinadamente las sanciones acordadas por la UE y, esta vez acatando las instrucciones de la OTAN, negaba el uso de su espacio aéreo para los vuelos de suministro de la Aviación rusa destacada en las operaciones de bombardeo contra el Estado Islámico en Siria.

En casa, la oposición socialista, molesta por las sanciones a Rusia, que objetivamente perjudicaban la economía búlgara, y crítica también con el curso de la reforma de la sanidad pública, testó la solidez del Gobierno de coalición, que en puridad no era de mayoría, sometiéndole a una moción de censura el 19 de febrero de 2016. Borisov, que eligió este día para anunciar el descarte de una candidatura suya en las próximas elecciones presidenciales con el fin de ahorrarle al país la eventualidad de unas votaciones legislativas anticipadas, superó el trance parlamentario sin problemas con el rechazo de la moción por 130 diputados, pero lo cierto era que su Gabinete tripartito pasaba por problemas.

El eslabón débil de la coalición era la centroizquierdista ABV del ex presidente Purvanov, que empezó a poner pegas a un paquete de enmiendas al Código Electoral en un sentido restrictivo de los derechos de voto de los búlgaros en el exterior, el cual tampoco gustaba al presidente Plevneliev. El 7 de mayo de 2016 Plevneliev, desairando a Borisov, aplicó el veto presidencial a la reforma electoral, que retornó así a la Asamblea. Tres días después Borisov recibió un segundo golpe con la dimisión del viceprimer ministro Kalfin y el anuncio por su partido de su salida del Gobierno. El portazo de la ABV, que se sumaba a la retirada del apoyo comunicada meses atrás por uno de los integrantes del Bloque Reformista, el DSB, dejaba al oficialismo con 114 diputados, siete por debajo de la mayoría absoluta, pero Borisov aún confiaba en mantener los apoyos necesarios en la Asamblea. El respaldo del PF se tornaba ahora más crucial.

Borisov se decantó por una dirigente de su partido, Tsetska Tsacheva, presidenta de la Asamblea Nacional en la actual legislatura, como la candidata del oficialismo para las elecciones presidenciales del 6 de noviembre de 2016. A Plevneliev no podía considerársele un mandatario dócil a las políticas del GERB, aunque de todas maneras el titular de la jefatura del Estado ya había dejado claro que no deseaba optar a la reelección. Desde la oposición, el BSP, liderado ahora por Kornelia , y la ABV avalaron la candidatura rival de un militar independiente pero de reconocidas tendencias filorrusas, el general Rumen Radev, hasta ahora el comandante en jefe de la Fuerza Aérea búlgara.

Tras nominar a Tsacheva, el líder del GERB se encontró con que los dos aliados que le quedaban, el RB y el FP, se negaban a cerrar filas tras la jefa de la Asamblea. De hecho, registraron sus propios candidatos, Traycho Traykov, ministro de Economía del primer Gobierno Borisov, los reformistas y Krasimir Karakachanov el frente de partidos de la derecha nacionalista, a saber, el Movimiento Nacional Búlgaro (BMRO-BND) y el Frente Nacional para la Salvación de Bulgaria (NFSB), a los que ahora se unió el Ataka de Siderov, dando lugar a los Patriotas Unidos (OP). Preocupado por esta situación inesperada, el primer ministro avisó que si Tsacheva no ganaba, él presentaría la dimisión y el país iría de cabeza a unas elecciones legislativas anticipadas, con lo que de alguna manera convertía la elección presidencial en un plebiscito sobre su persona. Por otro lado, la ABV cambió pronto de parecer y presentó también un candidato propio, el hasta hacía poco viceprimer ministro Kalfin.

Su órdago le salió mal a Borisov. El 6 de noviembre los electores búlgaros pusieron en cabeza al pretendiente de la oposición socialista, partidario de levantar las sanciones a Rusia sin por ello cuestionar la alianza en la OTAN, con el 25,4% de los votos, seguido de Tsacheva con el 21,9%. Habría, por tanto, una segunda vuelta al cabo de una semana. El 13 de noviembre Radev confirmó que su aldabonazo del día 6 no había sido una sorpresa efímera al llevarse la Presidencia con el 59,4% de los sufragios. El, hasta cierto punto, inesperado resultado de la elección a la jefatura del Estado emplazó a Borisov, sonoramente abofeteado por las urnas, tratándose esta de hecho de la primera vez que perdía una elección desde la creación del GERB en 2006, a hacer honor a su promesa. Así que en la jornada siguiente el primer ministro comunicó su dimisión al presidente saliente de la República, Plevneliev, quien seguiría en el cargo hasta la toma de posesión de Radev, fijada para el 22 de enero de 2017.

El 16 de noviembre la Asamblea, con 220 votos a favor, aceptó la renuncia del gobernante, quien decía provisionalmente adiós dejando un balance macroeconómico francamente positivo: el PIB crecía a un ritmo del 3,4% anual, una de las tasas más altas de la UE; el déficit público, desde el 5,5% legado por el breve Gobierno Oresharski en 2014, había quedado completamente suprimido, mérito del que menos de la mitad de los socios europeos podía presumir; la deuda pública seguía siendo muy baja, representando menos de la tercera parte del PIB; y el desempleo había caído hasta el 7,1%, casi cuatro puntos menos que hacía dos años. Claro que los ingresos de los trabajadores seguían siendo paupérrimos, con un salario mínimo de 230 euros y el sueldo medio en torno a los 380 euros. Las pensiones mínimas, de 80 euros mensuales, no llegaban en opinión de muchos ni a la categoría de renta de subsistencia.

Antes de acudir directamente al adelanto electoral, Plevneliev estaba obligado constitucionalmente a nombrar un Gobierno interino de común acuerdo con la Asamblea. El primer grupo consultado fue el GERB en tanto que primera fuerza parlamentaria, pero Borisov, como en la crisis de 2013, declinó el ofrecimiento de encabezar este Gabinete puente el 2 de diciembre. Toda vez que tampoco la socialista Ninova y el reformista Rumen Hristov estaban por la labor, el curso político búlgaro desembocó en el escenario del Gobierno interino más o menos despartidizado ya vivido en 1994, 1997, 2013 y 2014. El 24 de enero de 2017, una vez instalado en la Presidencia, Radev nombró primer ministro a Ognyan Gerdzhikov, miembro del NDSV, el partido simeonista donde Borisov había iniciado su carrera política y hoy sumido en la marginalidad, y jefe de un Gobierno casi copado por ministros independientes, con la excepción de sendos militantes del BSP la SDS.


6. Cuarta mayoría simple consecutiva en las urnas y formación del tercer Gobierno en coalición con la derecha nacionalista

Borisov estaba a punto de coronar su aureola de superviviente nato, protagonista de algunos de los más sorprendentes comebacks de la política europea. Por cuarta vez consecutiva desde 2009, el GERB ganó sin mayoría absoluta los comicios anticipados del 26 de marzo de 2017. La formación del antiguo guardaespaldas real devenido artero estadista mejoró sus resultados de 2013 y 2014 en cuanto al porcentaje de votos, el 33,5% esta vez, y en cuanto a escaños solo con respecto a la última ocasión, al subir de los 84 a los 95 diputados.

Rápidamente cuajó un entendimiento básico entre Borisov y los OP, liderados por Valeri Simeonov (NFSB), el ex candidato presidencial Krasimir Karakachanov (BMRO-BND) y el más radical de los tres, Volen Siderov (Ataka), quien en sus orientaciones internacionales hacía gala de una fuerte rusofilia, justo lo contrario que el muy prooccidental Karakachanov. Con todo, a las tres agrupaciones nacionalistas les unía su común rechazo a la inmigración, en particular la musulmana, vista con auténtica fobia, su hostilidad a las reclamaciones de la minoría étnica turca (que en el caso de Siderov tenía una pátina claramente racista), su euroescepticismo y su populismo social.

La derecha nacionalista búlgara había pasado a ser el tercer bloque de la Asamblea con 27 escaños, desplazando al DPS, al que costaron muy caras los intentos del presidente turco Recep Tayyip Erdogan de influir en las elecciones con unas declaraciones subidas de tono sobre las supuestas políticas antiturcas de los búlgaros, y el RB, que se quedó sin representación. Ahora, Borisov tendía la mano a los OP para gobernar el país con él, formando una coalición inédita desde la restauración democrática en 1990. Los socialistas experimentaron una fuerte subida, pero su lugar iba a seguir siendo la oposición.

El 27 de abril Radev dirigió a Borisov el encargo de formar el próximo Gobierno de mayoría sobre la base de un pacto cuatripartito de medidas para mejorar el poder adquisitivo de la población (en virtud de sendas subidas graduales del salario mínimo a los 325 euros, del sueldo medio hasta los 750 euros y de la pensión mínima a los 100 euros), luchar más eficazmente contra la inmigración ilegal y "continuar de forma sostenida el camino hacia la integración euroatlántica, preservar la integridad de la UE y profundizar la colaboración entre la OTAN y la UE", punto este último con el que Borisov, pese a su reciente llamamiento a introducir "pragmatismo" en las relaciones con Rusia, dejaba pintadas las líneas rojas de su estrategia exterior.

El 4 de mayo quedó constituido el tercer Gobierno Borisov, que recibió la aprobación de 133 legisladores. Al primer ministro le flanqueaban cuatro viceprimeros ministros: Tomislav Donchev (GERB), Valeri Simeonov (NFSB), Krasimir Karakachanov (BMRO-BND) y Ekaterina Gecheva-Zajarieva (independiente designada por el GERB). En total, la colectividad de Borisov tenía asignados 13 puestos, incluidos Exteriores, para Zajarieva, Interior, para Valentin Radev, Justicia, para la derrotada candidata presidencial Tsetska Tsacheva, y Finanzas, para Vladislav Goranov. Los OP recibieron siete puestos, entre ellos Defensa, para el proatlantista Karakachanov. El Ataka, por una cuestión de imagen internacional, se resignó a no contar con ministros propios.

(Cobertura informativa hasta 10/5/2017)